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El mundo atlántico español durante el siglo XVIII

Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

 

Resumen

Esta obra destaca el juego entre España y América mientras el imperio español luchaba por sobrevivir en la feroz competencia internacional que dominó el siglo dieciocho. Los autores usan una amplia y profunda investigación en los repositorios de España y América, así como la innovadora consulta de los archivos del Ministerio Francés de Asuntos Extranjeros, para enfocar los esfuerzos reformistas de los primeros borbones que culminaron en la más conocida agenda de Carlos III. A medida que la narrativa avanza, salen a relucir las personalidades de hombres y mujeres que influyeron en el gobierno colonial. Es la historia de poder, ambición e idealismo a los niveles más altos.

 

Palabras clave: Reformas borbónicas, siglo XVIII, América Española, Carlos III, América gobierno colonial.

 

 

The Spanish Atlantic World during the Eighteenth Century: War and the Bourbon Reforms, 1713-1796

 

Abstract

This book, highlights the interplay between Spain and America as the Spanish empire struggled for survival amid the fierce international competition that dominated the eighteenth century. The authors use extensive research in the repositories of Spain and America, as well as innovative consultation of the French Foreign Affairs archive, to bring into focus the poorly understood reformist efforts of the early Bourbons, which laid the foundation for the better-known agenda of Charles III. As the book unfolds, the narrative puts flesh on the men and women who, for better or worse, influenced colonial governance. It is the story of power, ambition and idealism at the highest levels.

 

Keywords: Bourbon Reforms, Eighteenth Century, Spanish America, Charles III, Colonial Government in America.

 

 

Citación sugerida

Kuethe, Allan J. y Kenneth J. Andrien. El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796. Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, Banco de la República, 2018.

DOI: doi.org/10.12804/th9789587841121

El mundo atlántico español durante
el siglo
XVIII

Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796

 

 

 

 

 

Allan J. Kuethe

Kenneth J. Andrien

 

 

 

 

 

Traducción de

Lourdes Ramos Kuethe

Kuethe, Allan J.

El mundo atlántico español durante el siglo XVIII. Guerra y reformas borbónicas, 1713-1796 / Allan J. Kuethe; Kenneth J. Andrien; Lourdes Ramos Kuethe; traducción -- Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, Banco de la República, 2018.

 

l, 455 páginas

Incluye referencias bibliográficas e Índice onomástico y toponímico.

 

España – Historia, 1713 -1796 / Economía -- España -- reforma / I. Universidad del Rosario / II. Banco de la República / III. Título / IV. Serie.

 

330.61 SCDD 20

 

Catalogación en la fuente -- Universidad del Rosario. CRAI

 

LAC  Agosto 3 de 2018

 

Hecho el depósito legal que marca el Decreto 460 de 1995

 

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©  Editorial Universidad del Rosario

©  Universidad del Rosario

© Banco de la República

©  Allan J. Kuethe, Kenneth J. Andrien

© Lourdes Ramos Kuethe, por la traducción

 

 

 

 

Banco de la República

Subgerencia Cultural

Calle 11 No. 4-14

www.banrepcultural.org

 

Editorial Universidad del Rosario

Carrera 7 No. 12B-41, of. 501 • Tel: 2970200 Ext. 3112

editorial.urosario.edu.co

Primera edición en español: Bogotá D. C., septiembre de 2018

 

ISBN: 978-958-784-111-4 (impreso)

ISBN: 978-958-784-112-1 (ePub)

ISBN: 978-958-784-113-8 (pdf)

DOI: doi.org/10.12804/th9789587841121

 

Edición en inglés:  The Spanish Atlantic World in the Eighteenth Century War and the Bourbon Reforms, 1713-1796. Cambridge University Press, 2014.

 

Coordinación editorial: Editorial Universidad del Rosario

Corrección de estilo: Juan Fernando Saldarriaga

Diseño de cubierta: Juan Ramírez

Diagramación: Precolombi EU-David Reyes

Versión ePub: Lápiz Blanco S.A.S.

 

Hecho en Colombia

Made in Colombia

 

 

Los conceptos y opiniones de esta obra son responsabilidad de sus autores y no comprometen a los coeditores ni sus políticas institucionales.

 

Todos los derechos reservados. Esta obra no puede ser reproducida sin el permiso previo escrito de las editoriales.

Autores

 

 

Allan J. Kuethe

Académico correspondiente de la Real Academia de la Historia (España) y Académico correspondiente de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras (España). Ha publicado, tanto en los Estados Unidos como en Europa, sobre España y América en el siglo XVIII. Comenzó escribiendo textos monográficos acerca de reformas militares, pasó a trabajar sobre política comercial y, como queda evidenciado en el presente libro, se ha orientado hacia una perspectiva de carácter amplio acerca del esfuerzo del Madrid de los Borbones para modernizar y preservar sus vastas posesiones en el hemisferio occidental. Es el Paul Whitfield Horn Professor en Texas Tech University, en donde ha hecho toda su carrera académica.

 

Kenneth J. Andrien

Se especializa en historia colonial latinoamericana y se enfoca en el estudio de la región andina entre el siglo XVI y el siglo XIX. Recientemente ha ampliado su perspectiva al ubicar la historia de Latinoamérica colonial en el contexto del mundo atlántico de la modernidad temprana. Es autor de Crisis and Decline: The Viceroyalty of Peru in the Seventeenth Century (1985); The Kingdom of Quito, 1690-1830: The State and Regional Development (1996) y Andean Worlds: Indigenous History, Culture, and Consciousness Under Spanish Rule, 1532-1825 (2001). Ha publicado también varios artículos en revistas como Past and Present, Hispanic American Historical Review, Colonial Latin American Review y Journal of Latin American Studies. Es el Edmund J. and Louise W. Kahn Chair en Historia en la Southern Methodist University.

Agradecimientos

 

 

 

 

 

A lo largo de los últimos cuarenta y cinco años, varias instituciones y fundaciones proveyeron apoyo económico crítico para mantener la investigación en curso y el tiempo para escribir lo que es este volumen, apoyo que ahora agradecemos infinitamente. Allan J. Kuethe recibió ayuda económica de la American Phil­osophical Society, el programa Fulbright-Hays para Investigaciones en el Extranjero, y el Comité Conjunto Hispano-Norteamericano para la Cooperación Cultural y Educativa, que financió una beca de investigación de posgrado y una beca de investigación cooperativa, compartida con doña Enriqueta Vila Vilar. Finalmente, Kuethe recibió apoyo de la Universidad Tecnológicas de Texas en la forma de cuatro licencias para desarrollo profesional, siete becas de verano, y desde 1990, el estipendio anual destinado a la investigación proveído por la cátedra Paul Whitfield Horn. Por su parte, Kenneth Andrien recibió una beca de investigación de Arts and Humanities, la beca Robert H. Bremmer de la Universidad Estatal de Ohio para financiar su investigación en España y Perú, y una licencia profesional de la Facultad de Historia para escribir su parte de este libro. En el pasado año, los fondos provistos por la cátedra Edmund J. y Louise W. Kahn de la Southern Methodist University también ayudaron a completar el proyecto.

A medida que nuestra investigación y nuestro pensamiento se desarrollaron a través de los años, hemos aprendido mucho de colegas en Europa y en las Américas. Aunque son demasiados historiadores para enumerar individualmente, todos merecen nuestra más profunda gratitud. Es más, creemos que cada uno de ellos sabe en qué forma han avanzado nuestro conocimiento y facilitado la terminación de este libro. Al consultar la vasta documentación para el siglo XVIII del imperio español, el personal del Archivo General de Indias, el Archivo General de Simancas, el Archivo Histórico Nacional de España, el Archivo General de la Marina Álvaro Bazán, y el Museo Naval de España, los Archives des Affaires Étrangères de París, el Archivo Histórico Nacional de Colombia, el Archivo General de la Nación y el Archivo Franciscano en Lima, todos nos proveyeron valiosísima ayuda. Asimismo, agradecemos a los dos lectores anónimos que evaluaron el manuscrito para la Cambridge University Press por sus útiles comentarios y sugerencias. Stuart B. Schwartz y Herbert S. Klein, editores de series de Cambridge, igualmente nos dieron su apoyo, en tanto que Scott Parris y Kristin Purdy en la imprenta fueron siempre serviciales, eficientes y de gran ayuda. Cualquier error de hecho o de interpretación que quede, sin embargo, es de nuestra responsabilidad.

Finalmente, un reconocimiento especial va dirigido a nuestras esposas, Lourdes Ramos-Kuethe y Anne B. Andrien. Sin su comprensión y apoyo incondicional este trabajo no hubiera sido posible. Durante nuestros años de viajes y las innumerables horas redactando los muchos borradores de este manuscrito, su paciencia, cariño y tolerancia animaron nuestros esfuerzos.

También nos beneficiamos de la mutua colaboración en este proyecto. Ambos hemos aportado experiencias investigativas, intereses y habilidades intelectuales distintas, y de mayor importancia, diferentes perspectivas en lo que se relaciona al tema de la guerra y las reformas borbónicas. Al final, escuchamos y aprendimos el uno del otro y, por supuesto, llegamos a compromisos. Ambos creemos firmemente que este es un mejor, más satisfactorio y mejor calibrado libro que el que ninguno de los dos hubiéramos podido escribir solos.

Nos gustaría dedicar este libro a nuestros mentores en los estudios de posgrado, Lyle N. McAlister y John J. TePaske. McAlister dirigió los estudios de Allan J. Kuethe en la Universidad de Florida. Un líder en la generación que surgió tras la Segunda Guerra Mundial, Mac era muy estimado y admirado por el rigor de su metodología, la disciplina de sus textos y la sutileza de su pensamiento. Fue el primero en captar la centralidad del estamento militar en la sociedad colonial, una lección que impartió a Kuethe y a muchos otros. Era un maestro experto y solícito, así como un ingenioso proveedor para sus estudiantes. Kenneth Andrien estudió en Duke University bajo la dirección de John TePaske, pero la influencia profesional de este se extendió más allá de los que trabajaron con él. Toda una generación de historiadores latinoamericanos, incluyendo a Allan J. Kuethe, solicitaron de John su apoyo y consejo profesionales, y muchos recuerdan con cariño las numerosas cartas de recomendación escritas en su favor solicitando becas, posiciones académicas y ascensos. Colegas y antiguos alumnos también recuerdan su agudo sentido del humor, su curiosidad intelectual y su sincero interés en el avance de todos los elementos del quehacer académico. Nuestra única esperanza es que este libro sirva para honrar a dos estudiosos que alcanzaron renombre internacional, que fueron muy queridos profesores de estudiantes no graduados y luego muy queridos mentores de los graduados, y quienes igualmente sirvieron de paragones de liderato responsable en la profesión.

 

 

Allan J. Kuethe y Kenneth J. Andrien

Texas Tech University y Southern Methodist University

Introducción
Guerra y reforma en España
y en su imperio atlántico

 

 

 

 

 

La controvertida herencia borbónica

Guerra y reforma desarrollaron una relación simbiótica en el mundo español atlántico durante el siglo XVIII. La serie de conflictos militares de este siglo comenzó con la Guerra de Sucesión española, librada entre 1702 y 1713, sobre disputadas reclamaciones al trono español. Cuando Carlos II, sin descendencia, yacía en su lecho de muerte, legó el trono al pretendiente borbón francés, Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia. Los ingleses, los holandeses y más tarde los portugueses se aliaron para apoyar a su rival, el archiduque Carlos de Austria, temiendo la perspectiva de una poderosa dinastía de Borbones reinando sobre Francia y España.1 Las hostilidades comenzaron en 1702 con un fracasado ataque aliado a Cádiz; pero Felipe, con una tesorería en bancarrota y las fuerzas armadas en ruinas, se apoyó principalmente en tropas y dinero franceses para defender su herencia. La alianza antiborbónica atacó entonces en el teatro mediterráneo, tomando Gibraltar en 1704, con Barcelona, Valencia y Zaragoza cayendo en manos aliadas en 1706. Una vez en posesión del reino de Aragón, el archiduque Carlos estableció su corte en Barcelona. Al año siguiente, una fuerza aliada, invadiendo desde Portugal, capturó Madrid, pero una victoria borbónica en Almansa en 1707 rescató la causa de Felipe. La guerra continuó mal para este en Iberia, y las derrotas francesas en Italia y los Países Bajos hicieron a Luis XIV retirar sus tropas de España en 1709, como preludio a la apertura de negociaciones de paz con los aliados.

Felipe continuó la lucha con sus inadecuadas fuerzas españolas, pero cuando los esfuerzos diplomáticos para alcanzar la paz fracasaron, Luis XIV, con renovado valor, reintrodujo tropas francesas en España en 1710, mandadas esta vez por un experto general veterano, el duque de Vendôme. El ejército franco-español del duque derrotó primero al ejército británico en Brihuega y luego forzó a los austriacos a abandonar Zaragoza después de serias pérdidas en la batalla de Villaviciosa. Estos reveses aparentemente convencieron al archiduque Carlos y a sus aliados de que no podrían obtener una victoria decisiva. Como resultado, cuando el emperador austriaco José murió en 1711 y su trono pasó a Carlos, surgió la posibilidad de unir los tronos de Austria y España bajo el gobierno de los Habsburgo y recrear el imperio de Carlos V. Este prospecto preocupó en particular a los ingleses, debilitando el apoyo a Carlos dentro de la alianza antiborbónica, y ambos lados del conflicto accedieron a buscar la paz. Los resultantes Tratados de Utrecht en 1713 pusieron fin al más amplio conflicto europeo, pero los catalanes todavía resistieron la herencia borbónica hasta 1715, cuando las fuerzas de Felipe rescataron Barcelona, uniendo así toda España bajo la nueva dinastía borbónica.

Los Tratados de Utrecht confirmaban el derecho de Felipe a gobernar España y sus posesiones trasatlánticas, pero le hacían renunciar a cualquier derecho al trono francés. Asimismo, perdía los Países Bajos españoles (Bélgica) y sus posesiones en Italia. Bélgica, Nápoles, Milán y Cerdeña fueron a manos de Austria, Sicilia al duque de Saboya, y España cedió Gibraltar y Menorca a Gran Bretaña. España también reconoció el derecho de Portugal a la Colônia do Sacramento, en el Río de la Plata, lo que proveía un valioso puerto comercial de distribución para el contrabando en la Sudamérica española. Por último, los acuerdos de Utrecht concedían a los ingleses el asiento para vender esclavos en las colonias españolas y el derecho adicional de enviar un navío de 500 toneladas al año para comerciar en las ferias de Veracruz y Portobelo. Sin embargo, con la excepción de Gibraltar, España permanecía intacta, y más importante, el nuevo monarca borbón conservaba su rico imperio americano.

Cuando Felipe V (1700-1746) examinó su exhausto patrimonio al finalizar la Guerra de Sucesión española, la apremiante necesidad de reformar y renovar a España y su imperio parecía obvia.2 Partes de la península ibérica habían sufrido la devastación de la guerra, la Armada había casi desaparecido, y el comercio había disminuido a medida que los contrabandistas habían establecido y manejaban de forma impune rutas en el Caribe, en el Atlántico Sur y en el Pacífico. Para mantener sus dominios abastecidos durante la guerra, Felipe había hecho concesiones comerciales a los franceses en el Pacífico, dejándoles penetrar en los puertos coloniales, y este comercio continuó ilegalmente después de cesar las hostilidades. Es más, los holandeses y los ingleses (junto con la explotación de las concesiones de los Tratados de Utrecht) habían ampliado agresivamente sus incursiones en el Caribe, ofreciendo mercancía de contrabando a las mal abastecidas colonias españolas. Como resultado de esta adversidad, los ingresos reales descendieron de modo alarmante, al tiempo que la Corona se enfrentaba ante el prospecto de pagar gravosas deudas acumuladas durante los años de la guerra. Para resolver esta situación adversa, la Corona se volvió hacia sus recursos en las Indias para resucitar la agobiada metrópolis.

 

Las reformas borbónicas

Bajo Felipe, y su hijo y sucesor Fernando VI (1746-1759), reformadores españoles trataron de frenar el contrabando, limitar el poder de la Iglesia, modernizar la financiación estatal, establecer un control político más firme dentro del Estado, poner fin a la venta de nombramientos burocráticos y llenar las mermadas arcas reales. Muchas de estas iniciativas reales estaban animadas por el deseo de neutralizar el perjudicial efecto de las concesiones dadas a Inglaterra en Utrecht y limitar tanto el contrabando como la influencia de mercaderes extranjeros que suplían mercancía legal a través de Sevilla y, más tarde, de Cádiz. Por otra parte, Madrid modernizó el sistema de defensa de las plazas fuertes de su vasto imperio y alcanzó notables logros en la reconstrucción de la Armada. Al mismo tiempo, sin embargo, los esfuerzos de Felipe V para avanzar las reclamaciones dinásticas de su familia a tierras en Italia sumieron a España en complicados enredos y guerras adicionales, lo que aumentó la deuda y muy a menudo distraía a la Corona de sus objetivos reformistas. Además, la mala salud del rey Felipe V y —a finales del reino— la de Fernando VI inhibió aún más iniciativas creativas.

Las primeras reformas comenzaron bajo el abad, más tarde cardenal, Julio Alberoni, quien era, de la Corte, el favorito, y quien más influía en Felipe V. Alberoni intentó deshacer las concesiones comerciales hechas a otros países europeos en Utrecht y anteriormente, en particular las que tenían que ver con el comercio de Indias, y reafirmó el control de puertos españoles claves para limitar la penetración extranjera. Sus iniciativas reformistas para las Indias incluían el traslado de la Casa de la Contratación y del Consulado de Cargadores de Sevilla a Cádiz, la creación del Virreinato de Nueva Granada, el establecimiento de un monopolio de tabaco en Cuba para suplir la real fábrica en Sevilla y la reorganización de la guarnición fija de La Habana en un batallón moderno. Esta agenda, aunque implementada paso a paso, concernía las áreas claves de lo que sería el programa reformista borbón para el reino secular. De todas maneras, mucho dependía de la visión y la audacia de un hombre, y se estancaría sin él.

Alberoni cayó del poder en 1719 después de que sus intentos de desafiar la dominación extranjera del sistema comercial y de hacerse de posesiones italianas para los hijos del rey provocaran la desastrosa Guerra de la Cuádruple Alianza con Gran Bretaña, Francia, Austria y Saboya. Las reformas comenzarían de nuevo en 1726 con el ascenso al poder del protegido del cardenal, José de Patiño (1726-1736). Como primer ministro virtual, Patiño, quien directamente controlaba el Ministerio de Marina e Indias, redobló sus esfuerzos para restringir el contrabando comercial y reconstruir la Armada. Aún más, él resucitó eficazmente las iniciativas reformistas del cardenal que los políticos conservadores habían suprimido tras su caída. Sin embargo, las ambiciones dinásticas de la Corona en Europa de nuevo complicaron y a veces impidieron los continuos esfuerzos para modernizar el sistema comercial colonial y deshacer las concesiones otorgadas a poderes extranjeros.

La segunda ola de reforma surgió en 1737, justo dos años antes de la Guerra de la Oreja de Jenkins, cuando la Corona subordinó al arrogante y poderoso Consulado de Cádiz, al romper el control de la elite sevillana sobre la elección de sus miembros, y al completar finalmente el traslado a Cádiz comenzado en 1717. Asociado a las ideas del pensador político español más influyente del siglo XVIII, José del Campillo y Cossío, este esencial impulso avanzó poco a poco, acelerándose mucho en los últimos años de la década de los cuarenta. También marcó el verdadero comienzo de la reforma comercial y sentó las bases sobre las que subsecuentes ministros podrían construir. A otro nivel, las exigencias de la guerra provocaron la expansión del sistema cubano de batallones fijos a lo largo del Caribe. A través de los años, las resucitadas Fuerzas Armadas estaban destinadas a consumir la mayor parte de las finanzas reales, constituyendo un inquietante y creciente desafío para la Tesorería Real.

Los avances obtenidos en los primeros años de la segunda fase fueron ampliados de modo sustancial por las exitosas iniciativas comerciales y eclesiásticas, bajo los auspicios de los dos ministros más importantes de Fernando VI, el marqués de la Ensenada y José de Carvajal y Lancáster. Al finalizar la Guerra de la Oreja de Jenkins (que comenzó en 1739 y que se unió a la Guerra de Sucesión austriaca de 1740 a 1748), el régimen volvió su completa atención a la reforma dentro del imperio. Como ha señalado John Lynch, prominente historiador de la era borbónica en España: “el nuevo régimen aceptó que el interés de España residía no en los campos de batalla europeos sino en el Atlántico y más allá”.3 Así, mientras los dos ministros mantenían un ambicioso programa doméstico, también llevaban a cabo significativas innovaciones en las Indias. Basándose en el trabajo de sus predecesores, promovieron el uso de barcos de registro en el comercio americano, reemplazando las cada vez más engorrosas y obsoletas ferias de Portobelo. Igualmente, y ya para 1750, habían puesto fin a la venta sistemática de nombramientos coloniales burocráticos.4 Otro éxito más fue el Concordato de 1753, que dramáticamente aumentaba el poder de mecenazgo del rey sobre los nombramientos eclesiásticos a lo largo y ancho del imperio. Quizás la reforma clerical más significativa en las Indias, sin embargo, fue la decisión tomada entre 1749 y 1753 de despojar a las órdenes religiosas de sus doctrinas de indios (parroquias indígenas rurales), restringiendo en gran medida su riqueza y su poder. Al final, sin embargo, este período creativo terminó de forma prematura después de la muerte de Carvajal en 1754, cuando la elite reaccionaria de la Corte y sus poderosos aliados extranjeros, ayudados por la reina Bárbara de Braganza, se aunaron para destituir a Ensenada del poder y, por consiguiente, entorpecer el impulso reformista. Con la muerte de Bárbara en 1758, Fernando se sumió lentamente en la depresión y por fin la locura, antes de fallecer al año siguiente. En el período entre la caída de Ensenada y la muerte del monarca, la reforma en el Atlántico español se paralizó de nuevo.

Durante el reino del medio hermano y sucesor de Fernando, Carlos III (1759-1788), el impulso reformista recuperó ímpetu y entró en su tercera y más ambiciosa fase. Impulsado en parte por la estremecedora pérdida de La Habana a manos de invasores ingleses en 1762, Carlos y sus consejeros madrileños reforzaron las defensas en las Indias, y en la política en la Corte abrieron la puerta a la reanudación del programa reformista de Ensenada. Los gastos incurridos para conseguir un mayor despliegue militar llevaron a la Corona a intensificar el control administrativo y aumentar los impuestos en todo el imperio. De la misma manera se requería un esfuerzo más sistemático para limitar el contrabando y la penetración de mercaderes extranjeros en el comercio legal, y más fundamentalmente, avanzar la causa de la reforma comercial. Además, Carlos continuó limitando la influencia de las órdenes religiosas, al expulsar a la poderosa Sociedad de Jesús de España y del imperio, obteniendo así el control de sus lucrativos bienes. En pocas palabras, la Corona patrocinó un mayor esfuerzo para reconsiderar el nexo de las relaciones políticas, fiscales, económicas, sociales y religiosas dentro del sistema español atlántico e iniciar políticas destinadas a aumentar la autoridad de Madrid y su capacidad para hacer la guerra con eficacia.

Carlos III y sus ministros realizaron la tercera y más agresiva fase del proceso reformista, despachando reales visitadores (inspectores) a varias partes de las Indias para recopilar información e iniciar cambios administrativos, fiscales, militares y comerciales. Después de poner fin a la venta de nombramientos para los más altos puestos de gobierno colonial en 1750, la Corona había comenzado a reemplazar a los titulares criollos de los cargos más altos con burócratas jóvenes y mejor entrenados, nacidos en la península y en teoría más fieles a la Corona, acelerándose este proceso bajo Carlos. Los oficiales reales en Madrid también crearon nuevas y más poderosas unidades administrativas en áreas antes periféricas de América del Sur que habían evolucionado en centros de contrabando. Madrid ya había restablecido el Virreinato de Nueva Granada (hoy día Ecuador, Colombia, Panamá y Venezuela) durante el reino de Felipe V, y en 1776, el gobierno de Carlos III creó el Virreinato del Río de la Plata (hoy día Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay), y al año siguiente la Capitanía General de Caracas (aproximadamente lo que hoy es Venezuela). La Corona envió, además, una serie de intendentes que eran responsables de la administración provincial, incluyendo hacienda, justicia y defensa. Estos intendentes enlazaban la autoridad regional con las audiencias en las capitales regionales mayores. En general, estas iniciativas aumentaron la burocracia local, lo que tendió a disminuir el flujo de la mercancía de contrabando y la salida ilícita de plata a través del Caribe y del Atlántico Sur.

La derrota de La Habana en 1762 hizo que Carlos elevara los imperativos militares a la cabeza de la lista de su agenda reformista para América. Madrid mejoró las defensas locales reforzando el ejército regular y, en localidades estratégicas, formando una milicia disciplinada compuesta en su mayor parte de súbditos locales. Al mismo tiempo, aumentó agresivamente la flota. Para sufragar estas costosas empresas, los funcionarios reales subieron los impuestos, cobraron con más eficacia las tasas existentes, y crearon monopolios reales para la venta y la distribución de productos como el tabaco. Estas medidas fiscales llevaron a un alza en las rentas reales con el dinero proveniente de las tesorerías coloniales, particularmente en Nueva España, donde técnicas mineras modernas también contribuían al auge económico. Era una época de amplias innovaciones imperiales que continuó aun después del triunfo de España en la Guerra de la Revolución americana, al tiempo que las ambiciones militares de Carlos crecían. Este ímpetu reformista duraría más allá de su muerte y continuaría bajo Carlos IV (1788-1808). En posesión de un imperio bien armado y productivo, y de la segunda más grande marina del mundo, España parecía ser un poder de primera categoría al entrar en la década de los noventa del siglo XVIII. La guerra y la reforma se habían convertido en los temas centrales del mundo español atlántico de ese siglo.

Dentro de este contexto, innovaciones críticas en la política comercial respondían a imperativos militares. Madrid justificó la primera regulación de “comercio libre” para las islas del Caribe en 1765 como un intento por desarrollar la economía de Cuba y así reforzar las defensas caribeñas, mientras que la amplia liberalización, terminada por el Reglamento de 1778, llegó en vísperas de la intervención de España en la Guerra de la Revolución americana. Además, la extensión de dicha desregulación hasta incluir México y Caracas en 1789 ocurrió en el contexto del frenético intento de Madrid de incrementar sus fuerzas navales, y la consecuente y siempre presente necesidad de la Real Hacienda de mayores ingresos. Finalmente, la última ola de reforma comercial, la radical multiplicación de los gremios comerciales americanos durante la década de los noventa, con claridad expresaba el compromiso constante de la Corona de desarrollar las periferias militarmente expuestas del imperio.

Sin embargo, la condición militar de España era sumamente frágil, porque mucho dependía del comercio y de confiables remisiones de rentas americanas. La guerra con Gran Bretaña en 1796 llevó a un bloqueo que primero interrumpió y luego cortó los lazos comerciales entre España y las Indias. Como era previsible, la Corona cedió ante las exigencias fiscales necesarias para luchar en este amargo y al final no exitoso conflicto, el cual consumió la mayor parte de los recursos del Nuevo Mundo administrados a lo largo de un siglo de reformas, pero no fueron suficientes para evitar la derrota.

 

La reforma ilustrada en el mundo español atlántico

Las reformas borbónicas del siglo XVIII estuvieron fuertemente influenciadas por las corrientes intelectuales en Europa asociadas con la Ilustración, que comenzó en el norte de Europa para luego extenderse a todo el mundo euroatlántico. Las ideas fundamentales de la época hacían énfasis en la razón y la observación, en un mayor sentido de tolerancia y justicia, y en la necesidad de compilar información empírica para resolver los asuntos científicos, políticos, económicos y sociales del día, en vez de buscar las respuestas en la tradición y en la religión. Las ideas ilustradas produjeron expediciones científicas patrocinadas por la Corona para catalogar la flora y la fauna de las Indias, en un esfuerzo por comprender el mundo natural y reformar la educación, incorporando nuevas asignaturas en todos los niveles del plan de estudios. Es más, en España y en las Indias, la Ilustración se extendió más allá de las universidades por medio de la creación de nuevas revistas y panfletos, y las visitas de viajeros extranjeros educados al imperio contribuyeron al proceso.5 Al renovar el sistema español atlántico, los reformadores intentaron utilizar un pensamiento ilustrado, científico y racionalista al delinear proposiciones específicas para el imperio y para fomentar el progreso.

Influenciada por ideas ilustradas, la Corona española asumió gradualmente un mayor papel en la promoción de la “felicidad pública”, lo que involucraba la ampliación de los poderes del Estado para asegurar la centralización política y avanzar en el crecimiento económico.6 Antes del ascenso de los Borbones al poder, España y su imperio al otro lado del mar océano habían formado una “monarquía compuesta”, en la que las distintas provincias y reinos se hallaban unidos solo por un monarca común.7 Las monarquías compuestas se mantenían unidas por un acuerdo entre el monarca y las clases dominantes de las diferentes provincias, a menudo en sociedad con la poderosa Iglesia católica romana. Ya para el siglo XVIII, los ministros reformistas que hacían parte de la monarquía borbónica, conocidos como regalistas, tenían como objetivos acumular el poder político en un sólido Estado centralizado, limitar el poder de la Iglesia, y promover el desarrollo económico como medio para alcanzar el bienestar público y la fortaleza de la nación.8 Los regalistas borbónicos no eran explícitamente anticlericales, pero sí buscaban limitar el poder del papado sobre la Iglesia española y restringir el control de la Iglesia sobre los recursos nacionales, algo que ellos estimaban un impedimento para el desarrollo económico y la prosperidad nacional. Los reformadores también veían la promoción del comercio con las Indias como vehículo principal para estimular el crecimiento económico y demográfico en España. De esta manera, las reformas borbónicas pueden entenderse provechosamente desde un punto de vista atlántico: el comercio y las rentas de las Indias serían vehículos importantes para conseguir la renovación de la metrópolis, y la fuerza militar, para hacer resistencia a los competidores extranjeros. La reforma, la felicidad pública y la subordinación política y económica de las Indias estaban así integralmente entrelazadas en la mente de los regalistas borbónicos. Estos reformadores querían reemplazar la monarquía compuesta de los Habsburgo con un Estado más centralizado, eficaz y poderoso militarmente, capaz de revitalizar a España y a su imperio atlántico. Así, las reformas militares, comerciales, administrativas, clericales y fiscales constituyeron los objetivos centrales de los ministros regalistas de la monarquía del siglo XVIII.

Los intentos de reforma en el imperio atlántico español llevaron a un aumento en la demanda de información y de los medios para compilarla, ­resumirla, organizarla y analizarla antes de tomar decisiones políticas apropiadas.9 Los ministros de la Corona a través de todo el imperio empezaron a crear sistemas de información para organizar y utilizar los datos necesarios para manejar los asuntos reales y promover la felicidad pública. Esto involucraba el dibujo de mapas fidedignos de las diferentes regiones, una compilación más exacta del número de la población (no solo las listas notoriamente inadecuadas de los que pagaban impuestos), la redacción de informes sobre actividades económicas —como la condición de los negocios, los precios, datos sobre comercio, o recursos naturales— y la recopilación de la información necesaria para que el estamento militar pudiera defender de modo eficaz las vastas posesiones de la Corona. Esto significaba no solo la recopilación de la información de manera más sistematizada, sino también la ideación de los medios adecuados para manejarla y para resumirla. En efecto, las varias capitales provinciales y coloniales del Atlántico español se convirtieron en vehículos regionales para procesar la información enviada a los ministros del rey en Madrid.

Hasta la ciencia ilustrada podía servir objetivos políticos concretos. Cuando la Corona española autorizó una expedición francesa —acompañada por dos jóvenes oficiales navales, Jorge Juan y Antonio de Ulloa— para medir un grado de latitud en el ecuador, no se trataba simplemente de resolver un debate científico sobre si la tierra era más ancha en el ecuador o si era más aplastada en los polos; tal información era necesaria para tomar medidas exactas de los meridianos de longitud, indispensables para trazar mapas precisos y exactos.10 Cuando Jean-Baptiste Colbert comisionó a la Academia de Ciencias completar un mapa exacto de Francia, pues, los cálculos finales en 1682 demostraban que la costa oeste se hallaba más al este, y que la costa mediterránea estaba más al norte de lo que hasta ese momento se estimaba, lo que quería decir que el territorio francés era en realidad varios cientos de millas cuadradas más pequeño de lo que aparecía en los mapas anteriores, tal información tuvo profundas implicaciones fiscales, políticas y militares.11

Otro ejemplo de más importancia directa y relevante lo es el juicio que hiciera el conde-duque de Olivares acerca de los catalanes, por su parte equitativa en la Unión de Armas en los años treinta y siguientes, esfuerzo para que cada reino pagase por el mantenimiento de un ejército común en España. Al hacer el cálculo de la población y de los recursos del principado, Olivares cometió un serio error citando cifras más altas de lo que en realidad eran. La cólera resultante ante el dramático aumento de los impuestos fue una de las mayores causas para la revolución de ese principado en 1640.12 Además, en tanto parte de la expedición francesa, Juan y Ulloa llevaron a cabo una serie de observaciones científicas acerca de la geografía, recursos naturales, fauna y flora de las provincias andinas de Su Majestad.13 A instancias del marqués de la Ensenada, sin embargo, también después compilaron un informe secreto de los males políticos del reino, notoriamente conocido como Noticias secretas de América, que sacaba a relucir la extensa corrupción política y clerical, y el mal gobierno en toda la región.14

A lo largo del siglo XVIII, los oficiales coloniales también recopilaron, resumieron y comunicaron grandes cantidades de datos fiscales más eficazmente que nunca antes. Aunque los funcionarios de la Tesorería Real habían recopilado cuentas detalladas de los ingresos y gastos de las Indias desde el siglo XVI, aquellas ahora se organizaban de manera más consistente, haciéndose más detalladas a lo largo del siglo XVIII, en especial con la introducción, después de 1780, de un sistema de contabilidad por partida doble.15 La reorganización de la burocracia fiscal en el Atlántico español igualmente hizo posible que la Corona entendiera y procesara de modo más eficaz el cúmulo de datos fiscales de los reinos, lo que resultó en aumentos considerables en los ingresos reales. Durante los últimos años del siglo XVIII, los reales informes además comenzaron a resumir grandes cantidades de datos fiscales en tablas de cifras, lo que les hacía más fácil a los funcionarios reales asimilar el sentido de la multitud de información financiera que antes podrían no haber sido tenidos en cuenta o haberse perdido.

La Corona estableció un eficaz servicio real de correos, que mejoró y regularizó mucho la comunicación a través del imperio español atlántico. Los ministros regalistas reconocían que el poder estatal dependía de fiables sistemas de comunicación, y que los mercaderes requerían información al día acerca de los mercados en las Indias para manejar su comercio exitosamente. El Consulado de Cádiz había operado el sistema de correos con los navíos de aviso, pero el fracaso de este sistema se hizo manifiesto con la pérdida de La Habana, y la captura, por los ingleses, del correo oficial en las afueras de Cádiz en 1762.16 La Corona estableció un sistema de correos modernizado con el Real Decreto del 24 de agosto de 1764.17 Pequeños navíos saldrían de La Coruña con destino a La Habana todos los meses, esparciéndose por el imperio para entregar y recoger el correo. Para sufragar los gastos del viaje, estos navíos de correo podían llevar mercancía europea para venta en las Indias, y a su regreso traer productos coloniales a España. Tales innovaciones permitieron a los ministros tomar decisiones más sabias y supervisar con más eficacia las actividades de los miles de sirvientes de la Corona en el mundo atlántico.

Otra importante y más tradicional fuente de información de los reales ministros eran los memoriales y las peticiones de individuos y corporaciones. Cada súbdito del imperio tenía el derecho de presentar solicitudes al rey para expresar opiniones, manifestar quejas y solicitar cambios específicos en la política. Estas peticiones, así como los más detallados memoriales, podrían representar una visión de la opinión pública en las lejanas provincias de la Corona. Era también un privilegio que eximía a los autores de las normas de secreto, que a veces prohibían o al menos desalentaban la discusión pública de asuntos políticos.18 Las Noticias secretas de Jorge Juan y Antonio de Ulloa es solo uno de los muchos documentos de esa clase que recorrían los círculos gubernamentales de Madrid. Al mismo tiempo, criollos, funcionarios reales, viajeros españoles en América y la elite intelectual indígena desarrollaron sus propias sugerencias para cambiar el sistema en América.19 Durante el siglo XVIII, Madrid era una capital cosmopolita, donde ideas de Europa y de las Indias continuamente se entrecruzaban. En 1749, por ejemplo, un miembro mestizo de la orden franciscana, fray Calixto de San José Túpac Inca, escribió un famoso memorial al rey quejándose de abusos del gobierno colonial en Perú.20 Como remedio, pedía el cese de la mita, demandaba que los andinos obtuvieran nombramientos de corregidores y que fueran elegibles para el sacerdocio, tuvieran acceso a la educación y a servir en un nuevo tribunal (compuesto de líderes españoles, mestizos y andinos que serían independientes del virrey y de las audiencias) para determinar la política a seguir en el virreinato.21 Aunque la Corona decidió no actuar en cuanto a estas recomendaciones, más tarde algunos magistrados reformistas bajo Carlos III, como el marqués de Esquilache, el conde de Floridablanca, Pedro Rodríguez Campomanes y José de Gálvez combinaron ideas no solo de toda Europa, sino también de las Indias, para hacer propuestas concretas de cómo mantener el imperio atlántico de España de manera más firme bajo el control metropolitano.22

A pesar de la circulación de ideas, material escrito y datos sobre el Atlántico español del siglo XVIII, una verdadera esfera pública que permitiera a la opinión pública mediar entre el Estado y la sociedad civil solo surgió lentamente.23 Los funcionarios reales y la Inquisición todavía censuraban los escritos, a veces prohibiendo la publicación de importantes trabajos políticos, literarios y religiosos que desentonaban con la política de la Corona o de la Iglesia. Es más, los niveles de analfabetismo variaban dramáticamente en el imperio; en Ciudad de México, quizá el 50 % de la población poseía los conocimientos básicos para leer, mientras que en regiones menos cosmopolitas, como Santa Fe de Bogotá en Nueva Granada, solo del 1 al 3 % de la ciudadanía había recibido educación alguna.24 Materiales impresos rara vez estaban a disposición de la mayoría de la gente, y el primer principal periódico en América del Sur, el Mercurio Peruano, de Lima, no apareció hasta el año 1791.25 Sin embargo, las Sociedades de Amigos del País (grupos o sociedades literarias y científicas) discutían asuntos económicos, y el auge de tertulias hacia finales de siglo hacía posible intercambios intelectuales, políticos y sociales, que habrían de cambiar el rumbo del discurso público a finales del período colonial.26 Todas estas tendencias estimularon una mayor circulación de conocimientos, lo que produjo la creciente politización de los debates sobre reformas en el imperio americano.

Para reformar la antes mencionada monarquía compuesta, heredada por Felipe V en 1700, los ministros regalistas dieciochescos extendieron el poder del Estado borbónico sobre la Iglesia y sobre los grupos de intereses coloniales y peninsulares. Este proceso a menudo causaba fricción, disensión y hasta malestar político como respuesta a las nuevas iniciativas. Es de asumir que la variedad de puntos de vista compitiendo sobre la reforma y la renovación del imperio español del siglo XVIII causó controversia política inevitable en ambos lados del Atlántico. Las luchas entre los grupos de intereses, con diferentes idearios acerca de lo acertado de varias empresas, con frecuencia determinaban el éxito o el fracaso de políticas borbónicas específicas. Estas contiendas acerca de la política real generalmente involucraban una amplia variedad de grupos sociales en España y en las Indias, los que se movilizaban para influenciar el proceso político y adelantar sus propios objetivos particulares.27 El desenlace de tales conflictos en el escenario político, bien fuese entre las elites o entre una amplia coalición de grupos sociales, provee el contexto esencial para comprender el cambio social, cultural y económico en el Atlántico español. La exacta configuración de los grupos políticos variaba de manera considerable dentro de cada área del diverso mundo español americano. Como consecuencia, el frecuente toma y da de los escenarios políticos en España y en las Indias ayuda a explicar por qué ningún único plan cohesivo de reforma surgió durante el siglo XVIII.

 

Historiografía de las reformas borbónicas

Por décadas, los historiadores de las reformas borbónicas han debatido la coherencia y la eficacia de la política real, concentrándose en su mayor parte en el reino de Carlos III. De acuerdo con una temprana síntesis de la pluma de John Lynch, los reformadores carolinos formularon políticas que restringían las libertades políticas y económicas de las colonias, y en conjunto, las reformas no representaron nada más que “una segunda conquista de América”.28 La Corona cesó de vender cargos públicos, renovó los establecimientos militares de las Indias, liberalizó el sistema comercial, reformuló límites administrativos, aumentó impuestos y limitó el poder de la Iglesia. D. A. Brading ha mantenido que tales políticas causaron oposición colonial y “la permanente enajenación de la elite criolla”.29 Otros historiadores, sin embargo, han debatido que tales políticas carecían de tal coherencia ideológica, haciendo énfasis, a su vez, en los objetivos diversos, y a veces opuestos, de los funcionarios de Madrid, quienes batallaban con titubeos e inconsistencias para equilibrar los varios objetivos fiscales, comerciales, administrativos y militares de la Corona. Esta posición ha sido asumida más recientemente por John R. Fisher:

 

En ocasiones, uno se pregunta [...] si las reformas borbónicas tienden a hechizar a todo el que las estudia. ¿Son ellas en realidad el pulido, coherente y ­magistral programa de cambio y recuperación que generaciones de comentaristas, desde los mismos creadores de la política en la España del siglo XVIII a los investigadores de hoy, han identificado? ¿No sería más realista representarlas en términos de un deseo vacilante, incierto e inconsistente de modernización y centralización imperiales, caracterizadas más por demora, contradicción y obstrucción que por la firmeza?30

 

De acuerdo con el razonamiento de Fisher, Allan J. Kuethe ha demostrado que los reformadores españoles a veces promovían considerablemente diferentes clases de políticas para las provincias en su diverso imperio atlántico. Kuethe documenta que Madrid, tratando de promocionar crecimiento en la vulnerable periferia, aflojó las regulaciones comerciales para los productos tropicales de La Habana, a la vez que mantuvo controles monopolísticos sobre el bien desarrollado comercio mexicano. Ciertamente, la Corona hasta desviaba grandes sumas de la tesorería de México para mantener a Cuba como baluarte militar después de la Guerra de los Siete Años.31 Los hallazgos de Kuethe han sido apoyados también por Jacques A. Barbier, quien examina cómo los sucesos políticos y militares en Europa forzaron al gobierno madrileño de Carlos III a embarcarse en deudas de monta para financiar las guerras. Los conflictos europeos obligaron a su hijo y sucesor Carlos IV a saltar de una política a otra a mediados de la década de los noventa del siglo XVIII, en una desesperada búsqueda de los recursos nece­sarios para hacerle frente a las exigencias bélicas, hasta recurriendo a navíos neutrales, y más tarde contratando con empresas mercantiles de su enemigo inglés para suplir a las Indias de productos europeos a cambio de plata colonial y otros productos de exportación.32

Más recientemente, Stanley J. y Barbara H. Stein han contribuido a las discusiones académicas de las reformas borbónicas con su estudio de tres volúmenes acerca de la compleja red de grupos de intereses luchando para moldear las políticas de la Corona.33 En su primer libro, Silver, Trade, and War. Spain and America in the Making of Early Modern Europe, los Stein razonan que las debilidades económicas de España a lo largo del tiempo permitieron a los mercaderes franceses, holandeses y, en particular, ingleses, ganar acceso a enormes cantidades de plata colonial, fruto del contrabando, y suministrar mercancías y capital a mercaderes de la baja Andalucía, comerciando legalmente en Cádiz.34 Los reformadores españoles, inspirados por proyectistas, trataron de limitar el contrabando, recuperar el control del comercio americano, modernizar las finanzas estatales y promover controles burocráticos. La oposición de miembros corruptos de la burocracia, la arraigada comunidad comercial (centrada en el Consulado de Cádiz) y sus poderosos aliados comerciales extranjeros se aunaron para frustrar esta primera fase de reforma. En el segundo volumen, Apogee of Empire. Spain and New Spain in the Age of Charles III, 1759-1789, los Stein explican la manera en que Carlos III y sus ministros favorecían el alza de impuestos, la ampliación de la base de los mismos, y la liberalización del comercio después de perder La Habana en 1762 durante la Guerra de los Siete Años.35 La reforma culminó con la extensión del comercio libre, primero a las islas caribeñas de España en 1765 y al resto del imperio en 1778, menos Nueva España y Venezuela (que solo fueron incluidas en 1789).36 Sin embargo, los Stein mantienen que estos reformadores carolinos nunca tuvieron la intención de llevar a cabo reformas estructurales en gran escala; intentaron únicamente un “calibrado ajuste”, diseñado para apuntalar el “gótico edificio” del imperio atlántico de España.37 Los Stein concluyen que la plata americana irónicamente produjo el declive de España y un estímulo al crecimiento del capitalismo europeo septentrional.