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Cali, Universidad Icesi, 2018

Palabras clave: 1. Enseñanza de la ética | 2. Filosofía | 3. Ética política | 4. Educación cívica | 5. Ciudadanía y temas relacionados

Código dewey: 370.114

© Universidad Icesi

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Centro de Ética y Democracia

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La publicación de este libro se aprobó luego de superar un proceso de evaluación doble ciego por dos pares expertos.

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Diseño epub:

Índice

Presentación

Prólogo. Sobre la formación de individuos más conscientes

Prólogo. Sobre a formação de indivíduos mais conscientes

[ Cap. 1 ] Ética como interpelación: importancia de la ética, su agenda, su enseñanza

Javier Zúñiga Buitrago

[ Cap. 2 ] Sobre la educación ética

Rafael Silva Vega

[ Cap. 3 ] La ética como campo interdisciplinar

Raúl Cuadros Contreras

[ Cap. 4 ] Una apuesta en tres líneas. Reflexiones sobre la enseñanza de la ética desde la Universidad Icesi

Juan José Fernández Dusso

[ Cap. 5 ] El filósofo en su embate contra la violencia pública de las pasiones. Huellas socráticas con miras a la conciencia moral

François Gagin

[ Cap. 6 ] Teoría de los afectos y educación ética en Baruch Spinoza

Ana María Ayala Román

Apéndice

[ Cap. 7 ] Periodismo y falsas noticias: hacia una ética de la responsabilidad

José Gregorio Pérez

Notas al pie

Sobre los autores

Presentación

Vivimos tiempos difíciles y, como en la novela de Charles Dickens, hemos tenido que seguir luchando contra el modo de pensar de muchos Thomas Gradgrind que nos dicen:

Ahora, lo que yo deseo son hechos. No les enseñéis a estos muchachos y muchachas otra cosa que hechos. En la vida sólo son necesarios los hechos. No planteéis otra cosa y arrancad de raíz todo lo demás. Las inteligencias de los animales racionales se moldean únicamente a base de hechos; todo lo que no sea esto no les servirá jamás de nada. De acuerdo con esta norma educo yo a mis hijos, y de acuerdo con esta norma hago educar a estos muchachos. ¡Ateneos a los hechos, caballero!1

El exceso de este tipo de educación, que se niega a dejar de lado el énfasis en la racionalidad instrumental, dándole un golpe de mano a la virtud para instaurar en el centro de ella como valores supremos el dinero y la libertad de obrar en relación con él, nos ha conducido al realismo grosero de aquél que piensa y afirma, en relación con un problema social como el pauperismo, que “¡cuál es el problema si siempre ha habido desigualdad o pobreza!”; o al cinismo irreflexivo de aquel que no tiene reato al decir, ante un caso de dolo público o invitación al mismo, que “¡cuál es el drama si siempre ha habido corrupción y siempre la habrá!”, pues, al fin y al cabo, “¡si no lo hago yo, otro lo hará!” –¡esos son los hechos!–.

El realismo y el cinismo que inculca y promueve el tipo de educación instrumentalista y las mentes que los secundan sin ambages, académicas o no, tiene mucho que ver con casos como el de Odebrecht;2 y con la trágica revelación del informe de la Asociación Internacional para la Evaluación del Logro Educativo (IEA) acerca de que de 25.000 estudiantes encuestados para medir sus actitudes cívicas, entre 13 y 14 años de edad, de 900 escuelas de Chile, México, República Dominicana, Perú y Colombia, la mayoría (69%) “están de acuerdo con un estado dictatorial si dicho estado conlleva orden y seguridad” (Schulz, et al, 2018).3

Fetiches como el dinero, el consumo y la racionalidad del pensamiento simple que va en busca siempre de lo útil –de aquello que genera ganancias, o es un medio valioso para simplificar el acceso a ellas– ha terminado por generar un descuido de la ética, de la educación ética, su desprecio o, cuando no, una actitud hipócrita hacia ella. Ya que los ¡hechos son lo útil!, ¡los hechos dicen que todo se mueve por dinero!, por lo tanto toda acción o pensamiento que simplifique su obtención se justifica. El éxito de este modo de razonar nos explica la facilidad con la triunfa el prejuicio en detrimento de la recta educación en una sociedad. El triunfo del prejuicio en la democracia de la antigua Atenas llevó a la ejecución de Sócrates, bajo los supuestos cargos de impiedad y de corromper a la juventud. Y, de paso, nos indica la inevitabilidad del llamado permanente, constante a nuestros conciudadanos para que comprendan la importancia que tiene la ética y su enseñanza para la construcción de una sociedad democrática. Para que no olviden, aletargados por el prejuicio, en la era de lo útil, la utilidad de lo inútil, el valor de la ética.

La inevitabilidad de la Ética. Siete escritos sobre la importancia de la ética y su enseñanza es, sencillamente, una advertencia en este sentido. Un llamado en el que siete autores, desde distintas agendas investigativas y desde el pensamiento de algunos autores clásicos, ofrecen al lector un conjunto de estudios sobre la importancia de la ética, de su enseñanza, y de la educación en ella hoy. Se trata del segundo volumen de la colección “Varii Cives”, del Centro de Ética y Democracia de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Icesi.

Un sincero agradecimiento a los autores y a la autora por sus valiosos aportes que hicieron posible este proyecto editorial. Y un reconocimiento especial a Maria Clara Dias, profesora de la Universidade Federal Do Rio de Janeiro, por aceptar prologar esta obra.

Centro de Ética y Democracia

Universidad Icesi

Cali, mayo 21 de 2018

[ Prólogo ]

Sobre la formación de individuos más conscientes

La Ética se caracteriza, de una forma general, por ser el ámbito de la filosofía dirigido a aquellas cuestiones relativas a lo que debemos hacer. No obstante, para comprender mejor la especificidad de esta pregunta, en tanto implica una cuestión filosófica, precisamos antes que nada, distinguir los diversos tipos de respuestas disponibles. Una forma bastante usual de identificar lo que debemos hacer es recurriendo a una autoridad y dejando que sus designios conduzcan nuestras elecciones. Hacemos eso cuando somos niños/as y simplemente apostamos a la autoridad y/o al amor parental como una guía segura para garantizar el éxito de nuestros emprendimientos. Muchos continúan procediendo así durante toda la vida, cuando eligen como patrón decisivo de conducta las prescripciones de entidades transcendentes o de entes idealizados a los cuales delegan su propio poder decisorio.

Una segunda forma prudente de responder a esta cuestión consiste en la tentativa de adecuar nuestra conducta a los códigos socioculturales y legales de la sociedad a la cual pertenecemos. Es de esta forma que procuramos respetar los horarios establecidos para los eventos sociales y académicos en los cuales estamos comprometidos y que, al conducir, tratamos de no beber, obedecer la señalización, etc. Poca o ninguna filosofía es necesaria para saber qué hacer en estos casos. Por así decirlo, en tales casos, basta una cierta dosis de prudencia y un deseo bastante inmediato de no ser reprendidos social o legalmente.

No obstante, estamos trabajando en un terreno donde las distinciones son apenas de grado y no absolutas. Eso significa que la infracción a una regla de conducta social o a una prescripción legal puede tener un peso distinto en función del papel que, la conducta en cuestión, pueda ocupar en el núcleo de cuestiones que aluden, directamente, a la constitución de nuestra propia identidad. En otras palabras, puedo muy bien optar por tomar un café en la cafetería, llegando atrasada al salón de clases, sin que eso perjudique la imagen que tengo de mí misma. Pero, si tornase esta actitud una rutina, difícilmente podría mantener por mucho tiempo esa imagen, para mí bastante significativa, de ser una profesora que honra sus compromisos. De la misma forma, puedo cruzar una señal de tránsito de manera indebida cuando tengo alguna urgencia por llegar a un lugar y, al mismo tiempo, percibo que tal infracción no causará daños a otros individuos. Pero, si sistemáticamente opto por obedecer o no la señalización adoptando como guía únicamente mis intereses personales, estaré convirtiéndome en una persona que no considera los intereses ajenos, incluso intereses preferenciales tales como mantener mi propia integridad física. Con eso estaré convirtiéndome es un ser nocivo para la sociedad. En el momento en que una aparentemente simple desobediencia a una regla de conducta social y/o legal haya alcanzado este límite, habremos traspasado el ámbito de la moralidad.

La pregunta por lo que debemos hacer en el ámbito de la moralidad es la misma, cuya respuesta, nos remite a la pregunta por el tipo de persona que queremos ser, el tipo de vida que consideramos digna de ser vivida y el tipo de sociedad que queremos construir. De esta forma, no podemos infringir un principio moral al que adherimos sin que el resultado de esta conducta afecte nuestra autoestima. Somos nosotros quienes elegimos principios y valores morales. Y lo hacemos no como respuesta a una exigencia heterónoma sobre nosotros sino, más bien, como fruto de nuestras reflexiones acerca de lo que creemos que es lo mejor y de lo que queremos para nuestras propias vidas. En este sentido, cuando violamos un principio de conducta que nosotros mismos elegimos y valores con los cuales nos identificamos, estamos hiriendo nuestra propia integridad y distanciándonos de quien nos gustaría ser. Comprendida en estos términos, la moralidad no es algo que nos oprime y subyuga, sino el camino rumbo a nuestra autorrealización personal.

Si estamos de acuerdo en relación con este punto, podemos ahora continuar estableciendo la relación entre las cuestiones nucleares de la moralidad y las otras cuestiones de las que trata la filosofía y componen nuestro universo de cuestiones fundamentales. Conocer o saber acerca de la realidad, reflexionar sobre lo que conocemos y sobre lo que juzgamos valioso, tomar decisiones con base en nuestra interpretación de los hechos y de los sentimientos por ellos generados son actividades en las cuales estamos siempre involucrados, aunque en algunos casos de forma poco comprometida. Es un hecho que nuestras decisiones morales dependen de tales procesos. En este sentido, cuanto mejor, y de forma más precisa, conozcamos la realidad; cuanto mejor identifiquemos nuestros valores y su correlación con nuestro universo de creencias y deseos; cuanto más atentos estemos a los sentimientos generados por nuestras diferentes vivencias y por su capacidad de intervenir en el curso de nuestras acciones, más próximos estaremos de tomar decisiones más acertadas.

Sospecho así, que tanto el ansia por el conocimiento empírico que mueve el universo de la ciencia, como la aspiración por el rigor formal que caracteriza a la matemática y la lógica revelan, en el fondo, la necesidad de apoderarnos de los medios más adecuados para ser y estar mejor en el mundo. Sin tales instrumentos no tendríamos siquiera cómo realizar elecciones, pues nuestro campo de reflexión estaría vacío, o realizaríamos elecciones de forma totalmente arbitraria. Elecciones estas que, por lo tanto, no podrían ser asignadas al agente.

Es aquí, entonces, que la filosofía se pone al servicio de la ciencia, analizando las diferentes formas de saber, métodos, paradigmas y ofreciendo los principios de ordenamiento formal del pensamiento o del lenguaje. Es así que la ciencia, por su parte, retorna a la filosofía, y más particularmente a la ética, haciendo posible respuestas más apropiadas, no obstante, no exhaustivas y definitivas, a nuestra búsqueda por la realización plena de una forma de vida humana.

La ética, distanciada del mundo real y, sobre todo, del conocimiento producido acerca del mismo, pierde, no sólo la base sobre la cual podemos comprobar y rescatar su plausibilidad, sino su propia razón de ser. No obstante, cuando abandonamos la creencia en entidades transcendentes y asumimos la mundanidad de nuestra existencia y de las motivaciones que nos orientan, perdemos definitivamente la posibilidad de ofrecer una fundamentación última de la moralidad, de lo que la haría obligatoria para todo y cualquier individuo. Es, en este sentido, que se vuelve necesario entender la elección por una vida ética como parte constitutiva de un cierto ideal acerca de la vida que elegimos vivir o del tipo de persona que queremos ser. Cuando hacemos la elección por una forma de vida moral, habremos entonces establecido límites precisos para nuestra forma de actuar en el mundo, tanto en lo que tiene que ver con la aplicación del saber que producimos, como en lo que hace a nuestra forma de relacionarnos con nuestro entorno.

Aceptar una perspectiva moral universalista significa vivir de acuerdo con la premisa de que todo y cualquier individuo debe ser considerado como poseyendo igual valor normativo, como igual objeto de respeto. Al adoptar tal perspectiva, reaccionamos con indignación ante cualquier tentativa de restricción de las normas morales a los individuos de una determinada etnia, sexo, ideología, clase social e, incluso, especie. Con esto, excluimos la posibilidad de restricción del ámbito de aplicación de las reglas morales, pero no la libertad de cada individuo de aceptar o no la adopción de una identidad moral.

Si esta comprensión de la moralidad estuviese correcta, entonces nos resta el compromiso de conducir a nuestros jóvenes a la elección de una identidad moral, lo que supone una formación dirigida a la percepción de las demandas ajenas, para la sensibilización y desarrollo de una cierta razón imaginativa, compatible con el ejercicio creativo de colocarnos en el lugar del otro.

El presente libro es una tentativa de promover una reflexión acerca de la moralidad, con el fin de contribuir a la formación de individuos más conscientes de su compromiso moral para con los demás y para con la sociedad en que viven. No trata únicamente de ofrecer una visión de meros contenidos, de lo que los filósofos supusieron ser la moralidad, sino, también, de fomentar una percepción crítica acerca del modo en que actuamos en las más diversas esferas de la vida social y política y de los valores que determinan nuestras elecciones.

El primer artículo busca destacar la importancia de la ética, por consiguiente, de su enseñanza, como forma de promover el autoconocimiento, el reconocimiento del otro y la construcción de una vida social y política. En este sentido, destaca su compromiso con cuestiones de la filosofía política, tal como indagaciones acerca del mejor régimen político y la forma más adecuada de promover la felicidad, la autonomía, el reconocimiento y la tolerancia en la esfera pública.

El segundo artículo parte de la crisis moral y política de las sociedades contemporáneas y busca, a través de una interlocución con Platón y Aristóteles, recolocar a la ética como indagación sobre la buena vida. En esta trayectoria, el autor apoyará la formación moral como base para la constitución de sociedades auténticamente democráticas.

El tercer artículo destaca la interdisciplinariedad de la ética y la necesaria implicación entre los diferentes campos del saber. Como producto de esta relación, somos confrontados con nuevas cuestiones y con una quiebra de antiguos paradigmas que genera lo que vivenciamos como la crisis moral de las sociedades contemporáneas. La enseñanza de la ética es presentada como un paso decisivo para la comprensión de las diversas formas de vida y para el desarrollo de una percepción crítica sobre las diversas formas corrosivas de poder.

El cuarto artículo analiza el caso concreto de un programa de ética, el programa de la Universidad Icesi, y discute sus tres líneas de reflexión: la ética profesional; la ética ciudadana y el raciocinio moral. Aborda las metodologías, creencias y emociones que involucran las reflexiones sobre la ética.

El quinto artículo destaca las diferentes tensiones inherentes a la posmodernidad y la necesidad de pensar respuestas compatibles con nuestras creencias actuales, no sólo de la realidad, sino también sobre quiénes somos y a que aspiramos. Para eso, el autor establece una interlocución con diversos filósofos, considerando el modelo griego de construcción de la polis.

El sexto artículo aborda la relación entre estética, afectos y valores. A partir de un diálogo con Spinoza, la autora destaca la importancia de los afectos, revisando nuestras reflexiones acerca de los seres humanos, de la comunidad y, finalmente, de la propia educación.

El séptimo artículo reflexiona sobre los modos de ser y hacer del periodismo colombiano, en un país donde algunos creen que es necesario recordarles a los periodistas, no solo sus derechos, sino también sus deberes y obligaciones con la sociedad civil.

Al editor y a los autores, agradezco la oportunidad de participar de este debate. A los lectores, les deseo que lo disfruten.

Maria Clara Dias

Universidad Federal de Río de Janeiro

[ Prólogo ]

Sobre a formação de indivíduos mais conscientes

A Ética se caracteriza, de uma forma geral, por ser o âmbito da filosofia voltado para as questões relativas ao que devemos fazer. Contudo, para compreender melhor a especificidade desta pergunta, enquanto uma questão filosófica, precisamos antes de mais nada distinguir os diversos tipos de respostas disponíveis. Uma forma bastante usual de identificar o que devemos fazer é recorrendo a uma autoridade e deixando que seus desígnios conduzam nossas escolhas. Fazemos isso quando somos crianças e simplesmente apostamos na autoridade e/ou no amor parental como um guia seguro para garantir o sucesso de nossos empreendimentos. Muitos continuam a proceder assim durante toda a vida, quando elegem como padrão decisivo de conduta as prescrições de entidades transcendentes ou de entes idealizados aos quais delegam seu próprio poder decisório.

Uma segunda forma prudente de responder a esta questão consiste na tentativa de adequar nossa conduta aos códigos socioculturais e legais da sociedade a qual pertencemos. É desta forma que procuramos respeitar os horários estabelecidos para os eventos sociais e acadêmicos no qual estamos engajados e que, ao dirigirmos, buscamos não beber, obedecer a sinalização etc. Pouca ou nenhuma filosofia é necessária para sabermos o que fazer nestes casos. Por assim dizer, em tais casos, basta uma certa dose de prudência e um desejo bastante imediato de não sermos repreendidos social ou legalmente.

Contudo, estamos trabalhando em um terreno onde as distinções são apenas de grau e não absolutas. Isso significa que a infração a uma regra de conduta social ou de uma prescrição legal pode receber pesos distintos em função do papel que a conduta em questão possa vir a ocupar no núcleo de questões que dizem diretamente respeito `a constituição de nossa própria identidade. Traduzindo, posso muito bem optar por tomar um café na cantina, chegando atrasada `a sala de aula, sem que isso abale a imagem que tenho de mim mesma. Mas se tornar esta atitude uma rotina, dificilmente poderia sustentar por muito tempo a imagem, para mim bastante cara, de ser uma professora que honra com seus compromissos. Da mesma forma, posso ultrapassar um sinal, quando tenho alguma urgência de chegar a um local e, ao mesmo tempo, percebo que tal infração não causará danos a outros indivíduos. Mas se sistematicamente opto por obedecer ou não a sinalização adotando como guia unicamente meus interesses pessoais, estarei me tornando uma pessoa que desconsidera os interesses alheios, inclusive interesses preferenciais tais como a manutenção da própria integridade física. Com isso estarei me tornando um ser nocivo `a sociedade. No momento que uma aparentemente simples desobediência a uma regra de conduta social e/ou legal tiver alcançado este limite, teremos atingido o âmbito da moralidade.

A pergunta pelo que devemos fazer no âmbito da moralidade é aquela cuja resposta nos remete ao tipo de pessoa que queremos ser, o tipo de viva que consideramos digna de ser vivida e do tipo de sociedade que queremos construir. Desta forma, não podemos infringir um princípio moral que endossamos, sem que o resultado desta conduta reflita na nossa autoestima. Somos nós que elegemos princípios e valores morais. E o fazemos não como resposta a uma exigência heterônoma a nós, mas como fruto de nossas reflexões acerca do julgamos ser o melhor e do que queremos, para nossas próprias vidas. Neste sentido, quando violamos um princípio de conduta que nós mesmos elegemos e valores com os quais nos identificamos, estamos ferindo nossa própria integridade e nos distanciando de quem gostaríamos de ser. Compreendida nestes termos a moralidade não é algo que nos oprime e subjuga, mas o caminho rumo a nossa autorealização pessoal.

Se estivermos de acordo com relação a este ponto, podemos agora prosseguir estabelecendo a relação entre as questões nucleares da moralidade e as outras questões de que trata a filosofia e compõem o nosso universo de questões fundamentais. Conhecer ou saber acerca da realidade, refletir sobre o que conhecemos e sobre o que jugamos valoroso, tomar decisões com base em nossa interpretação dos fatos e dos sentimentos por eles gerados são atividades na quais estamos sempre envolvidos, ainda que em alguns casos de forma pouco engajada. Fato é que nossas decisões morais dependem de tais processos. Neste sentido, quanto melhor, e de forma mais criteriosa, conhecermos a realidade; quanto melhor identificamos nossos valores e sua correlação com nosso universo de crenças e desejos; quanto mais atentos estivermos aos sentimentos gerados por nossas diferentes vivências e por sua capacidade de intervir no curso de nossas ações, mais próximos estaremos de tomar decisões mais acertadas.

Suspeito, assim, que tanto o anseio pelo conhecimento empírico que move o universo da ciência, quanto a aspiração por rigor formal que caracteriza a matemática e a lógica, revelam, no fundo, a necessidade de nos apoderamos dos meios mais adequados para ser e estar melhor no mundo. Sem tais instrumentos não teríamos sequer como realizar escolhas, pois nosso campo de reflexão estaria vazio, ou realizaríamos escolhas de forma totalmente arbitrária. Escolhas estas que, portanto, não poderiam ser reportadas ao agente.

É aqui então que a filosofia se coloca a serviço da ciência, analisando as diferentes formas saber, métodos, paradigmas e fornecendo os princípios de ordenação formal do pensamento ou da linguagem. É assim, que a ciência, por sua vez, retorna `a filosofia, e mais particularmente a ética, tornando possível respostas mais apropriadas, embora, não exaustivas e definitivas, `a nossa busca pela realização plena de uma forma de vida humana.

A ética, distanciada do mundo real e, sobretudo, do conhecimento produzido acerca do mesmo, perde, não apenas a base sobre a qual podemos checar e resgatar sua plausibilidade, mas sua própria razão de ser. Contudo, ao abandonarmos a crença em entidades transcendentes e assumirmos a mundanidade da nossa existência e das motivações que nos orientam, perdemos definitivamente a possibilidade de fornecer uma fundamentação última da moralidade, o que a tornaria mandatória para todo e qualquer indivíduo. É neste sentido que torna-se necessário entender a escolha por uma vida ética como parte constitutiva de um certo ideal acerca da vida que escolhemos viver ou do tipo de pessoa que queremos ser. Ao realizarmos a escolha por uma forma de vida moral, teremos então estabelecido limites precisos para nossa forma de atual do mundo, tanto no que diz respeito a aplicação do saber que produzimos, quanto a nossa forma de nos relacionamos com o nosso entorno.

Aceitar uma perspectiva moral universalista significa viver de acordo com a premissa de que todo e qualquer indivíduo deve ser considerado como possuindo igual valor normativo, como igual objeto de respeito. Ao adotar tal perspectiva, reagimos com indignação a qualquer tentativa de restrição das normas morais aos indivíduos de uma determinada etnia, sexo, ideologia, classe social e, até mesmo, espécie. Com isso, excluímos a possibilidade de restrição do âmbito de aplicação das regras morais, porém não a liberdade de cada indivíduo aceitar ou não a adoção de uma identidade moral.

Se esta compreensão da moralidade estiver correta, então resta-nos o compromisso de conduzir nossos jovens à escolha por uma identidade moral, o que supõem uma formação voltada para a percepção das demandas alheias, para a sensibilização e desenvolvimento de uma certa razão imaginativa, compatível como o exercício criativo de nos colocarmos no lugar do outro.

O presente livro consiste em uma tentativa de promover uma reflexão acerca da moralidade, de forma a contribuir para a formação de indivíduos mais conscientes de seu compromisso moral para com os demais e para com a sociedade em que vivem. Trata-se não apenas de fornecer uma visão conteudística do que filósofos supuseram ser a moralidade, mas, sobretudo, de fomentar uma percepção crítica acerca do modo como atuamos nas mais diversas esferas da vida social e política e dos valores que determinam nossas escolhas.

O primeiro artigo busca destacar a importância da ética, por conseguinte, de seu ensino, como forma de promover o autoconhecimento, o reconhecimento do outro e a construção de uma vida social e política. Neste sentido, destaca seu comprometimento com questões de filosofia política, tal como indagações acerca do melhor regime político e a forma mais adequada de promover a felicidade, autonomia, reconhecimento e tolerância na esfera pública.

O segundo artigo parti da crise moral e política das sociedades contemporâneas e busca, através de uma interlocução com Platão e Aristóteles, recolocar a ética como indagação sobre a boa vida. Nesta trajetória, o autor irá investir na formação moral como alicerce para constituição de sociedades autenticamente democráticas.

O terceiro artigo destaca a interdisciplinaridade da ética e a necessária imbricação entre os diferentes campos do saber. Em decorrência desta relação, somos confrontados com novas questões e com uma quebra de antigos paradigmas que gera o que vivenciamos como a crise moral das sociedades contemporâneas. O ensino da ética é apontado como um passo decisivo para a compreensão das diversas das formas de vida e para o desenvolvimento de uma percepção crítica sobre as diversas formas corrosivas de poder.

O quarto artigo analisa o caso concreto de um curso de ética, o curso da Universidade Ecesi e discuti suas três linhas de reflexão: a ética profissional; a ética cidadã e o raciocínio moral. Aborda as metodologias, crenças e emoções que envolvem as reflexões sobre a ética.

O quinto artigo destaca as diferentes tensões inerentes à pós-modernidade e a necessidade de pensarmos respostas compatíveis com nossas crenças atuais acerca, não apenas da realidade, mas sobre quem somos e a que aspiramos. Para isso, o autor estabelece uma interlocução com diversos filósofos, revisitando o modelo grego de construção da pólis.

O sexto artigo aborda a relação entre estética, afetos e valores. A partir de um diálogo com Spinoza, o autor destaca a importância dos afetos, revisando nossas reflexões acerca dos seres humanos, da comunidade e, finalmente, da própria educação.

O sétimo artigo reflete sobre as formas de ser e fazer o jornalismo colombiano, em um país onde alguns acreditam ser necessário lembrar aos jornalistas não apenas seus direitos, mas também seus deveres e obrigações para com a sociedade civil.

Ao editor e aos autores, agradeço a oportunidade de participar deste debate. Aos leitores, desejo que desfrutem.

Maria Clara Dias

Universidade Federal Do Rio de Janeiro

[ Capítulo 1 ]

Ética como interpelación: importancia de la ética, su agenda, su enseñanza1

Javier Zúñiga Buitrago

Trataré de mostrar aquí cuál es la importancia de la ética, cuáles sus contenidos fundamentales y la actitud más conveniente para fomentarla. Definiré su tarea en relación con la política y la búsqueda del bienestar individual e identitario. Como quiera que sus requerimientos principales son la felicidad, el respeto a la dignidad y el reconocimiento, sostendré que está llamada a ser brújula del régimen político, del individuo y de los diversos grupos a quién este adscribe su identidad. Propondré que para definir mejor su espacio de acción, sus tareas permanentes y actuales, para defender los valores que ella promueve y que hoy como nunca están amenazados, conviene concebirla como “interpelación”, esto es, invitación constante al conocimiento de sí mismo y de los otros.

Importancia actual de la ética

La importancia de la ética en el mundo actual reside en que llama la atención sobre dos problemas cruciales que a mi entender componen todo el espectro de sus preocupaciones, a saber: la búsqueda de la unidad de la vida humana (felicidad) y el respeto a la dignidad de mi semejante. Quiero decir que llama la atención sobre dos expectativas ineludibles: ser feliz y que mi dignidad sea reconocida, es decir, el hecho de que soy autónomo y tengo una identidad.

Se trata de expectativas que la organización política –también la económica y la jurídica– ha de poder satisfacer.

La reflexión ética (académica, común) marca, entonces, en este sentido, la pauta de lo que debe proveer el sistema político. Ahora bien, como los seres humanos somos históricos-naturales esta reflexión está siempre abierta, dicho de otra manera, la reflexión sobre la felicidad y sobre aquello que nos hace dignos de respeto, es una reflexión por siempre actualizable, referida a la diversidad producida por la historia humana. Lo mismo vale para el ser humano tomado en su particularidad y la particularidad de las evoluciones que sufre a lo largo de su vida.

De lo anterior se sigue que la reflexión ética corre en tres niveles:

1. Uno ontológico que se refiere a lo que somos en cuanto seres humanos, reflexión de la que surge una pauta universal de lo que conviene a un ser humano en cuanto ser humano.

2. Otro más circunscrito que se refiere a lo que conviene a este grupo de seres humanos en su particularidad social, cultural, etc.

3. Otro personal que se refiere a lo que me conviene a mí en particular, al ser humano concreto que soy.

está bien