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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2012 Lisa Chaplin. Todos los derechos reservados.

EL TESORO DEL JEQUE, N.º 2499 - Febrero 2013

Título original: The Sheikh’s Jewel

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2013

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-2653-3

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

 

Sar Abbas, capital de Abbas al-Din

Tres años antes

 

–¿Es una broma?

Sentada muy recta en un mullido sillón, vestida de luto, Amber el-Qurib miró a su padre con incredulidad.

–Por favor, padre, dime que es una broma –le pidió, a pesar de saber que era inútil.

Su padre, el jeque Aziz de Araba Numara, la Tierra del Tigre, también iba de luto, pero su expresión era serena. Ya había llorado bastante el primer día, al llevarse la misma sorpresa que todo el mundo, después solo había derramado alguna decorosa lágrima durante el funeral de Fadi.

–¿Cómo voy a bromear acerca de tu futuro, Amber? ¿Cómo voy a jugar con una decisión tan importante para nuestra nación? –dijo en tono casi triste.

Y Amber pensó que se lo tenía que haber imaginado. Siempre había sido un buen padre, pero nunca lo había oído hablar en tono de broma acerca del bienestar de Araba Numara.

–Solo hace seis semanas que ha muerto mi prometido –se obligó a decir Amber, a pesar de tener un nudo en la garganta.

Fadi había acompañado a su hermano pequeño, Alim, en un único rally. La participación de los dos jeques en la carrera había causado júbilo y había despertado el interés de los medios de comunicación por Abbas al-Din, lo mismo que la próxima boda.

Incluso en esos momentos, seguía pareciendo surrealista. ¿Cómo era posible que Fadi estuviese muerto y cómo iba a casarse ella con su hermano al mes siguiente, tal y como quería su padre? ¿Cómo iba a hacerlo, si Alim todavía estaba luchando por sobrevivir a las quemaduras de segundo y tercer grado que había sufrido?

–No es... decente –intentó decir con convicción.

Y cuando su padre suspiró y la miró fijamente, de un modo que Amber siempre había odiado, ella supo que, como de costumbre, había algo en lo que no había pensado.

–Hay cosas más importantes que lo que puedan pensar los demás. Ya sabes cómo es esto, Amber.

Esta entendió lo que quería decir su padre. Tanto en su país como en el de Alim había habido muchas protestas tras la repentina muerte del jeque Fadi. El querido líder de Abbas al-Din había fallecido antes de casarse y de tener un hijo legítimo, y el pueblo de Amber se había quedado sin una unión que iba a vincularlo a una nación más fuerte y rica que la suya.

En esos momentos, era de vital importancia que ambas naciones encontrasen la estabilidad. El pueblo necesitaba volver a estar esperanzado. Araba Numara necesitaba tener una conexión permanente con Abbas al-Din, y el pueblo de Fadi necesitaba saber que la familia el-Kanar tendría un heredero.

Amber volvió a limpiarse los ojos y maldijo a Fadi, que había arriesgado su vida una semana antes de la boda. Ambos habían sabido que no estaban enamorados, pero miles de matrimonios habían empezado con mucho menos que el respeto y el aprecio que ellos se tenían. Podrían haber conseguido que funcionase. Pero en esos momentos estaban empezando a circular rumores. Amber había tenido que oír algunas insinuaciones muy impertinentes de boca de criados y también de ministros. Y las habría aguantado si ella misma no tuviese tantas dudas y tantos miedos.

Había sabido que Fadi no estaba contento con su próximo matrimonio, pero ¿era posible que hubiese arriesgado su vida para evitar casarse con ella?

Era evidente que ninguno de los dos había estado enamorado, pero eso no era nada fuera de lo común. Fadi había estado enamorado de su amante, la que en esos momentos era en realidad su viuda y la madre de su hijo. Y había dejado a su país sin líder por culpa de la única decisión impulsiva que había tomado en toda su vida. Alim era el siguiente heredero que quedaba al trono, y todavía estaba luchando por sobrevivir.

–¿Amber? –le dijo su padre–. La dinastía tiene que continuar, y lo antes posible.

–¡Pues que la continúe otra! Yo ya he hecho suficiente.

–¿A quién sugieres? Maya todavía no tiene diecisiete años. Nafisah solo tiene catorce y Amal, doce. Y tus primas son igual de jóvenes –argumentó su padre–. Tú eres la mayor y estás destinada a casarte con un miembro de la familia el-Kanar. Todo, la tradición, las leyes, el honor y el bien de tu familia, exige que aceptes este ofrecimiento.

Avergonzada y furiosa al mismo tiempo, Amber apretó los labios. ¿Por qué tenía que cargar ella con tanto peso? Deseó gritarle a su padre que solo tenía diecinueve años.

¿Por qué tenía que aceptar todas las responsabilidades mientras otros se divertían? Alim había eludido sus responsabilidades durante años, buscando la fama y el dinero en los circuitos de carreras, mientras que Fadi y su hermano pequeño, de cuyo nombre no se acordaba, habían hecho todo el trabajo. Sí, Alim era famoso en todo el mundo y eso había proporcionado mucha riqueza a su nación, gracias a su trabajo como geólogo en estudios y excavaciones.

Y entonces Amber se dio cuenta de a quién estaría rechazando. Aunque casarse tan pronto después de haber perdido a un amigo la repugnaba, el hombre con el que debía casarse no le causaba ninguna repulsión.

Su padre le puso una mano en el hombro y ella consiguió no apartarse gracias a los muchos años de formación, sabiendo que aquel gesto de afecto solo tenía la intención de hacer que dejase de discutir. Para las mujeres de su clase, las emociones eran un lujo que solo podían permitirse entre otras mujeres.

–Ya sabes cómo son las cosas, Amber. Necesitamos este matrimonio. ¿Qué más te da, casarte con un hermano o con otro? Casi no conocías a Fadi cuando os prometimos. Solo viniste aquí dos meses antes de que muriese, y él estuvo casi todo el tiempo trabajando, o fuera.

Amber se ruborizó y tuvo que bajar la vista. «Qué alfombra tan bonita», pensó, pero mirase lo que mirase, no pudo evitar recordar adónde había ido Fadi siempre que había tiempo libre: a ver a su amante. Y siempre había vuelto con el olor de Rafa en su piel, disculpándose y diciéndole que no volvería a verla cuando estuviesen casados, promesa que le había hecho con tristeza en la mirada.

Amber notó cómo las sombras del pasado la envolvían. Sabía quién tenía la culpa de la muerte de Fadi. El dulce y bueno de Fadi, que siempre había hecho lo correcto, incluido acceder a casarse con ella por motivos políticos a pesar de estar locamente enamorado de una mujer inapropiada, una criada... y ella, que también había tenido sentimientos por otro, aunque fuese en secreto. Y nadie lo sabía, salvo las tres personas cuyas vidas se estaban destrozando.

Sabía que Fadi jamás le habría deseado nada malo, pero, si hubiese sido ella la que hubiese fallecido, habría podido seguir con Rafa, al menos durante un tiempo, hasta que le hubiesen buscado a otra esposa por motivos políticos.

Estaba dolida por la pérdida del dulce soberano, por la pérdida de un amigo. Fadi había entendido cómo se sentía y la había consolado, había sido como la suave luz de la luna en la oscuridad de Amber. Por eso se sentía mal, porque, de repente, le emocionada pensar que lo que sentía su corazón ya no era algo prohibido.

«Fadi, me importabas. Lo siento mucho, pero eras el único que comprendía...».

–¿Todavía estoy de luto y esperas que me case con su hermano, que todavía está en el hospital? ¿No crees que va a dar la sensación de que estás desesperado? –farfulló, deseando tener algo mejor que decir, deseando no estar tan emocionada–. ¿Por qué no le preguntas a Alim si no quieres esperar un par de meses a que nos casemos?

–No vas a casarte con Alim –la interrumpió su padre con brusquedad.

Amber levantó el rostro.

–¿Qué?

–Lo siento, querida –le dijo su padre en voz baja–. Alim desapareció del hospital anoche. Es evidente que se niega a ocupar el puesto de Fadi y casarse contigo. Y dudo que vuelva en mucho tiempo, si es que lo hace.

A Amber le entraron ganas de gruñir, pero no lo hizo porque las mujeres de su clase no gruñían, ni siquiera aunque el hombre que les gustaba hubiese huido de ellas. Consiguió controlarse.

–¿Adónde ha ido? ¿Cómo ha conseguido escapar?

–Poco después de despertar, Alim utilizó su jet privado y a su equipo médico del circuito para que lo ayudasen a trasladarse, pensamos que a un hospital en Suiza. Todavía tiene que recuperarse, pero creo que es evidente que no piensa volver cuando lo haya hecho.

–Supongo que estaba desesperado por escapar de mí –murmuró ella.

–Dudo que haya sido algo personal, querida. Casi no te conoce. Yo sospecho que ha sido más bien una cuestión de principios, o una reacción causada por el dolor. Cosa comprensible, teniendo en cuenta su papel en la muerte de Fadi... Supongo que ha debido de ser horrible, despertar y saber que su hermano había muerto, y no ha debido soportar la idea de quedarse con su puesto y con su futura esposa también.

–Es cierto –dijo ella en tono amargo.

–Como no me lo preguntas, te lo diré yo. El hermano pequeño, Harun, va a ser el heredero al trono y ha accedido a casarse contigo.

–¡Cómo no! –replicó ella, dolida por el rechazo–. Así que después de que el primer y el segundo hermano me hayan rechazado, ¿se supone que debo casarme con el tercero con una sonrisa en los labios? ¿Tengo que aceptar que se me humille, padre?

–Tendrás que aceptar lo que yo decida, Amber –le respondió su padre en tono helado–. Y deberías estar agradecida de que haya pensado tanto en tu matrimonio.

–Muchas gracias, padre. Tengo que agradecerte que no me devuelvas y que me hayas encontrado otro dueño a pesar de que los demás me hayan rechazado.

–Ya basta –dijo su padre–. Eres una mujer bella. Muchos hombres habrían deseado casarse contigo, pero elegí a los hermanos el-Kanar porque son hombres buenos de verdad.

–Ah, sí. Eso ya lo sé –replicó ella–. Por desgracia para mí, son hombres buenos de verdad que harían cualquier cosa por evitarme. ¿Tan repulsiva soy, padre? ¿Qué es lo que me pasa?

–Veo que tienes la necesidad de liberar tus... sentimientos –dijo su padre con desaprobación–, pero no estamos en casa, Amber. Las mujeres de la realeza no gritan ni sufren ataques de nervios.

–No me puedo creer que el único hermano que queda haya accedido a arriesgarse –insistió ella–. Tal vez debieras ofrecerle a una de mis hermanas, porque parece que todos los hombres el-Kanar me tienen alergia.

–Lord Harun ha expresado su deseo de casarse contigo, Amber –le aseguró su padre.

–Oh, qué nobleza la del hermano número tres, que va a asumir las responsabilidades no deseadas de sus hermanos mayores, cuando otros no son capaces de hacerlo.

–Amber –la reprendió su padre–. Ya basta. Tu futuro marido tiene un nombre. No lo avergüences a él, ni a nuestra familia, con tus modales. ¡Ya ha perdido suficiente!

Ambar sabía qué era lo que se esperaba de ella.

–Lo siento, padre. Me comportaré como es debido –le dijo, respirando hondo para tranquilizarse–. Eso estaba fuera de lugar. No tengo nada en contra de lord... Harun. Lo siento.

–Deberías disculparte –le dijo su padre con desaprobación, en tono frío–. Harun solo tenía ocho años cuando su padre falleció en un accidente aéreo, y su madre murió tres meses después. Lleva seis semanas llorando la pérdida de un hermano que ha sido como un padre para él, y no ha podido dejar su trabajo para estar en el hospital con su otro hermano, que es su único pariente y estaba luchando por salvar su vida. Con tantas familias deseando ocupar su puesto, Harun ha tenido que asumir el puesto de jeque y dirigir el país en nombre de Alim, sin saber si este iba a sobrevivir. Ahora, está completamente solo frente a la responsabilidad de gobernar una nación y de casarse contigo, y todo, mientras sigue de luto. Ha perdido a toda su familia. ¿Tan difícil te resulta dejar de burlarte de él, comportarte como una mujer y ayudarlo cuando más lo necesita?

Amber se ruborizó, avergonzada. Ella había perdido mucho, pero Harun había sufrido mucho más.

–De verdad que lo siento, padre. Es solo que... es tan callado –intentó explicarse–. Nunca habla conmigo, salvo para darme los buenos días o las buenas noches. Casi ni me mira. Es un extraño y me tengo que casar con él dentro de un mes. ¿No podríamos tener algo de tiempo para conocernos antes?

–No, tenéis que casaros ya –le dijo su padre en tono triste–. Los tiburones lo están rondando, y sabes la inestabilidad que reina en toda la región del Golfo desde hace un par de años. La familia el-Shabbat reinó hace siglos, hasta que la locura de Muran condujo al golpe de Estado que le dio el poder a Aswan, del clan de el-Kanar, hace doscientos cincuenta años. Los líderes de el-Shabbat creen que los integrantes del clan de el-Kanar son unos intrusos, y si tienen la posibilidad de hacerse con el control del ejército y matar a los demás miembros de la familia, lo harán.

Amber se llevó una mano a la boca. No había pensado que la situación fuese tan drástica.

–¿Matarían a lord Harun?

Su padre asintió.

–Y a Alim también, ahora que está tan débil. Es bueno que nadie sepa dónde está exactamente. Con solo un médico o una enfermera corruptos y una dosis de veneno, la familia el-Shabbat volvería a gobernar Abbas al Din, una nación mucho más rica y estable ahora que cuando ellos estuvieron en el poder.

–Ya veo –comentó Amber en voz baja.

–Y necesitamos esta alianza, mi querida hija. Has sido una de las veinte chicas que se le han ofrecido a Fadi, y a Harun, durante los últimos años. Nuestra nación es mucho más pobre y menos estable que la suya y, no obstante, te eligieron. Es una bendición para nuestro pueblo, le ha dado esperanza. Y, además, debo decirte que, de lo que he podido conocer a los tres hermanos, habría elegido a Harun para ti si hubiese tenido la posibilidad.

–Así que el contrato ya está firmado –dijo ella–. No tengo nada que decir al respecto.

Lo único que podía hacer era dejar de pelear y aceptar su futuro con la mayor gracia posible.

–No, querida, no tienes nada que decir al respecto –admitió su padre en tono amable, pero inflexible–. La decisión se tomó en el momento en que lord Harun fue consciente del deber que tiene contigo.

Ella apretó los labios y contuvo las lágrimas. Tal vez debiese estar agradecida a lord Harun porque no iba a avergonzarla públicamente, pero el hecho de que solo quisiesen casarse con ella por obligación hacía que le ardiese el estómago. Al menos, a Fadi lo había conocido y se habían llevado bien.

–Pero si ni me mira. Nunca me habla. No sé qué piensa acerca de nada. ¿Cómo voy a enfrentarme a un extraño en mi noche de bodas, padre? ¿Puedes responderme a eso?

–Como lo han hecho muchas otras mujeres a lo largo de los siglos, incluidas tu madre y mi abuela Kahlidah, heroína a la que siempre has admirado tanto. Solo tenía diecisiete años cuando se casó con mi abuelo, que era un extraño para ella, y un año después, con dieciocho, embarazada y viuda, impidió la invasión de Araba Numara, gobernando la nación con fuerza y sabiduría hasta que mi padre fue lo suficientemente mayor para tomar el mando. Haz lo mismo que ella y sé fuerte, hija. ¿Qué es lo que te da miedo, una noche, en comparación con lo que tiene que hacer Harun, él solo?

Amber pensó que su padre nunca la había hablado con tanta frialdad y tanto desprecio. Volvió a tomar aire e intentó ser fuerte.

–Cumpliré con mi deber, por supuesto, padre, y haré todo lo que pueda para ayudar a lord Harun. Tal vez podamos hacernos amigos.

Su padre le sonrió y le dio una palmadita en la mano.

Habib Abbas:

Sus padres habrían estado muy orgullosos de él. Siempre habían sabido que Alim estaba destinado a ser grande, tal y como Fadi había dicho en muchas ocasiones.

Alim, el chico de oro. Era normal que el corazón de Amber fuese suyo, y que no lo quisiese a él, pero Alim había rechazado a Amber sin pensarlo, como había rechazado la posición de jeque. Y los había dejado a ambos a su destino, sin despedirse, sin ningún motivo.

Y, no obstante, él seguía queriendo a su hermano, como todo el mundo.

Le había oído decir a Amber que nunca sabía lo que pensaba o sentía. Para ella, era el hermano número tres, solo una obligación, un medio para enriquecer a su país. Solo iba a casarse porque su padre la obligaba.

Y él no tenía más remedio que casarse también, aunque no le gustase tener que quedarse con lo que su hermano Alim no había querido.

«Me casaré con ella, pero no la tocaré», pensó.

–Es solo deseo, solo deseo –murmuró.

Podía gestionar ese deseo y vivir sin él. No la haría suya mientras ella miraba al techo, deseando estar con Alim...

Sintió que le quemaba el estómago y tiró lo que quedaba del sándwich a la papelera.

Era mucho más de medianoche cuando llegó a sus habitaciones. Despidió a sus sirvientes y se sentó en la cama con dosel, apartando la mosquitera. Si hacía algún ruido, los guardaespaldas encargados de la seguridad del jeque entrarían corriendo. Así que se quedó sentado y miró hacia la oscuridad de la noche como si no pasase nada, y sufrió en silencio.

«Fadi, ¡hermano, padre! Allah, te ruego que permitas que Alim viva y que me lo devuelvas».

Tres días después, las fuerzas armadas rebeldes de la familia el-Shabbat invadieron Sar Abbas.