LaMuerteNoExiste_KINDLE.jpg

LA MUERTE NO EXISTE

 

LA GRAN METAMORFOSIS

 

 

 

 

 

 

 

 

SIXTO PAZ WELLS

 

 

 

 

 

A mi amada esposa Marina, invalorable
inspiración a lo largo de mi vida.

Muerte es sinónimo de cambio y metamorfosis en un universo dinámico de transformación continua.
La muerte no existe realmente como el final último de la vida, porque es simplemente un paso más, un cambio de traje, una purificación e iniciación a manera de investidura hacia estadios superiores.

Los Guías Extraterrestres

Introducción

La energía no se destruye, solo se transforma.

Ley de Lavosier

 

 

La muerte no existe, solo existe la transformación continua. Somos emanaciones del Sol Central y debemos volver a él, como soles generando luz propia, irradiando conscientemente vida y esperanza a sistemas y galaxias.

Los guías extraterrestres

Cuando era un niño pequeño aún no existía la televisión, por lo que solía sentarme en el suelo de madera de la habitación de mi abuela Virginia, al pie de su cama, acompañándola mientras ella escuchaba música y algún que otro programa de radionovela en su vieja radio. Ella era muy culta y generosa, a pesar de su imagen siempre seria e inalterable. Nunca me besó ni me acarició, ni me dijo que me amaba o cuán orgullosa estaba de mí o lo especial que era yo para ella; sin embargo, pagó mis estudios del colegio cuando mis padres no pudieron hacerlo.

Realmente nunca me dijo mayor cosa. Solo se expresaba mediante su particular silencio, con un permanente ceño fruncido. Ciertamente ella había sufrido mucho desde pequeña como hija natural no reconocida de una familia muy pudiente. Después quedó viuda muy joven con cuatro hijos a cuestas y tuvo que soportar la muerte de uno de ellos que se llamaba igual que yo.

Ella siempre tuvo preferencia por mi hermano mayor, que se parecía mucho a su hijo desaparecido. Por ello solo se dirigía a mí cuando tenía que llamarme la atención, y siempre lo hacía de una manera hosca e hiriente. Aun así yo la amaba porque era mi abuela.

En su ropero de madera oscura guardaba algunos de los cientos de libros que había leído en su vida sobre esoterismo y espiritismo. Entre los libros de mi abuela se encontraba el Kybalion, que era uno de los que más consultaba ella y donde se encontraban las enseñanzas de Hermes Trimegistro.

Era una apasionada de los temas metafísicos. Su carácter y su temperamento tan recio y fuerte, propio de una viuda que había conocido de manera muy temprana y cercana la muerte de los que amaba, me ayudaron a templar mi forma de ser y me convirtieron en una persona decidida y valiente, aunque también necesitada decirles a los demás cuán importantes eran para mí y cuánto les agradecía su existencia, así como procurar cualquier excusa para expresar mi afecto.

Una noche, mi abuela notó que yo observaba con curiosidad la carátula del libro que tenía sobre su mesilla de noche, aunque yo no me atrevía a tocarlo sin su permiso. Inmediatamente detectó en mí la inquietud por los temas que a ella le fascinaban, por lo que sorpresivamente me apoyó financiándome una pequeña biblioteca personal de esos temas. De manera que en plena adolescencia fui leyendo esos textos esotéricos editados en Argentina y así pude entender mucho de lo que ocurre en otros planos de existencia, información que complementé con libros que pertenecían a mi padre y que eran de origen brasileño, los cuales trataban sobre la «vida en el mundo espiritual».

Vivíamos con mis padres y mis hermanos en la casa de mi abuela. Mi padre había sufrido un terrible accidente de moto que le dejó postrado en estado de coma cuatro meses, lo cual poco a poco consumió todos sus recursos y le obligó a descuidar su empresa, que finalmente quebró. Tras su recuperación le llegó una efímera época de bonanza, pero hizo pésimas inversiones que le llevaron a perder todo lo que tenía, con lo que sometió a mi madre a una vida siempre ajustada económicamente. La casa era grande y muy antigua, de comienzos de siglo, muy «cargada» o «pesada», como suelen decir cuando se registran una cantidad considerable de fenómenos paranormales (poltergeist). Mi abuela se la había comprado a los dueños originales, una familia británica, pagándola en su tiempo con libras esterlinas y remodelándola para darle un estilo más moderno y actual.

Desde muy niño recuerdo con mis hermanos haber visto sombras y siluetas antropomorfas en varios sectores de la casa, que no podían ser consecuencia del temor o la sugestión propios de la edad. Tiempo después nos enteramos de que mi abuela, mi padre y sus amistades habían realizado allí ocasionalmente sesiones de espiritismo con la intención de descubrir los secretos del mundo espiritual.

Hace miles de años, en el Antiguo Egipto, Hermes Trimegistro –Thoth, el Atlante– enseñó que existen siete leyes o principios universales que rigen este universo material de siete dimensiones, donde todos coexistimos a través de siete cuerpos que nos permiten actuar conscientemente en esas siete dimensiones. Una de esas leyes es el Principio de Correspondencia, que señala que «Así como es arriba es abajo»; esto es que las mismas leyes que regulan el macrocosmos actúan en el microcosmos y viceversa, de tal manera que podemos entender cómo funcionan las relaciones en los planos y dimensiones más elevadas y sutiles observando cómo funcionan nuestras interacciones en nuestra vida cotidiana. Y que si queremos cambiar algo a nivel universal tenemos que enfocarnos en nuestra propia vida, para generar así una reacción en cadena. No es casualidad que el propio Maestro Jesús enseñara a través de ejemplos, como el del juez y la viuda, el Hijo Pródigo, los talentos, el siervo fiel, etc.

Si trasladamos esta concepción al tema de vidas sucesivas (reencarnación) podemos hacer la siguiente reflexión: si enviamos a nuestros hijos año tras año a la escuela para afianzar lo que han aprendido y para que aprendan cosas nuevas, así también Dios, en su infinita sabiduría y misericordia, sabiendo que el ser no llega a realizarse en una sola existencia física, le concede tantas vidas como sean necesarias para pasar al plano inmediato superior. Además, es evidente para todos que dos personas no nacen en igualdad de condiciones, ni tienen las mismas oportunidades, y que una vida en sí misma es insuficiente para aprenderlo, superarlo o lograrlo todo. Si no hubiese vidas sucesivas y aprendizaje continuo, todo sería un contrasentido y nada tendría lógica, solo habría caos y casualidad.

Pero la casualidad no existe. Otra de las leyes universales es la de «Causa y Efecto», por la que podemos entender que muchas de las cosas que nos ocurren en la vida son consecuencia de decisiones que tomamos en esta encarnación o en vidas anteriores. Bajo este planteamiento podríamos pensar que todo lo que nos ocurre negativo en la vida, como desgracias, pruebas y privaciones, es injusto, ya que no recordamos lo que hicimos o dejamos de hacer en vidas anteriores.

Todo cuanto nos ocurre en la vida forma parte de una experiencia infinita continua de crecimiento interior y madurez en conciencia. Las pruebas y dificultades buscan ayudarnos a crecer en capacidad y calidad de respuesta, lo cual nos ayudará en esta encarnación y en las sucesivas, perfeccionando nuestras aptitudes. Aunque uno no recuerde al detalle sus existencias pasadas, la madurez y el aprendizaje conseguidos se mantienen de una vida a otra y nos proporcionan ventajas para enfrentar las pruebas actuales. Somos la consecuencia de nuestras vidas anteriores; nunca hemos sido mejores de lo que somos ahora, aunque lo más importante es saber que somos susceptibles de mejorar y que finalmente todo nos llevará indefectiblemente, tarde o temprano, hacia la luz, la felicidad y la evolución.

La Biblia nos enseña: «Haz con otros como quisieras que hicieran contigo; no hagas a otros lo que no quieras que te hagan a ti», por lo que podríamos decir que el propósito de las sucesivas vidas es que aprendamos a ser solidarios y compasivos unos con otros y que activemos en todo y en todos la fuerza más poderosa del Universo, que son el amor, el respeto, la comprensión, la tolerancia y el perdón.

 

El autor, en representación de su creador

Capítulo I.

La historia
de Camila

Qué es la vida, un frenesí,

qué es la vida, una ilusión

una sombra una ficción;

que el mayor bien es pequeño,

que toda la vida es sueño,

y los sueños, sueños son.

Calderón de la Barca, La Vida es Sueño

Eduardo C. murió en la ciudad de Quito (Ecuador) en 1996. Dejó tras de sí una vida pletórica de realizaciones, así como una extensa y bella familia agradecida por las innumerables acciones de ese patriarca justo y amoroso. Había sido dueño de una empresa de curtiembres y desde que nacieron sus hijos sembró en ellos adecuadamente los valores del trabajo, la dedicación y la superación, que fueron creciendo en el seno de un hogar bien sustentado por el amor y los cuidados de Anita, su mujer.

Eduardo había tenido varios hijos con Anita, pero por diversas razones, Rafael, el cuarto de ellos, era su preferido. Precoz y acucioso desde niño, estaba ávido de aprender todo lo que hacía el padre y destacó rápidamente en todo lo que se proponía. Con los años llegó a graduarse como ingeniero y creó su propia empresa con máquinas que él mismo armaba y desarmaba, manteniéndolas operativas donde muchos otros se hubiesen desanimado.

Rafael se casó y llegó a tener tres hermosos y brillantes hijos, orgullo de cualquier padre.

En el año 2002, seis años después de la muerte de Eduardo, nació la hija de Mauricio, el hermano mayor de Rafael, a la que llamaron Camila. Desde que nació, la sobrina produjo una inexplicable fascinación en Rafael, a tal punto que la esposa de Mauricio le dijo a su marido que había pensado nombrar padrino a Rafael de su Camila por la extraordinaria empatía que tenía con la niña, porque era evidente que era quien, además de sus padres, más la quería.

El tío Rafael se mantuvo pendiente de Camila y la consintió desde muy pequeña, incluso pasando mucho tiempo con ella, a pesar del gran amor y atención que tributaba a sus hijos. Era algo incomprensible para todos, especialmente para el propio Rafael. Y era tanto el deseo de pasar tiempo con su sobrina que se ofrecía una y otra vez para llevarla personalmente en su coche a cuanto compromiso ella tuviera, ya fuera a la piscina, al ballet, adonde fuese. Naturalmente esto llegó a provocarle celos a Mauricio, el padre de la niña.

Una de esas veces que Rafael llevaba a la pequeña Camila en su coche, ella, que estaba sentada en la parte posterior, insistió en ponerse delante, cosa que no era adecuada por ser ella pequeña. Pero fueron tales los ruegos que el tío accedió y le colocó el cinturón de seguridad. Nada más sentarse ella en el lado del copiloto, cruzó las piernas como una persona mayor y entrelazó los dedos de las manos sobre sus rodillas como lo hacía su abuelo Eduardo. Resulta que en los últimos años de su vida don Eduardo era llevado regularmente por Rafael a sus chequeos médicos y el anciano patriarca, en cuanto se sentaba en el asiento delantero del copiloto cruzaba las piernas y colocaba las manos en la misma posición que ahora adoptaba su nieta Camila. Rafael no había relacionado la postura de la niña con la que adoptaba su padre, pues estaba concentrado en conducir el coche, cuando de pronto la niña se gira y mira a su tío Rafael y le dice:

–¿Recuerdas, Rafael, cuando yo era tu padre?

–¿Qué dices, Camila? ¿Que tú fuiste mi padre?

–¡Sí!… ¿Recuerdas cuando me llevabas en tu otro coche al médico?

Rafael comenzó a reírse nerviosamente y no atinaba a decir nada. Solo escuchaba a la niña pensando que bromeaba o fantaseaba.

Tiempo después Rafael me buscó para contarme la experiencia que había tenido con su sobrina, quien aparentemente sería la reencarnación de su padre Eduardo ya fallecido. Le pedí entonces reunirnos y también con Mauricio, su hermano y padre de la niña. Ya congregados, Mauricio nos confió lo siguiente:

–Desde que empezó a hablar, Camila, en vez de llamarme papá me decía «Mauri», como solía llamarme mi padre, lo cual me extrañó. Desde muy pequeña, a los tres años y medio, sabía cosas increíbles y anticipaba acontecimientos. También relataba cosas sobre sitios y situaciones que era imposible que hubiese conocido. Llegué a pensar que podía ser memoria genética.

»Una vez íbamos en el coche por la calle y de pronto la niña, inquieta desde atrás, me dice: «¡Mauri, quita el pie del embrague! ¿No recuerdas cuando te enseñaba a manejar?». «¡Camila, por favor!... ¿Cuándo me has enseñado tú a manejar?». «¡Antes!... ¡Cuando era tu papá!».

»Y ciertamente mi papá me enseñó a manejar. Él tenía un Volkswagen y siempre me decía lo mismo: «¡Quita el pie del embrague!».

»Más adelante, la niña señaló una casa donde mi padre y nosotros sus hijos habíamos vivido 40 años atrás. Entonces ella me dijo muy excitada: «¿Te acuerdas, Mauri, cuando vivíamos en esa casa?». «¿Cómo te puedes acordar, Camila, si tú no existías en ese tiempo?». «¡Sí! ¡Fíjate, la entrada estaba allí! Pero han bloqueado la puerta y la han abierto al otro lado» dijo ella entusiasmadísima. Ciertamente, los dueños actuales habían realizado esas modificaciones.

»Otro día, cuando la niña tenía cuatro años, salimos al parque para volar una cometa, y nada más tratar de alzarla en vuelo ella me interrumpió quitándomela de las manos y diciéndome: «Ay, Mauri, ¡no sabes volar cometas! Te voy a volver a enseñar ya que parece que has olvidado lo que te dije cuando eras chico».

Después de que Mauricio me contara esto le pedí que hiciera un experimento recordando lo que hacen los lamas tibetanos cuando fallece el Dalai Lama: después de dos años realizan un estudio astrológico evaluando dónde podría volver a nacer, y finalmente recogen objetos diversos que le pertenecieron en vida y los llevan consigo y salen a buscar a su nueva encarnación. El experimento consistía en que le llevara a Camila varios objetos bonitos y llamativos, y entre ellos colocara algún objeto que hubiera pertenecido al abuelo Eduardo. Pero tenía que ser algo muy cercano y personal.

Mauricio encontró el antiguo mango de un cuchillo que usaba don Eduardo en la curtiembre. No tenía hoja, y lo metió entre los demás objetos. Era algo tosco y feo; difícilmente podría llamar la atención de una niña pequeña. Sin embargo, ella, ante el ofrecimiento de su padre de poder escoger uno de los objetos como regalo, al ver expuestos todos sobre una mesa, algunos de ellos hermosos y atractivos juguetes, después de observarlos detenidamente escogió el viejo mango del cuchillo y se puso a jugar con él.

Cuando Mauricio le preguntó por qué había seleccionado un objeto tan feo, ella le contestó:

–¡Porque este es mío!

Este relato real que me tocó escuchar de los mismos testigos es una comprobación más allá de toda duda de la existencia de vidas sucesivas, la reencarnación, y de que cuando las relaciones son muy intensas entre las personas estas vuelven a relacionarse entre sí. En el caso de Mauricio, al ser el primogénito se había quedado con un sentimiento profundo de insatisfacción por no haber contado con la atención y el cariño de su padre, cosa que ahora se cumplía al tener en su propia hija a ese mismo espíritu que venía a compensar lo que quedó pendiente.

Capítulo II.

Ani, la amiga invisible