Los Mejores
Refranes de la
Lengua Castellana

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los Mejores
Refranes de la
Lengua Castellana

 

Selección de Plutón Ediciones

 

 

 

© Plutón Ediciones X, s. l., 2011

 

Primera Edición Digital: Enero 2017

 

Diseño de cubierta y maquetación: Saul Rojas Blonval

 

Edita: Plutón Ediciones X, s. l.,

Calle Llobateras Nº 20,

Talleres 6, Nave 21

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I.S.B.N: 978-84-946372-4-7

 

 

 

PRÓLOGO

 

 

Refrán

Según el diccionario de la rae (Real Academia Española) se trata de una sentencia de carácter didáctico o moral que se transmite oralmente a través de los siglos. El refrán es un producto connatural de todos los pueblos, consta generalmente de dos partes: la primera presenta la situación y la segunda saca las conclusiones de tipo didáctico. Es de destacar gramaticalmente la ausencia frecuente, la posición o el tiempo inusitado del verbo, para provocar el tono característico intemporal del refrán. Consecuencia de su función aleccionadora, su temática es tan amplia como la vida.

 

Refranero castellano

Las lenguas romances son muy ricas en refranes y entre ellas destacan los creados por la lengua castellana. Quizás la más antigua que posee ninguna lengua vulgar sea en opinión de polígrafo Menéndez Pelayo, la que ordenó el marqués de Santillana y señor de Hita y de Buitrago (1398-1458) cuyo título es este: Iñigo López de Mendoça, a ruego del rey don Juan, ordenó estos refranes que dicen las viejas tras el fuego e van ordenados por la orden del a,b,c. Su paternidad ha sido discutida en alguna ocasión, aunque sin fundamento. Consta de setecientos quince refranes y fue impresa en Sevilla en 1508, y numerosas veces reeditada a partir del siglo XVI y siguientes.

Por influjo renacentista se produjo en la España del siglo XVI una gran afición al refrán y a los refraneros o recopilación de los mismos, ya que se consideraron la expresión popular de la sabiduría divina.

El conde de Viñaza cita ya una impresión (perdida) del refranero del Marqués de fines del siglo XV. La inquietud del ser humano del Renacimiento quedó reflejada en dichas cortas máximas y pronto adquirieron categoría literaria, en las que quedó clara, a pesar de su raigambre popular, su ascendencia clásica. Todo un Erasmo de Rotterdam estimuló su búsqueda y redacción con sus
Adagios.

En el siglo XVI, salió a la luz en Zaragoza (1549) a cargo del aragonés Pedro de Vallés, el Libro de los refranes compilados por el orden a,b,c., cuyo título es un eco de el del marqués y también de Erasmo que ordenó los refranes latinos, y dándoles una definición propia los distinguió de otras modalidades semejantes, pero variadas.

En 1555, Hernán Núñez, catedrático de la universidad de Salamanca dio a la luz en dicha ciudad a sus Romances o proverbios en romance con un número que rebasó los ocho mil, recopilados de varias lenguas, seguidos de sus equivalencias.

Juan de Mal Lara continuó en 1568 en Sevilla una tarea semejante en una obra con el título de Filosofía vulgar, primera parte (desgraciadamente una segunda no llegaría a publicarse). Su autor se declara seguidor de Erasmo y glosa más de un millar de refranes, destacando una notable erudición y agudeza, cumpliendo con creces lo que vaticina en el título. Su preámbulo anuncia lo que en época moderna se entiende como folklore.

En 1915 se publicaría una nueva recopilación de Refranes glosados, que en realidad no era sino una obra de mediados del siglo XVI a cargo de Sebastián de Horozco. Contiene más de tres mil artículos de inusitado interés. Otro catedrático de Salamanca y también humanista, Gonzalo de Correas, ordena un riquísimo Vocabulario de refranes y frases proverbiales y otras fórmulas comunes de la lengua castellana, publicado en 1906 y reeditado en 1924. El Romanticismo, debido a su exaltación por lo popular, volvió a poner de moda el estudio de los refranes.

Las grandes compilaciones modernas de refranes se iniciaron en el siglo XIX, como la sacada la luz en diez volúmenes entre 1874-1878 con el título Refranero general español, dirigido por Sbardi, que redactó también una interesante monografía sobre el género. Pero también hay que citar nombres como los del propio Machado, Montoto, Cejador, y sobre todo, Francisco Rodríguez Marín (1855-1943) discípulo de Menéndez Pelayo, al que sucedió en la dirección de la Biblioteca Nacional y cuya aportación en una moderna colección ha sido extraordinaria. Digno de mención también es el Refranero español de Martínez Kleiser (1945).

Desde que Berceo iniciara la singladura de la lengua castellana, la mayoría de las obras y autores más sobresalientes de ella recogieron refranes. Así el Arcipreste de Talavera, La Celestina, La lozana andaluza, el Diálogo de la Lengua, el Quijote, como su empleo por Mateo Alemán, Quevedo, etc. No debe despreciarse tampoco, el papel primordial que desempeñan los refranes en obras misceláneas como la Floresta general, de Melchor de Santa Cruz.

Algunos ejemplos consignados por el Marqués de Santillana han quedado como proverbiales:

Una golondrina no hace verano; A boda ni bautizo no vayas a ser llamado; A caballo regalado no le mires el dentado; A Dios rogando y con el mazo dando; A falta de pan, buenas son tortas; El que la sigue, la consigue; En casa de mujer rica, ella manda y ella grita; El que no llora, no mama; etc.

Estos refranes nada tienen que envidiar a las grandes colecciones medievales en otras lenguas como las de Jaume I,
Guillem de Cervera, Sem Tob, Llull, etc.

 

 

Francesc Lluís Cardona

Doctor en Historia y Catedrático.