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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 410 - marzo 2019

 

© 2011 Kathleen Beaver

¿Quién seduce a quién?

Título original: How to Seduce a Billionaire

 

© 2011 Kathleen Beaver

Inocente en el paraíso

Título original: An Innocent in Paradise

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2012

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, c aracteres, l ugares, y s ituaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-984-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

¿Quién seduce a quién?

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Epílogo

Inocente en el paraíso

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Nota a mí mismo: «Prohibir vacaciones a empleados» –farfulló Brandon Duke al comprobar que la taza de café estaba vacía. Otro recordatorio de que su valiosa ayudante, Kelly Meredith, seguía de vacaciones. Llevaba fuera dos semanas; desde su punto de vista, eso eran catorce días de más.

No era que Brandon no fuera capaz servirse un café, pero Kelly siempre se adelantaba, apareciendo para rellenarle la taza con café caliente en el momento justo. Era una maravilla en todos los sentidos: los clientes la adoraban, las hojas de cálculo no le daban ningún miedo, y tenía un don para reconocer el mal o buen carácter de las personas con sólo mirarlas. Esa cualidad valía su peso en oro, y Brandon la había aprovechado pidiendo a Kelly que lo acompañara a reuniones de negocios por todo el país.

Brandon también tenía buen instinto a la hora de evaluar a un posible socio de negocios, o la motivación de un competidor, pero Kelly era un gran apoyo. Hasta sus hermanos habían adquirido el hábito de pedirle que colaborara en la contratación de empleados y en la solución de problemas de otros departamentos. Todo funcionaba mejor gracias a ella.

Aprovechando la tranquilidad de la oficina a esa hora tan temprana, Brandon empezó a escribir notas para la conferencia telefónica que tendría con sus hermanos más tarde. El Mansion Silverado Trail, en Napa Valley, nuevo centro vacacional de los Duke y joya de la corona de su imperio hotelero, estaba a punto de inaugurarse; había llegado el momento de centrar sus energías en nuevas propiedades y nuevos retos.

Revisó la lista de opciones para pujar por la absorción de una pequeña cadena de hoteles de lujo en la pintoresca costa de Oregón, después consultó su agenda. Cada hora del día estaba ocupada con citas, conferencias telefónicas y entregas, gran parte de ellas relacionadas con la gran inauguración. Por suerte, Kelly volvía ese día. Su sustituta había sido competente, pero Kelly era la única capaz de manejar la miríada de tensiones y conflictos que implicaban los eventos venideros.

La esposa de su hermano estaba a punto de tener un bebé. Iba a ser el primer nieto. Eso sí que iba a ser una celebración por todo lo alto. Brandon tenía que comprarle algo y no tenía la menor idea de qué; confiaba en que Kelly sabría elegir el regalo perfecto, y hasta lo envolvería.

Brandon oyó ruido de papeles y de cajones al otro lado de la puerta entreabierta.

–Buenos días, Brandon –saludó una voz alegre.

–Ya era hora de que volvieras, Kelly –replicó él con alivio–. Ven a verme en cuanto puedas.

–Vale. Pero antes prepararé café.

Brandon consultó el reloj. Había llegado quince minutos antes de su hora, otra muestra de que era la empleada ideal.

 

–Me gusta estar de vuelta –murmuró Kelly, encendiendo el ordenador. Era difícil de creer, pero había echado de menos a Brandon Duke. El sonido de su voz grave le provocaba un escalofrío que atribuía a la pasión que sentía por su trabajo.

Dejó el bolso en un cajón del escritorio y fue a preparar café. Al llenar la jarra de agua se dio cuenta de que le temblaba la mano y se obligó a relajarse. No había razón para sentirse nerviosa.

Aunque había hecho algunos cambios durante las vacaciones, nadie los notaría. Se fijaban en su buen sentido de los negocios y en su actitud positiva. No se darían cuenta de que, en vez de uno de sus habituales trajes pantalón, llevaba puesto un precioso vestido de punto color gris oscuro que acariciaba sus curvas con sutileza. Ni de que había cambiado las sosas gafas de los últimos cinco años por lentillas.

–Kelly –llamó Brandon desde su oficina–. Trae la carpeta de Dream Coast cuando vengas, ¿vale?

–Ahora mismo voy.

La familiar voz de Brandon Duke hizo sonreír a Kelly. Con una altura de un metro noventa y tres, tendría que haberla intimidado desde el primer día. Además, sabía que bajo los trajes de diseño había músculos duros como rocas. Habían coincidido en el gimnasio del hotel más de una vez, y lo había visto en pantalones cortos y camiseta. Ver a un exjugador profesional de fútbol americano levantando pesas era un espectáculo que la dejaba sin aliento, pero ella lo achacaba a haberse excedido en la cinta de ejercicios.

Soltó una risita al pensar en algunas de sus amigas, que habrían asesinado por ver al guapo Brandon Duke en pantalones cortos. Por suerte, Kelly nunca se había sentido tentada por su jefe.

Era un hombre espectacular, sí, pero para Kelly era mucho más importante su puesto de trabajo que una aventura breve e insignificante con un deportista famoso. Y una aventura con Brandon Duke sólo podía ser así. Había visto a las mujeres que hacían fila para salir con él, y cómo eran desechadas a las dos semanas como mucho.

–¿Qué diablos te pasa? –susurró para sí. Nunca había pensado en su jefe en esos términos, y no tenía intención de empezar a hacerlo. Sacudió la cabeza, disgustada consigo misma.

Mientras se llenaba la cafetera, Kelly miró por la ventana, sintiéndose orgullosa y afortunada por estar allí. ¿A quién no le gustaría trabajar en lo alto de una colina, en el corazón del valle Napa, con vistas a viñedos que se perdían en el horizonte?

Brandon y su equipo ejecutivo llevaban cuatro meses trabajando in situ en el Mansion Silverado Trail. Seguirían allí alrededor de un mes más, hasta que el complejo estuviera abierto al público y concluyera la vendimia. Después regresarían a la sede central de Duke, en Dunsmuir Bay.

Para entonces, Kelly habría completado su plan y su vida volvería a la normalidad. Entretanto, tendría que acordarse de respirar y relajarse.

–¿Oyes, Kelly? Relájate –murmuró, alisando el vestido con las manos. Después, llenó dos tazas de café–. Respira.

Dejó un café en su escritorio, recogió el correo y abrió la puerta del despacho de su jefe.

–Buenos días, Brandon –saludó, dejando el correo sobre su mesa.

–Buenos días, Kelly –dijo él, mientras escribía en una libreta–. Me alegro de tenerte de vuelta.

–Gracias, yo también de estar aquí –dejó la taza sobre el papel secante–. Café.

–Gracias –dijo él, absorto en lo que escribía. Un momento después, llevó la mano a la taza y alzó la vista. Sus ojos se agrandaron–. ¿Kelly?

–¿Sí? –ella lo miró y parpadeó–. Ah, disculpa. Querías la carpeta de Dream Coast. La traeré.

–¿Kelly? –su voz sonó tensa.

–¿Sí, Brandon?

Él la miraba con… ¿incredulidad? ¿horror? No era buena señal. Cuánto más la miraba, más nerviosa se ponía.

–Eh, vamos –dijo–. No tengo un aspecto tan horrible como para hacerte enmudecer –toqueteó el cuello del vestido, sonrojándose.

–Pero, ¿qué has hecho con…? –su voz se apagó, pero siguió mirando su rostro.

–Ah, ¿lo dices por las lentillas? Sí. Era hora de un cambio. Voy a por la carpeta.

–Kelly –sonó exigente.

Ella se dio la vuelta y vio que él la miraba el pelo. Suspiró y se apartó un mechón de la mejilla.

–Me lo han aclarado y le han dado forma. Nada importante –salió corriendo a por la carpeta.

A juzgar por la reacción de Brandon, la gente iba a mirarla como si fuera una alienígena. Así no iba a ser fácil relajarse, respirar y ejecutar su plan.

Buscaba en el archivador cuando oyó el sonido de las ruedas de la silla de Brandon. Segundos después él estaba en el umbral. Seguía mirándola.

–¿Kelly? –repitió.

–¿Por qué no haces más que repetir mi nombre? –Kelly alzó la cabeza.

–Para comprobar que eres tú.

–Soy yo, así que vale ya –le dijo–. Ah, aquí está la carpeta, por fin.

–¿Qué has hecho?

–Eso ya lo has preguntado.

–Y sigo esperando una respuesta.

Ella dejó caer los hombros un segundo, pero luego se enderezó. No tenía por qué avergonzarse, y menos ante Brandon, que siempre había elogiado su capacidad de trabajo y de resolución de problemas.

–Me he hecho un pequeño cambio de imagen.

–¿Pequeño?

–Sí. He perdido unos kilos, me he cortado el pelo y me he puesto lentillas. Nada importante.

–Pues yo diría que sí. Ni siquiera pareces tú.

–Claro que parezco yo –Kelly no iba a mencionar la semana pasada en un lujoso establecimiento termal ni las clases privadas de etiqueta y dicción.

–Pero llevas puesto un vestido –acusó él. Kelly se miró y luego alzó la vista

–Sí, cierto. ¿Eso es un problema?

–No. Dios, no –incómodo, dio un paso hacia atrás–. No es problema. Te queda genial. Es solo que… tú no llevas vestidos.

–Ahora sí –a Kelly la sorprendió que lo hubiera notado. Esbozó una sonrisa resuelta.

–Supongo –dubitativo, escrutó su rostro–. Bien, como dije antes, tienes un aspecto genial.

–Gracias. Me siento genial.

–Sí. Eso es genial –asintió con la cabeza, apretó los dientes y soltó el aire con fuerza.

Kelly se preguntó por qué seguía frunciendo el ceño si todo era tan genial.

–¡Ah! –dijo, sintiéndose ridícula. Le ofreció la carpeta–. Aquí está el informe de Dream Coast. Sus manos se rozaron un instante y ella sintió que un extraño cosquilleo le recorría el brazo.

–Gracias –el ceño de Brandon se acentuó.

–De nada.

–Es genial que estés de vuelta –dijo Brandon.

–Gracias –Kelly se planteó hacer un recuento de geniales–. Tendré las cifras de ventas mensuales calculadas en veinte minutos.

Él cerró la puerta y ella se hundió en su silla. Levantó la taza de café y tomó un largo trago.

 

 

Brandon dejó la carpeta de Dream Coast en el escritorio y siguió andando hasta una de las paredes, acristalada de suelo a techo. Su equipo y él ocupaban la suite del propietario, en la última planta del Mansion Silverado Trail, y nunca se cansaba de las vistas. Cuando contemplaba las suaves colinas de viñedos chardonnay se enorgullecía del éxito familiar.

Había captado un leve aroma a flores y especias en el aire. No estaba acostumbrado a que su ayudante llevara perfume, o no lo había notado antes, pero el olor lo llevó a imaginar una fresca habitación de hotel y una rubia ardiente. Desnuda. Entre las sábanas. Debajo de él.

Kelly. Aún la olía. Maldijo para sí.

Había hecho el tonto mirándola boquiabierto, como si ella fuera un filete jugoso y él un perrito muerto de hambre. Se había quedado mudo. Y luego se había repetido como un loro. Pero la culpa era de ella. Había conseguido desconcertarlo del todo, y eso nunca le ocurría a Brandon Duke.

Movió la cabeza. Kelly no había necesitado ningún cambio de imagen. Estaba bien como era: profesional, inteligente, discreta. Nunca suponía una distracción.

A Brandon no le gustaban las distracciones en su lugar de trabajo. En la oficina sólo se dedicaba a los negocios. Tras diez años siendo una estrella de la liga de fútbol, sabía que las distracciones arruinaban el juego. Desviar la vista de la pelota un segundo podía suponer acabar enterrado bajo un montón de hombretones enormes y rudos.

Brandon apoyó una mano en el cristal. ¿Quién sabía que su eficiente ayudante ocultaba curvas impresionantes y unas piernas de primera bajo los habituales trajes pantalón? ¿Y que sus ojos eran tan grandes y azules que un hombre podría perderse en ellos?

Más inquietante aún era su nuevo pintalabios. Tenía que ser nuevo, o él se habría fijado antes en los labios carnosos y en esa boca tan sexy. Casi había derramado el café al contemplarlos.

Y el vestido se pegaba a cada curva de su lujurioso cuerpo. Curvas cuya existencia había desconocido. Aunque la veía en el gimnasio del hotel a menudo, siempre llevaba pantalones de chándal y camisetas enormes. Imposible adivinar que escondía un cuerpo como ese bajo las prendas sudadas. Había estado engañándolo a propósito.

–No seas ridículo –se reconvino. Pero lo cierto era que su discreta y trabajadora ayudante era un monumento. Y eso le parecía una traición.

Unos minutos antes, cuando sus manos se habían rozado, había sentido una especie de corriente eléctrica. El recuerdo de la sensación de piel contra piel hizo que se excitara.

–El cambio es bueno –rezongó con sarcasmo, volviendo a su escritorio. No. El cambio no era bueno. Estaba acostumbrado a que Kelly llevara el cabello de color anodino recogido en una coleta o en un moño. Y se había convertido en una cascada de color miel que caía por sus hombros y espalda. Cualquier hombre desearía hundir las manos en ese pelo mientras se daba un festejo con sus lujuriosos labios. Su excitación se disparó.

Intentó controlarla abriendo la carpeta y buscando el documento que necesitaba. Sin éxito.

–Esto es inaceptable –farfulló, molesto.

Se negaba a perder la sensación de decoro y orden que siempre había imperado en la oficina. El trabajo era demasiado exigente, y Kelly una parte demasiado importante del equipo para permitir que se convirtiera en una distracción. O, más bien, en una atracción.

Mejor poner fin al asunto de inmediato. Pulsó el botón intercomunicador.

–Kelly, por favor, ven aquí.

–Ahora mismo –contestó ella. Siete segundos después entraba al despacho con una libreta.

–Siéntate –dijo él, poniéndose en pie y paseando, para evitar mirarle las piernas. No se fiaba de sí mismo–. Tenemos que hablar.

–¿Qué ocurre? –preguntó ella, alarmada.

–Siempre hemos sido sinceros el uno con el otro, ¿no es cierto?

–Sí –admitió ella.

–Confío en ti plenamente, como bien sabes.

–Lo sé. Y yo siento lo mismo, Brandon.

–Bien –dijo él, sin saber cómo seguir–. Bien.

Nunca antes se había quedado sin palabras. La miró y tuvo que desviar la mirada. ¿Cuándo se había vuelto tan bella? Conocía a las mujeres, amaba a las mujeres. Y ellas lo amaban a él. ¿Cómo no había sabido que Kelly era tan atractiva? ¿Estaba ciego?

–Brandon, ¿estás descontento con mi trabajo?

–¿Qué? No.

–¿Ha trabajado bien Jane en mi ausencia?

–Sí, lo ha hecho bien. Ese no es el problema.

–Bien, porque odiaría tener…

–Mira, Kelly –interrumpió él, cansado de jugar al gato y al ratón–. ¿Te ha pasado algo mientras estaba de vacaciones?

–No –se sorprendió ella–, ¿por qué piensas…?

–Entonces, ¿a qué viene este cambio? –le espetó él–. ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué crees que tienes que engalanarte para…?

–¿Engalanarme?

–Bueno, sí. Ya sabes, maquillarte y… diablos.

–¿Esta mal que intente mejorar mi aspecto?

–No he dicho eso.

–¿Me he pasado? La mujer del mostrador de maquillaje me enseñó cómo ponérmelo, pero soy nueva en esto. Aún estoy practicando –alzó el rostro y sus labios brillaron al captar la luz–. Dime la verdad. ¿El maquillaje es exagerado?

–Cielos, no, está bien –pensó que estaba demasiado bien, pero no lo dijo.

–Ahora estás siendo amable, pero no te creo. Tu forma de mirarme esta mañana cuando entré…

–¿Qué? No –«Ay, señor», pensó. Ella parecía a punto de llorar. Nunca había llorado antes.

–Pensé que podría hacerlo. Otras mujeres lo hacen, ¿por qué yo no? –se puso en pie y paseó por la habitación–. Creí que había sido sutil. ¿Parezco una tonta?

–No, en…

–Puedes ser sincero.

–Estoy siendo…

–La idea fue una locura desde el principio –masculló ella, apoyando la espalda en la pared–. Puedo hacer operaciones matemáticas complicadas de cabeza, pero no sé nada de seducción.

¿Seducción?

–Esto es muy embarazoso –gimió ella.

–No, no –dijo él, esperando que se le ocurriera algo profundo que decir. No se le ocurrió.

–¿Qué voy a hacer ahora? Sólo me queda una semana para…, ay –se tapó los ojos un momento y luego miró hacia el techo. Después, cruzó los brazos sobre el pecho y golpeó el suelo con la puntera de sus relucientes zapatos de tacón–. ¿Cómo he podido ser tan estúpida?

–No digas eso –se acercó y le puso las manos sobre los hombros–. Eres una de las personas más listas que conozco.

–Puede que en los negocios, pero no en el romance –lo miró con un mohín en los labios.

Sin duda ella tenía seducción y romance en mente. ¿Por qué? En los años que conocía a Kelly, Brandon nunca la había oído mencionar intereses románticos. Pero, de repente, cambiaba de aspecto para atraer a un tipo. ¿A quién pensaba seducir? ¿Lo conocía él? ¿Era lo bastante bueno para ella? Brandon formuló cuidadosamente su pregunta.

–¿A quién intentas seducir?

–A Roger. Mi antiguo novio –arrugó la frente y se examinó las uñas–. Tendría que haber sabido que no funcionaría.

Brandon se preguntó quién diablos era Roger. La parte de él que debería haber sentido alivio al oír que él no era su objetivo, sintió una sorprendente desilusión. Aunque nunca permitiría que hubiera nada entre ellos, le irritaba el asunto.

–¿Quién es Roger? –preguntó en voz alta.

–Acabo de decirte que es mi exnovio. Roger Hempstead –volvió a su silla–. Rompimos hace unos años y no he vuelto a verlo.

–¿Hace cuánto rompisteis?

–Hace casi cinco años.

–Ese es más o menos el tiempo que llevas aquí trabajando –dijo él, tras un rápido cálculo.

–Sí –apoyó un codo en el brazo de la silla y lo miró con coraje–. Después de la ruptura, no podía soportar vivir en la misma pequeña ciudad, con gente pendiente de mis palabras y movimientos. Decidí trasladarme lo más lejos posible, así que busqué trabajo en California y encontré este.

–Me alegro. Pero sería una ruptura terrible.

–No fue agradable, pero lo he superado.

–¿Seguro?

–Sí –asintió con firmeza–. Pero el mes pasado me enteré de que la empresa de Roger ha reservado el Mansión para su reunión anual. Estará aquí la semana que viene –inspiró profundamente y exhaló–. Y quería sorprenderlo.

–Ah, entiendo –apoyó la cadera en el escritorio–. Si te sirve de consuelo, puedo garantizarte que se quedará sin aliento.

–Lo dices por amabilidad –lo miró, escéptica.

–No soy tan amable. Créeme.

–Gracias –apretó los labios–. Pero no sé lo que hago. Se me dan bien el mundo de los negocios, pero el del romance me supera.

–Dime en qué puedo ayudarte.

–¿En serio? –Kelly lo miró con interés.

–Claro –Brandon estaba dispuesto a casi todo para que las aguas volvieran a su cauce. Si Kelly se sentía segura, haría su trabajo y dejaría de preocuparse por ese payaso de Roger. Y cuando Roger se fuera, volvería a ser la Kelly con la que se sentía cómodo. Su universo volvería al orden.

–Sería fantástico –dijo ella con entusiasmo–. El consejo de alguien como tú me vendrían muy bien.

–¿Alguien como yo?

–Es que os parecéis mucho. Tú y Roger, quiero decir. Sería una ayuda conocer tu perspectiva.

–¿Qué quieres decir con que nos parecemos?

–Los dos sois fuertes y guapos, arrogantes y despiadados y, ya sabes, machos alfa típicos.

Era una descripción certera. Le gustaba lo de fuerte y guapo.

–No me extraña que Roger pensara que yo no era bastante para él –añadió Kelly.

–¿Por qué dices eso?

–Él me lo dijo cuando rompió conmigo.

–¿Bromeas?

–No –dijo ella–. Pero ya me viste antes de mi cambio de aspecto, Brandon. Sencilla, natural, sosa.

Él sintió un pinchazo de culpabilidad al comprender que había pensado eso mismo de ella. Pero le había parecido algo bueno. Se alegró de no haberlo dicho nunca en voz alta.

–Te hizo daño –apuntó él, estudiando su rostro.

–No, no. Me dijo la verdad y tendría que estarle agradecida por eso.

–¿Agradecida? ¿Por qué?

–Porque me ayudó a ver las cosas con más claridad –Kelly apretó los labios.

–¿Qué clase de cosas? –preguntó Brandon.

–Mis carencias. Por eso he decidido recuperarlo –dijo Kelly con una sonrisa resplandeciente.

–¿Recuperarlo? –Brandon no entendía el por qué. Ni siquiera conocía a Roger y ya lo odiaba.

–Sí. Y eso explica el cambio de imagen –dijo. Después, consultó el reloj–. Dime, ¿quieres que pida el almuerzo al catering?

–Sí, muy bien. Tomaré el sándwich de ternera.

–Vale. Lo pediré.

–Kelly, si necesitas ayuda o consejo, pídemelo.

–¿Lo dices en serio? ¿Seguro?

–No me habría ofrecido si no fuera así.

–Bueno, hay una cosita en la que podrías ayudarme, si no te importa –dijo ella, tras un breve debate interno–. Vuelvo enseguida.

Regresó veinte segundos después con una bolsa de una conocida y cara tienda de lencería. Tomó aire, sacó dos diminutas prendas transparentes y se las mostró, agitándolas ante sus ojos.

–¿Qué prefieres? ¿Tanga negro o bragas rojas?

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Él se atragantó con el café.

Kelly corrió a su lado y le palmeó la espalda.

–¿Estás bien?

–Sí –consiguió decir él–. Estoy bien.

Estaría aún mejor cuando ella se apartara y dejara de clavarle los senos en el brazo. Era humano, su resistencia tenía un límite.

Aunque había sido atacado por algunos de los defensas más grandes de la historia del fútbol americano, ninguno había conseguido que se sintiera como en ese momento.

No le había bastado con cambiar las reglas del juego con su nuevo aspecto, encima le enseñaba sus braguitas. ¿No sabía que esos trocitos de seda quedarían impresos para siempre en su frágil psique masculina? Lo había condenado a pasar el milenio siguiente imaginándosela con ese tanga negro. No podía ser tan ingenua.

–No pretendía asustarte –dijo ella–. Pero te ofreciste a ayudarme.

–No me has asustado –dijo él, con voz ronca–. El café se fue por mal sitio. Dame… un minuto.

Ella volvió a su lado y guardó las prendas de seda y encaje en la bolsa.

–Irán muy bien –dijo él, con voz queda.

–¿En serio? –sus ojos brillaron esperanzados.

–Créeme –asintió él–. Cualquier hombre normal agradecería verte con ellas.

–¿De verdad? –sonrió–. Gracias, Brandon. Eh, perdona por habértelas enseñado así, sin avisar.

–No es problema.

–Para que esto funcione, necesito saber qué les parece sexy a los hombres –arrugó la frente–. Roger nunca pensó que yo lo fuera.

–¿Roger tiene alguna discapacidad cognoscitiva o algo así? –preguntó Brandon. Kelly se echó a reír.

–Gracias. Iré a pedir la comida.

–Buena idea –dijo él–. Y, ¿Kelly?

–¿Sí? –preguntó ella desde la puerta.

–Mejor el tanga negro.

 

 

Horas después, Brandon colgó el teléfono tras mantener una videoconferencia de dos horas con sus hermanos y el abogado.

–Ese tipo nunca calla –dijo, moviendo la cabeza al pensar en la verborrea del abogado.

–He llegado a pensar que le pagas por palabra –Kelly flexionó los dedos. Había estado tomando notas durante la reunión, así que se levantó y estiró los brazos. El movimiento hizo que el tejido de punto se tensara sobre sus senos redondos y perfectos. Brandon tuvo que desviar la mirada para controlar un nuevo principio de erección.

–Voy a por café –dijo ella–. ¿Quieres uno?

–No, gracias. ¿Tendrás tiempo de redactar tus notas y el análisis esta tarde?

–Desde luego. Empezaré ahora mismo.

–Te lo agradezco.

Salió y cerró la puerta. Brandon apretó los dientes. Necesitaba que Kelly reconsiderara su vestuario. Hasta sus tobillos le causaban palpitaciones. Los zapatos de tacón que llevaba hacían cosas increíbles con cada centímetro de sus piernas.

Una hora después, cuando el resto del equipo se había ido a casa, salió a buscar un informe a la zona que ocupaba Kelly. Ella fruncía los labios y hacía mohínes mirándose en el espejo de su polvera. Al verlo, parpadeó, cerró la cajita y la echó al cajón.

–Sé que me arrepentiré de preguntarlo pero ¿qué estabas haciendo? –preguntó él.

–Nada. ¿Qué necesitas? ¿Un informe? ¿Cuál? –se levantó y abrió el primer cajón del archivador.

–Me estás picando la curiosidad, así que será mejor que me lo digas –insistió él.

–Vale –Kelly apretó los dientes con rabia–. Roger se quejaba de mi forma de besar, así que estaba practicando en el espejo. Ya. ¿Contento?

–Roger es un auténtico idiota –movió la cabeza–. ¿Por qué te importa lo que piensa?

–Ya te lo dije, quiero recuperarlo.

–Eso es lo incomprensible –fue al archivador y empezó a pasar las carpetas–. ¿Dónde está el nuevo informe de Montclair Pavilion?

–Lo tengo aquí –le dio una fina carpeta. Parecía tan abatida, que Brandon sintió lástima de ella.

–Mira, seguro que besas como una diosa –le dijo–. Así que olvídate de lo que piensa Roger.

–Desearía poder practicar con algo más que un espejo –rezongó ella.

–Ya –asintió él, hojeando la carpeta–. Suele funcionar mejor si te devuelven el beso.

–Supongo que no estarías dispuesto a ayudarme con eso –le lanzó una mirada esperanzada.

–Por favor, Kelly, seriedad –hizo una mueca.

–¿Qué quieres decir? –ella lo comprendió de repente–. ¡Oh! ¡No, no! No pretendía que tú me besaras… De ningún modo querría que tú… Bueno, lo diga como lo diga, no va a sonar bien.

–Pues dilo, sin más.

–Vale. No me refería a que me besaras tú –se sentó al borde del escritorio–. El caso es que tengo una lista de posibles…, eh, participantes. Pensaba que podías revisarla conmigo y hacer sugerencias.

–¿Tienes una lista? –no tendría que sorprenderse tanto. Kelly hacía listas para todo. A ver si lo he entendido. Has hecho una lista de hombres a los que te planteas pedir ayuda con… ¿la asignatura de besar?

–Eso es –ella pasó una página y la estudió.

–¿Y yo no estoy en la lista? –inquirió.

–¿Qué? No, para nada –movió la cabeza y alzó la mano–. Por supuesto que no. Eres mi jefe.

–Bien. Mejor que eso esté claro.

Brandon tendría que sentir alivio, sin embargo, su irritación se disparaba. Por lo visto, servía para juzgar sus malditas bragas, pero no para besarla.

Se reconvino por pensar cosas ridículas; la situación se le estaba yendo de las manos. Soltó el aire lentamente, desechó su reacción personal e intentó centrarse en la extraña misión de Kelly.

–¿Quién está en la lista? –preguntó, casi temiendo oír la respuesta.

–¿Qué opinas de Jean Pierre? –ella lo miró.

–¿El chef del hotel? –se extrañó, incrédulo.

–Es francés –explicó–. Inventaron el beso, ¿no?

–Ni lo sueñes. Jean Pierre no. Sería el principio de un incidente internacional. De ninguna manera.

–Vale, vale –tachó el nombre de Jean Pierre de la lista–. ¿Qué tal Jeremy?

–¿El tipo que corta el césped?

–Es paisajista de jardines –corrigió ella–. Casi un artista. Podría saber mucho del arte del amor.

–Es gay.

–¿En serio? ¿Por qué no sé yo esas cosas? –resopló con frustración y tachó el nombre de Jeremy–. ¿Nicholas, el fabricante de vino? Es alemán…

–Déjame ver la lista –le quitó la libreta y miró los nombres–. ¿Paulo, el chico de las cabañas?

–Es mono –alegó ella, algo desesperada.

–Olvídalo. ¿Quién es Rocco?

–Uno de los conductores de limusina.

–¿Cuál?

–El tipo grande que tiene…

–Da igual –negó con la cabeza–. No.

–Pero…

–No –le devolvió la lista–. Tírala. No quiero que vayas por ahí besando al personal, diablos.

–Bien –mirándolo con furia, arrancó la hoja, la arrugó y la tiró a la papelera–. Supongo que tienes razón. Podría dar una impresión equivocada.

–¿Podría? –comentó él, con tono sarcástico.

Ella cruzó los brazos sobre el pecho, lo que, maldita fuera, daba más realce a sus senos.

–¿A quién puedo pedir ayuda? –apoyó la cadera en el escritorio–. Tengo una semana antes de que llegue Roger. Podría practicar bastante. ¿Tienes algún amigo?

–No.

–Lástima –frunció los labios, pensativa–. Tal vez haya alguien en la ciudad que…

–No es buena idea –interrumpió él, con un tono que ponía fin a la discusión. «No es buena idea» se quedaba muy corto. Era una de las peores ideas que había oído en su vida. No la quería besando a los empleados ni a los confiados residentes de Napa Valley. Sería el colmo que a los lugareños le diera por hablar de la loca de los besos de Mansion Silverado Trail.

Sin embargo, la tensión de la mandíbula de Kelly indicaba su empeño en poner su plan en práctica. Y si lo hacía a sus espaldas con, por ejemplo, un encargado de la piscina…

Brandon contempló los brillantes labios fruncidos y supo que el único hombre que podía ayudarla a mejorar su técnica al besar era él. Sobre todo porque, de repente, no soportaba la idea de que besara a otros.

–Vale –dijo con brusquedad–. Yo te ayudaré.

–Pero tú no estás en la lista.

–No importa. Voy a ayudarte porque no quiero que andes por ahí asustando a los empleados.

Ella se apartó del escritorio, se puso las manos en las caderas y lo miró con la cabeza ladeada.

–Sé que lo has dicho sin mala intención.

–Perdona. Sí –movió la cabeza como si quisiera borrar sus palabras–. Desde luego.

–No me parece buena idea –afirmó ella.

–Es la única forma de evitar que te metas en problemas por aquí.

–No me meteré en problemas.

–Lo sé, porque seré yo quien te ayude.

–De acuerdo. Te lo agradezco, Brandon –Kelly tomó aire y lo soltó lentamente. Dio un paso hacia él, pero Brandon alzó la mano para detenerla.

–Espera. Hay que fijar unas normas básicas.

–¿Normas? ¿Por qué?

–Porque me niego a que te enamores de mí.

–¿Enamorarme de ti? –ella parpadeó y empezó a reírse–. ¿Estás de broma?

–¿Te parece gracioso? –él se sintió insultado.

–Sí –Kelly reía como una colegiala–. La idea de que pudiera ser lo bastante boba como para enamorarme de ti es muy graciosa.

–¿Lo bastante boba?

–Sí, boba –levantó una mano y empezó a contar dedos–. Eres gruñón por la mañana, dejas los periódicos tirados por todas partes, tienes una cita con una mujer y luego no vuelves a llamarla, eres como un niño grande cuando estas enfermo…

–Espera un momento –protestó él. Pero ella se había animado y parecía estar disfrutando.

–¿Y esas supersticiones que mantienes de cuando jugabas al fútbol? Cielos, llevar los mismos calcetines en todos los partidos ya era malo, pero también oí que sólo comías sardinas y arándanos la noche antes de jugar. ¿Sigues haciendo eso antes de cerrar una negociación?

Brandon había oído más que suficiente.

–Lavaban los calcetines después de cada partido –dejó la carpeta en una silla y se acercó.

–¿Ah, sí?

–Sí –le colocó la mano en la nuca y la atrajo hacia sí–. Y tanto sardinas como arándanos son excelentes fuentes de ácidos omega tres.

–Fascinante –susurró ella, mirándolo con los ojos muy abiertos.

–Mejoran el funcionamiento del cerebro –añadió él, acariciándole la mejilla.

–Es bueno saberlo –sonó algo inquieta.

–El jugador de ataque es el cerebro del equipo, ¿sabías eso? –le murmuró. Luego le besó el cuello.

–¿Qué haces? –gimió ella.

–¿Qué crees que hago?

–No estoy segura.

–Yo sí –la besó. Sabía tan dulce y cálida como había imaginado. Y más. Tuvo que esforzarse para mantener un contacto leve, no habría sido bueno dejarse llevar. Pero eso no le impidió desear tumbarla en el escritorio, deslizar las manos por sus muslos, abrirle las piernas y hundirse en ella.

Tenía que parar. Lo que estaba haciendo era malo por innumerables razones. Si se apartaba ya, ambos podrían olvidar ese beso.

Ella dejó escapar un gemido de rendición, y Brandon supo que deseaba lo mismo que él. Y no pudo parar. Utilizó la lengua para abrir sus labios e invadir esa boca tan sexy. Sus lenguas iniciaron un sensual juego de avances y retiradas.

Quería moldear sus senos y acariciar los pezones erectos con los pulgares, pero eso sería una locura sin retorno. Así que hizo acopio de toda su voluntad y se obligó a poner fin al beso.

–Uy –Kelly se lamió los labios y abrió los ojos. Él se tensó al ver la deliciosa lengua rosada–. Oh, ha estado bien –musitó con un deje de sorpresa–. Ha estado muy bien.

–Sí –farfulló él, ceñudo–. Es verdad.

–Me ha gustado mucho.

A él también le había gustado, pero se lo calló. Debía recuperar el control de las extrañas emociones que lo atenazaban por dentro.

–Roger nunca besaba así –dijo ella, pensativa.

–¿He dicho ya que el tipo es un idiota?

–No es raro que no le pareciera sexy. Era porque él no hacía que me sintiera sexy –razonó ella–. Pero tú sí –declaró, sonriente–. Y ahora… vaya. Diría que el problema era Roger, no yo. Pero no puedo estar segura.

–Sí, sí puedes –rezongó él–. El problema era Roger. Fin de la historia.

–Gracias, Brandon –le tocó el brazo.

–De nada –él puso rumbo hacia su despacho.

–Espera –llamó ella.

Se dio la vuelta. Una arruga de preocupación surcaba su tersa frente. Sus labios rosados, tiernos y húmedos eran lo más sexy había visto nunca. Al darse cuenta de que anhelaba besarla de nuevo, Brandon entró al despacho.

–Creo que podría llegar a ser muy buena en esto y enloquecer a Roger, pero necesito practicar –dijo ella, siguiéndolo.

Brandon vio que llevaba la libreta en la mano; seguramente tenía la esperanza de hacer una maldita lista de las posibles formas de besarse.

–No es buena idea –Brandon guardó la carpeta Montclair en su maletín.

–Antes dijiste lo mismo y resultó ser una gran idea.

–No más prácticas –la taladró con la mirada–. Normas básicas ¿recuerdas?

–Sí, no te preocupes –escrutó su rostro y asintió–. De acuerdo, supongo que tienes razón.

–Sé que la tengo –cerró el maletín de golpe.

–Gracias por tu ayuda. Ha sido fantástico. En el sentido educativo, me refiero.

–De nada –respondió él, saliendo del despacho–. Es hora de irse a casa.

–Yo voy a quedarme un rato –dijo ella, pasando a una hoja limpia de la libreta–. Tengo que apuntar algunos datos ahora que lo tengo todo fresco. Tendré que recordarlo después.

–¿Vas a escribir notas sobre ese beso?

–Sí, para referencia en el futuro –ya había empezado a garabatear lo que parecían cálculos matemáticos–. Si lo escribo todo, lo que hiciste y lo que sentí, podré rememorar las sensaciones la próxima vez, y sabré que lo estoy haciendo bien.

–La próxima vez –repitió él con vaguedad.

–Sí. Suelo recordar las experiencias táctiles mejor si apunto mis impresiones de inmediato. Después, estudiaré mis notas como preparación. Claro que un beso real proporcionaría muchos más datos… –murmuró Kelly para sí, golpeando la libreta con el bolígrafo. Alzó la mirada y estudió a Brandon. A él no le gustó lo que vio en sus ojos.

–Ni lo pienses.

–¿Pensar qué? –preguntó ella agitando las pestañas con inocencia.

Si fuera otra mujer, Brandon habría sabido que practicaba un peligroso juego de seducción. Pero era Kelly, que no parecía saber nada de trucos femeninos y cuyo rostro era un libro abierto. Por eso, su responsabilidad era dejarle las cosas claras.

–Olvídalo, Kelly. No voy a besarte de nuevo.

–Ya lo sé –murmuró ella, frunciendo los labios húmedos y carnosos.