La hélice

del sabio



Vianka Landin







© La hélice del sabio

Primera edición: julio 2018


ISBN ebook: 978-84-17564-13-1

© del texto:

Vianka Landin

© de esta edición: 2018

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Prólogo

Cuando las luces estaban a medio encender, entendía que era el momento indicado para salir a fumar sin molestar a nadie. Podía recargar sus cansados brazos en el viejo barandal y admirar el paisaje que le ofrecían las frías calles de aquella misteriosa ciudad mientras se perdía en sus propios pensamientos. ¿Cuántos años habían pasado ya? Podía contar los años con los recuerdos de pasteles que tenía almacenados en su mente, pero se perdía después de la tarta de nuez y el pastel de piña que había preparado su madre; quizá porque todos los demás parecían insignificantes.

Los letreros luminosos de la calle continua estaban parpadeando sin parar, llegaban al fin de su miserable existencia y pedían a gritos que alguien terminase con su dolor; desconectar. Sí, era verdad, habían pasado tres años desde aquel accidente, sus brazos aún sentían el cansancio de un vuelo inesperado y sus ojos cansados de tanto llorar. Se había comido las uñas durante catorce horas seguidas; sólo las de la mano derecha, porque la izquierda sostenía con fuerzas la mano de su compañero de viaje. Ah, sí, habían pasado cuatro años desde que se había mudado con él a otra ciudad. Su mejor amigo, su amante, el hombre perfecto que ocupaba su cama mientras lograba pasar por sus trastornos de personalidad; el que entendía.

Aspiraba el humo del cigarro que no se desvanecía en el aire y escuchaba a lo lejos una conversación sin sentido, una chica negando acusaciones certeras y un mocoso asustado de enfrentar la verdad. ¿Por qué es que la adolescencia dura tan poco? ¿O será que la desperdiciamos en tonterías y no nos damos cuenta de su lento paso? Ah sí, ella también tenía un mocoso en su haber, un pequeño niño que… había llegado en un día inesperado.

Se dio la vuelta para mirar a través del vidrio del balcón, a su pequeño niño, recostado en el sofá maltratado, con la boca abierta y las manos colgando, por un lado. ¿Qué estaría soñando? No, no, él no era su hijo ni nada por el estilo, él era… un pequeño monstruo que se había cruzado en su camino en uno de esos días menos afortunados. Y ahora era él, quizá, el único que podía salvarle de sí misma.

1. La hélice del sabio

La reja tenía aún el mismo anuncio de hacía tres años. Entre sus oxidadas intenciones se podía leer la advertencia que detenía el paso de los curiosos, y más allá se alzaba la noria, tan majestuosa como siempre lo había sido. Ahora estaba en silencio, parada sobre sí misma, sin saber qué hacer, rodeada de pequeñas carpas que había cedido su color al paso de los años, el sol y los recuerdos contenidos. Los faroles que alguna vez habían dado un romántico aspecto al pequeño parque de diversiones eran ahora los guardianes de leyendas urbanas y retos en la oscuridad. Algunos estaban rotos; se habían dado por vencido. Otros seguían en pie, esperando volver a brillar en algún momento.

Oh, el destino puede ser tan cruel a veces.

Si cerraba los ojos frente a aquella reja podía imaginar el olor de las palomitas y los algodones de azúcar, podía escuchar claramente la risa de los niños y los padres olvidando los problemas por sólo un instante mágico, donde la música llenaba los corazones… cuando abría los ojos, volvía a ser lo de siempre: un lugar abandonado.

Usaba la misma chaqueta negra de siempre, la que estaba descocida por el lado derecho cerca del botón plateado que se había caído en alguna noche de copas. Una camisa blanca con un estampado sin importancia y los únicos pantalones de mezclilla que le quedaban limpios. La lavadora había dejado de ser útil después del último cargamento y había arruinado varias cosas que ahora no servían más que para limpiar los rincones más recónditos del departamento.

El viento rugía como siempre, llevándose los recuerdos lejos de su mente, los jalaba a la fuerza, lejos de ese lugar que, no sólo estaba lleno de basura, sino también de hojas secas y plantas silvestres que crecían a su ritmo. Sorprendía que no hubiera mal vivientes dentro del lugar, pero sabía que era por los rumores que circulaban acerca de él: ese lugar estaba maldito. No era que respetaran el lugar donde habían muerto algunas personas de repente y sin explicación clara, sino que tenían miedo de sufrir el mismo destino. O de algún fantasma, quizá. La gente suele creer más fácil en maldiciones que en milagros después de todo.

Sólo un largo suspiro para sí misma, para no recordar nada de lo que había pasado y cerró los ojos para pensar en la cena. Colores marrones se fundían en fondos grises y no podía visualizar nada concreto cuando un estrepitoso ruido llamó su atención. La reja frente a ella se movía violentamente y el letrero mal puesto caía al piso en un abrir y cerrar de ojos.

¡Pero que…-

Pasó como una sombra, como un cuervo que levantaba el vuelo en medio de la calma y, asustaba a los demás seres voladores con su majestuosidad atrevida. Saltó la reja con maestría y cuando estuvo del otro lado corrió como si nada le importase más.

¡Oye! miró hacia atrás porque pensó que huía, pero detrás no había nada más que el viento levantando el polvo otoñal del olvido primaveral.

Sus apresurados pasos se escuchaban cada vez más lejos mientras los faroles admiraban la valentía del que había cruzado, y el sol comenzaba a despedirse en un cielo pintarrajeado de colores magentas.

Ella se armó de valor para ir tras él, escaló como él lo había hecho mientras su cuerpo resentía el paso de los años y cruzó del otro lado. Corrió tras sus huellas con zapatos de baja calidad. ¿Por qué hacía eso? No lo sabía, simplemente un impulso, una mirada, un toque de cosas que le hacían falta… tal vez.

Así fue, cuando el sol comenzaba a alejarse de aquella ciudad y el viento se levantaba con más fuerza, ella corría tras los pasos de un desconocido, alguien que se había movido con la agilidad de un cuervo y estaba violando un territorio casi sagrado. Cuando la noria comenzó a emitir unos chirridos espantosos que simulaban los gritos de hacía años, se detuvo un momento en medio de la nada para tratar de apaciguar su respiración y buscó a aquella alma perdida. Los gritos, la respiración, la gente corriendo sin control, sus ojos buscando a un pequeño muchacho, el pánico dominando el lugar, el encontrarlo al fin, su hermano siendo víctima del tiempo…

¡¿Qué crees que estás haciendo?!

La pequeña figura de un muchacho se erguía justo debajo de la noria, miraba como el sol se ocultaba detrás de los bajos edificios, tomó todo el aire que pudo en sus pequeños pulmones y emitió un grito casi agudo.

¡Bruja! ¡Bruja! ¡Sal de donde estés!

¿Acaso era un juego de niños de primaria? Su pecho ardía con rabia, desilusión y tristeza cuando tocó su hombro para ponerle fin a su desastroso juego.

Pero cuando el ocaso estuvo a la vista de los dos, cuando sus grandes ojos verdes se toparon con los propios y una de sus manos se posó en su rostro, la rabia se difuminó entre las bóvedas magentas que se tornaban negras.

Te encontré murmuró el muchacho antes de desplomarse.


***


¿A qué te refieres con eso? sostenía el celular contra su rostro mientras miraba el lamentable estado en el que estaba su departamento.

Me refiero a que debiste haberlo llevado a la policía o algún lugar así.

La no tan saludable voz de Misi, una de sus amigas, sonaba desde un lugar lejano y desconocido.

Si alguien lo reporta, estarás en problemas, ¿lo entiendes? Pueden acusarte de secuestro o qué se yo. Y como están las cosas en la ciudad, no quiero ni imaginarme... bueno, si me imagino.

Lo sé, lo sé, pero no podía dejarlo allí contempló sus arruinadas uñas por un momento además, cuando despierte lo llevaré con sus padres o algo así.

Y qué tal que es un criminal, ¿eh? ¿Qué vas a hacer? Siempre haces las cosas sin pensar.

Su mente estaba divagando lo suficiente como para no poder contestar a la defensiva.

Cuando despierte lo sabré, de todos modos, no hay nada valioso por aquí, ¿qué puede robar?

La voz del otro lado del aparato no sonaba convencida antes de cortar la llamada pero, ¿qué se podía hacer?

Miró alrededor, al pequeño muchacho recostado en el sofá, inconsciente. ¿Cuántos años tendría? Si lo miraba de un ángulo, no parecía más que un niño absurdo, pero de otro ángulo, parecía un hombre, ¿sería que era un hombre con la mente de un niño o un niño con la mente de un hombre? La curiosidad no era esa, a fin de cuentas, lo único que quería saber era el por qué había estado en ese lugar, exactamente ese día y a esa hora… ¿por qué le había llamado de aquella manera tan peculiar? No es que fuera tan vieja, los treinta le rozaban por ambos lados de la boca, pero los veinte aún los cargaba entre los dedos de las manos.

No valía la pena seguirse preguntando todas aquellas cosas de todos modos. Suspiró tomando asiento en uno de los bancos altos que complementaban el desayunador y admiró su vivienda en la oscuridad; pequeño y funcional para su estilo de vida. Desde que se había separado de aquel hombre tormentoso, se pasaba los días pensando que tal vez hubiese sido mejor seguirle el juego y quedarse a su lado en aquella ciudad lejana, a fin de cuentas, ninguno de los dos tenía nada que perder aún.

Un ronquido le sacó todas las preocupaciones inútiles de la mente y se fijó en el muchacho que dormía bajo su techo sin ningún miramiento, ¿cómo es que había llegado a esa situación? En realidad, no importaba mucho. Quien iba pensar que después de tanto silencio le llamarían “bruja” en el mismo lugar que había maldecido.