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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Sara Wood

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Matrimonio por dinero, n.º 1490 - septiembre 2018

Título original: A Convenient Wife

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

BLAKE se hallaba mudo de asombro. Lo único que oía en la penumbra del dormitorio era el alocado latir de su corazón. Y las voces internas que le decían: «No es verdad, ¡es imposible!».

Sus ancestros habían nacido, dormido y finalmente muerto en aquella lujosa alcoba durante generaciones, pero dudaba que ninguno de ellos hubiese oído algo similar a aquellas palabras.

«No eres el heredero legítimo. Eres… el fruto de una relación de amor».

Lo que le había dicho su madre le daba vueltas en la cabeza, impidiéndole pensar coherentemente. Tuvo que hacer un tremendo esfuerzo de voluntad para recobrar la compostura. Tenía que haber una explicación lógica. Su madre se hallaría confusa por la fuerte medicación. Sintió una honda preocupación por ella y disimuló los caóticos sentimientos que lo invadían para calmarla.

–Te he cansado, madre. Deberías descansar un poco –le aconsejó dulcemente.

El enfado se reflejó en los bellos ojos de Kay Bellamie, cuyo rostro, otrora hermoso, anunciaba su próxima muerte.

–¡No me trates como si estuviese loca! –dijo con voz ahogada–. Estoy perfectamente cuerda. ¡Tú no eres un Bellamie! ¡Quiero que lo sepas!

–¡Madre! –se estremeció Blake ante la insistencia de la voz femenina.

–¡Es verdad! No tienes derecho a la herencia –se exasperó ella–. ¡Mírate! ¿Te parece que la sangre Bellamie corre por tus venas? ¿Dónde está tu pelo rubio? ¿Y tu tripa gorda? ¿Y tu nariz? Yo sé quién fue tu padre. ¡Mi amante!

Blake no le pudo seguir la corriente. Aquello era demasiado doloroso y había que ponerle coto.

–Tranquilízate –le advirtió–, habrás estado soñando…

–¡No! –exclamó ella, aferrando la mano de su hijo, cuyo saludable bronceado contrastó con la blancura de la suya, flaca como la garra de un ave–. ¿Sabes por qué me negué a que te pusiesen el nombre de algún antepasado Bellamie? Rompí la tradición porque deseaba desesperadamente conservar algo de tu padre. Un nombre que te ligase a él…

–¿Blake? –preguntó él, perplejo.

–No, no me atreví a ponerte su nombre –dijo la moribunda–. Blake quiere decir «moreno» –cerró los ojos un momento causándole pena–. Has visto las fotos de cuando eras niño –dijo con ronca voz–. Sabes que cuando naciste tenías el pelo negro azabache. Como el de mi amante –una sonrisa se dibujó un en los labios delgados–. ¡Dios Santo, Blake! –prosiguió con vehemencia–. Sé que es duro, pero, ¡créeme! ¡Estoy totalmente cuerda! Morir con este secreto. Por última vez: ¡No eres hijo de Darcy Bellamie! –exhausta, dejó caer la mano.

La mirada masculina se dirigió al retrato de su padre sobre la chimenea. ¿Cuántas personas habrían notado la falta de parecido entre los dos? Nuevamente sintió que no podía pensar, inmóvil junto al lecho de su madre como si le hubiesen dado un mazazo en la cabeza. ¿Por qué le diría aquello? Controló sus tempestuosas emociones, como le habían enseñado durante toda su infancia. Frustrado, no comprendió por qué ella usaba las pocas fuerzas restantes para hacer aquella declaración. A no ser que fuese verdad. Intentó convencerse de que aquello no era cierto, porque aceptarlo lo destruiría. Acarició el sofocado rostro femenino con ternura.

–Madre, las medicinas que te han recetado son unos sedantes fuertes y…

–Llevo días sin tomarlas. ¡Te digo la verdad, lo juro por mi nieto! –gritó.

Aquello lo hizo dudar. Era ridículo, absurdo. Toda la vida lo habían criado, guiado y educado sus padres, institutrices, maestros de esgrima, profesores de equitación y preceptores como el heredero de la casa Bellamie.

La muerte de su padre, Darcy, cuando Blake tenía veinte años, lo había catapultado a una condición en que sus decisiones afectarían las vidas de muchas personas, por lo que las tomaba con sumo cuidado. Tras ocho años, tenía confianza en que aquél sería su papel hasta morir, momento en que su hijo lo sucedería. Sin embargo, tenía que reconocer que, a veces, la constante presión lo ahogaba. Deseaba ser libre, no tener aquella responsabilidad.

¿Habría heredado aquella actitud de su verdadero padre? Los imperturbables y convencionales Bellamie tenían fama de aceptar su riqueza y privilegios. ¿Carecería de su de sangre?

De una cosa estaba seguro. Amaba Cranford Hall, cada brizna de hierba de la extensa propiedad, incluyendo las casas que se extendían hasta Great Aston. ¡Y ahora su madre aseguraba que nada de aquello le pertenecía! De ser eso verdad, habría destruido el fundamento de su existencia. Dios Santo. No podía enfrentarse a aquello. Llevaba veintiocho años viviendo una vida que no le correspondía. Era en realidad el hijo ilegítimo de su madre, ¡un bastardo!

El dolor le tensó los músculos del estómago. Miró a su madre, que lo amaba, y vio la verdad reflejada en aquellos ojos suplicantes. Con la mirada lúcida y clara, ella alargó la mano hacia el relicario que llevaba al cuello y lo abrió.

Blake tragó. Una fotografía. Temiendo lo que vería, se inclinó a escudriñar el pequeño retrato con forma de corazón. Un joven de tez cetrina, cabello negro y ensortijado igual al de Blake, y alegres ojos oscuros. La misma estructura ósea, el mismo fuego en la mirada. Eran dos gotas de agua.

–Tu padre –susurró ella y acarició con cariño la fotografía con un dedo trémulo.

–¡No! –exclamó él, pero se dio cuenta de que lo que ella decía era verdad.

–Míralo –dijo ella con ternura–. Sois iguales –lanzó un suspiro–. Fui suya en cuerpo y alma. Casi lo abandoné todo por él, pero él no tenía nada y yo ya conocía la pobreza. ¡Quería esto para ti! – señaló la suntuosa habitación.

Casi sin poder respirar, Blake se hundió pesadamente en la silla. Su padre. Un torbellino de emociones lo recorrió: enfado, desesperación, y, finalmente, ansia de sentir el amor de su padre. Los ojos se le llenaron de ardientes lágrimas.

Una mano surcada por venas azules se levantó de la colcha de seda salvaje y cubrió la suya.

–Blake, sabes que te quiero –dijo su madre con una ternura que le partió el corazón–. Te he dedicado mi vida entera. Juré que algún día heredarías Cranford…

–¿Heredar? ¿Cómo, heredar? ¡Has hecho que mi situación sea insostenible aquí! –exclamó él, con mayor rudeza de la que hubiese deseado.

Luchaba contra una rabia irrefrenable y las palabras se le habían escapado. No deseaba actuar con honestidad y abandonar Cranford. Deseaba olvidar que aquella conversación había tenido lugar, negar la existencia de aquel hombre risueño de ojos negros, continuar siendo lo que era: Blake Bellamie, el señor de la comarca, orgulloso de sus ancestros.

–¿Por qué? –se quejó.

Comenzó a pasearse intentando resistirse al deseo de permanecer callado y guardar el secreto de su madre. Su hijo, él y Cranford estaban ligados inextricablemente. Ellos eran su vida entera, la razón de su existencia. Sin embargo, la verdad martilleaba en su cabeza sin piedad. Una angustia terrible le abría las carnes. El temor al futuro hizo que le temblaran la piernas. Nunca se había visto presa de sentimientos tan fuertes.

Se apoyó contra un armario chino. Se dio cuenta de lo que tendría que hacer. ¡Dios, la decisión lo hizo estremecerse! Nunca, en la vida llena de privilegios que había tenido, se había sentido tan mal, tan miserable; tan…. vacío y solo.

Tenía el rostro demudado. Sus atormentados ojos se posaron en el rostro de su madre, una figura patética que casi se perdía en la enorme cama con dosel. Una cama que no era suya. Nada era suyo, nada de lo que había imaginado que heredaría. Su vida entera había sido una farsa. Además, su hijo se quedaría en la más absoluta miseria. ¿Qué le diría a Josef, su adorado niño, la luz de sus ojos desde que su mujer lo había abandonado?

Cubriéndose el rostro con las manos, lanzó un gemido. Pero no podría huir de la verdad. Tendría que encontrar al hombre que le había dado la vida.

–Mi… padre verdadero, ¿dónde está? –preguntó, sorprendido ante la fuerza de su anhelo.

–Ha desaparecido. Se ha esfumado –los pálidos ojos de su madre se llenaron de lágrimas–. Le dije que se marchase, le dije que no lo amaba, aunque lo quería tanto que habría dado la vida por él. Lo sigo amando…

Horrorizado, contempló la desolación en el rostro de su madre. Nunca la había visto así. Tras la fachada fría e imperturbable había una mujer apasionada que lo había sacrificado todo por él, incluyendo su propia felicidad. Comenzó a comprender. Durante toda la vida ella le había insistido que un caballero no debía mostrar sus emociones. Cada vez que se había dejado llevar por ellas, lo habían castigado, hasta que se había dado cuenta de que sus manifestaciones naturales de alegría y pena no eran aceptables.

Lo recorrió una oleada de amargura. ¡Al querer que él se comportase como un verdadero Bellamie le había negado su propia personalidad! En algunas ocasiones se había sentido a punto de explotar, pero su madre lo había forzado a controlarse. Entonces, él montaba su caballo y cabalgaba hasta encontrar la calma.

De modo que su pasión y su alegría de vivir eran heredados. ¿Qué más? ¿La inquietud, el deseo de sentir la brisa acariciándole la cara, su rechazo a estar encerrado dentro de la casa durante mucho tiempo? Se dio cuenta de que daba igual. Tendría que marcharse de Cranford y comenzar una nueva vida. Era lo correcto. Palideció y, de repente, supo cómo se llamaba su padre.

–¿Su nombre era Josef, verdad? –espetó, y la suave sonrisa de asentimiento de su madre le causó una opresión en el pecho.

El nombre de su hijo. Lo había elegido ella diciendo que era el nombre de su abuelo húngaro. Blake inspiró profundamente y se aferró al poco respeto que le quedaba por sí mismo.

–Tengo que encontrar al verdadero heredero –dijo mareado–, el legítimo…

–¡No! ¡Giles, el primo de tu padre, no! –gimió ella.

–Si es el heredero legítimo, es mi obligación encontrarlo –afirmó él, arrancándose las palabras una a una de la garganta, porque rehusaban salir.

Ella se mordió los labios con desesperación.

–¿Y que la vida de todos se convierta en un infierno? –gritó descontrolada–. ¡Giles es… –tragó y le falló la voz– es malo, Blake! –pareció buscar las palabras adecuadas para convencerlo, para cambiar la expresión de perplejidad del rostro masculino–. ¡Giles era un borracho! ¡No puedes darle Cranford! –sollozó–. ¡Tienes que pensar en tu propio hijo! –hizo un gesto de desesperación con las manos–. ¡Te lo ruego, cariño! No permitas que me muera sabiendo que mi vida entera, mi sacrificio, ha sido en vano!

Blake quería mucho a su madre y le dolió ver su desesperación. Ella describió titubeante el comportamiento degradante de Giles, asqueándole.

Logró calmarla por fin. Le dio una pastilla y esperó a que se durmiese. Luego, abrumado, se acercó al ventanal. Todo se le hacía diferente, extraño. Nada era suyo. Nada en absoluto. Se tambaleó, agobiado por el cruel dolor de saberlo.

¿Qué tenía que hacer? ¿Lo correcto o lo mejor para la mayoría, incluido él mismo? Lanzó un gemido. ¿Cómo podría ser objetivo en un tema así?

Josef se acercaba montando su poni nuevo. Con el corazón henchido de amor, lo vio charlar alegremente con Susie, la mozo de cuadra. Recorrió con la mirada el parque y las distantes colinas boscosas. Él era parte de aquello, nunca podría dejar de pertenecer a Cranford.

Giles era un hombre malvado. Las tierras, la propiedad y todos quienes dependían de ella sufrirían por su culpa. Blake se dio cuenta de que ya no se trataba de una decisión basada en lo que él deseaba, sino en el hecho de que Giles daría cuenta de la fortuna de los Bellamie en un abrir y cerrar de ojos.

No tenía otra opción. Por el bien de todos los que dependían de él, guardaría el secreto. A pesar de ello, su vida jamás volvería a ser la misma. Se preguntó enfadado si alguna vez podría volver a ser feliz.