JOSÉ LUIS COMELLAS

Historia de España

en el siglo XIX

EDICIONES RIALP, S. A.

© 2017 by JOSÉ LUIS COMELLAS

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ISBN: 978-84-321-4816-3

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

1. ESPAÑA EN 1800

2. LA GRAN EXPLOSIÓN

Los primeros años

3. LOS ELEMENTOS DE LA “EXPLOSIÓN” EN LA HISTORIA DE ESPAÑA

a) El motín de Aranjuez

b) La invasión francesa y el régimen bonapartista

c) La Guerra de Independencia

d) La otra guerra de independencia

e) Las Cortes de Cádiz

4. LA CONSTITUCIÓN

5. LA CRISIS ECONÓMICA

6. LOS COMIENZOS DEL REINADO DE FERNANDO VII

El cambio de régimen de 1814

Los pronunciamientos

La revolución de 1820

7. EL TRIENIO CONSTITUCIONAL

La sobrerrevolución exaltada

La contrarrevolución realista

La Santa Alianza y la intervención en España

8. LA DÉCADA FINAL

El problema sucesorio

Los “sucesos de La Granja”

9. LA GENERACIÓN CENTRAL DEL SIGLO XVII

Algo sobre las costumbres y mentalidades

10. DE LA REGENCIA DE MARÍA CRISTINA

La guerra carlista

El desarrollo de la guerra

La rampa progresiva al pleno liberalismo

De Martínez de la Rosa a Toreno

Mendizábal y el triunfo de los exaltados

Sobre la desamortización de Mendizábal

Los partidos políticos

La regencia de Espartero

Librecambismo

Isabel II, reina niña

11. LA DÉCADA MODERADA

La Constitución de 1845

El matrimonio de Isabel II

La revolución de 1848

La revolución de 1848 en España

La dictadura de Narváez

El final de Narváez

12. LA ÉPOCA DE BRAVO MURILLO

Las directrices de Bravo Murillo

Reforma administrativa

El proyecto de reforma política

13. LA DESCOMPOSICIÓN DEL SISTEMA MODERADO

Los gobiernos de transición

Hacia la lucha final

14. PROGRESISTAS Y UNIONISTAS

La Vicalvarada

O’Donnell y Espartero

15. LA ÉPOCA DE LA UNIÓN LIBERAL

El Bienio moderado

El “Gobierno Largo” (1858-1863)

El progreso económico

La política exterior

16. HACIA EL FINAL DEL REINADO

Gobiernos efímeros

17. UNA NUEVA EXPLOSIÓN EN LA HISTORIA DE ESPAÑA

El Hombre Nuevo

La crisis económica

El cambio de régimen

18. LA MONARQUÍA DEMOCRÁTICA

La Constitución de 1869

En busca de rey

El reinado de Amadeo I

La Primera República

De nuevo la interinidad

19. LA RESTAURACIÓN

El sistema político de Cánovas

Alfonso XII

La Constitución de 1876

Un curioso problema sucesorio

La marcha de la política

Regionalismos

20. EL PROBLEMA DE CUBA

La guerra indeseada e inevitable

21. EL DESASTRE

JOSÉ LUIS COMELLAS

1.

España en 1800

EL SIGLO XVIII, EN GENERAL, HABÍA SIDO relativamente próspero —ya que no explosivo— en la mayor parte de España. No habían existido guerras desoladoras, la agricultura, la artesanía y el comercio se habían desarrollado en muchas regiones, se habían construido vías de comunicación que ponían más fácilmente en contacto las distintas comarcas del país, y se habían botado más barcos que nunca, que fortalecían la comunicación comercial entre las regiones de España y el extranjero, pero singularmente con las Indias: un factor importantísimo, pues el tráfico, disminuido en el siglo XVII, había aumentado considerablemente, con el envío a las Indias de productos de calidad y la importación de ellas de materias primas, incluyendo algunas que hasta entonces se habían infravalorado, tales como la patata, el maíz, y, cuando estas plantaciones se hubieron generalizado en España, productos específicos de Ultramar, como el azúcar, el café y el cacao. El chocolate se convirtió la bebida de moda de la buena sociedad del XVIII, como el café había de multiplicarse preferentemente en el romántico siglo XIX.

La población, que a comienzos de la centuria dieciochesca apenas alcanzaba los diez millones de habitantes, contaba ahora con doce o trece. Otro detalle que conviene resaltar es la distribución geográfica de aquella población. Durante siglos, la Meseta (y en especial la relativamente próspera cuenca del Duero) había acumulado una parte importante de la demografía española, de suerte que aquella forma de poblamiento era preferentemente centrípeta, tendía a concentrarse en la Meseta, especialmente en la superior, pero también en ciudades importantes más al sur, como Madrid o Toledo. Ahora la población de España se había hecho centrífuga, resultaba más densa en la periferia que en el centro. Ciudades como La Coruña, Gijón, Santander, Bilbao, Málaga, Alicante, eran prósperos puertos en que las naves mercantes entraban y salían para llevar cargamentos en todas direcciones. Especialmente Barcelona, Valencia y Alicante eran puertos importantes en el Mediterráneo; su población y su riqueza habían crecido mucho más que las ciudades del interior. Málaga participaba directa o indirectamente en el tráfico de Indias, que se concentraba en la próspera Cádiz. El siglo XVIII es el siglo de Cádiz, asiento de una próspera burguesía de negocios a la que casi todo le sale bien, hasta tal punto que la ciudad gaditana es la más próspera de España. (Se explica que haya desarrollado un papel fundamental en la “fundación” de la España del siglo XIX). Cádiz, y su enclave mediterráneo, Málaga, canalizaban gran parte del comercio exterior de España. Desde el punto de vista agrícola, la introducción del cultivo de especies americanas, como el maíz y la patata, habían representado una verdadera revolución en los cultivos del campo y en la alimentación de los españoles o, en su caso, de los ganados. Se habían vencido viejos prejuicios, como por ejemplo la idea de que la patata, que nace bajo tierra, era un producto letal, casi demoniaco, digno de despreciarse. En todo caso, se sabe, por ejemplo, que en Huelva se cultivaba la patata como planta decorativa, en macetas, pero la gente se abstenía de consumirla. Desechados estos prejuicios por irracionales, la patata fue ya a fines del siglo XVIII una de las bases de la alimentación de zonas en que su cultivo resultaba provechoso, como Galicia, Asturias o Navarra. Tanto es así que la población de estas zonas aumentó muy considerablemente.

Por su parte, el maíz resultaba no solo un cereal aprovechable para el alimento humano, sino fundamental para la ganadería. Las zonas abundantes en maíz vieron aumentar las especies de vacuno o porcino, así como las aves domésticas. Aumentaron las áreas cultivadas, la alimentación se hizo más variada y la ganadería en muchas zonas vio en poco tiempo multiplicado el número de cabezas. España, que había tenido una población “centrípeta”, tendente al interior, pasó a tenerla centrífuga, volcada hacia las costas, con lo que esto significa: no solo un aumento del comercio con otros países, sino, gracias a las buenas comunicaciones radiales, un contacto más directo con la cultura y las ideas de los demás; puede decirse que España, que durante dos siglos había gozado de una espléndida cultura interior, pero menos comunicada con la de otros países, se vuelca ahora hacia afuera, vive con más intensidad las ideas y las inquietudes europeas. Todas estas circunstancias tendrán una importancia fundamental en el desarrollo de una cosmopolita cultura española en el siglo XVIII. (En cambio, desaparece en gran parte la cultura autóctona y creadora de los siglos de oro).

El progreso de España no había sido espectacular, pero sí evidente. Más poblada, más rica, más industriosa que antes, no destaca gran cosa en aspectos originales de la cultura, quizás tiende más a imitar que a crear; no existe un arte o una literatura del Dieciocho tan destacados como en los siglos anteriores; pero evidentemente se ha europeizado. Por otra parte, su prosperidad no se debe solo a su desarrollo interior, sino a un intercambio motivado por un activo comercio internacional, y sobre todo por el aumento de las producciones de los vastos territorios americanos —que ya no son solo oro y plata, sino, como se ha dicho, cacao, café, azúcar— y el tráfico continuo de ida y vuelta con las posesiones del Nuevo Mundo. La España del siglo XVIII no nos llama la atención por su grandeza o por su capacidad creadora, sino por su prosperidad y por su equilibrio. La dinastía de Borbón, implantada justamente en 1700, contaba, más que con activos reyes —que en ocasiones los hubo—, con magníficos ministros. (Recordemos, sin llegar a más, a personajes como Patiño, Campillo, el marqués de la Ensenada, Floridablanca, Aranda, Jovellanos). España no se había metido en grandes y peligrosas aventuras; las guerras que entonces enfrentaron a los países, por lo general lejos de España, fueron más convencionales que sangrientas, y, de mantenerse estas circunstancias, cabía esperar como realidad más probable un tranquilo siglo XIX.

2.

La gran explosión

Entre 1808 y 1812 se produce una gran explosión en la historia de España. Una serie de acontecimientos inesperados, que en muchos casos no se podían adivinar, y tremendamente importantes tanto por sí mismos como influyentes unos en otros, provocan que a partir de aquellos primeros años del nuevo siglo la historia de España haya cambiado por completo de derroteros; y este cambio influye de tal suerte en todo lo que sigue, que imprime un curso especial a los acontecimientos históricos y al propio ritmo de la marcha de la historia, al punto de que sus consecuencias siguen percibiéndose por largo tiempo, e influyen en la realidad viva del siglo XIX; y quién sabe si continúan influyendo de alguna manera en los hechos que estamos viviendo. No podemos, ciertamente, exagerar la categoría y la trascendencia de estos acontecimientos, casi simultáneos, y todos decisivos; pero si prescindiéramos de ellos como si carecieran de importancia, seríamos sin duda incapaces de comprender la historia de España en la Edad Contemporánea.

Entre estos hechos contamos:

a) El primer destronamiento de la historia moderna de España. Tuvo lugar con motivo del Motín de Aranjuez, destinado a provocar la caída del favorito Godoy, pero que también costó la corona a Carlos IV, sustituido de golpe por Fernando VII;

b) la primera invasión de España desde los tiempos lejanos de la irrupción de los árabes en 711, y otras de la misma procedencia; es ahora la invasión realizada en 1808 por los franceses del emperador Napoleón, valiéndose como pretexto justamente de lo ocurrido en Aranjuez;

c) la proclamación de un nuevo rey, José Bonaparte, y un nuevo régimen, bajo la égida napoleónica, un intento sin precedentes desde la venida de los Borbones en 1700, pero con la diferencia de que en aquel caso el cambio había ocurrido por motivos sucesorios a la corona de España. Esta otra proclamación, no querida por los españoles, es mucho más grave y abocada a dramáticos acontecimientos;

d) el alzamiento de la mayor parte del pueblo español contra la dominación napoleónica, y una guerra larga y dura, la Guerra de Independencia (1808-1814), la única de seis años de duración que tuvo que afrontar Napoleón en toda su vida, en la cual los españoles, a costa de infinitos sufrimientos y de la casi total destrucción del país, consiguieron expulsar a los invasores;

e) la sorprendente reunión por aquellos mismos años en Cádiz de unas Cortes en las que se decidió el paso de España del Antiguo al Nuevo Régimen, con la proclamación de la primera Constitución española en 1812; no aceptada —y este es el problema— por otros españoles;

f) una simultánea guerra de independencia declarada en los distintos virreinatos de la América española, que significó la pérdida, en pocos años, de aquellos inmensos y ricos territorios al otro lado del Atlántico, conquistados tres siglos antes;

g) la consiguiente quiebra de la economía española, destrozada por la Guerra de la Independencia e imposible de superar, como consecuencia de esta, la nueva guerra en América: una crisis, al menos por lo que se refiere a sus manifestaciones pecuniarias (una falta angustiosa de dinero) que carece de precedentes en nuestra historia.

Todas estas realidades, fruto de una serie de acontecimientos dramáticos y casi simultáneos, alteran de tal forma la continuidad histórica y originan una realidad de la historia de España en el siglo XIX que pocos años antes se hubiera considerado inimaginable, y que habría de teñir con matices absolutamente nuevos, y en ocasiones dramáticos, el tiempo que habría de seguir, y hasta tal vez, aunque eso es indemostrable, la personalidad histórica del siglo XIX.

Los primeros años

España entró en el siglo XIX en una situación que no puede calificarse de boyante, pero tampoco merece el calificativo de desastrosa. Seguía reinando Carlos IV, un hombre corpulento, entonces de cincuenta y dos años, bondadoso, muy aficionado a la caza, pero sin capacidad para gobernar. El poder lo ejercían sus ministros, entre los que habían figurado varios conocidos ilustrados, como Floridablanca, Aranda, Jovellanos; pero que había recaído progresivamente en la figura de Manuel Godoy, un noble extremeño de segunda fila, pero hábil y avisado, que se ganó espectacularmente la voluntad del rey. El tópico movido por malas lenguas y que ha pasado a ser constante histórica de que el ascendiente de Godoy se debe a sus relaciones con la reina María Luisa de Parma, diecisiete años mayor que él, carece de pruebas y es rechazado por la mayoría de la crítica actual. Quien necesitaba realmente a Godoy era Carlos IV (siempre estaba reclamándole), para apoyarse en su tremenda seguridad. Godoy parecía ser dueño de todas las soluciones. Así fue como el hábil y despierto extremeño se convirtió en el hombre más poderoso de España. Le fueron concedidos títulos (conde de Alcudia y de Sueca, príncipe de la Paz y hasta, por primera vez, el de “generalísimo” de las tropas); adquirió por su cuenta riquezas y ascendiente. Es lógico que Godoy fuera aborrecido por la nobleza y también por todo el pueblo. Nunca fue bien visto un valido que parece suplantar la voluntad del rey y satisfacer sus caprichos; e inesperadamente parecía haber sobrevivido de nuevo la época del valimiento. La historia le tiene por un hombre nefasto, aunque últimamente la historiografía (entre ellas la extremeña) tiende a reconocerle ciertos méritos, como su favorecimiento de la cultura y la educación, especialmente del arte. También es preciso tener en cuenta que le correspondió gobernar en una época tremendamente complicada, en que España no podía desentenderse de la poderosa política continental de Napoleón, ni de las ambiciones británicas sobre el dominio del mar, que más que nunca comprometía la seguridad de nuestras posesiones en América. Godoy trató de bailar hábilmente entre estos dos grandes ejes de la política exterior, acertara o no, y tuviera suerte o no.

El proyecto napoleónico de desembarcar en Inglaterra y abatir para siempre la potencia británica no pudo menos de inducir a Godoy a una empresa que también podía ser decisiva para España. Napoleón contaba con el mejor ejército del mundo, que, una vez en territorio británico, aplastaría toda resistencia. Pero para desembarcar en las costas inglesas necesitaba el dominio del mar, y esta ventaja solo se la podía facilitar España, que disponía de la segunda flota más poderosa del mundo. Unidos españoles y franceses, podrían derrotar a los británicos. Sin embargo, por una serie de causas, tanto en la organización como fortuitas, la aventura fracasó espectacularmente. En Trafalgar (1804) la suprema habilidad del almirante Nelson, aprovechando un cambio de viento y atacando en dos líneas paralelas, pudo obtener una victoria decisiva sobre la armada hispanofrancesa, aunque el propio Nelson tuviera que pagar el triunfo con su vida.

España, destrozada su escuadra, ya no podía aportar una ayuda útil a Napoleón. Por eso mismo, Napoleón (que supo compensar la derrota de Trafalgar coronándose emperador y siguiendo una agresiva política continental) tuvo a España desde entonces a su merced, sin posibilidad de negociaciones entre fuerzas equivalentes. Fue una desafortunada circunstancia que puso a España, por así decirlo, a los pies del amo de Europa. Sin embargo, un nuevo proyecto pudo favorecer en teoría los intereses de Carlos IV y de Godoy: la invasión conjunta de Portugal, que se mantenía como aliado de los ingleses. Gran parte del territorio portugués pasaría a engrosar el reino de España, mientras el sur de aquel país sería «para quien lo agradecerá eternamente a las bondades de Vuestra Majestad Imperial»: es decir, para Godoy. El valido, ya aborrecido en España, se desquitaría al frente de un pequeño reino portugués. La aventura era en sí muy arriesgada, porque había que contar con el afán de rapiña del emperador de los franceses. El mismo Godoy llegó a intuirlo así en cuanto vio que las tropas napoleónicas, camino de Portugal, comenzaban a ocupar también territorios españoles innecesarios para la operación. ¿Qué hacer? El valido se sintió perdido, y aconsejó a Carlos IV huir a los virreinatos de América, como ya había hecho la familia real portuguesa. Por de pronto, la corte se retiró a Aranjuez, en previsión de un más largo viaje. Este hecho, que no llegó a cumplir los designios de Godoy, representaría el comienzo de una serie de acontecimientos decisivos en nuestra historia.