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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1998 Sandra Marton

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El hombre más atractivo, n.º 1072 - julio 2020

Título original: The Sexiest Man Alive

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-676-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Chic.

La revista de hoy para la mujer de hoy.

Edgar B. Elerbee, editor.

Del despacho de: Edgar B. Elerbee

A: Personal de la redacción.

Martes, 3 de junio.

Es con gran pena que anuncio la defunción repentina de Charles Dunn, nuestro estimado redactor jefe. Charles ha sido la fuerza vital de esta publicación durante treinta y dos años, y sé que todo el personal lo echará de menos.

He nombrado con carácter inmediato a nuestro subredactor jefe, James Colter, como sucesor de Charles en ese importante cargo, y espero que todo el personal se una a mí en ofrecerle a James todo nuestro apoyo.

E. Elerbee, editor.

 

 

De: ClaireHaines@chic.com.

A: SusannahMadison@chic.com.

Asunto: Necesidad de operación de cirugía.

Suze: Supongo que el viejo Charlie nunca entendió a la mujer del siglo veinte, ¿pero y Colter? Probablemente piense que todavía deberíamos seguir llevando corsés. ¿Almorzamos en Gino’s?

 

 

De: SusannahMadison@chic.com.

A: ClaireHaines@chic.com.

Asunto: Ansiosa por salir por la puerta.

¡Elerbee debe de estar de broma! Nuestras ventas ya eran malas con Charlie, pero Colter va a conseguir bajarlas aún más. ¿Es que no se le ha ocurrido nunca a Elerbee que una revista para mujeres debe tener a una mujer en cabeza? Olvida lo de Gino’s. Fui a casa el pasado fin de semana. Mi madre preparó una gran comida. Debería haber ahorrado tiempo y habérmela puesto directamente en las caderas.

 

 

Suze:

¡Las tallas ocho no tienen caderas de las que preocuparse!

Te envío las demos que me pediste. Nuestras lectoras son mujeres de entre cuarenta a sesenta y cinco años. No son buenas noticias. ¿Has oído lo último? Colter es historia. ¿Te preguntas a quién pondrá Elerbee en su lugar?

Claire.

 

 

De: SusannahMadison@chic.com.

A: ClaireHaines@chic.com.

Asunto: Mister Ed, el Caballo que Habla.

O, tal vez, Lassie. Pero no alguien que le pueda dar alguna vida a Chic. Tienes razón, deberíamos apuntar a las mujeres trabajadoras, solteras, de entre dieciocho a treinta y cinco años. Necesitamos más fotos, más moda, más ideas de maquillaje, consejos con los hombres. ¿Qué ha pasado con las alegrías de ser una mujer soltera?

 

 

De: ClaireHaines@chic.com.

A: SusannahMadison@chic.com.

Asunto: Mujeres solteras, 18-35. Las afortunadas se casan.

 

 

De: SusannahMadison@chic.com

A: ClaireHaines@chic.com.

Asunto: Definiciones. Eso depende de tu definición de «afortunada».

 

 

               Chic.

La Revista para las Mujeres.

Edgar B.Elerbee, editor.

Julio, 28.

Por favor, reúnanse conmigo el viernes en la sala de juntas para desayunar, desde las 8,30 a las 10, en honor a nuestro nuevo redactor jefe, Julius Partridge Wallinger. El señor Wallinger trae con él casi cuarenta años de experiencia periodística.

La sección de contabilidad me ha asegurado que el problema con los talones de la última semana eran debidos a fallos informáticos y no volverán a suceder. Gracias por su tolerancia.

E. Elerbee, editor.

 

 

De: SusannahMadison@chic.com.

A: ClaireHaines@chic.com.

Asunto: Hola.

Estoy disfrutando de las vacaciones. El tiempo es maravilloso. Me estoy relajando completamente. Leo, alquilo vídeos, etc… Viene a verme un viejo amigo, Sam. ¿Te lo he mencionado alguna vez? Mi siempre esperanzada madre lo ha invitado todas las noches a cenar, lo que me hace sonreír. Sam es un encanto y juega a la canasta con ella después de que yo me vaya a acostar.

He visto una cosa en las noticias de negocios. ¿Es cierto? ¿Es que el nuevo ha metido ya la pata? ¡Sólo llevo una semana de vacaciones! ¿Qué pasa con ese rumor de que se va a hacer cargo de la empresa Romano Inc? No es posible, ¿verdad? Lo vi de lejos en Hyannisport. (Fui allí para llevar a almorzar a mamá) Lo único que Matthew Romano podría hacer por la revista sería posar para las páginas centrales… Ahora bien, es difícil que una mujer inteligente pueda perder la cabeza por alguien tan chulo, falto de cerebro y arrogante como el señor Romano. Estaba con Ted Turner. Ése sí que me gustaría que comprara la revista. Dile a Peter que le mando mi amor y besos y que lo echo de menos.

 

 

               MEMO.

De: Claire.

A: Claire.

1. Recordar preguntarle a S. acerca de Sam y por qué se dedica a jugar a las cartas con su madre en vez de tontear con ella.

2. Recordar preguntarle por qué se ha llevado el ordenador portátil de vacaciones.

3. Recordar no molestarme en preguntar.

4. Recordar sugerirle a S. que debería solicitar el puesto de redactor jefe. Ella tiene un doctorado, ¿no?

5. Recordar con respecto a lo anterior que S. sería una magnífica redactora jefe.

6. Recordar decirle a S. que lo de Romano no es más que un rumor.

7. Recordar preguntar a S. cómo es que sabe que Romano es descerebrado, arrogante y demás.

8. Decirle a S. que ha tenido una gran idea con que él pose para las páginas centrales.

 

 

De: SusannahMadison@chic.com.

A: ClaireHaines@chic.com.

Asunto: Puesto de redactora jefe y chulos.

De acuerdo, lo hice. Le di a Elerbee mi currículum y no se rió. Supongo que eso son buenas noticias. Hablando del señor Romano, Claire ¿dónde están tus baremos? ¿Quién quiere a un tipo que se cree que es el hombre más atractivo del mundo? Sólo una R.I. como la que llevaba del brazo en Hyannisport.

 

 

De: ClaireHaines@chic.com.

A: SusannahMadison@chic.com.

Asunto: ¿El hombre más atractivo del mundo? ¿Una R.I.? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Qué? Explícate, por favor.

 

 

De: SusannahMadison@chic.com.

A: ClaireHaines@chic.com.

Asunto: ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Qué?

R.I: Rubia Idiota, como con las que sale siempre en la prensa del corazón. El hombre más atractivo del mundo, como se ve en todas esas fotos.

 

 

De: ClaireHaines@chic.com.

A: SusannahMadison@chic.com.

Asunto: Confusión.

Por Dios, Suze. No sabía que leyeras esas cosas. ¿Y cómo sabes tú que esas rubias son idiotas?

 

 

De: SusannahMadison@chic.com.

A: ClaireHaines@chic.com.

Asunto: Nada de confusión, Romano estaba con ellas.

 

 

De: ClaireHaines@chic.com.

A: SusannahMadison@chic.com.

Asunto: Sí, confusión.

¿Cómo es que estás tan interesada en Matthew Romano?

 

 

De: SusannahMadison@chic.com.

A: ClaireHaines@chic.com.

Asunto: No interesada.

No lo estoy. Ni siquiera sé cómo es que hemos empezado a hablar de esto.

 

 

De: ClaireHaines@chic.com.

A: SusannahMadison@chic.com.

Asunto: Confusa de nuevo.

Has dicho que era un chulo.

 

 

De: SusannahMadison@chic.com.

A: ClaireHaines@chic.com.

Asunto: Locura.

¡Cielo Santo! ¡Estaba siendo sarcástica! ¿Por qué estamos perdiendo el tiempo con ese hombre?

 

 

De: ClaireHaines@chic.com.

A: SusannahMadison@chic.com.

Asunto: ¡Hey!

No he sido yo la que ha metido a Romano el Chulo en la conversación.

 

 

Tienes razón, lo he hecho yo. y voy a dejar de hablar de él ahora mismo. Hazme un favor. Échale un vistazo a lo que te envío y dime lo que piensas de esas ideas. ¿Alguna de ellas te harían comprar un ejemplar de la revista a ti?

Ah. He recibido una llamada de Elerbee. Quiere verme pronto. Aquí viene la decepción…

 

 

               Chic.

La Revista para la Mujer del Mañana.

Edgar B. Elerbee, editor.

Estoy encantado de anunciar que Susannah Madison es nuestra nueva redactora jefe. Susannah ha estado con nosotros desde hace dos años como redactora. Va a empezar con su nuevo trabajo al principio de la semana próxima. Sé que hemos capeado momentos difíciles en los últimos meses, pero puedo asegurarles que todo ha pasado ya.

El departamento de contabilidad me ha pedido que informe a aquellos que hayan tenido alguna dificultad, de nuevo, con sus talones, que, por favor, sean pacientes. Es problema es de índole informática. Gracias de nuevo por su tolerancia y comprensión y he de añadir que ha sido un placer trabajar con todos ustedes todos estos años.

E. Elerbee.

 

 

De: Susannah Madison, redactora Jefe.

A: Personal.

Acabo de ser informada de que Chic ha sido comprada por Update Publications, de Nueva York. Que no os entre el pánico. Estoy tratando de conseguir datos de esa empresa. Tan pronto como los tenga, os contaré todo lo que averigüe. Dado que nunca hemos sabido nada de ellos, probablemente sea una empresa pequeña y nos dará tiempo para reagrupar nuestras fuerzas y hacer de Chic la revista triunfadora que todos sabemos que puede ser.

Susannah.

 

 

De: ClaireHaines@chic.com.

A: SusannahMadison@chic.com.

Asunto: Enhorabuena.

¡Vaya! ¡Enhorabuena, Suze, lo harás muy bien! ¿Qué ha querido decir Elerbee con eso de que ha sido un placer y demás? ¿Es que se jubila? ¿Vende la revista? La revista no puede ir peor, no ahora que te ha nombrado redactora jefe, ¿no es así? ¿NO ES ASÍ?

 

 

               MEMO

De: Matthew Romano.

A: Joseph Romano.

Asunto: Compra de Chic.

Septiembre, 10.

Joe:

La división de actualizaciones acaba de comprar Chic como parte del paquete de Elerbee. Por lo que he visto, lo mejor sería terminar con sus sufrimientos. ¿Qué demonios está pasando en esa revista? Quiero ver algunos datos. Copias de correspondencia, lo que sea.

 

 

De: JoeRomano@romano.com.

A: MattRomano@romano.com

Asunto: Algunos tipos son unos chulos.

Muchas gracias, hermano mayor. Acabas de tenerme encadenado a la mesa de trabajo todo el fin de semana. La información va en camino vía Internet y fax. Los e-mails son sobre todo charlas de oficina, pero deberías echarle un vistazo a algunos de ellos. Me muero de ganas de ver lo que haces. Y, de paso, chico, no sabía que fueras un chulo.

P.D. Ese material ha pasado por varias manos antes de llegar a mi mesa.

 

 

De: Matthew Romano.

A: Jane.

Asunto: Paquete Elerbee.

Jane:

Nos vamos a Nueva York el domingo. Ponte en contacto con Hank. Dile que necesito el avión. Ocúpate de las reservas de hotel. Llama también a las oficinas de Chic e informa a la redactora jefe que espero verla en su despacho a las nueve de la mañana del lunes.

MR.

Jane, mándale unas flores a la señorita Darvis, por favor. Una docena de rosas. No, dos docenas. Disculpas y demás por romper la cita del domingo por la noche. Dile que la llamaré desde Nueva York. Y, con respecto a esa redactora jefe, por favor, asegúrate de impresionarla de tal forma que sea puntual.

 

 

De: MattRomano@romano.com.

A: JaneTrent@romano.com.

Asunto: Chic.

He cambiado de opinión. No te pongas en contacto con la redactora jefe. Prefiero no anunciar mi visita.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

SUSANNAH salió de la ducha, se envolvió en una toalla y corrió a la cocina.

Ese día, ese importante día, no tenía un buen comienzo.

La ducha había sido tan fría que los dientes le castañeteaban. Los radiadores se habían pasado la noche haciendo ruido y, cuando fue a poner la cafetera, una cucaracha del tamaño de un dinosaurio atravesó corriendo el suelo.

Pero cuando vio el reloj fue cuando se asustó de verdad.

–¿Las siete y cuarto?

No podía ser. Eran las seis y cuarto, tenían que serlo. Había puesto el despertador una hora antes de lo habitual para darse tiempo más que suficiente para vestirse y arreglarse apropiadamente, desayunar bien, prepararle el desayuno a Peter y, aun así, llegar a la oficina antes que los demás.

Era importante parecer fría, tranquila y dueña de sí misma en la reunión, aunque tuviera el corazón en la garganta.

Era el primer día del resto de su vida.

Estaba claro que el reloj estaba roto, ella había puesto bien el despertador y, si necesitaba alguna prueba al respecto, lo único que tenía que hacer era echarle un vistazo a Peter, que seguía durmiendo en la cama.

Suspiró aliviada. Lo último que necesitaba en ese momento era tener que tratar con el malhumor mañanero de Peter. Ella lo adoraba, pero había veces en que había que andarse con cuidado con su ego. Él era típica, desagradable y arrogantemente masculino.

Bueno, no. El que sí era típicamente masculino era el señor Matthew Romano, el de las encantadoras sonrisas y rubias decorativas.

¿Qué demonios le estaba pasando esa mañana? ¿Por qué estaba desperdiciando su precioso tiempo pensando en un hombre al que ni siquiera conocía en persona?

–Ridículo –se dijo a sí misma.

Susannah frunció el ceño y tomó su reloj. Ahora debían de ser como las seis y cuarto.

¡Cielos!

Desgraciadamente, al parecer eran las siete y veinte.

Se quitó la toalla, que aterrizó en la cama, sobre la cabeza de Peter.

–No –susurró, pero ya era demasiado tarde.

Peter se despertó y la miró lleno de ira.

Se puso en pie y la miró con sus fríos ojos verdes.

–Peter. Oh, Peter, no he querido…

Pero Peter no creía en las disculpas. Nunca lo había hecho. Lo miró mientras le daba la espalda y salía de la habitación.

–Haz lo que quieras, Peter –murmuró ella–. No me puede importar menos. Tengo cosas más importantes que hacer esta mañana que preocuparme por tu actitud.

Y era cierto, iba a llegar más que tarde, y eso, el primer día del resto de su vida.

La buena noticia era que iba a asistir a su primera reunión como redactora jefe de la revista. La mala era que esa podía ser también su última reunión, a no ser que la reunión terminara con alguna idea maravillosa que hiciera que los de Update Publications decidieran que su última adquisición merecía seguir viva. De otra manera, Chic y la mejor oportunidad que ella había tenido en su vida laboral, junto con todo el personal de la revista, iban a ser arrojados por la borda.

Susannah miró de nuevo su reloj mientras se ponía unos vaqueros.

Las siete y veinticuatro. Si salía de casa antes de diez minutos… mejor ocho, tenía una posibilidad. Lo único que tenía que hacer era ponerse una camisa, unas zapatillas, encontrar sus notas, meterlas en el bolso…

Peter gritó.

Lo único que tenía que hacer era terminar de vestirse, reunir sus cosas, darle el desayuno a Peter y salir de allí.

Se puso una camiseta. Todavía tenía mojado el corto cabello, así que se pasó los dedos por él. Tenía que olvidarse de secárselo y de desayunar. Tenía que olvidarse de todo menos de la reunión. Dando por hecho que el metro pasara puntual y que la obra que había en la Tercera Avenida hubiera terminado, dando por hecho que todo fuera bien, tal vez, sólo tal vez, pudiera llegar a tiempo.

Tenía que hacerlo.

El viernes había dado las reglas para la reunión. Y lo había hecho diciéndole a su secretaria que llamara a todo el mundo personalmente, desde el chico del correo hasta el cargo más alto.

Y había exigido una puntualidad extrema, a las ocho en punto. Ni un minuto más.

Vaya un ejemplo que les iba a dar a sus subordinados el primer día.

Se subió la cremallera de los vaqueros, se pasó una vez más la mano por el cabello, esperando que no se le pegara a la cabeza, se puso los calcetines y zapatillas…

Y rompió uno de los cordones.

Tranquila. Tenía que permanecer tranquila. Tenía otro par de cordones en alguna parte. En los cajones de la cómoda o en el armario.

No estaban. Soltó un taco que hubiera hecho ruborizarse a su abuela. Sacó dos imperdibles de uno de los cajones, los pasó por los ojales de la zapatilla y los cerró.

Entonces se levantó y se miró al espejo.

Cielo Santo…

Nada de maquillaje. Un peinado que habría hecho llorar a su peluquero, una camiseta con una mancha en un hombro y unos vaqueros que habían visto días mejores.

Ni siquiera pensó en los imperdibles de la zapatilla.

De todas formas, ya estaba lista y era una suerte que todo el mundo en la revista fuera vestido tan informalmente como era habitual, ya que, si se hubiera tenido que vestir bien, saldría por la puerta a eso del mediodía.

Ya eran…

Oh, cielos…

Salió corriendo de la habitación y casi chocó contra Peter, que la estaba esperando en medio del pasillo. Abrió la boca, pero ella no le dio la oportunidad de decir nada.

–Ya lo sé, ya lo sé. Tienes hambre. Y eres incapaz de hacer nada al respecto sin mi ayuda.

Peter se sentó con los verdes ojos fijos en ella cuando abrió el armario de encima de la cocina.

–¿Qué te parece un pastel de sardinas?

Peter bostezó.

–¿Sorpresas de salmón? ¿Bordelesa de bacon?

Peter se rascó las costillas.

–Ya está. Atún. A ti te encanta.

Peter miró hacia la ventana y Susannah pudo jurar que lo oía silbar.

–Muy bien –dijo ella por fin–. Tú ganas. Ragut de langosta y gambas. Y será mejor que recuerdes este momento, porque me debes una.

Peter la miró por fin.

–Miau –dijo tan dulcemente como sólo lo puede hacer un gato persa.

Se acercó a ella y se frotó contra su pierna.

–Sí, sí, sí –dijo ella acariciándolo y sonriendo.

Pasara lo que pasase ese día, por lo menos tendría a Peter esperándola cuando volviera a casa.

 

 

La vista desde la suite de Matthew Romano en el nuevo y elegante Hotel Manhattan Towers era espectacular, como ya le había asegurado el conserje.

–Espectacular, monsieur Romano –le había dicho con un acento francés que él sospechaba que era tan auténtico como los Rolex que vendían abajo en la calle.

Pero Matthew asintió educadamente y le dijo que estaba encantado.

La verdad era que la vista no le importaba mucho. Un hombre que había construido un imperio en menos de diez años, era un hombre que pasaba mucho tiempo en hoteles. Las habitaciones habían mejorado al mismo tiempo que sus beneficios, pero un hotel seguía siendo un hotel.

Miró por la ventana y pensó que, en su hogar, en San Francisco, todo el mundo seguiría durmiendo. Salvo los que se ganaban la vida en la mar.

Había veces en que todavía se sorprendía de no ser una de esas personas. Era una forma honrada de ganar dinero, pero ya de niño había sospechado siempre que había más en la vida. No había querido empezar su jornada mientras el resto de San Francisco dormía, ni poniéndose una ropa que olía a cangrejos, pescado y sudor por mucho que se lavara. Y estaba completamente seguro de que no quería matarse a trabajar para ganar apenas el dinero suficiente como para sobrevivir.

Eso era lo que habían hecho su padre y su abuelo y, lo que se había esperado que él hiciera también.

Se pasó una mano por la cabeza y le dio la espalda a la ventana y a esos recuerdos.

Todo aquello estaba a años tras él. Había trabajado mucho, sí, pero había disfrutado de cada minuto con lo que hacía. Tal vez algún día querría más. Una esposa. Una familia…

Pero todavía no.

Cuando estuviera preparado, buscaría una esposa. Sabía exactamente la clase de mujer que sería. Hermosa, por supuesto, y serena. Ansiosa por agradar. Podía verse a sí mismo volviendo a casa, a ella, por la noche, besándola, dejando atrás el duro día de trabajo y sentándose en un cómodo sillón.

Su esposa sería un paraíso de calma en medio de los mares tormentosos por los que él navegaba.

Eso se lo había dicho una vez a su abuela. La abuela había hecho girar los ojos en sus órbitas y le había recordado que, aunque fuera mucho más alto que ella, no podría evitar que le diera unos azotes en el trasero si eran necesarios. ¿Un paraíso de calma? Mama mia, una mujer como ésa acabaría aburriéndolo mortalmente en menos de un mes.

–Lo que tú necesitas es una mujer que se pueda enfrentar a tu temperamento siciliano –le había dicho su abuela.

Matthew sonrió al recordarla. Su abuela tenía razón en muchas cosas, pero en ésa se equivocaba. ¿Quién podía saber mejor que él la clase de mujer que necesitaba?

–Y nunca vas a conocer a la mujer adecuada si no la buscas –había añadido su abuela golpeando con el bastón en el suelo para más énfasis.

Bueno, pues la estaba buscando. Lentamente, tal vez, pero la estaba buscando.

Matthew se dirigió al cuarto de baño y abrió los grifos de la ducha.