{Portada}

Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2010 Pamela Brooks. Todos los derechos reservados.

PERFUME PERSONAL, N.º 1827 - diciembre 2011

Título original: Champagne with a Celebrity

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-113-1

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo Uno

«Habrá que esperar». Ésa era la frase que Guy había llegado a detestar más. ¿Cómo iba a ser paciente con algo que podía cambiar su mundo? Sin embargo, era la tercera opinión médica en otros tantos meses. Que tuviera que esperar a ver si recuperaba el olfato podía ser un consejo aceptable para casi todo el mundo, pero no para un perfumista. Guy no podía hacer su trabajo sin olfato.

Llevaba tres meses disimulándolo, pero alguien acabaría descubriéndolo y todo se complicaría mucho. Philippe, su socio, quería aceptar la oferta de una gran empresa para comprarles la casa de perfumes, pero Guy se había resistido porque quería que siguieran centrados en sus clientes y seguir ayudando a los proveedores locales. Sin embargo, aquello le daría argumentos a Philippe. ¿Cómo iba a ser posible que Perfumes GL siguiera cuando su creador había perdido la «nariz»?

Había confiado en que ese último especialista hubiese podido ofrecerle algo que no fuese esperar porque la única explicación era un virus.

Había soportado un tubo con una cámara metido por la nariz y había pasado horas rebuscando posibilidades por Internet. Aun así, sólo le decían que tenía que esperar a ver. Peor aún, el especialista había añadido que podía tardar tres años en recuperar el olfato… o no recuperarlo del todo. ¿Tres años? La perspectiva de esperar tres años era una tortura. Además, era imposible. Si la casa de perfumes no elaboraba fragancias nuevas, no podrían competir en el mercado y todo el mundo perdería el empleo. Sus empleados habían confiado en él y creído en sus sueños incondicionalmente. ¿Cómo iba a defraudarlos?

Sólo podía contratar a alguien para que fuese la «nariz» de la casa de perfumes en vez de él. Entonces, sus funciones cambiarían. Tendría que ocuparse más de la administración y el marketing en vez de elaborar nuevas fragancias en el laboratorio. Contratar a otro perfumista significaría que la casa de perfumes podría seguir adelante, pero también significaría que pasaría a ser un empleo. Viviría la mitad de su vida sin poder hacer lo que más le gustaba, lo que conseguía que estuviese feliz de vivir. Sabía que era egoísta, pero no creía que pudiese soportarlo.

Afortunadamente, había terminado la fórmula de su nuevo perfume antes de perder el olfato. Eso le daría un margen de algunos meses para que se arreglara lo que le hubiese pasado a su nariz. Tenía que olvidarse de todo aquello para poder ser el Guy Lefèvre sonriente y afable, el padrino de la boda de su hermano. No iba a dejar traslucir que su vida estaba convirtiéndose en una pesadilla, no iba a amargar la felicidad de Xav y Allie con su propia desdicha.

–Sonríe como si fuese sinceramente –se ordenó a sí mismo.

Además, debería estar cortando rosas para los arreglos florales de la mesa y no haciendo llamadas desde su teléfono móvil.

–Sheryl, es maravilloso. Como me había esperado que fuese un château francés. ¿Recibiste la foto? –preguntó Amber.

–Sí. Todo lleno de ventanas altas y piedra antigua.

–Está un poco abandonado por dentro –reconoció Amber–, pero puede arreglarse si se cambian las cortinas raídas, se pintan las paredes y se pulen los suelos.

–¿Vas a convencer a Allie para que te lo preste y dar una fiesta? –le preguntó Sheryl.

–Estoy tentada. ¿Cuánta gente crees que estaría dispuesta a pagar por pasar un fin de semana en Francia?

–No puedo creerte. Deberías estar divirtiéndote en una boda y estás buscando sitios para celebrar un posible baile benéfico.

–Sí. Es maravilloso. La cocina es increíble. Tiene suelo de terracota, armarios hechos a mano, sartenes de cobre relucientes y una mesa de madera gastada.

–Menos mal que los periodistas no pueden oírte –bromeó Sheryl–. Si se enteraran de que a Bambi Wynne, la juerguista, le gusta la vida hogareña…

–Menos mal que tú tampoco vas a decírselo –replicó Amber porque sabía que su amiga no la traicionaría con la prensa.

Dejó a un lado la idea de que le gustaría la vida hogareña y sentar la cabeza con una familia. Era absurdo. Llevaba una vida fabulosa que envidiaría casi todo el mundo. Tenía un piso precioso en Londres, amigas para salir a cenar o ir de compras e invitaciones a fiestas. Disponía de su tiempo y si le apetecía ir de compras a París, se montaba en un avión sin tener que preocuparse. Se llevaba bien con su familia, ¿por qué iba a tener que limitarse?

–Y esta rosaleda… Nunca había visto tantas rosas. Pasear por aquí es fabuloso. Es como beber rosas cada vez que respiras –buscó una rosa, la cortó y la olió–. Es el olor más maravilloso del mundo.

Guy dio la vuelta a la esquina y se quedó atónito. ¿Era Vera? Era imposible que Xav hubiera invitado a su ex a la boda. Aunque Allie la conocía por el trabajo, dudaba que fuesen amigas. Allie no era presuntuosa y su exesposa era como una diva exigente y egocéntrica. Fue un necio porque el corazón le dominó la cabeza y no vio cómo era de verdad antes de casarse.

Entonces, la mujer se dio la vuelta y Guy soltó el aire que había contenido. No era Vera aunque se parecía a ella. Era alta y esbelta, con unas piernas infinitas y el mismo pelo largo con rizos morenos y estaba seguro de que debajo de las gafas de sol se ocultaban unos ojos azules y enormes. Era una de las invitadas a la boda. Sería una amiga de Allie porque parecía sacada de una revista; iba impecable aunque llevara unos vaqueros y una camiseta. Además, hablaba muy contenta por el teléfono móvil mientras paseaba entre las rosas. Parecía completamente despreocupada. Entonces, se detuvo y cortó una de las rosas. Eso era intolerable. No le importaba que la gente paseara por su jardín, pero sí le importaba que cortaran sus rosas. Se acercó a ella.

–Discúlpeme.

–Tengo que dejarte, te llamaré luego –dijo ella por teléfono antes de colgar y sonreírle–. Perdone. ¿Quería algo?

–¿No cree que debería preguntar antes de cortarla? –preguntó él señalando la rosa cortada.

–Es preciosa –contestó ella–. No creo que a Xav y a Allie les importe que me lleve una rosa para mi habitación.

–No es su jardín –replicó él–. Es mío.

–Ah… entonces, le pido perdón –ella esbozó otra sonrisa–. Creo que ya es un poco tarde para pedirle permiso…

Ella se levantó las gafas de sol y Guy notó que todo el cuerpo se le ponía en tensión. No tenía ojos azules. Eran muy marrones y enormes. Tenía que ser la mujer más hermosa que había conocido, incluidas las que conoció mientras estuvo casado con una supermodelo. Además, ella lo sabía porque inclinó ligeramente la cabeza para oler la rosa sin dejar de mirarlo. Fue una pose perfecta que se pareció mucho a la típica de su ex.

–Es un olor increíble…

Él lo sabía, pero no podía olerlo.

–Sí –confirmó él entre dientes.

–No creí que las rosas siguieran floreciendo a finales de septiembre –ella volvió a sonreír–. Aunque esto es el Mediterráneo… o cerca.

Sabía que tenía que ser educado. Era una invitada y no tenía la culpa de que no pudiese oler ni de que le recordase a Vera. Sin embargo, estaba volviéndose loco porque no podía resolver los dos mayores problemas de su vida y por la tensión de ocultárselos a las personas que más quería.

–Si no sabe dónde está, mírelo en un mapa y no estropee más mis rosas.

Guy se dio media vuelta y se marchó. Amber se quedó mirando la espalda del hombre que se alejaba. ¿Qué había hecho? ¿Eran rosas de concurso y él era el jardinero? Eso explicaría que hubiese tantas rosas por allí. Sin embargo, los mejores jardineros tenían muchas variedades distintas. La mayoría de esas rosas parecían iguales, eran color crema por el centro y acababan de un carmesí intenso por los bordes. Además, ¿qué había querido decir con eso de que era su jardín? Sería del château, aunque era posible que fuese el jardinero desde hacía mucho tiempo y lo considerase como suyo. Tanta ira por una rosa… Era un disparate.

Aun así, tenía cierto remordimiento. Él tenía razón en una cosa: era una invitada y tendría que haber pedido permiso para cortar una rosa. Le preguntaría a Allie quién era el jardinero sexy y si sonreía alguna vez. Aunque había estado antipático, se había dado cuenta de que era impresionante. Tenía el pelo rubio, una boca que prometía pasión y un cuerpo que cortaba la respiración.

Puso los ojos en blanco. Llevarse una rosa sin permiso había sido un error, seducir al jardinero de su amiga sería excesivo. Además, después de ese artículo de Celebrity Life que contaba todos los novios que había tenido, lo que habían durado y cómo la habían dejado, había decidido olvidarse de los hombres una temporada.

Volvió a su habitación, llenó el vaso del cuarto de baño, puso la rosa y lo dejó en la mesilla. Ese cuarto era maravilloso. Efectivamente, las paredes necesitaban una mano de pintura, las cortinas de damasco dorado estaban descoloridas y la alfombra un poco raída, pero la cama con baldaquino era regia y tenía una vista increíble de la rosaleda. Era muy afortunada por tener una amiga que podía invitarla a un sitio tan increíble.

Bajó a la cocina. Allie estaba sentada a la mesa con alguien que no había visto desde hacía siglos y a quien reconoció al instante.

–¡Gina! –Amber abrazó a la diseñadora y la besó en las dos mejillas–. ¿Cuándo has llegado?

–Me bajé del taxi hace diez minutos.

–Deberías haberme mandado un mensaje. Podría haber ido a buscarte. Da igual –volvió a abrazarla–. Me encanta verte.

–El café está caliente si quieres un poco –comentó Allie.

–Sí, gracias –ella se sirvió una taza–. Por cierto, Allie, lo siento, pero me temo que acabo de enojar a tu jardinero.

–¿Mi jardinero? –preguntó Allie con asombro.

–Me pilló cortando una de las rosas. Se enfadó conmigo.

–No tengo jardine… –Allie frunció el ceño–. ¿Era alto, rubio e impresionante?

–Alto y rubio, sí –Amber vaciló–. Sería impresionante si no tuviese cara de cuerno.

–Guy nunca tiene cara de cuerno –replicó Allie.

–¿Quién es Guy? –preguntó Amber.

–El hermano de Xav. Éste es su château.

–Entonces, le debo una disculpa.

–Lo siento, es culpa mía. Debería haberte avisado de que no se pueden tocar sus rosas.

–¿Es un especialista en jardinería?

–Es perfumista. ¿Has oído hablar de Perfumes GL? Ése es él, Guy Lefèvre.

–¿Perfumes GL? Hacen un gel de ducha fantástico. El cítrico –intervino Gina–. Salió la otra semana en Celebrity Life.

–Ni los mentes –gruñó Amber.

–Te dieron un buen repaso el mes pasado, ¿verdad?

–¿Puede saberse cómo se enteraron de que Raoul me dejó con un mensaje de texto? Estoy segura de que pincharon mi móvil.

Raoul le hizo mucho daño. Había creído que él era distinto, que podría ser el definitivo, pero resultó ser otro de los mentirosos y majaderos con los que siempre acababa saliendo.

–Hablemos de algo más agradable. Entonces, son sus fragancias, ¿no?

–Sí –contestó Allie–. Fue el primer aroma que Guy hizo para la casa de perfumes. Además, Gina, sé que quiere hablar contigo porque le gustan las etiquetas que nos hiciste. Dijo algo de un proyecto nuevo.

–¿De verdad? Me encantaría trabajar con él –dijo Gina con entusiasmo–. Sería fantástico poder participar en el diseño del envoltorio de un perfume nuevo.

Xav entró en la cocina, abrazó a su futura esposa y la besó.

–¿Has visto a Guy?

–No, aunque estábamos comentando que es un genio de los aromas –contestó Allie.

–Entonces, seguramente se haya refugiado en su laboratorio –comentó Xav–. Será mejor que vaya a sacarlo de allí porque tenemos una cita con una barbacoa.

–¡Claro! –exclamó Allie–. Será mejor que nos pongamos con las ensaladas.

–Cuenta conmigo para cocinar –se ofreció Amber–. Empecemos por lo más importante: ¿qué hay de postre?

–¿Postre? –Allie abrió los ojos como platos–. Me he olvidado del postre. Iré al pueblo y compraré algo en Nicole. Hace las mejores tartas de manzana del mundo.

–Yo podría hacer el postre –se ofreció Amber–. Hice uno increíble para el último baile. ¿Hay algún sitio donde vendan frambuesas y fruta de la pasión?

–En la tienda de Nicole –contestó Allie.

–Muy bien, allí voy. Allie, ¿podrías camelar a tu aterrador cuñado y sacarle tres rosas?

–¿Seguro que no te importa?

–Claro que no. ¿Se necesita algo más?

–No.

Amber no tardó en comprar los ingredientes que necesitaba, volvió al château y se dispuso a empezar.

–Eres maravillosa –se lo agradeció Allie sacando las tres rosas–. Yo he conseguido lo que pediste.

–Fantástico. Voy a jugar un poco.

Amber pintó los pétalos con clara de huevo, los espolvoreó con azúcar molido y los dejó a secar mientras Gina y Allie se ocupaban de las ensaladas. También hizo merengue y el relleno.

–Tengo que juntarlo en el último minuto. Lo haré cuando la gente haya terminado casi de comer, ¿de acuerdo?

–De acuerdo –repitió Allie dándole un abrazo–. No entiendo que Celebrity Life te ponga como si fueses una insustancial. No tienen ni idea de cómo eres.

Amber sabía perfectamente por qué lo hacían. Había rechazado una cita con uno de sus periodistas y él se había sentido ofendido. En consecuencia, el deporte favorito de la revista parecía ser el acoso y derribo de Amber. Había intentado no hacer caso, pero empezaba a fastidiarle. Lo mejor era aguantar hasta que alguien hiciera algo indiscreto y se olvidaran de ella.

–¿A quién le importa Celebrity Life? –preguntó Amber en tono despreocupado mientras sacaba un cesto con pan a la terraza.

Xav ya estaba preparando cosas en la parrilla y Guy servía vino a los invitados que iban a quedarse en el château. Le dio una copa en silencio y ella pensó que era el momento de arreglar las cosas. Se había equivocado al cortar la rosa y no quería que hubiese tensión en la boda de Xav y Allie.

–Guy, por favor, ¿podemos hablar un momento?

–¿Por qué? –preguntó él con cautela.

–Te debo una disculpa por cortar la flor. Además, ni siquiera tuve la cortesía de presentarme. Sé tu nombre y que eres hermano de Xav. Yo soy Amber Wynne. Encantada de conocerte.

Ella le tendió la mano y creyó por un momento que él iba a rechazarla, pero la tomó y se la estrechó. En cuanto sus pieles se tocaron, sintió una descarga de deseo tan intensa que la dejó pasmada. A juzgar por la sorpresa que se reflejó en sus ojos, a él le había pasado lo mismo. Interesante, pero se había olvidado de los hombres. Su vida amorosa era desastrosa y había decidido descansar durante seis meses.

–Yo también te debo una disculpa –dijo él para sorpresa de ella–. Eres una invitada y no debería haberte regañado. Mi única excusa es que me pillaste en un mal momento.

–Y que las rosas son esenciales para ti. Pensé que eras el jardinero, pero creo que las cultivas para tus perfumes, ¿no?

–Sí… –contestó él con cierta sorpresa.

–¿Te importa? –ella señaló hacia una silla que había a su lado y se sentó–. Tienes un jardín y una casa preciosos. Muchas gracias por invitarme.

–Todas las amigas de mi futura cuñada son amigas de la familia.

Guy se había preparado para no gustar a Amber porque le recordaba a Vera, pero tenía una calidez muy natural y se encontró relajado. Cuando lo animó a que le hablara más de sus rosas, él llegó a creer que podía olerlas en la piel de ella. Era imposible, pero lo intrigó… y lo atrajo. Una atracción que neutralizaría mientras su vida fuese un caos y tuviera que emplear toda su energía en luchar contra la amenaza a su profesión. Además, ella había ido sólo a la boda y lo más probable era que sus caminos no volvieran a cruzarse.

Cuando Allie y Gina empezaron a recoger, Amber se levantó para ayudarlas, algo que Guy no había esperado. Vera se habría considerado una invitada, no alguien que ayudara a servir.

–Soy la encargada del postre –comentó ella como si le hubiera leído el pensamiento.

Y menudo postre. Amber volvió con una fuente con dos círculos de merengue rellenos con frutas y cubiertos por los pétalos azucarados y semillas de fruta de la pasión.

–Para eso quería Allie las rosas –comentó él cuando ella le llevó un trozo.

–Lo siento, pero eran perfectos para esto, de color crema por el centro y rosas por el borde.

–Has debido de tardar un buen rato en azucararlos.

–Los detalles son importantes –comentó ella.

–Y tú les prestas atención.

Tampoco se había esperado eso. La había etiquetado de diva descuidada. ¿Cómo había podido equivocarse tanto?

–Tiene muy buena pinta. ¿Eres cocinera? –siguió él.

–Me gusta la cocina, pero para ser cocinera hay que trabajar mucho. No es lo mío.

–¿Qué es lo tuyo? –preguntó él con curiosidad.

–Organizo fiestas.

–¿Organizas fiestas? –preguntó él sin dejar de parpadear.

–Así conocí a Allie. Vino a una de mis fiestas y nos hicimos amigas.

–Eres una de esas chicas que van de fiesta en fiesta.

–Mmm… Pero no te creas todo lo que leas de mí en las revistas.

–¿Sales mucho en las revistas?

Aunque la cara le parecía conocida, no sabía por qué. Ojeaba las noticias económicas en Internet y, naturalmente, no leía las páginas de cotilleo. La única vez que veía una revista de famosos era cuando se la mandaban porque decía algo sobre Perfumes GL. Una de las cosas que desesperaba a Philippe, su socio, era que se empeñara en que los lanzamientos de los productos fuesen discretos. Sin embargo, ya había padecido bastante a las revistas y no iba a permitir que se metieran en su vida otra vez.

–Es la preferida de la revistas, nuestra Bambi –comentó Gina cuando apareció.

–¿Bambi? –preguntó él sin poder evitarlo.

–Sí. Es por los inmensos ojos marrones y las piernas interminables. Si no fuese tan buena, la odiaríamos por ser tan guapa. Podría ponerse un saco y conseguiría ser elegante. La vida es injusta.

–Gracias, Gina –replicó Amber entre risas–, pero el mérito es de los genes de mi madre. Además, si me dejaras sacarte de tu uniforme negro porque eres artista, te pondría algo de color para resaltar tu cutis, tu pelo castaño y esos ojos maravillosos. Tendrías una fila de hombres que llegaría hasta París.

–Imposible. Soy una artista –replicó Gina con una sonrisa.

–Es inútil –comentó Amber–. Díselo, Guy. Es impresionante.

–Es impresionante –dijo Guy.

Gina era guapa, pero Amber era increíble, a su lado, las demás mujeres parecían anodinas.

Eso lo inquietaba. Ya perdió la cabeza por una mujer impresionante que salía en la revistas. Se casó con ella al cabo de un mes y se había arrepentido desde entonces. Pero no tenía intención de salir con Amber. Aunque no le recordase al mayor error que había cometido en su vida, no estaba buscando tener una relación cuando su vida era un desastre. Tenía que concentrarse en encontrar una cura a la pérdida del olfato.

–¿Me ayudas con el café? –le preguntó Gina.

–Claro. Discúlpame, Guy. Lo he pasado muy bien charlando contigo. Hasta luego.

Ella se marchó y el rincón de la terraza perdió todo su brillo. Guy se zarandeó a sí mismo. Ella no era su tipo y estaría loco si pensaba otra cosa.

Capítulo Dos

A la mañana siguiente, Amber se despertó antes de que sonara el despertador. Se duchó y fue a la cocina. Allie y Gina ya estaban allí desayunando. Las acompañó y luego les pintó las uñas, las maquilló y las peinó mientras preguntaba por las diferencias entre una boda francesa y otra inglesa.

–Entonces, hay dos ceremonias; la oficial, en el Ayuntamiento, donde llevas un traje de chaqueta y la religiosa, en la iglesia y con vestido blanco.

–Efectivamente –confirmó Allie.

–Allie, cuando te vea Xav, no va a poder contenerse las ganas de llevarte a su cama –comentó Amber al mirarla.

–Estás increíble –confirmó Gina–. Radiante.

–Eso es lo que se dice a todas las novias –replicó Allie desdeñosamente.

–Pero es verdad –insistió Amber.

Amber sofocó un ligero ataque de melancolía; era absurdo. En ese momento, no quería salir con nadie y mucho menos casarse.

Guy miró a Amber, que estaba saliendo del château. El día anterior, con vaqueros y camiseta, había estado impresionante, pero arreglada era increíble. Llevaba un vestido de seda dorada con tirantes muy finos y sandalias a juego y el pelo recogido en un moño y sujeto con horquillas terminadas en perlas.