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ESTE LIBRO VIO LA LUZ A COMIENZOS DE 2018, EL AÑO EN QUE SE CONMEMORAN LOS 130 AÑOS DE LA ABOLICIÓN DE LA ESCLAVITUD EN CUBA, EL ÚLTIMO DE LOS PAÍSES QUE ES RECORDADO EN ESTAS CRÓNICAS.

Huellas negras
Tras el rastro de la esclavitud

DIEGO COBO

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CUADERNOS
DE HORIZONTE

SERIE ¿QUÉ HAGO
YO AQUÍ?

Huellas negras
Tras el rastro de la esclavitud

DIEGO COBO

BECA MICHAEL JACOBS DE CRÓNICA VIAJERA 2017

Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano —FNPI—, Hay Festival y Michael Jacobs
Travel Writing Foundation

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Título de esta edición:
Huellas negras. Tras el rastro de la esclavitud.

Primera edición en
la línea del horizonte ediciones:
enero de 2018

© de esta edición:

LA LÍNEA DEL HORIZONTE EDICIONES:

www.lalineadelhorizonte.com
info@lalineadelhorizonte.com

© del texto: Diego Cobo Calvo

© de la maquetación y el diseño gráfico:
Víctor Montalbán | Montalbán Estudio Gráfico

© de la maquetación digital: Valentín Pérez Venzalá

ISBN ePub: 978-84-15958-87-1 | IBIC: DNJ

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Huellas negras

INTRODUCCIÓN:
QUEBRARSE PARA COMPRENDER

JAMAICA COBRA SU DEUDA A LA HISTORIA

KUNTA KINTE SIGUE VIVO

EL SUR DE ESTADOS UNIDOS TAMBIÉN EXISTE

LA SANGRE NEGRA DEL CONFLICTO EN COLOMBIA

CUBA: EL FUTURO NUNCA LLEGA

Si pones una cadena alrededor del cuello de un esclavo,
cuelgas el otro extremo alrededor de tu propio cuello.

RALPH W. EMERSON

INTRODUCCIÓN:
QUEBRARSE PARA COMPRENDER

Hay que romperse para poder comprender. Es algo que a veces no se explica y todos hemos sabido en algún momento, como si solo se emprendieran los verdaderos viajes cuando la vida rebosa por cualquiera de sus orillas, o por todas.

Así empezaron estos reportajes por cinco países cuya historia se encharcó en algún momento para respirar artificialmente en las décadas siguientes. Huellas Negras. Tras el rastro de la esclavitud, es un viaje a la historia del comercio de esclavos y sus consecuencias: tres siglos de esclavitud y colonias marcaron a fuego el porvenir de muchas naciones.

Las hemorragias provocadas por el trabajo de millones de esclavos en las plantaciones del Caribe aún se respiran más allá de las amables playas donde los turistas carbonizan sus cuerpos. Esta es una historia que enseña el reverso de esas pieles negras que murieron sedientas de agua y libertad en unas tierras ajenas. Se calcula que, entre los siglos XVI y XIX, las potencias europeas arrancaron de las costas de África más de quince millones de seres humanos para nutrir las venas de su boyante economía. Naciones Unidas, en la Conferencia Mundial de Durban en el año 2001, definió la esclavitud y la trata de esclavos como «tragedias atroces en la historia de la humanidad, no solo por su aborrecible barbarie, sino también por su magnitud, su carácter organizado y, especialmente, su negación de la esencia de las víctimas».

Jamaica fue el primer destino al que puse rumbo para escribir las páginas que siguen. Después continué por Gambia, Estados Unidos, Colombia y Cuba. Han sido conversaciones con decenas de personas de los cinco países durante miles de kilómetros: muchas voces están dibujadas en esta media decena de lienzos; muchas otras aparecen de manera invisible; muchísimas más soportan estos textos que he sido incapaz de teñirlos con una mínima sombra de humor.

Aunque los cinco países se refugian en la raíz común de la esclavitud, cada uno de ellos ha seguido procesos diferentes, y ese es el camino que ha tomado Huellas Negras. Pero también —y sobre todo— es un recorrido por la geografía interior. El impulso definitivo de las crónicas se lo debo a la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), que otorgó al proyecto la Beca Michael Jacobs de Crónica Viajera 2017. No puedo más que agradecer profundamente que apostaran por esta serie que mezcla viaje, historia, dolor, y también lo académico y la vida cotidiana. Tampoco me olvido de quienes me han ayudado y orientado en todo el proceso. Buscar el equilibrio en la narración —si es que lo he conseguido— no ha sido para mí una tarea sencilla.

* * *

Varios países estudian e impulsan el concepto de negritud como una forma de identidad. Es una pregunta que he hecho a muchas personas en la elaboración de las crónicas. ¿Qué es ser negro? Las respuestas que he obtenido han sido siempre una idea prefabricada de lo negro, como una ficción construida por intelectuales y académicos. Y así, creo, es imposible vivir plenamente lo que somos más allá de las ideas: en realidad, cualquier idea que tengamos sobre nosotros mismos no hace sino impedir vivir lo que verdaderamente somos.

Estos viajes tratan de derribar las barreras que no nos dejan ahondar en nuestra voz. Al igual que sucede con la noción de negro, otros muchos conceptos en los que basamos nuestra identidad actúan de muro para reconocer nuestra esencia. ¿Y si las comunidades negras olvidaran que son negras para expresarse sin distinción? Al fin y al cabo, es lo que siempre fueron, lo sepan o no. Hay que decir, no obstante, que esa construcción del concepto de negritud también está relacionada con nobles estrategias de visibilización: el problema sucede cuando nos creemos el papel.

Entre las especies de la naturaleza, sorprende que el ser humano sea el único que se revuelve en su propia inquietud, en su propia guerra, en su propia desesperación, algo que las comunidades indígenas y negras no sufren, ya que viven en cada latido vital. Hemos arrasado la verdadera libertad y condenado su cultura a la prisión de lo salvaje, al subdesarrollo y la incivilización sin saber que nos estábamos condenando a nosotros mismos. Todos los procesos naturales van de adentro hacia afuera, como las semillas de los árboles cuyos frutos acaban explotando en su madurez. Para ello, han tenido que desarrollarse y transitar por todas las etapas de crecimiento, algo que los humanos olvidan, negándose así a existir desde la plena experiencia. El problema es que ese proceso, inverso al curso natural, suprime una evolución que llevamos en los genes y rara vez completamos. Interrumpirlo, pues, nos impide vivir con la plenitud de lo que somos, llevándonos a una vida impulsada por la memoria y la imitación. Todo esto, además, como miembros de una humanidad urgida a transformar sus hábitos. Es decir: nuestros corazones.

La coherencia real es íntima, silenciosa, y no excede los muros de nuestra conciencia, a la cual podemos mirar y comprobar si existe correspondencia entre su contenido y nuestros actos. ¿De qué sirve defender cualquier causa si no hemos arrancado, desde el subsuelo de la inconsciencia, las malas hierbas? Lo primero, creo, es deshacernos de la idea de que somos algo para defender la nobleza sin defendernos a nosotros mismos. Esta es la verdadera libertad que quiero reflejar en estas palabras, porque también son los cimientos de estos cinco reportajes.

Es mi intención que el lector vea las dos caras de la luna: la visible son los textos; la sombría, nosotros mismos. Posar las palabras en algo aparentemente ajeno como la esclavitud y sus consecuencias puede ser un espejo quizá no tan evidente para que nos devuelva nuestros actos y pensamientos, pero es así como concibo la vida y la libertad: sin paredes, ni divisiones, ni habitaciones. Es esa libertad cuya manifestación hemos negado a las comunidades negras e indígenas que sufren la devastadora apisonadora de nuestras ideas y prejuicios. El agua, la tierra, el libre acceso a una alimentación de calidad, el manejo o ausencia de deseos, el aire puro, la armonía con la realidad, acaso la unidad; todo ello forma parte de una libertad más amplia que en los países desarrollados ni siquiera recordamos, cuando no despreciamos. La ausencia absoluta de ideas preconcebidas.

A los negros los creímos salvajes sin saber que eran libres. Y eso es precisamente lo que nos ha hervido en las mazmorras del inconsciente. El Comité de Comunidades Negras de Colombia afirmó en el año 2009 que «para las comunidades negras y afrocolombianas el territorio está constituido por el agua, las rocas, el viento, la lluvia, el suelo, las mareas, los ríos, los montes, los esteros, las fincas y las veredas, así como por los conocimientos y las costumbres relacionadas con el cuidado y el uso de los diferentes espacios del territorio». Porque la libertad siempre es inclusiva, un abrazo que no deja fuera a nadie. No sirve adherirse a la defensa de una causa enfrentándonos a su enemiga. ¿Acaso no sería el mismo juego desde otro lugar?

Actualmente, a los daños del proceso de esclavitud se une el eco de sus consecuencias, que siguen tronando en forma de pobreza, además de una discriminación racial injertada en las mentes de Occidente. En esa visión limitada de imponer nuestro sistema a los demás surgen las concepciones supremacistas que llevan a defender ciertas ideas, ya sea la pureza blanca o cualquier otra que refuerce nuestra identidad, siempre cegadora.

En este recorrido por países y prejuicios, creo necesario mirar la discriminación racial de buena parte de la población blanca, a veces con ferocidad manifiesta, otras con mayor sublimidad e inconsciencia y en todas como una manera de proyectar en un concepto nuestra propia sombra, apretándonos los grilletes: volcamos en los demás aquello que negamos y no queremos —o podemos ver— en nosotros mismos. Verter la ira sobre el concepto de negritud, u otros que nos quemen, supone descargar la propia responsabilidad. La necesidad de matar esa huella negra que proyectamos en los demás es, a grandes rasgos, lo que han hecho —perdón, hemos hecho— los blancos con los negros: depositar en la enorme olla de la esclavitud nuestras propias sombras, tratar de extinguir fuera el concepto que nos abrasa dentro, el dolor de uno mismo, la sensación de vacío que nos lleva a buscarnos en la dirección errónea.

Llevada al extremo, esa proyección que comenzó como un negocio —la esclavitud promovió el auge de las economías occidentales— nos lleva a grupos y comportamientos espantosos. El Ku Klux Klan, por estirar un ejemplo hirviente hasta el extremo, da fe de esa ira que descargó sobre lo negro. ¿Alguien cree que su cólera descontrolada acabaría allá donde acaban los negros? ¿A por quién irían después? Si logramos dar el primer paso de asumir esas huellas negras que vamos dejando tras nuestros pasos, creo que será un gran comienzo: nunca es tarde para comenzar de nuevo, para recoger las manchas de nuestros actos y reintegrarlas adecuadamente.

Aunque la violencia, las prisiones, el tráfico humano y los latigazos sembraron de sufrimiento África, América y el mar que las une, lo único que la esclavitud no mató fue el alma de quince millones de humanos, que hoy pajarean alegres en la inmensa variedad de manifestaciones culturales. Estas crónicas que aquí se presentan tratan de reflejarlo como símbolo de libertad, aunque para comenzar a comprender —ya lo decía— haya que quebrarse del todo.

DIEGO COBO

Cantabria, diciembre 2017