LOS CHICOS GUAPOS NO SE LO MONTAN BIEN



V.1: Marzo, 2018


© Liah S. Queipo, 2018

© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2018

Todos los derechos reservados.


Diseño de cubierta: Estudio Nuria Zaragoza

Imagen: Irina Bg, Minerva Studio - Shutterstock. Kupicoo - iStock

Corrección: Anna María Iglesia y Raquel de Diego


Publicado por Principal de los Libros

C/ Mallorca, 303, 2º 1ª

08037 Barcelona

info@principaldeloslibros.com

www.principaldeloslibros.com


ISBN: 978-84-17333-12-6

IBIC: FR

Conversión a ebook: Taller de los Libros


Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.


LOS CHICOS GUAPOS NO SE LO MONTAN BIEN

Liah S. Queipo


Principal Chic

5

Sobre la autora

2


Liah S. Queipo es escorpio, adicta a la Coca-Cola y a las series molonas, además de cabezota, sincera y soñadora. Desde pequeña demostró un gran interés por la lectura (de hecho, su primera «novela» fue un diario personal que compartía con sus amigas del colegio todas las semanas) y, pronto, decidió hacer su sueño realidad: escribir y publicar novelas románticas.

Actualmente compagina su trabajo, con la escritura de sus divertidas y adictivas novelas. En su tiempo libre le encanta escuchar música, bailar y jugar con su hijo Liam.

CONTENIDOS

Portada

Página de créditos

Sobre este libro

Dedicatoria


Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Epílogo


Agradecimientos

Sobre la autora

LOS CHICOS GUAPOS NO SE LO MONTAN BIEN


Una noche de locura puede cambiarlo todo…


Claudia está cansada de salir siempre con el chico equivocado.

Así que decide renunciar al amor y vivir la vida alocadamente, como las protagonistas de las novelas eróticas.

Pero sus planes se truncan cuando conoce a Pablo y Álex, dos chicos guapos y totalmente diferentes que pondrán su vida patas arriba.


Una divertida y adictiva novela de la autora española del momento



«Liah S. Queipo escribe historias divertidas, llenas de tensión sexual, descaro y chispas.»

La Estación de las Letras Olvidadas


«Las historias de Liah S. Queipo enganchan, son muy ligeras y se leen de una sentada.»

El Baúl de Nix


Este libro va dedicado a los valientes. ¿Qué serían las grandes historias sin ellos? Nada. Todos los protagonistas son tipos valientes, tipos que luchan por conseguir algo, por cambiar las cosas, por no conformarse con las cartas que la vida les ha entregado. En mi vida tengo la gran suerte de estar rodeada de valientes.

Saúl, nadie dijo que la vida fuese fácil, pero tú puedes con todo y más. No tienes techo, amigo. Eli, una guerrera valiente. Juntos… invencibles.

Mamá, ni los dolores más fuertes hacen que dejes de luchar por tu familia, un gran ejemplo a seguir.

Christian, gracias por ser valiente conmigo, quizá no era el camino más fácil, pero tú haces que lo parezca. Gracias por existir.

Y para acabar, a todos los valientes que estáis leyendo estas líneas. Los que lucháis contra enfermedades, los que lucháis contra la crisis, los que intentáis leer para olvidar lo malo que hay en vuestra vida. Este libro va para todos vosotros. Creedme, todo pasa.



Gracias por comprar este ebook. Esperamos que disfrutes de la lectura.


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Agradecimientos


Gracias a ti, sí, a ti, al que tienes este libro entre tus manos, gracias por llegar hasta aquí. Tengo muchas cosas que agradeceros a los lectores de tiempos difíciles, a los nuevos y a los de siempre. GRACIAS.

Gracias a todas las personas que me escribís por redes sociales, vuestro cariño es infinito. Gracias a Sara y Paloma por toda la ayuda prestada, tengo mucho que aprender todavía, pero confío en que lo haré.

Gracias a mis lectoras cero, esas que molesto de vez en cuando, sois lo más. Y sobre todo gracias a mi editora, sé que en ocasiones puedo llegar a ser muy pesada. Gracias por esta gran oportunidad.

Gracias a mis amigas, esas que he encontrado en este gran mundo de las letras. Quizás no nos vemos todo lo que nos gustaría, pero me muero de ganas por juntarnos de nuevo por aquellos jardines del Retiro.

Mil gracias a mi pareja por entender mi locura y aguantar mi mente llena de historias, gracias por aportar tu punto de vista a todo lo que me ronda. ¿Puedes escuchar las gallinas? Gracias a Liam por aporrear las teclas cuando escribo, no sería igual sin ti.

En definitiva. GRACIAS en mayúsculas, negrita y purpurina.

Capítulo 1

Definitivamente leer novelas románticas rompe parejas. Sí, es así, no puede decirse de forma más delicada. La realidad es esta. 


Me pregunto quién es la guapa que, después de pasar un rato con un libro erótico, quiere a un hombre «simplón». Disfrutas con un libro que te habla de hombres que solo desean montarte y, esto, evidentemente, te parece estupendo, maravilloso, pero después llega tu marido, con el que llevas quince años, te busca, pero lo rechazas y terminas frustrada; te das la vuelta en la cama y comienzas a roncar.

Lo sé, puede parecer que las mujeres no seamos muy compasivas, más bien todo lo contrario, pero da igual si lo somos o no, porque el principal problema es otro; el problema es que, en materia sexual, no nos complacen. Nosotras necesitamos otro tipo de acción, y no es cuestión de que seamos más o menos falsas, en absoluto. Es una cuestión de necesidad. 

Tengo la certeza de que toda la culpa la tienen los personajes de nuestras novelas favoritas, todos ellos son seres imposibles, irreales. Como dice el dicho, la culpa es siempre de los demás y, en este caso, la culpa es de los personajes de los libros. Ninguno de esos hombres que aparecen en las novelas existen; ninguno de los hombres, y son más de uno, con los que me he acostado ha durado más de quince minutos, y ninguno, después de hacerlo, me ha mirado de forma seductora, insinuándome que iba a haber más. Al contrario, siempre han terminado por apartarme como si molestara, para después jadear mirando al techo y luego roncar. 

No hay sexo. No lo hay. En mi mundo, y en el de la gran mayoría, solo hay polvos mediocres, mete-saca rápidos y llenos de falsos orgasmos. Si hablamos de timos, no solo hay que referirse a las novelas, sino también a los videojuegos, contra los cuales no tengo nada, pero es absurdo que se diga que gracias a ellos los hombres tienen más interés en nosotras. Los tíos con los juegos y nosotras leyendo novelas eróticas —aunque ellos piensen que son novelas rosa—, así pasan los días. 

Sí, leo novela erótica, no pasa nada por decir que me encantan. Mis compañeros de trabajo creen que lo que leo es porno, pero me da absolutamente igual. Leo novela erótica y acabo teniendo sueños tórridos con todos los protagonistas de mis libros. No solo me siento bien, sino que creo que los hombres deberían leer más novela erótica y dejarse de tanta película porno sin sentido. Con la novela erótica se aprende mucho más.

El problema de leer tanto es que, ahora, todo me parece poco. No hay hombre que me interese, solo encuentro a sosos o a hombres que no aguantan demasiado. 

Por todo ello, he decidido que esta noche me comeré el mundo. Iré a la caza y encontraré a un hombre que merezca la pena. No creo que pida demasiado, no busco matrimonio, no busco una relación seria, solo quiero un poco de acción de la buena. Puede que sorprenda mi determinación siendo mujer, pero ¿por qué? Si los hombres pueden ir de caza, ¿por qué no lo puedo hacer yo? Además, tampoco debe de ser tan difícil o, al menos, eso pensaba. 



Dos horas y siete copas después


—¿Por qué eres tan guapo? Deberías ser un poquito menos guapo, ya sabes, menos de todo. Lo sé, lo sé. No sabes de qué narices te estoy hablando, yo te lo explico, no te preocupes. Los chicos guapos no se lo montan bien. Nada bien.

El chico guapo me está mirando de forma extraña. Creo que he metido la pata hasta el fondo. Si sigo así, no habrá ni caza ni presa y me tocará volver a casa sola. Guapo es poco, tiene unos ojos bonitos, no los veo bien desde donde estoy, pero creo que sí, que son bonitos. Hipnóticos y todo lo que se suele decir en estos casos. Lástima que desde mi posición no le puedo ver el culo; si no, sería algo más sincera. 

—Un momento —digo alzando con extraños movimientos mi dedo índice y poniéndome en pie. Tengo que empezar de nuevo. Creo que podré salvar esta situación. Vuelvo a empezar. Otra oportunidad, espero que no se vaya. 

Él no se mueve, pero yo sí. Tengo que tomar aire antes de volverme, estoy algo mareada. 

Tengo otra oportunidad con el chico guapo. ¡Sí! Grito en mi interior o puede que en voz alta. De todas formas, lo importante es que tengo otra oportunidad. Camino hasta él, sintiéndome muy orgullosa de mí. No me he caído, y eso que llevo los tacones altos que favorecen la forma de mi trasero, y que mis piernas, al parecer, con siete cubatas no están nada coordinadas.

—Hola de nuevo —saludo con una sonrisa e intento apoyarme en el sillón, dejando que mi perfil bueno quede a la vista. Sin embargo, mi mano no atina bien y termino cayendo de morros sobre sofá. Está blandito, pero eso no importa, porque reacciono rápido y me siento. Sentada todo parece mucho más controlado.

El chico guapo me mira, pero no dice absolutamente nada. Se cree interesante en este rincón oscuro con la copa llena y cubitos de hielo flotando. Es mono, eso parece, aunque según mi lógica, no debe de montárselo particularmente bien. 

Solo los guapos de los libros se lo montan bien. Y este no está envuelto con papel, sino con ropa, con una camisa entallada de color negro que le queda realmente bien. Creo que es de Zara. Lo sé por el bordecito blanco del cuello. 

—En este momento tú deberías contestar algo como: «Hola, guapa» o no, mejor, di: «Hola, nena». Me gusta cómo suena lo de nena. Vamos, no tengas vergüenza.

Él sonríe, eso es bueno y su sonrisa también es perfecta. Sus dientes parecen brillar en la oscuridad. Bien, estamos ante un hombre guapo, interesante y con sonrisa bonita. Mi noche puede ser maravillosa, pero no del todo, porque es guapo; puede que si lo miro a través del vaso deje de serlo. 

Alargo el brazo y cojo un vaso vacío de la mesa que tengo detrás de mí. Lo coloco en horizontal para poder mirarlo a través del cristal. No veo una mierda, es más, acabo de sentir como algo, lo que creo que es un líquido, cae encima de mis piernas. Al parecer no estaba tan vacío como pensaba. 

¡Mierda! Dejo el vaso encima de la mesa y miro al chico desconocido y, en un principio, creo que es guapo.

—Hola —saluda él y se olvida del «nena».

Al parecer, no era tan difícil.

Lo rechazo con la cabeza, intentando mostrar mi desilusión, pero, con todo este movimiento, me mareo. Cierro los ojos. ¡Concentración! Me exijo a mí misma, piensa al menos en tus futuros orgasmos. 

—Voy a evitar dar rodeos, voy a ser directa —anuncio confiada. Me canso solo de pensar en entablar una conversación típica y sin contenido alguno. «¿Qué tal? Hace calor, ¿verdad?» ¡Tonterías! Eso no pasa en los libros, él ahora mismo debería estar empotrándome contra la pared del almacén después de haberme dicho: «Vale, nena».

Solo basta con pestañear y ya podrás follar, pero está claro que, aquí, algo falla. Ante todo, porque ha faltado el «nena», algo primordial.

—Claro, tú sé directa —añade él, y no soy capaz de descifrar si me lo dice como animándome o como mofándose. El alcohol me confunde. ¿Por qué he bebido? Ah, sí, porque estoy depresiva, bueno, más bien porque estoy enfadada con el mundo. Sacudo la cabeza, intentándome centrar en la conversación. No a la frustración, sí a los chicos guapos. Tomo un sorbo extra, un sorbo largo y termino mi copa.

—¿Quieres que te seduzca? Porque puedo. Hip.

Esa frase habría quedado genial, maravillosa, para enmarcar… pero el maldito hipo la ha destrozado. 

—¿Seguro que puedes?

Entrecierro los ojos. En realidad, intento hacerlo, pero los ojos se me cierran casi por completo. Ese tono no me ha gustado nada, no se contesta así; no, señor. No puedo evitar escuchar en mi cabeza a Amy Winehouse cantando, aunque ni tan siquiera sé pronunciar su nombre. 

Nunca se reta de esa forma a una mujer. Me incorporo, coloco ambas manos encima de la mesa y me inclino hacia delante. Ahora mismo debo de tener mi gran escote tratando de llamar la atención de su bonita mirada de color azul o verde, no lo sé, pero tampoco importa. 

—Puedo hacerlo —afirmo y mi cuerpo se sacude por otro mísero hipo. ¡Maldito!

—No sé cómo quieres hacer tal cosa si, según tu opinión, los guapos no se lo montan bien.

Me muerdo el interior de la mejilla ante esta afirmación. Tiene razón, quizás no se lo monta bien, pero es listo. ¿Los listos se lo montan bien? No sé qué tengo que hacer con esa información. La verdad es que en estos momentos lo único que me preocupa es que creo que me estoy inclinando demasiado hacia delante.

Touché —termino diciendo, por eso de meter alguna palabra diferente para que vea que, a pesar de mi embriaguez, tengo amplitud de vocabulario. Y me siento, lo hago dejando caer todo mi peso en este bonito sofá de color blanco. ¿He dicho que es muy blandito?

—¿Es por eso que estás solo? ¿Porque no te lo montas bien? No sufras, amigo, yo tengo libros eróticos que te podrían venir de maravilla.

Acabo la frase besando mi mano y lanzando un beso al aire. ¿Por qué lo hago? No lo sé, me ha parecido apropiado, de esta manera ese hombre frustrado se sentirá un poco amado.

—¿Quieres que te diga una cosa? —le pregunto y cierro los ojos un ratito, para descansar la mente. No creo que se dé cuenta de que tengo los ojos cerrados, aquí está bastante oscuro.

—Total, vas a decírmelo de todas formas.

Touché —añado y me siento feliz por ello. Es la palabra estrella de la noche—, no te preocupes.

—¿Me ves preocupado? —pregunta y alzo mi mano para que se calle un momentito, no me gusta que me interrumpan. Me cuesta mucho componer una frase larga en este estado.

—Yo te daré amor.

Creo que lo he impresionado, es más, me he levantado para dar más énfasis a esta maravillosa declaración de intenciones y he colocado la mano en el lado derecho de mi pecho, pensando, equivocadamente, que la apoyaba en mi corazón, que, como es lógico, está en el lado izquierdo. Cambio la mano de sitio, espero que no crea que me estoy tocando lascivamente para él, aunque, llegados a este punto, poco importa, lo que me preocupa es que él no dice nada. 

—¿Te he impresionado?

Lo he hecho, su expresión solo puede ser de pura impresión. El alcohol me marea, pero me hace irresistible. Él está sonriendo, sí, lo está haciendo.

—¿Te estás tocando?

La pregunta me llega, pero no la termino de comprender. ¿Tocando? ¿Qué tiene de malo? Quito la mano de mi pecho, quería ser un gesto romántico, no había nada de erótico en él, pero aprovecho la ocasión para seguirle el juego. 

—¿Quieres tocarme tú? —pregunto lanzada. Alcohol y pasión van de la mano y, por su cara, puede que con ellos venga también la vergüenza. ¿Cómo se atreve a rechazarme?—. No, no quieres tocarme, porque… eres gay, ¿verdad?

Puede que lo sea, últimamente la mayoría de los guapos son homosexuales. La vida está así de mal con sus reparticiones; sin embargo, prefiero atacar antes que quedarme a la defensiva como él. 

Su ceja derecha, puede que la izquierda, se levanta; estoy tan mareada que no distingo nada bien. Su expresión cambia, he herido su orgullo de guapo heterosexual. Un minipunto para mí. 

—Estás borracha.

¿Lo ha deducido él solo? ¡Bravo!

Quiero aplaudirle, pero no puedo, porque todavía siento que mi sitio es estar aquí sentada, en el sillón blandito, aunque también podría aplaudir sentada, pero no. No puedo hacerlo, no ahora, pues todo se mueve. 

—Para tu información, dicen que los niños y los borrachos siempre dicen la verdad. Por lo que te resumo la noche: eres guapo, gay y follas mal.

Cuando termino la frase noto que quizás he sido demasiado directa y maleducada, pero el alcohol me hace oír varios aplausos a mi alrededor y eso me hace sentir bien. Lo he puesto en su sitio. Pero ahora que escucho mejor, quizás no son aplausos, simplemente es la música; de todas maneras, me gusta pensar que es una ovación que me dedican a mí. 

—Vamos.

El guapo de ojos verdes o azules se levanta de la mesa con una agilidad que en estos momentos envidio. Me coge del brazo y me arrastra hacia la salida. Todo está pasando demasiado deprisa. ¿He triunfado? ¿Dónde está mi bolso? De lo borracha que estoy no me doy cuenta de que lo llevo colgando del brazo. 

Llegamos fuera y el aire frío me golpea en la cara. Me siento un poco menos mareada, mi estómago parece quejarse por la velocidad con la que nos hemos movido.

Abre educadamente la puerta de un taxi pero, lejos de ayudarme a subir, me empuja hasta el interior. No sé cómo lo hago, pero termino medio tumbada en la parte de atrás del coche.

—¿Vamos a follar? ¿Aquí? ¿En un taxi? No es que me importe, pero…

Estoy un poco desconcertada, pero en momentos así, todo me parece un buen plan. Quiero hacerlo, aunque puede que tengamos que parar un momentito; mi estómago parece querer evacuar, pero eso no tiene por qué ser un impedimento.

La puerta se cierra de golpe, sonrío de forma lasciva, pero él no está dentro. «¡Maldita sea!», grito, se ha quedado fuera, ¿cómo voy a seducirlo, cómo vamos a hacerlo si él no viene conmigo? 

Lo veo aparecer por la ventanilla delantera. Intento levantarme, pero sigo estirada, soy incapaz de moverme. Mi estómago está lleno de alcohol y eso hace que mis abdominales no quieran trabajar. 

—Por favor, llévala a su casa. Ten.

Ojos bicolor está entregando un billete al taxista. Me incorporo con bastante esfuerzo y lo miro con el ceño fruncido.

—¡Oye, guapo, a mí no me trates así!

Me gustaría hacer un movimiento chungo de cabeza, estilo rapero, pero no puedo. Mi coordinación ha dejado de existir.

—Hoy no tengo tiempo para ti.

Con esa frase de hombre ocupado, da un par de palmadas al taxi y este arranca. Voy a escupirle, pero alguien me dijo que si escupes boca arriba consigues que el escupitajo vuelva a ti. «¡Joder!», vuelvo a gritar. Quiero quejarme, y hacerlo delante del conductor; ese hombre no puede tratarme como una puta mercancía. No puede subirme a un taxi en contra de mi voluntad, simplemente no puede hacerlo. No es justo y, sobre todo, no es bueno para mi estómago.

Y, a modo de queja formal, vomito. No estoy orgullosa de ello; milagrosamente, logro llegar a la ventanilla por educación y limpieza. Ahora me siento un poco mejor. La cordura vuelve a mí y la neblina mental comienza a difuminarse. No logro entender qué he hecho. Consigo dar mi dirección al taxista antes de cerrar los ojos un poquito más.

Un ratito largo hasta mi casa.

Hoy no tengo tiempo para ti.

¡Será estúpido!

Capítulo 2


La vida después de una borrachera terrible continúa.

La vida después de una humillación absoluta continúa.

¡La vida es una real, pura e inmensa mierda!

He dicho.


Me levanto de la cama con un dolor horrible de cabeza. Voy hasta la cocina con los ojos entrecerrados, todavía no tengo energía suficiente como para abrirlos por completo.

En la nevera, en la balda de arriba, tengo una lata de tónica. Espero que esta me haga sentir un poco mejor. Doy un largo trago, espero unos segundos, pero me siento igual de mal. ¿Quién dijo que la tónica quitaba la resaca? Crueles mentirosos de pacotilla.

¿Dónde he dejado el teléfono? Camino, con pasos pequeñitos, por el piso intentando perseguir el rastro de ropa y objetos que debí de dejar anoche cuando llegué a casa. Encuentro los zapatos en el recibidor, el vestido en el comedor, las bragas en el pasillo. ¿Dónde está mi bolso? Dios, ¡no he podido ir desnuda por casa únicamente con mi bolso en la mano! Pues sí, increíblemente lo he hecho y, ahora, mi bolso está colgado en la puerta de mi habitación.

Introduzco la mano en su interior con dificultad por la cantidad de cosas que llevo dentro, busco mi teléfono móvil y, por casualidad, me encuentro una tarjeta. La inspecciono, a pesar de mi molesto dolor de cabeza.

Álex Casado, este es el nombre que figura. No me lo puedo creer, me ha dado su tarjeta. Por un momento, todavía bajo los efectos de la borrachera de ayer, pienso que «casado» indica su estado civil, pronto me doy cuenta de que es su apellido. Detrás de la tarjeta aparece su número de teléfono.

La tarjeta es muy bonita, simple, pero elegante. ¿Cuándo me colocó la tarjeta en el bolso? Quizás espera que lo llame. Lo lleva claro, puede esperar sentado, y si quiere que se pida otra copa con hielo. No pienso llamarlo. ¿Qué le dije? No me acuerdo, solo sé que me plantó y que ayer fue otra maldita noche más sin sexo. 

«¡Qué bien, Claudia!», me felicito con ironía. 

Creo que voy a salir a correr. Necesito quemar el alcohol del cuerpo y, de paso, el exceso de hormonas que tengo amontonadas pidiendo auxilio. 

Me pongo unas mallas y una camiseta de licra, los cascos y subo la música a todo volumen. Todo listo para salir a correr, aunque he de reconocer que no se me da bien, es más, mis pulmones siempre acaban ardiendo, por lo que opto por caminar deprisa, pero qué bien sienta decir: «Voy a salir a correr». Parezco deportista y todo.

Voy al trote, mientras dejo que la música de Porcelain Black me suba los ánimos. Es una canción que me hace sentir más mujer, una tontería como tantas otras de las mías, pero la verdad es que, cuando la escucho mientras finjo correr, parece que corro más deprisa. 

Miro el paisaje, aunque no sea algo digno de admirar. Todo está lleno de edificios con toallas colgando (¡que viva el turismo!), pero en realidad no estoy mirando, aprovecho y dejo que mi imaginación vuele. 

Esta es la mejor parte de salir a correr: imaginar situaciones geniales en las que conozco al tío de mis sueños, follamos, nos casamos, follamos y todas esas cosas que cualquier mujer en su sano juicio (o en mi juicio) quiere. 

En esta ocasión pienso en que, tal vez, podría chocar con un desconocido, podría ir al gimnasio con él, quizás, incluso, podríamos terminar en su jacuzzi. Parece que estoy en celo, debo dejar de leer novelas eróticas, al menos durante un mes. Es mejor que me pase a la novela histórica, aunque seguramente en este género también encuentre sexo, nuestros antepasados no eran mejor que nosotros.

Alguien tira de mis cascos, giro la cabeza hacia la derecha en busca del maleducado. ¿Quién diablos osa molestarme con estas pintas?

—Hola, nena —saluda el chico que ayer catalogué como guapo, pero mal follador. ¿De dónde ha salido? ¿Me ha perseguido? ¿Ha estado esperándome aquí toda la noche? En mi cabeza suena una alarma o puede que simplemente sea la resaca machacándome. Quizás es un maldito acosador. En los libros puede parecer divertido, pero en la vida real no. Da miedo y mucho.

Lo miro, está vestido para correr. Ya no tiene esa camisa negra ajustada, ahora lleva una camiseta algo más ancha con unos pantalones cortos y unas piernas que son dos veces las mías. Aunque he de admitir que, si hubiera salido a correr con la camisa de anoche, todo sería más raro aún. 

El chico guapo está depilado; y su camiseta, empapada. Mirándolo sin alcohol de por medio, creo que ayer, a pesar de estar borracha, lo catalogué bien. Está bueno, remarco: muy bueno.

Un momento… me ha llamado «nena», eso es excitante cuando yo controlo la situación, pero ahora mismo, no. No es erótico caminar al trote o corriendo despacio, como quieras llamarlo, medio ahogada, mientras él parece estar paseando por el parque con un único foco alumbrándolo. 

Tiene complejo de Ken deportista.

—Álex —lo llamo recordando su tarjeta.

Él sonríe. Sabe que la he encontrado, eso o la tarjeta no es suya y piensa que lo estoy confundiendo con otro.

—No me has llamado.

No, no lo he hecho. Bien, la tarjeta es suya. ¿Qué pensaba? ¿Creía que lo llamaría nada más despertar? Uno: tengo resaca. Dos: tengo dignidad (aunque ayer no lo pareciera) y TRES: No sé qué más decir, pero siempre queda mejor cuando dices tres cosas.

—¿Me estás siguiendo? —pregunto sin preámbulos estúpidos. Como ya le dije ayer, y en eso no mentía, soy directa, y a quien no le guste ya sabe dónde puede irse.

Él sonríe.

Su sonrisa sigue siendo de anuncio. Maldito. 

—No, nena, he salido a correr y te he reconocido. Por cierto, no te has lavado la cara. 

—No me llames «nena» —le exijo con los dientes apretados. Acabo de darme cuenta de que lo que dice es cierto, y debo de parecer un mapache deportista al estilo Kung Fu Panda.

—¿Por qué? —pregunta sin parar de sonreír—. Ayer parecía gustarte. 

Odio esta actitud, estoy a punto de sacar el hígado por la boca y él habla tan jodidamente normal. ¡No es justo! Freno en seco y tomo aire. Mi pecho parece querer quejarse, pero no estamos para perder el tiempo. Lo miro, más bien me encaro. Ahora, sin los tacones (esos que colocan bien mi culo), es más alto que yo, mejor dicho, me parece mucho más alto. Sus ojos son de color azul (mira, no iba tan mal encaminada) y su sonrisa sigue siendo blanca y bonita. Uy, creo que eso ya lo he dicho.

—Oye, ayer estaba borracha. Lo siento si te molesté.

Bueno, he dicho lo siento, eso debe servir para que su prepotencia disminuya un cincuenta por ciento. Tengo que volver a la carrera y, esta vez, no me servirá el trote. Tengo que correr y desaparecer de su vista. Sin tacones y con mallas no soy tan chulita. Mi culo no está mal, pero no soy Kim Kardashian. Soy una tía normal, de esas que, si lleva un vestido apretado y se pone una braga faja, después, cuando liga, le da vergüenza llevarla. Así que me quito el vestido, la faja y me lanzo a mi presa todo en seis jodidos segundos. ¿Quién ha visto mi michelín? NADIE.

—¿Todavía crees que follo mal?

Su pregunta me pilla desprevenida. Mi cara arde de vergüenza y acabo tosiendo. Y toser sin aliento no es nada erótico, más bien parezco un perro. ¿En serio me acaba de preguntar eso? Es más, yo empleé la palabra montar, no follar, pero bueno: él lo ha querido. Giro el cuello, trazando en un círculo casi completo, y lo miro con una ceja alzada. 

—Ahora que te miro mejor —comienzo la frase, tratando de mostrar algo de indiferencia, porque necesito tomar el rumbo de la conversación—, no eres tan guapo. El alcohol en ocasiones nos ciega. ¿Sabes? 

Quiero ridiculizarlo, con clase, pero ridiculizarlo. Aguardo a ver su expresión. ¿Qué? ¿Esperabas que me quedase calladita? Pues no, nene. No me callo, no soy ese tipo de mujer. Hablo hasta debajo del agua. ¿No lo habías notado?

—Bueno, si no soy tan guapo como creías, quizás sí que me lo monto bien.

Ten points para ojos azules. Y, ahora sí, me he quedado muda. Mierda, antes digo que no soy ese tipo de mujer que se calla y ahora me deja sin palabra alguna. ¿Qué ha tomado el señor Álex para desayunar? 

Vamos, Claudia, esta es la ocasión que estabas esperando. Al parecer este hombre reúne todas las cualidades para ser un buen polvo. Tiene buen cuerpo, parece tener buena labia… No pierdes nada. No, ahora no puedo recular. No puedo hacerlo. No estaría bien. Sería una hipócrita y quedaría como una gallina; y en los libros la protagonista no es una gallina. 

—Ayer no parecías interesado en mí.

—¿Qué te hace pensar que ahora sí?

Todavía no he tenido tiempo de alegrarme por mi ingenioso apunte que él me noquea con una de sus respuestas rápidas. Me ha dejado muerta. Maldito capullo arrogante, solo sabe enviar mensajes confusos. Me llama nena, me pregunta si se lo monta bien o mal y, ahora, me hace la cobra. Intenta reírse de mí, eso es lo que pretende, pero se va a reír de su tía.

—Bueno, te has tomado las molestias de perseguirme, me colocaste una tarjeta en el bolso y estás dolido porque no te llamé. Tranquilo, lo superarás. 

Él sonríe ante mis deducciones, pero sé que lo he molestado, que se aguante. 

—No me lo monto con borrachas.

Su sentencia me sorprende, pero disimulo. Eso tiene sentido. ¿Qué clase de hombre se acostaría con una borracha? Uno ruin, sin duda. Continúo con mi marcha, mientras intento pensar dónde quiere ir a parar y, por supuesto, dónde quiero ir a parar yo. Lo miro de reojo, parece un hombre que se cuida; es un metrosexual, y esto me suscita pensamientos encontrados. Por un lado, es atractiva la idea de que un hombre se cuide, pero, por el otro, es una ruina, porque están más pendientes de su cuerpo que de la faena. 

—Entonces —termino diciendo—, ¿se puede saber a qué has venido?

A pesar de estar semicorriendo, siento ardor en mi sexo. ¡Soy lo peor! Me estoy excitando en medio de la calle con un hombre guapo que conocí ayer en una discoteca. Además, por si no fuera poco, la calle no está desierta, hay grupos de turistas que bajan de un autobús. Hay gente que parece ir a la playa. 

—Quería comprobar algo. Además, repito, he salido a correr y te he reconocido, no te creas lo que no es.

Su respuesta me intriga. ¿Qué quería comprobar? ¿Si soy una obsesa sexual? Pues no lo soy, querido. Simplemente busco algo de acción para mi cuerpo y esto me hace parecerlo. No logro entender cómo me he podido convertir en una mujer así. Freno en seco y él me imita. Hora de estirar. No puedo correr, excitarme y pensar a la vez. Es demasiado para estas horas de la mañana.

Hago estiramientos o, al menos, eso es lo que finjo hacer, pero no cualquier estiramiento, intento que mis pechos queden bien firmes, porque mi punto fuerte tiene que estar bien a la vista en este momento tan tenso.

—Déjame que te ayude a estirar la espalda.

Me quedo quieta, no me niego. ¿Por qué lo hago? ¿Debería hacerlo? No es algo normal que un desconocido se coloque detrás de ti y te ayude a estirar, pero es lo que está pasando en este preciso instante. Sus brazos me rodean. Y yo intento coger todo el aire que puedo.

—¿Qué querías comprobar? —pregunto con un hilo de voz, en el momento menos indicado. Él tira de mi espalda y yo suelto un chillido, que se parece demasiado a un orgasmo, y mi espalda queda completamente relajada.

Me suelta, no he podido sentir si él está duro o no, simplemente he notado como su acercamiento ha hecho que mis piernas tiemblen. ¡Qué bien! Y yo quejándome de la poca acción.

Se coloca frente a mí, el espacio entre los dos es mínimo. Sus ojos azules buscan los míos. Está concentrado o serio, lo que sea, pero sus labios a esta distancia parecen todavía más carnosos.

—¿Buscas sexo o una relación?

Su pregunta me descoloca de nuevo. Es directa, como un rayo. Es cierto que yo no soy de dar rodeos, pero él, sin duda, me gana. Mis ojos se mueven de un lado a otro, de derecha a izquierda. ¿Qué tipo de pregunta es esa? ¿Qué se supone que tengo que decir?

—No busco nada —contesto, y no puedo evitar sentirme orgullosa. He respondido rápido y de forma eficaz.

—Bien —contesta él, sin moverse—, encantado de conocerte.

Y con esa frase se vuelve y comienza a correr y, cuando digo correr, me refiero a adelantarme rápidamente. ¿Qué hago? ¿Corro tras él? No, eso sería actuar como una mujer desesperada. Además, nunca lo alcanzaría sin vomitar antes.

Mi orgullo está chafado.

¿Qué clase de pregunta es esa?

¿Buscas sexo o una relación?

Capítulo 3


Consejo del día: no toméis decisiones estando frustradas.


Nunca hay que tomar decisiones cuando se está frustrada, pero yo nunca sigo mis propios consejos y ahora estoy como una estúpida, no hay otra manera de definirme, intentando pegar los pedazos de la rota tarjeta de Álex. 

Soy así de chula y orgullosa. He llegado al trabajo y lo primero que he hecho ha sido romper la tarjeta en pedazos (en diez para ser más exactos) y aquí estoy: intentando conseguir el teléfono del chico cubitos de hielo.

—¿Qué tal el fin de semana, Claudia? —me pregunta Pedro con una sonrisa tan falsa como él dibujada en la cara. Su pregunta, inocente y ya habitual, en realidad, significa: ¿Has follado? 

No, no soy mal pensada, trabajo con hombres y sé cómo hablan y cómo camuflan sus preguntas cargadas de mala intención. Ellos lo relacionan todo con el sexo. ¿Estás de mal humor? No has tenido sexo. ¿Estás muy contenta? Has tenido sexo. Pues no, señores, bueno, sí. En mi caso sí, estoy de mal humor, no he tenido sexo, pero la culpa la tenéis vosotros, los hombres, que no me complacéis. ¡Maldita sea! ¿Por qué tendré expectativas tan grandes? Dios, apiádate de mí. 

Todo es una farsa. 

—Bien —contesto tajante. No tengo que darle más información.

—¿Bien a secas?

Maldito.

Hora de contestar y callarlo. Dejo el celo pegado en el borde del escritorio y, encima, lo que queda de tarjeta. Lo encaro, con mi mirada azulada cargada de pura convicción. Pedro es el chico feo de la oficina, Dios, queda cruel describirlo así, pero es la manera más exacta. El chico es poco agraciado; quizás, si se quitase los dos kilos de pelo que tiene en los brazos sería un punto menos feo, pero para llegar a guapo tendría que hacer muchas cosas más.

—Pedro —pronuncio su nombre y, después, intencionadamente, hago una pausa antes de volver a hablar. Él se pone nervioso cuando le hablo en ese tono, lo noto, siempre retrocede un paso cuando lo hago—. He conocido a un hombre y me lo he pasado bien. ¿Y tú? ¿Qué tal con tu novia? ¿Os quedasteis dormidos en el sofá viendo la película del domingo por la noche? 

Sé que es un golpe bajo remarcar su rutinaria vida, pero entonces, si no quiere estas respuestas, que me deje en paz. Seguro que él no tiene sexo casi nunca. ¡Seguro que hasta se toca en la ducha! 

Pedro sonríe sin ganas y se va. 

Adiós, Pedro, adiós.

No es que se vaya muy lejos, su mesa está a unos metros, pero como tengo mi sitio en un rincón, me siento algo más resguardada. Mi mesa está en una esquina y no toca con las otras (gracias a Dios); la suya, en cambio, está en el centro de la planta, al lado de cuatro más. Todos hombres. Mira que es difícil trabajar con hombres y que, encima, ninguno merezca la pena, pero la estadística es así. El noventa y ocho por ciento de la población que trabaja en administración de género masculino son feos, y al otro dos por ciento nunca lo he visto. 

A lo mejor, me da por pensar —y eso que no soy mal pensada—, mi ubicación ha sido decidida con mala fe. El lavabo está en la otra punta y tengo que pasearme por delante de todos ellos pero, gracias a Dios, por ahora tengo una vejiga que aguanta carros y carretas.

Me concentro en terminar de reconstruir la dichosa tarjeta. ¡La tengo! Quiero levantarme y bailar una conga, pero el hecho de estar en una esquina alejada no significa que no me vean. Así que me quedo sentada, balanceando levemente el cuerpo.

¡Mierda! Hay un número que no está legible, fantástico, iba a estrenar mi agenda de posibles «Follamigos» con ese número, y ni siquiera lo tengo completo. 

Mi agenda es de Mr. Wonderful, y en su preciosa tapa dice: «Hoy voy a tener un buen día». 

Así que intento ser positiva, pero la positividad en mí escasea. No tengo paciencia, tiendo a querer las cosas al momento, quiero que las cosas funcionen ya.

¡A la mierda!

Nunca lo volveré a ver. Tengo que empezar a hacerme a la idea. Había un chico guapo, accesible y que al parecer entendía algo de sexo y lo he perdido todo por mi fabuloso orgullo.

«Yo no busco nada». 

¡Mentirosa! Lo buscas todo. 

Un momento. Tan solo es un número, puedo probar con las diez posibilidades restantes. ¡Bien! No está todo perdido. ¿Llamo? ¿Y qué digo? ¿El señor Álex Casado? Y, cuando me digan que sí, cuelgo y grito un: «¡Tengui!». No, no puedo hacer esto, sería demasiado ridículo. Lo único que puedo hacer es guardar en el móvil todas las posibilidades y comprobar la foto del WhatsApp. 

Esa idea está mucho mejor y así no hago tanto el ridículo.

Después de Alexbuenorro1, Alexbuenorro2 y así sucesivamente hasta el diez. Abro el WhatsApp y busco con nerviosismo. 

Me siento muy ridícula, como es lógico; estoy roja como un tomate, pero, de todas formas, sigo adelante con mi idea y empiezo a buscar en el WhatsApp, avergonzándome yo sola, sin que nadie me vea. 

—Hola, Claudia.

Cierro la tapa de la funda del móvil a toda velocidad. Alzo la mirada y ahí está Raúl. Otro compañero de trabajo. Al parecer hoy lunes no tienen otra cosa que hacer que venir a saludarme a mi mesa. Bueno, yo tampoco estoy haciendo mucho de provecho, pero qué más da. Quiero que me dejen en paz.

—Hola —saludo en respuesta—, si vienes a preguntarme por mi fin de semana me ha ido la mar de bien. 

Sonrío y lo hago de forma antinatural, invitándolo a que se vaya por donde ha venido. Raúl lleva un vaso de café en la mano, su mirada color avellana se fija en mi mesa. 

Estos hombres son unos espías retorcidos.

—Vengo a recordarte que tenemos una reunión dentro de cinco minutos. Espero que tengas el programa listo, pero si quieres contarme tu maravilloso fin de semana también lo puedes hacer, pero después.

¡Mierda! La reunión, la había olvidado por completo. Hoy nos entregan los presupuestos para este año y tengo un listado de cosas pendientes de los años anteriores por reclamar. 

Tecleo en el ordenador y mando a imprimir el listado. Tengo que olvidarme de Alexbuenorro, de mi agenda y de mis hormonas hasta que salga de trabajar. Mientras el listado se imprime voy corriendo al baño. Intento no caminar al trote delante de ellos, siempre están al tanto de si mis pechos saltan al ritmo o no. ¡Salidos!

Mi melena rubia está suelta con su propia ondulación natural. Me lavo la cara, hoy no me he maquillado. No suelo hacerlo para venir a trabajar. En mi llavero tengo un pintalabios gloss que siempre ayuda en estas situaciones desesperadas. 

Coloco bien, mejor dicho, descoloco, mi camisa estampada, me medio giro y compruebo mi culo. Se ve bien. No hay manchas extrañas. Sé que es rara esta comprobación, pero tengo un trauma con ello. 

Salgo, cojo las hojas y voy corriendo hasta la sala de reuniones. 

—Hola, ojos bonitos —me saluda el señor Rodríguez. 

Este hombre está cerca de la jubilación y no veo la hora para que ese día llegue y él se largue. Lleva el pelo teñido de negro y repeinado como siempre; no sé si, incluso, esa parte trasera que brilla de más será un peluquín. Moreno de piel y lleno de las arrugas, es un hombre que ha vivido mucho, o eso es lo que siempre recuerda. Mujeres, alcohol y rock and roll. Sin llegar a ser grosero, siempre tiene algún piropo para mí y, sí, quizás debería estar agradecida porque no es maleducado, pero me molesta. No hay piropos para los hombres, entonces, para mí tampoco. ¡Arriba la igualdad!

—Ten cuidado no te vayas a caer y te golpees esa cara tan preciosa.

Esa es su forma particular de decirme que llevo los cordones de los zapatos desatados. Original, ¿verdad? Odio que mis cordones se desaten, sé que es culpa mía, pero no me gusta agacharme entre tanto hombre, porque sé dónde se posan sus miradas. Y sí, se dirigen todas a mi culo.

La reunión se hace eterna, una hora y media llena de conversaciones que no tienen nada que ver con los presupuestos, y después, en los últimos quince minutos, intentamos arreglar el mundo. ¡Hombres! 


***


Tras una rutinaria y poco entretenida jornada laboral, vuelvo a casa. Estamos entrando en plena temporada veraniega, las calles están llenas de turistas que vienen a divertirse y que yo envidio a más no poder. Salou es así. La nostalgia invade mi cuerpo y termino recordando mi época juvenil, cuando solo tenía problemas estúpidos y el único objetivo de mis tres meses de verano era conseguir estar morena, algo realmente difícil cuando una es de piel extra blanca. 

¡Dios! Cómo me gustaría volver a esa edad. Bueno… a esa edad sabiendo lo que sé a la mía, teniendo permiso de conducir y la independencia de ahora. Por pedir que no quede.

Llego a mi edificio. Acelero el paso para no tener que saludar al portero; es una bellísima persona, pero muy cansino. Siempre tiene cosas que decir y, cuando empieza a hablar, nunca encuentra el momento de callarse.

Subo hasta el quinto piso por las escaleras. No queda bien amanecer al estilo de Kung Fu Panda y subir por el ascensor. Entro en mi apartamento con la lengua fuera. Los edificios de Salou, e imagino que de toda zona turística, tienen un pasillo enorme, propio de una película de terror, y hay cientos de pisos por planta. Mi apartamento es pequeño pero acogedor.

Dejo las llaves en el recibidor, que está casi dentro de la cocina. Me dejo caer en el sofá, situado a dos metros y medio del recibidor barra parte de la cocina, y cojo el móvil. 

Continúo con la operación: encontrar el número perdido de mi encantador barra posible buen follador (rima y todo) Alexcito, bueno sin el «cito». Álex a secas, suena más a hombre. 

Las fotos de perfil de los números que he memorizado en mi teléfono no dan muchas pistas. Una cerveza, un pato, un niño… Un momento. ¿Tendrá hijos? ¿Estará casado? Quizás anoche no tenía tiempo porque allí estaba su mujer. Bueno, no creo, estuvimos un rato hablando, ella lo habría visto. ¿Verdad?

¡A la porra! ¡Voy a llamar! Total, no pierdo nada.

Siento un cosquilleo extraño en el estómago. Me aclaro la garganta y pruebo con un número al azar.

—¿Álex Casado? —pregunto con un tono de voz típico de línea erótica. Me encanta emplear este tono cuando hablo con desconocidos por teléfono.

—Se equivoca.

¡Mierda! Vamos a por otro.

Me prometo a mí misma que solo lo intentaré una vez más y, si no acierto, lo dejaré estar, pero me miento, cómo no. Suelo hacerlo a menudo. El segundo tampoco resulta ser él. 

—Álex Casado.

—Ese soy yo.

Me quedo callada. Al quinto intento he acertado. Y ¿ahora, qué? Piensa, Claudia, piensa. No tengo que parecer desesperada. No, tengo que parecer una mujer decidida y segura de sí misma. 

—Soy Claudia.

Muy buena información, sí, ahora ya sabe cómo te llamas. Conocerse es el primer paso para toda relación, sin embargo, hay un problema: tú no estás buscando una relación, solamente estás buscando sexo, y el sexo suele ser anónimo, no importa la identidad del otro. De todas formas, ya has dado tu nombre, así que ahora la opción que te queda es la de cambiar tu nombre, esto es siempre posible. 

—¿Qué Claudia? —pregunta con total obviedad. Nunca le he dicho cómo me llamo. 

—La borracha deportista —respondo e intento no reírme de mí misma. Es una definición poco común, pero esa he sido yo en las últimas veinticuatro horas.

—¡Vaya! ¡Qué sorpresa! Eres buena con las descripciones.

—Lo sé —afirmo orgullosa de mí misma. 

—Bien, Claudia, dime, ¿cuál es el motivo de tu llamada? ¿Ya sabes qué quieres?

Su pregunta me molesta. ¿De qué va? Es un chulo. Sabe que es guapo, cree que folla bien y que tiene la sartén por el mango. ¡Lo odio, pero lo deseo! 

Aprieto los dientes y, aprovechando que no lo tengo enfrente, hago una mueca de asco. Anda, que me pregunte algo jovial para romper el hielo. No sé, podría haberme preguntado cómo estoy, qué tiempo hace. No, simplemente se basa en mi táctica de ir directo al grano.

—Sí, sé lo que quiero —respondo con total convicción. Un hurra por mí. 

Se hace un absoluto silencio en la línea. Imagino que él espera a que le diga lo que quiero, pero tengo dudas. ¿Lo hago? ¿Lo digo? ¿O dejo que la tensión sexual se estire un poco más? Espero y, sin poder evitarlo, aprieto los muslos. La excitación parece burbujear en mi sexo. 

—Dime, Claudia.

Su voz suena a rota, sexual y, joder, eso me excita. Tomo aire y afronto la situación. En esta vida hay que arrepentirse de las cosas que haces, no de las que dejas de hacer (segundo consejo del día). 

—Quiero sexo.

Capítulo 4


Lo he dicho, lo he hecho. Y lo peor es que me siento demasiado caliente por ello.


—Eso está bien, Claudia. ¿Estás preparada para tener sexo?

¿Perdón? ¿Me está vacilando? ¿Qué clase de pregunta es esa? ¿Estás preparada para tener sexo? ¿Qué quiere que le diga? Sí, estoy lubricada a un ochenta por ciento de mi capacidad. ¿En serio?