FERNÁN PÉREZ DE OLIVA


Soplos renacentistas

Presentación de
LUIS IGNACIO SÁINZ

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UNAM

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
2012


PRESENTACIÓN

 

A Martha y Esther Chávez Cano

El Renacimiento español comienza emblemáticamente en 1492, pues justo en ese año coinciden acontecimientos importantísimos que marcarán, para gozo e infortunio, la historia de ese reino de reinos que siempre aspiró a ser imperio. De manera paradójica, la construcción de semejante anhelo se fundó en un par de operaciones negativas y en una positiva: la reconquista del territorio a costa de los moros y la expulsión de los judíos, sucesos que tardarían más de un siglo en evidenciar sus consecuencias, y el arribo de Cristóbal Colón a un “Mundo” que terminó por calificarse de “Nuevo”. La articulación geográfica, la imposición de un solitario credo religioso y la invención de las Indias que se conocerían como América pasado el tiempo fueron los cimientos de la renovación hispánica.

Dadas las condiciones todavía precarias de esa unión, se imponía el diseño y la operación de un vehículo que hiciese fluir las decisiones del nuevo dominio de los reyes católicos. El reto consistió entonces en desarrollar un sistema de comunicación estable por encima de las diferencias idiomáticas, entronizándose la lengua de Isabel I como código oficial gracias a la aparición de la Gramática de la lengua castellana (1492) de Antonio de Nebrija.1 Así las cosas, la ortografía, la prosodia, la etimología y la sintaxis amalgamarían a la gente de Iberia y juntas se elevarían a la calidad de “compañera del Imperio”, en la expresión del propio humanista sevillano, contenida en la que fuera primera sistematización de una lengua vulgar europea.

El lenguaje adquiría entonces su verdadera dimensión: la de casa del ser, y en su geografía se construiría paso a paso la sed de absoluto de la España reunificada. Las palabras fueron las municiones de su primer arsenal, y con ellas pasaron a demoler las aspiraciones de otros credos y otras comunidades. Desde su condición íntima floreció el diseño y después la manufactura de una cultura expansiva que, en el sometimiento de territorios y la ampliación de fronteras, encontró su sino.

Semejante empresa política, si bien cumplía algunos empeños renacentistas propios de la entronización del hombre, sus apetitos y sus razones, a despecho de una divinidad narcisista y autoritaria, también exacerbaba una calidad tardía, postantigua y medievalizante: aquella destinada a someter las alteridades, a domeñar las diferencias, a imponer un integrismo homogeneizador. Por ello se sobrestima y privilegia lo castellano, haciendo de su contenido la única modalidad de vertebración de lo nacional; así, la parte suplanta al todo poligloto y multicultural, determinando la derrota de la diversidad. En todo caso permanece inalterable la idea de que España se construyó desde la creación, defensa y promoción de la lengua de Castilla.

Es posible rastrear este proceso en la configuración del propio Estado nación e identificar el tránsito emprendido entre un régimen, en principio, abierto a los soplos renacentistas, el de Carlos I de España y V de Alemania, hacia otro, por definición cerrado a la crítica y lo extraño, de inequívoca vocación contrarreformista, el de Felipe II. Lo que estaba en juego trascendió con largueza los matices, pues se impuso una sustitución radical: la posibilidad de que los sujetos reivindicasen sus convicciones, así fuera de modo acotado, por la realidad del control de las corporaciones y sus fueros. Y esta cerrazón reposó en la confianza ciega en que la lengua castellana fungiría en calidad de medio solitario de expresión, avasallando las tentativas expresivas de otros seres lingüísticos hasta reducirlos a la condición de balbuceos gramáticos o rebeldías separatistas.

En este empeño singular asumido por Nebrija se contaría, poco tiempo después, con el aporte significativo de Fernán Pérez de Oliva con su Dialogus inter Siliceum, Arithmeticam et Famam, apéndice de la primera edición del Ars Arithmetica in Theoricem et Praxim scissa: omni hominum conditioni superque utilis et necessaria (París, Thomas Kees Wesaliensi, septiembre de 1514; reimpresa en esa misma ciudad en 1518, 1519 y 1526, dedicada esta última a Alfonso Manrique y que difiere en composición de la versión princeps; en Valencia en 1544) del cardenal Juan Martínez Silíceo,2 donde se afana en demostrar la igualdad de rango entre el latín y el castellano. Será en el territorio de la palabra donde esos primeros hispanófilos recalcitrantes y vehementes libren no sólo la batalla por la expresión sino que, además, fundamenten las aspiraciones hegemónicas de la Corona española. Como un enigma y un acertijo, el castellano encarnará los más altos anhelos de una estirpe, la Habsburgo de los Austrias, que prefería entenderse en alemán, que en materia de protocolo guardaba la etiqueta borgoñona y que se encontraba sumida en una profunda nostalgia por Flandes.

El castellano deviene mecanismo de apropiación del mundo, atalaya desde donde se predica un sentido “nacional” y se defienden los intereses que le son consustanciales. Es, en suma, una forma sofisticada del poder en acto, que trasciende el mero desfogue de los testimonios de quienes protagonizaron las empresas españolas. Se trata, entonces, de una modalidad de presentificación castellana de la historia, a grado tal que el siglo XVI será escenario más que propicio para sentar sus reales en los cuatro puntos cardinales del globo terráqueo. En el caso mexicano se entronizarán las crónicas de sus intervenciones en fuentes casi únicas, ensimismadas y solipsistas, de las civilizaciones que las antecedieron.

Uno de sus vectores privilegiados fue, precisamente, Fernán Pérez de Oliva. Aunque triste es reconocerlo, pasó breve y ligero por la vida, siendo una flama de poca duración y gran intensidad en esa hoguera que fue la invención renacentista del Imperio hispánico. Nació en Córdoba en 1494 y falleció en Medina del Campo en 1531. Cursó estudios en Salamanca y Alcalá. Pasó dos años en París y tres en Italia, como protegido del pontífice León X (Juan Lorenzo de Médici). Fue catedrático y luego rector de la Universidad de Salamanca. Su obra más importante es Diálogo de la dignidad del hombre, publicado por primera vez en las Obras (1546) de Francisco Cervantes de Salazar. Tradujo al castellano con cierta liberalidad dos tragedias griegas: Electra de Sófocles (La venganza de Agamenón) y Hécuba de Eurípides (Hécuba triste), y una comedia latina, Amphitryon, de Plauto, transformando los versos en prosa y eliminando la división en actos, amén de introducir o eliminar personajes y parlamentos. De los poemas que compuso, el más célebre fue la elegía en coplas de pie quebrado (la métrica después conocida como estrofa manriqueña, ya usada antes por el Arcipreste de Hita) titulada Lamentación al saqueo de Roma, puesta en boca de Clemente VII (Julio de Médici). Entre sus obras misceláneas están: Tratado en latín sobre la piedra imán, Razonamiento sobre la navegación por el Guadalquivir, Historia de la invención de las Indias, Historia de la conquista de la Nueva España y Diálogos entre el cardenal Martínez Silíceo, la Aritmética y la Fama.

Este volumen compila, bajo el título Soplos renacentistas, tres de sus obras: Diálogo de la dignidad del hombre, Historia de la invención de las Indias e Historia de la conquista de la Nueva España. Para facilitar su lectura se ha aligerado la ortografía y puntuación, esperando con ello que el lector aproveche la novedad y soltura de un humanista y científico que mucho bien le hubiera hecho a España, y por ende a sus dominios, si su prematuro fallecimiento no hubiese cancelado la formación de Felipe II desde su mirada abierta y crítica, pues poco antes de morir había sido nombrado su preceptor.

El Diálogo de la dignidad del hombre, si bien recuerda aquel otro de Pico della Mirandola3 (De hominis dignitate oratio, 1494), presenta varias y dilatadas novedades. El escrito termina en una no revelación, pues las posiciones defendidas a lo largo del debate por Antonio y Aurelio no se integran o sintetizan en su desenlace; más aun, el juez de la disputa, Dinarco, desaparece de escena rehusándose a resolver el dilema. Deviene así un espectador-oyente de la discusión. La novedad radica en que el autor se limita a plantear el problema sobre la bondad y/o maldad del ser humano sin imponernos un corolario. Así, a pesar de que recuerde el dispositivo ciceroniano de In utramque Partem, dispositivo retórico que aborda una cuestión mediante la liza de tesis opuestas, el método de la reflexión a partir de argumentos contrarios, el responsable del texto extrema todavía más el artificio y termina por abstenerse de formular un juicio que zanje la cuestión debatida, reconociendo el libre arbitrio de quien lee. Su renuencia a la reconciliación moral de los antagonistas evade diluirse en la tradicional disputa escolástica, mostrando una modernidad hasta ese momento inexistente en la literatura en español: la no emisión de un veredicto final. De tal modo que la escritura resulta apetito y tentación reflexiva, eludiendo las trampas de la didáctica moralizante. Esta obra carece de moraleja y aquellos que la consulten deberán asumir el reto del pensamiento propio.

Por su parte, la Historia de la invención de las Indias, en un ciclo de nueve narraciones, y la Historia de la conquista de la Nueva España constituyen las primeras versiones en castellano respecto de la gran colisión que encarnó el descubrimiento y la posterior conquista de eso que se denominó América. Ambos trabajos se abstienen de proferir sentencias dogmáticas que menosprecien el carácter y el sentido de las nuevas realidades, físicas, humanas y culturales. La irrupción de la especie continente terminó por modificar la cartografía de la época, sacudiendo también las conciencias europeas con la necesaria representación antropológica de los recién “conocidos” moradores de las Antípodas. Este par de fenómenos le merecen a nuestro pensador ilustrado un tratamiento literario de altura y filosófico de estimación; sin duda alguna, tales composiciones no tienen parangón con lo escrito por sus contemporáneos a lo largo del siglo XVI.

Resta tan sólo que los Soplos renacentistas cumplan su efecto y refresquen nuestra percepción de lo que fuera la centuria del surgimiento, la consolidación y la expansión del Estado imperial español, la reconquista y las malhadadas expulsiones, la invención y el domeñamiento de un mundo calificado de nuevo, el dominio en Europa y en los mares entonces conocidos, desde una perspectiva iluminadora como la de Fernán Pérez de Oliva que, con pesar y dolor, fracasó en su esfuerzo por formar a príncipes políticos cristianos.

Luis Ignacio Sáinz

NOTAS

 

Versión a partir de Obas [sic] del maestro Fernán Pérez de Oliva..., Córdoba, Gabriel Ramos Bejarano, 1856; cotejada con la edición crítica de María Luisa Cerrón Puga, Madrid, Editorial Nacional, 1982. [Regreso]

NOTAS


Versión a partir de la edición de José Juan Arrom, Bogotá, Instituto Caro y Cuevo, 1965; cotejada con la edición crítica de Pedro Ruiz Pérez, Córdoba, Universidad de Córdoba, 1993. [Regreso]

NOTAS

Versión a partir de la edición de William Atkinson en "Hernán Pérez de Oliva. A biographical and critical study", en Revue Hispanique, 71, (1927), pp. 309-483; cotejada con la edición crítica de Pedro Ruiz Pérez, Córdoba, Universidad de Córdoba, 1993. [Regreso]

CRONOLOGÍA DE FERNÁN PÉREZ DE OLIVA

 

1494 Nació en Córdoba, España.
1513-1521 Cursó estudios en Salamanca y Alcalá, viajó por Francia y permaneció tres años en Roma como protegido del papa León X.
1514 Escribió el apéndice de la primera edición del Ars Arithmetica in Theoricem et Praxim scissa: omni hominum conditioni superque utilis et necessaria de Juan Martínez Guijarro.
1524 Escribió Razonamiento sobre la navegación del río Guadalquivir.
1529 Fue nombrado rector de la Universidad de Salamanca.
1531 Murió en Medina del Campo, Córdoba. Su sobrino, el también humanista Ambrosio de Morales, editó póstumamente sus obras en Córdoba en 1586.

NOTAS

 

1 Nació en Lebrija, provincia de Sevilla, la romana Nebrissa Veneria, en 1441 y falleció en Alcalá de Henares en 1522. Bautizado por sus padres como Antonio Martínez de Cala e Hinojosa, cambió su nombre al de Elio Antonio de Nebrija. Formado en Salamanca, prosigue sus estudios en Bolonia, donde fue discípulo de Martino Galeotto, para regresar a su terruño e introducir el humanismo renacentista con objeto de “desbaratar la barbarie por todas partes de España tan ancha y luengamente derramada”. En 1473 se casó con Isabel Solís de Maldonado, afirmando sobre el particular en su Aenigma iuris civilis: “Quiso la fatalidad que la incontinencia me precipitase en el matrimonio”. Su importancia trasciende la filología y la lingüística, pues frecuentó con éxito otras materias: teología con su Quinquagenas, derecho con su Lexicon iurus civilis, arqueología con sus Antigüedades de España y pedagogía con su De liberis educandis; frecuentó, además, la astronomía y la poesía. Como latinista intervino en la Biblia Políglota Complutense (1502). Por no abundar, sus Introductiones latinae (1481) fueron usadas como manual lexicográfico y etimológico en la enseñanza del latín hasta bien entrado el siglo XIX; amén de haber dado a la imprenta en 1492 y 1495 los primeros diccionarios latín-español y español-latín. Póstumamente se publicaron sus Reglas de ortografía en la lengua castellana (1523). Fue cronista real (1490-1509), protegido y consejero de los cardenales Zúñiga y Cisneros, y catedrático en las universidades de Alcalá, Salamanca y Sevilla. [Regreso]

2 Juan Martínez Guijarro o Silíceo (Villagarcía de la Torre, Badajoz, 1477-Toledo, 31 de mayo 1557), eclesiástico, matemático y lógico español. De modesto origen, se ignora dónde transcurrieron sus primeros años; se cree que estudió en Llerena; a los 16 años marchó a Valencia y luego, cuando tenía 21 años, a París, donde residió algunos años como alumno de latín con Luis Romano, de dialéctica con Roberto Caubraith y de lógica con Juan Dullart, no pudiéndose precisar si estudió matemática y con quién lo hizo, o bien si fue autodidacta. Llegó a ser profesor de su universidad y regresó a España cuando la Universidad de Salamanca le convalidó su título de bachiller en artes y le ofreció la cátedra de lógica nominalista; allí se ordenó sacerdote. Posteriormente desempeñó la cátedra de filosofía natural en 1522, que no abandonó pese a haber sido nombrado en 1529 canónigo magistral en Coria. En 1534 Carlos I lo nombró preceptor del príncipe Felipe, que entonces contaba seis años, en sustitución de su discípulo poco antes fallecido, Fernán Pérez de Oliva. Fue transigente con la disciplina en los estudios, pero muy estricto en materia religiosa. Más tarde fue designado obispo de Cartagena (1541) y promovido al arzobispado de Toledo (23 de octubre de 1545), donde falleció como cardenal el 31 de mayo de 1557. Está enterrado en su Colegio de Doncellas Nobles, que había fundado allí bajo la advocación de Nuestra Señora de los Remedios. [Regreso]

3 (Mirandola, Ferrara, Italia, 24 de febrero de 1463-Florencia, 17 de noviembre de 1494). Humanista y filósofo italiano. Se formó en derecho en la Universidad de Bolonia y en los más importantes centros de Italia y Francia, donde se imbuyó del pensamiento de Averroes (1126-1198), el filósofo asharí hispanoárabe que introdujera a Aristóteles en Occidente, gracias a que su maestro judío Elías del Medigo (1458-1493) lo aproximara a estas fuentes de la filosofía. Estudió sobre todo lenguas: griego, árabe, hebreo y caldeo, con el propósito de entender la cábala, el Corán, los oráculos caldeos y los Diálogos platónicos en sus textos originales. En pleno auge del Renacimiento, publicó en Roma sus célebres novecientas tesis, tituladas Conclusiones philosophicae, cabalisticae et theologicae (1486). En ellas manifestó la intención de demostrar la verdadera naturaleza del cristianismo, considerándolo como el punto de confluencia de todas las tradiciones filosóficas anteriores, incluidas la filosofía griega, la astrología, la cábala y la magia, sin excluir a Hermes Trismegisto. Esta descomunal obra iba precedida por un pequeño canto a la tolerancia que hoy en día leemos por separado y titulado El discurso sobre la dignidad del hombre. Sus teorías fueron combatidas duramente por la curia romana y siete de sus tesis, condenadas por los teólogos de la época, motivo por el cual fue perseguido por hereje y pasó tres meses encerrado en la torre de Vincennes. Tras ese periodo, se encomendó a la protección de Lorenzo el Magnífico, en Florencia. En 1489 publicó Heptaplus, comentario cabalístico sobre el libro del Génesis, la creación del universo, y en 1492 De ente et uno, una crítica al platonismo de su maestro Marsilio Ficino. En 1493 fue absuelto por Alejandro VI, el papa valenciano Rodrigo Borja (1431-1503), de toda imputación de heterodoxia; renunció a su dilatado principado e ingresó a la orden de los dominicos, con cuyo hábito moriría. Falleció tras ser envenenado por su secretario. [Regreso]

INFORMACIÓN SOBRE LA PUBLICACIÓN

DATOS DE LA COLECCIÓN

PEQUEÑOS GRANDES ENSAYOS 

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Antonio Saborit
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Colin White Muller †

DIRECTOR FUNDADOR
Hernán Lara Zavala

Universidad Nacional Autónoma de México
Coordinación de Difusión Cultural
Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial

AVISO LEGAL

Este texto fue publicado en la colección Pequeños Grandes Ensayos de la Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial de la Universidad Nacional Autónoma de México en 2009 bajo el cuidado editorial de Odette Alonso y Alejandro Soto y la coordinación editorial de Elsa Botello López.

Esta edición fue preparada con la colaboración de la Dirección General de Cómputo y de Tecnologías de Información y Comunicación de la UNAM. La formación fue realizada por Gloria Cienfuegos Suárez y Carolina Silva Bretón.

Primera edición electrónica: 2012

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Ciudad Universitaria, 04510, México, D. F.

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ISBN de la colección: 978-970-32-0479-1
ISBN de la obra: 978-607-02-4258-8

Hecho en México

DIÁLOGO DE LA DIGNIDAD DEL HOMBRE*

 

Argumento del Diálogo de la dignidad del hombre

Yéndose a pasear Antonio a una parte del campo donde otras muchas veces solía venir, le sigue Aurelio, su amigo; y preguntándole la causa por la que acostumbraba venirse allí, comienzan a hablar de la soledad. Y tratando por qué es tan amada de todos, y más de los más sabios, entre otras razones Aurelio dice que por el aborrecimiento que consigo tienen los hombres de sí mismos por las miserias y trabajos que padecen aman la soledad. Pareciendo mal esta razón a Antonio, por no haber criatura más excelente que el hombre ni que más contentamiento deba tener por haber nacido, dice que le probará lo contrario. Y así determinados de disputar de los males y bienes del hombre, para más a placer hacerlo, se van hacia una fuente. Junto a ella hallan a un viejo muy sabio llamado Dinarco con otros estudiosos, y entendiendo la contienda y constituido por juez de ella, manda a Aurelio que hable primero y luego Antonio diga su parecer. Habiéndoles oído Dinarco, juzga en breve de la dignidad del hombre lo que con verdad y cristianamente debía, habiendo sustentado Aurelio lo que los gentiles comúnmente del hombre sentían.

Interlocutores:

Aurelio, Antonio y Dinarco

AURELIO: Viéndote salir, Antonio, hoy de la ciudad, te he seguido hasta ver este lugar do sueles tantas veces venir a pasearte solo, porque creo que digna cosa será de ver lo que tú con tal costumbre tienes aprobado.

ANTONIO: Este lugar, Aurelio, nunca fue tal ni de tanto precio como es ahora que eres tú venido a él.

AURELIO: Nadie puede darle mejoría siendo de ti anticipado.