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Félix Varela

Antología

Créditos

ISBN rústica: 978-84-9816-677-4.

ISBN ebook: 978-84-9897-015-9.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 9

La vida 9

Esta antología 10

Máscaras políticas 11

Cambia colores 16

Run Run 19

Conspiraciones en la Isla de Cuba 21

Sociedades secretas en la Isla de Cuba 24

Temperatura del agua del mar a considerables profundidades 33

Acción del magnetismo sobre el titanio 37

Propagación del sonido 38

Fenómeno observado por el profesor Silliman en el Chryophoro de Wollaston 40

Tranquilidad en la isla de Cuba 42

Estado eclesiástico en la isla de Cuba 52

Bombas habaneras 58

Amor de los americanos a la independencia 61

Carta a un amigo respondiendo a algunas dudas ideológicas 67

Paralelo entre la revolución que puede formarse en la isla de cuba por sus mismos habitantes, y la que se formará por la invasión de tropas extranjeras 71

Revolución interviniendo una fuerza extranjera 71

Revolución formada sin auxilio extranjero 74

Política francesa con relación a américa 76

Instrucciones secretas dadas por el duque de Rauzan al coronel Galabert en parís 77

Diálogo que han tenido en esta ciudad un español partidario de la independencia de la isla de Cuba y un paisano suyo antiindependiente 83

Reflexiones sobre la situación de España 88

Preguntas sueltas, respuestas francas 102

Instrucciones dadas por el gabinete francés a Mr. Chasserian, enviado a Colombia 103

Suplemento al n.º 3 de el habanero 106

Persecución de este papel en la isla de Cuba 108

Noticia de una máquina inventada para medir con la corredera lo que anda un buque 113

Comisión militar en La Habana 114

¿Necesita la isla de Cuba unirse a alguno de los gobiernos del continente americano para emanciparse de españa? 118

Consideraciones sobre el estado actual de la isla de Cuba 123

Carta del editor de este papel a un amigo 127

¿Qué deberá hacerse en caso de una invasión? 132

¿Es probable la invasión? 134

¿Hay unión en la isla de Cuba? 135

Dos palabras a los enemigos de el habanero 137

Reflexiones sobre la real orden anterior 139

Real orden de Fernando VII prohibiendo el habanero 142

Esperanzas frustradas 143

Reflexiones sobre los motivos que suelen alegarse para no intentar un cambio político en la isla de Cuba 149

Consecuencias de la rendición del Castillo de San Juan de Ulúa respecto a la isla de Cuba 152

Apuntaciones sobre el habanero 153

Conclusión 167

Libros a la carta 171

Brevísima presentación

La vida

Félix Varela y Morales (La Habana, 20 de noviembre de 1788-San Agustín, Florida, Estados Unidos, 25 de febrero de 1853). Cuba.

Hijo de un militar español. A los seis años vivió con su familia en La Florida, bajo dominio española. Allí cursó la primera enseñanza. En 1801 regresó a La Habana, donde, al año siguiente, entró en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio. En 1806 obtuvo el título de Bachiller en Teología y tomó los hábitos. Recibió el subdiaconato en 1809 y el diaconato en 1810. Ese mismo año se graduó de Licenciado en Teología. En 1811 hizo oposición a la cátedra de Latinidad y Retórica y a la de Filosofía en el Seminario de San Carlos. Obtuvo ésta tras reñidos y brillantes ejercicios y pudo desempeñarla gracias a una dispensa de edad. También en 1811 se ordenó de sacerdote. A partir de entonces y hasta 1816 desplegó una intensa labor como orador. En 1817 fue admitido como socio de número en la Real Sociedad Económica, que más tarde le confirió el título de Socio de Mérito. Por estos años aparecieron sus discursos en Diario del Gobierno, El Observador Habanero y Memorias de la Real Sociedad Económica de La Habana. Cuando en 1820, a raíz del establecimiento en España de la constitución de 1812, fue agregada la cátedra de Constitución al Seminario de San Carlos, la obtuvo por oposición mas solo pudo desempeñarla durante tres meses en 1821, porque fue elegido diputado a las Cortes de 1822. El 22 de diciembre del mismo año presentó en éstas, con otras personalidades, una proposición pidiendo un gobierno económico y político para las provincias de ultramar. También presentó un proyecto pidiendo el reconocimiento de la independencia de Hispanoamérica y escribió una Memoria que demuestra la necesidad de extinguir la esclavitud de los negros en la Isla de Cuba, atendiendo a los intereses de sus propietarios, que no llegó a presentar a las Cortes. Votó por la regencia en 1823, por lo que, al ser reimplantado el absolutismo por el rey Fernando VII, tuvo que refugiarse en Gibraltar. Poco después fue condenado a muerte. El 17 de diciembre de ese año llegó a Estados Unidos. Vivió en Filadelfia y después en Nueva York, donde publicó el periódico independentista El Habanero. Redactó, junto a José Antonio Saco, El Mensajero Semanal.

En 1837 fue nombrado vicario general de Nueva York. En 1841 el claustro de Teología del Seminario de Santa María de Baltimore le confirió el grado de Doctor de la Facultad. En unión de Charles C. Pise editó la revista mensual The catholic expositor and literary magazine (1841-1843). Publicó con seudónimo la primera edición de las Poesías (Nueva York, 1829) de Manuel de Zequeira.

Felix Veral murió en los Estados Unidos en 1853.

Esta antología

El presente volumen recoge artículos publicados por Varela en El Habanero. Como se verá, aquí se compilan desde textos políticos y de actualidad sobre la situación internacional de su época, hasta crónicas sobre los avances científicos y económicos. Asimismo aquí aparecen algunas de las críticas de que fue objeto el padre Varela por su posición a favor de la independencia de Cuba. Destacan además, por sorprendentes desde una mirada actual, sus observaciones sobre una inminente invasión de México y Colombia a la isla de Cuba.

Máscaras políticas

(Publicado en el periódico El Habanero)

Es tan frecuente entre los hombres encubrir cada una de sus verdaderas intenciones y carácter, que la persuasión general de que esto sucede, parece que debía ser un preservativo para evitar muchos engaños en el trato humano; pero desgraciadamente hay ciertos medios que sin embargo de ser bien conocidos, producen siempre su efecto, cuando se saben emplear, y la juventud, que por ser generosa, siempre es incauta, cae con frecuencia en los lazos de la más negra perfidia. Yo llamo a estos medios máscaras políticas, porque efectivamente encubren al hombre en la sociedad, y le presentan con un semblante político muy distinto del que realmente tendría si se manifestase abiertamente. Son muchas estas máscaras, pero yo me contraeré a considerar las principales, que son el patriotismo y la religión; objetos respetables, que profanados, sirven de velo para encubrir las intenciones más bajas, y aun los crímenes más vergonzosos.

Los que ya otra vez he llamado traficantes de patriotismo tienen tanta práctica en expender su mercancía, que por más defectuosa que sea, consiguen su venta con gran ganancia, porque siempre hay compradores incautos. La venta se hace siempre por empleos o por dinero, quiero decir, por cosa que lo valga; pues nadie es tan simple que pida una cantidad por ser patriota. Es cierto que algunas veces solo se aspira a la opinión, mas es por lo que ella puede producir; pues tal especie de gente no aprecia sino lo que da autoridad, o dinero.

Hay muchos signos para conocer estos traficantes. Se observa un hombre que siempre habla de patriotismo, y para quien nadie es patriota, o solamente lo son los de cierta clase, o cierto partido. Recelemos de él, pues nadie afecta más fidelidad, ni habla más contra los robos que los ladrones. Si promete sin venir al caso derramar su sangre por la Patria, es más que probable que en ofreciéndose no sacrificará ni un cabello. Si recorre varias sociedades secretas (como los que en España fueron sucesivamente masones, comuneros, etc.) enmascarado tenemos, y mucho más si el cambio es por el influjo que adquiere la sociedad a donde pasa, bien que jamás deserta uno de éstos de la sociedad preponderante, a menos que en la otra no encuentre algunas utilidades individuales, que acaso son contrarias al bien general, mas no importa.

Sin embargo, debe tenerse alguna indulgencia respecto de ciertos pretendientes, que siendo buenos patriotas, tienen la debilidad de arder en el deseo de un empleo, y entran en la sociedad que creen tener más influjo, y sucesivamente las recorren todas (como me consta por experiencia) para ver dónde consiguen. He dicho que debe tenerse alguna indulgencia, porque a pesar de que su conducta no es laudable, suelen tener un verdadero amor patrio, y ni por el empleo que solicitan ni por otra utilidad alguna serían infieles a su patria. Pero éstos no son muy comunes, y su principal defecto consiste en confundirse con los enmascarados circulantes; pues al fin un ambicioso es más sufrible que un infame hipócrita político. Aun en algunos casos no podrá graduarse de ambición el esfuerzo imprudente de algunos por colocarse en la sociedad, y a veces por huir de la miseria.

Otro de los signos para conocer estos especuladores es que siempre están quejosos, porque saben que el sistema de conseguir es llorar. Pero ellos lo hacen con una dignidad afectada, que da a entender que el honor de la Patria se interesa en su premio, más que su interés particular.

Suele oírseles referir las ventajas que hubieran sacado no siendo fieles a su patria, las tentativas que han hecho los enemigos para ganárselos, la legalidad con que han servido sus empleos; cosas que también hacen, y deben hacer los verdaderos patriotas, pero cuando la necesidad y el honor lo exigen, y con cierta modestia tan distante de la hipocresía como del descaro y atrevimiento. La Patria a nadie debe, todos sus hijos le deben sus servicios. Cuando se presentan méritos patrióticos es para hacer ver que se han cumplido unas obligaciones. Esta debe ser la máxima de un patriota. Un especulador viene por su paga; pídala en efectivo como un mercenario, désele, y vaya en paz. ¡Cuántas veces se les oye decir que están arrepentidos de haber hecho servicios a la Patria, y que si hubieran consultado mejor sus intereses hubieran sido sus enemigos! Estos viles confunden siempre la Patria con el gobierno, y si éste no les premia (merezcan o no el premio) aquélla nada vale.

Para conseguir su venta con más ventaja, suelen hacer algunos sacrificios, y distinguirse por algunas acciones verdaderamente patrióticas; pero muy pronto van por la paga, y procuran que ésta sea cuantiosa, y valga más que el bien que han hecho a la Patria. Ellos emprenden una especulación política lo mismo que una especulación mercantil; arriesgan cierta cantidad para sacar toda la ganancia posible. Nada hay en ellos de verdadero patriotismo; si el enemigo de la Patria les paga mejor, le servirán gustosos, y si pueden recibirán de ambas partes. Sobre todo, el medio más seguro para conocer estos enmascarados es observar su conducta. Yo jamás he creído en el patriotismo de ningún pícaro. Por más que se diga que la vida pública es una cosa y la privada es otra, prueba la experiencia que éstas son teorías y vanas reflexiones, sobre lo que pueden ser los hombres, y no sobre lo que son. Hay sus fenómenos en esta materia, quiero decir, hay uno u otro hombre inmoral en su conducta privada, y de excelente conducta como hombre público, o cuando se trata del bien de la Patria, aunque hablando con toda franqueza yo no he conocido ningún hombre de esta especie, y creo que sería muy difícil demostrar uno. He oído hablar mucho sobre esta materia, pero nunca se ha pasado de raciocinios. Sobre todo, los casos extraordinarios no forman regla en ninguna materia.

Debe tenerse presente que los pícaros son los que más pretenden pasar por patriotas, pues convencidos de su poca entrada en la sociedad, y aun del desprecio que merecen en la vida privada, procuran por todos medios conseguir algo que les haga apreciables, y aun necesarios. Ellos siempre son temibles, y es desgraciada toda sociedad, grande o pequeña, donde tienen influjo y aprecio hombres inmorales.

Muchos aspiran a este título de patriotas entre la gente incauta e ignorante, para hacerse temer aun de los que los conocen, y saben lo que valen. Hablan, escriben, intrigan, arrostran a todo el mundo, todo lo agitan, no paran un momento, arde en su pecho el sagrado fuego del amor patrio, se difunde esta opinión, y está conseguido el intento. Si se les persigue, está en ellos perseguido el patriotismo; si se les castiga, son víctimas del amor patrio; en una palabra, consiguen ser temidos. Piden entonces premio por no hacer daño, y como siempre hay hombres débiles, ellos logran su proyectada ganancia.

También deben contarse entre estos enmascarados cierta clase de tranquilizadores, que tienen la particular gracia de producir los males y curarlos. Todo lo componen y tranquilizan, porque no hacen más que dejar de descomponer y atizar, y las cosas por su misma naturaleza vuelven al estado que tenían. ¡Cuántas disensiones y trastornos populares se han producido sin otro objeto que el de componerlos después, y ameritarse sus autores! Si no consiguen remediar el mal, por lo menos hacen ver sus esfuerzos para impedirlo, y esto les adquiere el título de buenos patriotas. Sacrifican mil víctimas, pero esto no importa si hacen su ganancia.

Hay aún otra clase de tranquilizadores más hábiles, que son los que saben fingir males que no existen, y abultar los verdaderos en términos que la multitud se persuada que está en gran peligro, y después mire como a sus libertadores a los que han sido sus verdugos. Todo fingen que se debe a su celo, actividad y prudencia; si no hubiera sido por ellos, el pueblo hubiera sufrido horribles males. Hacen como algunos médicos ignorantes que para ameritarse ponderan la gravedad del enfermo, aunque sea poco más de nada lo que tenga. ¡Qué partido saca de la sencillez de muchos la sagacidad de algunos!

Otra de las máscaras que mejor encubren a los pícaros es la religión. Estos enmascarados agregan a su perfidia el más execrable sacrilegio. Se constituyen defensores natos de una religión que no observan, y que a veces detestan. La suponen siempre perseguida y abatida. Se dan el aire de confesores, y a veces el de mártires de la fe (¡bien merecen ser mártires del diablo!) atribuyendo a las personas más honradas, y aun a las más piadosas, las ideas e intenciones más impías y abominables. En una palabra, ellos conocen el influjo de las ideas religiosas, y saben manejarlas en su favor. Mas esta especie de máscara ya casi no merece el nombre de tal, pues solo produce su efecto entre personas muy ignorantes.

Hay otro medio de cubrirse con la religión, o mejor dicho con el fanatismo, aun más especioso, y consiste en presentar los males que efectivamente produce este monstruo, y causar otros tantos y acaso más, que incluidos en el mismo número, se les atribuye el mismo origen, y quedan sus autores jugando a dos caras. No hay cosa mejor para el que tiene que dar cuentas que la quema de un archivo, porque luego se dice que todos los papeles estaban en él. Así en el orden político suelen atizar el fanatismo los que quieren que produzca estragos, para declamar contra él, y atribuirle todos los males. Hay otros menos perversos que no fomentan ni incitan directamente el fanatismo, pero sí se aprovechan de la ocasión que él les ofrece. Suelen también constituirse entonces en sus perseguidores, pero es, o para inflamarlo, o para sacar algún partido ventajoso en otro respecto. En todos estos manejos infernales aparece la religión como objeto principal, cuando solo está sacrílegamente convertida en una verdadera máscara.

Siempre abundan estos enmascarados, porque siempre hay hombres infames, para quienes las voces patria y virtud nada significan, pero en los cambios políticos es cuando más se presentan, porque entonces hay más proporción para sus especulaciones. Nada hay más fácil que conocerlos si se tiene alguna práctica en observar a los hombres. Esta es la que yo recomiendo a la juventud para quien principalmente escribo.

Cambia colores

(Publicado en el periódico El Habanero)

En todas las mutaciones políticas se observa que los hombres mudan de conducta porque mudan de intereses; pero sin embargo hay una gran diferencia entre los que cediendo a la imperiosa ley de la necesidad se conforman con obedecer, y aun aspiran a merecer por su buena conducta en el nuevo orden de cosas y los que van mudando de opinión según advierten que se mudan las cosas, y procuran ostentar que nunca pensaron como todo el mundo sabe que han pensado, o que por lo menos nunca se sabe cómo piensan, pues no consta cuando fingen. La prudencia aconseja no arrostrar temerariamente y ser víctima de un deseo inasequible, pero esta misma prudencia y el honor exigen que los hombres no se degraden y se pongan en ridículo ostentando diversos sentimientos y diverso plan de ideas según el viento que sopla.

En la caída de la Constitución española se han observado muchos de estos cambia colores que a semejanza de los lagartos iban mudándose poco a poco, y tomando diversas apariencias hasta tener la que conservan de serviles, y que dejarían muy pronto si las cosas de mudasen. Era una diversión, y una rabia, ver algunos de estos lagartos en la plaza de San Antonio de Cádiz. Según se iban estrechando las distancias, variaban de lenguaje, y hombres que antes eran exaltados furiosos, iban apareciendo más que moderados, al día siguiente un sí es no es servirles, hasta que en los últimos momentos ya eran como los lacayos de Palacio. Muchos de los empleados empezaron por decir: Al fin parece que conservarán los empleos... puede ser que el rey cumpla... algo es algo... qué hemos de hacer. —Al poco tiempo ya decían: —Es claro que el sistema constitucional, por bueno que sea, no ha perdido, y últimamente ya preguntaban: ¿Cuándo se capitula con los franceses? ¿cuándo se acaba esto? En el día estarán en España pasando por fieles vasallos del rey los que más de una vez acusaban a las Cortes de débiles porque no proporcionaban un medio de matarle. Ahora estos mismos delatarán hasta a su padre por liberal, así como antes delataban a toda clase de personas ante la opinión pública como serviles, y delataban solo ante la opinión porque en el tiempo constitucional no podía procederse contra nadie por su modo de pensar, sino por sus operaciones, o verdaderos delitos. Estos mismos dicen ahora con frecuencia: en el tiempo de las llamadas Cortes, en el llamado sistema constitucional, en el desgraciado tiempo de anarquía, etc., etc. Y antes decían: ¡en el tiempo del despotismo, en la cruel época de la esclavitud y tiranía!

Aunque los cambia colores son bichos que abundan en todos los países, yo no he podido menos de hablar de los de España, porque verdaderamente han sido los más particulares y descarados. La sucesión que ha habido de gobiernos, ya absoluto, ya constitucional, los ha puesto en el caso de darse a conocer, y a la verdad que ha habido hombres bien ridículos. Su convicción ha sido siempre instantánea: en el momento en que ha caído una clase de gobierno se han convencido de sus vicios y de las perfecciones del que le ha reemplazado. La desgracia de estos cambia colores ha hecho que vuelva el gobierno anterior, y ellos en el momento se han convencido de que no tiene aquellos vicios que pensaban, y que es el mejor del mundo. Lo más particular es que se empeñan en persuadir (y persuaden a algunos) de que jamás han variado su opinión, sino que por prudencia, por evitar una persecución, por no sacrificarse inútilmente... Como si no fuese tan fácil distinguir las operaciones dictadas por la prudencia, de las que no tienen otro origen que la ambición y rastrero interés.

Estos indecentes, en el tiempo constitucional, no había daño que no atribuyesen al tiempo del absolutismo. Nada había hecho el rey que no fuese un absurdo; aun aquellas cosas de una utilidad conocida eran perjudicialísimas, y ahora, por el contrario, de todo tienen la culpa la Constitución y los constitucionales. Si no se hubiera interrumpido el gobierno absoluto bajo el mejor de los reyes (que antes era el mayor de los tiranos), ¡qué bienes no hubiera conseguido la nación! Infames, el hombre que no puede hablar lo que piensa, calla si tiene honor.

Es cierto que en todo cambio de sistema político puede haber sus convertidos, y efectivamente la gran fortuna de un nuevo gobierno es formarse prosélitos entre los que antes eran sus enemigos; pero la ficción del convencimiento es lo más degradante y ridículo que puede imaginarse. Esta es muy fácil de conocer, y solo creen que está oculta los mismos que la hacen. El nuevo gobierno, si no es muy estúpido, desprecia estos entes como debe, o a lo menos toma sus precauciones antes de poner en ellos su confianza (que jamás les concederá si conoce sus intereses), y respecto del pueblo quedan siempre marcados, y se les desprecia como a unos hombres bajos, que no tienen otro fin que la especulación. Los hombres de honor cuando mudan de opinión es por un convencimiento, y presentan las razones que les han obligado a hacerlo; pero jamás niegan su antiguo modo de pensar, porque como su conciencia nada les acusa, y siempre han tenido por objeto el bien de su patria, no creen que deben encubrirse. Estos inspiran confianza y mucho más si la observación que se ha hecho de ellos manifiesta que siempre han tenido igual conducta: éstos son una verdadera ganancia para un nuevo gobierno; pero éstos son muy raros, así porque no es fácil encontrar hombres de tales sentimientos, como porque es muy difícil convencer en materias políticas. ¿Quién convence a un verdadero liberal de que es bueno el gobierno absoluto? Ad calendas graecas.

Nada hay más respetable que la firmeza de carácter en los hombres, y la ingenuidad. Algunos serviles, aunque pocos, dieron gran ejemplo de estas virtudes en tiempo de la Constitución. Jamás negaron que sus ideas habían sido y eran contrarias, y que solo un convencimiento o la experiencia de los bienes que produjese el nuevo sistema podría hacerles variar de ideas. Estos hombres, lejos de ser molestados, inspiraban cierto respeto, y los liberales les miraban con bastante consideración. Se reconoció en ellos un alma firme y pundonorosa, y se esperaba que desengañados producirían muchas ventajas. Por el contrario, muchos que habían sido los más encarnizados perseguidores de los liberales, quisieron dar prontamente pruebas, no de liberalismo, sino de desenfreno, mas tuvieron la desgracia de que a muy pocos engañaron. El desprecio sigue siempre a los cambia colores.

Run Run

(Publicado en el periódico El Habanero)

En esta ciudad de New York, sin duda hay algún duende que de cuando en cuando esparce ciertas noticias que yo no sé cómo las brujulea allá por La Habana, pero que rara vez faltan. El maldito ha esparcido el run run de que en La Habana tratan de mandar toda la fuerza naval que tienen, y alguna más que pueden aprestar, sobre las costas de Colombia, para atacar a las fuerzas navales colombianas, y ver si las destruyen e impiden de este modo todo proyecto de expedición. Para esta empresa se piensa abrir una suscripción o mejor dicho, contribución a la cual se da el nombre de voluntaria, pero que formada a la vista de una comisión militar pronta a buscar motivo para pretexto de perseguir desafectos a S. M. puede inferirse que será tan forzada como si pusieran una pistola al pecho a todos los pudientes. Con este golpe van a ahogar en su cuna todos los proyectos de los independientes. ¡Qué guapos! Cuando pensábamos que no sabían cómo resistir, determinan atacar. Así se hace, y lo demás es conducta de gente de poco más o menos.

Lo malo es que los malditos colombianos, además de la fuerza naval que tienen, la cual reunida no teme a la escuadrilla de La Habana, preparan dos fragatas de 64, que se están construyendo una aquí y otra en Filadelfia, y que estarán listas en muy poco tiempo, y si llegan los buques que dicen tienen contratados los mexicanos, el negocio deja menos dudas y es muy probable que la expedición habanera entre en algún puerto de Colombia con distinto pabellón.

Pero supongamos lo que es más probable. Quiero decir que después de inmensos gastos para habilitar la famosa expedición, salen los buques a dar unas cuantas vueltas por las costas de Colombia, o más bien por las del sur de la Isla, que si los buques colombianos no tienen la fuerza suficiente se acogen a sus puertos y permanecen en ellos dos o tres semanas, y que pasado este tiempo se ofrece sin duda a la gran escuadra española urgente motivo para volver a puerto. El negocio está concluido gloriosamente, el dinero gastado, y la Isla en seguridad. Entre tanto se entretienen con toda tranquilidad los corsarios colombianos o los que saldrán a su nombre, en aliviar de sus cargas a todos los buques españoles o que conducen propiedades españolas a los puertos de La Habana y Matanzas, y quedarán frescos los armadores de la expedición. No importa: todo debe sufrirse, y no hay gasto sensible cuando se trata de conservar la tranquilidad. Ello puede llegar el caso que sea la de los sepulcros, pero al fin estarán tranquilos, en medio de los alborotos y desórdenes consiguientes a la independencia.

Conspiraciones en la Isla de Cuba

(Publicado en el periódico El Habanero)

Dos conspiraciones ha habido en la isla de Cuba, o mejor dicho: dos jaranas para alterar su estado o forma política, ambas con el mismo fin aunque con distinto nombre. Quiero decir: ambas para la independencia de la Isla, pero tomando la segunda el viso de restauradora de la Constitución española. Esta es una prueba de que por más que se diga, empiezan ya a ponerse en relación naturales y europeos, y aunque es cierto que ha sido corto el número y que como he dicho, merece más el nombre de una jarana que de una revolución, sin embargo no puede ocultarse que aún este pequeño paso indica que la opinión empieza a girar, y como volteada una parte de los europeos, es temible que el cambio sea más general, puso en cuidado al Gobierno este pequeño movimiento, no por lo que era sino por lo que podía ser.

La primera conspiración, llamada de los Soles, fue formada exclusivamente por naturales, y ésta ha sido la gran dicha del Gobierno, pues se le facilitó presentarla a los ojos de los europeos como destructora de sus fortunas y aun de sus vidas. Algunas imprudencias de parte de los naturales habían predispuesto los ánimos para esta persuasión, que en consecuencia no fue muy difícil. Esta decantada conspiración, que tanto ruido ha hecho, en realidad no consistía más que en unos esfuerzos inútiles por innecesarios para generalizar entre los naturales la opinión de independencia y tenerlos dispuestos para cuando llegase el caso. Casi todos los llamados conspiradores, que después de serlo no agregaron nada a lo que habían sido desde que supieron andar, no tienen otro delito para el actual Gobierno. Un corto número entró, no en planes, sino en conversaciones perjudiciales al mismo objeto que se proponían, y otro aún mucho más corto y puede decirse nulo, sin conocimiento de todo el resto formó proyectos menos acertados, que hubieran sido disueltos por todos generalmente.

Se han hecho y acaso continúan haciéndose innumerables prisiones, y como el delito de los presos es casi general, también lo es la inseguridad y el sobresalto. La mayor parte de los delatores se anticipan a serlo por ponerse a cubierto, pero son cómplices de los delatados, y yo no sé si el Gobierno ignora que los presos, a lo menos la mayor parte de ellos, no son los que sirvieron de base, y los que valían más en la conspiración, y que si las cosas se llevasen con rigor sería menester convertir las ciudades en cárceles.

Ya en el sistema infame de las delaciones encontraron algunos el medio de hacer mal, pero otros más diestros, hiriendo por los mismos filos, parece que van hallando el de impedirlo. Se hacen ya delaciones bien capciosas, y se multiplican en términos que agitan los ánimos, y en cierto modo ponen en ridículo al Gobierno, fingiéndole gigantes, para que arremeta. Quiera Dios que esta arma que se ha puesto en manos de la perversidad no produzca un efecto muy contrario del que se propone el Gobierno. Quiera Dios que el disgusto general no conduzca a una revolución sangrienta, por ser fruto de la desesperación. Apenas hay una familia que por parentesco o por amistad no esté relacionada con alguno de los que están presos, o de los que temen estarlo por hallarse en el mismo caso, y tal vez más implicados. Aun los que no han dado paso alguno que les comprometa, temen una venganza que cuando menos les hará pasar un mal rato, como ya ha sucedido con una familia respetable. La confianza que había en aquel país para hablar cada uno con libertad lo que quería en su casa o en la de sus amigos, falta enteramente, y el Gobierno debe temer mucho que un pueblo, privado por un espionaje de la libertad de hecho de que siempre ha gozado, y que ha sido el mayor vínculo de su unión a la Península, busque en sí mismo (que es donde únicamente existe) su felicidad, o por lo menos la remoción de un tormento.

En mi concepto, las llamadas conspiraciones, si han hecho algo en favor de la independencia, ha sido proporcionar que haya muchos presos, y otros que teman estarlo. Cada prisión vale por mil proclamas; lejos de extinguir el fuego de la insurrección lo que hace es excitarlo, pues el amor despierta en uno el deseo de la venganza, y otros a quienes poco importan las personas, se alegran de la oportunidad. Es un aviso de que un partido va teniendo fuerza el que se haga planes que motiven prisiones, y los que estaban predispuestos saben que hay gente de arresto con qué contar y que solo necesita reforzarse. Una conspiración sorprendida es un ejército dispersado que solo necesita reunirse y aumentarse para volver a la batalla. El Gobierno verdaderamente no ha podido menos de tomar algún partido para contener a los conspiradores, sea cual fuere la importancia de la conspiración, pero la experiencia me autoriza para decir que se han equivocado en los medios, y que ahora es cuando existe la verdadera conspiración, que es el disgusto de innumerables familias. Mientras el Gobierno no pueda dar garantías al comercio de la Isla y a los capitales existentes en ellas, no necesita más conspiración, y mucho menos será necesaria si a esto se agrega el furor que inspiran las persecuciones en un país donde nunca las ha habido.

Sociedades secretas en la Isla de Cuba

(Publicado en el periódico El Habanero)

Las conspiraciones perseguidas hasta ahora son obra de sociedades secretas, y éstas son el más firme apoyo del Gobierno, y el día que sepa que están verdaderamente extinguidas es cuando más debe temer. Parecerá ésta una paradoja, pero es una verdad muy obvia, pues aun cuando no se quisiese discurrir sobre su fundamento, bastarían los hechos para demostrarla. En primer lugar, las dichosas sociedades secretas entre los españoles y entre todos los que hablan este idioma son de secreto a voces. Todo el mundo sabe su objeto y operaciones, y solo se ignoran algunas puerilidades, y algunos manejos bien subalternos e insignificantes cuando se tiene conocimiento de lo principal. Por otra parte, el Gobierno hace entrar en ellas sus espías, y nada se le escapa, y por consiguiente pone los medios de dividir la opinión y evitar todos los golpes; mientras mayor sea el número de las sociedades secretas tanto mayor es la probabilidad, o mejor dicho la certeza de que jamás harán nada.

Las sociedades de la isla de Cuba, lo mismo que las de España, no son más que la reunión en secreto de un partido, que ni adquiere ni pierde por semejante reunión, y lo que hace es perturbarlo todo aparentando misterios donde no hay más que mentecatadas en unos, picardía en otros, y poca previsión en muchos que de buena fe creen que todos los asociados operarán siempre como hablan, y que tienen la misma honradez que ellos. Estos hombres se hacen entrar en tales sociedades para darlas valor y prestigio. Por lo regular en semejantes sociedades solo la juventud entra de buena fe, pues en los primeros años de la vida del hombre, cuando aún no ha adquirido el hábito de fingir, ni las dobleces de la sociedad, y tiene todo el vigor de la naturaleza, parte siempre por derecho, y se arroja abiertamente hacia el crimen o hacia la virtud. La voz patria siempre electriza el alma de un joven y todo lo arrostra por ella, pero en mayor edad se oyen siempre el mismo tiempo las voces ambición, riqueza.