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Docentes competentes
Por una educación de calidad

José Manuel Mañú Noain

Imanol Goyarrola Belda

 

 

 

NARCEA, S. A. DE EDICIONES

MADRID

Manual básico de dirección escolar. Dirigir es un arte y una ciencia

Manual de tutorías

 

 

 

© NARCEA, S.A. DE EDICIONES, 2018

ISBN papel: 978-84-277-1739-8

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Índice

INTRODUCCIÓN

1 La educación, un reto permanente

La tarea educativa

Maestro, algo más que una profesión

La integridad del docente

Liderazgo y autoridad

Afán permanente de mejora y desarrollo profesional

2 El profesor en la sociedad de la información

Rasgos de la sociedad actual

Los alumnos del siglo XXI

Nuevas necesidades formativas

Ambiente de estudio, colaboración y respeto

Desarrollo profesional docente y nuevas tecnologías

3 Áreas de trabajo del docente eficaz

Interés por la didáctica

La agenda del profesor

La motivación, punto de partida

Orientar el trabajo de los alumnos

Enseñar a estudiar

4 Cualidades de un educador que busca la excelencia

Capacidad de innovar

Habilidades de comunicación y empatía

Estilo positivo y paciencia

Aceptar las limitaciones propias y ajenas

El empeño en vivir la justicia

5 Algunos medios de apoyo al docente

El asesoramiento de un experto

El trabajo en equipo

Otras posibilidades de adquirir formación

Relación con los directivos escolares

6 Equilibrio emocional del educador

Conocimiento de sí mismo

El estrés

Aprender a descansar

7 Habilidades y recursos para una educación de calidad

Cómo dirigir una clase con eficacia

Conocer y usar recursos didácticos

El valor de la lectura

8 Planificar, programar y evaluar, tareas educativas

Planificar para tener visión de conjunto

Un nuevo concepto de programación

Evaluar: un medio para valorar y enseñar

EPÍLOGO. La educación, tarea inacabada

BIBLIOGRAFÍA

Introducción

La educación está de moda; desde ángulos diversos hay coincidencia en resaltar su importancia. Existe unanimidad social en considerar que el conocimiento facilita resolver las crisis económicas, alcanzar mayores niveles de empleo y, en general, de capacitación profesional. Tenemos un reto que afrontar con valentía y audacia: lograr una sociedad más justa y respetuosa con la dignidad de la persona. En parte, depende de nosotros. El que no seamos protagonistas de las grandes decisiones mundiales no nos exime de ayudar a que el mundo sea un poco mejor que si nosotros no hubiéramos existido.

La manera de llevar a cabo ese empeño desde la educación es variada, pero tiene un rasgo común: no perder de vista lo esencial. En este libro no pretendemos establecer una forma única de hacer las cosas. Los modos deben adecuarse al entorno y al estilo personal de cada uno. Pero sí tratamos de reflexionar sobre cómo mejorar nuestro trabajo.

La sociedad confía la educación de los jóvenes a los educadores. Pero los primeros responsables son los padres, y ellos deben decidir el estilo educativo para sus hijos. Una consecuencia debiera ser poder escoger instituciones educativas de calidad. Los profesores no hemos sido elegidos de manera personal, pero sí en cuanto que formamos parte de un centro educativo de calidad. El libro va dirigido a todos los profesores: a quienes trabajan en un centro de prestigio y a quienes con su trabajo diario contribuyen calladamente a mejorar el nivel educativo de su entorno. Los profesores, los autores lo somos, somos co-protagonistas del reto educativo que tiene cada persona y cada comunidad.

Los avances tecnológicos y el aumento de nivel cultural ayudan a mejorar el sistema educativo. La globalización contribuye a difundir experiencias y estudios realizados en otros lugares. Esa sociedad del conocimiento no se reduce a entornos cerrados, pues está al alcance de un número creciente de personas que de un modo interactivo contribuyen a que crezca. Parte de la formación que deben recibir los alumnos es aprender a buscar y valorar las fuentes de información.

Docentes competentes es el título de este libro. Una persona competente es idónea, es la que tiene capacidad para llevar a cabo su cometido. El profesor que atiende alumnos de niveles no universitarios tiene cuatro frentes que atender: enseñar alguna materia escolar, para lo que necesita estar al día en su materia y en la didáctica; lograr que se viva el Reglamento de su escuela o centro, que no sólo hace referencia a la disciplina, sino al trato entre compañeros y a seguir los cauces previstos en la relación entre personas; llevar a cabo algunos encargos, que van desde coordinar un ciclo a atender un turno de descanso o de guardia. La orientación de los alumnos forma parte de la atención personalizada a sus necesidades.

Abarcando la vida escolar está la dimensión educativa de todo lo que hagamos, y éste es el cuarto frente del que hablamos, porque la educación no se ciñe a la tarea del aula; el profesor educa con lo que hace en clase, al atender una consulta, al corregir un examen o un comportamiento, al repetir con paciencia una explicación que acaba de dar, cuidando el orden en la explicación, estando disponible...

Esas cuatro facetas: educativa, didáctica, organizativa y de desempeño de encargos, ocupan nuestra jornada escolar.

Ser buen maestro, buen profesor, en definitiva, un educador competente, es un reto fascinante. Hay circunstancias que empañan esa tarea, pero ayudar a que cada alumno dé lo mejor de sí mismo es una tarea valiosa.

¿Cuál es la causa de que Finlandia obtenga tan buenos resultados académicos teniendo otras facetas adversas? La respuesta es que en los últimos años cuidan con esmero la selección y formación de profesores; procuran atraer hacia la labor educativa a los mejores alumnos y alumnas de cada promoción que termina sus estudios universitarios.

Los autores pretendemos contribuir a la búsqueda de medios para lograr profesores que realicen de manera excelente su trabajo. Misión de las autoridades educativas es facilitar a los profesores desempeñar este trabajo en un contexto favorable.

Refleja bien lo que pretendemos transmitir, un texto del pedagogo Gerardo Castillo que dice así: “Se ha dicho que dirigir un centro educativo consiste en conseguir resultados no comunes con personas comunes. Para que este principio sea una realidad en cada centro, lo más importante no es asignar muchas tareas a esas personas comunes -los profesores- y exigir el simple cumplimiento. Lo verdaderamente decisivo es orientar a cada profesor para que realice bien cada tarea, porque ese es el medio para conseguir la excelencia o calidad”.

En escritos anteriores, los autores hemos tratado otras dimensiones de la tarea educativa, en este libro queremos centrarnos en la misión del profesor dentro del conjunto de las labores de un centro educativo.

El título del epílogo anuncia que la educación es una tarea inacabada: para el alumno, porque tiene una vida por delante para alcanzar la excelencia y para el profesor porque su propia formación es una necesidad permanente.

Capítulo I

La educación,
un reto permanente

LA TAREA EDUCATIVA

La persona es un ser abierto, que nunca llega a la excelencia. El hombre, desde que nace, está en proceso de cambio, físico, intelectual, cultural y, según como oriente su vida, espiritual. En ese proceso de hacerse más humano no está solo; es sociable por naturaleza e interactúa con los demás. La sociedad debe ayudar a que cada miembro alcance su fin natural; pero cuando en lugar de ocurrir de esta manera, sucede que parte de la sociedad se convierte en obstáculo para que el ser humano logre su plenitud, estamos ante una sociedad enferma.

En la infancia, el nivel de autonomía es reducido, pero con el paso de los años cada persona debe tomar las riendas de su vida, hasta que cuando es adulto, en parte se ha hecho a sí mismo a golpe de decisiones libres. En cada uno de nosotros está la posibilidad de malograrnos y la de rehacernos. La tarea educativa forma parte del proceso de mejora. No es posible educar si no hay un proyecto, si no hay una meta a la que llegar.

La tarea educativa no se identifica exclusivamente con la instrucción académica, sino que abarca varias dimensiones. El cultivo de la inteligencia es una parte, importante pero no exclusiva, de la educación. Para aprender se requiere capacidad, motivación y esfuerzo. Sin desarrollo de la voluntad no es posible realizar el esfuerzo de aprender y desarrollar las propias capacidades. Es preciso superar retos internos, como la comodidad, y externos, como el ambiente poco propicio al esfuerzo.

En la sociedad hay una marcada mentalidad utilitarista, que valora la adquisición de conocimientos por la utilidad material que permita conseguir, olvidando otras facetas de la persona. Educar no se reduce a enseñar procedimientos y técnicas. El profesor no realiza una tarea completa si se limita a formar técnicos. Su trabajo consiste en promover el pleno desarrollo de cada uno, en todas sus dimensiones.

La educación requiere fomentar disposiciones, capacidades, cultivar talentos, procurando que el sujeto los desarrolle consciente y libremente. El educador procurará ayudarle –no sustituirle– para que cultive sus cualidades.

La responsabilidad del educador es seria y debe contar con éxitos y fracasos. El maestro no trabaja a corto plazo, buscando recompensas inmediatas; si fuera así la decepción estaría casi asegurada, pues el niño y el joven necesitan tiempo para descubrir las personas han dejado una huella positiva y duradera en sus vidas.

En estas páginas nos centramos en el desarrollo de las capacidades intelectuales, que es la tarea a la que más tiempo se dedica en un centro educativo. Trataremos del modo de enseñar mejor y de aprender más; sabiendo que las personas somos seres sistémicos, en los que una variación en una faceta relevante afecta a otras. El médico, al especializarse, dedica sus esfuerzos a la parte del cuerpo humano en la que centrará su tarea, pero nunca debe olvidar que sus pacientes son seres humanos, no meros seres con un problema en un órgano corporal. Es preciso dominar la capacidad para pasar de lo general a lo particular, del detalle a la visión panorámica. Un profesor sabe mucho de distintas materias, pero a la vez debe procurar ser experto en humanidad.

MAESTRO, ALGO MÁS QUE UNA PROFESIÓN

La profesión docente ha cambiado mucho su perfil en las últimas décadas. En ocasiones se dice que los profesores somos poco permeables a los cambios, o que introducimos lentamente las nuevas tecnologías en nuestro trabajo. Pocas profesiones han cambiado tanto su contexto como la tarea educativa.

Con matices y sombras, se puede afirmar que durante décadas junto con un envidiable carácter altruista no siempre la preparación académica era la adecuada. Un buen profesor necesita ambas cualidades, que se resumen en tener una buena preparación académica y una actitud de servicio que supone dedicación, paciencia y mirar a los alumnos con la disposición necesaria para darles lo mejor que tiene.

¿Se nace profesor? ¿Se hace? El punto de partida importa poco, el decisivo es el de llegada. Pretender limitar la tarea a la transmisión de la ciencia, con un interés centrado únicamente en la didáctica, además de imposible es poco atractivo.

Carácter perfectivo de la educación

Nunca se termina de aprender; no hay dos casos iguales. Se puede alcanzar una cierta excelencia didáctica, pero difícilmente se domina el arte de ayudar a forjar el carácter del alumno. Se precisa una disposición permanente de aprendizaje, pues cambian las personas y circunstancias, y la experiencia sólo sirve parcialmente. Cada persona merece nuestro esfuerzo para ayudarle a mejorar, respetando su personalidad. Se podría decir, con el poeta Salinas, que de cada alumno buscamos que desarrolle su mejor “tú”.

Aprender a ser mejor maestro

Quien considere que todo da igual, que nada es mejor ni peor, tiene poco de educador. El maestro educa primero con lo que es, después con lo que hace y sólo en tercer lugar con lo que dice. Un maestro no merece ese nombre si no tiene pasión por la materia que enseña. A la vez, sabe que es más importante la persona que aprende, que los conocimientos que adquiere.

Una muestra de lo que afirmamos es la capacidad de ver en el aula, durante una clase. Si al terminar la sesión, el profesor no sabe quién ha faltado a clase o no percibe la mala cara de un alumno..., quizá estaba más pendiente de lo que enseñaba de a quienes enseñaba. El verdadero maestro no se repite, pues adapta la materia a los nuevos alumnos. Puede pasar del curso A al B para explicar la misma lección, pero cambia sus registros mentales cada vez que varía el entorno.

Es cierto que hay que acostumbrar al alumno a seguir pautas, que tiene que adquirir una disciplina personal y un estilo de aprendizaje. Los conocimientos se adquieren siguiendo un orden, pero el maestro sabe adaptar el contenido al grupo y al alumno concreto que no termina de comprender un concepto. En su libro Mal de escuela dice Penac, autor francés con experiencia docente, que detrás de cada fracaso escolar evitado hay un profesor que ha ido más allá de lo estrictamente obligatorio. Son esos profesores de los que guardamos un excelente recuerdo, porque fueron capaces de hacernos atractiva una asignatura, o descubrieron que necesitábamos ayuda y nos la dieron a tiempo. Si cada uno piensa en su trayectoria escolar, descubrirá que sus mejores recuerdos los guarda de aquellos profesores que supieron hacer más que dar bien las clases.

LA INTEGRIDAD DEL DOCENTE

Se puede pensar que el mejor modo que tiene un profesor para educar es impartir clases brillantes, o dar valiosas orientaciones en lecciones magistrales. Sin embargo, lo que más ayuda a los alumnos es ver cómo vive el profesor aquello que les enseña.

Si pensamos qué tienen en común los profesores excelentes, encontraremos un rasgo común: son personas íntegras. Pero, ¿qué significa ser una persona íntegra? Es ser coherente entre lo que dice y lo que hace, entre lo que se dice que se va a exigir y lo que de verdad se evalúa... Los alumnos esperan de sus profesores que hagan lo que deben hacer y que hagan lo que dicen que van a hacer.

Un profesor así actúa con rectitud y pide perdón si se equivoca. La integridad del profesor no se limita a realizar bien el trabajo, sino que hace referencia al ser mismo de la persona. Para ser un profesor excelente hace falta conocer bien el contenido de su trabajo y aprender a hacerlo.

No basta querer ser buen profesor, sino que hay que lograrlo. Es preciso saber y comunicar. El prestigio se consigue preparando las clases pensando siempre en los alumnos a los que se va a enseñar.

El profesor educa y enseña desde lo que es, a diferencia de otras profesiones en las que se valora primordialmente la competencia técnica; si bien todos los trabajos ofrecen ocasiones de servir. Es legítima cierta separación entre el ámbito profesional y personal, entre aspectos públicos y privados; pero no llevar dos vidas contrapuestas. Si un empresario es desleal con su esposa o descuida el trato con sus hijos, es probable que no destaque por su honradez en los negocios. Otro de los ejes de la integridad del profesor es tener una personalidad madura.

Enrique Rojas al hacer referencia a la personalidad, habla de una estructura organizada y sintética, en movimiento, que abarca el cuerpo, la fisiología, el patrimonio psicológico y las vertientes sociales, culturales y espirituales. La personalidad afecta al modo de pensar, sentir, reaccionar, interpretar y conducirse en la vida. Una personalidad sana es la que ha logrado un equilibrio vital y el grado de madurez apropiado a su edad y obligaciones: se conoce a sí mismo, acepta sus limitaciones, asume sus compromisos, conjuga el realismo en sus planteamientos con la ilusión de alcanzar metas nobles y transmitir ideales por los que vale la pena vivir.

Podemos considerar una manifestación de madurez personal el hacer buen uso de la inteligencia, prudencia y experiencia, que lleva al educador a gestionar bien sus posibilidades personales. Sabe a dónde quiere ir y pone los medios para lograrlo. Pero se quedaría con una falsa idea, quien pensara que el maestro no necesita ser un excelente docente. Si no es un buen profesional, se podrá decir que es buena persona, pero no que es buen profesor. El buen profesor conjuga ciencia y arte. Enfoca su trabajo desde una perspectiva ganar-ganar, en la que profesor y alumno salen beneficiados del trato mutuo, mejorando ambos en su dimensión personal.

LIDERAZGO Y AUTORIDAD

Si preguntamos a un profesor su opinión sobre el nivel de orden y disciplina en los centros escolares, es probable que su balance sea negativo.

Dice Alejandro Llano que la autoridad es el prestigio del saber públicamente reconocido y que ahí radica la dignidad de la autoridad. No es algo que uno se asigna a sí mismo sino que son los demás quienes depositan o no su confianza y respeto en él. ¿En qué se apoya un alumno a la hora de otorgar esa autoridad? La respuesta depende mucho de la edad. Por un lado, está la potestas, el reconocimiento público debido al estatus, es decir a la condición de profesor. Algo que le viene dado por su situación profesional y es asumido por la comunidad educativa. Pero cuando un docente tiene que acudir a argumentos de “autoridad” para hacerse obedecer significa que el alumno no le reconoce potestad y tampoco le otorga la autoritas, que depende de su prestigio.

Hay casos en los que son los padres quienes, con sus comentarios, dan o quitan la potestad y la autoridad. En otros, es el efecto de un largo proceso de dejación y un descrédito de la autoridad, que ha derivado en que el alumno no admita la potestad del profesor, o que la cuestione si él la reclama. Lo ideal es que el profesor tenga potestad reconocida y que logre la autoridad por su prestigio y rectitud.

El alumno intuye la aptitud profesional del profesor y de ella se deriva la confianza que le merezca. La aptitud habla de su formación técnica y experiencia para trasmitir con rigor científico su materia, así como su habilidad didáctica para ofrecer las mejores soluciones a problemas de aprendizaje. Si en una clase de física los alumnos preguntan al profesor la razón por la que flota el hielo sobre el agua y el profesor no sabe responder, es lógico que los alumnos duden de su preparación. El profesor debe tener conocimientos, saber transmitirlos bien y hacer atractiva la asignatura.

Además, es básico que el profesor sea justo. El alumno comprende la condescendencia del profesor con el alumno poco capacitado, pero no tolera la arbitrariedad de tratar mejor a los que le caen más simpáticos. Se precisa ciencia y empatía, como dos caras de una misma moneda. Ambas se exigen; juntas proporcionan un servicio a los alumnos, aisladas se vuelven infecundas.

El alumno admira la ciencia del profesor, la facilidad de expresión pero, por encima de todo, le pide algo que no lo proporciona la técnica pedagógica. El auténtico maestro se da a sí mismo, no es cicatero en su esfuerzo para ayudar a sus alumnos. No es ingenuo, pues sabe lo que puede dar de sí cada persona en sus circunstancias concretas. Pero parte siempre de una actitud de confianza en el alumno.

El trabajo del docente es principalmente intelectual. Su eficacia no sólo depende de las técnicas utilizadas o de los métodos docentes, sino de la disposición con la que acude al aula y trata a los alumnos. El buen profesor no considera una pérdida de tiempo detenerse a explicar, paso a paso, a los alumnos de cursos inferiores los rudimentos de su materia, cuando podía estar en el despacho trabajando en otros temas. Debe ser buen profesor tanto el que atiende a niños que apenas comienzan a caminar como a los de niveles superiores. La valía profesional no se mide por el nivel educativo en el que se imparte clases, sino en la calidad del trabajo que se realiza.

Hay una edad, la adolescencia, en la que el alumno necesita, de manera especial, que le señalen los límites en su actuación y sería ingenuo pretender que sea el profesor quien tenga que ganarse la autoridad y el prestigio sin el apoyo de la dirección y de los padres.

Unas normas básicas son elementales en cualquier nivel educativo y urgentes en los colectivos en los que la autoridad del profesor está cuestionada.

La autoridad moral puede ir acompañada de diversas formas de liderazgo; en unos casos será el prestigio arrollador del profesor brillante; en otros, el consejo oportuno dado a un alumno. No se puede pretender que todos tengan un mismo tipo de liderazgo, ni exigir cualidades excepcionales para dedicarse a la docencia. Con competencia profesional, honradez y dedicación, se puede hacer una estupenda labor educativa. El liderazgo es un concepto flexible, formado por diversas habilidades, la mayoría de las cuales se pueden aprender.

El profesor, a través del liderazgo eficiente, crea una sinergia positiva y el ambiente propicio para que la labor de enseñanza-aprendizaje llegue a sus cotas más altas. El profesor tiene obligación de buscar los distintos caminos que cada tipo de inteligencia sigue para llegar a conocer; por tanto, adopta una postura activa y no repite rutinariamente las mismas ideas, ni sigue los mismos procesos mentales, sino que explora hasta encontrar la forma de aprender de cada alumno. El maestro comprometido con su trabajo tiene expectativas favorables de las disposiciones y actitudes de sus alumnos. No deja de exigir lo que el alumno puede alcanzar por sus medios, pero facilita el cauce para que lo logre por el camino más idóneo.

AFÁN PERMANENTE DE MEJORA Y DESARROLLO PROFESIONAL

Hay una frase que pretende reflejar las fases en la vida de algunos profesores: “Al comienzo de la vida profesional, Sancho el Bravo, después Sancho el Fuerte y finalmente Sancho Panza”. Dejando a un lado el ingenio del autor de la expresión, sería lamentable que al final de la vida profesional perdiéramos el afán de aprender y mejorar que hemos desarrollado durante años. Con el paso del tiempo, es lógico que cambie el modo; será menos impetuoso y se convertirá en un crecimiento más sereno e inteligente.

Repasando la vida profesional de un docente, además de cambios coyunturales, un buen profesional descubre las veces que no supo ver en un alumno un problema latente, que con el tiempo frenaría su proceso de maduración. Hay aspectos, que podemos denominar técnicos, como hacer un pre-diagnóstico de déficit de atención, o de dislexia; como detectar que detrás de una falta de orden puede haber una carencia de coordenadas espacio-temporales; o darse cuenta de que no se sabe aplicar el razonamiento en problemas de matemáticas, etc.

No es preciso que sepamos corregir todos los problemas escolares, pero sí descubrir a tiempo anomalías que en el futuro darían problemas más graves. Sugerir la visita a un especialista cuando vemos un posible problema de entidad, ahorra tiempo y fracasos.

Mejorar la capacidad de trabajar en equipo ayuda a aprender más. Algunos docentes apenas recibieron formación para trabajar así; otros guardan el recuerdo de reuniones largas y estériles. Quizá por éstas u otras razones, muchos se han refugiado en su tarea individual. Pero aprender a trabajar en equipo es un estilo y una técnica. Saber cómo y cuándo ejercerlo forma parte de la formación del profesorado. Una persona con afán de mejorar sacará provecho de las reuniones, tanto si las dirige él como si solo participa.

De una junta o reunión de evaluación bien trabajada a una mediocre, hay notable diferencia, y un buen profesional lo detecta. Dicen que los buenos músicos si un día no ensayan lo notan. Si no ensayan dos días, lo nota una persona cercana que entienda, y si no ensayan tres, lo nota el público. Un buen profesional no espera a que el coordinador de ciclo le pida que prepare mejor su reunión de evaluación. Si notó que en la última le faltó profesionalidad, él mismo procurará que no vuelva a ocurrir.

Para mejorar, es preciso proponérselo y concretar un plan de mejora. Todos necesitamos saber cuáles son nuestros puntos débiles y fuertes. Un profesional se marca objetivos personales a corto, medio y largo plazo. Sin necesidad de experiencias traumáticas, procuraremos que no nos vuelva a ocurrir el no haber detectado a tiempo un problema que hubiéramos podido prever. Esta actitud no debe generar ansiedad, pero sí afán de aprender.

Un profesional experto sabe de situaciones límites que ha visto en su vida profesional. Son muy diversas; desde asesorar a unos padres a decir a su hijo que es adoptado, a afrontar situaciones dramáticas en la vida familiar del alumno. Si uno se limita a dar clase, es más difícil que le afecten de cerca, pero si se implica en la tarea educativa, y tiene prestigio, será frecuente recibir consultas, o petición de consejo, ante complejas situaciones personales por las que pasan familias y alumnos. Ahora es más necesario que antes, saber cuándo el problema de un adolescente deja de ser sólo educativo para que deba intervenir un especialista, como puede ser un psiquiatra; al menos, tener la seguridad de un dictamen médico, que nos diga si es suficiente con seguir pautas educativas o si es precisa la intervención médica. La prudencia es esencial en la tarea del docente.

Volviendo al terreno académico; la investigación permite poder diagnosticar precozmente anomalías cuyo origen se desconocía. Aprovechar las experiencias en otros lugares ayuda a aprender más rápido. Hay más medios para estar al día en la profesión; tener ilusión por mejorar ayuda a superar las tendencias derrotistas y a vencer la inercia de seguir haciendo todo como siempre.

Publicaciones, congresos, reuniones de trabajo con especialistas, no pueden estar sólo al alcance de unos pocos. Eso requiere asumir que el estudio en la profesión docente es una obligación; no podemos vivir sólo de la experiencia y la reflexión. Si es posible mejorar, no nos podemos conformar con lo conseguido. Discernir y transmitir la experiencia a otros es una manera de ayudar. Formarse requiere tiempo y esfuerzo, pues nunca se mejora con un coste cero.

Descubrir los campos de mejora

Es sorprendente lo patentes que vemos las deficiencias de nuestros colegas y la dificultad para descubrir nuestros puntos débiles. Tras una primera fase de formación inicial, en la que nos asesoraron, quizás no sabemos de modo claro los aspectos en los que tenemos más deficiencias. Lo ordinario es que podamos disponer de al menos dos fuentes de información:

a) La reflexión personal