Cubierta

Memorias de
Neil Young

El sueño de un hippie

MalPaso
BARCELONA MÉXICO BUENOS AIRES

Para Ben Young, mi héroe, mi guerrero.

Y para su madre, hermano y hermana.

Prólogo

De joven jamás soñé con esto. Soñé con colores y que me caía, entre otras cosas.

Capítulo uno

Broken Arrow Ranch, primavera de 2011 La familia Young: padre Neil, madre Pegi
Hijos Amber y Ben

Arranqué la cinta adhesiva de la caja de cartón. En el suelo había un montón de papel de regalo. Ben miraba desde la silla y Amber y Pegi estaban sentadas a mi lado. Con cuidado, extraje de la caja un objeto pesado. Estaba envuelto en más papel de regalo y en una capa gruesa de un material protector esponjoso. Entonces lo vi: un intercambiador de locomotoras con un distintivo hecho a mano de Lionel. Curiosamente, no era un Lionel de verdad. Debía de tratarse de un prototipo. En la caja había una nota escrita de puño y letra por Lenny Carparelli, uno de los numerosos italoamericanos vinculados de una forma u otra a la historia de Lionel, una empresa de la cual todavía poseo una pequeña parte. Leí la nota. La maqueta era de la General Models Corporation. Era un intercambiador bien bonito y se trataba del prototipo que Lionel había empleado para crear su propia maqueta. Tal como indicaba la nota, eso había sucedido antes de que los pleitos empresariales y los secretos profesionales se hubieran adueñado por completo del mundo de la creatividad y del diseño.

En vacaciones, Pegi siempre me regala objetos para coleccionista de Lionel; tengo una amplia colección de rarezas expuestas en una cristalera en una habitación con una enorme pista para trenes. No se trata de una pista normal, pues el paisaje lo forman tocones de secuoya, que hacen de montaña, y musgo para los prados. La red de ferrocarriles ha pasado por un momento duro, tras lo cual se ha producido una sequía. El trabajo en las vías férreas, antes realizado por equipos de chinos infatigables, ha quedado abandonado. Ahora unas máquinas de vapor chinas caras y detalladas de Lionel cruzan las vías. Mi red de ferrocarriles es en cierto modo histórica, pues en ella se idearon y desarrollaron a partir de cero los sistemas de sonido y de control de comandos de Lionel. Luego se ajustaron sobre ella los prototipos y se creó y probó el software para, de nuevo, volver a reprogramarse y probarse en infinidad de ocasiones. En suma, un auténtico quebradero de cabeza, diríase, todo lo relativo al desarrollo de esos componentes electrónicos. La historia arranca, en este punto, con el nacimiento de Ben Young.

Ben nació tetrapléjico justo cuando yo volvía a aficionarme a los trenes, pasatiempo que de niño me enloquecía. Diseñar juntos la pista fue uno de los momentos más felices de mi vida. Él todavía estaba en el moisés cuando miles de trabajadores chinos tendieron la vía, trabajando sin descanso día y noche. Ben observaba mientras trabajábamos. Al cabo de unos meses llegó el momento de poner en marcha los trenes, y luego diseñé un sistema de agujas que Ben podía accionar apretando un enorme botón rojo. Nos costó mucho, pero le resultaba gratificante ver cómo podía accionar el mecanismo sin ayuda; lo cual parecía conferirle cierta sensación de poder.

Sin embargo, eso fue hace treinta y tres años; ahora estoy limpiando las cristaleras tras las cuales mis preciados objetos de Lionel se encuentran a salvo y a la vista de todo el mundo. Tampoco es que venga mucha gente. Las visitas pueden contarse con los dedos de una mano, y es una pena si se tiene en cuenta el trabajo que ha supuesto escenificar esta especie de exposición. La mera observación de la exposición y de la pista puede llegar a provocarte una suerte de experiencia zen. Su contemplación me permite rememorar y revisitar el caos, las canciones, las personas y las emociones de mi niñez que todavía me acompañan. No es mal método, pero tampoco del todo recomendable. Durante meses se amontonan las cajas por doquier y los trenes descarrilados recubiertos por el polvo, y de pronto, milagrosamente, irrumpo de nuevo en escena, lo limpio y organizo todo durante horas y horas, ocupándome de cada detalle hasta que todo vuelve a ir, literalmente, sobre ruedas. Producto, a buen seguro, de una conjunción astral que suele anunciarme el desenlace inminente de otros procesos creativos.

Recuerdo que un día David Crosby y Graham Nash vinieron a verme a un establo que había convertido en sala de trenes, durante la grabación de American Dream, gran parte de la cual se hizo en Plywood Digital, que no era sino otro establo que había transformado en estudio de grabación en el rancho. Teníamos una camioneta aparcada en el exterior con un equipo de grabación y estábamos preparando varias canciones nuevas. Estábamos entusiasmados de volver a tocar juntos. Crosby ya no se drogaba, se estaba recuperando de la adicción a los chinos de cocaína, acababa de salir de la cárcel por algo relacionado con un arma cargada en Texas, y era propenso a echarse una siesta entre toma y toma. Todavía estaba desenganchándose y se esforzaba al máximo porque el grupo y la música eran su mayor pasión. No conozco a nadie a quien le apasione tanto la música. Graham Nash ha sido su mejor amigo desde hace mucho tiempo, en la salud y en la enfermedad, y la manera que tienen de cantar juntos da fe de cuán intensa es su relación.

Se conocieron cuando estaban en los Hollies y en los Byrds, dos grupos fundamentales en la historia del rocanrol, y luego, con Stephen Stills, formaron en 1970 Crosby, Stills & Nash. El primer disco de CSN es una obra de arte. Definió un sonido que otros grupos han imitado durante años, algunos con mayor fortuna comercial, pero no hay duda de que ese primer disco de CSN fue innovador. Stephen tocaba casi todos los instrumentos. Los grababa por la noche con Dallas Taylor, el batería, y Graham. Unos años antes Stephen había intentado hacer de todo en los Buffalo Springfield, desde producir, componer y ocuparse de los coros hasta asumir más protagonismo con la guitarra, y en CSN, por primera vez desde la disolución de los Buffalo Springfield, pudo explorar su propio potencial creativo, y lo hizo a lo grande. Pero volveré sobre ello más adelante…

Pues bien, vi a David mirando una de las salas de trenes repletas de material rodante y lanzándole, acto seguido, una mirada furtiva a Graham cuyo arcano mensaje podría sintetizarse como creo haber intuido en aquel preciso instante: «Este tipo está como una puta cabra, se ha vuelto majara. Está obsesionado». No le di importancia. Lo necesito. Me mantiene cuerdo.

Me encuentro ahora limpiando una de las cristaleras que alberga mi colección. En cuanto el cristal está reluciente, me detengo a observar las maquetas Lionel, alineadas de un modo que sólo yo comprendo.

Salgo del edificio y camino unos cincuenta metros hasta Feelgood’s Garage. Feelgood’s está repleto de amplificadores, sobre todo de Fender antiguos pero también de Magnatone, Marshall y algún que otro Gibson. Recuerdo mi primer ampli Fender, me lo regaló mi madre, que siempre respaldó mi carrera como músico. Era un modelo de dos partes, la pantalla iba abajo y el cabezal encima. Los dos altavoces de veinticinco centímetros del ampli doble más pequeño de Fender emitían un sonido espectacular. Para mí era enorme. Había tenido antes un Ampeg Echo Twin. En el colegio solía soñar con amplis y escenarios y hacía mis pinitos en escenografía diseñando todo tipo de escenarios. No puede decirse que me fuera muy bien en esas clases.

Feelgood’s también da cobijo a mis coches. Me apasiona el transporte. Coches, barcos, trenes. Viajar. Me gusta estar en movimiento. Una vez, cuando tenía veintidós o veintitrés años, caminaba por una calle de Los Ángeles y vi un lugar que se llamaba Al Axelrod’s. Era un taller de coches. La parte trasera de un descapotable rojo asomaba por el garaje. Era un Buick de 1953 o 1954. De niño, uno de los amigos de mi padre, el escritor Robertson Davies, vivía cerca de nosotros en Peterborough, en Ontario. En Navidades solíamos ir a su casa y jugábamos a las adivinanzas. Tenía varias hijas. Era de lo más interesante. Pues bien, él también tenía un flamante Buick del 54 que me dejó impresionado. El diseño de la rejilla del radiador, las luces traseras y la forma del coche, con una especie de ondulación de las líneas en el centro que resaltaba gracias a una franja cromada. Esa ondulación surgía del hueco circular de las ruedas traseras y era exclusiva de los Buick.

Entré en Al Axelrod’s y vi un Buick Skylark por primera vez. Me quedé alucinado. ¡Sólo se habían fabricado 1.690 unidades de ese modelo! Se hacían por encargo en la misma época en que General Motors introdujo los Eldorado y los Corvette. Me pasé años buscando un Skylark, y finalmente John McKeig encontró uno en un taller de chapa y pintura de Pleasanton, en California. John era un veterano de Vietnam que se ocupaba de mis coches. La chapa y la pintura eran su especialidad. Empezó por hacerme un trabajo de reparación, y luego lo contraté para que viniera a ocuparse de los treinta y cinco coches que ya había comprado por aquel entonces. Todos eran modelos únicos. La mayoría era de la década de los cincuenta, y había muchos Cadillac. No solía interesarme mucho por el estado en qué se encontraban cuando los compraba, sólo me fijaba en la forma (eso fue un grave error, porque muchos de ellos daban problemas y tuve que invertir mucho tiempo y dinero en repararlos. Habría sido mejor, y más barato, comprar coches en buen estado). En cualquier caso, tras pasarme años coleccionando coches decidí vender la mayoría y quedarme sólo los mejores. Casi todos estaban en Feelgood’s. El mejor de la colección es un Buick Skylark de 1953, el que encontró John. Tiene un 1 en el chasis. Fue el primero que se fabricó. Rey de reyes.

Aquí estoy, escribiendo en Feelgood’s, derramando la mirada perdida sobre los coches y una mesa de negociaciones con una pizarra blanca. Mañana tengo una reunión importante con Alex, un representante que trabaja para Len Blavatnik, el nuevo propietario de WMG, mi discográfica. El objeto de la reunión es platicar sobre mi nuevo proyecto empresarial, PureTone. Al menos así se llama esta semana. Todo es muy incipiente y cambiamos el nombre a menudo. El objetivo de la empresa es rescatar a la música, mi principal medio de expresión artística, de la degradación cualitativa de la que viene siendo víctima en la era digital y en la que parece hallarse irremisiblemente inmersa. La propia caída de las ventas trae causa de dicho empobrecimiento y de la más absoluta desconsideración por la calidad artística y por la expresividad del sonido, atributos me atrevería a afirmar que irrenunciables para la apreciación y comprensión del significado de una composición musical. El propio declive del interés por la música, en el más amplio contexto de la cultura popular, hunde sus raíces en este degradante envilecimiento que se ha adueñado de la industria con la metástasis de la tecnología digital en su más perversa formulación. La proliferación de empresas que venden música en línea, a la manera de iTunes, han acabado no sólo con la calidad de la música misma, sino con la riqueza de la propia experiencia auditiva en su más amplia definición. Un archivo mp3 contiene un cinco por ciento de la información que se encuentra en un master o en un archivo original de PureTone o incluso, si me apuran, en un vinilo. Mi propósito es diseñar un reproductor portátil y un modelo de distribución en línea que ofrezca una alternativa de calidad a los reproductores mp3, sin por ello dejar de tomar en consideración los criterios de comodidad del consumidor actual. Sueño con poder aunar el alma de la industria musical con la tecnología de Silicon Valley, a fin de crear un nuevo orden en el que los artistas tengan la voz cantante, y no los despiadados accionistas culpables de este magnicidio. Mi objetivo es reivindicar y recuperar una forma de entender este arte preservando, en tan legítimo empeño, la obra original en su plenitud, mas tratando de satisfacer, a un tiempo, a los amantes de la música proporcionándoles una mejor apreciación de la propia composición musical.

Mañana es la gran presentación. Trataré de exponer mi estrategia con la ayuda de Mark Goldstein, principal aspirante a la dirección de PureTone e inveterado especialista en el alumbramiento de empresas emergentes; personaje con el que felizmente di a través de unos amigos de Silicon Valley. Tipos estos muy inteligentes y empresarios de éxito. A diferencia de mí, han sabido perfeccionar el arte de sacar partido a sus ideas. En lo que a mí respecta, tengo muchas ideas y pocos recursos para ponerlas en práctica, pero no me quejo. El dinero no importa; mi objetivo es hacer las cosas bien y con eficiencia. Deseo de veras que este proyecto sea un éxito. Detesto lo que ha sucedido con la calidad de la reproducción del sonido en la música: ha perdido profundidad, corporeidad y emoción y la gente ya no disfruta de la música como antes. Es un arte moribundo. Ésa es mi percepción. Mi principal pasión en el campo creativo es grabar (así como componer letras y canciones), razón por la que esto me duele en lo más profundo de mis entrañas. Quiero hacer algo al respecto. Debo, pues, madurar el asunto, impresionar a Alex y conseguir apoyo financiero para este proyecto, porque lo necesitaremos.

El Skylark está a mi lado.

Con los Crazy Horse en Malibú (1975). De izquierda a derecha: Ralph Molina, Billy Talbot y Frank «Poncho» Sampedro.

Capítulo dos

California, 2011

Tampoco es que tenga la cosa mayor relevancia, pero hace poco dejé de fumar y de beber.

Estoy tan limpio como no lo estaba desde los dieciocho años. La principal duda que me asalta es si seré capaz de seguir componiendo. Todavía no lo he hecho, y la música es esencial en mi vida. Tengo ahora sesenta y cinco años y componer ya no resulta tan sencillo y fluido como antes pero, por otro lado, estoy bregando con este libro. Volveré a ello más adelante. Veremos cómo va la cosa.

El médico me dijo que me convendría dejar de fumar marihuana porque advirtió la ominosa presencia de algo que crecía en mi cerebro, y le hice caso. Mi padre era escritor y a los setenta y cinco años le diagnosticaron demencia, por lo que prefiero ser precavido. Cuando dejé de fumar marihuana aproveché también para dejar de beber, toda vez que nunca había dejado las dos cosas a la vez y pensé que sería una buena oportunidad para reencontrarme conmigo mismo. Mi hija dejó de beber hace varios años y el ejemplo que nos dio me marcó. Soy feliz viviendo con mi mujer, Pegi, y con los niños, y quiero vivir lo máximo posible sin ser una carga para nadie.

Aunque llevo un tiempo sin escribir canciones, quisiera aquí, a modo de hoja de ruta y, si se quiere, de constelación referencial, consignar unas cuantas canciones que significan mucho para mí y que han ejercido seguramente una gran influencia en mi propia manera de concebir y componer mis canciones: me encanta «Crazy Mama», de JJ Cale. Es una canción sencilla, directa y honesta tocada con gran naturalidad. El estilo de JJ me ha influido mucho. Su toque personal no tiene parangón. Me deja atónito. «Like a Rolling Stone», de Bob Dylan, resulta tan original como el primer día que la escuché. Todavía recuerdo esa tarde en Toronto. Me cambió la vida. La poesía, la actitud y el tono de ese tema son parte de mi ser. La canción pasó a formar parte de mí. El sonido de «Be My Baby», de las Ronettes, siempre me gustará. Lo llevo en el alma. Ronnie la canta de fábula. El ritmo, esos coros hermosos y resonantes, esa melodía: una unidad indivisible. Phil Spector es un genio. Jack Nitzsche es un genio. «Evergreen», de Roy Orbison, uno de los sentimientos más hermosos jamás grabados. Todavía recuerdo la voz de Roy y siento el amor de mi novia. «Four Strong Winds», de Ian & Sylvia, me toca de cerca. La llevo en el corazón. Me gustan las praderas, Canadá, mi pasado canadiense. Componer es lo mío y sé que no tardaré en volver a hacerlo.

También he estado pensando en los Crazy Horse. Ese grupo es un vehículo que me transporta a zonas cósmicas que no sabría atravesar con nadie más. Muchas personas me han preguntado por qué toco con ellos. Dicen: «¿Por qué tocas con los Crazy Horse? No saben tocar». La respuesta flota en el viento. Con ellos puedo ir a donde quiera. Pegi acaba de grabar «I Don’t Want to Talk About It», un tema de Danny Whitten, el guitarrista y cantante original de los Crazy Horse que acapara Early Daze, un disco con canciones de la primera época de Crazy Horse en el que he estado trabajando últimamente. Danny era tan bueno como yo, pero murió de una sobredosis de heroína a comienzos de los setenta. Cada vez que Pegi toca ese tema me embarga una profunda tristeza. Lo canta tan bien que me rompe el corazón. Su versión está a la altura. Lo de Danny es un asunto pendiente.

Llevo varios meses trabajando en Crazy Horse: The Early Daze, recopilando canciones inéditas que cuentan la historia del grupo de manera única. Crazy Horse, que se formó a principios de 1969 con Danny Whitten, Ralph Molina, Billy Talbot y yo, sigue en activo en la actualidad, en 2011. Me sienta bien trabajar en Early Daze. Se lo dije a Ralphie, el batería de los Crazy Horse, le conté lo bien que me lo estaba pasando. Recordó que por aquel entonces muchas cosas no vieron la luz. Ahora lo harán. Ralphie estaba entusiasmado. Tengo que acabarlo o, al menos, dejarlo a punto. Tendré que ponerme manos a la obra para ello.

Danny toca en todas las canciones. Todavía lo echo de menos. Habría sido un gran músico, habría pasado a la historia. Tengo remordimientos al respecto, pero este disco le hará justicia. Me quedé desolado tras la muerte de Danny, pero en 1973 estaba de gira con Jack Nitzsche, Kenny Buttrey, Tim Drummond y Ben Keith. La gira, que llamamos Time Fades Away, continuó. Danny tenía que haber tocado con nosotros. Ahora sólo quedamos Tim y yo.

Volvamos a los Crazy Horse. En 1974, tras la muerte de Danny, Billy Talbot, el bajista, me presentó a Poncho Sampedro, y refundamos los Crazy Horse con Poncho a la guitarra. Era un grupo diferente pero igual de bueno. Poncho nunca trató de suplantar a los demás, lo cual dice mucho de él. Era Poncho y punto. Nos gustó su actitud y nos permitió ser fieles a nosotros mismos, empezar de nuevo y seguir adelante. Grabamos Zuma, American Stars‘n Bars y Rust Never Sleeps. Somos un gran grupo de directo y para mí el hecho de tocar con los Crazy Horse es algo transcendental. Ojalá tuviera canciones nuevas… Necesito temas nuevos para conectar con ellos.

Interpretar canciones viejas no suele funcionar. Lo que los Crazy Horse necesitan es sangre nueva. Tengo un plan: Crazy Horse en la White House. Nos reuniremos en mi rancho en la White House, un enorme bungaló de secuoya de color blanco perdido en los bosques de Corte Madera Creek. Ha sido la sede de las actividades musicales en el rancho desde que en 1972 compré esa parte del terreno (no debe confundirse con la otra White House, una casita en la que solían vivir los trabajadores del rancho y que ahora alberga a las visitas que vienen a colaborar en proyectos musicales). El plan: Meternos allí y grabar, dejar el equipo un año o así hasta que tengamos un buen disco. Tocar y tocar y dejar que la musa reaparezca. Con tacto. Sin buscar. Sin trabajar. Sin intentar. Dejar que el espíritu vuelva a entrar sin ser avariciosos. Estar preparados. Eso bastará para poner a prueba mi abstinencia.

Quiero usar la vieja consola de grabación a válvulas, la Green Board (creo que es la mejor mesa de mezclas de todos los tiempos), y grabar ocho pistas en cinta magnética de dos pulgadas para conseguir el mejor sonido analógico posible. La Green Board ha vivido lo suyo. Pet Sounds y «Heroes and Villains», de los Beach Boys, Disraeli Gears, de los Cream, el Festival de Monterey y Wilson Pickett emplearon la Green Board. También usaremos Pro Tools para disponer de la tecnología digital necesaria para corregir errores, pero quiero ese viejo sonido a válvulas. Me gustan las válvulas y las reacciones químicas y de gas que crean el sonido. Creo que nos divertiremos y saldrá bien. Voy a empezar hoy mismo. Os mantendré informados.

Quiero que este disco de los Crazy Horse sea el primer lanzamiento de PureTone. Sería genial. La experiencia musical actual es muy distinta a la de antes. La cultura ha cambiado. Tiene que ver, sin duda, con la calidad del sonido, y PureTone pondrá remedio a eso. El problema no es la música sino el sonido.

Hace años escuchábamos los acetatos (vinilos que sólo se podían reproducir unas cuantas veces) y oíamos lo que se había grabado en el estudio. La emoción era instantánea, palpable, y enseguida nos transportaba al mundo espiritual. Escuchábamos, sentíamos y asimilábamos las ondas del sonido. Fue una época increíble. Ya no existe, pero podríamos recuperarla con una calidad de sonido visceral.

En la actualidad la música se ofrece como cualquier otro medio de entretenimiento, como un juego que no tiene en cuenta la calidad del sonido. Es como un pasatiempo interesante o un juguete, y no un mensaje para el alma. Sí, las cosas han cambiado.

Así que el plan es volver a grabar. Meterse de lleno en la música. En ésas estoy. Siempre me ha sentado bien. Quiero volver a sentirla. Necesito sentirla en el cuerpo, cantar letras que hagan que me vuelque en pasajes instrumentales largos que sólo son posibles con los Crazy Horse. Recuerdo que en una ocasión estábamos grabando en el estudio y mi mirada se cruzó con la de Ralph. Por unos instantes lo vi inmerso en un estado de éxtasis puro. Establecimos contacto visual y esa sensación siempre me ha acompañado. ¡Es como si hubiéramos sentido a la vez todo el poderío de los Crazy Horse! Ahora Ralph siempre me dice: «No me mires mientras toco». Sé por qué. No quiere pensar en su expresión. Quiere tocar. Así que cabalgamos juntos, pero en solitario. Crazy Horse es una bestia sin igual. Cualquiera que haya presenciado una descarga eléctrica de los Crazy Horse sabe a qué me refiero.

Cuando pienso en la música actual me llama la atención su historia, la importancia que tiene para el público. Las raíces del rock y del rhythm and blues son una delicia. Esa música perdurará. Fueron tiempos mágicos y soy consciente de que no se repetirán. Sé que si consigo devolverles toda su gloria sonora con PureTone será una revelación para los amantes de la música, ya que oirán las canciones con la resonancia original y sentirán las emociones que conmovieron a toda una generación. Cada día falta menos para que se haga realidad…


Pongo rumbo a la sala de trenes para ver si puedo arreglar el descarrilamiento de la última visita. Debería de ser fácil. Después me quedaré un rato allí a verlas venir. Tal vez me lleve el ordenador para escribir. Así fue cómo compuse el guión de Greendale. Escribía en todas partes. Llevaba un bloc y me ponía a escribir cada vez que se me ocurría algo. Al principio no sabía que se trataba de una historia. Pensaba que eran unas cuantas canciones con los mismos personajes. En fin, voy a recoger aquí y salgo para la sala.

Es verano y está lleno de insectos. De camino a la sala, me doy cuenta de que los cisnes que viven en el lago que hay frente a nuestra casa no llegarían a tiempo al agua si estuvieran fuera y les acechase un lince rojo, un puma, un coyote o cualquier otro depredador. Hemos perdido varias aves recientemente y es algo a lo que deberíamos poner remedio.

El descarrilamiento se produjo en las agujas para el paso elevado, donde ahora confluyen las dos vías principales. Antes había dos vías en la misma zona. Los chinos que trabajaban en el ferrocarril construyeron varios puentes de caballete encima de un ramal que pasaba por debajo de las dos vías originales. Después de que, a principios de los ochenta, un terremoto sacudiera los cimientos de la vieja estructura, el ferrocarril, que estaba pasando por momentos difíciles, no pudo financiar la reconstrucción. Con el fin de ponerlo todo en marcha de nuevo y recuperar los ingresos perdidos lo antes posible, las vías principales se fusionaron para crear un puente temporal que permitiría el uso de una nueva vía única por encima del ramal. Como consecuencia de ello, se ha convertido en un punto de congestión, que no estaba en los planes iniciales y que ha originado más de un descarrilamiento y las correspondientes inspecciones de seguridad posteriores.

Arreglar el descarrilamiento no fue tan sencillo, me llevó más de cinco minutos. Tuve que colocar las agujas en modo manual para ensamblar el tren de nuevo, después de haber resituado los vagones descarrilados. Mi pericia para recolocar los vagones usando el tacto en lugar de la visión, fruto de muchos años de experiencia, me ahorró tiempo y conseguí que el ferrocarril se pusiera en marcha antes de que fuera necesaria una inspección oficial. Resuelto el problema, vuelvo a la escritura.

Capítulo tres

Tengo que contaros qué tal fue la reunión de ayer en Feelgood’s.

Junto con mi socio Craig Kallman, director de Atlantic Records, llevamos al caballero que representa al nuevo propietario de WMG a dar una vuelta en un Cadillac Eldorado de 1978 para que escuchara PureTone. Era fundamental que el caballero en cuestión, Alex, comprendiese nuestro proyecto e hiciera ver a su jefe que sería muy buena idea financiarlo, así que le hice una demostración en toda regla. Para nuestro regocijo, advirtió enseguida la diferencia en la calidad de sonido. Ahí está el quid. Hacer historia musical, recuperar nuestro sonido y devolvérselo a la gente. Al fin y al cabo, el fin último de la tecnología es mejorar la calidad de vida.

Le enseñé el Revealer, una función que permite al oyente comparar PureTone con otros formatos comprimidos como el CD o el MP3. De repente, noté que Craig me daba palmaditas frenéticamente en el hombro. Alcé la vista y vi que estábamos a punto de chocar con otro coche. Frené justo a tiempo de evitar un choque frontal. Íbamos por el camino del rancho y no esperaba ninguna visita, pero la señora que conducía el otro coche era la esposa del jefe de catering que había contratado para la reunión que traía salsa barbacoa. Pasado el susto, proseguí con la demostración.

Mark, firme candidato a liderar el desarrollo del proyecto PureTone, me había aconsejado que, como parte de la demostración, proyectara el vídeo que había grabado en el que varios músicos escuchan PureTone en el Eldorado y explican lo mucho que les gusta ese sonido. Tom Petty, Mike D, de los Beastie Boys, Flea, de los Red Hot Chili Peppers, y Kid Rock aparecen en el vídeo, junto con Mumford & Sons y My Morning Jacket. Todos ellos alaban los méritos de PureTone y se muestran entusiastas ante la perspectiva de que los oyentes puedan disfrutar de la misma calidad de sonido que los artistas cuando grabaron los originales en el estudio. Mark insistió en que le mostrara el vídeo a Alex en el iPad, el mismo iPad que estaba usando para controlar el reproductor de PureTone. Había que hacer la demostración al más puro estilo Silicon Valley. Al fin y al cabo, somos una empresa de Silicon Valley cuyo propósito es que la música de los artistas y las discográficas se sirvan de la nube para salvaguardar el sonido de la música. Extraje con destreza el iPad de la funda, encontré el vídeo y ¡comencé a reproducirlo por la mitad! Al darme cuenta del error, volví a la página de inicio, busqué el vídeo y lo puse de nuevo… y entonces advertí que había confundido el control de sonido con el del posicionamiento del vídeo y había silenciado el vídeo. ¡Todo un genio de Silicon Valley! ¿En qué estaría pensando?

La demostración no estaba saliendo bien, pero al final conseguí arreglar el desaguisado. Gracias a Dios, el vídeo es buenísimo y deja las cosas bien claras. Alex dijo que le había gustado mucho y que el proyecto sería un éxito. Será el primero de los muchos episodios que pensamos presentar en Facebook antes del lanzamiento de PureTone, un vídeo cada día durante un mes. ¡Toda una demostración! Todavía no sabemos lo que Alex le dirá a su jefe: ¿invertir o pasar? Esto de montar una empresa nueva se las trae. No es apto para las personas de corazón delicado.


Al día siguiente estoy de nuevo en Feelgood’s. A las tres me reuniré con nuestro nuevo socio, WMG, para ver cómo ponemos en marcha PureTone. El Skylark está mejor que nunca. Le acabo de poner matrículas nuevas. Son matrículas viejas de California que compré en eBay. En Feelgood’s hay otros coches: un Buick Roadmaster de madera del 47 que traje al rancho en 1970, un Corvette del 54 que compré en 1974 (fue donde me enteré de que Carrie, la madre de Zeke Young, estaba embarazada), un Eldorado Biarritz descapotable del 57 que Pegi y yo compramos en la San Mateo County Fair Antique and Collector’s Revival hace ya unos cuantos años, y un Jensen 541 del 57 que compré en Fort Lauderdale en 1975 mientras estaba reparando la WN Ragland, mi goleta de 1913, con Roger Katz, un amigo de toda la vida. Todos los coches tienen historia propia y albergan recuerdos. Mi última adquisición, un Avanti de 1963, se encuentra en el taller y pronto estará listo para ocupar un lugar en Feelgood’s. Algún día me gustaría escribir un libro sobre todos los coches que he tenido. Cada coche tiene una historia distinta.

Siempre he pensado que comprar un coche o una guitarra es como comprar los recuerdos, los sentimientos y el pasado de alguien. Me inspira para componer. Hago lo que sea con tal de escribir canciones nuevas… Un coche viejo te transporta a lugares nuevos. Una guitarra vieja, bueno, ésa ya es otra historia.

La Green Board está a unos cinco metros de mí. Parece una pieza de museo. Quiero devolverle la vida y, de paso, hacer otro tanto conmigo. Aguardar la hora de la reunión, rodeado de cosas con historias únicas, es parte de mi vida. Al parecer, soy un tipo materialista que se deshace de cosas para que así todo sea más ligero.

Esperar no es una cosa que se me dé bien. Suelo impacientarme cuando estoy centrado en conseguir que algo se materialice. Creo que las cosas van siguiendo su curso, pero no puedo tocarlas como sí puedo hacer con la guitarra. Es obvio. Ser músico te permite remover las notas y expresar cosas que hay en tu interior sin que nada más importe. Quizá por eso me siento tan feliz cuando toco la guitarra o cuando grabo. Me entusiasma la idea de usar la Green Board para el siguiente disco. Me encanta el sonido y, aunque ahora mismo no tengo canciones y ni tan siquiera ideas, deseo expresarme a través de la música. Alejarme de la música para hacer otras cosas es lo que me permite seguir centrado en la música. Necesito apartarme de la música para así apreciarla de veras cuando se presenta la oportunidad. La mera idea de tocar hace que me sienta como en casa.

Mi amigo Paul siente lo mismo. Le gusta la música, pero tiene que alejarse de ella para que siga estando pletórica de vida. Es un proceso equilibrador. Paul y yo somos amigos porque los dos conocimos y quisimos a Linda, a quien conocí durante la primera época de los Buffalo Springfield. Linda era una mujer maravillosa. Paul y yo seguimos en contacto y, de vez en cuando, hablamos sobre música o sobre lo que sea. Paul me cae muy bien. Tocó en el concierto benéfico de la Bridge School hace varios años y su actuación fue estelar. Por el modo en que se mueve y la pasión que pone en la música, me recuerda un poco a un Charlie Chaplin moderno.

La semana que viene habrá una reunión importante sobre Lincvolt, otro de mis proyectos en el que llevo ya cuatro años trabajando con la intención de modificar un coche enorme para que sea más sostenible desde el punto de vista energético. ¿Por qué? Porque si es posible con un coche grande, imaginaos lo que podría hacerse con un coche pequeño. En Estados Unidos todo es grande. La gente recorre miles de kilómetros. Las carreteras son largas y hermosas. El paisaje es divino. Usar un coche grande para un proyecto eléctrico evoca el espíritu errante de Norteamérica y llama la atención sobre la causa, consigue que la gente hable de ella, y aun cuando piensen que es una idea estúpida y se tomen la molestia de explicar por qué, habrá triunfado porque a la gente se le ocurrirá ideas para mejorar el proyecto. ¿Cómo eliminar la dependencia de los combustibles fósiles? Dejando de usarlos de un modo tan drástico que llame la atención.

Por ese motivo el generador de Lincvolt se alimenta de etanol. ¡Por Dios! ¿Etanol? He oído tantas cosas nefastas sobre ese combustible, como que emplea recursos alimenticios y disminuye las reservas. ¡No! Abunda mucha falsa información sobre el etanol. El etanol no sustituye los alimentos que consumimos. La cantidad de maíz que comemos se ha mantenido constante durante años, no ha variado en absoluto. Empleamos etanol que se obtiene del maíz, pero no disminuye las reservas alimenticias. Tampoco afecta a la producción de pienso para animales. Algunos proveedores de etanol, como POET en Dakota del Sur, aprovechan los desechos de la producción de etanol para fabricar pienso. El etanol que uso para Lincvolt es distinto, es un etanol celulósico que se obtiene de la biomasa, y en Estados Unidos hay mucha biomasa. Podríamos emplearla para algo constructivo.

Henry Ford se mostró curioso al respecto. El otro día, mientras investigaba, me topé con un artículo de Bill Kovarik, doctor en la Universidad de Radford, titulado «Henry Ford, Charles Kettering, and the “Fuel of the Future”». [Henry Ford, Charles Kettering y el «combustible del futuro»]. He aquí mi versión, basada en parte en la obra de Kovarik. Se llama «Lincvolt and the Ford Legacy» [Lincvolt y el legado de Ford]:

A comienzos de la década de 1900, Henry Ford pensaba en el futuro y estaba abierto a diseñar coches eléctricos. A medida que pasaba el tiempo, los medios aseguraban que el vehículo eléctrico de Ford saldría en 1915 y luego en 1916. Los detalles variaban: costaría entre 500 y 700 dólares (entre 10.000 y 15.712 dólares actuales) y recorrería entre 80 y 160 kilómetros por carga. Thomas Edison, socio y amigo de Henry Ford, no divulgó detalle alguno de la entrevista que en mayo de 1914 concedió a Automobile Topics: «El señor Henry Ford planea la fabricación de herramientas, maquinaria y equipo para la producción de un coche eléctrico —dijo Edison—. Queda mucho trabajo por hacer, no sabemos cuándo estará disponible el nuevo coche eléctrico, pero el señor Ford trabaja en ello sin descanso y sabe lo que se hace, así que no debería tardar mucho».

Bill Kovarik

Nunca sabremos cómo se habría materializado la visión de futuro de Ford si su sueño para fabricar coches con biocombustible se hubiera hecho realidad. ¿Qué habría pasado si los coches no hubieran usado gasolina? Un Lincoln Continental descapotable fabricado por Ford Motors en 1959 tal vez sirva de ejemplo. Renovado como un híbrido con una fuerza motriz de 200 kilovatios y un motor Ford Hybrid 2.5L Atkinson, Lincvolt tal vez sea el coche que Ford había soñado. El motor Ford 2.5L de Ford emplea bioetanol E100 y bioetanol E85. Una batería A123 almacena energía suficiente para recorrer hasta 65 kilómetros en silencio. El Lincvolt Continental Electro-Cruiser, fabricado con componentes norteamericanos, saldrá a la calle a finales de 2012 y hará realidad gran parte del sueño de Henry Ford.

Ésas no serán todas las innovaciones. Lincvolt, usando tecnología de fácil manejo, ofrecerá PureTone, el mejor sistema de audio del mundo. Lincvolt sacará el máximo partido de las bibliotecas musicales alojadas en la nube y no habrá coche que se le pueda comparar. Los pasajeros disfrutarán de PureTone SQS (Sonido con Calidad de Estudio, en sus siglas en inglés), por lo que la calidad de sonido y la resolución digital de Lincvolt superarán con creces a las de cualquier otro coche.

¿Acaso soy un soñador? Escribo muchos artículos similares esperando que de un modo u otro suene la flauta. AVL, empresa creadora de prototipos de coches eléctricos para muchos fabricantes de automóviles, se encarga del tren motriz y del cuadro de mandos eléctricos, Paul Perrone, de Perrone Robotics, hace que sea más autónomo para que todavía llame más la atención, y Roy Brizio, de Roy Brizio Street Rods, se ocupa darle la forma final a este descomunal concepto. El Lincvolt Continental descapotable de 1959 es uno de los coches más grandes jamás fabricados. Con mis modificaciones, mide seis metros de largo y pesa unos 2.700 kilos. Es suave como la seda, silencioso y recorre unos 65 kilómetros con una carga (la distancia media para ir al trabajo) y cuenta con kilometraje ilimitado sin necesidad de detenerse a repostar gracias al generador a base de etanol, lo cual ha sido posible tras varios años de experimentación y fracasos.

Participé en esos experimentos y no siempre fue divertido. Me llevé un disgusto al ver una grabación en la que el coche eléctrico quedaba reducido a cenizas en un almacén a las tres de la mañana (ya volveré sobre ello). No ha sido fácil, pero siempre lo intentamos hasta que acabamos dando con una solución. Se han tenido que unir muchas personas con talento para demostrar que era posible; ahora mismo todo está saliendo según lo planeado y el proyecto concluirá a finales de 2012. Ya os contaré algunas anécdotas de esta aventura, como cuando tuve que ir a Wichita, donde se estaba modificando el coche, para ver algo que no llegó materializarse. O las dos semanas que mi gran amigo Larry Johnson y yo nos pasamos en Wichita después de habernos subido al tren en San Jose y de que Jonathan Goodwin, el mecánico contratado para llevar a cabo las modificaciones, nos hubiera asegurado que Lincvolt estaría listo para partir de Wichita en cuanto llegáramos. Sí, ya os las contaré…

A veces resulta frustrante y pone a prueba las relaciones familiares sin que ni tan siquiera haya garantías de que el proyecto vaya a ser un éxito. No sé por qué me tomo tan en serio estas cosas y me obsesiono con ellas. Sin duda alguna, la música es una auténtica liberación porque me aparta de estos proyectos.

A punto de cumplir los cinco, pescando en un puente sobre el río Pigeon, en Omemee, Ontario (agosto de 1950).

Capítulo cuatro

Ontario

Tuve mi primera pista de trenes en el dormitorio de Omemee. Era una pista con forma de L que me montó mi padre y tenía un tren Marx. Los enganches eran planos y se unían de tal modo que no se separaban, pero si se inclinaban un poco los vagones se soltaban. Recuerdo aquella pista a la perfección. Me marcó. La tenía frente a la cama, en el rincón donde al amanecer corría a abrir los regalos que me había traído Papá Noel: un corral con caballos, vacas y vallas.

Allí estaba cuando el médico, el señor Bill, vino un día con su maletín negro para hablar con mis padres de algo importante en el pasillo. Tenía cinco años. Mi madre lloraba y mi padre dijo: «Por supuesto, enseguida. Iremos hoy». Después del desayuno me llevaron al coche. Me costaba caminar, aunque no sabía por qué. Dormí en el suelo de la parte trasera del coche. Bob, mi hermano mayor, me acompañaba en el asiento trasero y mis padres iban delante con el señor Bill.

Lo siguiente que recuerdo es una mesa metálica y la aguja más grande que había visto en la vida. Se trataba de una punción lumbar. Me dolió muchísimo y me asustó lo indecible. Creo que fue mi primer gran trauma. Luego estaba en la cama del hospital y una enfermera siempre me cantaba «Beautiful Brown Eyes». Luego trataba de cruzar una pequeña habitación en la que estaban mis padres. Mi madre me tendía las manos y decía: «¡Vamos, Neil!». Me acerqué a ella dando unos pasitos rígidos y todo el mundo se alegró. Estuve una semana en el hospital y después volví a casa. Mi hermano Bob lo recuerda de la siguiente manera:

Neil tenía seis años en noviembre de 1951. Creo que fue en la primavera de ese año cuando contrajo la polio. No se había inventado la vacuna de Salk. Se trataba de algo muy grave. Su vida corría peligro. Todos lo sabíamos. Fuimos hasta el Sick Children’s Hospital de Toronto en nuestro coche, un Monarch de 1950 o 1951, mi padre y el doctor Bill Earle delante, y Neil y yo en el asiento trasero. Creo que llovía y estaba muy oscuro. Neil estaba tumbado sobre un tablón en el suelo. Tras realizarle una punción lumbar en el hospital se confirmó que tenía polio. El tratamiento fue largo, pero funcionó y Neil salió adelante. Al volver a casa tuvo que aprender a caminar de nuevo. Recuerdo que iba de un extremo del salón al otro agarrándose a los muebles para no perder el equilibrio. No sabía muy bien qué le había pasado. «Me he muerto, ¿no?», dijo. Lo preguntó en serio. Al otro lado de la calle vivían dos niños y uno de ellos también podía haber contraído la polio. Creo que se apellidaban Goddard. De niño pasé mucho tiempo en cuarentena en Omemee por las enfermedades que Neil contraía. Polio, difteria, sarampión y otras. Siempre tenía problemas de salud. Tiempo después fue la epilepsia. Los dos tuvimos que lidiar con ella. No sé por qué Neil ha tenido que pasar por todas esas cosas. Años después, como consecuencia de la polio, le tuvieron que sacar varias vértebras de la zona inferior de la espalda. Llevó un collarín durante mucho tiempo e incluso fue de gira así al famoso concierto de Massey Hall en 1971, del que mucha gente tiene buen recuerdo.

Al principio me costaba caminar y me dolía la espalda. En el exterior de la casa había un cartel de cuarentena que ponía poliomelitis y que advertía a la gente que no entrase o algo parecido. Durante una temporada nadie quiso acercárseme, ni siquiera los niños del barrio. Cuando corrían por la calle no podía darles alcance. Nunca se me dieron bien los deportes. La espalda me dolía cuando patinaba y me inclinaba, así que mi puesto como portero peligraba en la pista de patinaje. No era muy bueno patinando y le tenía pavor al disco. Lo mío no era el hockey, pero mi hermano Bob era buenísimo. Iba tan rápido que daba miedo. Durante años fuimos a verle jugar para animarle. Luego dejó el hockey y se dedicó al golf a tiempo completo. Cuando enfermé era verano. Acabo de darme cuenta ahora.

Vivíamos en un pequeño pueblo de Ontario. Un cartel en las afueras rezaba «Omemee, población: 750». Casi todos mis recuerdos de infancia son de esa época. Nuestra casa estaba en la calle principal, la Highway 7, y mi padre tenía la máquina de escribir en la buhardilla. Nadie podía subir. Por supuesto, subí para averiguar por qué no se podía. Mi padre dejaba de escribir y me hablaba. Me llamaba Windy [parlanchín]. «¿En qué estás pensando, Windy?», solía preguntarme.

Le contaba algo sobre las tortugas que teníamos en un pequeño terrario o algo por el estilo. Era escritor y subía allí para escribir. Eso era lo único que yo sabía en aquel entonces. Subía cada día y tecleaba en la máquina de escribir. Era una vieja Underwood con cinta, una máquina increíble que mi padre adoraba. Mi madre le ayudaba a corregir la ortografía y la gramática.

Ahora, sesenta años más tarde, aquí estoy con el ordenador, por fin siguiendo el ejemplo de mi padre. Estoy preparado. Me enseñó todo cuanto necesito saber y ha llegado el momento de poner en práctica mis conocimientos. «Escribe todos los días —solía decirme—. Te saldrá de todo, te sorprenderás.»

Era un buen padre. Nos lo pasábamos bien juntos. Tras la separación de mis padres, mi madre siempre hablaba mal de él, pero yo sabía que me quería. Se quedó en Omemee y mi madre y yo nos trasladamos a Winnipeg. Ojalá lo hubiera visto más a menudo en mis años de formación. (¿Qué coño es un año formativo comparado con uno normal? Es una expresión absurda. «Años de formación». La voy a eliminar de mi reportorio.) Le quería y él me quería. Una vez, años después, necesitaba sus sabios consejos. Le expliqué un grave problema que tenía y se quedó sentado, con la mirada perdida. No podía responder. Estaba allí y no estaba allí. Fue la primera vez que me di cuenta. Era demencia, alzhéimer o como quiera llamársele. Sólo es un nombre. Ya no era él. Envejeció muchísimo de repente. Ya no respondía. Una vez me dijo que ya no podía escribir, que ya no recordaba sobre qué estaba escribiendo. Le dije: «Prueba la poesía, es más breve». Dijo que no serviría de nada. Mierda. Eso fue en su granja.

La última vez que estuvimos en la granja salimos a dar uno de nuestros largos paseos. Siempre paseábamos por el bosque cuando iba a verle a la granja o donde estuviera. Cuando vivía en Irlanda fuimos a dar un paseo por el páramo, dejamos atrás muchas cercas y caminamos sin parar. Pero el día que paseamos por la granja se perdió. Fue la última vez que paseamos juntos. Todo lo bueno llega a su fin. ¿Por qué? Falleció en 2005 y en el funeral lloré como un niño desconsolado. Pudo más que yo. La vida.

Con Elliot Roberts en el USA Film Festival de Dallas (1973).