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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

www.harlequinibericaebooks.com

 

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Pack Jeque, el amante perfecto, n.º 59 - febrero 2015

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6180-0

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

Créditos

Índice

La secretaria del Jeque

Portadilla

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Epílogo

El hechizo del jeque

Portadilla

CapÍtulo 1

CapÍtulo 2

CapÍtulo 3

CapÍtulo 4

CapÍtulo 5

CapÍtulo 6

CapÍtulo 7

CapÍtulo 8

CapÍtulo 9

CapÍtulo 10

Dos mundos diferentes

Portadilla

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Epílogo

Ardiente noche

Portadilla

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

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Capítulo 1

 

 

Te interesaría tener una amante? —preguntó tranquilamente Kiley Hendrick.

El príncipe Rafiq de Lubia miró a la mujer que tenía sentada delante. Había pensado que la mayor sorpresa de ese lunes sería encontrarse a Kiley sentada a su mesa cuando se suponía que estaba de luna de miel.

Se había equivocado.

—¿Hablas de ti misma? —preguntó él.

Ella asintió sin dejar de mirar los papeles que sujetaba encima del regazo.

No había visto a su secretaria en cinco días. Se había tomado unas vacaciones la semana anterior para preparar su inminente boda.

—Entiendo que la boda del sábado no ha sido un éxito —dijo él.

—No hubo ninguna boda —alzó la cabeza y lo miró—. Eric y yo ya no estamos juntos.

—Ya.

Rafiq dirigió la mirada a las manos de Kiley y vio que ya no llevaba el modesto anillo de brillantes en la izquierda. Una ligera hendidura en la pálida piel era la única prueba de que allí había habido algo.

—Sé que en este momento estás en un período de… seducción y conquista —dijo ruborizándose—. Como mando los regalos y las cartas de despedida, sé que acabas de romper con… —apretó los labios como si no estuviera segura de continuar.

—En efecto, ya no veo a Carmen —la ayudó a terminar él.

—Eso suponía. Y dado que normalmente tienes una o dos candidatas esperando su oportunidad, me preguntaba si me considerarías a mí. Aunque no sea de tu tipo habitual…

¿Tenía un tipo habitual?

—¿Es decir…?

Kiley aflojó la mano con que apretaba los papeles y se movió en la silla.

—Glamurosa, guapa, sofisticada… Yo no estoy mal, pero no llego a su nivel. Claro, que sólo me has visto con la ropa del trabajo. Cuando me arreglo estoy mejor. Soy inteligente, tengo sentido del humor —se detuvo y se mordió el labio inferior—. Nunca había tenido una conversación semejante. No sé lo que buscas cuando eliges a una mujer para… bueno, para eso.

—¿Para la cama?

El rubor volvió a sus mejillas. Tragó saliva pero no apartó la mirada.

—Sí, eso, para tu cama.

Rafiq tampoco había hablado nunca así de abiertamente sobre ese tema. Se recostó en la silla y reflexionó sobre lo que buscaba en una amante.

—Evidentemente busco algo de belleza física —dijo más para sí mismo que para ella—, pero eso es menos importante de lo que se podría pensar. Exijo inteligencia y humor. No hay que hacer el amor todo el tiempo que se está despierto. Hay mucho tiempo para conversar —pensó en las exigencias de Carmen—. El buen carácter es incluso deseable.

—Me conoces desde hace dos años —le recordó ella—. Nunca me enfado.

—Es cierto.

Nunca se había enfadado. Era eficiente, organizada y muy responsable en el trabajo, pero como amante…

Kiley era atractiva y tenía que reconocer que disfrutaba viéndola moverse, pero siempre lo había considerado simplemente un extra. Las mujeres guapas y sensuales eran fáciles de encontrar. Una secretaria excelente, no.

La postura más adecuada era agradecer amablemente la oferta y después declinarla.

—Tendría sus ventajas —dijo ella tratando de convencerlo—. Entiendo tu trabajo. Podríamos comentarlo si quisieras. Además no me importaría que tuvieras que quedarte en la oficina hasta tarde.

—Sobre todo porque estarías trabajando conmigo —dijo él preguntándose por qué sería aquello tan importante para ella.

¿Qué había llevado a la habitualmente reservada Kiley a plantear un petición tan, como mínimo, atrevida?

—Sí, también está eso —se aclaró la garganta—. No sé qué más decir. Sólo espero que lo consideres.

Nunca se le había acercado ninguna mujer así de abiertamente. Hasta ese momento hubiera apostado una buena parte de su fortuna a que ella no era de la clase de mujeres interesadas en una aventura. Y lo seguía creyendo.

—¿Por qué quieres hacer una cosa así? —preguntó él.

—Por venganza —dijo con un gesto de dolor en la mirada.

—Una noble causa. Supongo que tiene algo que ver con tu prometido.

—Sí, con Eric.

Hizo una pausa como si estuviera considerando cuánto contarle. Rafiq podía imaginarse a grandes rasgos lo que había ocurrido, pero quería oírlo de ella. Quería poder sopesar sus sentimientos e intenciones.

Mientras ella buscaba las palabras, la miró detenidamente. No miró a la secretaria siempre dispuesta que se anticipaba a sus deseos y hacía que su vida fluyera con suavidad, sino a la mujer.

Era de altura media, entre un metro sesenta y cinco y un metro setenta. El pelo dorado, del color de las playas del norte de Lubia, lo llevaba cortado en capas. Sus grandes ojos dominaban el rostro. Ya había apreciado cómo brillaba o se oscurecía su profundo azul en función de los cambios de humor. Siempre había sido capaz de saber si estaba molesta con él.

Tenía una estructura delicada, con huesos pequeños y unas curvas que le intrigaban. En ese momentos observó la ligera redondez de los pechos y la forma de las pantorrillas por debajo del borde de la falda hasta la rodilla.

Era atractiva, pensó. Fácil de tratar. Nunca gritaba ni lo molestaba. Como todas las demás mujeres con las que se relacionaba, quería algo de él. Aunque, a diferencia de las demás, había tenido la sinceridad de decírselo.

Pero ¿quería él acostarse con ella?

—Me ha engañado —dijo Kiley reprimiendo las lágrimas—. Supongo que ya lo sabías. Me ahorró el tópico del novio que se acuesta con la dama de honor y mejor amiga de la novia, pero hizo lo mismo de otro modo. Se ha liado con la mayor parte de las mujeres de su clase de la facultad de derecho, sus vecinas, mi vecina y muchas más. Ha hecho proposiciones a dos de mis mejores amigas. En su momento, trataron de decírmelo, pero no las escuché. Estúpida.

Hablaba con tranquilidad, como si sus palabras no significaran nada, pero Rafiq podía notar el dolor en su voz, verlo en sus ojos.

—¿No las creíste? —preguntó él.

Negó con la cabeza.

—Estaba loca por él hasta el viernes pasado por la mañana cuando me lo encontré con una mujer de su grupo de estudio —parpadeó para contener las lágrimas—. Y eso no fue lo peor. Fue a verme después y me dijo que eso no significaba nada —tragó—. Nunca ha sido muy original. Me dijo que lo hacía por mí. Que quería tratarme con veneración y respeto. Que así mantenía esa faceta de sí mismo alejada de mí —miró a Rafiq—. Mi idea de lo que es amar a una persona, de sentir veneración, no es engañarla una y otra vez.

—Has suspendido la boda.

Rafiq había pensado asistir a la ceremonia, pero le había surgido un compromiso de última hora fuera de la ciudad y había tenido que disculpar su asistencia.

—Eric estaba conmocionado, ¿puedes creerlo? —dijo Kiley—. Realmente pensaba que iba a casarme porque la boda era al día siguiente, teníamos doscientos cincuenta invitados y estaba todo pagado. Pero me di cuenta de que yo lo amaba y él a mí no. Casarnos sólo hubiera empeorado las cosas. Así que suspendí la boda —dejó caer la cabeza y miró los papeles del regazo—. Mi madre y yo llamamos a los invitados, pero no pudimos contactar con todos, así que a la mañana siguiente me fui a la iglesia a comunicárselo a los que estaban allí —respiró hondo—. Fue horrible.

—¿Tú? ¿Eric no?

—No, se quedó con los billetes de la luna de miel y se fue a Hawai con la chica de la semana. Espero que les salga un sarpullido por las medusas.

El coraje de Kiley sorprendió a Rafiq. Podía haber mandado a alguien de la familia a la iglesia, pero había ido ella personalmente.

—¿Por qué yo? —preguntó Rafiq.

Por primera vez desde que había llegado a la oficina, en el rostro de Kiley se dibujó una sonrisa.

—Eres un príncipe, Rafiq, eso te hace el mejor candidato posible.

—Ya —hizo una pausa—. Eric ha empezado a trabajar con la firma de abogados que me lleva los asuntos legales. Puede que asista a alguno de los mismos actos que yo. Como mi amante, asistirías conmigo.

—Exacto. A Eric no le gustas —añadió—. Creo que es celoso. Ha tratado varias veces de que dejara el trabajo. Hablaba de las mujeres de tu vida como si fuesen fulanas o algo así, pero empiezo a pensar que era envidia. Quiere lo que tú tienes. O a lo mejor quiere ser tú. No lo sé ni me importa, pero estoy segura de que verme a mí como amante tuya le destrozará.

Rafiq sopesó sus palabras. Sólo había visto al prometido de Kiley un par de veces. No se había formado ninguna opinión sobre ese hombre hasta ese momento.

—¿Quieres verlo destrozado?

Ella asintió.

—Después me gustaría marcharme y olvidarme de que ha existido —lo miró—. Hay otra razón por la que he recurrido a ti. Eres un buen hombre. Nunca tratarías a una mujer como Eric me ha tratado a mí. Simplemente terminas las cosas sin mentiras.

Esa valoración de su carácter le pareció interesante. Podía nombrar al menos a veinte personas que hubieran dicho que era el mayor canalla del mundo. Pero ella tenía razón: nunca había mentido a ninguna mujer. Nunca se había rebajado al engaño.

¿Estaba considerando su oferta? ¿Quería que Kiley fuera su amante? No le importaría acostarse con ella, a pesar de las complicaciones. Le gustaba. La proposición tenía posibilidades.

—Hay cuestiones logísticas que considerar —dijo él—, si seguimos adelante con esto.

Estaban discutiendo las cosas con tanta calma, pensó Kiley más que sorprendida por el curso de los acontecimientos. Estaba deseando reconocer que todavía estaba insensibilizada emocionalmente por la conmoción provocada por la traición de Eric, pero, aunque había pensado mil veces en cómo discurriría esa conversación, nunca hubiera imaginado que sería de un modo tan racional. A lo mejor esa clase de cosas le ocurrían constantemente a Rafiq, pero para ella era la primera vez. Aun así, estaba decidida. Podía perdonar muchas cosas, pero no la traición a ese nivel. Nunca.

Pensar en que Eric había intentado hacerla sentirse culpable por disfrutar de su trabajo con Rafiq mientras él la estaba engañando hacía que sintiera gañas de empezar a tirar cosas.

Eric se había quejado porque Rafiq les había regalado un costoso juego de cristal de Baccarat. Un regalo que había empaquetado y llevado a la oficina para devolvérselo.

—Tú eres el experto —dijo Kiley—. Te toca a ti hacer la lista.

—Por supuesto —sonrió él—. Lo primero es definir lo que acarrea la relación.

Era la primera vez que iba a ser una amante, pero estaba segura de que las normas tenían que ser sencillas.

—Pensaba que sería casi sólo sexo —dijo y después se arrepintió al ver cómo Rafiq alzaba las cejas.

—La disponibilidad sexual está asegurada —dijo él—. Tú tienes que estar tan disponible como yo y viceversa.

¿Él estaría a su disposición? «Interesante», pensó. Aunque no podía imaginarse a sí misma llamando por teléfono y diciéndole que se desnudara y estuviera listo.

—También está el asunto de la fidelidad —continuó él—. Durante el tiempo que estemos juntos, no puede haber otro hombre en tu vida ni otra mujer en la mía.

—Eso es fácil —dijo ella—. No soy infiel.

—Considéralo detenidamente —advirtió Rafiq—. El corazón es un órgano al que le gusta llevar la contraria. Tu objetivo es castigar a Eric y ponerlo celoso. Durante el transcurso de nuestra aventura él puede tratar de recuperarte. Según los términos de nuestro acuerdo, eso no estaría permitido.

—No tienes que preocuparte por eso. No hay nada que Eric pueda hacer o decir que pueda hacerme cambiar de idea: es un gusano mentiroso.

Rafiq no parecía muy convencido. Kiley sabía que no importaba lo que pensara. Eric era su problema. Aún no podía sentir debido a la incredulidad que la había inundado cuando había entrado en el apartamento de él. Le había dado las llaves unas semanas antes, pero nunca las había utilizado, no le había parecido bien. Pero el día antes de su boda había decidido darle una sorpresa y llevarle el desayuno. La cuestión era que él no había sido el único sorprendido.

Seguía conmocionada. Habían pasado tres días y la verdad sobre lo acontecido apenas había empezado a salir a flote. Una parte de ella estaba contenta. Seguía esperando el momento en que el dolor la golpeara con fuerza.

—Está además la cuestión de que trabajamos juntos —dijo Rafiq—. Eres demasiado eficiente como para dejarte llevar.

—No hay problema. Quiero mantener el empleo. Tengo que devolverles a mis padres todo el dinero que me prestaron para la boda. Tengo ya casi todo. Me pagas muy bien y he estado ahorrando para poder dar una buena entrada para la casa. Estamos en Los Ángeles y las casas son caras, así que he ahorrado cada céntimo. Quería devolvérselo todo, pero no me han dejado, dicen que podría comprarme un piso. A lo mejor tienen razón, sólo que… —se dio cuenta de que estaba divagando—. Perdona. La cuestión es que necesito el dinero.

Rafiq la miró fijamente.

—¿Qué? —preguntó ella pasándose la lengua por los dientes por si tenía algo pegado.

—¿Quieres devolver a tus padres el dinero de la boda? —preguntó él.

—Por supuesto. Han sido miles de dólares para nada. Yo elegí a Eric, yo era la que quería casarse con él. Así que es responsabilidad mía.

Sus padres no estaban de acuerdo con que fuera culpa suya, pero tampoco les sobraba el dinero. Su padre se jubilaría en pocos años y su madre tenía un empleo a tiempo parcial.

—Y ya que abordamos el asunto —dijo ella—. Si seguimos adelante con esto, no quiero andar con misterios en el trabajo. Tendremos que mantener la vida personal separada de la laboral. La gente seguramente lo descubrirá, pero yo no quiero hacer alarde de nada.

—De acuerdo.

—Y cuando se acabe, no podrás despedirme.

—Te doy mi palabra. Aunque si trabajar juntos nos resulta incómodo, te buscaré otro puesto que te guste. Si te quedas aquí, no mencionaré el asunto jamás.

«Aceptable», pensó ella.

—No será incómodo —dijo Kiley. Buscaba venganza, no un nuevo novio, y aun así era la experiencia más surrealista de su vida—. Todo irá bien.

—¡Que halagador! —murmuró Rafiq.

—¿Qué?

—Nada. Además de la parte sexual de la relación, espero que me acompañes a algunos eventos sociales.

—Ésa es la parte que más deseo —dijo ella con una sonrisa—. Quiero que nos vean y que se entere Eric.

La expresión de Rafiq no cambió, pero Kiley tuvo la sensación de haber dicho algo inadecuado. Recordó sus palabras y se dio cuenta de que quizá no habían sido muy halagadoras.

—Por supuesto, estoy realmente excitada con la idea de acostarme contigo —añadió haciendo que los dos se sintieran incómodos.

—Ya lo veo.

Kiley deseó darse un cabezazo contra la mesa, pero preguntó:

—¿Lo he estropeado todo?

—No. Ofreces algo único. Una relación sincera en la que los dos obtenemos lo que queremos. No hay fingimientos ni excesivos sentimientos.

—¿Y a ti te parece bien?

—Perfecto. Creo que un período de tres meses satisfará las necesidades de los dos.

—Me parece bien —dijo ella. En tres meses Eric seguro que habría descubierto la aventura.

Deseó que enterarse de la noticia lo deshiciera tanto como descubrir la verdad sobre él la había deshecho a ella.

—Bien —dijo Rafiq y se puso de pie—. Sólo queda un detalle.

—¿Quieres decir que estás considerando mi oferta?

No podía creerlo. Hablar con él le había supuesto reunir todo el coraje que tenía y un poco más. El alivio se mezcló con las noches sin dormir y el sufrimiento emocional.

—Sí —rodeó la mesa y le tendió la mano.

Ella miró la mano y después a él. Era evidente que quería que la agarrara.

—¿Por qué yo? —preguntó Kiley sin sentirse preparada para el contacto físico—. No soy de tu tipo.

La miró.

—Eso es parte del encanto. Me ofreces una perspectiva única en las relaciones hombre-mujer. Te encuentro atractiva. Creo que serás mi amante con la misma eficiencia que despliegas en la oficina. Lo que significa que sólo queda una cuestión por responder.

Kiley dejó los papeles en la mesa y apoyó los dedos en la palma de la mano de Rafiq. Tuvo una sensación de piel cálida y fuerza mientras él tiraba de ella para ponerla de pie.

Olía a limpio, sólo jabón y hombre y, aunque le resultaba extraño que siguiera sujetándole la mano, era una extrañeza agradable.

La miró como si pudiera leer en su interior. Eso no era bueno, pensó Kiley. Ella no era de muchos secretos y lo único que encontraría allí sería pena.

Respiró hondo y preguntó:

—¿Cuál es la cuestión?

—Ésta —Rafiq bajó la cabeza.

Kiley no había pensado que la besaría. A lo mejor debería haberlo hecho. Después de todo, se estaba ofreciendo como amante y eso significaba un nivel impresionante de intimidad física. Un beso era la primera parada del camino. Pero allí… En la oficina… Por la tarde…

Mientras sus labios la rozaban suavemente, tiró de ella. Kiley no sabía qué pensar, qué sentir. Llevaba insensibilizada desde que había descubierto a Eric con esa mujer, así que tuvo dudas sobre si sería capaz de responder al beso de Rafiq.

Pero tenía que hacerlo. Era la prueba final para ver si era adecuada para amante. Y ella sabía en lo profundo de su corazón que no lo era. Iba a tener que fingir, ¿pero cómo?

Pensó frenética mientras no estaba segura de qué hacer con los brazos, las manos. ¿Debía abrazarlo? ¿Debía ir más allá e iniciar un entusiasta beso con lengua? ¿Tenía que agarrarle la mano que le quedaba libre y llevársela a un pecho?

Rafiq alzó la cabeza.

—Tienes unos pensamientos muy ruidosos —murmuró él.

—¿Puedes oírlos?

—No con detalle, pero si el rumor general. Eres libre para cambiar de opinión.

—Quiero hacerlo.

Rafiq dio un paso atrás y se sentó en el borde de la mesa.

—La química es importante en estas situaciones.

—Si el sexo es el objetivo… —dijo consciente de que si no habían sido capaces de hacer saltar una chispa sería difícil encender un fuego.

—¿Es eso lo que crees? —preguntó él—. ¿Qué el único objetivo es el sexo?

—¿No es así?

La miró detenidamente unos segundos.

—A lo mejor quieres besarme tú.

¡Oh! Guau. Respiró hondo. No era realmente lo que había pensado, pero podía imaginar por qué se lo proponía él. Si no podía besarlo, ciertamente no podría hacer nada más interesante.

—Me gustaría —dijo más para convencerse a ella misma que otra cosa.

Rafiq siguió sentado sin moverse aunque siguió mirándola. Tenía la sensación de estar siendo acosada aunque era una locura. Rafiq no era peligroso. Era fuerte y guapo. Tenía un buen cuerpo.

Era un hombre que conocía a las mujeres, había estado con muchas y todas habían sido reacias a dejar que la relación terminara. Algunas habían llamado para rogarle que volviera con ellas.

Algunas le habían comentado sus proezas en la cama. Otras la habían acusado de ser ella la otra.

Se había preguntado sobre él alguna vez, por supuesto. Era un príncipe guapo y tremendamente rico, que había estado relacionado con algunas de las mujeres más bellas del mundo. ¿Cómo sería en su vida privada?

Pero era simplemente curiosidad, no el interés del que la había acusado Eric. Era divertido pensar en la cantidad de veces que había justificado lo que estaba a punto de empezar.

Se acercó más, se coló entre las piernas de él y le agarró de los brazos. Notó la frescura de la camisa de algodón y el calor de sus cuerpo debajo. Él permaneció tranquilo y sin meterle ninguna prisa. Una sonrisa se dibujó en sus labios. Entonces, cerrando los ojos, se acercó y lo besó.

Los labios de Rafiq se entregaron pero no los abrió. Fue un beso breve y casto. Luego lo besó en la mejilla. Notó bajo la suavidad de la piel la barba que a esa hora de la tarde ya apuntaba.

Frotó su mejilla con la de ella; después lo besó en la mandíbula y en un punto debajo de la oreja. Kiley sintió una ligera tensión en su interior. Respiraba más fácilmente. Volvió a la boca y, esa vez, inclinó la cabeza y apretó los labios con más entusiasmo.

Él respondió pero no trató de profundizar el beso, simplemente le puso una mano en la espalda. La suave presión le dio a Kiley el coraje para abrazarlo por el cuello y pasar ligeramente la lengua por el labio inferior.

Rafiq separó los labios. Kiley tuvo la sensación de no haber besado a ningún hombre en cinco años, sólo a Eric. Después, la curiosidad y una oleada de placer hicieron que deslizara la lengua en la boca de él a ver qué le ofrecía.

Sabía a café y a algo dulce. Su calor le sorprendió, lo mismo que su contención. Le estaba dejando tocarlo. Había sido ella la que había descubierto la suavidad del interior de sus labios. Buscó la lengua de él y la rozó con la suya.

La mano en la espalda no se movió. Ella tampoco lo urgió a más ni lo contuvo. Sin saber qué hacer a continuación, Kiley interrumpió el beso, dejó caer los brazos a ambos lados del cuerpo y se puso derecha. Él hizo lo mismo.

La oscura expresión de Rafiq no había cambiado. Nadie que entrara en ese momento pensaría que había pasado algo fuera de lo habitual. Aun así, Kiley sintió como si se hubiera desplazado el eje de rotación de la tierra.

Le había gustado besar a Rafiq. De acuerdo, no había visto estrellas, pero aún tenía demasiadas cosas en la cabeza. El hecho de que hubiera sentido algo ya era bastante sorprendente.

—¿Crees que hacemos buena pareja? —preguntó él.

Estaba algo más que conmocionada por el hecho de que había sido ella quien lo había besado.

—Sí.

—Yo también. Empezaremos esta noche. Mandaré mi coche a buscarte a las siete. Pasaremos el final de la tarde juntos en mi casa. Cenaremos y hablaremos de los últimos detalles —miró su reloj—. Tengo una llamada importante dentro de un cuarto de hora. ¿Me preparas la documentación?

Kiley asintió, recogió sus papeles y salió del despacho. Cuando llegó a su mesa, mucho más pequeña, sintió la súbita necesidad de reírse como una histérica. «Ten cuidado con los que deseas», pensó, sin sentirse segura de celebrarlo o huir a las montañas.

Ya que había conseguido al guapo príncipe Rafiq de Lubia, aunque fuera temporalmente… ¿qué iba a hacer con él?

 

 

Capítulo 2

 

 

Kiley no sabía qué ponerse su primera noche como amante. No era capaz siquiera de pensar en la pregunta sin desear soltar risitas tontas como una adolescente o salir corriendo de puro pánico. Pensárselo mejor no era una expresión adecuada para describir la montaña rusa de sus emociones: temor, excitación, preocupación y la necesidad de gritar. ¿Amante? ¿Ella? Era la mujer más normal del mundo. Su idea de la vida loca era pagar por que le hicieran la pedicura en lugar de hacérsela ella misma. ¿Cómo podía siquiera contemplar la posibilidad de ser la amante de Rafiq?

Y lo había hecho. Se había ofrecido y él había aceptado y muy pronto se acostarían.

No se lo podía imaginar. No con Rafiq. En realidad, con ningún hombre. Había pensado en la intimidad con Eric, pero eso era diferente. No se había preocupado por nada. Sabía que sería dulce y amoroso y excitante.

—Te equivocas —dijo en voz alta mientras miraba el interior del armario.

Eric había resultado ser un mujeriego y había salido de su vida para siempre. En ese momento estaba a punto de convertirse en la amante de un jeque increíblemente rico. Algo que aún no conseguía meterse en la cabeza.

No era que no estuviera satisfecha con que él hubiera aceptado su propuesta. Pretendía disfrutar de cada instante de su venganza. El objetivo la hacía un poco peor persona, pero estaba deseando vivir con ello. La condición de su propia alma le parecía menos preocupante en ese momento que la ropa que ponerse para esa noche.

Tenía mucha ropa de trabajo y toneladas de cosas informales: vaqueros, camisetas… Pero no auténtica ropa de amante. Nada que ella identificara como ropa de amante. No es que hubiera una sección así en las revistas de moda, pero tenía la sensación de que unos vaqueros y una blusa de algodón no eran lo más adecuado si quería ponerse algo que Rafiq no le hubiera visto en la oficina.

Después de mirarlo todo una y otra vez, se decidió por un sencillo vestido azul de manga corta y unas sandalias de tacón. Se había bronceado la semana anterior para la boda, y le quedaba en las piernas el color suficiente para no tener que preocuparse de ponerse unas medias. Unos pendientes y una rápida pasada del brillo de labios completaron su aspecto.

Aún le quedaban unos minutos hasta que llegase el coche. Fue al cuarto de estar y dedicó el tiempo que le quedaba a empaquetar algunos regalos que faltaban por devolver.

Ver aquellos objetos que Eric y ella habían ido colocando le entristeció. ¿Por qué había salido todo mal? ¿En qué había fallado? De acuerdo, lo que le habían dicho sus amigas sobre Eric había sido uno de los fallos. ¿Por qué no las había escuchado?

—Asumiré la responsabilidad por ser una estúpida —dijo en un murmullo mientras cerraba una caja—, pero no por lo que ha hecho él. Él ha sido el mentiroso, no yo.

Oyó un coche que se detenía y miró por la ventana. Había una gran limusina negra delante de su puerta. Como era difícil que fuera de alguno de sus vecinos, Kiley dejó lo que estaba haciendo y buscó el bolso.

Cinco minutos después había conocido a Arnold, el simpático chófer que la había acompañado hasta el asiento trasero del vehículo. La única ocasión en que se había subido a una limusina había sido en la fiesta de final de carrera, en la universidad, y su acompañante y ella la habían compartido con otras dos parejas. Aquello era completamente diferente.

Tenía bar, televisión y suficiente espacio como para una sesión de pilates.

—Éste no es mi mundo —murmuró para animarse.

Una voz en su interior se preguntó si sabía qué demonios estaba haciendo. Ser una amante era un concepto sobre el que no quería pensar. En realidad, serlo en carne y hueso era una realidad que le daba miedo y para la que no estaba preparada. A pesar de eso, tendría que enfrentarse con ella esa misma tarde.

—Yo fui a Rafiq —se recordó en voz alta—. Yo soy la que deseaba esto. Lo deseaba a él.

Y aún era así.

El tráfico iba sorprendentemente bien para ser una tarde de un día de diario y en menos de cuarenta minutos estaba frente a una casa de una sola planta de madera y cristal.

Las plantas tropicales alineadas a los lados de la entrada, proporcionaba sombra. Dos altos muros a ambos lados proporcionaban privacidad. Cuando Arnold abrió la puerta trasera del coche, Kiley pudo oír el sonido del océano.

—Que pase una buena tarde —dijo el chófer mientras sonreía—. Estaré esperando para llevarla a casa cuando terminen.

«¿Terminar con qué?», quiso preguntar, pero no lo hizo. Mejor no saber.

Recorrió el sendero empedrado hasta la puerta de dos hojas. Antes de que encontrara el timbre, la puerta se abrió y Rafiq apareció ante ella.

Podía haber dicho algo, no estaba segura. Había movido los labios, así que seguramente habría algún sonido, pero Kiley no lo había oído. No podía pensar, apenas respirar mientras él la miraba.

No llevaba traje. Conocía a Rafiq desde hacía más de dos años y sólo lo había visto con traje. Habitualmente sin la chaqueta. Se la quitaba nada más llegar al trabajo y sólo se la ponía para recibir a algunos clientes. Lo había visto cansado, maniático, meditabundo, con las mangas recogidas y la corbata floja, pero nunca lo había visto vestido informalmente.

Esa noche llevaba unos pantalones sastre y un polo. El último le dejó ver que sus impresiones sobre su cuerpo eran acertadas: mucho músculo dentro de algo que rozaba la perfección masculina.

Siempre había sabido que estaba fuera de su alcance a juzgar por las mujeres con quienes solía salir. En ese momento supo que estaba fuera de su alcance por el hombre que era.

Era rico, de la realeza y peligroso. También era guapo.

Se mordió la lengua para no disculparse por hacerle perder el tiempo y salir corriendo a la limusina para que la volviera a dejar en casa. Ella se lo había pedido, a él le había interesado y habían tomado una decisión. Por alguna ignota razón, Rafiq la quería como amante. En cuanto dejara de hiperventilar, aceptaría esa realidad y se enfrentaría a ella.

—¿Estás bien? —preguntó él.

—No del todo —esbozó una sonrisa—, pero estaré bien.

—¿Qué te ayudaría?

—El transcurso del tiempo o una enfermedad mental.

—¿Quizá un poco de champán? —le ofreció con una sonrisa.

—Es una alternativa razonable —dijo ella mientras atravesaban el recibidor en dirección al salón.

Ver a Rafiq vestido con ropa informal había sido impactante. La visión del Pacífico al fondo como si se tratara de un cuadro maravilloso también. Unos ventanales desde el suelo hasta el techo eran la pared occidental del salón. Podía ver una franja de arena y después el azul del mar en movimiento.

—Me encanta la vista —dijo ella.

—Me alegro. Me recuerda a Lubia. Mi casa en la isla da al Océano Índico.

—¿Hay alguna diferencia?

Rafiq se acercó a una mesa baja de cristal en la que había una botella de champán metida en hielo y dos platos con aperitivos.

Rafiq abrió la botella.

—El olor —dijo finalmente—. El sonido es el mismo, pero si cierro los ojos y respiro hondo, siempre sé dónde estoy. En mi hogar el olor salado es más tropical.

—Mientras que aquí huele como en Hollywood —dijo ella aceptando la copa que le ofrecía.

—¿Es ese olor?

—Estoy sólo imaginando —dijo ella mirando la botella de Dom Perignon. Había bebido champán antes, pero no uno tan caro—. Sé que Lubia es una hermosa isla tropical, pero cada vez que pienso en ello, sólo me imagino petróleo y arena.

—También es eso —dijo haciendo un gesto en dirección al sofá—. Te imaginas las clásicas imágenes del desierto. Eso es lo que te puedes encontrar en El Bahar o Bahania.

No estaba segura de que esos países estuvieran en su lista de viajes a corto plazo. Primero tenía que poner en orden su vida.

—Tú estás emparentado con la familia real de Bahania, ¿verdad?

Rafiq esperó a que ella se sentara en uno de los extremos del sofá y él ocupó el otro.

—El rey de Bahania y mi padre son primos.

—Una interesante familia, y muy extensa —probó el champán—. Está bueno —dijo.

—Me alegro de que te guste. ¿Quieres algo de comer?

—No, gracias.

¿Comer? ¿En ese momento? No era buena idea. Ya estaba bastante nerviosa. Comiendo sólo conseguiría revolverse el estómago y acabaría vomitando. Desde luego algo nada memorable en su primera visita a la casa de Rafiq.

Dios. ¡Estaba en su casa! ¡Había accedido a que fuera su amante! Pronto estarían desnudos, habría sexo y seguramente lenguaje soez. Su vida se había convertido en una película.

Bajó la copa y pensó en algo que decir. Era curioso cómo no les faltaba nada de qué hablar en la oficina. Evidentemente tenía negocios que comentar pero no en ese momento. Buscó algún tema típico de amante, pero ¿cuál?

¿Y cómo iban a hacerlo? ¿Se acercaría y ella le dejaría? ¿Habría alguna señal o pregunta universal que tendría que entender? Si la había, no se iba a dar cuenta.

—Puedo oírte pensar de nuevo —dijo él con una sonrisa—. Estás nerviosa.

—¿Tú no lo estarías?

—¿En estas circunstancias? —consideró la pregunta—. Sí.

—Muy bien.

—A lo mejor si comentamos cuestiones logísticas te encuentras algo más cómoda.

Kiley tenía serias dudas de que pudiera sentirse cómoda, pero bueno, cosas más extrañas habían sucedido.

—De acuerdo, hablemos.

—Tengo varios actos sociales inminentes a los que me gustaría que asistieras. Te pasaré una lista con las fechas. A cambio, si hay algo que quieras que haga por ti, lo haré.

Su hermana estaba a punto de dar a luz y cuando naciera la niña se reuniría toda la familia. No podía imaginarse llevando a Rafiq a esa fiesta.

—Lo tendré en la cabeza —dijo ella.

—¿Por qué sonríes?

—¿Yo? —se encogió de hombros—. Honradamente, no te puedo imaginar con mi familia. Todos son muy normales. Somos gente común y corriente, ni una gota de sangre azul.

—¿Qué más da eso?

—Dudo que estés acostumbrado.

—Me adapto muy bien a distintas circunstancias.

—Soy la pequeña de tres hermanas —se inclinó en dirección a él—. Mi padre es bombero. Mi madre trabaja en una tienda de regalos. Llevan casados treinta y un años y viviendo en la misma casa cerca de veinte. Es una casa de cuatro habitaciones estilo rancho construida en los años setenta.

—¿Qué hay de malo en eso?

—Nada —se echó a reír—. La cuestión es que no hay nada que nos una. ¿Qué vas a decir? ¿Que el castillo más pequeño de la familia tiene once dormitorios?

—Creo que son quince, pero no los he contado nunca —miró a los azules ojos de Kiley y le gustó la diversión que vio en ellos—, pero entiendo tu punto de vista. Venimos de mundos distintos.

—Más bien de planetas diferentes.

—El tuyo parece divertido.

—Lo es —dijo ella—. Pero en el tuyo hay mejores joyerías.

—Eso es cierto —rió.

Se llevó la copa a los labios y dio un sorbo. La miró y se dio cuenta del momento exacto en que se le ensombreció el humor y volvieron los nervios. Apretó la copa y evitó mirarlo.

—Kiley, no tenemos que hacer el amor esta noche.

Su alivio fue tan tangible como un edificio. La tensión del cuerpo se aflojó y se dejó caer en el respaldo del sofá.

—¿De verdad?

—Tenemos que conocernos primero —se estaba divirtiendo con la reacción de ella.

¿De verdad había creído que intentaría poseerla tan pronto? Gran parte del placer residía en la anticipación, en verla moverse e imaginar sus manos recorriendo la piel desnuda. En escuchar su voz y saber cómo sonaría cuando le pidiera más.

—De acuerdo, buena idea —dijo ella—. Es que nunca he hecho algo así antes. Evidentemente. Y además de no haber sido antes amante, está el hecho de que no se me dan muy bien los hombres —arrugó la nariz y bebió otro sorbo de champán—. No salía mucho en la universidad. Era más de las que salen con amigas.

La información no sorprendió a Rafiq. Aunque era muy atractiva, su belleza era sutil. Eso hacía que fuera una flor de las que uno debía buscar, no de las que se encuentran en medio del sendero.

—¿Conociste a Eric en la universidad? —preguntó él.

—En mi último curso. Fuimos amigos una temporada y luego empezamos a salir. Hubo un par de tipos antes, pero nada especial.

Las mujeres que había habido en la vida de él normalmente eran mucho más experimentadas, aunque Rafiq no lo tenía en cuenta.

—Como he dicho, tenemos que conocernos primero —dijo él—. Ir despacio —hizo una pausa—. Entonces… ¿Eric ha sido tu único amante?

No le importaba la competición, simplemente quería saber lo despacio que tenía que ir.

Kiley se ruborizó y volvió la película.

—Él , esto…

—No me importa si ha habido más.

—Sí, bueno… —se terminó la copa de champán y la dejó en la mesa.

Cuando Kiley levantó la vista y lo miró, Rafiq se dio cuenta de la verdad.

No había habido más amantes, sino menos.

Era virgen.

Rafiq se sorprendió menos por la noticia que por la ola salvaje de deseo de poseerla que lo recorrió. La primitiva sensación lo golpeó con intensidad. En su día a día, raramente sentía su herencia de hombre del desierto, pero en ese momento la experimentaba con toda su fuerza.

—Sé que está realmente pasado de moda, sobre todo ahora —dijo ella hablando muy deprisa—. No es algo de lo que suela hablar. Ni siquiera sé de dónde salió la idea. Mi madre siempre me ha dicho que la primera vez había que hacerlo con alguien a quien amas, pero nunca me dijo que debía esperar. Aun así, quise esperar. Quería entregárselo al hombre con quien me casara. Quería llegar virgen la noche de boda —miró al suelo.

»Eric lo sabía, por supuesto. Era todo para él, el muy canalla. En cierto sentido, eso hace aún peores las cosas. No soy una santa ni una criatura asexuada. Nos besábamos y nos tocábamos y yo deseaba más. Pensaba que así era fuerte y noble y, algunas veces, era realmente duro. Pensaba que él creía lo mismo que yo y lo que pasaba era que me volvía a casa frustrada y él se metía en la cama con otra.

Rafiq nunca había tenido opinión sobre el prometido de Kiley hasta que ella le había contado lo que había hecho. Entonces había sentido enojo y desprecio. Sentía ganas de darle de latigazos. ¿Cómo se atrevía a rechazar semejante regalo con esa falta de sensibilidad?

—Es mejor que no te hayas casado con él —dijo intentando disimular la ira en su voz.

—Es cierto. Es un imbécil y es una suerte haberlo descubierto antes de casarme con él —miró el interior de la copa—. Aunque no me siento muy afortunada. Me siento estúpida. He hecho algo realmente difícil y nadie se ha dado cuenta, no lo ha valorado nadie.

Su reconocimiento de la propia inocencia hizo a Rafiq desear más. Quería ser el primero en tocarla, en darle placer como un hombre se lo da a una mujer. Pero profanar a una virgen…

—Deberías reconsiderar nuestro acuerdo —le dijo a ella por mucho que ansiara poseerla—. Alguien que ha esperado tanto no debería entregarse tan fácilmente.

Kiley lo miró fijamente.

—¿Has cambiado de opinión? ¡No puedes!

—No he cambiado de opinión —dijo con suavidad. Su cuerpo le decía que tomara lo que ella le ofrecía sin hacerse preguntas, pero su alma le exigía que fuera ella quien decidiera—. Has dicho que querías estar enamorada la primera vez que lo hicieras.

—¿Tú lo estabas?

—En un hombre es diferente —sonrió—. Estamos ansiosos por acabar con nuestra virginidad.

—Justo eso es lo que pienso yo ahora. Quiero hacer esto, Rafiq. No te lo hubiera pedido si no quisiera.

El honor le exigía ofrecerle una salida. Una vez que se la había ofrecido y ella la había rechazado, no tenía sentido volver a preguntar.

—Entonces, seguiremos adelante con lo planeado —dijo él—. Con un pequeño cambio.

—¿Qué cambio? —ella frunció el ceño.

—Había pensado dejar que pasaran unos días antes de tener más intimidad. Ahora creo que deberíamos ir aún más despacio.

—No tienes que hacer eso por mí.

—Pero lo haré —se acercó a ella y le acarició la mejilla.

Basándose en lo que había oído sobre Eric, Rafiq llegó a la conclusión de que ese hombre no se habría interesado en enseñar a Kiley todas las posibilidades.

—Un hombre tiene muchas formas de dar placer a una mujer —dijo mirándola a los ojos—. Las exploraremos todas los dos juntos. Te mostraré cómo es y, cuando estés preparada, seremos amantes.

Kiley sintió una mezcla a partes iguales de alivio y decepción. Por un lado, apreciaba no tener que desnudarse en ese mismo instante; por otro, había algo en Rafiq que le intrigaba.

Quizá era su modo de hablar refiriéndose a las diferentes posibilidades del placer. Ir despacio hasta alcanzar el objetivo final. Un estremecimiento de anticipación le recorrió la espalda. A lo mejor todo aquello iba a ser divertido.

—¿Te gustaría ver la casa? —preguntó él— Hay unas cuantas cosas hermosas traídas de Lubia.

El cambio de tema desconcertó a Kiley. ¿No podían seguir hablando de lo maravilloso que iba a ser? Rafiq se puso en pie y Kiley supo que no le había leído la mente.

—Me encantaría —respondió ella.

Aceptó la mano que le ofrecía y se levantó.

—Este pequeño arcón es del siglo XVI —dijo señalando un arca de madera tallada colocado a un lado del sofá.

Mientras Rafiq hablaba, le colocó una mano en la espalda y otra en el brazo. Kiley notaba calor en los dos puntos de contacto. «Mejor», pensó. «Más que eso, interesante, tentador».

Rafiq movía los dedos arriba y abajo como si acariciara a un gato mientras seguía contándole la historia del arca. Kiley empezó a relajarse.

Recorrieron el salón. Le mostró varias pinturas de gente que ni sabía que existía. Atravesaron una gran cocina llena de deliciosos aromas. Rafiq señaló el horno.

—Sana, mi ama de llaves, nos ha dejado hecha la cena. ¿Tienes hambre?

Mientras hablaba con ella le apoyó una mano en la cadera. Kiley se descubrió deseando acercarse más a él. Hasta esa mañana, él nunca la había tocado a no ser por accidente cuando pasaba cerca de ella o le entregaba algún documento. Después de su acuerdo, tenían derecho a tocarse cuando lo desearan.

—¿Kiley?

—¿Qué? Oh, la cena. Esperemos un poco. Si como cuando estoy tan nerviosa, me pongo realmente mal.

—No queremos que eso suceda, ¿verdad?

—No.

Lo miró, contempló la anchura de sus hombros, la amplitud de su pecho. Los fuertes músculos bajo la cálida piel. ¿Qué se sentiría al acariciarlo?

—¿En qué estás pensando? —preguntó él.

Lo miró a la cara.

—En que ésta es una situación muy poco usual. Cuando dos personas empiezan a salir, las cosas van despacio. Se toman de las manos, se besan… Con unas pocas palabras, nosotros nos hemos dado permiso para hacer físicamente lo que queramos.

—¿Qué te gustaría hacer?

Kiley se echó a reír.

—No estoy segura. Es sólo que puedo, ¿tiene eso algún sentido?

—Sí. ¿Qué te gustaría hacer? —volvió a preguntar.

Kiley se colocó exactamente frente a él, alzó las manos y las colocó en las mejillas. Su piel estaba más suave que cuando la había besado.

—Te has afeitado —dijo sorprendida.

—Sí. Tengo una barba muy fuerte y no quería arañarte.

Porque había dado por sentado que se besarían. No quería que ella se sintiera incómoda. Kiley no sabía por qué ese gesto le parecía tan intrigante, pero era así. Quizá porque él se había imaginado a los dos besándose. ¿Habría sido un pensamiento pasajero o lo habría considerado durante algún tiempo? ¿Sentiría él anticipación? ¿La desearía?

Se le cerró el estómago al pensarlo. En ese momento, que un hombre la deseara le parecía muy importante. Si Eric la había deseado alguna vez, se había guardado ese sentimiento para sí mismo. O quizá, sencillamente, lo había quemado en la cama de otra mujer.

Bajó las manos de las mejillas al pecho y extendió los dedos. Estaba tan duro como había imaginado. Esculpido. Tuvo una súbita visión de las manos recorriendo esa piel desnuda y se quedó sin respiración.

—La casa —dio un paso atrás—. ¿Qué viene a continuación?

Él la miró unos segundos antes de tomarla de la mano.

—Los dormitorios —dijo.

Mientras recorrían el pasillo, Rafiq le señaló algunas fotografías. Una de su padre y una de Rafiq en traje de montar de pie al lado de un hermoso caballo. Había también algunos cuadros más, objetos artísticos y un tapiz. Le mostró su despacho, un gimnasio bien equipado, una espléndida habitación de invitados y, finalmente, entraron en su habitación.

Una gran cama dominaba el amplio espacio abierto. Los muebles oscuros le daban a la habitación un aire masculino pero acogedor. Había un ventanal desde el que se veía el océano, un aparador bajo, un armario y un espejo enmarcado colocado justo en frente de la puerta.

Kiley puso verse en él delante de Rafiq. Era alto, salía unos cuantos centímetros por encima de su metro sesenta y ocho, y moreno en contraste con su pelo rubio. Hacían una bonita pareja.

Sus ojos se encontraron en el espejo. Quedó atrapada en su mirada, pensó en lo guapo que era y en que sólo veinticuatro horas antes no hubiera podido siquiera imaginarse en esa situación. En su dormitorio. Mirándose ambos.

Rafiq le apoyó las manos en los hombros. Después se inclinó hacia delante y la besó suave en un lateral del cuello.

La piel de todo el cuerpo se le erizó al ver la tierna caricia en el espejo. Apenas la había rozado con los labios, pero el calor, el suave contacto fue suficiente para hacerle desear darse la vuelta, abrazarlo y pedirle más.

—Quizá deberíamos pensar en cenar —dijo Rafiq con voz grave y sensual.

¿Cenar? Ah, sí. Esa comida del final de la tarde que había estado demasiado nerviosa antes para aceptar. Lo bueno era que ya no estaba nerviosa. Lo malo era que no se había lanzado a la piscina, había saltado al medio del océano.