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LA TROMPETA Y OTROS CUENTOS

Rafael Solana

Claudio Delgado

(selección y prólogo)

Rafael Solana, un infatigable de las letras

Hacer una antología plantea, como siempre, un grave riesgo. Preferir unos textos sobre otros, del total de la producción literaria de un escritor, entraña el peligro de soslayar una totalidad que la mayoría de las veces suele ser superior a la suma de sus partes. Consciente de ello, sin embargo, he conformado esta breve antología cuentística del escritor Rafael Solana Salcedo (Veracruz, 1915-Ciudad de México, 1992), que no pretende ser ni una lectura del Solana cuentista más representativo ni la frecuentemente organizada según la arbitrariedad del antólogo.

A cien años de su nacimiento a celebrarse este 2015, con esta compilación de ocho de los quizá más sobresalientes cuentos de Solana, busco un acercamiento, o mejor dicho, una primera aproximación a este autor por parte de las actuales generaciones de jóvenes lectores que muy poco, o casi nada, han podido leer de él. Solana fue el autor de una abundante y versátil producción literaria, a cuya creación dedicó, en cuerpo y alma, su vida. Fue tal su pasión y entrega a las letras que a su quehacer habría que enmarcarlo –como en algún momento lo hizo certeramente el dramaturgo Luis G. Basurto– con las célebres palabras pronunciadas por el autor de origen checo Rainer Maria Rilke, cuando definió “lapidariamente” su vocación: “Escribir o morir”.

Rafael Solana fue un infatigable escritor que cultivó prácticamente todos los géneros literarios, además de un hombre culto cuyo gusto y oficio literarios le permitieron pergeñar cientos, y aun miles de cuartillas que, de claro en claro y de turbio en turbio, atestiguaron la creación de nueve poemarios, la invención de 22 cuentos, la escritura de nueve novelas y la elaboración de 33 obras teatrales, la mayoría de las cuales pudo el autor ver representadas en escena. Además, claro está, de los varios miles de textos periodísticos –crónica taurina, literaria y teatral– que dentro de su vida en el diarismo, una de sus mayores vocaciones, dejaron una huella imborrable.

Rafael Solana se distingue por ser un autor que huye de lo dramático, de la manía insistente y en ocasiones fastidiosa de transformar en melodrama lo que observa a través de su aguda crítica; esa realidad que el escritor prefirió retratar a través de su obra y analizar desde lo ridículo, lo satírico, lo gracioso y alegre.

Hombre de letras con un alto sentido de su realidad supo “realizar el deseo” de León Tolstoi: “Si quieres ser universal, describe a tu pueblo”. Sin duda, Solana es un autor universal que supo describir a su sociedad.

La crítica especializada ha sido miope con este prosista injusta y arbitrariamente olvidado, a quien se le han exigido, desatentadamente, cualidades que no posee y que no se propuso tener. Se ha insistido de manera necia y retórica en que sus ficciones poseen una influencia de “arreolismo”. Nada más alejado de la verdad.

Rafael Solana crea su primer cuento en 1941; el primer relato corto de Arreola aparece en 1943 en Guadalajara; pero además, el autor de La feria alcanza mayor notoriedad a partir de 1945. Solana con tan sólo 20 años de edad ya había sido fundador de dos de las revistas con mayor prestigio después de la de Contemporáneos, me refiero a Taller Poético (1936-1938) y Taller (1938-1941), las cuales agruparon a una de las generaciones literarias más sobresalientes de la historia de las letras mexicanas, la integrada por Efraín Huerta, Alberto Quintero Álvarez, Octavio Paz y Rafael Solana.

En 1936 ya había publicado dos juveniles libros de versos: Ladera (1934) y Los sonetos (1936). En 1937 incursiona en la novela al publicar La educación de los sentidos, trabajo pensado como trilogía. En 1939, después de escribir el primer tomo de su novela titulada El envenenado –ilustrada con viñetas de su amigo el pintor Juan Soriano–, Solana escribió en Roma y en Capri el segundo volumen de La educación de los sentidos, el cual llevaría por nombre: La mujer de sal, novela inspirada en los mosaicos medievales que vio en Palermo. Esta segunda parte de la trilogía, aunque terminada, no se publicó, y la tercera, no obstante contar con un título –que no dio a conocer su autor–, nunca se escribió.

Esto muestra que los inicios literarios de Solana son anteriores a los de Arreola, y que sus influencias dentro de la narrativa, principalmente en el cuento, no necesariamente provienen del autor jalisciense. Con la afirmación contraria poco honor se hace a Rafael Solana, e incluso al propio Juan José Arreola. Solana posee una personalidad propia, cuya diferencia con la inventiva de Arreola estriba en el denominado absurdo realista, es decir que Solana refleja en sus relatos una placentera sonrisa, a través de la cual desliga al lector de la realidad escueta del día a día, y lo lleva a aquella otra dislocada gracias al humor, y a la ampliación de lo absurdo.

Sus cuentos comienzan con una sencilla y natural situación, como en el caso de su primer cuento, “La trompeta”, en el que un famoso director de orquesta sinfónica, al tocar una vetusta y tosca trompeta de bronce, comprada en Palestina, en el valle de Josafat, logra, a fuerza de apelar con el pensamiento al autor de la Novena sinfonía, que éste regrese del mundo de los muertos y aparezca en el jardín de su casa.

Poco a poco, a través de sus inventivas, nuestro autor va transitando hacia un espacio que ya no es la realidad, como si la vida un día de pronto se equivocara y se desviara de su recto camino, y la inercia y la confianza en su acierto la llevaran por una senda en que, en virtud de la ley de las líneas divergentes, de pronto se halla a una distancia insalvable de esa misma realidad invocada. Entonces, la situación absurda, originada en la normalidad, alcanza “lo monstruoso”, lo “trágico” y estalla. La andanada se produce de tal forma que no puede dañar a nadie, sin embargo evidencia esa parte de doloroso ridículo que hay en la naturaleza de hombres y mujeres, los personajes que aparecen en sus cuentos.

En la narrativa corta de Solana, la materia humana es un elemento palpitante de donde brotan relatos salpicados de una curiosa especie de “piedad”, que suele dar origen a una suave ironía, secreto de su cualidad para que, además de la sonrisa, se perciba “un peso sentimental”.

Si se tratara de encontrar alguna influencia en los cuentos de nuestro autor, podríamos referir al creador de “Tachas” (1928), Efrén Hernández, escritor poco comprendido, quien sostuvo que el acto de la escritura es lo que define a un autor y no las interpretaciones que se hacen de su obra. Aun en este parangón es necesario resaltar que se trata de dos personalidades literarias perfectamente bien definidas, y que el posible aire de semejanza entre Solana y Hernández se debe a lo que Eliot califica como “comunidad inconsciente”, a propósito de las semejanzas entre artistas.

Carmen Galindo, en su prólogo al libro de Solana La casa de la Santísima y todos los cuentos,[1] emparenta “espiritualmente” a este escritor con Julio Torri y Alfonso Reyes; aunque ella tampoco descarta cierta influencia de Arreola, vamos, también de carácter espiritual, claro.

Ahora bien, ante la insistencia de los críticos, ha de resaltarse otra de las cualidades de Solana dentro de sus cuentos: la diversidad de ambientes que recrea es rica y frecuentemente tiene tonos cosmopolitas. Es un autor que despliega gran maestría para dar la sensación de realidad al hablar de Francia, Italia o Alemania, o para ubicar acciones en Budapest, Nueva York o cualquier otra ciudad que sirva de escenario a sus historias cortas. Igualmente para describir lugares o ciudades mexicanas, como en el caso de su cuento considerado ya un clásico de la literatura nacional –y para mi gusto muy siglo xix por la atmósfera y el tiempo en el que se desarrolla–, cuyo escenario es la capital del país; me refiero a “El oficleido”, el cual aparece en esta selección.

Este cuento, que ha sido traducido al alemán, fue concebido a partir de su lectura de Los Bandidos de Río Frío, de Manuel Payno, y toma como personaje central al músico Sayas, quien aparece en la magnífica novela de Payno.

Ese cosmopolitismo es importante si tenemos en cuenta que Solana, a lo largo de su vida, viajó a Europa 23 veces, lo cual no es poco. Asimismo visitó repetidamente ciudades como Nueva York y Buenos Aires, entre otras. En el caso de la ciudad de la Gran Manzana, asistía año con año a la temporada de ópera. Todo esto refleja a Rafael Solana como un hombre de una vasta cultura; “uno de los más cultos de México”, según la misma Carmen Galindo.

En sus cuentos, Solana se llena de gozo llevando de la mano a sus personajes por ámbitos poco comunes para otros autores. Es un escritor de cultura enciclopédica, un hombre entendido y conocedor de escenarios operísticos, de música clásica, de teatro, gastronomía, libros y de términos y lugares que le permiten hacer alarde de su vasta cultura adquirida a temprana edad. Al hablar de él como escritor “refinado”, lo entrecomillo porque no quiero que se entienda en el sentido peyorativo, es decir, Solana es un autor (y vuelvo a Carmen Galindo):

… dueño de una cultura burguesa o, como se decía antes, general: respetuosa de los valores establecidos, de Balzac a Beethoven, del caviar al Poully-Fuissé (cierto tipo de vino de Bourgogne). De la cultura ciertamente con mayúscula, pero también con hedonismo –esa plusvalía del arte–.[2]

Esto costó a Solana, en no pocas ocasiones, feroces ataques y reproches por parte de críticos como Antonio Magaña Esquivel, quien en 1944, en un texto publicado en la revista El Hijo Pródigo, al referirse al libro de don Rafael, titulado Los Santos inocentes y publicado por la Editorial Géminis, dice:

Su viaje a Roma seguramente fue una revelación para él, y su paso por Nápoles una confirmación de sus inclinaciones cosmopolitas, que satisfacía en la medida en que sus crónicas de toros y sus argumentos de cine le otorgaban el dinero y la decisión por [sic] cometer literatura. Su tercer libro de cuentos –dice Magaña– muestra el provecho que se puede obtener de las consideraciones acerca del tema internacional de un relato, en oposición al natural tema mexicano que él confiesa paladinamente es cosa del “hampa” […] No hay por dónde pueda sostenerse en pie la existencia viva o voluntaria de su composición, demasiado a la ligera, ajena a la imagen de la realidad que nos circunda en un México terrible en evidencia.[3]

El libro al que hace referencia Magaña Esquivel, y al cual califica además de “frívolo”, estaba integrado por siete cuentos, y no por ocho como afirmaba el autor de la reseña: “Los santos inocentes”, relato que da nombre al libro, “La piedra”, “El seguro”, “El padre silvestre”, “La herencia”, “El arma secreta” y “El director”. Dos de los relatos, el cuarto y el quinto, se desarrollan en escenarios mexicanos y exponen temas de idiosincrasia nacional, a pesar de que los críticos cegados de “mexicanismo” convirtieran en defecto lo variado de los ambientes.

Rafael Solana fue un autor que se instaló con soltura en uno de los géneros que, de acuerdo con Xavier Villaurrutia, es uno de los más difíciles por su aparente sencillez: el cuento. Escritor de agilidad envidiable, los hilos de las tramas de Solana logran atrapar la atención del lector y le permiten saborear alegremente los incidentes del trayecto. Su estilo posee claridad, desenfado y, sobre todo, simpatía. Los ocho cuentos que hemos elegido para integrar esta antología dan muestra de ello.

En el caso de “El crimen de tres bandas”, cuento publicado por primera vez en 1945, el cual se desarrolla en un escenario de la Ciudad de México y aparece en esta selección, no es propiamente un cuento policiaco, es un relato que se instala en el género Mystery murder, inaugurado por escritores de habla inglesa como Poe, Chesterton, Conan Doyle y Agatha Christie, por mencionar a los más conocidos. Es un relato sobre un asesinato envuelto en un misterio, el cual el autor aclara, de manera lógica e inteligente, a lo largo de la narración. En la historia no aparece el típico personaje detectivesco, aquel que por su instinto y astucia logra desenmascarar el crimen; no, aquí el mismo lector se convierte en el “mudo y lejano indagador de un caso en el que no puede intervenir”. Es relatado a manera de un diario y, con base en los “cotidianos diagramas”, el autor va registrando e incrementando la fuerza y la intriga del caso. No es este tal vez el mejor relato corto de Rafael Solana, pero sí es uno de los más divertidos y ágiles, como lo son casi todos los 22 que dejó escritos.

La mayoría de los cuentos que integran esta antología tienen que ver con una de las pasiones que a lo largo de su vida Solana siguió con interés y asiduidad: la ópera y la música clásica.[4] En 1943, la recién nacida editorial Géminis publicó: “La trompeta”, “El concerto” y “La décima” (incluidos en este libro), bajo el título de La música por dentro; relatos que en aquella edición iban acompañados de dos narraciones más: “La pastoral” y “La partitura”. De “El director”, editado en 1944 e incluido en este volumen, Solana hizo en 1957 una adaptación que dio origen a su pieza de teatro A su imagen y semejanza, llevada a escena en México, Alemania y Polonia.

En estos cuentos de Solana aparecen músicos y seres que se desenvuelven en torno a la música: lo mismo aficionados que hombres consagrados musicalmente. Un personaje de “La décima”, por ejemplo, es un inteligente y próspero ingeniero, amante de la música, quien, herido su amor propio ante un inesperado desafío, tiene un arranque de osadía y lanza a su adversario el sorprendente reto de crear –basado sólo en su “virtuosismo matemático-musical”– una sinfonía, que podría resultar ser la décima de Beethoven, aquella que nunca escribió. En otro de estos relatos encontramos una fantástica alegoría amorosa en la que dos “partituras”, de “tanto verse todos los días desde el amanecer hasta la noche”, se enamoran ardientemente.

“El director” es un cuento muy disfrutable, en el que el lector se divertirá con un humor y un tono de Solana no comunes entre los escritores “profesionales” de la literatura nacional –ni contemporáneos ni posteriores a él–, y menos entre los creadores de los últimos veinte años. Es en estas ficciones un escritor que prefiere el cuento “fácil”, ligero, cuyas dificultades se hacen presentes en la manera en que elige al personaje y dibuja sus acciones. No existe ninguna complicación oscura ni psicológica o trascendental en estas narraciones, pero encontramos, sí, una agudeza en su desarrollo.

En “Cirugía de guerra”, el autor hace alarde de un “don profético”. Es un cuento de ciencia ficción que se adelanta a su tiempo y, como si hubiera poseído una esfera mágica cuando lo escribió, nos describe y dibuja casi a la perfección y de manera divertida los trasplantes de órganos que hoy son una realidad común y corriente. No olvidemos que este cuento fue publicado en 1947, y el primer trasplante de órgano en la historia –el de un riñón– tuvo lugar en los Estados Unidos en 1953. En México, el primer trasplante renal se hizo diez años después en el Centro Médico Nacional del imss. Esta historia fue escrita incluso tres años antes de que se diera a conocer la primera computadora comercial y de que se inaugurara la primera central nuclear en Estados Unidos, y muchos años antes del primer vuelo espacial tripulado, el cual se realizó en 1961.

“La capilla dorada”, otra de las narraciones en esta antología, nos revela la concordancia entre lo que el autor se propone y lo que logra tan limpiamente con sus cuentos. En esta historia, se desarrolla una anécdota que puede resultar cierta o posible y que a la postre es superada incluso por la realidad.

Los ocho cuentos de Rafael Solana reunidos en esta nueva antología, ordenados respetando la fecha en que fueron escritos, nos dejan ver a un maestro que domina el arte de escribir. Se trata de un artista de clase, oro de ley, que domina una prosa tersa en un ordenado y neto castellano que nos hace recordar la soltura, precisión y armonía de Juan Valera.

Sus historias cortas tienen el don de la sencillez, la que no ha de confundirse con la simplicidad, ya que ésta puede ser sólo una forma de pobreza. Solana posee la sencillez desnuda, riqueza pura de quien ha conocido todas las complicaciones del arte de escribir. La elegancia es economía de medios expresivos, un refinamiento de la sencillez, y Solana sigue brillando por su fuerza narrativa y de estilo. Autor incomparable por su trabajada perfección, su ternura clásica, su clara expresión y por su larga y luminosa paciencia convertida en arte literario.

Desde su adolescencia, Solana tuvo “el don de los dioses que es la facilidad”, desde muy joven, como se lo señaló Xavier Villaurrutia, “fue un predestinado de la lengua”, un grande del oficio de escribir, un genio de la escritura que, a cien años de nacido, sigue esperando aún la revaloración de su figura y de su nombre, para ser colocado en el sitial de los grandes autores del siglo xx mexicano, y entre los preferidos de las actuales generaciones.

Claudio R. Delgado / Febrero 22 de 2015


1 . Rafael Solana, La casa de la Santísima y todos los cuentos, prólogo de Carmen Galindo, México, FCE, 2000, p. 16.

2 . Ibid., p. 7.

3 . Los Santos Inocentes, por Antonio Magaña Esquivel. Sección: notas, núm. 23, 1945, p. 438. El Hijo Prodigo, Revistas Literarias Mexicanas Modernas, FCE, 1a. ed. facsimilar, vol. VII, 1983.

4 . En 1992, la Academia Medalla Mozart otorga a Rafael Solana tal distinción por sus méritos en la promoción y crítica de la música clásica en México.