Infancia

Canción de las horas

En camino

Paisaje

Al muchacho Elis

Elis

Hohenburg

Sebastián en sueño

En el pantano

En primavera

Atardecer en Lans

En la Mönchsberg

La canción de Kaspar Hauser

Por la noche

Transformación del mal

En el parque

Un anochecer de invierno

Los condenados

Sonja

A lo largo

Alma de otoño

Afra

El otoño del solitario

Paz y mutismo

Anif

Nacimiento

Ocaso

A un muerto prematuro

Crepúsculo espiritual

Canción del poniente

Transfiguración

Föhn

El peregrino

Karl Kraus

A los silenciados

Passion

Canto séptuple de la muerte

Noche de invierno

En Venecia

Limbo

El sol

Canto de una alondra cautiva

Verano

Fin del verano

Año

Occidente

Primavera del alma

En la oscuridad

Canto del distante

INFANCIA

Cargado de frutos el sauco; la infancia habitaba serena

en cueva azul. Sobre pretérito camino,

donde ahora parduzca la hierba salvaje gime,

medita el mudo ramaje; el murmullo del follaje

en armonía, cuando el agua azul resuena en rocas.

Dulce es el lamento del mirlo. Un pastor

acompaña atónito al sol que rueda de la colina otoñal.

Un instante azul es tan sólo alma.

En el linde del bosque se muestra un animal silvestre

y apacibles

reposan en la tierra viejas campanas y caseríos sombríos.

Más piadoso, conoces el sentido de los años oscuros,

frío y otoño en habitaciones desiertas;

y en sacro azul resuenan luminosos pasos.

Suave golpea una ventana abierta; en la colina,

la visión del cementerio en ruinas lleva al llanto,

recuerdo de leyendas narradas; pero a veces se ilumina el alma,

cuando piensa personas alegres, días de primavera

dorado oscuro

CANCIÓN DE LAS HORAS

Con miradas negras se contemplan los amantes,

los rubios, brillantes. En oscuridad estática

se entrelazan enjutos los brazos ansiosos.

Púrpura se quebró la boca de la bendita. Los ojos redondos

reflejan el oro oscuro de la tarde primaveral,

linde y oscuridad del bosque, miedos nocturnos en verde;

quizá inefable vuelo de pájaros, del aún no nacido

la senda por pueblos siniestros, por solitarios veranos

y del azul en ruinas emerge de a ratos una decrepitud.

Suave susurra el trigo en el campo.

Dura es la vida y de acero se balancea la guadaña del

campesino,

vigas enormes coloca el carpintero.

Púrpura se tiñe el follaje en otoño; el espíritu monacal

atraviesa días alegres; madura está la uva

y festivo el ambiente en la casa de campo.

Dulcísimo aroma a frutas maduras; suave es la risa

del beato, en el sombrío sótano música y baile;

en el jardín al atardecer pasos y quietud del muchacho muerto.

EN CAMINO

Al atardecer llevaron al desconocido a la morgue;

un olor a alquitrán; el silencioso murmullo de plátanos rojos;

el oscuro vuelo de la grajalla; al lugar llegó una guardia.

El sol se hundió en líneas negras; aquel atardecer siempre vuelve.

En la habitación contigua, la hermana toca una sonata de

Schubert.

Su sonrisa se hunde suavemente en la fuente en ruinas

que murmura azulada en el ocaso. Oh, qué edad tiene

nuestra estirpe.

Alguien susurra abajo en el jardín; alguien abandonó este

cielo negro.

Sobre la cómoda el aroma de manzanas. La abuela enciende velas doradas.

Oh, qué apacible es el otoño. Nuestros pasos apenas suenan en el parque,

bajo árboles altos. Oh, qué solemne es el rostro lila del ocaso.

El manantial azul a tus pies, misteriosa la quietud roja

de tu boca,

ensombrecida por el sueño del follaje, por el oro oscuro de

girasoles decadentes.

En tus párpados pesan semillas de amapola y sueñan

dulcemente sobre mi frente.

Campanas delicadas hacen temblar el pecho. Una nube azul

es tu rostro hundido en en el ocaso.

Una guitarra que suena en una taberna desconocida,

el arbusto de sauco silvestre, allí, un día de noviembre hace

mucho pasado,

pasos familiares en la escalera a media luz, la visión de

vigas marrones,

una ventana abierta, en la que la dulce esperanza queda atrás…

Inefable todo eso, oh Dios, uno cae estremecido de rodillas.

Oh, qué oscura es esta noche. Una llama púrpura

se extingue en mi boca. En el silencio

muere del alma medrosa la solitaria música de cuerdas.

Dejala, cuando ebria de vino la cabeza en la alcantarilla

se hunde.

PAISAJE

Anochecer de septiembre; tristes suenan los gritos oscuros de los pastores

por el pueblo en el ocaso; el fuego centellea en la herrería.

Enorme un caballo negro se encabrita; los rizos lila de la

muchacha

buscan el ardor de sus ollares púrpura.

Al linde del bosque se congela en silencio el balido del ciervo

y las flores amarillas del otoño

se inclinan mudas sobre el rostro azul del lago.

Un árbol ardió en llama roja; con negros rostros volaron los murciélagos.