9788498978001.jpg

Garcilaso de la Vega

Poemas

Créditos

ISBN rústica: 978-84-9816-475-6.

ISBN ebook: 978-84-9897-800-1.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 9

La vida 9

Sonetos 11

Soneto I 13

Soneto II 14

Soneto III 15

Soneto IV 16

Soneto V 17

Soneto VI 18

Soneto VII 19

Soneto VIII 20

Soneto IX 21

Soneto X 22

Soneto XI 23

Soneto XII 24

Soneto XIII 25

Soneto XIV 26

Soneto XV 27

Soneto XVI 28

Soneto XVII 29

Soneto XVIII 30

Soneto XIX 31

Soneto XX 32

Soneto XXI 33

Soneto XXII 34

Soneto XXIII 35

Soneto XXIV 36

Soneto XXV 37

Soneto XXVI 38

Soneto XXVII 39

Soneto XXVIII 40

Soneto XXIX 41

Soneto XXX 42

Soneto XXXI 43

Soneto XXXII 44

Soneto XXXIII 45

Soneto XXXIV 46

Soneto XXXV 47

Soneto XXXVI 48

Soneto XXXVII 49

Soneto XXXVIII 50

Canciones 51

Canción I 53

Canción II 55

Canción III 59

Canción IV 63

Canción V 69

Coplas 73

Copla I 75

Copla II 76

Copla III 77

Copla IV 78

Copla V 79

Copla VI 80

Copla VII 81

Copla VIII 82

Elegías 83

Elegía I 85

Elegía II 95

Epístola a Boscán 101

Églogas 105

Égloga I 107

Égloga II 121

Égloga III 181

Libros a la carta 195

Brevísima presentación

La vida

Garcilaso de la Vega (Toledo, 1501-Niza, 1536). España.

Miembro de la nobleza, intervino desde joven en la política de Castilla y en 1519 entró en el ejército de Carlos V. Combatió contra los comuneros en la batalla de Olías (1521) y participó, junto con su amigo Juan Boscán, en una fracasada expedición contra los turcos a Rodas (1522). Tras enfrentarse en Navarra a los franceses, fue nombrado caballero de Santiago y se casó con Elena de Zúñiga. Poco después conoció a Isabel Freyre (portuguesa), su gran amor imposible, quien inspiró la mayor parte de sus poemas, y cuyo matrimonio con otro hombre lo deprimió.

Viajó a Italia por primera vez en 1529, recorrió varios países europeos y fue desterrado a una isla del Danubio por asistir a la boda secreta de su sobrino, no autorizada por el rey. Fue perdonado gracias al duque de Alba, entonces vivió en Nápoles y participó en la expedición imperial contra los turcos de Túnez.

Sonetos

Soneto I

Cuando me paro a contemplar mi estado

y a ver los pasos por dó me ha traído,

hallo, según por do anduve perdido,

que a mayor mal pudiera haber llegado;

mas cuando del camino estoy olvidado,

a tanto mal no sé por dó he venido:

sé que me acabo, y mas he yo sentido

ver acabar conmigo mi cuidado

Yo acabaré, que me entregué sin arte

a quien sabrá perderme y acabarme,

si quisiere, y aun sabrá querello:

que pues mi voluntad puede matarme,

la suya, que no es tanto de mi parte,

pudiendo, ¿qué hará sino hacello?

Soneto II

En fin, a vuestras manos he venido,

do sé que he de morir tan apretado,

que aun aliviar con quejas mi cuidado,

como remedio, me es ya defendido;

mi vida no sé en qué se ha sostenido,

si no es en haber sido yo guardado

para que solo en mí fuese probado

cuanto corta una espada en un rendido

Mis lágrimas han sido derramadas

donde la sequedad y la aspereza

dieron mal fruto dellas y mi suerte:

¡basten las que por vos tengo lloradas;

no os venguéis más de mí con mi flaqueza;

allá os vengad, señora, con mi muerte!

Soneto III

La mar en medio y tierras he dejado

de cuanto bien, cuitado, yo tenía;

y yéndome alejando cada día,

gentes, costumbres, lenguas he pasado

Ya de volver estoy desconfiado;

pienso remedios en mi fantasía;

y el que más cierto espero es aquel día

que acabará la vida y el cuidado

De cualquier mal pudiera socorrerme

con veros yo, señora, o esperallo,

si esperallo pudiera sin perdello;

mas no de veros ya para valerme,

si no es morir, ningún remedio hallo,

y si éste lo es, tampoco podré habello

Soneto IV

Un rato se levanta mi esperanza:

mas, cansada de haberse levantado,

torna a caer, que deja, mal mi grado,

libre el lugar a la desconfianza

¿Quién sufrirá tan áspera mudanza

del bien al mal? ¡Oh corazón cansado!

Esfuerza en la miseria de tu estado;

que tras fortuna suele haber bonanza

Yo mesmo emprenderé a fuerza de brazos

romper un monte, que otro no rompiera,

de mil inconvenientes muy espeso

Muerte, prisión no pueden, ni embarazos,

quitarme de ir a veros, como quiera,

desnudo espirtu o hombre en carne y hueso

Soneto V

Escrito está en mi alma vuestro gesto,

y cuanto yo escribir de vos deseo;

vos sola lo escribisteis, yo lo leo

tan solo, que aun de vos me guardo en esto

En esto estoy y estaré siempre puesto;

que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,

de tanto bien lo que no entiendo creo,

tomando ya la fe por presupuesto

Yo no nací sino para quereros;

mi alma os ha cortado a su medida;

por hábito del alma mismo os quiero

Cuando tengo confieso yo deberos;

por vos nací, por vos tengo la vida,

por vos he de morir, y por vos muero

Soneto VI

Por ásperos caminos he llegado

a parte que de miedo no me muevo;

y si a mudarme a dar un paso pruebo,

y allí por los cabellos soy tornado

Mas tal estoy, que con la muerte al lado

busco de mi vivir consejo nuevo;

y conozco el mejor y el peor apruebo,

o por costumbre mala o por mi hado

Por otra parte, el breve tiempo mío,

y el errado proceso de mis años,

en su primer principio y en su medio,

mi inclinación, con quien ya no porfío,

la cierta muerte, fin de tantos daños,

me hacen descuidar de mi remedio

Soneto VII

No pierda más quien ha tanto perdido,

bástate, amor, lo que ha por mí pasado;

válgame agora jamás haber probado

a defenderme de lo que has querido

Tu templo y sus paredes he vestido

de mis mojadas ropas y adornado,

como acontece a quien ha ya escapado

libre de la tormenta en que se vido

Yo había jurado nunca más meterme,

a poder mío y mi consentimiento,

en otro tal peligro, como vano

Mas del que viene no podré valerme;

y en esto no voy contra el juramento;

que ni es como los otros ni en mi mano

Soneto VIII

De aquella vista buena y excelente

salen espirtus vivos y encendidos,

y siendo por mis ojos recibidos,

me pasan hasta donde el mal se siente

Entránse en el camino fácilmente,

con los míos, de tal calor movidos,

salen fuera de mí como perdidos,

llamados de aquel bien que está presente

Ausente, en la memoria la imagino;

mis espirtus, pensando que la vían,

se mueven y se encienden sin medida;

mas no hallando fácil el camino,

que los suyos entrando derretían,

revientan por salir do no hay salida

Soneto IX

Señora mía, si yo de vos ausente

en esta vida turo y no me muero,

paréceme que ofendo a lo que os quiero,

y al bien de que gozaba en ser presente;

tras éste luego siento otro accidente,

que es ver que si de vida desespero,

yo pierdo cuanto bien bien de vos espero;

y ansí ando en lo que siento diferente

En esta diferencia mis sentidos

están, en vuestra ausencia y en porfía,

no sé ya que hacerme en tal tamaño

Nunca entre sí los veo sino reñidos;

de tal arte pelean noche y día,

que solo se conciertan en mi daño

Soneto X

¡Oh dulces prendas, por mí mal halladas,

dulces y alegres cuando Dios quería,

Juntas estáis en la memoria mía,

y con ella en mi muerte conjuradas!

¿Quién me dijera, cuando las pasadas

horas que en tanto bien por vos me vía,

que me habiáis de ser en algún día

con tan grave dolor representadas?

Pues en una hora junto me llevastes

todo el bien que por términos me distes,

lleváme junto el mal que me dejastes;

si no, sospecharé que me pusistes

en tantos bienes, porque deseastes

verme morir entre memorias tristes

Soneto XI

Hermosas ninfas, que, en el río metidas,

contentas habitáis en las moradas

de relucientes piedras fabricadas

y en columnas de vidrio sostenidas;

agora estéis labrando embebecidas

o tejiendo las telas delicadas,

agora unas con otras apartadas

contándoos los amores y las vidas:

dejad un rato la labor, alzando

vuestras rubias cabezas a mirarme,

y no os detendréis mucho según ando,

que o no podréis de lástima escucharme,

o convertido en agua aquí llorando,

podréis allá despacio consolarme

Soneto XII

Si para refrenar este deseo

loco, imposible, vano, temeroso,

y guarecer de un mal tan peligroso,

que es darme a entender yo lo que no creo

No me aprovecha verme cual me veo,

o muy aventurado o muy medroso,

en tanta confusión que nunca oso

fiar el mal de mí que lo poseo,

¿qué me ha de aprovechar ver la pintura

de aquél que con las alas derretidas

cayendo, fama y nombre al mar ha dado,

y la del que su fuego y su locura

llora entre aquellas plantas conocidas

apenas en el agua resfrïado?

Soneto XIII

A Dafne ya los brazos le crecían,

y en luengos ramos vueltos se mostraba;

en verdes hojas vi que se tornaban

los cabellos que el oro escurecían

De áspera corteza se cubrían

los tiernos miembros, que aún bullendo estaban:

los blancos pies en tierra se hincaban,

y en torcidas raíces se volvían

Aquel que fue la causa de tal daño,

a fuerza de llorar, crecer hacía

este árbol que con lágrimas regaba

¡Oh miserable estado! ¡oh mal tamaño!

¡Que con llorarla crezca cada día

la causa y la razón porque lloraba!

Soneto XIV

Como la tierna madre, que el doliente

hijo le está con lágrimas pidiendo

alguna cosa, de la cual comiendo,

sabe que ha de doblarse el mal que siente

Y aquel piadoso amor no le consiente

que considere el daño que, haciendo

lo que le pide hace, va corriendo

y aplaca el llanto y dobla el accidente,

así a mi enfermo y loco pensamiento,

que en su daño os me pide, yo querría

quitarle este mortal mantenimiento

Mas pídemele y llora cada día

tanto que cuanto quiere le consiento,

olvidando su muerte, y aun la mía

Soneto XV

Si quejas y lamentos pueden tanto,

que enfrenaron el curso de los ríos,

y en los diversos montes y sombríos

los árboles movieron con su canto;

si convertieron a escuchar su llanto

los fieros tigres, y peñascos fríos;

si, en fin, con menos casos que los míos

bajaron a los reinos del espanto,

¿por qué no ablandará mi trabajosa

vida, en miseria y lágrimas pasada,

un corazón conmigo endurecido?

Con más piedad debría ser escuchada

la voz del que se llora por perdido

que la del que perdió y llora otra cosa

Soneto XVI

No las francesas armas odïosas,

en contra puestas del airado pecho,

ni en los guardados muros con pertecho

los tiros y saetas ponzoñosas;

no las escaramuzas peligrosas,

ni aquel fiero rüido contrahecho

de aquel que para Júpiter fue hecho,

por manos de Vulcano artificiosas,

pudieron, aunque más yo me ofrecía

a los peligros de la dura guerra,

quitar una hora sola de mi hado

Mas infición del aire en solo un día

me quitó el mundo, y me ha en ti sepultado,

Parténope, tan lejos de mi tierra

Soneto XVII

Pensando que el camino iba derecho,

vine a parar en tanta desventura,

que imaginar no puedo, aún con locura,

algo de que esté un rato satisfecho

El ancho campo me parece estrecho,

la noche clara para mí es escura;

la dulce compañía, amarga y dura,

y duro campo de batalla el lecho

Del sueño, si hay alguno, aquella parte

sola, que es imagen de la muerte,

se aviene con el alma fatigada

En fin que como quiera estoy de arte,

que juzgo ya por hora menos fuerte,

aunque en ella me vi, la que es pasada

Soneto XVIII

Si a vuestra voluntad yo soy de cera,

y por Sol tengo solo vuestra vista,

la cual a quien no inflama o no conquista

con su mirar, es de sentido fuera;

¿de do viene una cosa, que, si fuera

menos veces de mí probada y vista,

según parece que a razón resista,

a mi sentido mismo no creyera?

Y es que yo soy de lejos inflamado

de vuestra ardiente vista y encendido

tanto, que en vida me sostengo apenas;

mas si de cerca soy acometido

de vuestros ojos, luego siento helado

cuajárseme la sangre por las venas

Soneto XIX

Julio, después que me partí llorando

de quien jamás mi pensamiento parte,

y dejé de mi alma aquella parte

que al cuerpo vida y fuerza estaba dando,

de mi bien a mí mismo voy tomando

estrecha cuenta, y siento de tal arte

faltarme todo el bien, que temo en parte

que ha de faltarme el aire sospirando;

y con este temor mi lengua prueba

a razonar con vos, oh dulce amigo,

del amarga memoria de aquel día

en que yo comencé como testigo

a poder dar, del alma vuestra, nueva

y a saberla de vos del alma mía

Soneto XX

Con tal fuerza y vigor son concertados

para mi perdición los duros vientos,

que cortaron mis tiernos pensamientos

luego que sobre mí fueron mostrados

El mal es que me quedan los cuidados

en salvo destos acontecimientos,

que son duros, y tienen fundamientos

en todos mis sentidos bien echados

Aunque por otra parte no me duelo,

ya que el bien me dejó con su partida,

del grave mal que en mí está de contino;

antes con él me abrazo y me consuelo;

porque en proceso de tan dura vida

ataje la largueza del camino

Soneto XXI

Clarísimo marqués, en quién derrama

el cielo cuanto bien conoce el mundo;

si el gran valor en que el sujeto fundo,

y al claro resplandor de nuestra llama

arribare mi pluma, y do la llama

la voz de vuestro nombre alto y profundo,

seréis vos solo eterno y sin segundo,

y por vos inmortal quien tanto os ama

Cuanto del largo cielo se desea,

cuanto sobre la tierra se procura,

todo se halla en vos de parte a parte;

y, en fin, de solo vos formó natura

una extraña y no vista al mundo idea

y hizo igual al pensamiento el arte

Soneto XXII

Con ansia extrema de mirar qué tiene

vuestro pecho escondido allá en su centro,

y ver si a lo de fuera lo de dentro

en apariencia y ser igual conviene,

en él puse la vista: mas detiene

de vuestra hermosura el duro encuentro

mis ojos, y no pasan tan adentro

que miren lo que el alma en sí contiene

Y así se quedan tristes en la puerta

hecha, por mi dolor, con esa mano

que aun a su mismo pecho no perdona;

donde vi claro mi esperanza muerta

y el golpe, que os hizo amor en vano

non esservi passato oltra la gona

Soneto XXIII

En tanto que de rosa y de azucena

se muestra la color en vuestro gesto,

y que vuestro mirar ardiente, honesto,

con clara luz la tempestad serena;

y en tanto que el cabello, que en la vena

del oro se escogió, con vuelo presto

por el hermoso cuello blanco, enhiesto,

el viento mueve, esparce y desordena:

coged de vuestra alegre primavera

el dulce fruto antes que el tiempo airado

cubra de nieve la hermosa cumbre

Marchitará la rosa el viento helado,

todo lo mudará la edad ligera

por no hacer mudanza en su costumbre

Soneto XXIV

Ilustre honor del nombre de Cardona,

décima moradora del Parnaso,

a Tansillo, a Minturno, al culto Taso

sujeto noble de inmortal corona;

si en medio del camino no abandona

la fuerza y el espirtu a vuestro Laso,

por vos me llevará mi osado paso

a la cumbre difícil de Helicona

Podré llevar entonces, sin trabajo,

con dulce son que el curso al agua enfrena,

por un camino hasta agora enjuto,

el patrio celebrado y rico Tajo,

que del valor de su luciente arena

a vuestro nombre pague el gran tributo

Soneto XXV

¡Oh hado ejecutivo en mis dolores,

cómo sentí tus leyes rigurosas!

Cortaste el árbol con manos dañosas,

y esparciste por tierra fruta y flores

En poco espacio yacen los amores,

y toda la esperanza de mis cosas

tornados en cenizas desdeñosas,

y sordas a mis quejas y clamores

Las lágrimas que en esta sepultura

se vierten hoy en día y se vertieron,

recibe, aunque sin fruto allá te sean,

hasta que aquella eterna noche oscura

me cierre aquestos ojos que te vieron,

dejándome con otros que te vean

Soneto XXVI

Echado está por tierra el fundamento

que mi vivir cansado sostenía

¡Oh cuánto bien se acaba en solo un día!

¡Oh cuántas esperanzas lleva el viento!

¡Oh cuán ocioso está mi pensamiento

cuando se ocupa en bien de cosa mía!

A mi esperanza, así como a baldía,

mil veces la castiga mi tormento

Las más veces me entrego, otras resisto

con tal furor, con una fuerza nueva,

que un monte puesto encima rompería

Aquéste es el deseo que me lleva,

a que desee tornar a ver un día

a quien fuera mejor nunca haber visto