EL CHICO EQUIVOCADO



V.1: Septiembre, 2016


Título original: Wrong

© Jana Aston, 2015

© de la traducción, Idaira Hernández Armas, 2016

© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2016

Todos los derechos reservados.


Diseño de cubierta: JA Huss

Adaptación de cubierta: Taller de los Libros

Imagen: Hitmanphoto - iStock


Publicado por Principal de los Libros

C/ Mallorca, 303, 2º 1ª

08037 Barcelona

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ISBN: 978-84-16223-60-2

IBIC: FP

Conversión a ebook: Taller de los Libros


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EL CHICO

EQUIVOCADO

Jana Aston


Traducción de Idaira Hernández Armas
Principal de los Libros

5

Capítulo 2


El resto de mi turno pasa como un borrón de cafés con leche, mocas con hielo y una oleada constante de estudiantes y trabajadores de camino al campus y a las empresas cercanas respectivamente. Después de fichar, me dirijo a la parada de autobús más cercana. Tengo menos de una hora para llegar a la clínica para estudiantes y no quiero llegar tarde y perder la cita. Es muy fácil conseguir condones, pero para que te receten anticonceptivos se necesita pedir hora y que te hagan una revisión médica y, si pierdo la cita, no hay manera de saber cuándo volverán a tener un hueco.

La universidad tiene un sistema circular de autobuses que funciona dentro del campus, pero el Estimúlame está a varias manzanas de la zona de tránsito, por eso no tenemos tantos clientes universitarios. Hace fresco fuera, pronto será otoño, y me abrigo bien con la chaqueta mientras me doy prisa para llegar a la parada, agradecida de que un autobús se detenga justo cuando llego. Los autobuses pasan cada quince o veinte minutos, así que estoy contenta de haber cogido este.

El autobús está casi vacío, ya que es última hora de la mañana y los alumnos ya están en clase o siguen durmiendo. La clínica está solo a unas cuantas paradas, en la calle Market, entre el Estimúlame y mi residencia. Solo he ido a la clínica una vez, en primero, cuando la amigdalitis se propagó por media residencia.

Todo está tranquilo cuando llego. La recepcionista parece aburrida, y unos cuantos estudiantes esperan, pasando el tiempo con sus móviles. Me da una tablilla con sujetapapeles en la que hay varios formularios y me dice que los rellene y que firme en cada página antes de devolvérselos.

Me siento y me apresuro a hacerlo. Nombre, número de identificación de estudiante, teléfono, alergias, medicación, historial médico familiar, fecha de la última menstruación… Sigue siendo menos indiscreto que un típico turno con Everly en el Estimúlame. Pensar en ello hace que esboce una media sonrisa. Termino y deslizo el bolígrafo debajo del sujetapapeles antes de devolvérselo todo a la recepcionista y sentarme otra vez a esperar.

Me siento aliviada cuando una enfermera me llama poco después. Con suerte, será rápido y saldré de aquí en media hora con la receta en la mano. La enfermera, que me dice que la llame Marie, es una mujer de aspecto simpático que sonríe ampliamente y que lleva un uniforme médico con estampado de cebra. Empieza a charlar conmigo en cuanto paso por la puerta y me guía hacia una habitación en la que me pesa y me toma la tensión antes de explicarme que tengo que quitarme toda la ropa, incluida la ropa interior. No sé quién iría al ginecólogo y esperaría que la examinaran con la ropa interior puesta, pero no digo nada.

—¿Por qué has venido al médico, Sophie? —Marie levanta la vista de su carpeta para mirarme, sonriendo con amabilidad.

Apuesto a que sus nietos la adoran. Tiene tres. Se pasan los fines de semana en su casa y la dejan agotada. Todo esto me lo ha contado mientras examinaba mis constantes vitales, haciendo gestos y riéndose de las payasadas de sus nietos.

—Anticonceptivos. Me gustaría tomar la píldora. —Intento sonar segura de mí misma a pesar de la vergüenza que siento al hablar de mi vida sexual en potencia. Me recuerda a mi abuela, la mujer que me crio. Mi madre me tuvo cuando estaba en primero de carrera y murió antes de que yo cumpliera dos años.

—Bien, eres una chica lista. Siempre es sensato ser responsable con los métodos anticonceptivos. —La enfermera asiente con aprobación—. ¿Has venido al ginecólogo antes?

—No.

—Bueno, tienes suerte. Los jueves por la mañana atiende el doctor Miller. Es el jefe del departamento de obstetricia en el hospital, pero trabaja aquí de voluntario unas cuantas horas a la semana. Si no, tendrías que aguantar a alguno de nuestros médicos de cabecera, y no tienen fama de ser muy delicados. Te daré un minuto para que te quites la ropa y entonces volveré con el médico.

Las puertas se cierran tras la enfermera con un silbido. Me desnudo rápidamente y meto el sujetador y las bragas entre la camiseta y los vaqueros, ya que me parece grosero dejar la ropa interior a la vista. Me visto con la temida bata de papel y me subo a la camilla. Mierda. Los calcetines. Marie no mencionó los calcetines. Ojalá lo hubiera hecho. Sé que me tengo que quitar la ropa interior, ¿pero los calcetines también? ¿Es raro si me los dejo puestos, o si me los quito? Aún sigo dándole vueltas cuando llaman a la puerta para preguntar si estoy lista. Pues que sea con calcetines, entonces.

La puerta se abre, y entra Marie.

Con Luke.

El Luke de la cafetería.

La chaqueta que llevaba esta mañana ha desaparecido y la ha reemplazado una bata blanca de laboratorio. La corbata de color ciruela de la que tan enamorada estaba hace solo unas horas sigue firmemente anudada en su cuello.

Oh, Dios mío. El protagonista de mis fantasías es ginecólogo. Mi ginecólogo.

Capítulo 3


—¿Estás bien, cariño? —Marie cierra la puerta y saca una bandeja de instrumental y la coloca al lado de la camilla—. Le he contado al doctor Miller que es tu primera vez; tendrá cuidado.

Mi cara debe de revelar lo mortificada que me siento. Miro a Luke. Pensaba que él había dudado al entrar en la habitación, pero ahora nada en su expresión lo delata.

—Sophie —Echa un vistazo al historial— Tisdale. Señorita Tisdale, ¿no nos hemos visto antes?

¿Estoy teniendo una experiencia extracorporal? ¿Puede volverse la situación aún más incómoda? Ni siquiera me reconoce si no me ve en la cafetería. El tío con el que he fantaseado todos los martes durante semanas ahora es mi ginecólogo y, peor aún —¿o mejor?—, no sabe quién soy.

—Estimúlame —suelto. Oh, Dios, qué nombre más estúpido para una cafetería—. La cafetería, Estimúlame.

Su expresión no cambia. Echa un vistazo al historial que tiene en la mano.

—Estudiante universitaria, veintiún años… —Su voz se va apagando y con el dedo da golpecitos en la parte de atrás de la tablilla. Maldito sean él y sus atractivos dedos. Luke pasa unas cuantas páginas de mi historial—. ¿Quieres que te receten anticonceptivos? —Me mira fijamente, y mi corazón se dispara. No era así como me imaginaba que sería tener toda su atención.

—Correcto —respondo.

—¿Has pensado en qué tipo de anticonceptivos quieres? La píldora es una elección muy conveniente para las chicas de tu edad. Podría ponerte un DIU, pero no se lo recomiendo a mujeres jóvenes que aún no hayan tenido hijos. Hay un parche y un anillo, y ambos tienen sus pros y sus contras también.

—La píldora —lo interrumpo—. La píldora está bien.

—No puedo dejar de hacer hincapié en que hay que practicar sexo seguro y usar preservativo además de la píldora anticonceptiva, a menos que tú y tu pareja os hayáis hecho pruebas y decidáis arriesgaros.

—Vale, lo haré.

Luke hace una pausa.

—¿Lo harás o lo haces? Con una vez es suficiente, Sophie. —Se está lavando las manos en el lavabo pequeño de la pared y entonces se gira de nuevo hacia mí mientras se las seca con una servilleta—. ¿Eres sexualmente activa?

—Mmm… no.

—¿Entonces no has mantenido relaciones sexuales en las últimas cuatro semanas?

—Mmm… no. Nunca he practicado sexo.

Se detiene un segundo, levanta la vista de la servilleta que tiene en las manos y me mira a los ojos.

—Vale, bien. —Sacude un poco la cabeza y tira la servilleta a la basura—. Vamos a empezar con una exploración mamaria y luego una pélvica. Recogeré una muestra para hacerte una citología vaginal, aunque no creo que haya problemas. Te llamarán de la clínica en una semana si observan alguna anomalía. —Luke echa un vistazo a la bandeja de instrumental—. Marie, ¿puedes darme el espéculo pequeño? Imagino que tenéis alguno aquí.

Marie se levanta de un salto de un taburete junto a la puerta y sale de la habitación. Una vez se ha ido, Luke vuelve a mirarme. Tengo las manos cruzadas sobre el regazo y balanceo los pies con los estúpidos calcetines puestos, mientras él se pasa una mano por la mandíbula.

—Puedo reprogramar tu cita con otro médico de la clínica si no te sientes cómoda, Sophie.

No me siento cómoda, pero suelto:

—¡Estoy bien! —Admitir que me siento incómoda me haría sentir incluso más incómoda.

Luke aprieta la mandíbula y se frota la nuca. De repente, se me pasa por la cabeza lo estúpida que es mi fantasía. Esta es la vez que más tiempo he pasado con él y la única ocasión en la que no nos ha separado el mostrador. Aun así, no puedo evitar sentirme atraída por él. Sé que es inapropiado. Una cagada. Una locura. Ya me estoy preguntando si con mi futuro trabajo podré pagarme la terapia que obviamente necesito.

Marie vuelve y coloca algo envuelto en un plástico resistente sobre la bandeja. El objeto cae con un ruido sordo, y luego ella regresa a su sitio al lado de la puerta y se tapa la cara con un número viejo de una revista para amas de casa.

—Recuéstate en la camilla, Sophie.

Luke camina con aspecto impasible hacia la camilla. Me rodea la muñeca con una mano, la levanta por encima de mi cabeza y me dirige una breve mirada a la cara antes de colocarme la mano sobre la camilla.

Sus dedos se dirigen hacia la bata que me cubre. «No te pongas cachonda, no te pongas cachonda, no te pongas cachonda», me repito. Desvío la mirada y me concentro en el techo. Hay un póster motivacional sobre la camilla. Me echo a reír justo cuando noto la mano de Luke en el pecho.

—Lo siento, ¿tengo las manos frías?

—No, tienes las manos perfectas —suelto sin pensar, y creo que detecto una sonrisilla en su cara antes de devolver la mirada al póster del techo—. Es el póster. —Señalo hacia arriba con la mano libre.

Me parece gracioso que haya un póster motivacional en el techo, como si fuera a distraerme y no pensar en qué lugar estoy. ¿O es para motivarme a quedarme en la camilla? Vuelvo a reírme. Luke inclina la cabeza y mira al techo.

Mierda, ¿tengo duros los pezones? Eso es normal, ¿no? Él no está haciendo nada erótico, pero tiene las manos en mis pechos. Sí, tengo duros los pezones. Entonces coloca los dedos a los lados de los pechos. Los rota siguiendo lo que parece ser una espiral antes de pellizcarme ligeramente el pezón. Tengo que reprimir las ganas que tengo de dar un pequeño gemido. Me gusta el tacto de sus manos. Estoy segura de que no debería ser así, pero lo es. Luke me cubre de nuevo con la bata de papel antes de dar la vuelta a la camilla para repetir el procedimiento.

Probablemente debería empezar a dejar de pensar en él como Luke y comenzar a llamarlo doctor Miller. Reprimo otra risita. Yo pensaba que era banquero o abogado por sus trajes caros y corbatas a la moda. Un puto ginecólogo. Ninguna de mis fantasías con Luke terminaba así, pero quizás deberían. Estoy extrañamente cachonda ahora mismo.

Jefe del departamento de obstetricia, había dicho Marie. Eso lo convierte en cirujano, creo, así que no estaba equivocada en eso de que sería bueno con las manos. Pienso en todas las veces que me he masturbado fingiendo que era Luke el que me tocaba y siento una oleada de calor entre las piernas. Inapropiado. Esto es muy inapropiado. ¿Quién se excita durante una revisión médica?

Luke se está poniendo los guantes en sus manos perfectas. Los guantes son de color azul oscuro, lo cual llama mi atención. ¿No son siempre blancos en las series de televisión? ¿Por qué estoy pensando en eso ahora?

—Sophie, necesito que te deslices hasta el final de la camilla y pongas los pies en los soportes.

Echo un vistazo a Marie. Aún tiene la nariz metida en la revista. Me acerco al final de la camilla y me pregunto si notará que estoy mojada. ¿Cuál es la cantidad normal de flujo en situaciones como esta?

—Un poco más, hasta el final. Ahí está bien.

Tengo el corazón desbocado. Puede que esté bueno, pero esta situación es más que incómoda. Coloco los pies en los soportes y me recuesto. Tengo las manos estrechadas sobre el abdomen y empiezo a retorcer los dedos. Esta habitación está demasiado silenciosa.

—¿Entonces usted es jefe de un departamento? ¿En el hospital? La enfermera mencionó que solo visita aquí los martes por la mañana.

Hace una pausa.

—Sí. Jefe del departamento de obstetricia.

—¿Entonces opera y esas cosas? ¿Cuando no está de voluntario en la clínica?

—Sí, Sophie. Hago operaciones y esas cosas. —Luke se desliza en un taburete con ruedas hasta el final de la camilla—. Vas a notar mi mano en el interior del muslo.

Luke ajusta la lámpara que está unida al final de la camilla y la enciende. Dios, ¿hay una lámpara? ¿No es suficiente con los fluorescentes de la habitación?

—Relájate. Solo estoy examinando el exterior, primero.

Siento sus dedos sobre mí; su tacto es suave. ¿Cuántas veces me había imaginado su cabeza en una posición parecida? Esto es muy incómodo. «Concéntrate en esta sala aséptica, Soph. No te avergüences a ti misma. No hagas el ridículo».

—¿Entonces le gustan las universitarias o algo? ¿Y por eso es voluntario? —Oh, mierda. Creo que acabo de acusarlo de ser un pervertido.

Noto que hace una pausa. En mi vagina. Porque está tocándome la vagina mientras lo acuso de que le gusta examinar a universitarias. Socorro.

—Mi familia donó esta clínica hace años, mucho antes de que empezara usted la universidad, señorita Tisdale. Mi abuelo era médico, le gustaba ayudar a la gente desinteresadamente y contribuía con su tiempo cuando podía. Yo contribuyo unas horas a la semana en su honor.

Oigo a Luke coger el objeto envuelto en plástico de la bandeja y abrirlo. Me recuerda a cuando me hago una pedicura, al sonido que hacen los paquetes de instrumental esterilizado al abrirlos. Genial. Lo más probable es que ahora me ponga cachonda con las pedicuras. Como si necesitara otro fetiche. Creo que ya tengo para toda una vida con el fetiche del ginecólogo.

—Soy especialista en infertilidad y embarazos de alto riesgo. Pacientes con recursos económicos. —Las ruedas del taburete chirrían por el suelo de linóleo—. La otra cara de las mujeres que están desesperadas por tener hijos son las mujeres que están desesperadas por no tenerlos. Uno de los objetivos de esta clínica es proporcionar a los alumnos el acceso fácil a métodos anticonceptivos para que no se arruinen el futuro con un bebé que no esperaban. Eso es algo en lo que puedo ayudar fácilmente siendo voluntario unas cuantas horas a la semana.

Oh.

—El gel se mantiene a temperatura ambiente para que no esté muy frío —explica Luke mientras cubre el espéculo.

Yo me quedo mirando el instrumento mientras él desliza las manos sobre él de un lado para otro. Vuelvo a notar sus dedos en mi cuerpo, abriéndome.

Luke coloca la punta en la entrada.

—Vas a notar un poco de presión. Este es el espéculo pequeño, así que no debería ser muy molesto. —Mete despacio el instrumento en mi interior.

Joder, qué estrecho. Se me retuercen los dedos de los pies en los soportes y arqueo la espalda un poco.

—Relájate. —Luke vuelve a colocar la mano en mi muslo y mueve el pulgar de un lado a otro para calmarme—. Necesito que se dilate lo suficiente para examinar el cuello uterino y coger una muestra, ¿vale? —Noto que se dilata un poco y luego oigo un clic. Él vuelve a ajustar la lámpara y coge algo de la bandeja—. Una muestra rápida y terminamos. Tienes un cuello uterino perfecto.

«Tienes un cuello uterino perfecto». ¿Usan los ginecólogos esa frase para ligar? Me río por dentro.

—Ya está. —Oigo que el artefacto cede mientras él lo cierra—. Relájate, Sophie. Necesito sacar el espéculo. Es más fácil si te relajas. —Los dedos de su mano me abren mientras saca despacio el instrumento, deslizándolo.

Luke se levanta y echa un chorro de gel en la punta de su índice derecho, cubierto por el guante azul.

—Voy a presionarte el abdomen hacia abajo desde el exterior mientras inserto un dedo para examinar los órganos internos.

Joder. Me está metiendo un dedo. Me gusta; es más pequeño que el espéculo. Desliza la otra mano bajo la bata de papel. Me contraigo alrededor de su dedo y evito hacer cualquier ruido.

—Por favor, relájate —dice Luke, como si intentara calmarme, aunque sospecho que está exasperado.

Mete y saca el dedo un poco mientras presiona desde arriba, y sé que estoy tan mojada que no necesitaba el gel ese que se ha echado en el guante. Luke mueve la mano por mi abdomen, haciendo presión mientras mueve los dedos en mi interior. Me gusta mucho la sensación de la presión desde arriba con el dedo dentro de mí. Me tenso alrededor de su dedo sin querer y siento que un pequeño espasmo se propaga por todo mi cuerpo. Oh, Dios mío. Creo que acabo de tener un orgasmo. Joder. ¿Se habrá dado cuenta? Ha sido pequeño. Quizás no se haya dado cuenta.

Luke se aclara la garganta, saca el dedo y me cubre con la bata de papel sin establecer contacto visual. Por supuesto que lo ha notado. Luke retrocede y tira los guantes azules en la papelera de camino al lavabo.

—Ya puedes sentarte, Sophie.

Quito las piernas de los soportes y me siento. De inmediato, echo de menos el póster del techo porque ahora no estoy segura de en qué concentrarme. Termino mirando un póster sobre las ETS.

—Te doy un minuto para que te vistas y después nos vemos fuera para darte la receta.

Marie deja la revista en un revistero junto a la puerta mientras Luke sale de la habitación.

—Deja que yo los coloque. —Marie pliega los soportes y los mete en la camilla—. ¿Ves? ¿A que no ha sido nada? —Me da unos golpecitos en la rodilla y se gira hacia la puerta—. Ven al mostrador de recepción cuando estés lista.

Suspiro cuando las puertas se cierran. Qué coño. Voy a tener que dejar mi trabajo en el Estimúlame. O esconderme en la trastienda cada vez que venga Luke. Doctor Miller, no Luke. Puede que este sea el momento que más bajo he caído en toda mi vida.

Cuando me levanto, rompo el estúpido papel que cubre la camilla. Hay una mancha de humedad. ¿Es eso normal? ¿Se supone que tengo que limpiar lo que he ensuciado? ¿Por qué nadie te prepara para esto antes de ir al ginecólogo? Cubro la mancha con la bata de papel y cojo una servilleta para limpiarme. Me visto rápidamente y miro mi reflejo en el espejo. Estoy un poco sonrojada. Acabo de llegar más lejos con Luke que con Scott en los dos años que estuvimos saliendo.

—Eres una pervertida —le digo a mi reflejo antes de sentarme para ponerme los zapatos.

Un momento. ¿Qué calcetines llevo hoy? Me quedo quieta con un zapato en la mano. Los que tienen rayas rosas en la punta. Le doy la vuelta al pie. «Con clase». Eso es lo que hay escrito en la suela de mi pie izquierdo. ¿Y en el derecho? «Zorra». Llevo mis calcetines de «zorra con clase» y se los acabo de enseñar a Luke mientras estaba abierta de piernas. ¿Podía esta cita médica ir a peor?

Abro la puerta de la consulta y me dirijo a la recepción. En realidad, es solo un mostrador junto a la salida. Luke está ahí, de pie, escribiendo en un historial mientras me acerco. Suelta el bolígrafo y comprueba el reloj. Es grande y parece caro, y le queda perfecto. ¿Qué tienen de especial los hombres con reloj? Es tan sexy. La mayoría de los tíos de mi edad sacan el móvil del bolsillo para mirar la hora. Quizás llevarían relojes si supieran que atraen a las mujeres.

Luke ve que me acerco y desliza una bolsa de papel por el mostrador.

—Aquí tienes anticonceptivos para tres meses. La clínica te hará más recetas gratis mientras seas estudiante. No dejes que se te pase porque no puedas venir a la clínica a recogerlas. Puedes pedir más cuando aún te queden para un mes, así que tienes un mes antes de que se te acaben, ¿entendido?

Su tono es firme y, por alguna razón, me ofendo. No soy idiota.

—Sí, entendido, doctor Miller.

Él continúa hablando de los peligros de los antibióticos porque disminuyen el efecto y de que hay que usar también otros métodos anticonceptivos si se están tomando antibióticos y durante una semana después de dejar de tomarlos. En serio, son cosas que aprendí en los talleres de educación para la salud en sexto de primaria o viendo programas para mujeres en la televisión, pero lo escucho.

—Puedes empezar a tomar la píldora hoy. Necesitarás usar otro método anticonceptivo durante una semana. Deberías utilizar también preservativos a menos que tu pareja se haya hecho pruebas. Tienes algunos en la bolsa y la clínica siempre te puede dar más. ¿Alguna pregunta?

—Pensaba que era abogado.

Me mira durante un segundo. Creo que los dos estamos sorprendidos por lo que acabo de decir.

—Y yo pensaba que… no eras estudiante. —Fija la mirada en la mía durante un segundo. Nunca me cansaría de mirar esos ojos, aunque tampoco es que vaya a tener la oportunidad de verlos otra vez.

—Cuídate, Sophie. Buena suerte. —Me da una palmadita en el brazo y se marcha.

¿Me acaba de desear buena suerte para echar un polvo? Meto la bolsa de papel en la mochila y salgo de la clínica. Vuelvo a mirar hacia la entrada. Sobre las grandes letras negras de metal fijadas en la piedra encima de la puerta del edificio en las que pone «Clínica para Estudiantes», hay un grabado: «Centro de Salud Rutherford Miller».

Capítulo 4


Paso al lado de la parada del autobús del campus que hay fuera de la clínica y decido ir caminando. Hace un poco más de calor ahora que ha salido el sol y ahora mismo no tengo ganas de encerrarme en un autobús.

Hay caminos por todo el campus y puedo ir de la clínica a la residencia a pie. O quizás vaya a mi próxima clase aunque sea temprano. Tampoco tengo ganas de ver a mi compañera de habitación.

Me arden las mejillas mientras recuerdo la última media hora. ¿Qué me pasa? ¿Tengo algún tipo de fetiche con los médicos? Para ser justos, Luke me atraía antes de saber que era médico, y encima mi médico. Sin embargo, verlo en esa bata de laboratorio debería haber acabado con la atracción, pero no ha sido así; ha ido a peor.

Que tuviese un cargo importante me ha puesto muy cachonda. ¿Habría sido así si no hubiera estado fantaseando con él durante semanas? No lo creo.

¿Cómo puedo sentirme tan atraída por un hombre al que apenas conozco? Fue lujuria al instante desde el primer día en que lo vi. No me siento tan atraída por Mike, y eso que es mi novio. Soy una mala persona. ¿Quién se siente así con su propio novio? ¿O será que me siento atraída por Luke porque es inalcanzable?

¿Estuve saliendo con un chico de manera platónica durante dos años porque me daba seguridad? No me gusta correr riesgos. Soy buena. Nunca he querido ser mi madre. Nunca he querido arruinarme la vida con un embarazo no deseado y que mis abuelos cargaran con otro bebé que no entraba en los planes.

Sé que mi abuelo habría trabajado menos tiempo si no hubiera tenido que criarme. Además, tanto él como mi abuela habían retrasado durante mucho tiempo sus planes de mudarse a Florida después de jubilarse porque querían estar cerca de mí mientras yo estuviese en la universidad. Al final los convencí para que vendieran la casa cuando empecé el último curso, hace unas semanas.

No he estado en casa más de un par de semanas en verano desde el instituto, pero ellos nunca han querido que sintiera que no tenía un lugar al que volver. Tuve que prometerles que si no encontraba un trabajo después de la universidad con el que me pudiera permitir un piso decente, me iría a Florida y me quedaría con ellos. Además, se negaron a buscar una casa en Florida que no tuviera una habitación para mí, incluso si solo me quedo allí unas pocas noches al año.

Llego temprano al edificio Hymer, donde tengo mi siguiente clase. Me debato entre esperar dentro o fuera a que Everly salga del edificio. No solemos cruzarnos los martes aquí, pero hoy he llegado temprano.

—Oye, zorra, ¿has echado un polvo en la consulta del médico? Se te ve diferente. —La miro con los ojos en blanco—. ¿Qué pasa?

Lukeesginecólogo.

—¿Qué? —Everly inclina la cabeza como si estuviera hablando con una loca.

—Luke es ginecólogo. En la clínica para estudiantes.

—Sí, claro. —Creo que he conseguido conmocionar a Everly—. Esto sí que no me lo esperaba. —Me mira—. ¿Entonces?

—¿Entonces qué?

—¿Has pedido hora con otro médico?

—No. Me he quedado con la cita que tenía.

—Zorra pervertida, ¡no, no las hecho! ¡Me estás tomando el pelo!

—Sí, sí lo he hecho. Ya estaba sentada en la camilla con la bata de papel cuando ha entrado. ¿Qué se supone que tenía que hacer?

—¿Te ha gustado? —Me dirige una sonrisa sugerente.

—¡Everly!

—Zorra, sé que lo has disfrutado. Al menos un poco.

—Crees que soy rara, ¿no?

—Sophie, no. Ese tío no debería ser ginecólogo. No es justo para las mujeres.

—Técnicamente, creo que es obstetra.

—Es lo mismo.

—La enfermera me ha dicho que es el jefe de un departamento en el hospital.

—Bien hecho, Sophie. Cuando te atrae alguien, lo haces con clase.

—Uff. —Hago un gesto de disgusto—. Eso me recuerda algo. ¿Tú te dejas puestos los calcetines cuando vas al ginecólogo?

—No. ¿Entonces tienes la receta?

—Sí —asiento—. Y una bolsa llena de condones. —Doy golpecitos a mi mochila.

—Oh. El doctor Luke se preocupa por tu salud.

—Entenderás que no vaya a atenderle nunca más, ¿verdad?

—Claro. Me lo he imaginado después de haber estado hablando unos treinta segundos.

—¿Qué haces en esta parte del campus, por cierto? No tienes clases en este edificio, ¿no?

Everly resopla.

—Créditos extra.

Suelto un quejido.

—Ni siquiera voy a preguntar.

Everly se ajusta la mochila en el hombro y me sonríe.

—De todas formas tus oídos vírgenes no podrían soportarlo. Me voy corriendo, Sophie. No puedo perderme la siguiente clase. ¡Te veo el jueves!

—Espera. ¿Por qué el jueves? —pregunto, confusa.

—¡Tienes hora para la cera! —grita mientras se marcha—. He decidido acompañarte yo misma. Si no, no irás.

Camino de espaldas hacia el edificio mientras Everly me grita que quedemos en el vestíbulo de mi residencia el jueves y, entonces, choco con unos músculos.

—¡Ay!

—¡Oh, lo siento! No estaba… —Me giro y veo a Mike sonriéndome—. Ah, eres tú —me río, aliviada.

Mike me rodea con los brazos y me acaricia el cuello con la nariz.

—¿Qué es eso de que tienes hora para hacerte la cera? —me murmura al oído.

Supongo que hoy mi vagina es un tema público. ¡Viva la vagina!

Mike es varios centímetros más alto que yo, pero no tanto como para no poder ponerme de puntillas y darle un beso, lo cual hago en ese momento mientras le rodeo el cuello con los brazos. Su pelo rubio como la arena está alborotado y necesita un corte.

—¿Puedes quedarte solo en la habitación el sábado por la noche? —pregunto.

Se le iluminan los ojos.

—¿Sí?

—Sí —digo firmemente.

Se mete las manos en los bolsillos traseros de los vaqueros.

—Puedo conseguir la habitación para nosotros solos ahora mismo.

Me río y deshago el abrazo.

—El sábado —digo—. Tengo que ir a clase. Además, aún tengo que hacerme la cera, que veo que te interesa mucho. —Sonrío y empiezo a caminar de espaldas hacia el edificio.

Sus ojos se posan en mi entrepierna y suspira.

—¿Podríamos hacer un antes y un después? —grita, pero yo ya estoy en los escalones.

—¡El sábado! —contesto, y entro en el edificio.

Capítulo 5


Entierro la cabeza bajo las sábanas cuando suena la alarma del móvil de mi compañera de habitación. Los miércoles son los días en que duermo hasta tarde y Jean tiene clase temprano. No me extraña.

Oigo como Jean coge lo que necesita para ducharse y sale de la habitación. Ayer no la vi. Debe de haber vuelto sigilosamente a la habitación después de que me quedara dormida. No la había visto desde uff… el lunes por la tarde.

La pillé haciéndolo con su novio. No en el momento del abrazo postcoital. Estoy en la universidad, así que he sorprendido a muchos haciendo eso. Y tampoco eran jueguecitos recatados bajo las sábanas. No. Joder, durante el primer curso tuve una compañera de habitación que lo hacía mientras yo dormía en la cama de al lado. Ese año aprendí que debía hacer pis antes de irme a la cama si no quería despertarme y encontrarme en medio de una situación incómoda.

No, pillé a Jeannie y a Jonathan a mediodía con las luces encendidas, de perfil a la puerta y en mitad de una penetración, una penetración doble efectuada por Jonathan y un juguete. Fue como chocarme con una pared de demasiada información. Información no deseada.

Me destapo la cabeza y miro fijamente el techo. O sea, siento curiosidad, pero prefiero educarme a través del porno online y no a través de mi compañera de habitación en vivo y en directo.

La puerta se abre con un clic, y Jean entra y cierra la puerta con cuidado para no hacer ruido. Se ha secado su larga melena y vestido en el baño para dejarme dormir.

—Estoy despierta.

—Oh, lo siento, Soph. —Parece arrepentida mientras pone la cesta de la ducha en la estantería. Nuestra pequeña habitación está abarrotada de todo lo que necesitamos para la vida en la residencia.

Me mira y hace una pausa. Las dos rompemos a reír.

—Esperaba haberme mantenido alejada el tiempo suficiente para que te olvidaras. —Se deja caer en la cama y se limpia las lágrimas de risa—. Pensaba que estabas en clase. Siento que nos pillaras.

—El profesor LaRoche nos dejó salir más temprano después de hacer un proyecto de grupo.

—No, no es culpa tuya. Debería haberte enviado un mensaje. —Se levanta de la cama y busca en los cajones—. Gracias por no juzgarme.

—Oh, sí que te juzgo —respondo—. Te voy a dar un diez en flexibilidad. —No puedo ni terminar la frase antes de volver a reír.

—Oh, Dios. Nunca había estado tan contenta de tener clase. —Se pone algo de brillo de labios y cierra el tubo.

—¡Espera! —la llamo—. Antes de que se me olvide contártelo, el sábado voy a pasar la noche con Mike. Tienes la habitación para ti sola. —Abro mucho los brazos para señalar nuestro pequeño dormitorio.

—Vale, está bien saberlo. —Jeannie hace una pausa con la mano en el pomo de la puerta y se coloca la mochila en el hombro—. Te veo luego, Sophie.

Me desplomo sobre la almohada y miro la puerta cerrada. Tengo que estudiar economía. Oigo puertas que se abren y se cierran en el pasillo y un móvil que suena en alguna parte.

Jeannie no volverá hasta dentro de dos horas al menos. Estiro la mano y cojo mi iPad de la mesa. La habitación es tan pequeña que no tengo ni que levantarme de la cama para alcanzarlo.

Retiro la tapa de la funda y el aparato cobra vida. Selecciono el buscador de internet y busco mi página de porno favorita: Porn Hole. Apoyo el iPad en el soporte de la funda y navego entre los vídeos disponibles, en busca de uno que parezca prometedor. Aquí hay uno. Play.

Deslizo una mano dentro del pantalón del pijama y me toco. Me masajeo el clítoris con las puntas de dos dedos, y la sangre corre hasta allí mientras jugueteo. Un momento. La voz de esta chica me molesta. Solo he visto dos minutos del vídeo y ya me duelen los oídos. Me pregunto si el tío lleva tapones. Silenciar.

Adelanto el vídeo hasta la penetración. Eso es lo que me gusta. Observo cómo el hombre de la pantalla se desliza dentro de la mujer. Al ver la cara contorsionada de ella, me siento aliviada de haberlo puesto en silencio. La cámara se acerca allí donde se unen. Veo cómo él se desliza dentro y fuera. La tiene de un tamaño normal según mi limitada investigación de vídeos porno. Quizás algo más grande que Scott.

Me froto el clítoris vigorosamente, al ritmo de la pareja de la pantalla. Parece que les gusta ese entrar y salir, y el cuerpo de ella se dilata para adaptarse al de él. Me pregunto de qué tamaño la tendrá Mike. No se la he chupado. Después de dos años de hacerle mamadas a Scott sin que me devolviera el favor, no tengo prisa precisamente.

Apuesto a que Luke la tiene más grande que el de la pantalla. Da la impresión de que la tendría de un tamaño considerable. Me pregunto qué sentiría si Luke estuviera dentro de mí. Me gustó que me metiera el dedo.

Froto con más fuerza y uso la otra mano para pellizcarme el pecho. Me imagino que son sus dedos los que me tocan. Me gustó cuando me tocó en la camilla, aunque fuese por razones médicas. Me aprieto el pecho e imagino que es Luke quien me agarra con brusquedad. Sus manos son mucho más grandes que las mías, más fuertes. Hubo un momento en la camilla en el que tenía el dedo dentro de mí y con el pulgar me rozó el clítoris. Me contraigo al recordarlo.

Luke es un tipo grande, sólido y musculoso, con mucho más cuerpo que cualquier universitario. ¿Qué sentiría si estuviera dentro de mí? Al principio sería incómodo, lo sé, pero después de que entrara y saliera, relajando mi cuerpo, y se introdujera en mí hasta el fondo, mi cuerpo se amoldaría a él. Después de adaptarme a esa invasión y de que él empezara a moverse de verdad, ¿qué sentiría con Luke?

¿Haría que me inclinara de espaldas y usaría mis caderas para sujetarse mientras me embiste? ¿O me tumbaría boca arriba y me separaría los muslos? ¿Se colocaría entre ellos, descansando el tronco en los antebrazos, y me chuparía las tetas mientras me embiste?

Me corro.

Pensando en Luke, no en Mike, mi novio.

¿He pensado en Mike en algún momento? Intento recordarlo. Asqueada conmigo misma, cojo los productos para ducharme y me dirijo a los baños compartidos al final del pasillo.


***


Cuelgo la toalla mojada en la puerta del armario, me pongo unos vaqueros desgastados viejos y luego una camiseta celeste de manga larga. Me coloco el pelo mojado sobre un hombro, me hago una trenza hasta el final, la ato con una goma y me calzo unas botas viejas. Ugg, sin calcetines. Las tengo desde hace años; me las regalaron mis abuelos cuando iba al instituto.

Cojo un libro de texto, me siento a la mesa y lo abro. Qué aburrido. Estoy dando golpecitos en la mesa con el bolígrafo cuando en el teléfono suena la notificación de llamada perdida. Lo cojo y veo que tengo tres llamadas, todas del móvil de mi abuela.

Mi corazón se desboca. ¿Por qué me llamaría tres veces seguidas? Al parecer me ha llamado cuando estaba en la ducha. Le doy a escuchar los mensajes. En el primero cuelga y en el siguiente me pide que la llame. El tercero es mi abuela otra vez: «Sophie, soy la abuela. Tu abuelo se ha caído de la escalera mientras limpiaba los canalones. Estoy segura de que todo irá bien, pero estamos en el Hospital Baldwin Memorial para hacerle un reconocimiento». Suena un poco nerviosa. «Estoy segura de que todo está bien». El mensaje termina. Oh, no. Compruebo el registro de llamadas: me llamó hace cuarenta minutos. Presiono el botón de devolver llamada y camino hacia la ventana. Responde, responde, responde. Por favor, responde.

—¿Hola?

—¡Abuela! —Me siento muy aliviada por hablar con ella y no con el buzón de voz.

—Oh, Sophie, qué bien. Has recibido mis mensajes.

—¿Qué ha pasado? ¿El abuelo está bien? ¿Qué ha pasado? —Estoy haciendo preguntas a toda velocidad sin darle tiempo a contestar.

—Tu abuelo ha insistido en limpiar los malditos canalones y se ha caído de la escalera. Se ha golpeado la cabeza y ha estado desmayado durante un minuto. Van a hacerle pruebas en el hospital para asegurarse de que tiene la cabeza y el cuello bien.

—¿Qué ha dicho el médico?

—Oh, cariño, no lo sé. Hemos llegado hace un par de horas. Aún estamos en urgencias.

—Voy para allá —digo, mientras cojo la cartera con mi carnet de identidad, la llave electrónica y algo de dinero. ¿Dónde está mi chaqueta? Cojo una sudadera de la Universidad de Pensilvania.

—¿Estás segura, Sophie? ¿No tienes clase?

—No, no tengo clase esta tarde, abuela. Estaré ahí enseguida.

Capítulo 6


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