MARIANO FAZIO

Seis grandes escritores rusos

EDICIONES RIALP, S. A.

© 2015 by MARIANO FAZIO

© 2016 by EDICIONES RIALP, S. A.

Colombia, 63. 28016 Madrid

(www.rialp.com)

Realización ePub: produccioneditorial.com

ISBN: 978-84-321-4710-4

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

BREVE INTRODUCCIÓN

1. EN BUSCA DEL ALMA RUSA

2. ALEXANDR S. PUSHKIN. LA LITERATURA COMIENZA A HABLAR EN RUSO (1799-1837)

3. NIKOLAI GOGOL, UN PREDICADOR INCOMPRENDIDO (1809-1852)

LA OBRA DE ARTE PERMITE INTUIR LO CELESTIAL Y DIVINO

LA TENSIÓN ENTRE LO UNIVERSAL Y LO PARTICULAR

TRABAJO Y HONESTIDAD PÚBLICA

4. IVAN TURGENEV, UN RUSO PARA OCCIDENTE (1818-1883)

DIGNIDAD PERSONAL E INJUSTICIA SOCIAL

EL CONFLICTO GENERACIONAL

5. FIODOR DOSTOIEVSKY. LA CONCIENCIA ATORMENTADA (1821-1881)

CRIMEN Y CASTIGO: RASKOLNIKOV Y SONIA

EL PRÍNCIPE MISHKIN, FIGURA DE CRISTO

LOS DEMONIOS. VERHOVENSKI, STRAVOGIN, KIRILLOV Y SHATOV

LOS HERMANOS KARAMAZOV: EL STARETS ZÓSIMA Y ALIOSHA KARAMAZOV

6. LEV TOLSTOI. LA VIDA INFINITA (1828-1910)

GUERRA Y PAZ

LO RUSO

LO UNIVERSAL

ANA KARENINA

DOS MUERTES REVELADORAS

7. ANTÓN CHÉJOV. LA SONRISA TRISTE (1860-1904)

EPÍLOGO

BIBLIOGRAFÍA CITADA

MARIANO FAZIO

BREVE INTRODUCCIÓN

«El frío es ausencia de calor. La oscuridad es ausencia de luz, el mal es ausencia de bien. ¿Por qué el hombre ama el calor, la luz, el bien? Porque son naturales. La causa del calor, de la luz, del bien es el sol, Dios. No hay un sol del frío y de la oscuridad, como no hay un Dios malvado».

L. Tolstoi, Historia de la jornada de ayer

Rusia antes de la Revolución. Al son de esas palabras, nuestra imaginación vuela hacia Moscú: la Plaza Roja, el Kremlin, la Catedral de San Basilio, las cúpulas con forma de cebolla. También podemos soñar con San Petersburgo: las heladas orillas del Báltico, el Ermitage, la Perspectiva Nevski. Entre las dos ciudades, la estepa inacabable, cubierta de nieve en invierno, surcada por troikas o trineos tirados por caballos, que transportan viajeros cubiertos con pieles. No faltarán las imágenes de siervos de la gleba que trabajan duramente la tierra y que gastan sus pobres ganancias en vodka, y mujeres resignadas, cubiertas con un pañuelo en la cabeza, que hacen reverencias y encienden velas ante los iconos. También acudirán a nuestra memoria los zares de la familia Romanov y los popes de largas barbas con incensarios y vestidos litúrgicos dorados. Habrá lugar para los cosacos y los tártaros. En medio de esos edificios, paisajes y personajes, posiblemente veremos pasearse a Gogol, Dostoievsky o Tolstoi. Y como música de fondo sonarán las melodías de Tchaikovsky, Rimski-Korsakov o Mussorgsky.

Si bien Rusia fue durante mucho tiempo tierra periférica del Occidente, se nos hace familiar, entre otros motivos —y no es este el menos importante— gracias a la literatura del siglo XIX. Suscita admiración la acumulación de grandes nombres en un período de tiempo relativamente breve. Toda selección de representantes de una corriente cultural tiene siempre algo de subjetivo. En este libro de introducción a los clásicos rusos consideramos imprescindibles seis nombres: Aleksandr Pushkin (1799-1837), Nikolai Gogol (1809-1852), Ivan Turgenev (1818-1883), Fiodor Dostoievsky (1821-1881), Lev Tolstoi (1828-1910) y Anton Chejov (1860-1904). La crítica literaria ha oscilado entre Dostoievsky y Tolstoi a la hora de establecer el primado de la letras rusas. A mediados del siglo pasado, Chejov gozó de gran aceptación, hasta el punto de ser considerado, junto con Jorge Luis Borges, como uno de los mejores narradores del cuento corto de la literatura occidental[1]. En cuanto a los rusos mismos, todos miran a Pushkin como el precursor, padre e inspirador del siglo de oro de su literatura. En las décadas centrales del siglo XIX, el escritor más afamado era Turgenev.

La literatura rusa posee unas características propias: las historias suelen transcurrir en el vasto imperio del zar; predomina un análisis crítico de la situación social, política y económica; los autores suelen ser muy descriptivos tanto de los paisajes como de las costumbres de la ciudad y del campo; sobresalen los minuciosos análisis psicológicos de los personajes.

Todos estos elementos estarán presentes, con mayor o menor énfasis, en las grandes obras de su literatura. Pero lo que les apasiona a todos ellos es la búsqueda del ser nacional: «El tema común de todas estas obras es Rusia: su personalidad, su historia, sus costumbres, sus tradiciones, su esencia espiritual y su destino. De una manera extraordinaria, tal vez exclusiva, la energía artística del país estaba dedicada casi por entero al intento de aprehender el concepto de su nacionalidad. En ningún otro lugar del mundo el artista ha sufrido tanto la carga del liderazgo moral y de ser profeta nacional, ni tampoco ha sido más temido y perseguido por el Estado. Aislados de la Rusia oficial por los políticos y de la Rusia campesina por su educación, los artistas rusos se dedicaron a crear una comunidad nacional de valores e ideas a través de la literatura y del arte. ¿Qué significaba ser ruso? ¿Cuál era el lugar y la misión de Rusia en el mundo? ¿Y dónde se encontraba la verdadera Rusia? ¿En Europa o en Asia? ¿En San Petersburgo o en Moscú? (…). Estas eran las “preguntas malditas” que ocuparon la mente de todos los escritores, críticos literarios, historiadores, pintores, compositores, teólogos y filósofos de verdad de la edad dorada de la cultura rusa, desde Pushkin hasta Pasternak»[2].

Las respuestas dadas por nuestros autores a estas preguntas no son coincidentes: durante el siglo XIX es evidente la existencia de una pluralidad de visiones sobre Rusia y su destino. Pero aquí lo que nos interesa es subrayar que estos escritores, plenamente imbuidos en sus circunstancias, y siendo muy distintos por caracteres y posiciones políticas, culturales y religiosas, han dejado escritas páginas que trascienden completamente el dónde y el cuándo, para seguir hablando a la humanidad. Por esto mismo son clásicos: profundamente rusos, se abren a lo universal. Viene bien recordar aquí lo que escribía Chesterton en un ensayo sobre Dickens: «Tal como yo lo concibo, el escritor inmortal es comúnmente el que realiza algo universal bajo una forma particular. Quiero decir que presenta lo que puede interesar a todos los hombres bajo una forma característica de un solo hombre o de un solo país»[3].

Este libro es fruto de muchos años de lectura paciente de los clásicos rusos. Hemos convivido con decenas de personajes: «Jóvenes atormentados por una idea, modestos empleados públicos humillados por la vida, nobles que se maceran en la consciencia de su superfluidad, propietarios patriarcales enamorados de sus tierras, nihilistas víctimas de sus pasiones destructoras, mujeres caídas y sin embargo nobles, amantes apasionados y madres premurosas, querubines que descienden del cielo…»[4]. Como bien dice Ghini —ha sido también mi experiencia—, «cada uno de estos personajes nos arrastra en su historia, nos rapta a través de centenares de páginas, liberándonos solo en las últimas líneas de una novela que habríamos deseado que no terminara nunca, mientras la devorábamos para saber, cuanto antes, cómo iba a terminar. Con estos personajes nosotros amamos, odiamos, razonamos, entramos en su pandilla y nos peleamos»[5].

En las siguientes páginas, después de dar un panorama de la historia y de la cultura rusas que servirá de contexto, vamos a presentar a cada uno de estos autores. En primer lugar, haremos un breve recorrido por la vida y la obra del escritor. Después, seleccionaremos algunos textos que nos parecen significativos para el lector del siglo XXI.

El siglo XIX ruso —al igual que el siglo XVII español o el XIX inglés— forma parte de esos períodos de la historia de la cultura que más que chronos son kairós, es decir, más que tiempo meramente cronológico son una condensación de tiempo espiritual[6]. Aprovechémonos de esa riqueza que no tiene una única patria ni una época exclusiva: nos pertenece a todos y es para todos los tiempos. Sus valores son eternos, porque, como diría Tolstoi, son naturales.

Buenos Aires – Roma, 2016

[1] Cfr. BLOOM, H., Cómo leer y por qué, Anagrama, Barcelona 2007, pp. 29-30 y 59-60.

[2] FIGES, O., El baile de Natasha, Edhasa, Barcelona 2010, pp. 27-28.

[3] CHESTERTON, G. K., Dickens, Ediciones Argentinas Cóndor, Buenos Aires 1930, p. 366.

[4] GHINI, G., Anime russe. Turgenev, Tolstoj, Dostoevskj. L’uomo nell’uomo, Ares, Milano 2015, p. 7.

[5] Ibidem.

[6] Cfr. LO GATTO, E., La literatura rusa moderna, Losada, Buenos Aires 1972; MIRSKIJ, D.S., Storia della letteratura russa, Milano 1965.