REINAS DE LA CARRETERA

Pilar Tejera

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Reinas de la Carretera

© Pilar Tejera, 2018

 

ISBN: 978-84-948482-2-3

 

Foto de cubierta: Effie y Avis Hotchkiss, 1915. Autor desconocido.

Diseño de cubierta: Anuska Romero

 

Maquetación: Carlos Venegas

Impreso en España

Reservados todos los derechos

Y heme aquí hoy, frente a vosotros, lista para volver a partir.

HÉLÈNE DUTRIEU

A todas las heroínas del pasado.

Por lo que hicisteis

Septiembre 2018

PRESENTACIÓN

En 1891 una española, parece ser que nacida en Madrid, ganó una apuesta de 2.000 dólares al atravesar los Estados Unidos andando. Tardó 212 días en hacer el recorrido, pero lo consiguió. Se llamaba Zoe Gayton, era actriz y se convirtió en la primera mujer en cruzar andando el país tras cubrir los casi 5.000 kilómetros que separan San Francisco de Nueva York. Comenzó a caminar a las ocho de la mañana del 27 de agosto de 1890 y siete meses y medio después, el 28 de marzo del año siguiente, llegaba tan campante a la Estación Central de Nueva York con su largo abrigo marrón y su sombrero de fieltro. «Su rostro curtido –escribió un reportero de The New York Times–, demostraba que había estado largo tiempo a la intemperie bajo todo tipo de condiciones climatológicas».

La carretera, o los caminos de entonces deberíamos decir, fueron parte importante de los escenarios elegidos por la mujer en su lucha por la igualdad.

Expresiones del tipo: «la primera mujer en…», fueron cada vez más habituales en records asociados a la aventura, los viajes, los deportes y la competición: Annie Londonderry que en 1895 dio la vuelta al mundo en bicicleta, Effie Hotchkiss cruzando los EE. UU. en moto en 1915 con oronda su madre de 52 años embutida en el sidecar, Nan Jeanne Aspinwall, cruzando a caballo Norteamérica en solitario entre 1910 y 1911, Anita King, la estrella del cine mudo que sorprendió a la sociedad de la época atravesando en 1915 los Estados Unidos en solitario al volante de un automóvil y tantas y tantas otras...

Este libro está dedicado a aquellas que pusieron a prueba sus límites subidas a una bicicleta, a una motocicleta o a un automóvil. Pioneras de la carretera que se las ingeniaron para librar su propia batalla a favor de la igualdad de la mujer en una época en que la vida transcurría en Blanco y Negro.

 

 

CAPÍTULO I

Una tetera en el manillar

Lamentamos ver como el ciclismo ha hecho que las mujeres se hayan olvidado de su propio auto-respeto y se exhiban públicamente.

SPORT LIFE, 1893

A finales del siglo XIX, los columnistas de periódicos de los Estados Unidos, andaban de cabeza con un asunto. El San Francisco Call, se hacía eco en 1895 del tema que ocupaba a la sociedad, con el siguiente artículo:

Realmente no importa demasiado a donde se dirige una jovencita subida en una bicicleta. Puede ser que vaya al parque por puro placer, o a la tienda a por una docena de horquillas, o que vaya a visitar a un amigo enfermo al otro lado de la ciudad, o a hacerse con un patrón de costura o con una receta para matizar el bronceado o las pecas. Dejemos que sea así. Lo que el público interesado desea saber es: ¿A dónde van todas esas mujeres sobre dos ruedas? ¿Es que acaso hay una gran cita en alguna parte hacia la cual todas ellas se dirigen y donde mantendrán una reunión que causará que este viejo y vacilante mundo se despierte y se reajuste?

Puede decirse que el derecho a montar en bicicleta fue, para la mujer, el trofeo de una larga y dura contienda librada por muchas y variadas militantes. Deportistas como Fanny Bullock Workman cruzando el desierto en bicicleta a finales del siglo XIX, y cientos, miles de sufragistas manifestándose sobre dos ruedas, ayudaron a la causa con sus logros sirviendo de amplificador de las proclamas por la igualdad. Periodistas, aventureras, aristócratas, trabajadoras, intelectuales, arriesgaron su integridad a menudo, reivindicando su derecho a pedalear.

Hubo en cambio, quienes optaron por alternativas menos arriesgadas. Se ha escrito mucho sobre el rol de una bicicleta en la lucha por los derechos de la mujer, se sabe menos acerca de las batallas que las mujeres libraron para despojarse de la moda victoriana. Resulta difícil imaginar hoy en día subirse a una bicicleta con una larga y pesada falda y dar unas pedaladas sin que algo salga mal. Pero eso formaba parte del día a día de las primeras ciclistas, obligadas a llevar enaguas abrochadas hasta la cintura que sofocaban su caja torácica y faldas que colgaban peligrosamente sobre los radios de las ruedas o en torno a los pedales.

En el siglo XIX, las mujeres seguían estando sometidas a un severo escrutinio en función de su vestimenta. Como afirma Frantiska Blazkova en su artículo: Victorian Women’s Cyclewear: The Ingenious Fight Against Conventions, «una dama reflejaba en su vestir hasta qué punto cumplía con los dos estándares morales que se esperaban de ella: modestia y virtud».

A medida que decidieron despojarse de la moda encorsetada para adoptar prendas más idóneas para pedalear, muchas pioneras del ciclismo fueron diana de insultos e incluso de piedras y palos arrojados por quienes veían amenazada su moral conservadora. Pero las ciclistas victorianas no estaban dispuestas a renunciar a sus bicicletas ni a sus nuevas y cómodas prendas, de modo que hicieron uso de la picaresca.

Muchas de ellas se las ingeniaron para pedalear con su ropa de diario en las principales calles de su ciudad, para luego ponerse ropa más “radical” una vez llegaban a las áreas menos concurridas.

En este escenario, hubo imaginativas diseñadoras que contribuyeron a la causa. El “problema de vestimenta” apropiada para la bicicleta fue tan controvertido como movilizador: Para algunas emprendedoras, los inventos y diseños de prendas supusieron el vehículo principal para su entrada en el mundo de las patentes.

Gracias a las patentes registradas por estas inventoras es posible conocer hoy los ingeniosos modos de conversión ocultos bajo las faldas a base de poleas, cables, y botones para recogerlas a la altura de las rodillas. Las posibilidades, eran infinitas. Sin embargo, tendría que llegar Amelia Jenks Bloomer, para desencadenar la auténtica revolución en las prendas de las ciclistas.

* * *

AMELIA BLOOMER:

Bombachos para pedalear

20 de julio de 1848. Seneca Falls, Nueva York. Primera convención por los derechos de la mujer que se celebra en los EE.UU. Amelia Bloomer sale de la atestada sala, repleta de miles de mujeres, sabiendo que algo se ha roto en ella. El corazón le late con una vehemencia sofocante. Siente ganas de pellizcarse para comprobar si lo vivido en los dos últimos días, forma parte de un sueño… Tendrá que pasar un tiempo para que pueda digerir el impacto del masivo encuentro.

A sus 30 años, Amelia creía tener asentados los pilares de su vida. Un marido, una ocupación, cierto bienestar económico… pero en la convención se ha hablado de cuestiones que echan por tierra parte de sus principios. Ha escuchado proclamas que en algún rincón de su mente han encendido una inesperada luz. Ha visto con sus propios ojos que las mujeres se organizan abiertamente, hablan de cambiar su lugar en una sociedad dominada por los hombres, de luchar por el sufragio femenino... Lucretia Mott y Elizabeth Cady Stanton, dos líderes con carisma y magnetismo, oradoras extraordinarias y feministas convencidas, responsables de la multitudinaria asamblea, están cambiando la mente de muchas de las asistentes. Ella no ha escapado a su embrujo. La idea de poder alterar el orden establecido, de mejorar las cosas, le estremece en lo más profundo.

Se ha elaborado una lista con los derechos que corresponden también a las mujeres. Derecho a pensar, a opinar, a trabajar, a votar, a “ser felices” … Han bautizado el documento como «la Declaración de Sentimientos». En él figuran las firmas de grandes pensadoras y luchadoras de las que ni siquiera ha oído hablar: Lucy Stone, Susan B. Anthony, Harriet Beecher Store, Julia Ward Howe, Clara Barton, Janne Adams, Carrie Chapman…

Durante el siguiente año, la vida de Amelia Bloomer se va a encontrar en una encrucijada. Va a tener que recomponerse como persona y como mujer. Ella, que procede de una familia modesta, conoce el sentido de palabras como dedicación, abnegación, trabajo y no le asusta el reto de luchar por sus nuevas ideas. Si la mujer lo tiene difícil para ser invitada como oradora ante audiencias mixtas, tiene a su disposición una poderosa arma: la escritura. ¿Y, que mejor medio que su propio periódico para hacerlo?

Su marido, un abogado de ideas liberales, no se interpone en su camino. Al contrario, apoya a la esposa que descubre cada día.

Al año siguiente de aquella convención, Amelia saca adelante The Lily, el periódico que arranca con una modesta tirada mensual y que llegará a tener dos tiradas semanales. Lo que comienza siendo un panfleto con escasos contenidos enfocados en los derechos de la mujer, evolucionará hasta abordar una amplia variedad de temas.

La educación es otro de sus caballos de batalla. De eso sabe algo. Ella, sin apenas haber recibido una formación primara en la escuela de su barrio, supo ingeniárselas para salir adelante. Primero trabajando como maestra desde siendo aún una adolescente, enseñando a leer, a escribir y algunas nociones matemáticas. Sus alumnos fueron en su mayoría chavales. Pero ahora, que ha empezado a descubrir que no está sola, se ha apropiado de ella un deseo irrefrenable de luchar para que las niñas disfruten de las mismas ventajas en la escuela.

Empieza a ser una figura conocida, pero es a raíz de una visita de Elizabeth Cady Staton, cuando su vida va dar un giro e 180 grados y su nombre pasará a la historia como una revolucionaria de la moda victoriana. Tras observar los diseños que la líder feminista le muestra, que modernizan y liberan la vestimenta femenina, se encuentra de pronto con una especie de bandera que decide enarbolar. Al poco, se confecciona esos pantalones sueltos fruncidos en los tobillos, inspirados en los trajes tradicionales turcos, coronados por una falda y un chaleco y decide publicitarlos en su periódico, promoviendo un cambio en la ropa de la mujer que resulte menos restrictiva y se adapte a sus actividades de ocio. Incluso publica un patrón para que las lectoras puedan confeccionarse sus propias prendas. Acaba de sacar a la luz a los tatarabuelos de los futuros leggins de las deportistas.

Amelia no puede sospechar como los bloomers, nombre que designará a los bombachos, jugarán un papel decisivo en la lucha por la emancipación de la mujer.

Los provocadores diseños causan una conmoción social y son blanco de enconadas críticas. Al poco tiempo, la prensa recoge la historia y pronto todo el país habla de sus bombachos, que acabarán acuñando la expresión: making a bloomer para referirse a situaciones en las que se hace el ridículo.

Como era de esperar, las líderes reformistas, las activistas y deportistas no tardaron en adoptar el denominado The Bloomer Costume (el atuendo Bloomer).

Parecía que Amelia ya había recorrido su propio sendero en favor de la mujer, pero gracias su trabajo en The Lily, toma el camino principal involucrándose en programas feministas, convirtiéndose, además, en una popular oradora. Fueron muy aclamados sus discursos en Rochester, Nueva York, en l851, y el que pronunció en 1853, en el Salón Metropolitano de Nueva York. Aquel periodo fue como precipitarse a un abismo que la abrió puertas desconocidas a lugares y situaciones insospechadas. Convenciones, reuniones, artículos en defensa del sufragio femenino para un buen número de periódicos…

Cuando ella y su marido se instalaron en Council Bluffs, Iowa, Amelia habló ante grandes audiencias, escribió, atendió entrevistas. También hizo campaña para animar a la gente, y especialmente a las mujeres, a vivir en los espacios abiertos del oeste y lograr así una importante mejora en su calidad de vida.

Amelia vendió el periódico, pero continuó escribiendo artículos para él, aunque por desgracia, el nuevo editor sólo fue capaz de mantenerlo en funcionamiento durante unos pocos años más.

En 1867, la Asociación Americana para el Sufragio Femenino la nombró vicepresidenta, cargo que ocupó hasta su muerte. También fue elegida presidenta de la Asociación por el Sufragio Femenino de Iowa, donde vivió hasta su muerte en 1894.

Esta mujer de aspecto frágil que empezó su carrera como simple maestra de una escuela de niñas, y luego trabajó como columnista de un panfleto local, logró fundar uno de los diarios feministas más importantes del país y de convertirse en una embajadora de la mujer. Trabajó con firmeza para la mejora de la vida de las mujeres y lideró campañas sufragistas en Nebraska y en Iowa.

Las defensoras de los bloomers hicieron oídos sordos a las burlas y las críticas. Guardaron en los baúles sus largas faldas para vestir sus cómodos «pantalones estilo turco» mientras pedaleaban.

Pero la batalla de la mujer por hacer uso de ese derecho, proseguiría aún 80 años. El 25 de marzo de 1895, un año después de la muerte de Amelia Bllomer, el periódico BROOKLYN EAGLE publicaba el siguiente artículo:

MANTENIENDO A RAYA LOS BLOOMERS

LA POLICÍA DE BRITISH COLUMBIA LLAMA LA ATENCIÓN A UNA CICLISTA POR SU ROPA.

La policía considera que los bloomers no son prendas apropiadas para la calle, incluso cuando son llevados como prendas de bicicleta, y ha decidido tomar cartas en el asunto. Miss Ethel Delmont es una entusiasta ciclista, bella y agradable. La pasada semana hizo su aparición con sus bloomers y si la propia Lady Godiva hubiera intentado emular su estampa pedaleando, no lo habría hecho mejor. La ciudad se daba la vuelta para contemplarla y en un momento dado, la policía, petrificada de asombro, decidió actuar. La informaron que, de repetir su aparición con aquellas prendas, tendrían que detenerla con el cargo de alterar el orden público.

Lo cierto es que ni siquiera la prensa femenina se aclara a la hora de emitir su opinión. La revista Cosmopolitan, publicaba en uno de sus números un artículo titulado “Bicycling for Women” con el siguiente contenido:

«La cuestión sobre las prendas apropiadas para las bicicletas, aún arroja ciertas dudas. En América, la tendencia actual es adoptar faldas más cortas. En algunas ciudades pequeñas como Cleveland, Búfalo y otras más notables como Chicago y Boston, los bombachos ya se han implantado plenamente. Esta tendencia debería quedar obsoleta. Resulta una ligera ventaja en cuanto a comodidad, pero hay en ella una enorme pérdida de la gracia, que toda mujer debería cumplir religiosamente».

Sin embargo, pese a los ataques y a la censura, el legado de Amelia Bloomer permaneció vivo. En 1897, una revista ilustraba la portada de uno de sus números con algunas mujeres circulando en bicicleta y usando pantalones bombachos. Amelia, seguro, se sintió encantada desde su tumba.

* * *

 

CUESTIÓN DE PICARESCA

Las seguidoras de Amelia Bloomer no estaban solas. Al otro lado del Atlántico, en Inglaterra, también se estaban dando importantes pasos para modernizar la vestimenta de las ciclistas.

En 1881, se constituía allí la Rational Dress Society, con la que se abogaba por soluciones más racionales para la vestimenta femenina, incluyendo la limitación del peso de las prendas interiores. La Rational Dress Society consideraba que ninguna mujer debería tener que cargar con más de tres kilos de ropa interior. La corsetería de entonces, estaba confeccionada con algodón o franela, materiales bastante más pesados que la seda o las fibras sintéticas modernas. La líder de la Rational Dress Society, Lady Harberton, introdujo además una falda dividida en dos partes, que en apariencia era una sola prenda, pero que estaba diseñada de forma tal que permitía tener las dos piernas separadas.

Al principio sólo un número limitado de inglesas usaron la vestimenta introducida por Lady Harberton. Las ciclistas femeninas temían arriesgarse al ridículo y muchas preferían usar pantalones bajo la falda o simplemente llevar solo la falda.

A la propia Lady Harberton se le negó la entrada en el café del Hotel Hautboy, lo que desencadenó una demanda y un acalorado debate que abriría la puerta a la idea de que las mujeres vistieran ropas apropiadas para moverse con seguridad en sus actividades deportivas. Esta falda, con el tiempo, sería una opción muy popular para las ciclistas tanto en Inglaterra como en los Estados Unidos, aunque la cosa llevó su tiempo.

En 1895, una modista de Brixton llamada Alice Bygrave, presentó una patente en el Reino Unido para obtener «mejoras en las faldas de las ciclistas» a base de poleas cosidas en las costuras delantera y trasera. Su diseño se hizo muy popular en el Reino Unido y luego fue exportado a Canadá, los Estados Unidos, Suiza e incluso Australia.

En cuanto a Julia Gill, una modista londinense, registró su falda de ciclista convertible que podía doblarse hacia arriba gracias a una serie de anillos ocultos y un cordón hasta convertirse en lo que bautizó como la «semi falda». Y las hermanas Mary y Sarah Pease, presentaron su patente para una «Falda mejorada, convertible también en una capa para las ciclistas», en uno de los diseños más radicales de la época ya que la falda podía desprenderse de la cintura para cubrir el cuerpo como una capa mientras la ciclista pedaleaba.

El más elaborado y original diseño fue sin duda, el traje a medida de tres piezas pensado por Henrietta Müller en 1896, y consistentes en un intrincado modelo convertible de una falda, una chaqueta y una prenda interior, todo en uno, combinado con una blusa y bombachos. Todo el modelo podía ajustarse cómodamente con un sistema de botones.

Cada vez con más frecuencia el aire se llenaba de voces que clamaban libertad para vestirse, para moverse, para decidir. Animadas por los logros de algunas transgresoras, las mujeres despegaban de sus hogares para realizar aventuras atrevidas, pero las cosas no estaban fáciles. En 1879, cuando la Universidad de Cambridge, en Inglaterra, decidió abrir por primera vez las puertas a la mujer, los estudiantes masculinos protagonizaron una encarnizada protesta alzando una marioneta de una mujer subida a una bicicleta. Los detractores anclados en la tradición aún dominaban ese mundo del que muchas atrevidas damas querían despegar.

 

* * *

 

 

PEDALEANDO POR LA IGUALDAD

Subidas a sus altos sillines, mirando de reojo a los anonadados viandantes, pero con el rumbo firme apuntando al lejano horizonte, parecen valkirias desafiando el peligro. Sus cabellos recogidos a base de horquillas, ocultos bajo sombreros canotier, sus manos firmes, agarrando el manillar, su espalda erguida, sus largas faldas medio arremangadas, su respiración algo entrecortada por el esfuerzo, y sus ojos brillantes, de mirada intensa, regalando una expresión de plena felicidad… se las ve por todas partes, desoyendo prohibiciones, consejos, insultos, advertencias… y es precisamente su obstinación, lo que les confiere un aspecto mil veces más temible.

El siglo XIX se despide con aires de cambio. Expresiones como «igualdad», «libertad», «sufragio femenino», suenan en las reuniones, en los cafés, en los desfiles y en las plazas de las grandes ciudades. En la vieja Europa, la batalla del divorcio se ha ganado en Reino Unido en 1857 y el movimiento sufragista ha arrancado en 1866 con la presentación ante el parlamento británico de una petición firmada por 1.499 mujeres exigiendo la reforma del voto y otros avances decisivos para la mujer, como la apertura de las aulas de las universidades de Oxford y Cambridge a las estudiantes femeninas, o las nuevas oportunidades profesionales en ramas como la enfermería o la docencia.

La bicicleta relega a los viejos «biciclos» de desproporcionada rueda motriz para integrase en la revolución feminista y en las tácticas de campaña utilizadas por el movimiento de sufragio organizado. «Pedalear por el sufragio», se convierte en una proclama clave que se extiende como la pólvora. De esta forma, el ciclismo pasará de ser una actividad recreativa, a adquirir un significado reivindicativo contra las ataduras de la época victoriana. Dicho de otro modo, las bicicletas serán sinónimo de liberación y de igualdad.

En palabras de la célebre sufragista Elizabeth Cady Staton: «la bicicleta es una herramienta que motiva a las mujeres a ganar fuerza y a asumir mayores roles en la sociedad».

 

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Tengamos vida simple y pensamiento sofisticado.

FRANCES E. WILLARD

FRANCES E. WILLARD:

Cómo aprendí a montar en bicicleta

En 1893, Frances Willard está en la cúspide de su poder e influencia como líder del movimiento de reforma social de la mujer. Su vida se halla centrada en las enmiendas decimoctava y decimonovena a la Constitución de los Estados Unidos. Como presidenta nacional de la Unión Cristiana de la Mujer (WCTU), una poderosa organización expandida por todo el país con miles de seguidoras, guía sus pasos bajo la consigna: «hacer de todo» para el WCTU.

En sus charlas, anima a sus miembros a participar en una amplia gama de reformas sociales a través grupos de presión. Cuestiones como la edad de consentimiento para tener relaciones sociales, las mejoras laborales para la jornada de ocho horas de trabajo, la reforma penitenciaria, el socialismo cristiano, o la expansión global de los derechos de la mujer, ocupan la mayor parte de las horas de su vida.

Frances ha luchado desde muy joven por la educación de la mujer. En 1860 ha fundado el Evanston Ladies’ College, que más tarde se uniría con un importante colegio: el North Western Female College, para convertirse en la Universidad Femenina de Evanston, institución que acaba presidiendo. También enfoca sus energías en una nueva carrera, viajando por la costa este americana para participar en el emergente movimiento por los derechos de la mujer al voto. Solo en el año de 1874, ha recorrido 48.000 kilómetros pronunciando discursos, sobre todo con su compañera de toda la vida: Anna Adams Gordon, una destacada reformadora social.

Con los años, Frances ha ido ocupando importantes puestos en organizaciones feministas: Funda la Unión Cristiana de la Mujer, es presidenta de la WCTU de Chicago, presidenta de la WCTU Nacional y presidenta del Consejo Nacional de Mujeres de los Estados Unidos, este último cargo, lo mantendrá durante el resto de su vida. Inquieta y decidida, aún ha sacado tiempo para crear en 1885, uniéndose a destacadas mujeres del momento, la Asociación de la Prensa de la Mujer de Illinois.

Las bicicletas ya son populares, y, sobre todo, representan un salvoconducto hacia la emancipación de la mujer. Así que cuando su médico le recomienda hacer algo de ejercicio, Willard decide que aquella es la excusa perfecta para aprender a dominar el vehículo que las luchadoras por la igualdad, han erigido en su símbolo.

No resulta fácil para una mujer que ya ha cumplido los 53 años, pero Frances se siente excitada ante el desafío. Espera que su ejemplo pueda contribuir a que la mujer sea vista por los hombres como un igual, al menos, en cuanto a sus habilidades. «Lo que me hizo triunfar con la bicicleta fue precisamente lo que me permitió obtener cierto éxito en la vida: la dureza del espíritu que me impulsó a comenzar, la persistencia de la voluntad que me mantenía en mi tarea y la paciencia que precisaba para comenzar de nuevo tras el último golpe. Aquella que logre dominar la bicicleta ganará el dominio de la vida».

Los tiempos están cambiando y un viento variable anuncia nuevos e importantes logros. Con cada nuevo intento, con cada pedalada, Frances siente que es arrastrada por ese viento cambiante y desea hacer extensible la experiencia a millones de mujeres. Su libro: «Cómo aprendí a montar en bicicleta: reflexiones de una mujer influyente del siglo XIX», pronto se convierte en un éxito de ventas. Miles de mujeres que ansían sumarse a la moda de la bicicleta, ven en él la respuesta a sus esperanzas con afirmaciones como esta:

Una mujer con grandes polisones colgando de sus caderas, y con la ropa ceñida alrededor de la cintura y ahogando su garganta, con pesadas faldas arrastrándose por la espalda y numerosos pliegues presionando la parte inferior de la columna vertebral, y con zapatos ajustados, debe sentir una gran angustia. Si las mujeres deciden montar (en bicicleta), deberían vestirse de forma más racional. De esta forma, muchos prejuicios se desvanecerán. La razón triunfaría sobre las tradiciones y, muy pronto el vestuario cómodo, sensato y adecuado de la ciclista convertirá en absurdo y pasado de moda el estilo convencional de las prendas femeninas.

Frances Willard también será autora de: A Whell withing a Whell, otro éxito de ventas que alcanzará varias ediciones rápidamente. Y es que, a finales del siglo XIX, el feminismo, los derechos de la mujer y la bicicleta forman un trio combativo y ocupa los principales titulares de la prensa.

 

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Una brillante, soleada, fresca y fría mañana. Buenas carreteras y una atmósfera seca. Un hermoso paisaje campestre frente a ti, todo a tu favor para contemplar y disfrutar; dos ruedas esperándote. ¿hay algo más sublime que montar y acelerar?

MARIA E. WARD

MARÍA E. WARD Y ALICE AUSTEN:

Una nueva era

Mientras que el dominio de la hípica, se había asociado en el pasado con el poder y el individualismo de las damas de clase alta, las bicicletas y más tarde los automóviles, están destinados a asociarse a las mujeres emancipadas. Pero la gran pregunta que está en boca de todos es: ¿podría la bicicleta ayudar a crear una nueva era de igualdad entre hombres y mujeres?

Las cosas no están fáciles. En 1879, cuando la Universidad de Cambridge, en Inglaterra decide abrir por primera vez las puertas a la mujer, los estudiantes masculinos protagonizan una encarnizada protesta alzando una marioneta de una mujer subida a una bicicleta.

Siete años más tarde, las librerías estadounidenses pondrían a la venta el libro Bicycling for Ladies, en el que la autora, María E. Ward, destacada ciclista y defensora de los derechos de la mujer, ofrecía valiosos consejos teóricos y técnicos para dominar la bicicleta:

«La mayoría de las mujeres –afirmaba–,puede coser un botón o abrir una costura; la costura, de hecho, se considera más bien como resultado de un instinto femenino que como un arte. Sostengo que cualquier mujer que sea capaz de usar una aguja o tijeras puede usar otras herramientas igualmente bien. Es una cuestión muy importante para un ciclista conocer todas las partes de la bicicleta, sus usos y ajustes. Se ahorrarían muchas horas de trabajo si se prestara la atención adecuada en el momento adecuado a su máquina».

La obra incluía 34 fotografías de estudio en las que la gimnasta Daisy Elliot, contratada por Mary como modelo, demostraba como montar, conducir la bicicleta y reparar las ruedas. El libro ofrecía también técnicas de ciclismo, cómo montar, desmontar, y llevar a cabo un mantenimiento básico.

La fotógrafa de Daisy Elliot, fue Alice Austen, amiga de infancia de María E. Ward en Staten Island, Nueva York, y al igual que ella una entusiasta del deporte. Alice Austen, fotografió a la modelo en varias poses a tal efecto.

Alice, había recibido su primera cámara de manos de su tío, Oswald Müller, capitán de barco danés. Aquel modelo de cámara alemana traído de uno de sus viajes y consistente en una enorme caja de madera, capturó para siempre a la pequeña Alice de tan solo 10 años de edad. Poco después empezó fotografiar cuanto le rodeaba, hasta convertirse en una de las primeras y más prolíficas fotógrafas estadounidenses.

A menudo, se la veía pedaleando por Nueva York equipada con su cámara de más de 22 kilos de peso. A lo largo de su vida, Alice tomaría cerca de 8.000 imágenes de inmigrantes, trabajadores, estibadores, gentes de la calle que encontraba en sus paseos.

El singular encargo de María E. Ward para su libro, encajó como un guante en la personalidad de Austen, transgresora por naturaleza y poco partidaria de seguir las normas sociales, que sería pionera, además, en retratar a mujeres explícitamente lesbianas.

Le gustaba frecuentar el Darned Club de Staten Island, donde otras mujeres se reunían para fumar, montar en bicicleta, vestirse de hombres o amarse libremente. Allí Austen conocería a Gertrude Tate, maestra e instructora de baile de Brooklyn, que se convertiría desde entonces en su compañera sentimental para el resto de su vida.

Tras perder todo su dinero y la mansión familiar tras el crack de la bolsa de Nueva York en 1929, tuvo que desprenderse de su archivo fotográfico. Siendo ya una anciana fue desahuciada del asilo donde vivía, se vio obligada a mendigar para sobrevivir. Aun así, conservó su inseparable cámara y a veces se la veía en las calles ofreciéndose para tomar fotografías.

Solo en sus últimos años, el reconocimiento de su obra le permitió salir de la miseria.

 

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