portada
El té de tornillo del profesor Zíper
El té de tornillo del profesor Zíper

JUAN VILLORO

ilustrado por
RAFAEL BARAJAS, EL FISGON

Fondo de Cultura Económica

Primera edición, 2017
Primera edición electrónica, 2017

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

contraportada

ÍNDICE

LISTADO DE PÁGINAS

Índice

Lavado salvaje

El regreso estuvo lleno de acontecimientos. Alex y Lucio se reu­nieron con sus padres. Los nobles ancianitos se conmovieron mucho de recuperar al hijo perdido. Luego durmieron tres horas para reponerse de la emoción.

La tía Trini y el tío Pepe aceptaron con gusto la invitación a la Isla de los Inmortales.

—¿Vamos a estar tirados para toda la eternidad? —preguntó la tía Trini—. ¡Qué maravilla!

Alex les entregó los pequeños relojes de arena. Trini tragó el suyo con salsa extrapicante y el tío con aceite de cártamo. Todo funcionó con puntualidad de reloj de arena. Cuando los tíos sintieron un bulto en el pescuezo, sonó el timbre de la casa.

Dos hombres de negro aguardaban afuera:

—La Isla está lista para unos bultos inmortales —dijo uno.

—Los bultos están listos para una isla inmortal —dijo el otro.

Los tíos partieron rumbo a su feliz destino, dejando su cuarto lleno de basura y ropa sucia.

Alex, que era muy ordenado, decidió llevar aquellos calcetines apestosos a la Tintorería Espacial. Ahí lo aguardaban sus demás compañeros de viaje.

El gato Mediodía, que había sobrevivido a base de croquetas y agua destilada para planchas, saludó a su amo con un fuerte lengüetazo. Luego abrió mucho sus ojos amarillos y el pelo se le erizó como activado por una corriente eléctrica.

Aquel felino sensible a los cazadores había detectado al bebé Leonardo Coronel, que olía a futuro vendedor de pieles.

Esto dio oportunidad a que Azul preguntara:

—¿Qué vamos a hacer con Juvenal y Leonardo?

—Debemos entregarlos a la policía —opinó Lucio.

—La policía no tiene capacidad para atender bebés —dijo Zíper—, y menos la de esta ciudad, que está en pañales.

En ese momento, Juvenal se llevó un puñado de detergente a la boca e hizo buches de espuma.

Leonardo también sintió hambre y chupó una croqueta de Mediodía.

—Tenemos que hacer algo con estos niños malcriados —dijo Azul.

—Por supuesto —respondió Zíper, y los ojos le brillaron cuando agregó—: los educaremos con un baño para salvajes.

Una vez más, resultaba imposible saber lo que tramaba el científico.

En los siguientes minutos, Zíper no dejó de darle indicaciones al gran tintorero Alex.

Dos lavadoras se llenaron de tres ingredientes: agüita tibia, hojas de temporana y champú para cabello salvaje.

—Y ahora: ¡al agua, patos! —Zíper puso al pequeño Juvenal en una lavadora y al pequeño Leonardo en otra.

Los villanos habían regresado a su infancia con el té que les lanzó la bazooka. Ahora, Alex programó las lavadoras para que giraran en sentido contrario: Leonardo y Juvenal beberían un té para crecer.

Mediodía se instaló con una buena ración de croquetas frente a la lavadora en la que Leonardo daba vueltas, tragando té y recibiendo el champú que le dejaba un pelo de foca en plena natación.

En eso estaban cuando un fuerte rechinido llegó de la calle: cinco motocicletas frenaron al mismo tiempo, seguidas de curiosos, fotógrafos de todo tipo, chicas que se desmayaban de amor (casi todas) o simple admiración (algunas), periodistas con lápices en la oreja y un vendedor de paletas heladas. Nube Líquida había regresado de su gira por Australia.

Azul, que extrañaba mucho a Pablo Coyote, había hablado al avión de Nube Líquida para informarles dónde estaban.

Los músicos entraron a la Tintorería Espacial. Alex calculó que ahí no había espacio para los 21,678 fanáticos que seguían al grupo y bajó la cortina de metal.

—Les presento a Nube Líquida —Azul se dirigió a los hermanos Alex y Lucio.

—¡Te extrañé mucho! —Pablo Coyote saludó a Azul—. Mira lo que te traje.

El guitarrista tenía un oso koala en el hombro.

Azul y Pablo se besaron. Un fotógrafo de la popular revista Morbus Extremus logró tomar una foto por una rendija en la cortina de metal. Al día siguiente el mundo entero sabría del romántico encuentro en la Tintorería Espacial.

Ruperto Mac Gómez, el hermoso bajista del grupo, buscó un espejo para ver si no le habían salido ojeras en el vuelo desde Australia, Nelson Farías acarició el lomo del gato Mediodía con sus dedos de tecladista, Gonzo Luque sacó la pizza que llevaba para emergencias bajo su camiseta extragrande y Ricky Coyote se interesó mucho en la historia de Alex y Lucio, que se llevaban tantos años de diferencia.

—El mejor remedio para las emergencias es un buen hermano —dijo el músico—, te lo digo yo, que en una ocasión fui salvado por mi hermano Pablo, pero ésa es otra historia.

Mientras tanto, Juvenal y Leonardo seguían girando y creciendo en las lavadoras.

—Es un lavado con hojas de temporana —Zíper le explicó a los miembros de Nube Líquida de qué trataba el asunto.

Los músicos se entusiasmaron con el experimento. Aunque venían cansados de su largo viaje, interpretaron la canción “Crece crece ajonjolí” mientras Leonardo y Juvenal recuperaban su edad entre burbujas.

Gonzo improvisó una batería con cubetas de tres tamaños y Nelson Farías extrajo fantásticos sonidos del sistema de planchado láser. María encendió una lavadora, se subió al aparato y bailó en forma extraordinaria, siguiendo el ritmo del agua. ¿Quién iba a pensar que después de doce años de quietud pudiera bailar tan bien?

—¡Inventaste el baile de la lavadora! —la felicitó Lucio.

—Lo usaremos en nuestra próxima gira —opinó Ricky Coyote, que incluso en sus momentos de descanso pensaba en el trabajo.

Afuera, la multitud se entusiasmó con la versión de lavandería de “Crece crece ajonjolí”.

La canción terminó con un solo de cubeta de Gonzo Luque. Entonces Zíper abrió las puertas de las lavadoras. Juvenal Maxifab había recuperado su edad y escupió un chorro de pompas de jabón. También Leonardo Coronel era el mismo de antes, pero el champú para cabello salvaje le había dejado los bigotes en forma de zigzag.

—¿Alguien tiene una toalla? —preguntó el falso taxidermista.

El generoso Gonzo Luque se quitó su camiseta extragrande y se la tendió al náufrago de la lavadora.

Para sorpresa de los presentes (y de la cámara que fotografiaba por una rendija), su espalda mostró el tatuaje que se había hecho en Australia y que decía: AMO A MI MAMI.

Juvenal y Leonardo se secaron con la camiseta y vieron al profesor Zíper con cara de niños arrepentidos.

—Bienvenidos al tiempo normal —les dijo el científico—. Tienen edad suficiente para ir a la cárcel.

—¡No, por favor! —exclamó El Zar de la Espuma—. Pagaré lo que sea, te daré mi fortuna, incluidas mis mansiones con baño y cacahuate de la suerte.

—Y yo seré bueno con los animales —dijo Leonardo—. Besaré a Pig Brother, le cortaré las uñas a Mediodía y le pondré las pantuflas al koala de Azul.

—¿Y cómo sabemos que no mienten? —preguntó Lucio.

—¡Hemos recibido un baño de humildad! —dijo Juvenal.

—Seremos sencillos y suaves como animales domésticos —informó Leonardo.

—Lavaré ventanas gratis —agregó Juvenal.

—Seremos mascotas obedientes y recién bañadas —Leonardo se acarició sus bigotes en zigzag.

—Hay que saber perdonar a los enemigos —dijo Zíper—, pero tienen que demostrar que han cambiado: Juvenal lavará la ropa de todos los niños pobres de la ciudad y Leonardo bañará a los animales del zoológico.

—¡Aceptamos el trato! —dijeron los hombres mojados.

La reconciliación reinaba en la tintorería cuando se oyó un to­quido en la cortina. ¿Alguien solicitaba un lavado de emergencia?

Alex abrió con mucho cuidado la pequeña ventana de la cortina metálica. Un paquete cayó a la tintorería haciendo este ruido:

—¡Plof!

La caja estaba muy fría y llevaba un mensaje escrito con tinta de calamar. Alex lo leyó en voz alta:

—“Queridos amigos: olvidaron sus relojes en el tren cucú. Aquí se los mando con algunos productos de la región para que se acuerden de mí. Firmado: El lanchero de 24 años.”

La caja contenía los relojes de los viajeros y una hielera con camarones.

Gonzo Luque, que siempre llevaba una botellita con salsa para urgencias, preparó un rico coctel en una cubeta.

—Comamos los camarones de la paz —dijo Zíper.

Los amigos compartieron exquisitos mariscos con sus antiguos enemigos.

—Qué bonito es ser bueno —dijo Juvenal.

—Qué bueno es ser bonito —dijo Leonardo.

img172

Zíper vio el reloj que se acababa de poner en la muñeca y exclamó:

—¡Se me hizo tarde! Mis brócolis me esperan. Por poco olvido que el tiempo pasa. Debo regresar a Michigan, Michoacán. Me alegra que los hermanos Alex y Lucio estén tan contentos como los hermanos Pablo y Ricky. Y hablando de hermanos, ¿alguien ha visto a Pig Brother?

El puerquito había encontrado un moño en la tintorería y se lo había puesto.

—¡Eres el mejor regalo del hombre! —gritó Zíper.

—Quédese otro rato —le pidió María—, y le enseñaré el baile de la lavadora.

—Ya estoy viejo para esos meneos y en mi pueblo tengo cosas que hacer.

—Allá afuera hay 21,678 fanáticos. No va a poder salir —informó Ricky Coyote.

—Son fanáticos de Nube Líquida. A mí no me conocen. Los científicos no salimos en la televisión ni en las revistas, lo cual tiene sus ventajas: puedo ir con mi cerdo a todas partes sin que nadie me moleste.

—Le pido un favor —dijo Azul, con lágrimas en los ojos por la tristeza de despedirse de Zíper—, llévele estas plantillas a mi tío, sus pies se lo van a agradecer.

La muchacha entregó las plantillas de arena ardiente que le había dado el Gran Relojero.

Y así fue como el científico se despidió de sus amigos.

No tuvo problemas para pasar entre la gente que esperaba a los músicos de rock. Caminó deprisa, llevando en los brazos a su querido Pig Brother.

Juvenal Maxifab y Leonardo Coronel salieron poco después, ansiosos de cumplir sus promesas: lavarían las ropas de los niños pobres y las pieles del zoológico. Tampoco ellos tuvieron problemas para pasar entre la multitud.

En cambio, los músicos debían aguardar en la tintorería hasta que los fanáticos se cansaran y regresaran a sus casas.

¿Qué podían hacer para matar el tiempo?

Pablo Coyote se acercó a Azul, que acariciaba al koala color canela, y le dijo:

—Cuéntanos qué hiciste en las vacaciones.

—Es una larga historia. Presten atención y el tiempo pasará volando.

Todos se acomodaron para oír el relato que duraría hasta que la calle estuviera despejada y pudieran abandonar la tintorería.

Azul habló con emoción:

—La historia se llama El té de tornillo del profesor Zíper.

Los que no sabían de qué se trataba abrieron los ojos de asombro, los que habían vivido esa aventura sonrieron al recordar muchas cosas.

Se hizo un silencio expectante, y Azul empezó a contar el cuento.