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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 459 - marzo 2019

 

© 2010 Nina Harrington

La dulzura del amor

Título original: Tipping the Waitress with Diamonds

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

© 2010 Teresa Carpenter

Fuertes emociones

Título original: Sheriff Needs a Nanny

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

© 2010 Marion Lennox

Entre las olas

Título original: Cinderella: Hired by the Prince

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2010 y 2011

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-943-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

La dulzura del amor

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Fuertes emociones

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Entre las olas

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

 

 

 

 

 

RECETA especial para el romance perfecto:

 

Punto 1: Consigue una italiana soltera.

Punto 2: Añade un cocinero atractivo con falda escocesa.

Punto 3: Pon dos cucharaditas de sorpresa e incertidumbre.

Punto 4: Mezcla todos los ingredientes en un pequeño restaurante con encanto.

Punto 5: Añade un par de decisiones importantes.

Punto 6: Un deseo de San Valentín…

Punto 7: Dos ojos marrones con brillo en la mirada…

Punto 8: Un par de pijamas de color rosa.

Punto 9: Espolvoréalo con flamencos rosas.

Punto 10: Añade flores rosas.

Punto 11: Y una caja de cálidos recuerdos.

Punto 12: Y una bandeja de sueños bonitos.

Punto 13: Y tres tartas de boda…

Punto 14: Ocho pizzas de arco iris…

Punto 15: Y dos copas de vino tinto.

Punto 16: Cúbrelas con salsa de champiñones silvestres.

Punto 17: Mézclalas con tres cucharadas colmadas de lágrimas.

Punto 18: Y con dos magdalenas rosas.

Punto 19: Añade un cocinero norteamericano sin falda escocesa.

Punto 20: Agítalo con fuerza.

Punto 21: Termina con una porción de tiramisú de chocolate.

Punto 22: Mantén la mezcla caliente hasta el Día de San Valentín y pon una rosa roja antes de servirla con un beso.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Punto 1: Consigue una italiana soltera

 

«HUBO una época en la que los restaurantes se llenaban de clientes maravillosos que adoraban la comida y sonreían a los camareros», pensó Sienna Rossi mientras descansaba en una de las sillas del cuarto de empleados. Bostezó antes de agacharse para quitarse los zapatos de tacón y masajearse los pies, suspirando aliviada.

Greystone Manor se había hecho famoso por su fabulosa comida y su maravilloso entorno, y las comidas de negocios se reservaban con mucha antelación. Ella debería estar feliz por tener el restaurante lleno cada día. Pero era su trabajo asegurarse de que cada uno de los sesenta comensales disfrutara de la mejor comida y el mejor vino de Inglaterra, de un servicio excelente, y de que se marcharan con la sensación de haber disfrutado del estilo de vida aristocrático que ofrecía una casa señorial.

Era difícil mantener un nivel de lujo tan alto a diario.

Sienna miró el reloj. Tendría que marcharse en quince minutos. El nuevo equipo de dirección había convocado una reunión para anunciar a quién había elegido para ocupar dos puestos cruciales en el restaurante.

En pocos minutos se sabría el nombre del nuevo cocinero jefe. Y también quién sería el nuevo encargado del restaurante. Esa mágica combinación de exquisita comida y excelente servicio que los llevaría a lo más alto.

Sienna se estremeció al comprobar que el cuarto de empleados seguía vacío. Estaba nerviosa. Pero nadie sabía lo asustada que estaba en realidad.

¿Asustada? ¿A quién pretendía engañar? Estaba aterrorizada.

En apariencia era la señorita Rossi. La camarera jefe que siempre iba impecable y que ofrecía la imagen perfecta que el hotel quería para su refinado restaurante.

Se quedarían horrorizados si se enteraran de que la verdadera Sienna Rossi estaba temblando.

Había necesitado cuatro años de duro trabajo para recuperar la confianza en sí misma, hasta llegar al punto de pensar en la posibilidad de solicitar el puesto de directora del restaurante. Aquél era el trabajo de sus sueños.

Después de tanto sacrificio había llegado el momento de demostrar que era capaz de superar un desengaño amoroso y de forjarse una carrera profesional.

Necesitaba aquel trabajo desesperadamente.

 

 

–Hoy has sido una auténtica estrella. ¿No te lo ha dicho nadie? ¡Si yo tuviera un Oscar, te lo habría dado al instante!

Sienna levantó la vista cuando su amiga Carla entró vestida con el elegante traje negro de recepcionista de hotel.

–Gracias. Hoy has apurado mucho –contestó Sienna con una sonrisa–. Pensaba que la reunión era a las cuatro.

–Así es. Dos de los invitados han conseguido perderse en el laberinto del jardín. Ya sé. Ya sé –Carla agitó las manos en el aire–. Se supone que ése es el objetivo de tener un laberinto en el jardín. ¿Pero en febrero? ¡Estoy helada! He tardado veinte minutos y he tenido que emplear un silbato y el teléfono móvil, pero ahora están sentados cómodamente junto al fuego, tomando té y pastas. No como el resto de nosotros.

Carla se estremeció de frío mientras Sienna le servía un café caliente.

–¡Cocineros vestidos con la típica falda escocesa! –exclamó Carla, inclinándose hacia delante para agarrar la revista Hotel Catering–. ¿Por qué no me lo dijiste? ¡Llevo toda la semana esperando esto! ¿A quién han elegido esta vez como el Estupendo del Mes? A lo mejor dentro de unas semanas estaremos trabajando con uno de esos cocineros jóvenes y famosos. ¿No sería estupendo?

«No si yo tengo algo que ver en ello», pensó Sienna. «¡Nunca más! Ya he pasado por ello y no quiero ni acercarme a algo parecido. Y no sería estupendo».

Carla negó con la cabeza antes de devolverle a Sienna su preciada revista.

–Te veré en cinco minutos. Y que tengas mucha suerte con el trabajo, cariño. ¡Confío en ti! –dijo, y se marchó despidiéndose con la mano.

 

 

Sienna se rió y comenzó a recoger las tazas de café. Al hacerlo, la revista se abrió y ella se quedó helada al ver la fotografía de un hombre alto y musculoso vestido con una camisa blanca y una falda escocesa.

El Estupendo del Mes: Brett Cameron.

En un instante retrocedió doce años, hasta la atestada cocina de Trattoria Rossi. Y recordó la primera vez que vio al nuevo cocinero en prácticas.

Ella tenía dieciséis años y, al llegar del colegio, entró en la cocina donde su padre y su hermano Frankie estaban preparando la comida para la cena. Las plazas para realizar prácticas en Trattoria Rossi estaban muy cotizadas y sólo las conseguían los mejores estudiantes.

Con ellos había un joven muy delgado que tenía fuego en la mirada y el descaro de discutir con su hermano Frankie acerca de la mejor manera de cortar la albahaca.

Y ella se quedó fascinada.

Sólo una mirada. Eso fue todo lo que hizo falta.

Cerró los ojos y recordó la vívida imagen que había quedado grabada en su memoria todos esos años atrás.

Llevaba el cabello rubio recogido en una coleta y cubierto con un pañuelo de rayas y estaba concentrado en las hojas de albahaca que tenía delante y que cortaba con sus delicados dedos, mientras que Frankie las cortaba en tiritas con un cuchillo curvo.

Ambos habían puesto sal y un poco de aceite de oliva virgen en su montoncito de albahaca. Después de probarlos, su hermano le dio una palmadita en el hombro, un gesto que ella nunca le había visto hacer hacia otro cocinero, y después se volvieron sonriendo hacia ella.

Durante un instante, el joven delgado miró en su dirección con tanta fuerza e intensidad que parecía que la estuviera fulminando con un par de láseres azules.

Oh, cielos…

Por supuesto, Frankie interrumpió su trabajo para presentarle a su hermana a Brett, su nuevo cocinero en prácticas, pero para entonces ella ya estaba tartamudeando.

Durante las seis semanas que Brett pasó aprendiendo en la cocina del Trattoria Rossi, Sienna encontró montones de excusas para entrar en la cocina.

Desesperada por encontrar la oportunidad de estar con Brett durante unos segundos.

De olerlo.

De sentir la energía que emanaba de su cuerpo mientras trabajaba con entusiasmo. De oír su voz cada vez que su padre le pasaba la orden de preparar una ensalada o entrante.

De preparar la mesa para la cena de los domingos, para poder estar sentada enfrente de Brett durante la cena de familiares y empleados del restaurante.

Ningún otro chico de los que había conocido en el colegio o en su vida se parecía al maravilloso Brett Cameron.

Había pasado los días absorta en sus pensamientos, anticipando aquellos momentos en los que volvería a ver a Brett, por la noche y durante los fines de semana.

Pero por aquel entonces ella era tan tímida que no era capaz de hablar con él.

Brett Cameron había sido su primer amor.

Durante un segundo, Sienna experimentó los mismos miedos y la misma timidez que cuando era adolescente. Trató de no pensar en ello y pestañeó para despejarse la cabeza.

Ambos habían recorrido mucho camino desde entonces.

Sienna sonrió mirando el artículo de la revista y se rió para sí por primera vez en el día. ¡El Estupendo del Mes, sin duda!

Seguía siendo el cocinero más atractivo que había conocido nunca.

En aquella época, Brett era un joven de diecinueve años, con una completa obsesión por la comida. La única ropa que llevaba era el pantalón del uniforme de cocinero y dos camisetas blancas que a medida que pasaba la semana iban cambiando de olor.

Sin embargo, en la foto parecía como si un equipo de estilistas profesionales hubiera invertido mucho tiempo en él.

La última vez que había visto su nombre en la prensa le habían entregado un premio por el restaurante de un hotel en Australia. Desde luego, se había fortalecido. La camisa blanca resaltaba sus anchas espaldas y su cabello corto y rubio remarcaba su mentón prominente.

Dos cosas no habían cambiado.

Sus ojos seguían siendo del color del mar en invierno.

Su mirada, inteligente. Intensa. Centrada.

Su blanca sonrisa destacaba en su rostro bronceado. Desde luego, tenía mucho por lo que sonreír. Había recorrido mucho camino desde el pequeño restaurante de Maria Rossi, al norte de Londres, hasta la cabecera de la lista de los mejores cocineros noveles de Food and Drink Awards.

Y después estaban sus manos. En la fotografía las tenía colocadas en las caderas. Ella se fijó en sus dedos. ¿Cuántas horas había pasado soñando con esas manos?

Se había enamorado de esas manos. No le cabía ninguna duda. El único hombre que tenía unas manos parecidas a aquéllas era Angelo.

«¡Oh, Brett! ¡Si supieras los problemas que me has causado…!».

Las campanadas del reloj interrumpieron los pensamientos de Sienna y ella miró la foto por última vez antes de cerrar la revista.

¡Maldita fuera! ¡Iba a llegar tarde!

¡Una cosa más de la que culpar a Brett Cameron!

 

 

¡No tenía que haberse dado tanta prisa! Sienna estuvo esperando con impaciencia junto al resto del equipo del hotel durante casi diez minutos, antes de que Patrick entrara en el comedor seguido de André, el cocinero jefe.

Patrick era un estiloso director de hotel y trabajaba para la empresa propietaria de la casa señorial y de un pequeño grupo de hoteles de lujo situados en los lugares más prestigiosos de Europa. Unos hoteles donde Sienna tenía intención de trabajar como directora del restaurante. Por supuesto, después de haberlos convencido de que le dieran el puesto de directora de restaurante en Greystone Manor.

Deseaba aquel trabajo.

No era de extrañar que tuviera el corazón acelerado.

Patrick miró a su alrededor y sonrió mientras golpeaba suavemente un vaso de agua con un cuchillo. Al momento, todo el mundo se quedó callado.

–Gracias a todos por asistir a pesar de que os hayamos avisado con tan poca antelación. Como sabéis, nuestro excelente cocinero jefe, André Michon, se retirará a finales de mes después de haber trabajado durante treinta y dos años en esta casa. Yo ya estoy preparado para asistir a su fiesta de despedida pero, entretanto, la decisión de André nos ha dado un gran quebradero de cabeza al equipo de dirección. ¿Cómo podremos encontrar a otro cocinero que sienta la misma pasión por un servicio de calidad como el que ha hecho que esta casa sea tan exitosa?

«¡Por favor, dime con quién trabajaré a partir del mes próximo!», pensó Sienna con impaciencia.

–Damas y caballeros, estoy encantado de anunciarles que el nuevo cocinero jefe de Greystone Manor será ¡el famoso cocinero de la televisión Angelo Peruzi! Sé que todos estaréis tan entusiasmados como yo.

Sienna respiró hondo para evitar desmayarse o salir corriendo de la habitación.

«No. No. No. Angelo no».

No. El destino no podía jugarle esa mala pasada. Tenía que haber un error. No podía ser cierto lo que había oído.

Sienna permaneció sentada, paralizada.

¡Angelo! De todos los cocineros del mundo, tenían que haber elegido a su ex prometido. El hombre que la había abandonado un mes antes de la boda.

Aquello no podía suceder. No a ella. No allí. No después de cuatro años.

Sienna tardó unos segundos en percatarse de que Patrick estaba diciendo algo acerca de la nueva directora del restaurante.

–La señorita Sienna Rossi ya nos ha demostrado todo lo que puede conseguir como camarera jefe. Bienvenida al equipo y enhorabuena, señorita Rossi. Sé que será una directora estupenda. ¡El chef Peruzi no puede esperar para empezar a trabajar con usted!

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Punto 2: Añade un cocinero atractivo con falda escocesa

 

BRETT Cameron permaneció de pie con las manos en los bolsillos de los pantalones y miró la parcela llena de escombros donde iba a construirse su primer restaurante.

Ya estaba. Después de haberlo planificado durante años por fin iba a conseguirlo. Y de todos los posibles lugares del mundo entre los que podía elegir había una única ciudad a la que quería regresar. Londres.

Londres era la ciudad donde él había pasado los peores años de su vida. Cuando era un adolescente frustrado y enfadado que tenía que asumir lo que la vida tenía que ofrecerle.

Por aquel entonces, Londres sólo era un lugar frío y poco acogedor en el que su madre, soltera, lo había llevado de un apartamento alquilado a otro mientras encontraba dos, o incluso tres, trabajos para poder pagar el alquiler y mantenerse a flote.

Unos trabajos donde no hacía falta saber leer y escribir muy bien para ganarse el sueldo.

El tipo de trabajo que él había llegado a odiar. Sin embargo, había sido lo bastante listo para reconocer que serían los trabajos a los que podría optar cuando fuera lo bastante mayor como para dejar el colegio.

¿Quién iba a querer emplear a un chico que apenas sabía escribir su nombre y dirección en un formulario, y eso suponiendo que supiera leer?

Un chico al que en todos los colegios a los que había asistido le habían dicho que tenía dificultades de comportamiento. Daba igual cuánto se esforzara porque siempre lo llamaban lento o perezoso. Un fracaso académico.

Si quería demostrarle al mundo lo lejos que había llegado y lo que había conseguido desde la última vez que había recorrido aquellas calles, tenía que regresar a Londres.

Brett respiró el aire húmedo de la calle.

No era tan malo. Su vida como cocinero había empezado en aquella ciudad.

¡Le costaba creer que el restaurante de Maria Rossi y su escuela de cocina estaban a tan sólo unos pocos kilómetros de distancia! A veces le parecía que había pasado una vida. Una vida de agotamiento, trabajo intenso y duras experiencias.

Maria Rossi no sabía lo que estaba haciendo todos esos años atrás cuando le dio una oportunidad.

Había corrido el riesgo con un desconocido, sin saber cómo iba a resultar, pero confió en él lo suficiente como para comprometerse de todas maneras.

Igual que él tenía que hacer.

Quizá hubiera bancos dispuestos a respaldar su nuevo restaurante, pero aquello era totalmente personal. Su propio local.

En un mundo donde incluso los restaurantes con mucho éxito trataban de salir adelante, su proyecto le parecía tan emocionante que no podía esperar para ponerlo en marcha.

¡Aquélla era la mayor aventura de su vida!

Incluso el montón de ladrillos y hormigón lo entusiasmaba. Hasta entonces aquel lugar sólo había sido una idea. Un sueño del que había hablado con su amigo Chris durante horas en los dos años que habían pasado como estudiantes en París casi una década atrás.

Un sueño que estaba a punto de convertir en realidad.

Apenas había dormido durante el largo vuelo desde Australia. No había dejado de pensar en los menús y en todas las combinaciones posibles relacionadas con la creación de un negocio.

–¿Dónde has dejado la falda escocesa, viejo amigo? –le preguntó un hombre con buen acento inglés que se acercó a Brett entre los montones de ladrillos–. ¿La dejaste en el reino de Oz?

Brett estrechó la mano de su mejor amigo.

–¡No empieces! –contestó Brett, con un ligero acento australiano–. Es una magnífica publicidad, como siempre, pero ¿sabes que sólo pasé los dos primeros meses de mi vida en Glasgow? ¡Los Cameron nunca me lo perdonarían!

–¡Estoy seguro de que lo harían cuando inaugures este palacio de cocina moderna! ¿Qué te parecen los avances hasta el momento? –Chris miró hacia la zona de obra justo cuando un trozo de madera vieja salió volando por una ventana lateral.

–¡Está bien ver a gente tan entusiasmada con su trabajo! ¡Contestaré a tu pregunta después de que me enseñes la cocina! –Brett se frotó las manos y lanzó una amplia sonrisa–. Llevo mucho tiempo esperando esto.

Chris enderezó los hombros, alzó la cabeza y apretó los dientes.

–Ah. Respecto a la cocina… me temo que hay un pequeño retraso. Todavía no está preparada para la inspección –cuando Brett se volvió para mirarlo, Chris señaló con la cabeza hacia un montón de cosas cubiertas con una lona.

Brett tragó saliva en silencio, respiró hondo y se acercó al lugar donde estaría la zona de recepción. Levantó la lona y miró los embalajes que había debajo.

–¡Dime que no es lo que yo creo! –le espetó Brett, con una mezcla de sorpresa y horror.

–Me temo que sí –contestó Chris–. Los hornos están retenidos en tránsito. Al parecer, a los barcos de carga no les gusta navegar con vientos huracanados. Es invierno. Curioso, ¿verdad?

Brett miró atemorizado el montón de cajas y contenedores y se pasó la mano por el cabello, antes de volverse hacia la única persona que de verdad comprendía los sacrificios que había hecho para llegar a ese momento, en el que el restaurante estaba a punto de convertirse en realidad.

–No podemos hacer nada hasta que los hornos estén instalados. Lo sabes. La cocina de tus sueños estará llena de polvo durante al menos un par de días más. Querías lo mejor y vas a tener lo mejor. Pero no esta semana.

Chris titubeó y levantó las manos en el aire al ver que Brett contestaba con una especie de gruñido y cerraba los ojos.

–Lo sé –dijo Chris–. Ya he agotado todo el margen que nos dimos. Va a ser difícil cumplir con el plazo previsto.

–Muy difícil –contestó Brett–. Sólo quedan un par de semanas para abrir las puertas a los clientes y todavía no tengo los empleados ni los menús. Es necesario terminar el edificio lo antes posible, o tendremos que retrasar el pago de la primera cuota del crédito. Entonces, dejarán de confiar en nosotros –se colocó el pelo detrás de las orejas–. Quizá no haya sido tan buena idea invitar a los periodistas y críticos gastronómicos de Londres a nuestra noche de inauguración cuando todavía no hemos acabado la obra.

–¡Era una gran idea! –contestó Chris–. Por eso he convocado una reunión con los arquitectos, para que podamos informarte de cómo va el proyecto. Eres el único que puede decidir qué compromiso estás dispuesto a hacer para finalizarlo. Nos esperan dentro de una hora.

–¿Una hora? –Brett movió la cabeza–. En ese caso será mejor que empieces a explicarme el proyecto. Empecemos por los… –en ese momento sonó el teléfono móvil de Brett. Él miró la pantalla y se dirigió a Chris–. Lo siento, amigo. Tengo que contestar esta llamada. Estaré contigo enseguida.

–No pasa nada. Deja que vaya a por la lista de problemas.

Brett abrió el teléfono cuando Chris se alejó y sonrió antes de contestar.

–El esclavo de cocina de Maria Rossi al habla. Estoy a su servicio.

Pero en lugar de Maria Rossi, habló un hombre.

–¿Hola? ¿Brett? ¿Brett Cameron?

–Sí. Soy Brett Cameron. ¿Puedo ayudarle?

–Bien. Soy Henry. Ya sabe, el amigo de Maria Rossi de la clase de baile de salón. Lo llamo desde España. Ella me pidió que lo llamara.

–Hola, Henry. ¿Va todo bien?

–No. Lo siento, pero Maria está en el hospital. No te preocupes. Se pondrá bien. ¿Estás ahí? ¿Brett?

Brett se puso serio y respiró hondo antes de contestar.

–Sí… Sí, sigo aquí. ¿Qué ha pasado? ¿Ha sufrido un accidente?

–No, no, nada de eso. ¿Maria te comentó que iba a ir a Benidorm con el club de baile? Eso es España.

–No me lo mencionó, pero no importa. ¿Qué le ha pasado a Maria, Henry?

–Bueno, en realidad no lo sé. Cuando regresó de la carrera de barcos banana, ayer por la tarde, comenzó a sentir dolor. Al principio pensábamos que había tomado demasiada paella y sangría, pero unas horas más tarde cayó redonda durante la clase de baile. Enseguida la llevaron al hospital.

–¿Y qué tiene?

–Apendicitis. Por eso te llamo. Para decirte que está bien. La operación fue sencilla, pero tendrá que quedarse aquí al menos hasta… Ah, aquí está.

Se oyó un susurro al otro lado de la línea antes de que una voz familiar se pusiera al teléfono.

–Hola, chef Cameron. ¿Ya has regresado?

Brett sonrió.

–Así es, jefa. Pero no te preocupes por mí. ¿Cómo es que estás en el hospital? ¿Coqueteando con los médicos españoles?

–¡Me han secuestrado! ¡Quieren que me quede dos semanas aquí por una pequeña operación! ¡Incluso han intentado confiscarme el teléfono! He tenido que escapar por la salida de emergencia para poder hablar.

–Bueno, pues resístete a la tentación de escapar. Estoy seguro de que todo el equipo médico está pendiente de ti. Ahora, cuéntame cosas importantes, ¿qué tal la comida? ¿Cómo te encuentras? Y no trates de engañarme. ¡La apendicitis puede ser algo grave!

–La operación no tuvo ninguna complicación, y he comido cosas peores. No he dormido ni una pizca –Maria tomó aire antes de continuar–. ¿Tienes un coche rápido?

–Puedo conseguir uno. ¿Quieres que vaya a buscarte?

–¡No me tientes con una oferta así! Gracias, pero sí necesito que me hagas un favor. ¿Te importaría acercarte a mi restaurante para comprobar que Trattoria Rossi sigue en pie? Sienna no podrá arreglárselas sin alguien que cocine para ella.

–¿Sienna? ¿Es la nueva cocinera en prácticas?

–Sienna Rossi. Mi sobrina. La hermana de Frank. Es posible que no te acuerdes de ella. Da igual, la pobre chica me ha dejado un par de mensajes para decirme que estaba de camino para quedarse conmigo en Trattoria Rossi durante unos días. Parecía nerviosa, pero cuando le devolví la llamada tenía el teléfono apagado. Sienna no sabe que yo estoy de viaje. No me gusta la idea de que vaya a buscarme y se encuentre con que no estoy y con que el local está cerrado.

–¿Por qué no cierras el local durante un par de semanas más?

Se hizo una larga pausa al otro lado de la línea.

–¿Maria? ¿Estás ahí? ¿O es que las enfermeras te han metido dentro otra vez?

–No, sigo aquí, pero no puedo hablar mucho rato. Mira, Brett, no voy a andarme con rodeos. Las cosas no van muy bien y necesito mi negocio. Te seré sincera, no puedo permitirme el lujo de tener el negocio cerrado otras dos semanas. Sé buen chico y prométeme que me echarás una mano. Estaré más tranquila si sé que me ayudarás a llevar el local, a sacar algo de dinero, y a cuidar de Sienna por mí.

–Está bien. Te lo prometo. Iré allí esta noche.

Maria suspiró aliviada.

–Eres un cielo. Debería advertirte que… ¡Huy! Me han pillado. Hasta luego.

Y tras esas palabras, colgó el teléfono, dejando a Brett entre el sonido de los taladros y los obreros.

Era evidente que Maria se estaba recuperando bien, pero también se notaba preocupación en su voz.

Febrero era un mes flojo en el negocio de la restauración. Y muchos de sus clientes habituales eran parejas mayores que habían ido allí durante años. Las noches frías de invierno y los presupuestos ajustados… Hmm, eso podía suponer un problema para cualquier restaurante.

Brett cerró su teléfono. Estaba en deuda con Maria Rossi. Aquella mujer le había dado una oportunidad. A pesar del tiempo que había pasado, él siempre se había esforzado por mantener el contacto con ella y contarle cómo le iba la vida.

Era Maria Rossi la que había permanecido a su lado durante la ceremonia de la entrega de premios de Jóvenes Cocineros.

Maria Rossi había sido quien le había abierto la puerta a los mejores restaurantes de París, donde él había aprendido el verdadero significado de la cocina selecta.

Maria Rossi había sido quien había convencido a la Escuela de Cocina de que le hicieran una prueba para demostrar que no era lento, ni estúpido y, desde luego, nada perezoso.

Tenía dislexia.

Y después de diez años había regresado a Londres con algo que demostrar, y Maria quería que él le hiciera un favor.

Hecho.

¿Y Sienna Rossi? ¡Claro que la recordaba! Y muy bien.

–¿Va todo bien? ¡Estás muy pensativo!

Brett miró a su alrededor y vio que Chris lo miraba preocupado y que llevaba un montón de papeles bajo el brazo.

¡Los arquitectos!

–Lo siento, amigo. Cambio de planes. Tengo que ayudar a una vieja amiga durante unos días. Tendrás que ir solo a la reunión. Sé que podrás arreglártelas. Llámame siempre que me necesites, pero tengo que irme.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

Punto 3: Pon dos cucharaditas de sorpresa e incertidumbre

 

ERAN casi las siete de la tarde cuando Sienna se bajó del autobús y se encogió dentro de su chubasquero.

Era la primera semana de febrero y hacía frío. Sienna se arrepentía de haberse marchado de Greystone Manor sin ponerse los zapatos de invierno, pero ¡todo había sucedido tan deprisa!

Le había resultado sorprendentemente fácil convencer a Patrick de que necesitaba tomarse las dos semanas de vacaciones que le debían antes de que llegara el nuevo chef y comenzaran a trabajar en el nuevo proyecto.

Era una lástima que todavía estuviera tan confusa como unas horas antes. Al menos ya no le temblaban las piernas. Había estado a punto de desmayarse en el comedor cuando Patrick anunció el nombre de Angelo. Fue una suerte que todo el mundo empezara a comentar la decisión y que ella pudiera marcharse a su habitación con las piernas temblorosas.

Ella respiró hondo y pestañeó.

«No llores. No vas a llorar», se ordenó.

¡Ya había llorado bastante por Angelo Peruzi!

Pero él había regresado a Inglaterra. Al país de ella. A su lugar seguro.

Sienna apretó los puños y respiró hondo. Estaba acostumbrada a manejar problemas. Podría manejar aquel problema igual que cualquier otro.

Tenía dos opciones. Quedarse, o marcharse.

Podía quedarse y comportarse como una profesional, aceptando trabajar con Angelo y llevando al restaurante al siguiente nivel. Serían colegas. Profesionales trabajando juntos. Nada más. Aquélla podía ser la oportunidad que siempre había esperado para demostrar lo que podía hacer en la escena internacional y convencer a la cadena de hoteles de que la trasladaran a otro restaurante.

Si no, también podía marcharse y comenzar de nuevo en otro sitio. Aunque ni siquiera quería pensar en esa opción.

Tendría que abandonar el trabajo que tanto le gustaba y… ¿Qué podría hacer? ¿Pedir un traslado? Eso era una posibilidad.

También podría regresar al clan de los Rossi con el rabo entre las piernas. Sus padres se habían retirado, pero su hermano Frankie tenía un restaurante italiano con su joven esposa y su familia… A lo mejor podía pedirles un trabajo.

Y tirar por la borda el duro trabajo de cuatro años.

No. No soportaba pensar en ello.

Una cosa era segura. Tenía que pensarlo rápido. Angelo llegaría en menos de una semana. Sienna necesitaba a sus padres, pero ellos habían elegido el peor momento para irse de crucero. Y ella ni siquiera estaba segura de que ellos pudieran ayudarla.

Así que sólo había una persona que pudiera aconsejarla. Su tía Maria Rossi.

Sienna dobló la esquina y miró hacia el otro lado de la calle. Allí estaba Trattoria Rossi, donde su tía le había ofrecido refugio tras el desastre de Angelo Peruzi. Era una ironía que aquel hombre fuera el que la había hecho regresar allí. Sienna necesitaba un fuerte abrazo, una comida caliente y todo el consejo que Maria pudiera ofrecerle.

Trattoria Rossi estaba situado en un lugar estupendo y tenía espacio para colocar dos o tres mesas en el exterior.

Sienna se fijó en que la pintura del rótulo donde ponía Trattoria Rossi, se estaba descascarillando y en que en la ventana de la parte frontal había una grieta que se extendía como una tela de araña.

Sienna permaneció frente al local tratando de recordar el aspecto que tenía la última vez que había ido a visitar a Maria. A la luz del día presentaba un aspecto limpio y animado. Un restaurante familiar ideal para ir a comer. Sin embargo, lo que ella estaba viendo era un lugar deprimente y oscuro donde nunca pararía a comer. Ni aunque estuviera abierto.

Un cartel escrito a mano informaba que el restaurante estaba cerrado por vacaciones y que se abriría de nuevo la semana siguiente. Pero no quedaba claro cuándo habían escrito la nota.

«Oh, Maria, ¿dónde estás cuando te necesito?».

¿A lo mejor aquélla era la noche libre de Maria? Sienna colocó las manos a ambos lados de sus ojos y miró por el cristal. Al ver que las luces de la cocina estaban encendidas, se sintió aliviada. También podía oír el ruido de la música que provenía del interior.

Debía de haber alguien trabajando allí. Maria siempre tenía al menos un cocinero en prácticas y algunos camareros. Normalmente, alguno de ellos vivía con Maria en la casita contigua al restaurante. Pero la casa estaba en completa oscuridad.

Sienna llamó a la puerta principal del restaurante justo cuando empezó a llover con fuerza. Ella pensaba pasar la noche en casa de Maria, y las llaves estaban dentro del establecimiento. Había llegado el momento de despertar a alguien o de llamar a los timbres de alrededor para descubrir si alguien más tenía una llave. Maria era muy confiada y no le extrañaría que la mitad de los vecinos tuvieran una copia.

Después del tercer intento de tirar la puerta abajo, y de llamar al timbre de la casa de Maria, Sienna decidió probar por la puerta trasera de la cocina.

Dejó la maleta en el suelo e intentó abrir la valla de madera. Tuvo que dar un fuerte empujón y estuvo a punto de resbalarse. Al ver que en la cocina de Maria seguía habiendo luz, suspiró aliviada.

Empujó la maleta por el suelo mojado y avanzó entre los cubos de basura y las cajas de cartón empapadas, tratando de no meter los pies en los charcos. Cuando llegó a la puerta trasera, vio que estaba entreabierta.

¡Maria debía de estar en casa!

Aunque no veía a nadie por la ventana, Sienna se acercó un poco más para mirar por la rendija.

En ese momento, la puerta se abrió de par en par y apareció la silueta de un hombre que llevaba un cubo de plástico lleno de líquido. El hombre balanceó el cubo para vaciar el líquido en el jardín. Pero ella estaba en medio y ninguno de los dos pudo hacer nada.

La mitad del contenido del cubo cayó sobre las piernas de Sienna, y ella apenas tuvo tiempo de cerrar los ojos antes de que el diluvio alcanzara su cuerpo, empapando sus zapatos de agua sucia y también su equipaje.

El hombre se quedó boquiabierto y al momento soltó una carcajada.

Sienna cerró los ojos con fuerza. Aquel hombre se estaba riendo porque le había empapado las piernas y estropeado sus mejores zapatos. Y a saber cómo había quedado su equipaje.

Aquél era un terrible final para un día horroroso. Las cosas no podían empeorar más.

 

 

Ella se secó antes de mirar al enemigo. Pero no tuvo la oportunidad, ya que antes de que se diera cuenta, un hombre la agarró por los hombros y la llevó hasta la puerta.

–Hola, Sienna. Siento lo que ha pasado. Es estupendo verte otra vez. ¿Quieres pasar para secarte?

Sienna lo miró y pestañeó al recibir la luz de la cocina en los ojos. Al ver el rostro del hombre que estaba retirándole la maleta de la mano, se quedó boquiabierta. Después, se sintió un poco mareada y se apoyó en la puerta para tranquilizarse antes de hablar.

–¿Brett?

Un chico con el cabello rubio alborotado la saludó llevándose dos dedos hacia la sien.

–Bienvenida a Trattoria Rossi otra vez. Será como en los viejos tiempos.

Y en ese momento, Sienna Rossi, una mujer que siempre mantenía la calma, rompió a llorar.

Capítulo 4

 

 

 

 

 

Punto 4: Mezcla todos los ingredientes en un pequeño restaurante con encanto

 

SIENNA no pudo evitar que las lágrimas rodaran por sus mejillas. Sentía un nudo en la garganta, tenía los ojos enrojecidos y el cabello alborotado. ¡Estaba hecha un desastre!

¡Nunca en su vida se había sentido tan humillada!

No podría volver a mirar a Brett Cameron a la cara.

–Ven. Permite que te quite el chubasquero mojado –dijo él con amabilidad.

Antes de que ella pudiera contestar, Brett se colocó detrás de ella y comenzó a retirarle el chubasquero de los hombros.

Al sentir el roce de sus dedos en el cuello, ella sufrió un escalofrío y se frotó los brazos.

–¡Estás helada! Toma. Yo no tengo frío.

Le colocó un forro polar sobre los hombros y ella suspiró aliviada antes de meter los brazos en las mangas y subirse la cremallera.

–¿Te sientes mejor? –preguntó él, mirándola con preocupación mientras le acariciaba los brazos y provocando que se sonrojara.

–Mucho mejor –contestó ella, fijándose en que él sólo llevaba una camiseta de algodón de manga corta–. Gracias.

–¿Cómo te gusta el té? –Brett se volvió y agarró una taza humeante–. Yo lo tomo con leche y dos cucharaditas de azúcar. Ten cuidado.

Brett se agachó y le acercó la taza caliente a las manos frías hasta que ella se calmó lo suficiente como para agarrar la taza sin verterla.

Sienna bebió un trago de té y Brett se incorporó. Sienna respiró hondo, cerró los ojos con fuerza, pestañeó y contempló de nuevo la situación.

La luz todavía estaba encendida. Ya no tenía agua en los ojos ni en el cabello. Y sin duda, aquél era Brett Cameron.

Sus ojos azules tenían la misma mirada penetrante y sus manos eran las mismas que la habían acariciado sólo unos minutos antes.

Era el mismo Brett Cameron que la había ignorado durante las seis semanas que él había trabajado como cocinero en prácticas. El mismo que había ocupado sus sueños de adolescente y que después salía en las revistas de cocina.

Era como si los últimos diez años de su vida hubieran sido un sueño absurdo y ella volviera a ser una adolescente de dieciséis años, torpe y atemorizada.

Entonces, él se inclinó hacia delante para dejar su bolsa sobre un taburete y apagar la música y ella pudo observar que la camiseta que llevaba resaltaba su torso musculoso.

El chico delgado y adolescente que ella había conocido se había convertido en un hombre que parecía haber pasado una temporada en Australia en la playa haciendo surf.

Era una lástima que sus hormonas de adolescente se hubieran vuelto a apoderar de ella al recordar la foto en la que Brett salía con el torso desnudo y bronceado. Quizá no había cambiado tanto como ella pensaba.

Oh, no. No después de averiguar la noticia sobre Angelo. Dos hombres. Ambos cocineros. Estaba predestinada.

–Siento lo de tus zapatos. Debería haber prestado más atención al timbre de la puerta.

Ella se miró los pies empapados y encogió los dedos dentro de sus zapatos de tacón. La piel estaba toda pegajosa y los zapatos habían quedado para la basura. En ese mismo instante se percató de que con las prisas por salir de Greystone Manor lo antes posible no había empaquetado otro par de zapatos.

Cerró los ojos y contuvo las lágrimas que inundaban sus ojos una vez más.

Al oír el nombre de Angelo Peruzi, después de haber visto al estupendo Brett Cameron en aquella revista, no había sido capaz de pensar con claridad. Ésa era la única explicación posible. No le quedaba más remedio que permanecer con los pies mojados el resto de la tarde. Hasta que pudiera ir a comprarse unos zapatos o pedírselos a su tía Maria. Recordaba muy bien cómo eran los zapatos de su tía. Con lazos. Rayas. ¡Y flores!

Sienna se movió para dejar de pisar el charco que había dejado y Brett lo secó con una fregona de tamaño industrial.

–Gracias. Eran unos zapatos bonitos –lo miró–. ¡Me sorprende verte aquí, Brett! La última vez que hablé con Maria estabas en Australia. ¡Vaya sorpresa!

Él dejó de fregar durante un segundo y se volvió hacia ella con una sonrisa arrolladora. Sus dientes blancos contrastaban con su rostro bronceado.

Al verla, Sienna notó que le daba un vuelco el corazón.

¿Cómo podía ser más atractivo de lo que ella recordaba?

–Nunca te gustaron las sorpresas –sonrió él–. Hay cosas que no cambian.

Él se apoyó en la encimera y se cruzó de brazos, dominando el espacio que había entre ellos, como si fuera el dueño del lugar y siempre lo hubiera sido.

–¿Me creerías si te dijera que tu tía Maria me ofreció el trabajo para que limpiara mientras estaba de vacaciones en España? –continuó Brett–. ¡Era difícil rechazar una oferta como ésa! ¿Cómo iba a resistirme? ¡Me subí al primer avión con destino a Londres!

Brett esbozó una sonrisa.

Le estaba gastando una broma.

Y ella estaba empapada, cansada, tenía frío y se sentía desgraciada.

Y su tía estaba de vacaciones.

De pronto se sentía como si todo el mundo la hubiera abandonado.

Y Brett Cameron esperaba que reaccionara. Pues ella podía jugar igual que él. Sólo tenía que concentrarse para que su cerebro entrara en funcionamiento e ignorar el frío y la suciedad de sus piernas.

Al menos en la cocina hacía calor. Aunque fuera húmedo. Muy húmedo. Demasiado húmedo.

Desde la silla donde estaba sentada, se veía que el suelo de la cocina estaba mojado y que en algunas esquinas había agua acumulada.

Brett había intentado recoger el agua de una inundación. Al menos eso explicaba por qué había vaciado el cubo en el exterior. Y por qué tenía las botas empapadas y los pantalones mojados hasta las rodillas.

–Ya entiendo que no pudieras rechazar esta oferta. Y en cuanto a lo de fregar… Deja que lo adivine. ¿Ha habido una inundación? ¿Se ha estropeado la cámara frigorífica?

–Más o menos. Según la chica que encontré tratando de solucionar esto, Maria ya no tiene cámara frigorífica. Parece ser que se incendió y que no la arregló. De hecho, probablemente hayas tenido que pasar por encima del motor para llegar hasta la puerta trasera. Esto ha sido culpa del lavaplatos.

Sienna lo miró un instante antes de suspirar. En Greystone Manor no se incendiaban las cámaras frigoríficas.

–¿La cámara frigorífica se prendió fuego? Ya. ¿Y sabes lo que le pasó al lavaplatos? ¿Hubo una avería eléctrica?

–¡Ojalá! –contestó Brett–. Oh, lo siento. De hecho, no tiene gracia. Al parecer llevaba goteando durante semanas, pero Maria no lo arregló antes de irse de vacaciones. Julie vino a abrir y había agua por todos lados.

–¿Julie? –Sienna asintió varias veces antes de añadir en voz baja–: Ah, sí, por supuesto. La camarera de Maria –no pudo evitar pensar en que Brett estaba soltero y que, probablemente, la camarera también. No era asunto suyo. Sin embargo, no pudo evitar la tentación de bromear con él.

Alzó la cabeza y lo miró a los ojos.

–¡Bueno, hay cosas que han cambiado! ¡Parece ser que ya hablas a las camareras! ¡Estoy segura de que Julie es muy comunicativa!

Se hizo un silencio antes de que Brett soltara una carcajada. Era la primera vez que lo oía reír y su alma y su corazón se llenaron de alegría al oírlo.

Brett se inclinó hacia delante, mirándola con una amplia sonrisa.

–Tranquila, Sienna. La única chica que me tiene entre la espada y la pared es tu tía. Hace que coma de su mano y no puedo hacer nada para evitarlo. Le prometería cualquier cosa. Y ella lo sabe.

–¿Qué quieres decir? ¿Te ha llamado desde España?

–Me llamó su amigo Henry, pero tuve la oportunidad de hablar con ella unos minutos. La encantadora Maria estaba demasiado ocupada coqueteando con los médicos españoles como para dedicarme un poco de tiempo.

Sienna pestañeó asombrada.

–¿Médicos? ¿Qué quieres decir? ¿Está enferma? ¿Herida?

Brett estiró la mano y agarró la de Sienna.

–Tuvo apendicitis. La llevaron al hospital inmediatamente, la operaron, y ahora se está recuperando en compañía de sus amigos del club de baile. Daba la impresión de estar bien. Si acaso, parece más preocupada por que tú te quedes aquí sola que por su operación.

–Le dejé varios mensajes, pero después me quedé sin batería en el teléfono móvil. ¿Cómo está? ¿Cómo ocurrió? –preguntó Sienna, tratando de calmar su respiración y el latido de su corazón.

Brett le soltó la mano y se apoyó de nuevo en la encimera.

–Al parecer, estaba en una carrera de botes banana cuando le empezó el dolor. Se desmayó durante la clase de baile de salón y el monitor la llevó en brazos a la ambulancia. Según su amigo Henry, fue muy emocionante.

–¿Botes banana? ¿Emocionante? Ya. Pero eso no explica por qué estás tú fregando el suelo de la cocina.

–Ah –contestó Brett–. ¿Has visto la ventana?

Sienna asintió.

–Y el cartel. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

–Un par de horas. El tiempo suficiente como para saber que Maria tiene serios problemas económicos y necesita que Trattoria Rossi siga en funcionamiento mientras ella esté fuera. Es posible que esté fuera un par de semanas más. Eso es lo que admitió antes de que le confiscaran el teléfono. Por eso hizo que le prometiera que haría algo por ella.

–¿De veras? ¿El qué?

–Bueno, al parecer tienes muchos talentos, señorita Rossi, pero cocinar no es uno de ellos. Hasta que Maria regrese, ¡yo seré tu nuevo cocinero!

Capítulo 5

 

 

 

 

 

Punto 5: Añade un par de decisiones importantes

 

SIENNA miró a Brett boquiabierta mientras él le hacía un saludo militar y le guiñaba un ojo. Él sonreía, sintiéndose superior sólo porque le había anunciado que iban a estar atrapados en aquella pequeña cocina.

Atrapada con Brett Cameron. Sólo los dos. Juntos. Solos.

Bueno, ella podría cambiar la situación con facilidad. No tenía intención de regresar a la casa señorial, así que él tendría que marcharse aprovechando cualquier oportunidad para trabajar como cocinero famoso.

Ésa era la diferencia. Brett era famoso. Y ella era… Bueno, ella era Sienna Rossi y tomaría el control de la situación como pudiera.

–Gracias por ofrecerte como cocinero –dijo ella tratando de hablar con tono calmado–, pero no será necesario. Conozco algunos cocineros jubilados que estarían dispuestos a ayudarme. Mañana los llamaré y tendré uno al cabo de unas horas. No te preocupes, encontraré otro cocinero para que se ocupe de la cocina. Estoy segura de que Maria comprenderá que estás muy ocupado.

Brett sonrió con indulgencia y se puso en pie. Durante un instante, Sienna pensó que él se iba a acercar a ella, sin embargo, él se volvió hacia la encimera donde había una gran variedad de utensilios de cocina y cuchillos sobre un paño blanco.

Él agarró una tabla de cortar y la secó con una toalla de papel antes de contestar:

–Lo siento, pero no te librarás de mí tan fácilmente. No voy a irme a ningún sitio –Brett la miró fijamente–. Maria me pidió que la ayudara en la cocina y eso es lo que voy a hacer. Se lo he prometido y tengo intención de cumplirlo. Además, empiezas a herir mis sentimientos. Si no supiera que no es así, diría que no quieres que me quede durante las dos próximas semanas. ¡Estoy muy dolido!

Sienna apretó los dientes con frustración. ¿Por qué no la tomaba en serio? ¿Qué tenía que hacer para convencerlo de que recogiera sus cosas y se marchara?

–Estoy segura de que Maria comprenderá que tienes proyectos más importantes en los que trabajar. Créeme. Yo puedo ocuparme de esto.

Él asintió sin más.

–No dudo de que puedas ocuparte de cualquier cosa que te propongas. Y tienes razón. Llegué de Adelaide hace cuatro días, y durante los últimos tres meses un equipo de obreros ha estado reformando el edificio donde abriré mi primer restaurante de cocina de autor. La obra va retrasada y abriremos dentro de seis semanas. Pero por lo que he visto, Maria Rossi necesita ayuda inmediata. Puedo dedicar varios días de mi vida para ayudar a Maria con su restaurante. Se lo debo. Y le prometí que lo haría. Fin de la historia.

Él se volvió para mirarla y le mostró un paquete de fusilli.

–¿Has cenado? Porque yo no puedo pensar cuando tengo hambre. ¿Te importa si preparo algo sencillo?

Sienna no había comido nada desde el mediodía y estaba hambrienta. Tenía frío y estaba agotada. Un plato de pasta sonaba bien. Pero no podía permitirse que él se enterara de lo mucho que deseaba un plato de comida caliente.

–No espero que cocines para mí. Además, ¿siempre eres tan cabezota?

–Siempre. Y será un placer. Ah, y, ¿Sienna?

El cambio en su tono de voz hizo que ella levantara la cabeza con rapidez.

Tan rápido que se mareó ligeramente.