Título original: Wildcard

Publicado en 2018 por G. P. Putnam’s Sons, un sello de Penguin Random House LLC

© de la obra: Xiwei Lu, 2018

© de la traducción: Noemí Risco Mateo, 2019

© de la presente edición: Nocturna Ediciones, S.L.

c/ Corazón de María, 39, 8.º C, esc. dcha. 28002 Madrid

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Primera edición en Nocturna: febrero de 2019

Edición Digital: Elena Sanz Matilla

ISBN: 978-84-17834-09-8

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Para Primo, que siempre me levanta el ánimo.

En otros titulares principales, los cuarteles de policía en todo el mundo llevan ya tres días con abrumadoras multitudes en sus puertas. El conocido mafioso Jacob «As» Kagan entró en la comisaría del distrito 8 de París esta mañana y se entregó a las autoridades, dejando a muchos sorprendidos con este paso imprevisto. En los Estados Unidos, dos fugitivos de la lista de los Diez Más Buscados del FBI se hallaron muertos; ambos incidentes han sido declarados suicidios. Este ha sido el resumen de la mañana.

EL INFORMATIVO TOKYO SUN

RESUMEN DE LA MAÑANA

En mi sueño, estoy con Hideo.

Sé que es un sueño porque estamos en una cama blanca en las últimas plantas de un rascacielos que no he visto nunca, en una habitación hecha totalmente de cristal. Si bajo la vista al suelo, veo a través de las docenas y docenas de pisos que hay debajo de nosotros, techo-suelo, techo-suelo, hasta que desaparecen en algún punto muy lejos, a nuestros pies, extendiéndose hasta las profundidades de la tierra.

Quizá ni siquiera haya suelo firme.

Aunque se filtran los suaves rayos del amanecer, que ahuyentan el tenue azul de la noche hasta iluminar nuestra piel con un resplandor mantecoso, todavía se ve con claridad un manto imposible de estrellas en el firmamento, cubriéndolo con una película de brillo blanco y dorado. Más allá del dormitorio, contemplamos el paisaje de una ciudad interminable, cuyas luces son un reflejo de las estrellas de arriba, que continúa hasta desaparecer en la capa de nubes del horizonte.

Es demasiado. El infinito está en todas las direcciones. No sé adónde mirar.

Entonces los labios de Hideo rozan mi clavícula y mi desorientación se evapora en el calor. Él está aquí. Inclino la cabeza hacia atrás, con la boca entreabierta, el pelo ondulándose a mi espalda, y vuelvo los ojos hacia el techo de cristal y las constelaciones en lo alto.

Lo siento —está susurrando, y su voz retumba dentro de mi mente.

Le miro negando con la cabeza y frunzo el entrecejo. No me acuerdo de por qué está disculpándose, y tiene los ojos tan tristes que no quiero recordarlo. Algo no va bien. Pero ¿qué es? Tengo la incómoda sensación de que no debería estar aquí.

Hideo me acerca más a él. La sensación se intensifica. Me asomo para ver la ciudad por el cristal, preguntándome si tal vez este paisaje onírico no tiene el aspecto que debería o si son las estrellas sobre nuestras cabezas las que me hacen detenerme. Hay algo que no va bien…

Me pongo tensa en los brazos de Hideo. Él frunce el ceño y me coge la cara con una mano. Quiero entregarme en nuestro beso, pero un movimiento en el otro extremo de la habitación me distrae.

Hay alguien ahí. Es una figura con una armadura negra y los rasgos ocultos tras el casco oscuro.

Lo miro. Y todo lo que está hecho de cristal se rompe en mil pedazos.

BARRIO DE SHINJUKU

Tokio, Japón

1

Ocho días para la ceremoniade clausura de Warcross

Alguien está observándome.

Lo noto… Tengo la inquietante sensación de que me siguen, de tener una mirada invisible a mi espalda. Siento un hormigueo en la piel, y mientras me abro camino por las calles de Tokio, empapadas por la lluvia, para reunirme con los Jinetes Fénix, continúo mirando por encima del hombro. La gente pasa apresurada en una corriente constante de paraguas coloridos, trajes de negocios, abrigos demasiado grandes y tacones. No puedo dejar de imaginarme que sus rostros cabizbajos miran todos en mi dirección, sin importar adónde me dirija.

Quizá sea la paranoia que te entra después de tantos años siendo cazarrecompensas. «Estás en una calle concurrida —me digo—. No te sigue nadie».

Han pasado tres días desde que Hideo lanzó el algoritmo. Técnicamente, el mundo ahora debería ser más seguro que nunca. Todas las personas que hayan usado las nuevas lentillas de Juegos Henka —aunque sólo haya sido una vez— deberían estar bajo el control total de Hideo, incapaces de infringir la ley o de hacer daño a otra persona.

Tan sólo los pocos que aún utilizan las lentillas beta, como yo, no se ven afectados.

Así que, en teoría, no debería preocuparme que alguien me siguiera. El algoritmo no le permitiría hacerme daño.

Pero, incluso mientras pienso esto, aflojo el paso para fijarme en la larga cola que rodea la comisaría local. Debe de haber cientos de personas. Están entregándose a las autoridades por todo acto ilegal, cualquiera que sea, que hayan cometido: desde multas de aparcamiento no pagadas o robos de poca monta… hasta asesinato. Esto sucede desde hace tres días.

Mi atención se dirige a una barrera policial al final de la calle. Nos están desviando hacia otra manzana. Las luces de una ambulancia se reflejan en las paredes, iluminando una camilla cubierta que están subiendo al vehículo. Sólo me hace falta echar un vistazo a los agentes que señalan el tejado de un edificio cercano para averiguar lo que ha ocurrido aquí. Otro delincuente ha debido de saltar para matarse. Los suicidios como este han estado inundando las noticias.

Y yo he contribuido a que todo esto sucediera.

Me trago el desasosiego y me doy la vuelta. Hay una mirada vacía, sutil pero importante, en los ojos de todo el mundo. No saben que una mano artificial controla sus mentes y doblega su voluntad.

La mano de Hideo.

Ese recuerdo basta para detenerme en medio de la calle y cerrar los ojos. Aprieto y relajo los puños, incluso cuando el corazón se me sacude ante su nombre. «Soy una idiota».

¿Cómo puede ser que al pensar en él sienta repugnancia y deseo a la vez? ¿Cómo puedo quedarme observando horrorizada esta cola de gente esperando bajo la lluvia fuera de la comisaría, pero seguir ruborizándome al soñar que estoy en la cama con Hideo, recorriendo su espalda con las manos?

«Hemos terminado. Olvídalo». Vuelvo a abrir los ojos y continúo avanzando, tratando de contener la rabia que golpea en mi pecho.

Cuando me meto en los pasillos calientes del centro comercial de Shinjuku, está lloviendo a mares y el agua desdibuja el reflejo de las luces de neón sobre el pavimento resbaladizo.

No obstante, la tormenta no impide los preparativos de la próxima ceremonia de clausura de Warcross, que señalará el final de los juegos de este año. Con las lentillas beta puestas, veo las carreteras y las aceras codificadas con colores, en tonos escarlata y dorado. Cada barrio de Tokio está resaltado como este ahora mismo, destacando en sus calles los colores del equipo más popular de ese vecindario. Encima está terminando una magnífica exhibición de fuegos artificiales virtuales, que atraviesan el cielo oscuro con estallidos de luz. El equipo preferido del barrio de Shinjuku son los Jinetes Fénix, así que los fuegos artificiales de aquí ahora están formando un ave fénix que se alza, arqueando el cuello llameante en un grito de victoria.

Todos los días durante la próxima semana, más o menos, se anunciarán mundialmente los diez mejores jugadores de los campeonatos tras la votación de todos los fans de Warcross. Esos diez jugadores competirán en un torneo final estelar durante la ceremonia de clausura y luego pasarán un año siendo las mayores celebridades del mundo antes de jugar otra vez la siguiente primavera, en la partida de la ceremonia de inauguración. Como la que hackeé para colarme, en la que la lie y cambié drásticamente mi vida hasta el punto de terminar donde estoy ahora.

La gente va disfrazada con orgullo como sus diez más votados este año. Veo a unos cuantos yendo de Asher con su traje en nuestra partida del campeonato en el Mundo Blanco; alguien va ataviado como Jena; otro, como Roshan. Pero hay otras personas que discuten acaloradamente sobre la final. No cabe duda de que se ha hecho trampa. Se usaron potenciadores que no deberían haber estado en juego.

Por supuesto, yo fui la que hizo eso.

Me recoloco la máscara de la cara y dejo que mi pelo arcoíris salga de debajo de la capucha del chubasquero rojo. Mis botas de agua chapotean en la acera. He elegido al azar una cara virtual para colocarla sobre la mía y que al menos la gente que lleve las gafas o las lentillas NeuroEnlace vea a una completa desconocida al mirarme. Para las pocas personas que no las tienen, la máscara debería taparme lo suficiente para mezclarme con los demás que llevan la cara cubierta por la calle.

Sugoi! —exclama alguien al pasar por mi lado y, cuando me giro, veo un par de chicas con los ojos muy abiertos, sonriendo de oreja a oreja al ver mi pelo. Sus palabras japonesas se traducen al inglés delante de mi visión—: ¡Vaya! ¡Qué buen disfraz de Emika Chen!

Hacen un gesto como si quisieran sacarme una foto y yo les sigo la corriente, levantando las manos para hacer una V de victoria. «¿Vosotras también estáis bajo el control de Hideo?», me pregunto.

Las chicas mueven la cabeza en señal de agradecimiento y continúan circulando. Me coloco bien el monopatín eléctrico que llevo atado encima del hombro. Es un buen disfraz temporal lo de fingir ser yo misma, pero, para una persona acostumbrada a seguir a otros, todavía me siento extrañamente expuesta.

¡Emi! ¿Ya estás por aquí?

El mensaje de Hammie aparece ante mí como un texto blanco translúcido, abriéndose paso a través de mi tensión. Sonrío por instinto y acelero el paso.

Casi.

¿Sabes? Habría sido más fácil que hubieras venido con nosotros.

Vuelvo a echar un vistazo por encima del hombro. Desde luego que habría sido más fácil…, pero la última vez que estuve en el mismo espacio que mis compañeros de equipo, Cero por poco nos mata en una explosión.

Ya no soy una Jinete oficial. La gente haría preguntas si nos vieran salir en grupo esta noche.

Pero habrías estado más a salvo.

Estamos más a salvo así.

Prácticamente puedo oír su suspiro. Me envía otra vez la dirección del bar.

Ahora nos vemos

Paso por el centro comercial y salgo por el otro lado. Dejo atrás los coloridos bloques de Shinjuku para entrar en las calles cutres de Kabukichō, la zona de prostitución en Tokio. Tenso los hombros. No es una parte peligrosa de la ciudad —desde luego, no lo es comparado con mi barrio en Nueva York—, pero las paredes están cubiertas de pantallas relucientes que anuncian los servicios de chicas guapas y atractivos jóvenes con el pelo de punta, junto a titulares más turbios que no quiero entender.

Hay modelos virtuales, ligeros de ropa, por fuera de los bares, que invitan a entrar a los visitantes. Me ignoran en cuanto advierten que mi perfil indica que soy extranjera y centran su atención en los japoneses más lucrativos que van por las calles.

De todas formas, acelero el paso. Ninguna zona de prostitución del mundo es segura.

Me meto por una calle estrecha en el límite de Kabukichō. Piss Alley, el callejón de los meados, como llaman a este grupo de pequeños corredores. Los Jinetes lo han escogido para esta noche porque cierra para los turistas durante la temporada del campeonato. Unos guardaespaldas trajeados, con cara de pocos amigos, vigilan las entradas y las salidas de los callejones, ahuyentando a los transeúntes curiosos.

Me quito el disfraz un segundo para que vean mi auténtica identidad. Uno de los guardaespaldas inclina la cabeza y me deja entrar.

Ambos extremos de los callejones están llenos de pequeños bares de sake y puestos de yakitori. A través de las puertas de cristal empañadas, veo las espaldas de otros equipos apiñados delante de parrillas humeantes, discutiendo en voz alta sobre las proyecciones virtuales en las paredes que muestran entrevistas a los jugadores. El olor a lluvia reciente se mezcla con los aromas a ajo, miso y carne frita.

Me quito el chubasquero, lo sacudo y lo doblo para guardarlo en la mochila. Luego me dirijo al último puesto. Este bar es un poco más grande que los demás y da a un callejón tranquilo, bloqueado por ambos lados. La entrada está iluminada por una fila de alegres farolillos rojos y hay unos hombres trajeados situados por allí, en posiciones estratégicas. Uno de ellos advierte mi presencia y se aparta, indicándome que pase.

Camino bajo los farolillos y cruzo una puerta corredera de cristal. Una cortina de aire caliente me envuelve.

¡Registrada en el Bar Sentido de Medianoche!

+500 puntos. Puntuación diaria: +950

Nivel 36 | 120 064 N

Me encuentro en una sala acogedora con un puñado de asientos ocupados en el bar, donde un chef está llenando unos cuencos de ramen y hace una pausa para anunciar mi llegada.

Todos los presentes me saludan cuando se giran hacia mí.

Está Hammie, nuestra Ladrona, y Roshan, nuestro Escudo. Asher, nuestro capitán, está sentado en uno de los taburetes con su elegante silla de ruedas plegada detrás de él. Incluso está aquí Tremaine, que técnicamente juega en la Brigada Demoniaca. Mantiene los codos apoyados en la barra mientras me saluda con un gesto de la cabeza a través del vapor que sale de su cuenco. Permanece sentado lejos de Roshan, que juguetea con una pulsera de cuentas de rosario que lleva en la muñeca, esforzándose por ignorar a su exnovio.

Mi equipo. Mis amigos. La inquietante sensación de que me vigilan disminuye mientras observo sus rostros.

Hammie me hace señas para que me acerque y yo me siento, agradecida, en un taburete vacío a su lado. El chef deja un cuenco de ramen delante de mí y se aleja para darnos privacidad.

—La ciudad entera está celebrándolo —digo entre dientes—. La gente no tiene ni idea de lo que ha hecho Hideo.

Empieza a recogerse los rizos en un moño grueso en lo alto de la cabeza y después señala con la barbilla una pantalla virtual en la pared que reproduce imágenes de la final.

—Has llegado justo a tiempo —responde—. Hideo está a punto de hacer su anuncio.

Nos quedamos mirando la pantalla mientras Hammie me sirve una taza de té. Ahora aparece una sala llena de periodistas pendientes de un enorme escenario, todos esperando impacientes la llegada de Hideo. Kenn, el director creativo de Warcross, y Mari Nakamura, la directora ejecutiva de operaciones de Juegos Henka, ya están allí, hablándose entre susurros.

La sala de la pantalla estalla en un alboroto cuando Hideo sube al escenario. Se pone bien las solapas de la chaqueta de su traje en cuanto se acerca a zancadas a sus compañeros y les estrecha la mano con su habitual cortesía fría y prudente.

Hasta el hecho de verle en la pantalla me abruma como si acabase de entrar en este bar. Lo único que veo es el mismo chico que he visto toda mi vida, el rostro que me detenía a mirar en los quioscos y contemplaba en televisión. Clavo las uñas en la barra, intentando no mostrar lo bochornosamente débil que me hace sentir.

Hammie se da cuenta y me lanza una mirada comprensiva.

—Nadie espera que lo hayas superado todavía —dice—. Sé que está intentando dominar el mundo y todo eso, pero al tío aún le quedan los trajes como a un modelo.

Asher frunce el entrecejo.

—Estoy aquí.

—No he dicho que quiera salir con él —replica Hammie, y alarga la mano para darle una palmadita a Asher en la mejilla.

Sigo mirando mientras Hideo y Kenn hablan en voz baja y me pregunto cuánto sabrán Kenn y Mari sobre los planes de Hideo. ¿Habrá estado la empresa entera metida en todo esto desde el principio? ¿Es posible mantener tal cosa en secreto? ¿Participaría tanta gente en algo tan horrible?

—Como todos sabéis —comienza Hideo—, se hizo trampas durante la final del campeonato de este año y un equipo salió beneficiado, los Jinetes Fénix, frente a otro, el Equipo Andrómeda. Tras revisar el asunto con nuestro equipo creativo —hace una pausa para mirar a Kenn—, parece que la trampa no la activó uno de los jugadores, sino alguien de fuera. Hemos decidido que la mejor manera de resolverlo, por tanto, es celebrar una revancha oficial entre el Equipo Andrómeda y los Jinetes Fénix dentro de cuatro días. A la que seguirá la ceremonia de clausura cuatro días más tarde.

Un murmullo inmediato llena la sala ante las palabras de Hideo. Asher se recuesta y contempla la pantalla con el entrecejo fruncido.

—Bueno, ahí lo tenéis —nos dice a todos—. Una revancha oficial. Tenemos tres días para prepararnos.

Hammie sorbe ruidosamente sus fideos.

—Una revancha oficial —repite, aunque no hay entusiasmo en su voz—. Jamás había sucedido en la historia de los campeonatos.

—Habrá un montón de detractores de los Jinetes Fénix —añade Tremaine. Ya se oye con claridad a unos cuantos gritar «¡Tramposos!» desde los otros bares.

Asher se encoge de hombros.

—No es nada a lo que no nos hayamos enfrentado antes. ¿No es cierto, Blackbourne?

Tremaine permanece inexpresivo. Todos hemos perdido el entusiasmo por una nueva partida cuando seguimos mirando la pantalla. Una revancha no es lo importante. Ojalá esos periodistas supieran lo que Hideo estaba realmente haciendo con las NeuroEnlace…

«Estoy harto del horror que predomina en el mundo —me había dicho—, de manera que voy a acabar con él».

—Bueno —empieza Roshan, frotándose la cara con una mano—, si a Hideo le ha preocupado algo de lo sucedido en estos últimos días, no da muestras de ello.

Tremaine está concentrado en algo invisible a simple vista y da unos rápidos golpecitos en la barra. Hace unas semanas, me habría enfurecido estar en la misma habitación que él. Sigue sin ser mi persona favorita y continúo esperando de él que adopte un aire despectivo y me llame otra vez princesa Peach, pero de momento está de nuestro lado y tenemos que aprovechar toda la ayuda que podamos obtener.

—¿Has encontrado algo? —le pregunto.

—He conseguido unas cifras fiables del número de personas que tienen las nuevas lentillas. —Tremaine se recuesta y exhala un suspiro—. El noventa y ocho por ciento.

Se podría cortar el silencio aquí dentro como si fuera un pastel. El noventa y ocho por ciento de los usuarios están ahora controlados por el algoritmo de Hideo. Pienso en las largas colas, en la cinta policial. La magnitud del asunto me da vértigo.

—¿Y el dos por ciento restante? —logra preguntar Asher.

—Son los que todavía utilizan las lentillas beta de prueba —contesta Tremaine—, los que todavía no las han cambiado. Esa gente por ahora está a salvo. —Echa un vistazo al bar—. Nosotros, por supuesto, y un número de jugadores oficiales, dado que nos dieron las lentillas beta antes de que saliera la versión definitiva. También un montón de gente del Mundo Oscuro, supongo. Y un escaso número de personas a lo largo del mundo que no usan las NeuroEnlace. Ya está. Todos los demás están atrapados.

Nadie quiere añadir nada más. No lo digo en voz alta, pero sé que no podemos quedarnos con las lentillas beta para siempre. Se dice por ahí que estas lentillas descargarán un parche que las convertirá en las lentillas del algoritmo el día de la ceremonia de clausura de Warcross.

Eso sucederá dentro de ocho días.

—Nos quedan siete días de libertad —dice finalmente Asher, expresando en voz alta lo que todos estamos pensando—. Si queréis robar un banco, ahora es vuestra oportunidad.

Miro a Tremaine.

—¿Ha habido suerte y has averiguado más sobre el algoritmo?

Niega con la cabeza y levanta una pantalla para que la veamos todos. Es un laberinto de letras brillantes.

—Ni siquiera he detectado el más mínimo rastro. ¿Veis esto —se detiene en un punto, ante un bloque de código—, la secuencia principal de entrada al sistema? Ahí debería haber algo.

—Estás diciendo que es imposible que ahí haya un algoritmo —respondo.

—Estoy diciendo que es imposible, sí. Es como ver una silla flotar en el aire sin cables que la sujeten.

Es la misma conclusión a la que llegué yo las pasadas noches mientras no pegaba ojo. Me las pasé buscando cualquier grieta en el NeuroEnlace. Nada. A pesar de que Hideo está implementando su algoritmo, no lo encuentro.

Suspiro.

—La única manera de acceder a él puede que sea a través del mismísimo Hideo.

En la pantalla, Hideo ahora está respondiendo a las preguntas de la prensa. Tiene la cara seria y el pelo perfectamente despeinado. Tan calmado como siempre. ¿Cómo lo hace para estar tan tranquilo? Me inclino hacia delante, como si los pocos momentos que pasamos juntos en nuestra breve relación me bastasen para saber qué está pensando.

El sueño de anoche vuelve a aparecer en mi cabeza y casi siento sus manos recorriendo mis brazos desnudos mientras me mira afligido. «Lo siento», había susurrado. Luego veo la oscura silueta que me observa desde el rincón de la habitación. El cristal haciéndose añicos a nuestro alrededor.

—¿Y qué hay de ti? —inquiere Tremaine, sacándome de mi ensueño—. ¿Has sabido algo más de Cero? ¿Has contactado con Hideo?

Respiro hondo y niego con la cabeza.

—No me he comunicado con nadie. Todavía no, al menos.

—¿No estarás sopesando aún la oferta de Cero? —Asher ha apoyado la cabeza en una mano y está mirándome con recelo. Es la misma expresión que utilizaba para reprenderme como capitán cada vez que creía que no iba a hacer caso a sus órdenes—. No lo hagas. No cabe duda de que es una trampa.

—Hideo también era una trampa, Ash —tercia Hammie—, y ninguno de los dos lo vio venir.

—Sí, bueno, Hideo no intentó volar por los aires nuestra residencia —masculla Asher—. Mira…, aunque Cero quiera de verdad que Emi se alíe con él para detener a Hideo, tiene que haber algún tipo de compromiso. No es exactamente un ciudadano modelo. Su ayuda puede que conlleve más problemas de los que merezca la pena.

Tremaine apoya los codos en la barra. Sigo sin acostumbrarme a reconocer auténtica preocupación en su rostro, pero es reconfortante. Un recuerdo de que no estoy sola.

—Si tú y yo trabajamos juntos, Em, podemos intentar evitar la ayuda de Cero. Tiene que haber pistas por ahí de Sasuke Tanaka.

—Sasuke Tanaka desapareció sin dejar rastro —interviene Ro-shan en voz baja, fría y cortante, mientras envuelve los fideos en sus palillos.

Tremaine lo mira.

—Siempre hay un rastro —replica.

Asher interviene antes de que las cosas se pongan más violentas entre Roshan y Tremaine:

—¿Y si te pones primero en contacto con Hideo? Cuéntale que has descubierto que su hermano está vivo. Dijiste que creó todo esto (Warcross, el algoritmo) por su hermano, ¿verdad? ¿No haría cualquier cosa por él?

En mi mente, veo a Hideo mirarme. «Todo lo que hago es por él». Me lo dijo hace tan sólo unas semanas, en unas fuentes termales, mientras contemplábamos cómo surgían las estrellas.

Incluso entonces, ya estaba planeando el algoritmo. Ahora esas palabras han adquirido un nuevo significado y yo me encojo hacia dentro cuando la calidez del recuerdo se endurece al transformarse en hielo.

—Si es que Cero es realmente su hermano —respondo.

—¿Estás sugiriendo que no lo es? Todos lo vimos.

—Digo que no estoy segura.

Muevo los fideos de mi cuenco, incapaz de abrir el apetito.

Hammie inclina la cabeza, pensativa, y veo el engranaje de su mente de ajedrez ponerse en funcionamiento.

—Podría ser alguien que ha robado la identidad de Sasuke. Podría ser alguien tratando de quitarse a la gente de encima utilizando el nombre de un niño muerto.

—Una imagen fantasma —murmuro al estar de acuerdo. Conozco el término porque lo he hecho antes.

—Emi no puede soltarle a Hideo algo tan importante si quizá no es cierto —continúa Hammie—. Podría llevarle a hacer algo imprevisible. Primero necesitamos pruebas.

De repente, Roshan se levanta y la silla chirría contra el suelo al retirarla hacia atrás. Alzo la vista bruscamente justo antes de verle darnos la espalda y salir del bar por la puerta corredera.

—¡Eh! —le llama Hammie—. ¿Estás bien?

Se detiene para mirarnos.

—¿Bien con qué? ¿Con que estemos aquí todos sentados, hablando de los tecnicismos de cómo Emi debería lanzarse a una situación que tal vez la mate?

El resto cortamos nuestra conversación y las palabras permanecen en el aire sin ser pronunciadas. Nunca había percibido ira de verdad en la voz de Roshan y ese sonido suena extraño.

Echa un vistazo a sus compañeros de equipo antes de posar los ojos en mí.

—No le debes nada a Hideo —dice en voz baja—. Realizaste la tarea por la que te contrataron. No es responsabilidad tuya indagar más en esto, ni en el pasado de Cero ni en lo que sucedió entre él y Hideo, ni siquiera lo que planea hacerle a Hideo.

—Emi es la única que… —empieza a decir Asher.

—Como si alguna vez te hubiera preocupado lo que ella necesita —le suelta Roshan.

Enarco la ceja por la sorpresa.

—Roshan —le advierte Asher, mirándole con cuidado.

Pero este tensa los labios.

—Mira… Si el equipo de Cero todavía está decidido a detener a Hideo, pues que lo hagan. Que se enfrenten el uno al otro. Apártate de esto. No tienes que hacerlo. Y ninguno de nosotros debería estar convenciéndote de nada diferente.

Antes de que pueda contestar, Roshan se da la vuelta y se dirige al aire nocturno. La puerta se cierra tras él, deslizándose con un fuerte golpe. A mi alrededor, los demás exhalan de forma inaudible.

Hammie niega con la cabeza cuando la miro.

—Es porque está aquí —murmura, señalando a Tremaine con la cabeza—. Le saca de quicio.

Tremaine se aclara la garganta, incómodo.

—No se equivoca —dice finalmente—. Sobre el peligro, quiero decir.

Me quedo mirando al espacio donde había estado Roshan y me imagino su pulsera deslizándose en su muñeca. Delante de mí, todavía veo el último mensaje de Cero en mis archivos, esas letras pequeñas y blancas, aguardando.

 

Mi oferta sigue en pie.

Hammie se recuesta y se cruza de brazos.

—¿Por qué sigues con esto? —me pregunta.

—¿Acaso el destino del mundo no es razón suficiente?

—No, hay algo más.

La irritación se alza en mi pecho.

—Todo esto está ocurriendo por mí. Yo estuve directamente implicada.

Hammie no da marcha atrás por el tono de mis palabras:

—Pero sabes que no es culpa tuya. Dímelo: ¿por qué?

Vacilo, no quiero decirlo. Por el rabillo del ojo, veo el perfil de Hideo con un halo verde. Está despierto y conectado. Es suficiente para que me entren ganas de enlazarme con él.

Odio que todavía ejerza ese poder sobre mí. Al fin y al cabo, todo el mundo tiene a una persona con la que no puede evitar obsesionarse. No es que no haya disfrutado de las aventuras de las últimas semanas. Pero aun así…

Él es más que una aventura, una recompensa o un objetivo. Va a estar ligado para siempre a mi historia. El Hideo que le ha arrebatado el libre albedrío al mundo sigue siendo el Hideo cuyo sufrimiento por su hermano le dejó un mechón canoso permanente en su pelo oscuro. El mismo Hideo que quiere a su madre y a su padre. El mismo Hideo que una vez me sacó de mi oscuridad y me retó a soñar con una vida mejor.

Me niego a creer que no sea más que un monstruo. No puedo verle hundirse así. Sigo en esto porque necesito volver a encontrar a ese chico, el corazón palpitante enterrado bajo su mentira. Tengo que detenerlo para salvarlo.

Él fue una vez la mano que me levantó. Ahora yo tengo que ser la suya.

•••••

Cuando nos marchamos del bar, ya es pasada la medianoche y la lluvia que caía a cántaros se ha convertido en una fina llovizna. Algunas personas siguen por las calles. Se han anunciado los dos primeros jugadores estelares y hay figuras virtuales colgando bajo todas las farolas de la ciudad.

HAMILTON JIMENEZ de EE. UU. | JINETES FÉNIX

PARK JIMIN de COREA DEL SUR | SABUESOS

Hammie apenas mira las imágenes de sus mejores movimientos en el juego que ahora aparecen bajo los postes de la luz.

—Deberías regresar con nosotros —sugiere, echando un vistazo al vecindario.

—No me pasará nada —la tranquilizo. Si alguien de verdad está siguiéndome, mejor no provocar que también siga a mis compañeros de equipo.

—Esto es Kabukichō, Em.

Le dedico una sonrisa irónica.

—¿Y? El algoritmo de Hideo funciona en la mayoría de esta gente ahora. ¿De qué hay que tener miedo?

—Muy graciosa —responde Hammie, y levanta, exasperada, una ceja.

—Mira, no deberíamos ir todos juntos. Sabes que eso nos convierte en un objetivo muy tentador, a pesar del algoritmo. Te llamaré cuando esté de vuelta en mi hotel.

Hammie capta el tono tajante en mi voz. Crispa los labios por la frustración, pero luego se despide con un gesto de la cabeza y empieza a alejarse.

—Sí, más te vale —suelta por encima del hombro, y se despide con la mano mientras se va corriendo.

Veo cómo se reúne con el resto y se dirigen hacia la parada de metro, donde un coche privado está esperándolos. Intento imaginarme a cada uno de ellos antes de que fueran famosos, la primera vez que llegaron a Tokio, si se sentían o no lo bastante invisibles para coger el metro. Si se sentían solos.

Cuando mis compañeros de equipo desaparecen en la bruma de la lluvia, me doy la vuelta.

Estoy acostumbrada a moverme sola. Aun así, ahora siento más mi soledad y el espacio a mi alrededor parece más vacío sin mis compañeros de equipo. Vuelvo a meterme las manos en los bolsillos e intento ignorar el modelo virtual masculino que ahora se me acerca con una sonrisa para invitarme en mi idioma a que entre a uno de los clubs anfitriones que llenan la calle.

—No —le respondo. Desaparece al instante, después se reinicia en la entrada del club y busca a otro cliente potencial.

Me meto el resto del pelo bajo la capucha y continúo avanzando. Hace una semana, lo más probable es que hubiera estado paseando con Hideo a mi lado. Con su brazo alrededor de mi cintura y su abrigo echado sobre mis hombros. Puede que estuviera riéndose de algo que yo había dicho.

Pero aquí estoy, sin compañía, escuchando el solitario chapoteo de mis botas en los charcos sucios de la calle. El eco del agua que gotea de los aleros y letreros sigue distrayéndome. Suena como los pasos de otra persona. La sensación de que alguien me vigila ha vuelto.

Un zumbido estático vibra en mis oídos. Me detengo un instante en una intersección e inclino la cabeza a un lado y a otro hasta que para.

Vuelvo a mirar al icono de Hideo con un halo verde que tengo en mi vista. ¿Dónde estará ahora y que estará haciendo? Me imagino contactando con él, su forma virtual apareciendo ante mí, mientras la pregunta de Asher retumba en mis oídos. ¿Y si le revelase la conexión de Cero con su hermano? ¿Sería tan negativo ver qué sucedería, sin estar del todo segura?

Aprieto los dientes, enfadada conmigo misma por pensar en excusas para oír su voz. Si mantengo suficiente distancia y me centro en este asunto como si fuese un trabajo, quizá deje de tener tantísimas ganas de acercarme a él.

Otra vez noto el zumbido en el oído. En esta ocasión me detengo a escuchar atentamente. Nada. Ahora tan sólo hay unas pocas personas conmigo en la calle, siluetas anodinas. «A lo mejor alguien está intentando hackearme». Inicio una revisión del sistema de mis NeuroEnlace para asegurarme de que todo está en orden. Un texto verde pasa flotando delante de mis ojos, el análisis parece normal.

Hasta que se salta comprobar mis mensajes.

Frunzo el entrecejo, pero, antes de poder examinarlo con más detenimiento, todo el texto desaparece de mi vista y lo sustituye una sola frase:

Sigo esperando, Emika.

Se me eriza hasta el vello de la nuca. Es Cero.

2

Me doy la vuelta en la acera y dirijo los ojos como una flecha a cada silueta en la calle, a los coloridos reflejos en la carretera en esta noche húmeda. Las farolas parecen de pronto personas y cada pisada lejana suena como si caminara hacia mí.

¿Está aquí? ¿Ha sido él quien estaba observándome? Casi espero ver una figura familiar detrás de mí, con el cuerpo recubierto por una armadura entallada y el rostro oculto bajo un casco negro opaco.

Pero aquí no hay nadie.

—Tan sólo han pasado unas noches —susurro para mis adentros, y mis palabras se transcriben en un texto de respuesta—. ¿Te suena lo de darle a alguien tiempo para pensárselo?

Ya te he dado tiempo.

La irritación arde bajo mi miedo. Aprieto los dientes y empiezo a caminar más rápido.

—Quizás esa sea mi manera de decirte que no me interesa.

¿Y no te interesa?

—No me interesa en absoluto.

¿Por qué no?

—¿Quizá porque intentaste matarme?

Si todavía quisiera verte muerta, ya lo estarías.

Otro escalofrío por la espalda.

—¿Estás tratando de que acepte tu oferta? Porque no es que lo estés haciendo muy bien.

Estoy aquí para avisarte de que estás en peligro.

Está jugando conmigo, como siempre. Pero hay algo en su tono que me deja helada. Me doy cuenta de que a lo mejor está atravesando mis filtros ahora mismo, indagando en mis archivos, investigándome. Una vez me robó los Recuerdos de mi padre. Podría hacerlo de nuevo.

—El único peligro al que me he enfrentado has sido tú.

Entonces no has visitado el Mundo Oscuro últimamente.

Una vista de la Guarida del Pirata aparece a mi alrededor. Doy una sacudida hacia atrás por el cambio brusco. Hace tan sólo un segundo, estaba en una calle de la ciudad y ahora estoy bajo cubierta en un barco pirata.

Tremaine tenía razón. Un buen número de personas del Mundo Oscuro deben de seguir utilizando las lentillas beta, porque el algoritmo de Hideo no les permitiría ir allí abajo. El barco parece atestado de gente virtual y todos están reunidos alrededor del cilindro de cristal en el centro de la guarida. La pantalla que muestra la lotería del asesinato.

Siempre la primera opción, ¿eh?

La vista se me va al principio de la lista. Algunos nombres me son familiares, jefes de bandas y capos de la mafia, políticos y unos cuantos famosos. Pero entonces…

Ahí estoy. Emika Chen. Estoy al principio, y al lado de mi nombre hay una recompensa de cinco millones de notas.

Cinco millones de notas por matarme.

—Tienes que estar de coña —logro decir.

La Guarida del Pirata se desvanece tan rápido como ha aparecido, dejándome de nuevo en Kabukichō.

Ahora los mensajes de Cero llegan deprisa.

Dos asesinos están acercándose a esta calle. Van a alcanzarte antes de que llegues a una parada de tren.

Todos los músculos se me tensan a la vez. He visto lo que les pasa a otros cuando terminan en esa lista… y por un precio tan alto, los asesinatos casi siempre se cometen.

Por una fracción de segundo, me descubro deseando que el algoritmo de Hideo ya estuviera afectando a todo el mundo, pero enseguida me quito esa idea de la cabeza.

—¿Cómo sé que no los has enviado tú mismo? —susurro.

Estás perdiendo tiempo. Gira a la derecha en la próxima intersección. Dirígete al centro comercial y baja al sótano. Hay un coche esperándote en la calle de enfrente.

¿Un coche? Quizá no estaba paranoica, después de todo. Había estado observándome, tal vez había calculado qué ruta tomaría en cuanto dejara a los Jinetes.

Miro a mi alrededor, desesperada. A lo mejor Cero está mintiéndome, a lo mejor este es uno de sus jueguecitos. Abro mi directorio y empiezo a llamar a Asher. Si los demás siguen por aquí, pueden venir a por mí. Ellos…

No termino esa idea. Suena un disparo detrás de mí y una bala pasa cerquísima de mi cuello hasta romper un trocito de pared en ángulo.

Una bala. Un disparo. Una súbita oleada de terror me invade.

Me tiro al suelo. Calle abajo, un transeúnte grita y sale corriendo, lo que me convierte en la única persona que veo. Echo un vistazo por encima del hombro en busca de mis perseguidores y esta vez veo una sombra moviéndose por un edificio, un susurro en la noche. Otro movimiento al otro lado de la calle atrae mi atención. Me apresuro a ponerme de pie.

Suena un segundo disparo.

El pánico amenaza mis sentidos. Los sonidos me llegan como si estuviese bajo el agua. Al ser cazarrecompensas, he oído antes disparos, el silbido de las balas de la policía contra muros y cristales, pero la fuerte intensidad de este momento es nueva. No he sido nunca el objetivo.

«¿Los habrá enviado Cero?». Pero él me ha avisado para que huya. Me ha dicho que estaba en peligro. ¿Por qué iba a hacerlo si es él quien estaba atacándome?

«Tienes que pensar».

Me pego a la pared, tiro el monopatín al suelo y salto sobre él. Piso fuerte con el talón y el monopatín sale a toda velocidad hacia delante con un agudo zumbido. Cero ha dicho que un coche estaba esperándome al doblar la esquina. Me agacho hacia la tabla para poder agarrarme a ambos lados con las manos y voy al final de la calle.

Pero otro disparo pasa junto a mi pierna, demasiado cerca, y le da al monopatín. Otro suelta una rueda.

Salto cuando el monopatín vira bruscamente hacia la pared, ruedo y me impulso para ponerme de pie; pero una de mis zapatillas de deporte se queda atascada en una grieta del pavimento. Me tropiezo. Detrás de mí oigo unos pasos. Cierro los ojos con fuerza, incluso mientras me esfuerzo en volver a ponerme de pie. Ya está; en cualquier instante, sentiré el dolor punzante de una bala atravesándome.

—Dobla la esquina. Vamos.

Giro la cabeza en dirección a la voz.

Agachada a mi lado en la oscuridad hay una chica con una gorra negra bien encastrada en la cabeza. Lleva pintalabios negro, los ojos son grises, duros como el acero, y están clavados en las siluetas ensombrecidas de la calle. Tiene una pistola en la mano y alrededor de la cintura, unas esposas negras. Por un segundo creo que las esposas son de verdad antes de que una onda azul virtual brille por encima. Está tan ligeramente apoyada sobre sus pies que parece que vaya a salir volando y su cara es de absoluta tranquilidad, no da muestras de la menor inquietud.

No había nadie detrás de mí hace un momento. Es como si hubiera salido de la nada.

Me mira.

—Muévete.

La palabra restalla como un látigo.

Esta vez, no vacilo. Echo a correr por la calle.

Al ponerme en marcha, ella se levanta y se dirige a uno de mis asesinos encapuchados. La chica camina con una sensación de calma que roza lo extraño; incluso cuando el atacante mueve el brazo para dispararla, ella también cambia de posición. Cuando dispara a la chica, la joven echa el cuerpo a un lado para esquivar la bala mientras alza su pistola. Dispara al atacante con una serie de movimientos fluidos. Llego a la esquina de la calle y miro hacia atrás al mismo tiempo que la bala alcanza al asesino con fuerza en el hombro. Le hace caer hacia atrás y lo derriba.

¿Quién demonios es esa chica?

Cero no había dicho nada de que trabajase con nadie más. Tal vez ella no tenga nada que ver con él. Hasta podría ser uno de mis atacantes, que estuviera intentando despistarme fingiendo ser mi salvadora.

Ya he llegado al centro comercial. Paso corriendo entre la multitud de personas asustadas mientras me abro camino hasta las primeras escaleras. «Al sótano», las palabras se repiten en mi mente. A lo lejos, oigo las sirenas de policía sonando por la última calle que he pisado. ¿Cómo han sabido tan rápido que debían venir aquí?

Entonces me acuerdo de la transeúnte que gritó y huyó al primer disparo. Si usaba las nuevas lentillas afectadas por el algoritmo, su reacción podría haber conseguido que las NeuroEnlace contactaran con la policía. ¿Es eso posible? Suena a una característica que Hideo podría haber añadido.

Cuando llego al final de las escaleras y atravieso una salida de emergencia, me doy cuenta de que la chica de ojos grises ya está aquí, no sé cómo, corriendo a mi lado. Niega con la cabeza al verme abrir la boca para hacerle una pregunta.

—No hay tiempo. Date prisa —ordena con voz seca.

Obedezco, atontada.

Mientras avanzamos, analizo en silencio la información que tengo de ella. Hay muy poca. Como yo, parece estar operando tras una falsa identidad, pues los diferentes perfiles a su alrededor están vacíos y son engañosos. Se mueve con una firme concentración, con unos gestos tan intensos y seguros que sé que ya ha hecho antes cosas como estas.

«¿Como qué? ¿Ayudar a un objetivo a ponerse a salvo? ¿O engañar a alguien para que la siga hasta la muerte?».

Me estremezco al pensarlo. Esa no es una apuesta que pueda arriesgarme a perder. Si está intentando alejarme de sus otros rivales o algo parecido, tengo que encontrar una buena oportunidad para salir corriendo.

El sótano del centro comercial está distribuido como los mostradores de cosméticos en un centro comercial de Nueva York, salvo que todos los de aquí exponen una selección de postres decorados con lujo. Pasteles, mousses, chocolates…, todos envasados de forma tan delicada que parecen más joyas que comida. La iluminación es tenue. Hace ya rato que esa planta ha cerrado esta noche.

Corro tras la chica por los pasillos oscurecidos. Se acerca a uno de los pasteles expuestos y golpea fuerte con el codo sobre el cristal, que se rompe en pedazos.

Estalla una alarma sobre nuestras cabezas.

Satisfecha, la chica mete la mano en la vitrina para coger el pequeño mochi adornado con copos dorados y quita los trozos de cristal antes de metérselo en la boca.

—¿Qué estás haciendo? —le grito por encima del ruido.

—Despejar nuestro camino —responde con la boca llena del postre. Agita el brazo con impaciencia hacia el techo—. La alarma debería ahuyentar a unos cuantos.

Agarra con fuerza la pistola y levanta la otra mano para hacer una serie de sutiles gestos en el aire. Aparece una invitación delante de mi vista.

¿Conectar con [vacío]?

Titubeo un instante antes de aceptar. Unas líneas de neón doradas aparecen en mi vista y nos guían por un camino que ha trazado para nosotras.

—Síguelo si me pierdes —dice por encima del hombro.

—¿Cómo te llamo? —pregunto.

—¿Es eso realmente importante ahora mismo?

—Si alguien me ataca y estamos separadas, sabré qué nombre he de gritar para pedir ayuda.

Al oír eso, se da la vuelta para mirarme y me dedica una sonrisa.

—Jax —responde.

Una figura escarlata aparece delante de nosotras, oculta tras una columna en el otro extremo del sótano.

Jax gira la cabeza en su dirección sin aflojar el paso y levanta la pistola.

—Agáchate —me advierte. Luego dispara.

Me tiro al suelo cuando el arma de Jax estalla. La otra persona devuelve el fuego de inmediato, las balas estallan al chocar contra las columnas y rompen otra vitrina. Me pitan los oídos. Jax continúa moviéndose de la misma forma exacta que antes, saliendo de la línea de fuego en todas las ocasiones, amartillando su pistola, preparando el hombro y volviendo a disparar. Yo corro cerca de ella, con la cabeza agachada.

Cuando una bala pasa silbando, obligándola a moverse de lado, se cambia la pistola de una mano a otra sin esfuerzo y vuelve a disparar.

Su bala da en el blanco esta vez. Oímos un alarido de dolor… Cuando alzo la vista por encima de las vitrinas, veo que una forma perfilada de rojo se desploma. La línea dorada que dirige nuestro camino gira a la derecha, pero, antes de tomarla, Jax pasa por encima de la figura en el suelo.

Apunta con la pistola a la persona y dispara un tiro eficiente.

El asesino se convulsiona una vez, con violencia, antes de quedar sin vida.

Termina en un instante, pero el sonido del disparo retumba en mi mente como las ondas que perturban un estanque y el recuerdo se superpone sobre sí mismo. Veo la sangre que salpica la pared y el charco rojo que se extiende bajo su cuerpo. La herida abierta en su cabeza.

El estómago me da una violenta sacudida. Es demasiado tarde para detenerlo, así que caigo de rodillas y vierto los contenidos de la cena en el suelo.

Jax tira de mí con fuerza para ponerme de pie.

—Cálmate. Sígueme.

Inclina la cabeza y me hace señas para que siga moviéndome.

La sangre de la pared salpica una y otra vez en mi mente. «Lo ha matado con demasiada facilidad. Está acostumbrada a esto». Me planteo salir corriendo, pero Jax me ha defendido y no ha intentado matarme. ¿Hay un precio más alto sobre mi cabeza si me atrapan viva?

Miles de preguntas se amontonan en la punta de mi lengua, pero me obligo a caminar a trompicones, alelada, detrás de ella. No se oye nada, salvo el eco de nuestras botas contra el suelo. Las sirenas de la policía y las ambulancias deben de estar aún en la escena de los disparos arriba, y tal vez alguien haya descubierto ya el cadáver que Jax ha dejado atrás.

Los segundos se estiran como si fueran horas antes de que por fin alcancemos nuestro destino, donde termina la línea dorada delante de un estrecho cuarto de mantenimiento.

Jax teclea un código en la cerradura de seguridad de la puerta. Brilla en verde, emite un único pitido y se abre para nosotras. La chica me hace pasar adentro.

La sala parece un cuarto de mantenimiento normal, lleno de cajones de madera y cajas de cartón amontonadas hasta el techo. Jax se apoya en un mostrador y empieza a recargar su pistola.

—No puedo sacarte por la salida habitual —murmura mientras avanza—. Hay una barrera policial bloqueando el coche. Iremos por aquí.

«El coche». A lo mejor sí está con Cero.

Me agacho en un rincón y cierro con fuerza los ojos. Todavía noto la garganta como si estuviese cubierta de ácido. El disparo mortal retumba en mi cabeza. Suelto el aire lenta y temblorosamente e intento calmarme mientras clavo los ojos en la pistola, pero mis manos no dejan de agitarse, a pesar de lo fuerte que apriete los puños. Por lo visto, no puedo pensar con claridad. Cada vez que lo intento, las ideas se me dispersan.

Jax me ve esforzándome por tranquilizarme. Se detiene, da un paso hacia mí y me coge de la barbilla con una mano enguantada. La sangre mancha el cuero. Me quedo quieta un instante, preguntándome cómo puede estar así de firme y calmada después de acabar de disparar a alguien en la cabeza. Preguntándome si será ahora cuando me parta el cuello como si fuese una ramita.

—Eh. —Me mira a los ojos—. Estás bien.

Me aparto de ella.

—Ya lo sé.

Hay cierto temblor en mi voz.

—Vale.

Al oír mi respuesta, se echa la mano a la espalda y saca otra pistola de su cinturón, que me lanza sin avisarme.

Cojo el arma.

—¡Por Dios! —espeto, sosteniendo la pistola delante de mí con dos dedos—. ¿Qué coño se supone que tengo que hacer con esto?

—¿Disparar si es necesario? —sugiere.

Mi mirada perdida continúa hasta que ella pone los ojos en blanco y recoge el arma. Se la guarda en el cinturón antes de coger su pistola y sacar el viejo cartucho de la recámara.

—¿Qué pasa, es que nunca has disparado antes un arma?

—No una de verdad.

—¿Has visto morir a alguien?

Niego con la cabeza, atontada.

—Creía que eras una cazarrecompensas.

—Lo soy.

—¿Es que no haces ese tipo de cosas?

—¿El qué, matar a gente?

—Sí. Eso.

—Mi trabajo consiste en atrapar a los objetivos vivos, no llenarles de agujeros la cabeza. —Observo cómo coloca un nuevo cartucho en la pistola—. ¿Es este el momento en el que te pregunto qué está pasando? ¿Te ha enviado Cero?

Jax enfunda la pistola recién cargada y la mirada que me lanza es casi compasiva.

—Escucha. Emika Chen, ¿no? Está claro que no tienes ni idea de dónde te has metido. —Sin perder un segundo, saca un cuchillo del interior de una de sus botas y continúa—: Estabas cenando con los Jinetes Fénix esta noche, ¿verdad?

—¿Estabas espiándome?

—Estaba observándote. —Jax camina hacia el otro extremo del cuarto, donde aparta uno de los montones de cajones. Detrás hay una puerta que pasa desapercibida, visible sólo como un fino rectángulo en la pared. Coge el cuchillo y lo mete con cuidado en la sutil rendija—. Dime que no tengo que explicártelo todo.

—Mira, empieza contándome qué coño está ocurriendo y partamos de ahí.