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Fernando Iwasaki

 

 

Las palabras primas

 

 

 

 

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IX PREMIO

MÁLAGA

DE ENSAYO

JOSÉ MARÍA GONZÁLEZ RUIZ

Fernando Iwasaki, Las palabras primas

Primera edición digital: febrero de 2018

 

ISBN epub: 978-84-8393-612-2

IBIC: DSK

 

Colección Voces / Literatura 253

 

La obra Las palabras primas, fue galardonada con el IX Premio Málaga de ensayo, que fue concedido por unanimidad el 22 de noviembre de 2017 en Málaga. Formaron parte del jurado Javier Gomá, Estrella de Diego, Espido Freire, Alfredo Taján, Juan Casamayor (editor de Páginas de Espuma), Benancio Gutiérrez (como secretario, con voz pero sin voto), y, como presidenta del jurado, Susana Martín Fernández (Directora del Área de Cultura del Ayuntamiento de Málaga).

 

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

 

Nuestro fondo editorial en www.paginasdeespuma.com

 

© Fernando Iwasaki, 2018

Autor representado por Silvia Bastos, S.L. Agencia literaria

© De esta portada, maqueta y edición: Editorial Páginas de Espuma, S. L., 2018

 

Editorial Páginas de Espuma

Madera 3, 1.º izquierda

28004 Madrid

 

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La Tsunami,

Académica Correspondiente del Perú y el Imperio del Sol Naciente,

 

se honra en dedicar

 

LAS PALABRAS PRIMAS

 

a sus compañeras de corporación y doctoras en la materia:

 

D. Vicente Tortajada, la Coja (†)

D. Ignacio Romero de Solís, la Reina Madre

D. José Daniel M. Serrallé, la Boteros

D. Manuel Gregorio González, la Eritaña

D. Iñigo Ybarra Mencos, la Dinamo (†)

D. José Julio Cabanillas, la Santa

D. Alberto Guallart, la Guallarta

D. Ignacio F. Garmendia, la Vizcaya

D. Manuel J. Lombardo, la Rodaje

D. Javier González-Cotta, la Virtudes

D. Luis Sánchez-Moliní, la Legionaria

D. Mario González Reina, la Maquíntosh

D. Manuel Mª Rosal, la Cañaílla

D. Alfonso Crespo, la Moviola

D. León Lasa, la Metro [a falta de ágape de confirmación]

D. Víctor J. Vázquez, la Pucela

D. Bernard Alien, la Chochette [correspondiente de Francia y París]

D. Diego Carrasco, la Molusco [en período de meritaje]

 

y las visitas ilustres

 

D. Javier Killy Salvago

D. Jesús Donmanué Tortajada

 

Miembros fundadoras, numerarias y correspondientes todas de la

 

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Y las emplaza a sufragarle un Homenaje en cualesquiera de los Salones académicos:

La Goleta, Robles, Picalagartos, El Tremendo, El Rinconcillo, Vizcaíno y La Jerónima

[Sevilla-España]

 

 

 

Somos criaturas lectoras, ingerimos palabras, estamos hechos de palabras, sabemos que las palabras son nuestro medio de estar en el mundo, y es a través de las palabras que identificamos nuestra realidad y a través de ellas que nos identificamos a nosotros mismos.

Alberto Manguel, El viajero, la torre y la larva (2014)

 

 

Escribo en español literario porque creo que la lengua hablada debe seguir a la escrita y no al revés. Pero recojo expresiones que aprendí en otros tiempos al tratar con gente del pueblo que hablaba un español más ingenioso, original y significante. Se han perdido muchas palabras y expresiones en la lengua popular. Y no porque se hayan sustituido por otras, sino porque la decadencia literaria de los pueblos trae consigo un empobrecimiento del idioma.

Mauricio Wiesenthal, Siguiendo mi camino (2013)

 

 

Literatura es littérature en francés, y litter es basura, desperdicio en inglés, mientras rature, de nuevo en francés, es tachadura,
y lit es lecho, esa cama donde me acuesto a hacer literatura:
solamente en español la literatura no significa otra cosa.

Guillermo Cabrera Infante, Exorcismos de esti(l)o (1976)

 

 

No he observado jamás que los españoles hablaran mejor que nosotros (Hablan en voz más alta, eso sí, con el aplomo de quienes ignoran la duda).

Jorge Luis Borges, Otras inquisiciones (1952)

 

 

Me sumo a los pocos críticos que han querido ver en Rayuela la denuncia imperfecta y desesperada del establishment de las letras, a la vez espejo y pantalla del otro establishment que está haciendo de Adán, cibernética y minuciosamente, lo que delata su nombre apenas se lee al revés: nada.

Julio Cortázar, La vuelta al día en ochenta mundos (1967)

 

 

El escritor de hoy se orienta progresivamente a ser un «operador» de textos, puesto a cubierto de cualquier contingencia material y actuando siempre a través de medios fríos. Este es el hecho. Aquel traslada gran parte de su implicación orgánica y de su cognición flotante por entre el mundo de las cosas a la propia pantalla, en la que ahora delega como auténtico espacio «artificial» de todos los juegos realizados por una suerte de avatar suyo.

Fernando Rodríguez de la Flor y Daniel Escandell Montiel, El gabinete de Fausto (2014)

 

 

¿Qué ocurre cuando en un libro uno mezcla cuentos y ensayos?

Augusto Monterroso, La letra e (1987)

Las palabras primas
A manera de introducción

 

 

 

La palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha.

Michel de Montaigne, Ensayos

 

 

 

 

El creador del ensayo concibió el género como una conversación «sin estudio ni artificio»1, aunque durante los últimos cien años el ensayo ha adquirido un espesor epistemológico tan considerable, que el estudio y el artificio devinieron requisitos imprescindibles para que un texto fuera considerado como tal. Así, los ensayos de Lukács, Musil, Adorno, Genette, Barthes, Derrida, Foucault o Benjamin –entre otros– habrían horrorizado al propio Michel de Montaigne, casi expulsado del canon por pensadores más solemnes y campanudos que el creador del ensayo.

Gilbert K. Chesterton –uno de los mejores herederos de Montaigne– intuyó la deriva solemne del ensayo y procuró dejar constancia de su vocación humorística:

 

… me obsesiona la leve sospecha de que el ensayo probablemente se irá volviendo más dogmático y convincente, a causa de las profundas y mortíferas divisiones que nos impondrán los problemas éticos y económicos. Pero esperemos que siempre quede un hueco para el ensayo que de verdad es un ensayo. Santo Tomás de Aquino, con su sentido común, dijo que ni la vida activa ni la contemplativa podían vivirse sin relajarse con juegos y bromas. El teatro o la épica pueden considerarse la vida activa de la literatura; el soneto o la oda, la vida contemplativa. El ensayo es la broma2.

 

No deseo hablar del humor –que sería materia de otro análisis– aunque sí del ensayo como territorio risueño y propicio para la divagación desenfadada, tal como lo cultivó y proclamó Bertrand Russell: «Contra la solemnidad, la mejor arma es el ingenio. La mayoría de las otras armas solo producen una nueva solemnidad, igualmente dogmática y sectaria»3. Aquel pensamiento también fue compartido por Jorge Luis Borges –otro autor de ensayos breves y regocijantes como «Arte de injuriar»4–, acaso el precursor de un ensayismo en español que nadie como Augusto Monterroso resumió mejor:

 

Un libro es una conversación. La conversación es un arte, un arte educado. Las conversaciones bien educadas evitan los monólogos muy largos […] en los ensayos uno afirma algo que no tiene mayor cosa que ver con la vida del prójimo sino con ideas o temas más o menos abstractos, pero sin la menor intención de convencer al lector de que uno está en lo cierto, y en esto reside el encanto de Montaigne5.

 

Por fortuna, desde hace poco más de una década asistimos a un nuevo auge del ensayo en lengua española como conversación, como viñeta literaria y como antídoto intelectual contra la solemnidad. Pienso en títulos como Formas breves (1999) de Ricardo Piglia y Entre paréntesis (2004) de Roberto Bolaño; El equilibrista: aforismos y microensayos (2005) de Andrés Neuman y Ensayos bonsái (2007) de Fabián Casas; Mentiras contagiosas (2008) de Jorge Volpi y El arte de la distorsión (2009) de Juan Gabriel Vásquez; Las respuestas retóricas (2011) de Felipe Benítez Reyes y Las palabras con alas (2012) de Luis Alberto de Cuenca; aunque el primer latido del ensayo como «filosofía mundana» lo encontramos en Ingenuidad aprendida (2011) de Javier Gomá Lanzón:

 

Sería conveniente que, antes de lanzar una verdad al mundo, esta superase un previo «test de mundanidad». La verdad, además de racional, habría de demostrar también ser suficientemente razonable y esto quiere decir capaz de persuadir y de infundir veracidad a una comunidad de personas cultivadas y sensibles. Si uno cree tener una idea nueva, que pruebe a contarla en la sobremesa de una comida de negocios, en una reunión de amigos, en una celebración familiar, en una conferencia o en una entrevista periodística. Con este test se constataría si esos nuevos conceptos que ha discurrido son convertibles o no en moneda corriente de curso legal. Si, en las situaciones descritas, las ideas no transmiten emoción o no despiertan interés es que no son interesantes, y si no son interesantes es que, en último término, tampoco son verdaderas6.

 

El propio Javier Gomá Lanzón perseveró en su hallazgo a través de dos estupendas misceláneas sobre la «condición urbana» –Todo a mil. 33 microensayos de filosofía mundana (2012) y Filosofía mundana. Microensayos completos (2016)–, entronizando así en España un nuevo tipo de ensayo que supuso «la reivindicación del collage como género moderno»7, aunque en América Latina también había ocurrido algo semejante, pues en Chile, Cuba, México y Argentina la rebelión contra la solemnidad transformó al ensayo no en un texto híbrido sino más bien cimarrón8, porque huía de las severidades académicas que lo habían aherrojado:

 

Es por esto que todo ensayo depende de su asunto, y que, en consecuencia, el único problema del ensayista, siempre que se tenga por tal y se afane en hacer de su escritura un ensayo, consiste en descubrir a tiempo sobre qué diablos tiene que escribir, para aplicarse a ello de inmediato9.

 

¿Sobre qué diablos deseo escribir? En realidad, desde hace años escribo sobre el espacio que ocupo entre el castellano de América y el castellano de España, porque cada vez que voy al Perú todo el mundo me enrostra que ya hablo como español, aunque en España nadie me ha preguntado todavía de qué parte de España soy. Por lo tanto, este será un conjunto de ensayos acerca de la perplejidad que supone hablar una lengua que es propia y ajena al mismo tiempo, porque es la misma de España aunque no es igual a la de América Latina.

No obstante, quiero hacer hincapié en tres cuestiones. En primer lugar, los textos que integran este libro fueron leídos en alta voz, en ocasiones como conferencias y en otras como colaboraciones en programas de radio. Reunirlos en el presente volumen significa que insisto de nuevo en los placeres del texto oral y en la ambición ensayística de ciertas performances como la clase, el coloquio, la presentación o los pregones; «ensayos sutiles» que considero expresiones de la nueva corriente del ensayo en español10.

Por otro lado, como me considero un hispanohablante de fronteras entre Perú y España, Andalucía y América o Lima y Sevilla, he aprendido a disfrutar con cuantas riquezas me ofrecen todas mis vecindades tanto en el presente como explorando el pasado, pues si el español del Siglo de Oro alumbró el castellano de América, así también advierto un remoto eco andaluz en las hablas hispanoamericanas. Hace más de veinte años pude documentar con delectación el origen belga–vallisoletano de la expresión quinientista chévere11 y desde entonces no he dejado de buscar otros eslabones semánticos perdidos. En realidad, me conciernen las palabras que se pierden porque el español es mi lengua materna a costa del japonés que perdí. Quizá mi lengua paterna se marchitó para que floreciera mejor mi español, aunque su ausencia me impele hoy una lealtad melancólica que intuyo japonesa.

Finalmente, me interesa reflexionar sobre el impacto de las nuevas tecnologías y los soportes digitales en la lengua, la lectura y los «teatros» de la escritura, como los ha denominado Fernando Rodríguez de la Flor:

 

Los espacios de escritura y creación literaria se han visto alterados con las modificaciones tecnológicas que han llegado a lo largo de la historia, siendo el último avance hasta el momento el progreso de desmaterialización del scriptorium, desde los monasterios europeos hasta las máquinas de escribir, para dar dos pasos más vinculados a la integración de la tecnología informática por encima de la mecánica: la inscripción del ordenador como herramienta de escritura y el paso del disco duro a la nube remota12.

 

A diferencia de los antiguos humanistas analógicos que construían espacios de lecto-escritura como las bibliotecas y los scriptoria, el humanista digital se conecta al ciberespacio infinito, donde la lectura y la escritura se convierten en otra forma de navegación a través de «internextos»13 y «pantpáginas»14. ¿Tales fenómenos enriquecen o empobrecen la lecto-escritura? ¿Representan el fin del Humanismo como lo hemos entendido desde la antigua Grecia?15. Lo único que sé es que no formaré parte de ese futuro, pues apenas encajo en el presente. De hecho, hace más de diez años renuncié a seguir actualizando y aprendiendo nuevos programas, porque asimilar las vertiginosas novedades me retrasa, me frustra y me deprime. Soy un pobre usuario digital, aunque todavía presto atención a todo lo que puedo entender:

 

Paradójicamente, las máquinas sobre las que o contra las que tecleamos no reconocen los conceptos que les son más afines y subrayan con una raya roja discontinua los adjetivos poscontemporáneo, sociofóbico, ciberfetichista… El software de la tecnología punta –o de la punta tecnología– reproduce los tabúes y las normas de la Real Academia Española de la Lengua en lo referente a los procesos de derivación y composición de las palabras, y a las estrechas posibilidades del neologismo. El software y la tecnología punta se muestran cautos y conservadores cuando, tal vez, deberían constituirse en espacio de rebelión y creatividad, en pizarra electrónica sobre la que producir un glíglico tras otro […]. Los blogueros filósofos y los blogueros críticos literarios a menudo suelen ser igual de rancios –el contenido reproduce la estrechez del continente– en su búsqueda de prosas ordenadas, corrección ortotipográfica, respeto a las leyes genéricas y mucho, mucho entretenimiento.16

 

¿No es curioso que a los procesadores de textos digitales se les atraganten tanto las palabras nuevas como las antiguas? En realidad, hasta que uno no descubre cómo desactivar la función de marras, los teléfonos móviles, las tabletas y los ordenadores eligen y cambian a su aire –es decir, a su algoritmo– los verbos de nuestros mensajes y los sustantivos de nuestros escritos, pero sobre todo las palabras de nuestra memoria sentimental, aquella que contiene todos los libros, todas las canciones y todos los atlas que nos conciernen. Esas son las palabras que me interesan: las palabras primas.

Si existen números primos, ¿por qué no deberían existir las palabras primas? Sin salir del Diccionario, una palabra prima podría ser tonta, estar adelantada, parecer semejante, servir de recompensa y lucir primorosa, además de poseer connotaciones familiares, musicales, económicas, jerárquicas y comerciales, por no hablar de las posibles combinaciones entre todas ellas. Por ejemplo, cuando una prima hermana se convierte en una prima de riesgo.

Así, a lo largo de estos breves ensayos que fueron alguna vez conversaciones, he tratado de demostrar por qué muchas voces andaluzas y americanas son primas, cómo es que la patata es una prima inglesa, por qué hay que rescatar a las palabras primas, cuánto disfrutó el Inca Garcilaso de la materia prima de Montilla, por qué la tecnología digital prima su propio vocabulario y cómo el sustantivo polla nació –miren por dónde– enredando con las primas. Para ello he divido Las palabras primas en tres niveles, según su primacía, parentesco e imprimación. A saber, «Discontinuado», acerca del lugar del español en la era de la lecto-escritura17; «Palabras de ida y vuelta», sobre el castellano de Andalucía y América; e «Incas e hidalgos», un paseo por el español del Siglo de Oro, cuando un mojón era tan importante como una polla.

Las palabras primas son las que se prestan a los juegos y las que siempre nos permiten hacer cosas con la lengua. Las primas son la polla (y viceversa).

 

 

F. I. C.

La Vereda de los Carmelitas, verano de 2017

1. Michel de MONTAIGNE: Ensayos [Trad. J. Bayod Brau], Acantilado (Barcelona, 2007), p. 5.

2. Gilbert K. CHESTERTON: Correr tras el propio sombrero (y otros ensayos) [Trad. Miguel Temprano García], Acantilado (Barcelona, 2005), p. 23.

3. Bertrand RUSSELL: Lo mejor de Bertrand Russell [Trad. Marco Aurelio Galmarini], Edhasa (Barcelona, 2002), pp. 9-10.

4. Jorge Luis BORGES: «Arte de injuriar» en Historia de la eternidad, Alianza Emecé (Madrid, 1971), pp. 150-158.

5. Augusto MONTERROSO: «Las buenas maneras» en El Paraíso imperfecto. Antología tímida, Debolsillo (Barcelona, 2013), p. 170. En una entrevista de 1977 Monterroso ya había esbozado esta idea: «En el ensayo uno da sus opiniones, emite sus juicios, manifiesta preferencias o rechazos sin que para nada pretenda estar diciendo algo que deba ser creído, acatado, o incluso refutado. Refutar cualquier idea de Montaigne es ridículo. Montaigne la expone como opinión, no como verdad. Enojarse por lo que Bacon o Wilde o Beerbohm digan en cualquiera de los suyos es tonto. Ellos mismos serán los primeros en contradecirse quizá en el próximo. El ensayo es así el género más libre, y por tanto uno de los más bellos que existen», en Auguto MONTERROSO: Viaje al centro de la fábula, Alfaguara (Madrid, 2001), p. 98.

6. Javier GOMÁ LANZÓN: «Ensayo de filosofía mundana» en Ingenuidad aprendida, Galaxia Gutenberg (Barcelona, 2011), p. 50.

7. Marta SANZ: No tan incendiario, Periférica (Cáceres, 2014), p. 7.

8. Cuatro maravillosos ejemplos de ensayismo cimarrón serían los libros del chileno Rafael GUMUCIO: Contra la belleza, Tumbona Ediciones (México, 2010); del argentino Damián TABAROVSKY: Literatura de izquierda, Periférica (Cáceres, 2010), del cubano Iván de la NUEZ: El comunista manifiesto, Galaxia Gutenberg (Barcelona, 2013) y del mexicano Jorge COMENSAL: Yonquis de las letras, La Huerta Grande (Madrid, 2017).

9. José Israel CARRANZA: Las encías de la azafata, Tumbona Ediciones (México, 2010), p. 92. Las encías de la azafata es un título de la colección Derivas de Tumbona Ediciones, cuyo manifiesto dice así: «El ensayo es un paseo, o mejor, una deriva, es decir, una excursión azarosa, imprevisible y llena de riesgo a través de zonas poco exploradas del pensamiento. Ya sea a caballo como Montaigne o a pie como Nietzsche, su impulso es alejarse de cualquier servidumbre mental, callejear lejos de casa en busca de una idea propia. Esta es una colección que busca recuperar los atributos originales del ensayo (la digresión, la plena expresión individual, el humor, la imaginación y la resistencia frente al saber programático) para rescatarlo de la indigencia académica y la prosa enlatada del mercado que lo han tomado por rehén» [segunda solapa de la edición].

10. Siguiendo el ejemplo de Borges y Sloterdijk, por una parte he compilado las conferencias que he impartido en países de habla no hispana en Mi poncho es un kimono flamenco, Sarita Cartonera (Lima, 2005), y por otra he reunido las presentaciones de diversos escritores y personalidades en Arte de introducir, Renacimiento (Sevilla, 2011). En ambos casos destaqué la condición oral de aquellos ensayos, así como su naturaleza efímera –«sutil»– porque fueron escritos para ser leídos una sola vez.

11. Fernando IWASAKI: El Descubrimiento de España, Ediciones Nobel (Oviedo, 1996), pp. 191-201.

12. Fernando RODRÍGUEZ DE LA FLOR y Daniel ESCANDELL MONTIEL: El gabinete de Fausto. «Teatros» de la escritura y la lectura a un lado y otro de la frontera digital, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (Madrid, 2014), p. 189.

13. «El internexto entiende al texto como un concepto estructuralmente deslizante, capaz de diversas idas y vueltas entre los medios virtuales y los físicos, y considera a la Red no como un cauce o un canal, sino como material en bruto que puede atravesarse o utilizarse. El resultado es un concepto de texto que no se lee, sino por el cual se navega». Ver Vicente Luis MORA: El lectoespectador, Seix Barral (Barcelona, 2012), p. 104.

14. «Pantpágina resume los términos pantalla y página y también enfatiza el prefijo pan, palabra griega que significa todo y que es muy querida para nosotros por habernos dado pie a otro neologismo, Pangea, con el que comenzamos nuestra investigación en marcha sobre todos estos temas», en Vicente Luis MORA: El lectoespectador…, p. 110.

15. Aunque no es el tema de este libro, tengo muy presentes las reflexiones de Sloterdijk: «Con el establecimiento mediático de la cultura de masas en el Primer Mundo, a partir de 1918 (radio) y de 1945 (televisión) y, más aún, con las últimas revoluciones de las redes informáticas, en las sociedades actuales la coexistencia humana se ha instaurado sobre fundamentos nuevos. Estos son –como se puede demostrar sin dificultad– decididamente post-literarios, post-epistolográficos, y en consecuencia post-humanísticos». Ver Peter SLOTERDIJK: Normas para el parque humano [trad. Teresa Rocha Barco], Siruela (Madrid, 2000), p. 28.

16. Marta SANZ: No tan incendiario…, óp. cit., pp. 151-152.

17. Para la edición definitiva de Las palabras primas he incluido en este apartado mi ensayo «La Mancha Extraterritorial», ganador del Premio Don Quijote 2015 en la XXXII edición de los Premios Rey de España de Periodismo.

Discontinuado