mariposa.jpg

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

EL CARIBE

Y LOS ESPEJISMOS

DE LA MODERNIDAD

 

 

 

mariposa.jpg

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

EL CARIBE

Y LOS ESPEJISMOS

DE LA MODERNIDAD

 

 

 

 

Orlando Araújo Fontalvo

 

 

 

 

EDICIONES UNINORTE
2010

 

 

logo un b-n.eps

 

 

 

 

 

 

Mi gratitud a los inolvidables

Cándido Aráus y Fernando Charry Lara.

Y a mis maestros de siempre, Hélène Pouliquen,

Diógenes Fajardo y Manuel Guillermo Ortega.

 

 

 

 

 

 

Para Aura María y Orlando.

Simplemente, por todo.

 

Introducción

Una pregunta en Yerbabuena

 

 

El día en que iba a conocer a Gabriel García Márquez madrugué más de lo acostumbrado. La mañana era helada y en la bella hacienda que fuera refugio del presidente colombiano José Manuel Marroquín, tristemente célebre por haberse dormido en los laureles, mientras el halcón Theodore Roosevelt se llevaba entre las garras el ombligo del mundo, el notable escritor Carlos Fuentes iba a ser nombrado miembro honorario del Instituto Caro y Cuervo. Como sabía que el mexicano era uno de los amigos entrañables de García Márquez, eché a la mochila la mejor edición de Cien años de soledad que tenía, salí del apartamento que ocupaba en La Candelaria y atravesé los enjambres de palomas de la Plaza de Bolívar en busca de un transporte hacia la sabana.

 

Llegué a mi destino casi dos horas después. Me sorprendieron las medidas de seguridad y el Black Hawk artillado que sobrevolaba la sede investigativa de Yerbabuena. El remanso en el que investigadores de la talla de José Joaquín Montes adelantaban en silencio su trabajo se había convertido en un hervidero acordonado por la fuerza pública. Revisé mi invitación y comprendí lo que pasaba: las palabras de apertura de la ceremonia estaban a cargo del Presidente de la República, uno de quien es mejor no acordarse. Después de identificarme, ingresé a pie por el sendero de curvas ascendentes que conduce a la residencia colonial, sede de la Biblioteca José Manuel Rivas Saconni. A mitad del camino, un automóvil pasó a mi lado y a través del cristal reconocí el perfil del autor de Cien años de soledad. Tal como había intuido, del vehículo descendieron Carlos Fuentes, Mercedes Barcha y García Márquez. Luego de las insípidas palabras del Presidente y del discurso del doctor Ignacio Chaves Cuevas, la brillante intervención del novelista mexicano confirmó su enorme estatura intelectual. El aplauso fue sostenido y García Márquez, emocionado en la mesa principal, congratuló a su amigo batiendo sin cesar sus manos unidas a ambos lados de la cabeza.

 

El acto terminó y los asistentes, que hasta ese momento habían permanecido en una especie de trance, se arremolinaron en torno a la mesa en busca de una fotografía, un autógrafo o un simple apretón de manos de Carlos Fuentes y, sobre todo, del nieto del patricio liberal Nicolás Márquez Mejía. Saqué entonces de mi mochila la edición de Cien años de soledad y tomé un atajo para acercarme, pero varios escoltas del presidente me cerraron el paso abruptamente.

 

Di media vuelta y traté de abrirme paso por uno de los costados del salón. Como Carlos Fuentes estaba en el programa y García Márquez no, la gente que se acercaba al mexicano estaba preparada y le pasaban para su firma ediciones impecables de La muerte de Artemio Cruz, El espejo enterrado y Valiente mundo nuevo, mientras que al Nobel colombiano lo asediaban con hojas sueltas, agendas y cuadernos de escolar. Por un momento pensé que sería imposible acercarme a García Márquez y traté de encontrar una salida. Sin embargo, después de extraviarme en el barullo, terminé sin proponérmelo justo detrás del novelista más leído del planeta.

 

García Márquez, con humor y paciencia, firmaba casi cualquier cosa que le acercaban, excepto, claro, las ediciones piratas de sus libros. De pronto, una beldad lo abordó con una invitación para su programa de televisión. Con la diplomacia de un canciller, García Márquez le dijo que cómo no, que sería un placer y que contactara a su secretaria para ultimar los detalles. En ese momento, se me ocurrió apelar al recurso de la nostalgia para atraer la atención de García Márquez. Había leído varias biografías suyas (no autorizadas, por supuesto, que son las mejores), casi toda su obra y buena parte de su trabajo periodístico, de modo que conocía suficiente letra menuda para tal propósito. “¡Maestro! –le increpé a media voz– soy de la tierra donde murió Orlando Rivera”. Sin inmutarse, el Premio Nobel terminó de garabatear su firma, le dio la espalda al tumulto y quedó frente a mí. “El gran figurita”, respondió con una amplia sonrisa. Sus pupilas se movían a la velocidad de los recuerdos, hasta las tardes en las que el enjuto pintor ilustraba sus primeras narraciones. “Sí, maestro”, agregué, “la misma tierra de ciruelos donde usted alguna vez dio un discurso para una reina”. García Márquez, visiblemente interesado, precisó: “En efecto, para una reina del carnaval”. “¿Pero qué hace un hijo del Caribe en el instituto más cachaco del mundo?”, concluyó extrañado.

 

Pues bien, más de diez años después, la escritura de este libro es la mejor manera que tengo para dar respuesta a esa pregunta.

 

García Márquez es el más importante escritor colombiano de todos los tiempos; uno de los más grandes de la lengua española; un referente obligado de las letras nacionales; el padre a quien no hay escritor bisoño que no quiera decapitar; quien mejor entendió la sentencia clarividente de Julio Cortázar: “Vamos a ser escritores, y todo lo que no sea escribir es secundario, así tengamos que morirnos de hambre”. El escritor que se puso el overol y se encerró en México a forjar una de las más portentosas manifestaciones de la inteligencia del Caribe. Por ello, resulta tan válido este nuevo acercamiento a su novela, esta relectura a partir de las herramientas conceptuales de la crítica moderna. Gabriel García Márquez, el Caribe y los espejismos de la modernidad rastrea la génesis del libro y profundiza en el análisis y en la valoración de la propuesta estética e ideológica cifrada en la textura significativa de Cien años de soledad.

 

Su objetivo es, pues, la definición de la serie de mediaciones de la conciencia discursiva de García Márquez que tuvieron lugar entre las estructuras de Cien años de soledad y las estructuras de la sociedad en el momento de su producción. De este modo, el primer capítulo, “El habitus de García Márquez”, reconstruye el sistema de las disposiciones adquiridas por el escritor en su periplo vital e intersubjetivo. En él analizo la importancia del Caribe en la configuración de la visión ideológica de García Márquez, así como el influjo narrativo de los cantos vallenatos. Me detengo en el aporte de los abuelos en su despertar ideológico y en los procesos de hibridación que se operaron en el espacio cultural del Caribe. Intento, además, determinar la importancia de otras experiencias en su quehacer literario posterior. La actividad cinematográfica, por ejemplo, o su experiencia en Europa. Me esforcé por evitar lo trivial y, en cambio, solamente examiné las potenciales huellas que dejaron en el no-consciente de García Márquez los distintos sujetos colectivos por los que atravesó en distintas fases de su vida y que resultan legibles en Cien años de soledad.

 

En el segundo capítulo, “García Márquez: el encantamiento del mundo o la búsqueda de una racionalidad alternativa”, analizo el fenómeno transculturador en el campo de la novela latinoamericana y el surgimiento de un campo Caribe que traslada el centro modernizador de la literatura colombiana. Reflexiono sobre la posición de García Márquez respecto de la modernidad capitalista y el papel del barroco en tanto racionalidad alternativa. Procuro, asimismo, determinar las relaciones de la historia y la literatura en el contexto de la novela, y finalmente, presento el realismo maravilloso, del que nos habla Irlemar Chiampi, como la discursividad disidente y renovadora que adopta García Márquez para transgredir el sistema de la enunciabilidad de América Latina.

 

Ahora bien, si con el primer capítulo intento precisar el sistema de las disposiciones que el escritor interiorizó en su proceso de socialización, con el segundo, busco mostrar cómo esas disposiciones lo conducen a posiciones ideológicas. Por qué, por ejemplo, García Márquez toma posición en contra del proyecto de la modernidad racionalista de Occidente. ¿Cómo lo hace? ¿Con qué elementos? ¿Desde qué posición? Creo que es aquí donde debe buscarse la elección del escritor, su compromiso, su propuesta no solamente ideológica, sino también estética.

 

El tercer capítulo lo comprende el análisis de la puesta en forma de los bloques de sentido que he señalado, la estrategia que adopta el narrador, la forma estructural de la novela, la dimensión cronotópica y lo que he llamado los espejismos de la modernidad en Cien años de soledad. Es bueno aclarar que se han omitido las conclusiones finales, toda vez que el libro, de principio a fin, ha sido escrito a partir de las conclusiones que he ido sacando a lo largo de los años. Espero, en todo caso, que mi lectura de Cien años de soledad más que una concluyente respuesta, sea más bien el origen de nuevos y más perspicaces interrogantes sobre la zaga irrepetible de Macondo.

 

Orlando Araújo Fontalvo

Barranquilla, julio de 2010