EL CHICO DE MI VIDA



V.1: Enero, 2018


Título original: Trust

© Jana Aston, 2016

© de la traducción, Olga Hernández, 2018

© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2018

Todos los derechos reservados.


Diseño de cubierta: Taller de los Libros

Imagen: kiuikson / Shutterstock


Publicado por Principal de los Libros

C/ Mallorca, 303, 2º 1ª

08037 Barcelona

info@principaldeloslibros.com

www.principaldeloslibros.com


ISBN: 978-84-17333-07-2

IBIC: FR

Conversión a ebook: Taller de los Libros


Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

EL CHICO

DE MI VIDA

Jana Aston

Serie Los chicos 3


Traducción de Olga Hernández para
Principal Chic

5

Agradecimientos

Pues se ha terminado. Hace poco más de un año publiqué El chico equivocado, sin un plan a largo plazo. Simplemente sentí la necesidad de escribir la historia de una chica y su ginecólogo, de modo que lo hice. Nunca había escrito nada y no estaba segura de si volvería a hacerlo, pero entonces a la gente le gustó El chico equivocado. Podría pasarme páginas hablando de lo que se siente, pero probablemente ya estéis hartas de oírlo (es como un ramo de felicidad, gratitud, unicornios y un gatito naranja). Pero El chico de mi vida es el final de la serie de Los chicos. Aunque nunca la he clasificado como serie, puesto que todos los considero libros autoconclusivos sobre cuatro parejas distintas que se cruzan en la vida de las demás. Las líneas temporales de El chico equivocado, El chico perfecto y El chico de una noche tienen lugar durante el mismo período tiempo. El único que se diferencia un poco es El chico de mi vida, porque los personajes previos están viviendo su final feliz durante la línea temporal de El chico de mi vida, y no hay continuidad de una única trama en los libros.


Chloe. Ah, que nerviosa me ponía. Me pone nerviosa, ya que tengo que escribir esta nota antes de que se publique El chico de mi vida. ¿La aceptaréis? ¿La entenderéis? ¿Es Boyd demasiado perfecto? ¿Me odiaréis por haceros esperar en torno a un 50 o 60 % del libro para el sexo? (Es difícil de decir en este momento, puesto que en libro lector digital el porcentaje cambiará, ¡pero sé que tarda mucho en llegar!). Eso me dio problemas. Tuve más de una conversación con mi mejor amiga Kristi al respecto…


—Kristi, el sexo está tardando una eternidad en llegar. Me parece que no puedo poner una escena de sexo hasta… por lo menos hasta la mitad del libro —le digo, escuchando nerviosa el silencio al otro lado de la línea.

—¿En serio?

—¡Ya lo sé!

—¡Tú eres la que se cabrea cuando te hacen esperar más de un 30 %!

—¡Ya lo sé! —admito, tristemente. En realidad, eso pasa si me hacen esperar más de un 25 %, pero esa corrección no me ayuda, así que me lo guardo para mí misma—. Es que… no me obligues a decirlo.

—¿Qué?

—Sencillamente no tenía sentido en esta historia, ¿vale? Es que Chloe es… no hay forma razonable de que esta chica se acueste con Boyd antes.

—Ya —murmura Kristi—. Vale, bueno, estás rompiendo tu propia regla.

—Lo sé. Yo también quiero darme un puñetazo en la cara.


Así que pido disculpas por la gratificación sexual tardía de El chico de mi vida. Y espero que pudierais entender a Chloe, incluso si no os sentís identificadas con los problemas derivados de la ansiedad.


¿Qué es lo próximo? Tengo una idea que lleva rondándome en la cabeza el último año y otra idea que se me ocurrió hace solo dos semanas. Y eso es lo único que puedo decir al respecto por ahora. A


Os agradezco muchísimo vuestro apoyo y vuestros ánimos. Cada vez que alguien me ofrece unas horas de su tiempo para leer mi trabajo, me explota la mente. GRACIAS. Cada vez que corréis la voz por una nueva publicación, compartís una publicación, le dais a like, dejáis una reseña o le decís a una amiga que os gustó un libro mío, es muy importante. Importantísimo. No podría hacer esto sin vosotras.


Kristi, ¡gracias por ser siempre la primera!

Franziska, gracias por interesarte tanto como para preguntarme constantemente si había terminado El chico de mi vida. :)

Chelcie, gracias por las historias fantabulosas…


Os hago la petición desvergonzada de que os unáis a mi boletín informativo, del que recibiréis notificaciones de nuevas publicaciones, ofertas especiales, firmas y cualquier otra cosa divertida que se me ocurra.


He empezado un grupo de lectores en Facebook. Se llama Grind Me Cafe (Estimúlame) en honor a la cafetería donde empezó la saga. Ahí publico avances y sorteos, de modo que, si estáis interesadas, ¡uníos! Grupo de Facebook: bit.ly/2eXkdpA


Gracias,

Jana

Sobre la autora

2.


Jana Aston es de Nueva York y renunció a su aburrido trabajo como teleoperadora para dedicarse a escribir. Tiene la esperanza de que no haya sido una idea del todo estúpida. En su defensa, hay que decir que era realmente muy aburrido.

Quien la animó a escribir este libro fue la autora J.A. Huss, de quien Jana fue asistente durante más de un año.

Con la publicación de El chico equivocado y El chico perfecto llegó a las listas de más vendidos de The New York Times.

CONTENIDOS

Portada

Página de créditos

Sobre este libro

Dedicatoria


Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Epílogo


Agradecimientos

Serie Los chicos 1

Serie Los chicos 2

Serie Los chicos 2.5

Sobre la autora

EL CHICO DE MI VIDA

Toc, toc. ¿Quién es?

El chico de tu vida.


Chloe tiene veintidós años, es profesora y muy

tímida. Cuando se pone nerviosa con un chico,

cuenta chistes malos. Compulsivamente.

Boyd trabaja para el FBI y necesita que una

chica se haga pasar por su novia en una boda.

¿Convencerá a la joven e inocente Chloe para

que sea su cita y pasen un fin de semana juntos?


Después de El chico de una noche,

concluye la serie de éxito de Jana Aston



«Jana Aston no deja de sorprenderme con las historias de amor más ingeniosas e inesperadas. Estoy asombrada.»

Audrey Carlan, autora de Calendar Girl


«Menudo final tan dulce y divertido para esta serie. Jana Aston es la nueva reina de la comedia romántica.»

After Dark Book Lovers


A Chelcie, por creer en sí misma



Gracias por comprar este ebook. Esperamos que disfrutes de la lectura.


Queremos invitarte a que te suscribas a la newsletter de Principal de los Libros. Recibirás información sobre ofertas, promociones exclusivas y serás el primero en conocer nuestras novedades. Tan solo tienes que clicar en este botón.

boton_newsletter


Gracias por comprar este ebook. Esperamos que hayas disfrutado de la lectura.


Queremos invitarte a que te suscribas a la newsletter de Principal de los Libros. Recibirás información sobre ofertas, promociones exclusivas y serás el primero en conocer nuestras novedades. Tan solo tienes que clicar en este botón.



boton_newsletter


Serie Los chicos 1

3

Serie Los chicos 2

4

Capítulo 1

Chloe


Míranos. Somos unas pijas. —Everly busca a la camarera—. Querida, ¿serías tan amable de traerme un té? ¿Aquí sirven el té como es debido, con una tacita y un platillo? —Everly pestañea a la camarera con total sinceridad mientras la pobre mujer sonríe educadamente y contesta que solo tienen tazas normales. Las cuatro, Sophie, Sandra, Everly y yo, hemos quedado para comer en el restaurante italiano situado en el edificio donde vive Sophie. Acabamos de sentarnos, por lo que aún no estoy segura de por qué Everly habla con el peor acento británico que he oído jamás.

—Tráele un té helado en un vaso normal, por favor —intervengo en nombre de Everly y sonrío a la camarera, quien acepta encantada mi petición y se aleja rápido. Hace calor dentro del restaurante, así que me quito el jersey que me puse antes de salir de casa. Es casi imposible predecir cómo será el tiempo en octubre, por eso es mejor estar preparada.

—Chinchín, Chloe. Gracias por pedir por mí.

—¿Por qué narices eres británica de repente? —Bajo la carta para mirarla.

—Está practicando —explica Sandra—. Sawyer se la lleva a Londres por un viaje de negocios.

—No creo que nadie hable así en Londres —replico secamente.

—Puede que sí, queridas, puede que sí. —Everly mira esperanzada a toda la mesa mientras Sandra, Sophie y yo la observamos sin convicción—. ¿A que estoy mejorando, chicas?

—Quizás deberías practicar un poco más —sugiere Sophie—. O mejor te compras un sombrero. Los sombreros se llevan mucho en el Reino Unido, ¿no?

—Madre mía, ¡voy a comprarme un tocado! —Everly deja de hablar con ese acento y la cara se le ilumina mientras agita las manos a su alrededor, emocionada.

—Ya estamos —murmuro—. Gracias, Sophie.

—¿Creéis que podría comprármelo por internet? ¿O mejor espero hasta llegar allí? —Los ojos de Everly se abren mucho—. ¿Pensáis que me quedaría bien una pluma?

—Definitivamente, deberías esperar —responde Sophie, que deja la carta en la mesa—. Rotundamente no a lo de la pluma. Ahora, elige algo de comer. Me muero de hambre. Y como pidas fish and chips en un restaurante italiano, te doy un puñetazo en la cara.

—Alguien está un poco gruñona —se queja Everly tras chascar la lengua.

—No estoy gruñona, sino embarazada. Muy embarazada. Llevo un año embarazada. Ya sé que son nueve meses y tal, pero ¿sabéis lo que son nueve meses de gestación? Ya os lo digo yo, un siglo. Tengo los tobillos hinchados, las tetas enormes, la espalda me duele y estoy lo suficientemente gorda como para estar criando una camada; pero no, mi médico y mi marido insisten en que solo hay un bebé ahí dentro. —Termina de quejarse mientras se señala al estómago—. ¡Uno!

Todas dejamos de ojear la carta para mirar a Sophie. En realidad, es adorable. El embarazo le sienta bien, aunque ella no lo crea. Es cierto que tiene una barriga enorme (saldrá de cuentas en menos de dos semanas) pero parece que tenga un balón de baloncesto bajo la camisa. Toda ella es extremidades y una única protuberancia.

—Hablando de eso —Everly señala la barriga de Sophie con una mano—, ¿cómo es el sexo con eso? —La pregunta va dirigida a Sophie, pero Sandra se ruboriza y yo gruño.

Sophie ni siquiera pestañea. Por lo visto, gestar un humano reduce el umbral de vergüenza.

—Siempre estoy cachonda —se lamenta en un susurro—. Constantemente. Luke dice que son las hormonas y que es normal, pero yo no opino que sea normal. Creo que soy una embarazada pervertida.

—Entonces… —Everly la mira seria; se alisa el cabello oscuro sobre los hombros y se acerca—. ¿A cuatro patas?

Sandra y yo nos miramos, luego observamos a Sophie. Vale, tengo curiosidad. Ese bulto es enorme.

—Hubo un tiempo en el que sí, pero las tetas me han crecido tanto que me duele cuando rebotan. Por lo que ahora lo monto y hago que me agarre las tetas con las manos.

Ah. Vale.

—Pues yo no pienso tener hijos —proclama Everly mirando el bulto de Sophie con recelo—, pero puede que monte a Sawyer cuando llegue a casa.

—Tienes un hijo —le recuerdo.

—Ya lo sé, Chloe —replica, agitando una mano delante de mí para restar importancia al asunto—. Y Jake es el niño más perfecto que nadie podría desear. Pero nació caminando, hablando y yendo al baño él solo. —Vuelve a mirar el bulto gigantesco de Sophie con auténtica preocupación en los ojos—. Me pregunto si Sawyer tiene alguna otra mamá secreta con un bebé por ahí —dice esperanzada, como solo ella puede hacer—. Una niña pequeña sería superdivertido, siempre y cuando no tuviera que expulsarla de mi vagina.

Sophie es la primera de nosotras en tener un hijo, aunque Everly tenga un niño de cinco años, Jake. Todo está ocurriendo muy rápido. Bueno, al menos, para mis amigas. Sophie conoció a Luke el otoño pasado, durante nuestro último curso en la Universidad de Pensilvania. Ya estaba embarazada y casada antes de la graduación. Everly conoció a Sawyer el día de Acción de Gracias y se casaron en verano. El hijo de Sawyer, de una relación anterior, vive con ellos a tiempo completo, y Everly se adaptó a su maternidad sorpresa mejor de lo que nadie se habría esperado. Ahora trabaja en una serie de libros infantiles sobre familias reconstituidas. Raro, lo sé. Siempre había asumido que escribiría porno. Y luego está Sandra. Es unos años mayor que las demás. Sandra trabaja para el marido de Everly y enseguida pasó a ser parte de nuestro círculo de amigas, o escuadrón, como sea que Everly prefiere que lo llamemos. Sandra empezó a salir con Gabe a principios de año y en verano ya vivía con él.

Solo falto yo.

Chloe Scott. La tercera en discordia, o séptima en discordia en este caso.

No es que no lo haya intentado. Lo he hecho. Es que soy muy torpe y rara. Además, salir con tíos no es fácil.

Me han dejado plantada. Me han enviado fotos de pollas sin siquiera pedirlas… más fotos de pollas de las que podría contar. A ver, ¿de qué va eso? ¿Por qué parece una buena idea? Borré la primera, pensando que era algún chiflado. Después de la tercera, revisé mi perfil de citas en internet, preguntándome si, de algún modo, había marcado una casilla donde solicitara fotos de penes. Ni siquiera encontré ninguna opción para eso.

Una vez, un tío se olvidó de mi nombre… en mitad de nuestra cita. Justo el mes pasado salí con un tío que me preguntó si quería follar antes de la cena. No es broma. Quedé con él a las siete fuera del restaurante y mencionó que había reservado para las nueve. Estaba confusa, pero sonreí, pensando que se habría olvidado de hacer la reserva y que por eso ahora teníamos que esperar hasta las nueve. No era importante. Pero no. Me dijo que vivía a la vuelta de la esquina y que pensaba que podríamos ir a su casa antes de cenar. Porque, y cito textualmente: «No es bueno follar con el estómago lleno».

Lo había conocido por internet unas semanas antes, después de haberme apuntado en una web de citas con la intención de cumplir mi lista de persona adulta:


Graduarme con honores.

Conseguir un puesto de maestra a jornada completa.

Buscarme un piso.

Aprender a salir con un tío.


Me había sentido cómoda con él. Había disfrutado de nuestras charlas por internet y, más tarde, por teléfono; además, era uno de los pocos que no me habían enviado una foto de su polla. De modo que, cuando me preguntó si quería salir a cenar con él, acepté enseguida.

Entonces hizo el comentario sobre follar con el estómago lleno. Estuve a punto de hacer una broma sarcástica, porque pensaba que bromeaba, pero continuó hablando:

—Aquí hacen un filete genial, pero no puedo comer carne roja antes de follar, así que he pensado que podríamos hacerlo antes de cenar, en lugar de después.

En serio.

Estuve a punto de sufrir un infarto, porque con mi experiencia limitada no sé qué puedo contestar a algo así; aparte de, evidentemente: «No, gracias». Pero detesto rechazar a la gente. Lo detesto. Doy clases a segundo de primaria. Lo mío es la amabilidad y la inclusión, no herir los sentimientos. Lo cual es estúpido, lo sé. Un mal comportamiento no merece una recompensa. Eso es lo que le digo a mi clase: «Sed amables. Tratad a vuestros compañeros y compañeras como amigos. Elogiaos unos a otros. Si sabéis algo, compartidlo. Si podéis ayudar a alguien, prestadle vuestra ayuda». Cuando lo hacen, ganan monedas especiales que pueden intercambiar por premios especiales en mi tienda de la clase. Cuando no se portan bien con algún compañero, pierden una moneda.

Pero esas reglas no se aplican a esta situaciones. De modo que, aunque quería pedirle a mi cita que me diera sus monedas, no estoy segura de que hubiera funcionado… ni de que hubiera enviado el mensaje que pretendía enviar. Pero no me iba a abrir de piernas para no herir sus sentimientos. Por lo que le dejé claro que no me acostaría con él en la primera cita. Ya lo probé una vez, en la universidad; el tío ni se acordaba de haberse acostado conmigo al día siguiente… o fingía que no se acordaba. Ninguna de las dos opciones era ideal para mi autoestima.

De modo que decliné su oferta de mantener relaciones sexuales antes de la cena y él se negó a llevarme a cenar. Se marchó, yo me fui a casa y cené fideos orientales. Lo que está bien, no es una tragedia. Los fideos orientales están deliciosos.

Ya estuve en una página web de citas una vez. Everly, mi compañera de habitación en la universidad, me apuntó sin avisarme. Por lo visto, había muchos hombres interesados en mí en base a un perfil que yo no había rellenado y en conversaciones que no había mantenido. Mi mejor amiga haciéndose pasar por mí era muy popular. Más tarde, intenté convencerme de que, prácticamente, era como si yo fuera popular, pero no me lo tragué. Consiguió que asistiera a una cita porque me engañó y me dijo que era una clase particular. ¿Cómo consiguió que el tío quedara conmigo en una biblioteca de la universidad? Nunca lo sabré. Tardé veinte minutos en darme cuenta de que no necesitaba clases de inglés de primero; de hecho, se había graduado en ingeniería hacía cuatro años. Tardé otros cinco minutos en explicarle que yo no era la chica con la que había hablado por internet y me disculpé por la interferencia bienintencionada de mi compañera de habitación.

No me interesaban las actividades de casamentera de Everly. La universidad estaba para estudiar, para prepararme para el futuro. Además, Everly se deja llevar por el corazón, no por la cabeza, ¿y de qué le ha servido eso a nadie? A ver, sí, se casó con un multimillonario que está locamente enamorado de ella… Vale, no importa, mi teoría es una basura. Pero yo no soy Everly. Hacer las cosas por instinto y dejarse llevar por el corazón funciona para chicas como ella, pero no para chicas como yo. A los hombres les atrae Everly. Yo emito señales de advertencia que dicen: «Demasiado trabajo».

De todos modos, no necesito un hombre, ni nada de eso. Puede que desee un hombre, pero no lo necesito. Puedo cuidar de mí misma perfectamente. No necesito que nadie me salve ni me arregle la vida. Eso es totalmente absurdo. No necesito flores, ni mariposas. Para nada.

Me gradué en mayo, me mudé a mi propio piso en junio y empecé trabajar como maestra de segundo de primaria en agosto. Estoy clavando todos los aspectos de mi vida.

Pero…

Pero las citas siguen siendo igual de difíciles que en el instituto. Y que en la universidad. Es decir, no se me dan muy bien. Una cita consiste básicamente en hablar tres horas con un desconocido, lo cual es estúpido, ¿verdad? No me hace mucha gracia. A ver, ¿a quién le hace gracia? ¿A quién? ¿Quiénes son esas personas? Es raro. Las citas son raras.

Y por más que no necesite un hombre, estaría bien tener uno. Pero mejoraré en lo de las citas, lo haré. La práctica hace al maestro, ¿no? Eso es lo que le digo a mis alumnos. Aprenden algo nuevo cada semana, y no siempre es fácil. Algunas clases son más complicadas que otras.

Algunos niños aprenden a un ritmo distinto que los demás, y no pasa nada. Y a mí las citas no se me dan tan bien como a mis amigas. Ya le pillaré el truco a ese arte. Tarde o temprano.

La camarera regresa y nos toma nota y, en cuanto se marcha, Everly me dirige la atención.

—Bueno, ¿y qué tal esas citas? —pregunta—. ¿Has recibido otra FDP?

—¿Qué es una FDP? —pregunto, confusa.

—Foto de polla —responde, y asiente con la cabeza cuando todas nos quedamos mirándola.

—¿Así es como se las llama ahora? —pregunta Sophie mientras se frota un lado de su protuberancia con una mueca en la cara.

—Todavía no —contesta Everly, girando la pajilla dentro de su vaso—. Pero estoy intentando que cuaje. Es algo más refinado que «foto de polla», ¿no os parece? —Le da un sorbo a su té helado y luego deja el vaso en la mesa, con las cejas alzadas mientras todas la observamos—. ¿Qué?

—¿Cómo pretendes conseguir que cuaje, exactamente?

—Me alegra que me lo preguntes, Chloe. La cosa es que estoy casada, así que ya nadie me manda FDP —comenta.

—Ya —respondo—. Espero que no.

—Pero tú, amiga mía, sigues teniendo citas, así que he pensado que podrías…

—No —la interrumpo—. No. Deja de hablar.

—Lo único que tienes que hacer —prosigue de todas formas— es responder a las fotos de pollas que recibes y poner «excelente FDP»; o, incluso, «excelente FDP xD».

—No, de eso nada. No voy a impulsar el envío de fotos de pollas para que puedas acuñar un término nuevo. No.

—Vale, no hay problema —acepta, encogiéndose de hombros. Guarda silencio tres segundos exactos antes de volver a abrir la boca—.¿Y qué tal esto?: «¿Por qué me envías una FDP?». De este modo, mandas el mensaje con el término que intentamos promocionar, pero sin impulsar el envío de dichas fotos.

Me meto el tenedor con pasta en la boca, clavo la mirada en Everly y niego con la cabeza.

—Pues yo pienso que es pegadizo.

—¿Por qué los hombres hacen eso? —pregunto mirando a toda la mesa con incredulidad—. ¿Sabéis cuántas fotos de pollas…?

—¡FDP! —interrumpe Everly.

—¿Cuántas FDP me mandan tras intercambiar dos palabras? Dicen, «eh», yo respondo «hola», y lo siguiente que mandan es una foto de sus pollas. Qué raro todo.

—Quieren demostrar que tienen polla, evidentemente. Por si te preocupaba que fueran eunucos. —Everly hace este comentario con calma, como si fuera una explicación razonable, mientras que las demás la miramos fijamente—. Es gracioso, a mí sí que me preocupaba que Sawyer fuera un eunuco, porque me hizo esperar casi toda la noche para acostarse conmigo en nuestra primera cita.

Todas nos la quedamos mirando en silencio.

—¿Qué? No lo es. O sea, para nada… si sabéis a lo que me refiero. Es lo contrario de…

—Lo hemos pillado, Everly. Gracias.

—De todos modos —continúa Everly con su historia—, muchos hombres reemplazan su polla en esas fotos, así que la única forma de comprobarlo es en persona.

—¿Qué? —pregunto, ladeando la cabeza en su dirección, confusa.

—Ya sabes, mandan la foto de una polla cualquiera de internet porque es más grande que la suya.

—No. —Niego con la cabeza—. ¿Eso pasa de verdad?

—Cada dos por tres —confirma Everly, asintiendo con seguridad—. Leí un artículo sobre el tema. En un blog.

—Da igual —interviene Sophie y se gira hacia mí—. Volvamos con Chloe. ¿Cómo van las citas? —Extiende el brazo hacia su espalda y se la frota mientas me habla.

—Bueno, un tío propuso que me lo follara con un arnés —murmuro y me meto un pedazo de pan en la boca.

—¿Perdona? —pregunta Everly, inclinándose hacia adelante. Sophie se mueve en la silla, incómoda, frotándose la protuberancia, y Sandra suspira, porque ya ha oído esta historia; Everly es mi mejor amiga, pero Sandra es mi confidente de citas. Everly tiene muy buenas intenciones, pero es… un poco invasiva. No para de intentar organizar citas para mí con tíos que ella ha elegido; es mucha presión. Además, si ella me consiguiera una cita que me gustara, se pondría en plan petulante. Y probablemente me seguiría durante las citas para observar la situación y enviarme mensajes con instrucciones.

Por eso hablo con Sandra de estas cosas. Ella ha sido víctima de las artimañas de casamentera de Everly, por lo que me entiende. Sandra es muy discreta. Puedo contarle todos los detalles del tío con el que he quedado y sé que nunca se los diría a nadie, a menos que yo desapareciera durante una cita. Everly, por otro lado, usaría la información para ser amiga del tío en Facebook, comprobar sus antecedentes y hacerse amiga de su madre. Por eso le envío los detalles a Sandra. Me refiero a la información necesaria para garantizar mi seguridad: con quién he quedado, cuándo, dónde… Veo muchas series policíacas por la tele, Mentes criminales, para ser específica, por eso siempre me aseguro de que alguien sepa dónde estoy si voy a una cita. Por si resulta ser un delincuente o algo.

—Un arnés —repito—. Con un consolador —aclaro cuando nadie habla.

Se quedan en silencio. Miro en torno a la mesa, a sus caras de asombro, y entonces me meto un poco más de pasta en la boca mientras vuelvo a encogerme de hombros.

—Necesito más detalles de esa historia —comenta Everly alzando ambas manos y doblando los dedos hacia ella como si estuviera dirigiendo el tráfico—. Más. Detalles.

—Sí, me parece que necesitamos más información —añade Sophie.

—Empecé a hablar con un hombre de la aplicación de citas que uso. El tío estaba buenísimo. Me envió un mensaje inmediatamente y yo estaba en plan «¡toma ya!», dando saltitos por la sala de estar. El mensaje decía: «Una pregunta. ¿Me follarías con un arnés con consolador?». —Hago una pausa y miro a las chicas—. Pensé que estaba de coña y le contesté: «Solo si me dejas elegir el tamaño». Me sentí superorgullosa de mi rápida ocurrencia, ¿sabéis? Estaba sentada en el sofá, riéndome, cuando me llegó su siguiente mensaje. Ponía: «El tamaño que tú quieras, yo lo compro». Iba en serio. Así es como me van las citas. Hombres que me mandan mensajes para preguntarme si quiero follármelos con un arnés con consolador. Creo que soy yo. Atraigo a los raritos.

—No creo que seas tú —replica Sophie con dulzura mientras Everly le da la razón y asiente con la cabeza.

—No, sí que creo que soy yo.

—Una vez, cuando aún estaba soltera, un tío se largó cuando estábamos haciéndolo —nos cuenta Sandra, y todas le dirigimos la atención.

—¡Para! —Everly alza una mano—. Sé que eres tímida, pero no me puedo creer que te conozca desde hace casi un año y nunca me hayas contado esta historia. ¡Un año!

Sandra se ruboriza y se cubre los ojos con una mano.

—Me da vergüenza.

—Demasiado tarde. Necesito los detalles.

—Pues ese tío y yo salimos un par de veces. Pensaba que todo iba bien, ¿sabéis? —Echa un vistazo en torno a la mesa.

—Quedamos para tomar café un par de veces. Otro día quedamos para tomar algo en un sitio muy cuco y acabamos cenando. Pensaba que había algo entre nosotros.

—¿Y entonces…? —pregunta Everly, alargando las sílabas.

—Nos acostamos. En mitad del tema, se detuvo, salió de mí y se marchó.

—Esta historia no puede ser verdad —dice Everly.

—Sí que lo es. —Sandra asiente—. Te prometo que sí.

—¿Seguía teniéndola dura?

—Sí. La sacó. Se puso los pantalones y se marchó. No he vuelto a saber de él.

La mesa se vuelve a quedar en silencio mientras le damos vueltas a su historia. Entonces Sophie nos recuerda que ella salió con un gay durante dos años.

—Las citas son un rollo —concluyo.

—Un tío me echó de su piso una vez —comenta Everly para contribuir a las historias de citas terroríficas.

—Te colaste en su piso, Everly. Le robaste la llave y te colaste. Tú eres su cita terrorífica, no al contrario —le recuerdo mientras Sophie y Sandra se ríen.

—Es un detallito sin importancia, Chloe —gruñe Everly—. Aun así, fue una experiencia de aprendizaje dolorosa. Bueno, ya basta de pesimismo. Tengo en mente al tío perfecto para ti.

—Lo que tú digas. No.

—Está bueno y es del FBI. Todo el mundo sabe que tienes ese fetiche con los federales. Seguro que tiene esposas —añade, guiñando un ojo con dramatismo—. Y seguro que es buenísimo en la cama. Te lo aseguro. A veces puedes deducirlo con solo mirar a un tío. Solo por cómo se mueve. Eso es lo que necesitas. Un tío que sepa lo que hace en la cama. Y, como mínimo, este tío tiene un buen paquete.

—Espera, ¿estás hablando de mi hermano? —interviene Sophie. Tiene un medio hermano que no conozco.

—Evidentemente, Sophie. ¿Cuántos agentes federales conozco? —dice Everly como si fuera lo más obvio del mundo.

—La verdad es que es una gran idea; pero, por favor, no hables del paquete de mi hermano delante de mí. Es asqueroso. —Sophie hace una mueca de dolor y se frota la barriga de embarazada—. Pero me parece que Boyd es de los que van de flor en flor. Nunca me ha presentado a nadie con quien estuviera saliendo. Pero es un buen plan. Vosotras hablad de eso, que yo voy al cuarto de baño. —Empuja la silla hacia atrás, se pone en pie y se vuelve a sentar de inmediato, mirándonos con el pánico reflejado en sus ojos—. Creo que acabo de romper aguas.

—Todo controlado —anuncia Everly, agitando las manos con entusiasmo para que la camarera se acerque—. Necesito una olla de agua hirviendo, unas toallas y la cuenta.

—Ay, madre mía —murmura Sophie, y saca el móvil del bolso.

—Solo la cuenta —digo a la camarera. Me giro hacia Everly de nuevo mientras Sophie llama a su marido—. No vas a encargarte del parto de Sophie, Everly. Ha roto aguas hace diez segundos y su marido, el ginecólogo, está en el piso de arriba. Por lo que, incluso si este bebé fuera a nacer en los próximos cinco minutos, que no va a ser así, no te encargarías de que Sophie pariera en una mesa del Serafina.

Everly se hunde en la silla y sacude la cabeza.

—Llevo meses viendo vídeos de nacimientos en YouTube, por si acaso. Menudo desperdicio. —Suspira y entonces se anima—. ¿Puedo estar en la sala de partos, al menos?

—No —respondemos todas al unísono.

El marido de Sophie, Luke, se presenta unos minutos después. Viven en el ático de este edificio, así que solo estaba a un viaje en ascensor de distancia. Coloca la mano con delicadeza en la nuca de Sophie y se inclina para susurrarle algo al oído. Ella pestañea y asiente mientras él la besa en la sien antes de enderezarse. Sostiene un largo abrigo para que ella se lo ponga y así ocultar discretamente que acaba de romper aguas.

—No puedo creerme que esto acabe de pasar en un restaurante —masculla Sophie mientras Luke la envuelve con el abrigo.

Sandra, Everly y yo volvemos a sentarnos en las sillas y nos miramos las unas a las otras, algo aturdidas por lo que acaba de suceder, hasta que Everly habla por fin.

—Bueno, ya es oficial. Nunca pienso dar a luz. Jamás de los jamases.

Capítulo 2

Chloe


Nunca se me ha dado bien lo de salir con chicos. En el instituto tuve un novio de rebote: mi mejor amiga salía con el mejor amigo de él y ¡tachán! Hecho. No estoy segura ni de si Dave me pidió salir con él, pero siempre acabábamos juntos. Dave me gustaba, y era agradable tener una cita para los bailes del instituto y demás. Pero no sé si con eso aprendí alguna cosa sobre salir con tíos.

La universidad no fue mucho mejor. Probé lo suficiente como para decidir que era preferible emplear el tiempo en estudiar, y pensé que ya saldría más delante para salir con alguien. Estaba en la Universidad de Pensilvania con una beca y era imprescindible que sacara muy buenas notas. De modo que aquí estoy ahora. Tengo una carrera universitaria, un piso y un trabajo. Y no tengo ni idea de cómo actuar en una cita. En mi defensa, las opciones hasta ahora han sido deprimentes. Pero esta noche tengo otra cita y tiene que ir bien, porque no podré soportar otro rechazo o situación extraña. No sé si podría lidiar con otra petición de arnés con consolador.

La verdad es que todo esto se me da fatal. La semana pasada salí con un tío a tomar algo. Era la primera vez que nos veíamos, y estaba nerviosa. Las citas me provocan ansiedad. La mayoría de las situaciones sociales me provocan ansiedad, pero las citas son lo peor. ¿De qué narices íbamos a hablar? Pero entonces me recordé a mí misma que a todo el mundo le gustan los cumplidos. Es algo que les enseño a mis alumnos: si hay una cosa que te gusta de otra persona, dilo. De modo que entré en el local y grité: «Me gustan tus pantalones». Sí. La verdad es que es peor de lo que suena. La semana anterior a esa salí con un tío cuyo nombre era Rick Martin… yo voy y suelto, «Living la vida loca», y le hago un baile raro. En fin, es evidente que podría mejorar muchísimo.

Me examino en el espejo e intento con todas mis fuerzas calmar mi corazón desbocado. Puedo hacerlo. Por supuesto que puedo. «Solo es una cita, Chloe». Me recuerdo que no hay motivos para estar nerviosa. La gente va a citas todos los días… por diversión. Yo no creo que sea divertido, pero la gente, sí. Mis amigas, sí. Lo que pasa es que yo tiendo a comportarme como una rarita y parece que esté siendo sarcástica, pero no es mi intención.

Por eso, hoy las cosas tienen que ir bien. Es que… de verdad necesito que sea así. Vamos a ir a un partido de los Philadelphia Eagles y tengo la esperanza de que vaya bien. Técnicamente, es mi segunda cita con él tras haberlo conocido en persona el fin de semana pasado para tomar café. Me gusta este chico, Cal. Es bombero y muy mono. Un bombero y una maestra de escuela suena a pareja perfecta, ¿no? Y aquella cita fue bien. No quiero gafarlo, pero creo que podría haber algo entre nosotros.

Me miro en el espejo de nuevo, tejanos y una camiseta de punto de manga larga y de un verde que combina con mis ojos y con los colores del equipo de los Eagles. Las mangas son muy largas. Me llegan a la mitad de la palma de la mano y hay un agujero en los puños para meter los pulgares. Me pregunto si hay una palabra para ese agujero. Es raro, ¿no? Un agujero cosido en la costura de una camiseta de manga larga para meter el pulgar. Qué extraño. Tendré que buscarlo en Google luego. Pero, ahora mismo, Cal va a venir a recogerme. Me pongo la pulsera y bajo las escaleras hasta el vestíbulo del edificio para esperarlo.


***


—Ayer recibimos una llamada interesante en la estación de bomberos —me cuenta Cal mientras nos dirigimos en coche al estadio. Por suerte, el tráfico no está mal por la zona del Schuylkill y vamos bien de tiempo. El estadio está a menos de diez kilómetros de mi piso, pero nunca se sabe cómo estará el tráfico cuando hay partido.

—¿Qué pasó? —pregunto, girando la cabeza en su dirección. Me interesa la historia, y es una buena oportunidad para mirarlo mientras habla. Es muy mono. No es demasiado alto, pero es un poco más alto que yo, tirando a robusto, con cabello oscuro y espeso, un poco alborotado. Lleva pantalones cortos, como la mayoría de tíos a finales de septiembre, y una camiseta de los Philadelphia Eagles. Las gafas de sol lo protegen de los rayos del mediodía, pero se le entrevén los ojos mientras habla.

—Nos avisaron de que un vehículo había herido a un niño pequeño.

—Dios, qué horrible.

Quita la mano del volante y dice: