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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Connie Feddersen

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Delicioso castigo, n.º 5409 - noviembre 2016

Título original: Fit to Be Frisked

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9011-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

VANCE Ryder oyó sirenas tras él, pero no pudo ver las luces destellantes porque su vieja camioneta estaba cubierta de barro de arriba abajo. Solo contaba con un pequeño espacio en el parabrisas para ver adónde se dirigía. Al parecer iba a tener que librarse de una multa antes de llevar aquel cubo de roña a Hoot’s Roost para sustituir los neumáticos y el tubo de escape, que tenía más agujeros que un queso suizo.

No sería muy difícil librarse de aquello con una simple advertencia, pensó mientras detenía la camioneta a un lado de la carretera. Los agentes del departamento de policía de Hoot’s Roost estaban acostumbrados a tratar con granjeros y ganaderos y sus baqueteadas camionetas. Normalmente, los oficiales solían pasar por alto las infracciones menores porque ya habían visto muchas camionetas, tractores y maquinaria moviéndose de un campo a otro.

De hecho, Vance sospechaba que el que lo había hecho pararse sería Turk Barnett, un antiguo compañero de colegio que probablemente tenía ganas de charlar.

Apagó el motor y salió de la camioneta, pero se detuvo en seco al oír una voz femenina.

—¡Alto! ¡Quédese donde está!

Sorprendido, Vance giró sobre sus talones y vio a una oficial de policía que lo apuntaba con una pistola, en posición de disparo. ¿Se había vuelto loca? Evidentemente, sí. Él no era un gángster y Hoot’s Roost no era precisamente la capital del crimen de Oklahoma. Aquella era una zona de ganado.

—Apoye las manos en la camioneta, señor —dijo la agente en tono autoritario.

Vance obedeció y entrecerró los ojos contra el sol para observar la silueta de la mujer vestida de azul que se acercaba a él como si esperara que fuera a sacar una pistola para llenarla de plomo. Apuntaba el arma hacia su cabeza, pero la mirada de Vance estaba fija en sus pechos.

¡Guau! No había duda de que la agente estaba bien dotada, y Vance tuvo dificultades para apartar su fascinada mirada. Cuando lo hizo se encontró frente a unas gafas de sol de espejo y una boca totalmente besable... pero con un sesgo muy poco amistoso. La agente se quitó las gafas, las guardó en el bolsillo de su camisa y Vance se encontró ante unos preciosos ojos verdes enmarcados por unas largas y curvadas pestañas.

Nunca había visto una policía como aquella, y empezó a sopesar las ventajas de ser arrestado por ella de forma habitual.

—No salga nunca del vehículo hasta que se lo digan —dijo la agente sin dejar de apuntarlo—. ¿Ha entendido, señor?

Vance asintió estúpidamente y la observó un largo momento... hasta que empezó a entender. Tenía que tratarse de una broma. Ya que él era considerado el bromista oficial de la familia Ryder, lo más probable era que sus malhumorados primos hubieran decidido hacerle pasar un mal trago. Solo faltaba una semana para su cumpleaños, de manera que el primo Quint y el primo Wade debían de haber decidido gastarle una broma como regalo. Después de todo, siempre había sabido disfrutar de una buena broma, aunque se la gastaran a él.

Mientras la agente se acercaba, Vance le dedicó su sonrisa Ryder patentada.

—Por un momento casi me engañas, querida. ¿Te han enviado mis primos Quint y Wade?

—¿Disculpe?

Al parecer, la morena explosiva quería interpretar su papel hasta el final.

—Vamos, sé que te han enviado mis primos. Eres mi regalo de cumpleaños, ¿no?

La agente miró a Vance como si se hubiera vuelto loco.

—Enséñeme su permiso de conducir y el resguardo del seguro del vehículo.

Aún sonriente, Vance sacó del bolsillo su permiso de conducir. Luego, miró en dirección al coche patrulla.

—Turk está ahí, ¿verdad? Debería haber supuesto que estaba implicado en esto. ¡Hola, Turk! Ya puedes sentarte. ¡Te he descubierto!

Pero Turk Barnett no alzó la cabeza ni apareció por ningún lado. Vance volvió a mirar a la agente, que estaba comprobando su documentación.

—¿No es una broma?

—No, señor —contestó ella mientras guardaba la pistola en su funda—. Es un 705, 734, 736, 743 y una infracción de tráfico 804.

Vance frunció el ceño.

—¿Qué diablos significa todo eso?

Ella lo miró a los ojos.

—Básicamente, que su vehículo es un montón de chatarra que no cumple ninguna norma de seguridad y que el barro del parabrisas y de la ventanilla trasera obstaculiza seriamente la visión. Es un peligro para los demás conductores. Quiero que retire de inmediato el vehículo de la autopista, señor.

Vance observó el montón de metal y tornillos que sus primos y él utilizaban para ir a reparar vallas rotas y para cargar comida para el ganado.

—Le falta una de las luces y está un poco sucio de barro, pero...

—¿Un poco? —la agente hizo una mueca de desagrado mientras miraba el destartalado vehículo—. Si en este estado aún exigieran inspecciones de seguridad de todos los vehículos, hace tiempo que el suyo ya sería chatarra, señor Ryder —dijo mientras le devolvía el permiso—. Quiero que dé la vuelta a la camioneta y vuelva por donde ha venido.

Vance le dedicó otra de sus encantadoras sonrisas... que fue tan bien recibida como la anterior.

—Iba camino de la estación de servicio a cambiar las ruedas y a sustituir el tubo de escape —explicó tan educadamente como pudo.

—Hoy no —dijo ella a la vez que sacaba su cuaderno de multas y un bolígrafo.

—Vamos, agente —dijo Vance, tratando de engatusarla—. No me multe. He conducido muchas veces esta camioneta a la ciudad. Esta es la zona más rural de Estados Unidos, y los atascos no son precisamente nuestro principal problema —señaló con un dedo la autopista—. Desde que me ha detenido no ha pasado ni un coche. No hay nadie a quien poner en peligro.

La agente entrecerró los ojos.

—¿Está cuestionando mi autoridad, señor Ryder?

—Vance —corrigió él con una nueva sonrisa—. No, solo estoy diciendo que nunca he tenido problemas con los otros agentes de Owl County. Usted debe de ser nueva aquí.

—Lo soy, pero las normas siguen siendo las normas —insistió ella, y a continuación señaló el camino de grava que se dirigía hacia el oeste—. Y ahora, regrese por donde ha venido o le pondré una multa en lugar de dejarlo ir. Y no vuelva a atravesar la autopista con este vehículo hasta que lo tenga en condiciones.

Tras escribir una nota de advertencia que entregó a Vance sin miramientos, giró sobre sus talones. Distraído, Vance contempló el hipnótico balanceo de sus caderas encajadas en unos ceñidos pantalones azules. Su atención se vio momentáneamente atraída por la larga coleta de pelo castaño que se balanceaba entre sus omóplatos, pero enseguida volvió a posarse en su excepcional trasero.

Mmm. El aspecto de la agente era igualmente magnífico cuando se alejaba que cuando se acercaba. Era una lástima que fuera tan severa y poco amistosa. Y lo más probable era que su personalidad tampoco mereciera la pena.

Vance entró en la camioneta, la arrancó y le dio la vuelta mientras la agente permanecía sentada en su coche, observándolo atentamente a través del cristal de sus gafas.

Una traviesa sonrisa curvó los labios de Vance cuando vio que el primo Wade se dirigía a toda prisa hacia él. El plan original era que Wade lo recogiera en la ciudad para ir a comprar los suministros para el rancho mientras reparaban la camioneta. Luego, pensaban comer en el Stephanie’s Palace, el restaurante de Steph, la nueva esposa del primo Quint. Wade había estado impaciente toda la mañana, ansioso por terminar sus tareas para poder reunirse a comer con Laura, su reciente esposa.

Cada vez que veía al primo Wade, el ex misógino de la familia, babeando a causa de lo colado que estaba por su esposa, Vance no podía evitar reír. Era patético ver lo colados que estaban Wade y Quint por sus respectivas esposas.

Cuando Wade sacó un brazo por la ventanilla para hacerlo parar, Vance pisó el freno a fondo, cosa que le hizo recordar que no vendría nada mal revisar el nivel del líquido de frenos.

Wade lo miró con cara de pocos amigos.

—¿Qué haces? ¿Acaso has olvidado cómo se va al pueblo? —miró ansiosamente su reloj—. Le he dicho a Laura que me reuniría con ella a las doce. Si llego tarde por tu culpa te vas a enterar.

Vance reprimió una sonrisa a la vez que tenía una inspiración. Salió de la camioneta.

—Vamos a cambiar de vehículo, primo. He olvidado algo en el rancho. Lleva tú la camioneta y yo te sigo enseguida.

—Más vale que sea así —amenazó Wade mientras bajaba de su todoterreno negro y pasaba junto a Vance—. Hoy es nuestro sexto aniversario mensual, ya sabes.

—Sí, lo has mencionado más o menos una docena de veces.

Impaciente, Wade cerró la puerta de la camioneta, giró y se dirigió hacia la autopista. Vance rio divertido mientras su primo se alejaba en una nube de humo. Estaba deseando ver cómo se las arreglaba con la nueva agente.

Nada como una buena broma para empezar bien el día.

 

 

La oficial Miranda Jackson miró por el espejo retrovisor y masculló una maldición al ver que la camioneta que acababa de parar había vuelto a la autopista, desafiando su orden. Al parecer, el atractivo vaquero que la conducía no la había tomado en serio.

Estaba claro que no había servido de nada darle una advertencia, pensó mientras ponía en marcha las luces y la sirena. Iba a ponerle la multa y a incautar su camioneta, ¡y que tratara de convencerla de lo contrario!

Cuando la camioneta se detuvo en el arcén tras su coche, Miranda bajó hecha un basilisco para enfrentarse a Vance Ryder. Parpadeó incrédula cuando el conductor bajó la ventanilla llena de barro y le dedicó una sonrisa encantadora.

—¿Hay algún problema, agente?

—El problema es que acabo de enviar de vuelta al señor Vance Ryder a su rancho con esta camioneta porque viola varias normas de tráfico... —su voz se apagó cuando un reluciente todoterreno negro se detuvo junto a ella. La ventanilla tintada bajó y Vance asomó su sonriente rostro por ella.

—¿Va todo bien? —preguntó en tono burlonamente inocente.

Miranda estuvo tentada de sacar la porra y darle en la cabeza. Cuando vio la expresión divertida de sus ojos supo que le estaba tomando el pelo. De manera que creía que acababa de jugársela. ¡Eso habría que verlo!

—Baje del vehículo, señor Ryder —ambos hombres abrieron la puerta a la vez—. ¡Usted no! ¡Él! —ordenó Miranda a la vez que señalaba con el índice a Vance.

—¿Qué he hecho? —preguntó él con expresión inocente.

—No juegue conmigo —replicó Miranda en tono de advertencia. Luego, sacó su cuadernito de multas y escribió rápidamente en él.

—¡Pero si al vehículo que conduzco no le sucede nada!

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Wade, y volvió a mirar su reloj—. Tengo prisa. ¿Puedo irme ya?

—¿Qué tal si olvidamos la multa y escolto a mi primo y a la camioneta hasta la ciudad? —sugirió Vance—. Iré delante de Wade con mis luces de emergencia encendidas hasta la gasolinera. ¿Le parece bien, agente? —tuvo la audacia de dedicarle un guiño y otra sonrisa sexy.

A Miranda no le hacía ninguna gracia ser objeto de manipulación y flirteo. Pero, como antes, aquellos ojos color ébano se deslizaron arriba y abajo por su cuerpo y se detuvieron momentáneamente en su pecho. Aquel tipo iba a averiguar rápidamente que ella esperaba ser tomada en serio. ¡Era una agente de policía y él debía mostrarle respeto!

—De acuerdo, señor Ryder, guíe a su primo hasta la ciudad —murmuró mientras le entregaba la multa—. Y lave esa pila de chatarra de paso para que usted y su primo puedan saber adónde se dirigen. Si vuelve a suceder algo parecido, confiscaré el vehículo.

A continuación, giró sobre sus talones y se encaminó hacia el coche patrulla.

—¡Una multa de cien dólares! —exclamó Vance, incrédulo—. ¿Por qué?

Miranda volvió la cabeza para dedicarle una sonrisa burlona.

—Lo he multado por su estupidez, señor Ryder. Espero que así no se le ocurra volver a gastarme una de sus bromas.

Satisfecha, se alejó en su vehículo mientras Vance la miraba con el ceño fruncido. Se creía muy gracioso, ¿no? Pues la risa le había costado cien dólares. En otra ocasión se lo pensaría dos veces antes de intentar tomarle el pelo.

 

 

Para cuando Vance llegó con su primo a la estación de servicio Pinkman estaba que bufaba.

—Cien dólares —gruñó mientras se deslizaba en el asiento para que Wade lo sustituyera ante el volante del todoterreno—. Esa agente carece de sentido del humor. Ninguno de los oficiales de por aquí ha hecho nunca algo parecido.

—Puede que te caiga mal —dijo Wade—, pero he visto cómo la mirabas y babeabas mientras se alejaba.

—¡Solo estaba boquiabierto por la conmoción! —protestó Vance. ¿Dónde se cree que está patrullando? ¿En el centro de Chicago?

Wade arqueó una oscura ceja y sonrió sin ninguna compasión mientras entraba en el aparcamiento del restaurante para reunirse con su esposa.

—Te está bien empleado, por bromista. Tienes que vigilar con quién juegas. Paga tu multa y olvídalo.

—¡No pienso pagarla! —dijo Vance, indignado—. El mero hecho de estar como un tren y llevar uniforme no le da derecho a poner multas que ningún otro policía pondría por estas partes.

Wade rio entre dientes mientras aparcaba en un espacio libre.

—Como un tren, ¿no? De manera que lo admites.

—¿Me vas a decir que no te has dado cuenta de que tiene el cuerpo de una supermodelo? —preguntó Vance en tono despectivo—. Puede que estés loco por Laura, pero a ningún hombre en su sano juicio se le pasaría por alto un cuerpo como el de esa agente.

—Reconozco que está muy bien. ¿Qué piensas hacer? ¿Pedirle una cita después de pagar la multa? —preguntó Wade mientras bajaba del vehículo.

—Ni hablar. El día que me interese por una poli fanática como ella tienes permiso para pegarme un tiro.

—Una policía y un bromista —Wade se encaminó hacia el restaurante moviendo la cabeza—. Nunca funcionaría.

—Desde luego que no —Vance siguió a su primo al interior—. Me gustan las mujeres divertidas cuya reacción natural es sonreír, no mirarte con desprecio y fruncir el ceño. Además, esa mujer es tan radical y está tan a la defensiva que estoy seguro de que nunca se divierte, ni siquiera cuando se quita el uniforme.

Vance estaba seguro de que su primo no había oído una palabra de lo que había dicho. En el instante en que vio a su rubia y bonita esposa saludándolo desde el fondo del restaurante fue hacia ella como un perrito faldero. Era nauseabundo ver a aquellos tortolitos juntos. Aunque tampoco resultaba más alentador ver al primo Quint y a su nueva esposa, Steph. Tampoco parecían capaces de dejar de tocarse y mirarse.

Hablando del diablo, Vance vio a Quint saliendo de la cocina tomado de la mano de su pelirroja esposa. Comer con aquellos cuatro le iba a quitar el apetito.

—¿Qué te pasa? —Quint lo miró con curiosidad mientras se sentaba.

—Oh, no le hagas caso —dijo Wade con una sonrisa—. Está en baja forma porque ha tenido un encuentro con la nueva agente de policía. Es una auténtica dura, por cierto.

—Es una bandolera con uniforme —murmuró Vance—. Sería capaz de acribillar a quien se interpusiera en su línea de fuego.

Laura y Steph lo miraron con expresión preocupada.

—¿Qué ha pasado?

—Ya conocéis al bromista —dijo Wade—. Ha tratado de gastarle una de sus jugarretas y a la agente no le ha parecido divertido. Le ha puesto una multa de cien dólares por estúpido.

Quint rompió a reír.

—Eso te enseñará a ser más selectivo, primo. Te está bien empleado.

Era evidente que Vance no iba a recibir ninguna compasión por parte de aquellos cuatro. Incluso Laura y Steph habían empezado a reír.

Comió malhumorado mientras los tortolitos se arrullaban. Era posible que su familia pensara que debía pagar la multa, pero él no estaba de acuerdo. Aquella agente no había oído su última palabra. Iría a hablar directamente con el jefe de la policía. Tate Jackson debía saber que la nueva miembro de sus fuerzas del orden estaba hostigando a uno de los residentes de toda la vida en la comunidad. Tate era un hombre razonable que llevaba quince años en Hoot’s Roost. Sin duda, se aseguraría de que su nueva oficial no se excediera en sus funciones.

—¿Adónde vas con tanta prisa? —preguntó Wade cuando Vance dejó un billete de diez dólares en la mesa y se puso en pie.

—Voy a pasar por comisaría antes de ir a recoger la camioneta.

—Déjalo correr —aconsejó Quint.

—Lo único que vas a conseguir es que la agente se enfade aún más —advirtió Wade—. Irá a por ti cada vez que te vea.

Vance ignoró el consejo y se fue. Aunque normalmente era una persona bien humorada y desenfadada, no pensaba permitir que aquella agente se saliera con la suya. Solo debía asegurarse de contar primero su versión de la historia.

Cuando entró en la comisaría dedicó una amistosa sonrisa a la secretaria.

—Hola, Maggie, ¿cómo te va?

Maggie Davison le devolvió la sonrisa.

—Bien, guapo. ¿Qué te traes entre manos? Imagino que nada bueno, como de costumbre.

Vance apoyó los codos en el mostrador y dedicó a la joven su sonrisa de alto voltaje. Al menos ella reaccionó favorablemente, a diferencia de aquel monstruo de ojos verdes vestido de policía.

Él y Maggie habían salido informalmente unos meses antes, hasta que ella se lio con un hombre que acabó siendo su ex marido. Vance decidió hacer uso de su encanto para asegurarse un aliado en territorio enemigo.

—Sabes que soy un ciudadano inofensivo y obediente que no haría daño ni a una mosca —dijo con una nueva sonrisa—. ¿Está Tate en su despacho? Me gustaría charlar unos minutos con él.

—Por supuesto. Ve para allá mientras lo aviso.

—Gracias, bombón. ¿Estás saliendo con alguien últimamente?

Maggie se encogió de hombros.

—Nada serio. ¿Y tú?

—Tampoco. Podríamos ir a bailar juntos el viernes por la noche.

Maggie sonrió, encantada.

—Me gustaría mucho.

Vance se alejó por el pasillo recordando que siempre se había divertido con Maggie. Además, nunca venía mal contar con un amigo en el sitio adecuado, y Maggie podía facilitarle información sobre la nueva agente.

—Adelante —dijo Tate Jackson cuando Vance llamó a la puerta.

Vance entró, estrechó la mano del sheriff y ocupó la silla que había ante el escritorio, que estaba lleno de papeles y carpetas.

—¿Qué puedo hacer por ti, Vance?

—He venido a poner una queja. Esta mañana he tenido un encuentro con esa nueva agente.

Tate frunció el ceño.

—¿Qué clase de encuentro?

—Me ha multado cuando venía hacia aquí con la camioneta del rancho para llevarla a arreglar. Le he dicho que iba camino de la estación de servicio, pero le ha dado igual. Al parecer, opina que debemos seguir las mismas normas aquí que en las ciudades congestionadas de tráfico.

Tate asintió pensativamente.

—Comprendo.

—Puede que la camioneta parezca un montón de chatarra —continuó Vance—, pero es muy necesaria en el rancho. Mis primos la toman prestada todo el rato para mil tareas distintas. A veces hay que llevarla a reparar, pero la agente pretendía que volviera con ella al rancho.

—Hmm —fue todo el comentario de Tate.

—No se ha mostrado nada comprensiva. Me ha puesto una multa de cien dólares para dejarme traerla a la estación de servicio de Pinky. Parece que han puesto un peaje entre el rancho y la ciudad y ella se ocupa de cobrarlo.

—¿Cien dólares? —murmuró Tate—. Parece un poco exagerado. Déjame ver la multa.

Vance dedujo que el viejo Tate estaba de su lado, y no necesitó más para continuar.

—Y siento tener que decirte que esa nueva agente tiene una actitud que no va a gustar nada a la gente de por aquí.

Tate miró un momento la multa.

—Supongo que te has hecho el bueno pero ella no ha picado.

—Desde luego que no ha picado. Cuando he bajado de la camioneta me ha dado el alto y me ha apuntado con la pistola. No quiero ni pensar en lo que podría pasar si alguien comete un delito de verdad —dijo Vance con expresión preocupada—. Luego, ha empezado a soltarme una lista de números. No tengo ni idea de por qué estaba despotricando tanto.

Alguien llamó a la puerta en aquel momento.

—Adelante —dijo Tate.

Vance se sobresaltó al ver al objeto de su frustración en el umbral de la puerta. La policía de los deslumbrantes ojos verdes y el cuerpo escultural se detuvo en seco. Su mirada fue de Tate a Vance. Este le dedicó una sonrisa petulante. «Adelante, listilla», pensó. «Ahora vamos a ver quién sale de aquí con la reprimenda»