A mis tesoros:
Marta, Paula y Lucía.

1

NECESITO TU AYUDA

 

DE PUNTILLAS, como un delincuente, llegó mi tía Clío.

–¿Te he asustado? –preguntó dándome un susto.

–Pues claro, tía.

–Es por el hipo.

–No tengo hipo.

–¿Ves? Porque te he asustado.

–No, no tenía hipo.

–¿Y si lo llegas a haber tenido?

Puse los brazos en jarras y traté de parecer más alta.

–¡QUE-YO-NO-TENÍA-HIPO!

–¿Y por qué querías que te asustara?

–No quería que me asustaras, tía.

–¿Y para qué querías que viniera?

–Pues por lo otro.

–¿Qué otro, hija? Si no hablas claro, no te entiendo. Y a veces, incluso cuando hablas claro no te entiendo. Prefiero los gestos. Gesticula, anda.

Soplé mi flequillo.

–Tendríamos que aprender de los Urubú-Kaapor, una tribu del nordeste de Brasil –continuó Clío–. Son bilingües en su lengua y la lengua de señas, porque nacen muchos sordos en su tribu. Mucho más útil.

 

 

Esta es mi tía Clío. Clementina Imelda Oceánidas, para más datos. Está como una regadera, pero ella dice que no, que es antropóloga y que no tiene nada de raro.

Un antropólogo es una persona que estudia a los seres humanos, sus costumbres y todo eso.

–Necesito tu ayuda, tía Clío.

Mi tía sonrió entusiasmada. Está como un cencerro, sí, pero es buena a rabiar. Le gusta ayudarme. De hecho, no hay nada en este mundo que le guste más. Bueno, sí: asustarme, pero eso ya lo había hecho.

–Cuéntame, pichoncito.

–Si no me llamas pichoncito.

–Vale.

Y me escupió.

–¿Pero qué haces?

–Es para que veas que no miento, como harían los huambisas, una tribu del Amazonas.

–¿Y qué les pasa a los huam-esos?

–Huambisas, hija, huambisas. Para ellos, hablar sin escupir es lo mismo que mentir. Hay que comprender todas las culturas. Cuéntame.

Y volvió a escupirme.

–Verás... Necesito... encontrar un tesoro.

–¡Genial! –dijo mi tía–. Yo también.

Guardé silencio.

–Tía, hablo en serio. Es un trabajo para el profesor Leónidas.

Clío oyó ese nombre y pestañeó mucho. Yo creo que le gusta un poco, porque en algunas cosas es tan extravagante como ella. Por ejemplo, suele vestir con sombrero de copa y lleva un calcetín de cada color. También nos escupe a los pies cuando nos encuentra en el pasillo, o nos saca la lengua.

Cuando se lo conté a Clío, ella pareció entusiasmarse.

–¿Y nunca os frota la nariz? –preguntó interesada.

–Pero, tía, ¿cómo nos va a frotar la nariz?

Ella volvió a pestañear mucho y hasta suspiró.

–Son formas de saludo de diferentes tribus en el mundo, hija. No debes darle importancia.

Pues resulta que ahora al profesor Leónidas le había dado por ponernos como deberes buscar un tesoro. Así, tal cual: buscar un tesoro.

Maya enseguida levantó la mano y preguntó:

–¿Pero qué tipo de tesoro?

–¿Y dónde lo buscamos? –le siguió Julián.

Y cada vez más manos alzadas.

–¿Tiene que estar enterrado?

–¿Y si no lo encontramos?

–¿Pero tiene que ser un tesoro antiguo?

–¿Puede ser invisible?

–¿Grande o pequeño?

–¿Tiene que brillar?

–¿Puedo ir al baño?

–¿Vale un tesoro de mentira?

Leónidas se subió los pantalones, que siempre le quedaban enormes, y sonrió.

–Eso forma parte del ejercicio. Tenéis que apañároslas como podáis. ¡El lunes quiero aquí vuestros tesoros!

 

 

Total, que allí estaba yo, recurriendo a mi tía Clementina Imelda Oceánidas, la única que me podía ayudar en aquella original tarea del colegio.

–Resulta que...

Pero Clío ya se había ido. Corrí tras ella.

–¿Adónde vas? –grité.

–¡A sacar los billetes!

–¿Qué billetes?

–Pues qué billetes van a ser: ¡los del avión!

Frené en seco.

–Pero, tía, el lunes tengo que tener el tesoro, y mis padres...

–¡El lunes! –ella también se paró en seco–. Ah, bueno, tenemos tiempo de sobra. Pensé que era para esta tarde. ¡Entonces, vamos andando!

Y como yo no me moví, dijo:

–¡Vamos!

–¿Y mis padres?

–¡Ellos pueden apañárselas perfectamente sin ti!

Y sin más, me agarró de la manga y siguió corriendo.