SIMÓN BOLÍVAR / JOSÉ MARTÍ


Nuestra América

Presentación de
ANA CECILIA LAZCANO RAMÍREZ

UNAM

UNAM

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
 2012

PRESENTACIÓN

El ser de nuestra América, de la América meridional, palpita en estos dos textos históricos, hoy más vigentes que nunca, de Simón Bolívar y José Martí. Escritos con casi ochenta años de diferencia, la Carta de Jamaica o Contestación de un americano meridional a un caballero de esta isla y Nuestra América resumen el pensamiento y la visión de dos figuras cimeras de la liberación y la independencia no sólo de Cuba, la Gran Colombia, Venezuela, Perú y Bolivia sino de toda América Latina.

Dos momentos, dos orígenes, dos puntos de partida distintos pero una sola causa: la unidad de nuestra América, esa unidad “que nos falta para completar la obra de nuestra regeneración”, como dice Bolívar y que Martí luego reclama: “puesto que la desunión fue nuestra muerte, ¿qué vulgar entendimiento ni corazón mezquino ha menester que se le diga que de la unión depende nuestra vida?”; “es la hora del recuento y de la marcha unida y hemos de andar en cuadro apretado como la plata en las raíces de los Andes”.

Para ambos esta “unión táctica y urgente” debe estar fundada en el conocimiento de nuestros pueblos, pues “conocer el país y gobernarlo conforme al conocimiento es el único modo de librarlo de tiranías”, es también la única forma de crear instituciones a partir de nuestra propia idiosincrasia y no de ideas y concepciones ajenas. Así constituidos, con base en el conocimiento será posible lograr la unidad; ésta será capaz de librarnos de la amenaza que ambos vieron con penetrante lucidez: el gigante con botas de siete leguas, los Estados Unidos de Norteamérica.

El pueblo que compra, manda. El pueblo que vende, sirve. El pueblo que quiere morir, vende a un solo pueblo. El influjo excesivo de un país en el comercio de otro, se convierte en influjo político.

Así de claro, así de monstruoso, preconiza Martí nuestro futuro, por eso empeña su vida para evitarlo, él sabe que su “onda es la de David”, pero también sabe que éste logró derrotar a Goliat.

Martí conoce al monstruo desde las entrañas y sabe de lo que es capaz; por ello apela a nuestra conciencia continental, a nuestro cambio de espíritu para construir la América nueva. En Nuestra América, Martí enfatiza, reitera y clama la necesidad de transformarnos, de terminar con lo que éramos:

una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño [...] una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España.

Como afirma Raúl Fornet-Betancourt, Nuestra América forma parte de un programa político con base en lo que Martí concibe como las necesidades fundamentales y apremiantes de nuestros países y pueblos; Nuestra América resulta pues su declaración de vida.

Ocho décadas atrás, Bolívar comentaba que los Estados Unidos y los norteamericanos: “son los peores y son los más fuertes al mismo tiempo y [además] parecen destinados por la providencia para plagar la América de miseria a nombre de la libertad”; los describe como “inmóviles espectadores” frente a los esfuerzos de Hispanoamérica por liberarse del poder español, no los ve como espectadores de palo sino como testigos con una calculada neutralidad tras la cual se oculta el interés mezquino por apropiarse de nuestras riquezas: “hallo que está a la cabeza de [nuestro] gran continente una poderosísima nación muy rica, muy belicosa y capaz de todo”. Sólo la unidad podrá contenerlos, “una sola debe ser la Patria de todos los americanos [meridionales]”.

En la Carta de Jamaica, tal vez uno de sus primeros escritos políticos, Bolívar no sólo da cuenta de la situación de nuestros países –con datos estadísticos, descripciones geográficas, población e historia–, sino también analiza y presagia el futuro sin unidad. Para Bolívar:

el destino de la América se ha fijado irrevocablemente; el lazo [...] está cortado [...] ya hemos visto la luz [pero] se nos quiere volver a las tinieblas; se han roto las cadenas; ya hemos sido libres [pero] nuestros enemigos pretenden de nuevo esclavizarnos.

Por eso es sustancial construir gobiernos propios que emerjan de nuestras necesidades, gobiernos adecuados a nuestros pueblos que curen sus llagas y sus heridas. La Carta de  Jamaica fija la posición del Libertador frente a nuestra América, establece su compromiso con ella (“yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo”) y marca el inicio de su lucha por concretarlo.

Martí vaticina: “así está Bolívar en el cielo de América, vigilante y ceñudo [...] así está él, calzadas aún las botas de campaña, porque lo que él no dejó hecho, sin hacer está hasta hoy”. Nuestra América y la Carta de Jamaica no plantean el pensamiento romántico de dos luchadores por la libertad, sino que son un compromiso de vida; se trata de dos textos hermanos cuya profunda certeza y anhelo genuino dan razón de su actualidad.

Ana Cecilia Lazcano Ramírez

CARTA DE JAMAICA

Contestación de un americano meridional
a un caballero de esta isla

Me apresuro a contestar la carta del 29 del mes pasado que Vd. me hizo el honor de dirigirme, y que yo recibí con la mayor satisfacción.

Sensible, como debo, al interés que Vd. Ha querido tomar por la suerte de mi patria, afligiéndose con ella por los tormentos que padece, desde su descubrimiento hasta estos últimos periodos, por parte de sus destructores los españoles, no siento menos el comprometimiento en que me ponen las solícitas demandas que Vd. me hace sobre los objetos más importantes de la política americana. Así, me encuentro en un conflicto, entre el deseo de corresponder a la confianza con que Vd. me favorece y el impedimento de satisfacerla, tanto por la falta de documentos y libros, cuanto por los limitados conocimientos que poseo de un país tan inmenso, variado y desconocido, como el Nuevo Mundo.

En mi opinión es imposible responder a las preguntas con que Vd. me ha honrado. El mismo barón de Humboldt, con su universalidad de conocimientos teóricos y prácticos, apenas lo haría con exactitud, porque aunque una parte de la estadística y revolución de América es conocida, me atrevo a asegurar que la mayor está cubierta de tinieblas y, por consecuencia, sólo se pueden ofrecer conjeturas más o menos aproximadas, sobre todo en lo relativo a la suerte futura y a los verdaderos proyectos de los americanos; pues cuantas combinaciones suministra la historia de las naciones, de otras tantas es susceptible la nuestra por su posición física, por las vicisitudes de la guerra y por los cálculos de la política.

Como me conceptúo obligado a prestar atención a la apreciable carta de Vd., no menos que a sus filantrópicas miras, me animo a dirigirle estas líneas, en las cuales ciertamente no hallará Vd. las ideas luminosas que desea, mas sí las ingenuas expresiones de mis pensamientos.

“Tres siglos ha –dice Vd.– que empezaron las barbaridades que los españoles cometieron en el grande hemisferio de Colón.” Barbaridades que la presente edad ha rechazado como fabulosas, porque parecen superiores a la perversidad humana; y jamás serían creídas por los críticos modernos si constantes y repetidos documentos no testificasen estas infaustas verdades. El filantrópico obispo de Chiapas, el apóstol de la América, Las Casas, ha dejado a la posteridad una breve relación de ellas, extractadas de las sumarias que siguieron en Sevilla a los conquistadores, con el testimonio de cuantas personas respetables había entonces en el Nuevo Mundo y con los procesos mismos que los tiranos se hicieron entre sí, como consta por los más sublimes historiadores de aquel tiempo. Todos los imparciales han hecho justicia al celo, verdad y virtudes de aquel amigo de la humanidad que con tanto fervor y firmeza denunció ante su gobierno y contemporáneos los actos más horrorosos de un frenesí sanguinario.