Cubierta

Dalai Lama

EL CORAZÓN
BONDADOSO

Una visión budista
de las enseñanzas de Jesús

Introducción y contexto cristiano de Laurence Freeman

Traducción del tibetano y notas de Geshe Thupten Jinpa

Traducción del inglés de David González Raga

Edición y Prólogo de Robert Kiely

Editorial Kairós

SUMARIO

Agradecimientos del editor

Nota al lector

Prólogo

Introducción

1. Un deseo de armonía

2. Ama a tu enemigo (Mateo 5:38-48)

3. El sermón de la montaña: las bienaventuranzas (Mateo 5:1-10)

4. La ecuanimidad (Marcos 3:31-35)

5. El reino de Dios (Marcos 4:26-34)

6. La transfiguración (Lucas 9:28-36)

7. La misión (Lucas 9:1-6)

8. La fe (Juan 12:44-50)

9. La resurrección (Juan 20:10-18)

El contexto cristiano de las lecturas del Evangelio

Glosario de términos cristianos

El contexto budista

Glosario de términos budistas

Notas

El Tibet desde la ocupación china en 1950

Biografías

Los seminarios John Main

AGRADECIMIENTOS DEL EDITOR

El editor agradece a la Gere Foundation su generosa contribución a la publicación de este libro. Durante muchos años, Richard Gere ha apoyado los esfuerzos realizados por Su Santidad el Dalai Lama para recuperar su tierra natal, que hoy se halla en poder de China, y acabar con el sufrimiento del pueblo tibetano. La ayuda de Richard también ha sido muy valiosa para expandir el mensaje de responsabilidad, compasión y paz universal de Su Santidad y apoyar a Wisdom Publications en la edición de varios libros escritos por Su Santidad. Por ello queremos ahora reconocer su esfuerzo y su apoyo.

Los editores también dan las gracias a los doctores Pendred E. Noyce y Leo X. Liu por su apoyo a Wisdom Publications para que este libro acabase viendo la luz.

Mención especial merece también el agradecimiento de Wisdom Publications a Dom Laurence Freeman (OSB) [Orden de San Benito] y a la Comunidad Mundial para la Meditación Cristiana por encomendarles la publicación de este importante libro.

NOTA AL LECTOR

Este libro explora los Evangelios de la mano del Dalai Lama y los participantes en el John Main Seminar de 1994. Además de contener el relato del encuentro, el libro también incluye un importante material contextual de las tradiciones cristiana y budista que puede servir para facilitar futuros diálogos interreligiosos.

El cuerpo principal de El corazón bondadoso gira en torno a los comentarios realizados por Su Santidad el Dalai Lama en torno a varios pasajes de los Evangelios. Cada uno de los distintos capítulos que configuran El corazón bondadoso empieza con la lectura y el comentario de un determinado pasaje del Evangelio de la versión de la New English Bible (University of Oxford Press, 1970), la versión preferida del difunto John Main.

El prólogo de Robert Kiely evoca el talante y el clima en el que se desarrolló el encuentro y la introducción de Laurence Freeman proporciona una visión general del diálogo interreligioso, en general, y del diálogo entre el budismo y el cristianismo, en particular.

De vez en cuando el lector advertirá, en el cuerpo del texto, la voz queda de Robert Kiely aclarando, a modo de narrador, algunos aspectos del seminario, interludios narrativos que aparecen en cursiva para que el lector no tenga dificultad alguna en diferenciarlos del cuerpo del diálogo. Al final de algunos capítulos también se incluye un debate en los que los distintos ponentes –claramente identificados– compartieron sus intereses y conocimientos con el Dalai Lama.

La última parte de El corazón bondadoso presenta información adicional que puede fomentar el entendimiento entre estas dos grandes tradiciones espirituales. El padre Laurence Freeman ha escrito el capítulo titulado «El contexto cristiano de las lecturas del Evangelio» en el que ofrece una interpretación cristiana de los pasajes del Evangelio comentados por Su Santidad y también incluye un glosario de los términos cristianos mencionados en el diálogo.

Por su parte, Geshe Thupten Jinpa, el intérprete del Dalai Lama, se ha ocupado de la elaboración de la sección titulada «El contexto budista», que aspira a proporcionar una visión global de los principales conceptos budistas a quienes no estén familiarizados con él. Asimismo, Thupten Jinpa también se ha encargado de compilar un glosario de términos budistas.

A lo largo de todo El corazón bondadoso –y especialmente en la última sección– se utilizan términos budistas tanto sánscritos como tibetanos. En la mayor parte de los casos, los términos sánscritos se presentan en su forma erudita, con excepción de los nombres individuales, que se han visto transliterados, para que el lector no tenga dificultades en recordar su pronunciación y la misma transcripción fonética se ha aplicado también a los términos tibetanos. El lector interesado podrá encontrar en el glosario budista la transcripción erudita de todos esos términos.

La tabla que incluimos a continuación permitirá que los lectores poco familiarizados con la transcripción al inglés puedan reconocer fácilmente la pronunciación de los términos sánscritos incluidos en este volumen. Los lectores interesados en este punto también pueden leer el libro Teach yourself sanskrit, de Michael Coulson (Kenty: Hodder and Stoughton, 1992). En cualquiera de los casos, conviene recordar que el glosario proporciona una explicación muy clara de muchos de los términos.

EQUIVALENTES INGLESES APROXIMADOS DE LOS SONIDOS DEL SÁNSCRITO

Sánscrito

Inglés

Sánscrito

Inglés

a

“but”

ā

“father”

i

“fit”

ī

“see”

u

“who

ū

“boo”

y

“crust”

y

“slip”

mom”

“ring”

c y ch

chain”

ñ

“Bunyan”

, ṭh, t y th

top”

do”

no”

ś y

she”

El libro, por último, concluye con una breve biografía de los distintos participantes, el Dalai Lama, el padre Laurence, Geshe Thupten Jinpa, Robert Kiely y el resto de los ponentes que participaron en este diálogo interreligioso.

PRÓLOGO

Una de las facetas más tranquilizadoras de Tenzin Gyatso, Su Santidad el decimocuarto Dalai Lama, es que sólo parece capaz de permanecer quieto mientras está meditando. El día en que habló ante una audiencia de trescientos cincuenta cristianos y un puñado de budistas en el auditorio de la Middlesex University de Londres a mediados de septiembre de 1994, su rostro y su cuerpo eran el vivo reflejo de la doctrina budista del cambio perpetuo. Su Santidad no sólo acompañaba sus comentarios con gestos, sonrisas, levantamientos de cejas y grandes carcajadas, sino que plegaba y desplegaba de continuo los bordes de su hábito granate, sujetaba del brazo a alguno de los ponentes, saludaba a algún amigo presente u hojeaba el programa, mientras el intérprete estaba traduciendo un largo parlamento suyo.

El evento –que no dudaría en calificar de histórico– que llevó hasta Londres al Dalai Lama en otoño de 1994 fue el John Main Seminar, un encuentro patrocinado por la Comunidad Mundial para la Meditación Cristiana1 en memoria de John Main, un monje benedictino irlandés que enseñó meditación en la tradición de Juan Casiano y los padres del desierto y fundó centros de meditación cristiana que, en la actualidad, se hallan diseminados por todo el mundo. Cada año, centenares de meditadores cristianos de diversas confesiones procedentes de todos los rincones del planeta se reúnen para hablar de ética, espiritualidad y sagradas escrituras y fomentar así el diálogo y la oración interconfesional. En los encuentros celebrados en años anteriores han participado el filósofo canadiense Charles Taylor, el monje benedictino inglés Bede Griffiths, escritor y fundador de un ashram en la India y Jean Vanier, fundador de la comunidad cristiana de L’Arche, dedicada a vivir con los discapacitados.2

La idea de invitar públicamente al Dalai Lama a comentar por vez primera los Evangelios surgió de Dom Laurence Freeman (OSB), licenciado en literatura por Oxford y monje del priorato olivetano benedictino de Cockfosters de Londres, el más activo e influyente maestro de la comunidad desde la muerte de Main, acaecida en 1982.

Los pasajes del Evangelio que el Dalai Lama debía comentar del modo que le pareciera más apropiado fueron los siguientes: el sermón de la montaña y las bienaventuranzas (Mateo 5), la parábola del grano de mostaza y el reino de Dios (Marcos 4), la transfiguración (Lucas 9) y la resurrección (Juan 20). También se le dijo que la audiencia sería cristiana (formada por católicos romanos, anglicanos y protestantes)3 fundamentalmente angloparlantes, procedentes de todos los continentes y que casi todos ellos practicaban cotidianamente la meditación silente.

Puesto que el Dalai Lama no es tan sólo un líder religioso, sino también un jefe de estado, muchos de los presentes aguardaban ansiosamente sus comentarios y se preguntaban si podría romper las inevitables barreras impuestas por la prensa, las cámaras y los colaboradores y transmitir realmente lo que estaba en su mente y en su corazón.

La respuesta no se hizo esperar porque cada mañana, antes del desayuno, antes incluso de cualquier otra actividad incluida en el programa, Su Santidad llegaba a la sala apenas iluminada con sus monjes y se sentaba a meditar con los cristianos congregados en perfecto silencio durante media hora. En ese silencio, roto tan sólo por algún que otro carraspeo o tos ocasional, la ansiedad desaparecía y se veía reemplazada por una mezcla de confianza y apertura. Finalmente inclinaba respetuosamente su cabeza rapada y, siguiendo el texto con un dedo como si fuera un rabí, leía: «Bienaventurados los pobres de espíritu… Bienaventurados los limpios de corazón… Bienaventurados los que sufren persecución por causa de la justicia…» y, mientras leía, era imposible no sentirse emocionado por el poder de esas conocidas frases pronunciadas por una voz tibetana y una sensibilidad budista.

Consciente de la devastación a la que los chinos han sometido a la cultura y al pueblo tibetano y consciente también del sufrimiento del Dalai Lama por su condición de exilado, la audiencia no podía sino sentirse conmovida por aquella lectura. Pero, por más sorprendente que fuera la dimensión política de aquel encuentro de tres días, más todavía lo fue su significado, porque la mente de los presentes albergaba la expectativa de hallarse ante un maestro espiritual y todos sabían que estaban asistiendo a un acontecimiento profundamente religioso que, si bien tenía una gran trascendencia histórica, iba mucho más allá del ámbito de la historia.

El marco del seminario fue lo suficientemente flexible y sencillo como para proporcionar un clima informal a todos los actos que se celebraron. El programa empezaba con una meditación y luego proseguía con una lectura en inglés de los pasajes de las escrituras llevada a cabo por Su Santidad y su posterior comentario, un diálogo entre los presentes, cánticos y oraciones que finalizaban con una interrupción para la comida, para volver luego a meditar y repetir el mismo proceso durante la tarde. Soy muy consciente de que esta descripción no transmite el talante y el clima emocional en el que discurrió el encuentro. Durante las lecturas y los comentarios, el Dalai Lama se sentaba detrás de una mesa baja flanqueado por dos acompañantes. A su izquierda se hallaba Laurence Freeman con su hábito blanco de benedictino olivetano tomando notas, asintiendo levemente con la cabeza, sonriendo y contemplando curiosamente lo que sucedía, actuando inconscientemente, en suma, como un espejo en el que se reflejaba lo que estaba ocurriendo en la audiencia. A su derecha se sentaba el joven y levemente corpulento Geshe Thupten Jinpa ataviado con sus ropajes granate de monje tibetano, que actuaba como intérprete. Sereno, atento, concentrado y eficaz, traducía casi simultáneamente en un inglés fluido las palabras de Su Santidad. Su modestia, su gracia y su atención al maestro –completamente despojados de todo servilismo– fueron un recordatorio y un ejemplo constante para la audiencia de una concentración y dignidad desinteresada casi perfecta.

Esta disposición y tal vez también el modo de ser y de expresarse del Dalai Lama convirtió un aparente monólogo en un diálogo y, con mucha más frecuencia, en una conversación de tres vías. Ni Dom Laurence ni Jinpa interrumpieron el discurso, pero se vieron espontáneamente integrados cuando Su Santidad se dirigía en una u otra dirección, buscando una reacción, corrigiendo una frase, preguntando inquisitivamente con una elevación de cejas o relajando la tensión con alguna que otra risa. El formato establecido para los diálogos en que se invitaba a subir al estrado a un par de miembros de la audiencia y a formular preguntas, favoreció la interconexión entre pensamientos, idiomas, acentos, edades, géneros, temperamentos y creencias religiosas diferentes sin caer nunca, por ello, en la confusión. En tanto que maestro budista y exiliado, el Dalai Lama se encuentra a gusto con el cambio y tiene la facultad de calmar el nerviosismo con el que los occidentales suelen enfrentarse a los cambios y las situaciones poco familiares. Y, como sucede con todos los grandes maestros, también posee un considerable talento para percatarse de una buena idea que pasa inadvertida para la mayoría y resaltarla.

Se dice que el Dalai Lama es un hombre muy sencillo pero, aunque esta etiqueta pueda parecer un cumplido, resulta difícil disociarla de la actitud condescendiente con que Occidente contempla las religiones y culturas orientales como tradiciones exóticas y filosóficamente primitivas. Su Santidad es muy terrenal, directo, cordial y simpático* y, en ese sentido, puede ser considerado como un hombre muy “sencillo” pero, desde cualquier otra perspectiva, es una persona muy sutil, compleja, rápida, inteligente e instruida. Su presencia enriqueció el diálogo espiritual con tres cualidades muy especiales –tan extrañas en algunos círculos cristianos contemporáneos que estimularon la comprensión y la gratitud de buena parte de los presentes–, como son la valentía, la claridad y la risa. Es por ello que, si en él hay un aspecto benedictino, también debemos resaltar una faceta franciscana salpicada de algún que otro toque jesuita.4

Desde el mismo comienzo del encuentro, el Dalai Lama tranquilizó amablemente a sus oyentes diciéndoles que lo último que quería era “sembrar la menor semilla de duda” entre los cristianos. Una y otra vez, nos recomendó valorar y profundizar en nuestra propia tradición, subrayando que las sensibilidades y las culturas humanas son tan diferentes que no resisten el intento de asumir un enfoque “único” a la Verdad. En este sentido, refutó amable, firme y reiteradamente la idea de que el budismo y el cristianismo sean lenguajes diferentes para referirse a las mismas creencias esenciales. Es cierto que admitió la existencia de similitudes en lo relativo a la ética y al énfasis en la compasión, la fraternidad y el perdón pero, en la medida en que el budismo no reconoce la existencia de ningún Dios Creador ni de un salvador personal, alertó en contra de quienes se denominan “cristianos budistas” afirmando que «no debería tratar de ponerse la cabeza de un yak sobre el cuerpo de una oveja».

A lo largo de las muchas sesiones, lecturas y comentarios sobre complejas cuestiones teológicas y en sus respuestas a las preguntas ocasionalmente difíciles formuladas por los presentes, el Dalai Lama no perdió ni un momento su asombrosa lucidez mental. En cierta ocasión describió las prácticas meditativas a que suele recurrir el budismo mahayana como disciplinas para alejar la conciencia de la “dispersión” y el “letargo” y mantenerla despierta y concentrada. La singularidad de su atención fue precisamente una de las formas en que expresó su respeto por la audiencia. Es extraño que una figura pública, por más que se trate de una figura religiosa, no disponga de comentarios “preparados de antemano”, aunque lo más probable es que haya ocasiones en que el Dalai Lama tampoco sea, en este sentido, ninguna excepción. En cualquiera de los casos, sin embargo, el encuentro puso claramente de relieve a los presentes su compromiso con los Evangelios y una perseverancia e intensidad mental y emocional de las que pocas personas son capaces. Cuando se le preguntó lo que personas de diferentes confesiones podían hacer juntas sin mezclar yaks con ovejas, recomendó el estudio, la meditación y el peregrinaje. Entonces fue cuando se refirió a su visita a Lourdes y relató una experiencia muy singular en la que llegó a arrodillarse espontáneamente y pedir a “todos los seres santos” por la conservación del poder curativo del lugar. Hubo varios momentos como ése, en los que casi podía sentirse latir al unísono a la audiencia, tal vez por el placer y el asombro de una manifestación tan clara del respeto y la firmeza de que es capaz la tradición budista.

En sus reflexiones sobre la transfiguración, Su Santidad esbozó brevemente la visión que sostiene el budismo sobre los milagros y las emanaciones sobrenaturales. Sin el menor indicio de dogmatismo ni de piedad sentimental, evocó una antigua tradición que, durante mucho tiempo, ha logrado integrar un sistema de autodisciplina y de psicología sumamente racional con relatos de experiencias que trascienden los límites usuales de la razón y de la naturaleza. Y, aunque señaló modestamente no haber tenido jamás ese tipo de experiencias, también advirtió que no dudaba de su autenticidad, comentarios que relativizaron siglos de disputas cristianas en torno a los milagros y sus posibles explicaciones.

Su lectura del encuentro entre María Magdalena y Jesús en el relato de la resurrección de san Juan hizo saltar las lágrimas a muchos de los presentes. Y es que, aunque resulte difícil de explicar, algunos dijeron que fue como si hubieran escuchado esas palabras por vez primera, como si un mensajero inesperado les hubiera infundido vida y les hubiera ayudado a cobrar conciencia de la ternura, el misterio y la belleza que ocultan en su interior.

Cuando se les pregunta sobre alguna paradoja filosófica o religiosa inexpresable, los occidentales tienden a asumir una actitud excesivamente grave, pero los budistas disponen de un abanico mucho más amplio de respuestas, entre las que cabe destacar la risa. Al Dalai Lama le gusta contar chistes sobre monjes, yaks, reencarnaciones y visiones pero, muy a menudo, un gesto, una expresión o una simple pausa en el flujo del discurso –que expresa algún tipo de dificultad– le hace estallar de risa. Al finalizar el seminario, cuando casi todo el mundo empezaba a sentir la fatiga de tanta emoción contenida, su excelente intérprete, Jinpa, el joven monje que había mantenido una compostura sobrehumana día tras día, estalló en una risa que sacudió incontrolablemente todo su cuerpo, mientras trataba de traducir una anécdota que acababa de contar Su Santidad. En respuesta a la observación de que algunas personas dicen que no meditan porque están demasiado ocupadas, Su Santidad narró la historia de un monje que había prometido a su discípulo ir un día al campo, pero que siempre estaba demasiado ocupado para cumplir su promesa. Cierto día en que vio un séquito funerario portando un cadáver preguntó a su discípulo: «¿A dónde van?». La respuesta de éste, que Jinpa tardó cinco minutos en poder verbalizar –el tiempo que necesitaron ambos para recuperar la compostura–, fue: «Al campo».

Para muchos cristianos, ir a la iglesia y asistir a congresos ecuménicos no tiene nada que ver con “ir al campo”, pero es evidente que los festejos y las celebraciones forman parte del simbolismo y de la realidad del cristianismo, como de cualquier otra religión. Es por ello por lo que escuchar los comentarios del Dalai Lama en torno a los Evangelios fue un auténtico festín. Lo que más impresionó y sorprendió a los presentes fue la facilidad con la que “ese extranjero” llegaba a su corazón, como si el exilio hubiese conferido a alguien que no tiene más autoridad sobre los cristianos que la que dimana del Espíritu, la capacidad de enseñar a personas de cualquier confesión las riquezas de su propia tradición.

ROBERT KIELY

Cambridge, Massachusetts