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CHL

Antología de escritores chilenos

Volumen 1

Selección y prólogo de Emilio Gordillo

Álvaro Bisama, Antonio Gil, Cynthia Rimsky, Lina Meruane, Marcelo Mellado, Nona Fernández, Óscar Barrientos Bradasic, Rodrigo Olavarría, Yuri Pérez

portada en grises

Diseño de portada: Ricardo Caballero

Lugar Indeterminado

La escritura literaria chilena sigue, casi siempre, caminos de lo más extraños. Un ejemplo: el primer escritor chileno en decir algo interesante sobre Roberto Bolaño fue, ni más ni menos, Alberto Fuguet, tal vez el primero en usar en forma y estilo los materiales que el neoliberalismo tardío instalaría de manera feroz entre nuestras costumbres cotidianas. Esa sí que es ironía.

Y mientras ese mismo Fuguet inventaba un Chile de barrio alto que era lectura escolar obligada en los barrios medios y bajos, una serie de discursos, casi siempre bastardos, casi siempre alternos y silenciosos, se construían entre las carencias de rigor del sistema literario insular.

En una escena de Mala Onda, su novela más popular, un personaje salingeriano se pierde al cruzar el puente que hace más de una década separaba un Santiago de clase alta de otros varios Santiagos clase abajo. La falta de ubicación de aquel personaje al encontrarse con otro mundo, con otro planeta en una misma ciudad es en cierto sentido –bastante maniqueo– similar a lo que Alejandro Zambra ha sabido plantear de manera brillante y sencilla: El gran tema secreto de la literatura chilena es ese abismo entre lo que se dice y lo que se escribe. Así somos en Chile, escribe Zambra con una visión casi antropológica, desconfiamos de la fluidez, de la facilidad de palabra... A Fuguet, a diferencia de Zambra, es necesario olvidarlo: todas las calles de Santiago, hoy, tienen el color de las novelas de Fuguet, los colores del capitalismo tardío: colores verdes, acrílicos, barrios altos, medios o bajos. Así que yo me olvidaría de Fuguet, pero no olvidaría el uso de la luz nocturna en las películas que ha dirigido. Las calles de la capital son nada más que fragilidad en ellas.

Es quizá por esa desconfianza que esta antología –por nombrarla de algún modo– está lejos de quienes han tenido tan claro qué hacer con Chile y sus representaciones imaginarias. No aparece Fuguet por aquí. Ni Germán Marín, narrador increíble, farragoso y caníbal que, además de publicar incontables libros sobre un periodo reciente y aún en disputa en términos ideológicos –la novela sobre la dictadura que jamás se escribió– editó a bastantes escritores más o menos importantes. Lo curioso, eso sí, fue el hábil método de apropiación de libros a fin de leerse desde formas oblicuas, como un contrafuerte de sus propios escritos: el diálogo de sordos de un pedante consigo mismo. La visa de textos increíbles en el contexto de la producción chilena, como por ejemplo Trama y urdimbre de Matías Celedón, son un buen ejemplo de aquella estrategia de autovalidación. Y qué decir de las correcciones pedantes, sin aviso ni respeto alguno, a la primera edición de Poste Restante de Cynthia Rimsky.

Por algo similar tampoco aparece Jaime Collyer, más allá de que Gente al acecho, probablemente, sea uno de los mejores volúmenes de relatos publicados en los rincones oscuros del "horroroso", citando a Enrique Lihn. Collyer también formó parte, como escritor y editor, de la abrumante cantidad de libros publicados bajo la colección Biblioteca del Sur de Editorial Planeta, que durante los noventa mezcló libros totalmente disímiles tras la consigna de publicar la literatura chilena que la transición a la democracia habría de generar. Hoy, la mayoría de esos libros se encuentran en librerías de saldos, siempre escasas en Chile.

Encontrarán aquí la prosa sucia y humorística del proyecto territorial –y único en la escritura latinoamericana– de Marcelo Mellado, el estilo velocísimo con que Álvaro Bisama escribe sobre la juventud abandonada de Valparaíso y la avidez de mitos que ese mismo abandono produce como saber pobre y sin salida, también el proyecto de Nona Fernández, siempre atenta a los fragmentos de identidad y memoria que dejan los signos en su desperdicio por la ciudad de Santiago, la escritura de esa viajera vertical que es Cynthia Rimsky, su mirada milimétrica, acompasada y extraña en la que volvemos a dar sentido a objetos que siempre parecen comunes u olvidados. La sordidez del relato de Lina Meruane, Antonio Gil y los enigmas en una momia precolombina. Códigos de un lenguaje andino ya casi borrado que va dejando una huella imprecisa en el tiempo. También Óscar Barrientos y su invención: Puerto Peregrino, un eco de Punta Arenas, una de las ciudades más australes del planeta. La difuminación genérica en Alameda tras la rejas de Rodrigo Olavarría también tiene cabida en esta antología, la primacía de un sujeto que ha convertido la impostura y el careteo en algo genuino y humorístico. Y claro, la escritura burlona, sarcástica y poética de Yuri Pérez, quien trabaja con materiales de las periferias santiaguinas y los estructura en una prosa poética áspera, feísta, ridícula y crítica.

Lo que ha guiado la arbitrariedad de este volumen de textos y el que vendrá, fuera de asuntos sistemáticos, son dos puntos: la sensación que en mi lectura han dejado ciertos escritores en ese ejercicio o intento de llevar aquel vacío entre el decir y la escritura hacia el hallazgo de una forma, una forma que, tal vez, más allá de ser una construcción excesivamente consciente, se hallaba ahí desde antes. Y he aquí lo que me ha costado tanto decir sobre esta antología: su eje es la capacidad de invención a través de la desconfianza. Por otra parte, no menos determinante, ambos volúmenes no están dirigidos a lectores chilenos, y esto sí que es una ironía pues cómo saber a estas alturas qué es chileno y qué no. Somos, hoy, uno de los inventos más interesantes de y para los centros de poder. Por eso tanta atención a lo que se produce en Chile. Somos tan aburridos como ellos.

Y por lo mismo, esperamos una futura traducción al italiano, y quizás a otros idiomas.

Insisto: no necesariamente trabajaría yo con los materiales que estos escritores han desarrollado en sus proyectos. Lo importante es la invención de lenguajes.

También es importante remarcar mi decisión de no invitar escritores de mi edad, o menores, que abundan. Creo que no me corresponde ese ejercicio. Además, no sé verdaderamente si en estos casos se puede hablar de escritura chilena, menos de literatura chilena. A pesar de mi falta de fe en la existencia de algo llamado literatura chilena, por supuesto, existen escritores. En una lectura simple y regionalista esto podría parecer preocupante. La verdad no lo es tanto. Decía Borges en una suerte de crítica solapada a las novelas regionalistas en El jardín de senderos que se bifurcan: Pensé que un hombre puede ser enemigo de otros hombres, de otros momentos de otros hombres, pero no de un país; no de luciérnagas, palabras, jardines, cursos de agua, ponientes. Estas ideas y propuestas para las literaturas latinoamericanas, tan gravemente leídas por lectores tan inteligentes como el mismo Ángel Rama, nos enseñan algo. Fuera de toda gravedad, esta indelimitación y sus herencias han sido tremendamente enriquecedoras en la diversidad secreta de la escritura en Chile.

Qué decir de la miseria y la precariedad. Algunos de los textos más interesantes de Enrique Lihn, Gonzalo Millán o Nicanor Parra dialogan con y desde ellas. Ayudan a evitar sistemas de coacción central o censura como es el caso del sistema de creadores mexicano y su status quo literal y aburridísimo. Todo es disidencia en Chile. Hasta quienes publican en Alfaguara Chile, o en Random House Chile. Miseria menor, miseria de estatus, miseria intermedia. Por todo lo dicho anteriormente, creo que no puede haber mejor momento para escribir esta suerte de prólogo: arriba de un avión, rumbo a Chile, a diez mil metros de altura, nada sólido arriba, abajo o a los costados, mientras la luz va cayendo y deja poco a poco todo a oscuras.

Emilio Gordillo

12 de marzo. Lugar indeterminado. MEX>CHL

Vocación docente

Marcelo Mellado

Del libro Armas arrojadizas, Santiago de Chile: Ediciones Metales pesados, 2009.

"¡Pendejos culiaos!". La frase exclamativa sonó estrepitosa bajo el parrón de su casa, espacio que se había tornado habitual para el despliegue de tertulias amistosas y de excesivo consumo alcohólico, situación que acontecía a lo largo de todo el año, los fines de semana y días festivos, sobre todo en la temporada primavera-verano. La puteada expresiva, es decir, con predominio casi absoluto de la función emotiva del lenguaje, rasgo característico de los mensajes del dueño de casa, marcaba el tono estilístico de la plática que, a esas alturas, tomaba cuerpo, enrielándose por las rutas cenagosas de la quejumbre festiva y el reproche afectivo que derivaría, poco a poco, en delirio depresivo, el que solía construirse a partir de los resabios conflictivos que quedan de aquello que denominamos "lo pendiente" o "lo postergado", en el transcurso de las relaciones interpersonales, por darle una denominación genérica al registro folletinesco que parece determinar la histeria etílica de un número significativo de sujetos nacionales clasemedianos.

Dicho así, quizás, en un informe de salud mental redactado por una alumna en práctica en un consultorio.

Son las digresiones, moralmente reprobables, de un docente y que surgen de su práctica profesional o como subtexto que recoge el análisis que ha hecho de la conducta de sus alumnos, en veinte años de trabajos, aproximadamente.

El patio embaldosado tiene las marcas de los racimos caídos que nadie cosechó esta temporada, un poco por desidia y también porque le había entrado una peste. El patio era grande y tenía algo de sitio eriazo; a pesar de ello descollaban dos damascos viejos y apestados y, por supuesto, el parrón que era lo único que el dueño de casa se había esmerado en mantener, cosechando hermosos racimos de uva de mesa y mucho jugo, hasta que los racimos comenzaron a apestarse y el dueño de casa no se preocupó de atender el parrón enfermo, permitiendo, con cierto dejo de entrega depresiva, que siguiera su proceso de deterioro que no sólo era perceptible en los racimos, sino también en un polvillo negruzco que caía del parrón y que incluso manchaba las baldosas. Baldosas que en cierto sentido le recordaban el patio del liceo en que estudiara.

La casa estaba ubicada en La Florida, en el límite entre Ñuñoa y La Reina. El jardín debiera haber sido como el de las antiguas casas del barrio, con buganvilias, cardenales, rosales y muchos más frutales, pero no, ni siquiera era un abandonado jardín, era, simplemente, un no jardín, desajustado territorialmente y algo triste, lleno de maleza que, de algún modo, era recuperado como un espacio de campo válido por la flora tradicional, precordillerana, que emergía en su suelo. En esa zona la flora arbustiva era algo escueta y austera, pero digna —si esto se puede decir de un paisaje floral—, no era exuberante como la de los bosques del sur, pero tenía la fortaleza de la vegetación andina, que al no sobrepasar, en general, la altura humana, permite al habitador interactuar más directamente con una vista aérea despejada y con la profundidad extendida del paisaje.

Suponemos.

"Son unos cerdos malcriados", agregó. Tenía la costumbre retórica de blasfemar-imprecar usando el viejo truco de usar a los animales como calificativos, al igual que en las fábulas, que es uno de los géneros recuperados por la voluntad neoclásica, dado su carácter correctivo. Comentaba con citas pedagógicas clásicas.

"Son como los perros vagos —insistía—, desparraman los tachos de basura del barrio, se entretienen dándole patadas y ensuciando el pavimento, y quebrando, además, botellas de licor que han bebido. Peor que perros —arremetía—, porque por último los perros lo hacen para alimentarse, mientras que estos malditos lo hacen para entretenerse. Salen en jauría igual que perros, a hacer puro daño".

Los perros también juegan, habría agregado el mismo, queriendo anticiparse al otro —a su interlocutor, que no había abierto la boca y que no la abriría tampoco (o muy poco)— y conspirando contra su propia persistencia discursiva.

"La analogía zoológica —se justificaba— es la que me brota de inmediato a la hora de imprecar, pero debo reconocer que es algo injusta con los animales", insistía algo irónico, con esa costumbre de volver sobre lo mismo que tienen los que han bebido en exceso. "No hay nada más asqueroso que lo humano", declaraba apasionado y haciéndose el chistoso, y matizando los énfasis de sus expresiones con justificaciones de estilo, como si pidiera disculpas por los contenidos rústico-nietzscheanos de algunas de sus tesis, pero que no podía evitar al evaluar ciertos aspectos de lo que él llamaba modernidad o contexto actual, o panorama social.

Cuando alguien que se apellidaba Mondaca le contradice, en parte, su tesis, o más bien se la matiza diciéndole que hay en los jóvenes una especie de opción cultural que valoriza simbólicamente la basura y que quizás por esa razón ellos patean los tarros que contienen los desechos domiciliarios llamados basura, él monta en cólera. No soporta la imitación que hacen los pendejos de modas gringas, eso dice, sin mucha convicción, a sabiendas de que su comentario crítico es débil, mientras se sacude el pelo de sarmientos secos que caen del parrón apestado.

"La imprecación corresponde a una escuela poética que es toda una tradición en la lírica nacional, Mondaca", volvía a arremeter Carrasco, dirigiendo su discurso al interlocutor antes citado. "Y tú como poeta y profesor lo tenís que saber.

El más grande de los imprecadores fue sin duda De Rokha.

Y conste que no me quiero meter en tu terreno, pero todos tenemos derecho al uso (y abuso) de los estilos. Y el vate Neruda también le hacía al estilo imprecador: 'chacales que el chacal rechazaría', decía... no sé si era en España en el corazón.

Tú me corregí, Mondaca, si me caigo en la cita, porque suelo caerme en las citas. Y esos apelativos son aplicables a los pendejos, disculpando a los chacales. Yo sé que exagero, pero es un buen ejercicio mental exagerar, a mí me hace bien, no sé si a ti". Siempre tratando de parecer divertido o, al menos, paradojal y, en cierto sentido, lográndolo.

Y te has fijado, Mondaca, que muchos de estos cánidos —refiriéndose a los muchachos— pretenden pasar por anarquistas, los muy pretenciosos. Porque nosotros sí lo somos efectivamente, Mondaca, como lo fuimos en otros tiempos también, con práctica y teoría juntas. Yo no sé de dónde sacan esa estética gótica fascistoide que los ubica en el mercado de los trapos y del look. Es que en el fondo son sólo un dispositivo de consumo, del consumo más compulsivo y delirante, ávidos de mierda, mierda tecnológica mezclada con papas fritas y ketchup, viejito, además de ser unos mamones y unos chupasangre, ávidos de perversión.

Es cosa de observarlos, ni siquiera con mucha detención, embobados frente a los videojuegos y a los computadores a los muy zánganos, con esa arrogancia digital que los hace permanecer horas de horas frente a ese púlpito de teclas y pantallas. Pura indolencia de drogos maracos, los muy hijos de puta. Sí, ya sé, me corroe el delirio destructor, como que me da la furia asesina con ese estiércol antropomórfico llamado pendejos. Fue inútil para su interlocutor intentar cambiar el tema cuando Carrasco abría la segunda botella de cabernet sauvignon. Quiso quedarse a compartirlo porque le gustaba ese cepaje. Eso al menos le comentó, intentando darle otro curso temático a la plática, lo que era bastante difícil dado el decurso retórico que había tomado la misma.

Sí, sueño con atacarlos con mi lanzallamas purificador y ubicarme en la entrada de ese local infecto de videojuegos que hay en la esquina, y quemarlos a todos.

Créeme, he soñado con esa imagen de pendejos quemándose, revolcándose y chillando como locos. Incluso me lo he imaginado filmado o como imagen de cine, que es el modo común en que uno construye imágenes, sin necesidad de leer a Bachelard. Quiero hacer de héroe exterminador de pendejos. ¿Nunca has tenido deseos de asesinar canallas y miserables, Mondaca, tener fantasías criminales? Al menos para sanear el entorno. Yo vivo torturado por esas fantasías. ¿Viste Taxi Driver? Esa imagen del lanzallamas la vi en una película de la segunda guerra que pasaban en el cable; un soldado norteamericano en la campiña francesa, creo, después del desembarco ese, en un pueblo esos de vino y queso, supongo, por lo de la cultura gastronómica y vitivinícola que parece que trajeron los exiliados de allá. Entonces, los soldados combatían casa por casa. Había un sargento de una columna que portaba una subametralladora Thompson, me encanta ese diseño de armas viejas (vi una historia de esas armas en el History Channel), y unos pasos más atrás venía el soldado con el lanzallamas, y en un momento dado, el sargento le hace una seña sobre el objetivo a atacar, una casa derruida, el soldado aprovechando una ventana, hecha mierda por los bombardeos, introduce el soplete, por llamarlo así, no sin antes haberle bombeado el estanque, y —como su nombre lo dice— lanza una llama, una llamarada mejor dicho, una maravilla de lengua de fuego, y salen los enemigos quemándose y gritando, que es una preciosura, una belleza, Mondaca, créeme.

Y de ahí que estoy pegado con, yo no lo llamaría imagen, sino modelo de fantasía criminal. Igual cuando el guatón Romo se quejaba de que a esos que llamaban detenidos desaparecidos había que haberlos hecho desaparecer de verdad y mencionaba que había que haberlos tirado a la boca de un volcán. Algo parecido, aunque nunca tan sofisticado, propongo yo con estos canallas. Son unos canallas, canallas, repetía en delirio y refocalizando al enemigo, haciendo un gesto como si instalara un mira telescópica que apuntaba a los pendejos. Canallas, insistía, golpeando la mesa —peligrosamente— con un vaso de vino, como queriendo hacer salud. Había una canción de Silvio Rodríguez que decía algo como eso, algo de matar canallas con un cañón del futuro, yo me quedo con mi lanzallamas, metafóricamente es mejor, se conformaba.

¿Te acordái cuando escuchábamos al Silvio? Linda época, aunque tenía una voz medio amariconada, ¿no te parece, Mondaca? ¿Qué escuchan estos malditos hoy? No me respondái, Mondaca, porque ya me lo imagino. Basura gringolandesa o mierda fronteriza, la de los límites de allá. Los chuchadesumadre no tienen dónde caerse muertos y tienen celulares hasta con televisión y cámaras fotográficas, hasta escuchan música en esas cagadas, arremetía como poseído —justo en el momento en que creía que Carrasco iba a cambiar el contenido de la conversación. Seguramente los negocian con los traficantes que los esperan a las salidas de esos lugares en que simulan que estudian y que parecen colegios, y que es donde nosotros hacemos clases, Mondaca.

Y te apuesto que el costo es por servicios menores, como chuparles la diuca, los muy cerdos, o bajárselos pa' que los huevones se los culeen, estos cabros culiaos no tienen principios.

Tú decí que yo exagero, sabí que no, Mondaca. Ambos sabemos que antes era muy distinto y no es que sea un viejo anticuado. El cambio valórico, viejito, es brutal, estos perros son otra raza, son una etnia distinta a nosotros. No tienen suelo moral, éstos se acostumbraron a caminar sobre mierda.

Y no lo digo solamente por el hecho de que siempre están a punto de asesinarnos, sino porque tienen otra cabeza, son todos unos muñecos diabólicos, unos Chuki hechos en serie.

Puta que los odio, Mondaca, no sé qué voy a hacer para seguir en este negocio. ¿Tú creí que yo debiera hacerme un psicoanálisis o correrme una maratón terapéutica de esas medio jungueanas? Si ya ni se me para, cabrito. ¿Tu señora no trabaja en una de esas cuestiones tirando el tarot? Y pensar que si tuviéramos ley de aborto, como un buen país civilizado, no tendríamos este problema, Mondaca.

Esta pega me mató el alma. Claro, tú con decirme que estoy deprimido resolví el asunto. ¡De qué me sirve tu diagnóstico! No me sirve de aval tu juicio, incluso yo te recomendaría que te lo metieras por la raja. Como si el mero diagnóstico fuera la cura de la enfermedad. ¿Por qué no ponemos un negocio, Mondaca? Un café con piernas, pero con ingredientes culturales, un cibercafé con piernas, por ejemplo, y nos olvidamos de estos pendejos, los mandamos a la chucha. Aquí estamos puro hueviando. Porque en el mercado laboral estamos harto depreciados. Tu señora, sin ir más lejos, gana más que tú, porque es psicóloga. En realidad debiera haberse casado con un arquitecto, que es más coherente, pero no, tuvo que ser con un mediocre profesor como tú. Yo, muy de cerca, te puedo contar algo que tú sabes y que no es necesario que me lo recuerdes, que estoy casado con una profesora y que igual gano menos porque la otra es orientadora. La huevona trepadora ha hecho cursos de perfeccionamiento y todas esas cagás para optimizar su vocación docente. Y la muy perra se siente una profesional realizada porque "hace muy bien su trabajo" diseñando jornadas vocacionales y esas patrañas, pa' que los pendejos encuentren su lugar en el mercado de las profesiones.

Pichula, Mondaca, la huevona es una perra simuladora, una impostora, una ventajista odiosa, una calculadora endemoniada.

Igual la admiro por eso, por ser implacablemente persistente en su maldad, porque hay que ser muy especial para estar todo el día escuchando esos gritos de los pendejos y soportar la presencia de esa sarta de boludos mediocres que son los profes, y para soportarme a mí que fracasé en la vida, y que estoy fascinado con eso, imagínate fuera exitoso, como saco de huevas achilenado. Se ríe a mandíbula batiente. Te acordái, Mondaca, de un profe rayado que mató a la señora, que era colega, en el mismo colegio, creo que fue en Valpo. Y que después se pegó un tiro y no murió, qué bajón. Siempre me pregunto por qué el huevón no mató a un par de alumnos. Yo recorté esa noticia, la tuve un buen tiempo pegada en mi pieza y mi señora me la botó.

Donde la caga esta tipa, que por cierto quiero y desprecio mucho, es que a pesar de tener un marido mediocre que no le gusta lo que hace, porque el muy saco de bolas quiso ser poeta y tener conciencia crítica, igual le echa para adelante y hasta se arregla para verse presentable, a pesar de los kilos de más, y le sonríe a la vida. Y yo que nunca me pude sanar del síndrome del estudiante perpetuo, porque no la pasábamos tan mal con esa tontera de ser estudiante de pedagogía y querer ser poeta para acrecentar el currículo. En realidad a mí no me dio el puntaje, porque en verdad hubiera querido estudiar antropología, y como el huevón se creía inteligente intentó hacerse un camino en las letras nacionales y tú sabís lo que pasó. La poesía es una picantería de chileno charchay bueno para el frasco. ¿O no, Moncada? Incluso te pusiste seudónimo, ¿cuál era, una especie de anagrama de Mondaca? Porque tú también escribiste versitos, si no me equivoco. Bueno, ordinariez de chileno. Y aún lo haces, no lo niegues.

Estás disculpado, Mondaca, todos los huevones queríamos ser poetas porque era una cuestión de época. Recuerda que todas íbamos a ser reinas. Parece que era una forma de espantar al demonio de la inseguridad y así pasar piola, era como un diseño necesario para simular algo, una impostura que se nos imponía como recurso de afirmación de uno mismo o algo como eso, nunca lo he tenido muy claro. ¿Qué crees tú, Mondy, cariño? Creo que la respuesta va por la psicología o por la alta psiquiatría, me imagino, qué sé yo, una lobotomía y todo resuelto.

Recítate algo, Mondaca. En una de esas nos emocionamos.

¿Tendremos salvación, Mondy? Mejor será pensar en otra cosa. ¿Qué hacemos? Tú debes saber algo, porque lo que es yo no me da la imaginación. A veces pienso que lo que nos faltó a nosotros fue ser más perceptivos, como que nos faltó instinto, ¿no te parece? Eso que deben tener los buenos deportistas a la hora de hacer su pega, como cuando un centro delantero hace su gol, me refiero al gol de su vida, ese que lo marca para siempre, dándole sentido a su existencia.

Eso es lo que creo. Y así estamos, lamentando no haber metido ese gol cuando tuvimos la oportunidad de hacerlo, o haber ocupado ese huequito cuando correspondía, para decirlo de otra forma. ¿O nunca tuvimos la capacidad para hacerlo, para meter un gol de verdad o nunca hubo hoyo? Tú estás peor que yo, ni siquiera piensas el tema. O mejor. Quién sabe. A todo esto, supiste que el otro día llegó una invitación a la casa, creo que también están invitando por correo electrónico. Los huevones se van a juntar en la parcela del pelao Riquelme en La Florida. ¿Te tinca ir? Para qué te pregunto si a ti te encantan esas cosas. Para mí sería una humillación ir, el sólo hecho de aceptar un tipo de invitación así es como aceptar o asumir que uno está en el infierno. Y tal vez de eso se trata.

Esa es la típica reunión humillatoria, dedicada a consagrar a los que se creen exitosos a costillas de los huevones cagaos, esos que no han hecho ninguna huevada valiosa en su vida, y en la lectura que hace el enemigo esos huevones somos nosotros, más concretamente yo mismo. Son esas reuniones que hacen para humillarnos, Moncada, para humillar a los que quedaron en el camino, repetía mientras intentaba inútilmente limpiar un mantel manchado con vino. Tú sabes, el asado, el copete, y en ese contexto de huevones etílicos pasar revista a la nada, a la nada que hemos hecho, y el dueño de casa refregándonos que tiene una parcelita, su locus amoenus, exhibiendo como triunfo una cagada de terreno precordillerano, acosado por todos lados, la pesadilla chilensis. La pega que se consiguió en el gobierno regional, además de la presentación de su nueva señora, porque todas esas cosas ganadas a lo tránsfuga, los huevones las exhiben como éxito. Así es este país, lleno de chilenos enfermos de sí mismos.

Puta que me caen mal los chilenos, Mondaca. ¿Por qué no renunciamos a nuestra nacionalidad, Mondaca? ¿Eso se podrá hacer? Me refiero a la cosa jurídica. Es una fantasía de antiidentidad que tengo. No sé si hay algún precedente jurídico al respecto. Incluso he estado tentado a presentar mi caso a la ONU, que existiera la posibilidad de declararnos apátridas. Yo lo haría, Mondaca, créeme que sí lo haría. Podríamos dar entrevistas sobre el tema, saldríamos en el diario, nos harían algún reportaje televisivo.

En una de esas es una solución, al menos psicológica, de nuestra miseria vital, incluso te puede servir para un proyecto de poesía maldita.

Yo me acuerdo de un gringo que estuvo aquí en la época de la UP, creo que se llamaba Dean Read, era actor y cantante, actuaba en Italia en spaghetti westerncrazy