Juan Marsé

Periodismo perdido (Antología 1957-1978)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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JUAN MARSÉ

PERIODISMO PERDIDO (ANTOLOGÍA 1957-1978)

 

 

 

 

Introducción, edición y notas de Joaquim Roglan

 

 

 

 

 

 

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En nuestra página web: www.edhasa.es encontrará el catálogo completo de Edhasa comentado.

 

MERITXELL GARCIA y NEREA GUISASOLA, documentación

JOSEP ROM, diseño de la colección

BETH IBARS, corrección

XAVI SASTRE, composición

 

Primera edición en rústica: septiembre de 2012

Primera edición en e-book: octubre de 2012

Edición en ePub: febrero de 2013

 

© De los artículos: Juan Marsé

© Introducción, edición y notas: Joaquim Roglan

© De esta edición: Facultat de Comunicació Blanquerna y Edhasa, 2012

 

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ISBN: 978-84-350-4598-8

 

Depósito legal: B. 29.138-2012

 

 

 

 

 

 

 

PRIMERA PARTE

INTRODUCCIÓN
El caso del periodista descreído

 

 

Juan Marsé (Barcelona, 1933) no se considera periodista. Y, sin embargo, lo es. Argumenta el autor que nunca ha sido un periodista como sus amigos Manuel Vázquez Montalbán o Joan de Sagarra porque no se ha dedicado a la información diaria, ni le interesa demasiado la actualidad y es lento, minucioso y permanente corrector de sí mismo. Galardonado con los principales premios literarios que se otorgan en España, hasta llegar a la cima con el Cervantes, mantiene Marsé que el periodismo sólo fue para él un modo de ganar un dinero que le permitía dedicar su vida a la literatura. Algo parecido al oficio de aprendiz de joyero que ejerció en Barcelona. O al de ayudante de laboratorio que practicó en París durante el que fue el peor verano de su vida, según lo tituló y relató en un diario. Con su periodismo, entendido como un medio de sustento como cualquier otro, compraba tiempo para construir su obra de ficción. Como resultado, su literatura es de las más estudiadas en universidades españolas y extranjeras, mientras que su periodismo ha sido el gran olvidado.

Tal vez porque el periodismo es literatura apresurada y efímera, Marsé siempre ha mostrado cierto desapego por la actividad informativa. No obstante, todas las palabras que desde 1957 ha escrito en revistas y en diarios ocuparían casi tantas páginas y folios como sus novelas. O quizá más, si no se empeñase en descontar de su biografía oficial algunos libros que considera divertimentos y que, precisamente, están compuestos por acumulaciones y recopilaciones de series publicadas en diarios y revistas, como es el caso de Un paseo por las estrellas o el de Momentos inolvidables del cine. En su bibliografía oficial sólo conserva dos títulos de su periodismo, quizá porque es un sentimental o porque ya están descatalogados y son difíciles de hallar. Se trata de Señoras y Señores y de Confidencias de un chorizo, compuestos respectivamente por los retratos y los artículos que escribió en la revista Por Favor. En cuanto a su otra obra, La gran desilusión, le ha costado cuarenta años admitir que son crónicas periodísticas entre históricas y sentimentales.

Diga lo que diga Marsé, su periodismo comienza en la revista Arcinema, prosigue en una especie de catálogo de sastrería de lujo llamado Don. La revista para el hombre, continúa con su tarea como redactor jefe en las revistas Bocaccio y Por Favor, y como colaborador en el El País desde 1987. No está nada mal para alguien que no se considera periodista, pero que fue uno de los pioneros de un periodismo nuevo en España y elevó el género del retrato periodístico a categoría de arte literario. Pero de lo que aquí se trata no es de debatir sobre un periodista que ya en 1957 fue calificado de “polemista, valiente, ágil, implacable, sincero y a veces demasiado contundente” por el editor de la revista donde debutó. De lo que aquí se trata es de rescatar y recopilar algunos de sus textos periodísticos perdidos a lo largo de los años, desconocidos por sus lectores habituales, olvidados por los más prestigiosos especialistas de su obra literaria, pero sumamente interesantes y divertidos para el lector actual y del futuro.

Descartados todos los cuentos y relatos que publicó en revistas literarias y todos los textos de no ficción que aún se pueden encontrar en las librerías, aunque sean de lance, esta antología abarca desde 1957 hasta 1978 y agrupa un muestrario de críticas, entrevistas, crónicas, reportajes, retratos y otros géneros periodísticos tan personales que a veces resultan difíciles de clasificar o etiquetar. Junto a ellos, se rescatan también algunos cuentos que publicó en revistas y que no constaban en ninguna de sus antologías de narrativa corta. Más o menos clasificados todos ellos como ordena y manda la ortodoxia periodística, el resultado es una lectura de Juan Marsé en estado puro y primitivo. Además, estos materiales periodísticos sirven también para hacer un retrato de sí mismo que sus lectores pueden reconocer y componer a través de los artículos publicados desde sus inicios bajo la censura franquista hasta la transición democrática.

Como todo lector de prensa sabe, hay quien firma como escritor, quien firma como periodista y quien lo hace como escritor y periodista, como si ambos oficios no consistiesen en poner una palabra detrás de otra para contar una historia. Siempre lejos de debates teóricos, así como de quienes pretenden delimitar las muchas veces difusas fronteras entre periodismo y literatura, Juan Marsé sólo firma como Juan Marsé, aunque en 1957, cuando debuta con 24 años, firma como Juan Marsé Carbó. Más adelante, usará otros seudónimos como Juan Faneca, John Faneca, Samuel Cramer y Popea Smith en unos textos que pocos imaginaban o sabían que podían ser suyos.

Sea como sea, en esta antología se comprueba que Juan Marsé es un gran periodista, aunque él, según dijo cuando recibió el premio Cervantes, sólo se considera un narrador que “procura tener una buena historia que contar, y procura contarla bien”. Una frase que es una lección de periodismo. Con o sin vocación de periodista, el autor ya había desvelado durante muchos años en la prensa sutiles lecciones de periodismo y hasta recetas y fórmulas magistrales propias para el ejercicio de esa literatura apresurada y efímera llamada periodismo. Y si en estas páginas se recupera su periodismo, es porque existe y se había perdido.

UN DÍA ESCRIBIRÉ. DEBUT Y FORJA DE UN PERIODISTA
Arcinema (1957-1960)

 

 

La obra periodística de Juan Marsé comienza el año 1957 en la revista Arcinema, en la que escribe críticas y crónicas de cine y de teatro, realiza entrevistas y participa en las páginas de debate con lectores y críticos. Firma sus primeros textos como Juan Marsé Carbó y por las mañanas trabaja en un taller de joyería. Sus años de aprendizaje periodístico en Arcinema coinciden con sus años de aprendizaje literario. En 1957, publica su primer cuento, Plataforma posterior, en la revista Ínsula, que en 1959 le edita también su segundo cuento, La calle el dragón dormido. Y el mismo año gana el Premio Sésamo de cuentos con Nada para morir. Mientras colabora con la revista, prepara también su primera novela, Encerrados con un solo juguete, que queda finalista del Premio Biblioteca Breve de Seix Barral.

Nacida en el año 1952 como un boletín informativo exclusivo para los abonados al Archivo Estudio Foto Cinematográfico Amateur, a partir de 1956 Arcinema se convierte en revista mensual para el público en general y se publica hasta 1960 con los subtítulos “Revista mensual cinematográfica” y “Revista mensual cinematográfica para el aficionado”. Fundada y editada en Barcelona por José Antonio Soler-Bru Carreras, la dirige Alberto Escofet y Marsé debuta junto a periodistas de la época como Picó Junqueras, Adolfo Gil de la Serna, Enrique Ibáñez, Pedro Permanyer, María Bellogín, Alejandro Vilar, Agustín Cantel y con el propio editor, Soler Bru. Su primer director aún recuerda a Marsé como “un joven con inquietudes literarias que no conocía a fondo el mundo literario donde se adentraba. Le gustaba escribir cosas de cine y de teatro, y le acompañé a un par de entrevistas, pero era un género en el que no se sentía cómodo y no insistí, porque mis colaboradores sólo escribían sobre lo que les gustaba. Entonces aún no se veía demasiado claro su futuro literario, pero era muy tenaz y más adelante ya se intuía que tarde o temprano se saldría con la suya”.

Por su parte, Marsé admite que Arcinema le permitió conocer el mundo de la bohemia y de la farándula. Es cuando descubre la vida nocturna, las copas y tertulias en el legendario bar Apeadero, en la calle Balmes, y vecino de la editorial Seix Barral y del estudio del poeta y amigo Jaime Gil de Biedma. Es el bar donde comienza a relacionarse con escritores como Carlos Barral, Gabriel Ferrater, Jaime Salinas, Salvador Clotas o José Agustín Goytisolo, entre otros. No obstante, a quien todavía recuerda con especial cariño es a Joaquim Amat Piniella, autor de la novela K.L Reich, una estremecedora historia sobre los campos de exterminio nazis que Marsé recomienda editar y se publica en años difíciles. Otro personaje a quien conoce en esas tertulias es Celestí Martí Farreras, periodista cultural y deportivo del diario Tele/Exprés, que le inocula el virus del gusto por el periodismo y le pone en contacto con otros colegas del diario La Vanguardia. A partir del bar Apeadero, el aprendiz de joyero, de periodista y de novelista se adentra en la ruta de otros garitos nocturnos de Barcelona como Copacabana, Pastís, Jamboree y la Bodega Bohemia.

El periodismo iniciático de Marsé se publica en la sección “Nuestra mesa simbólica, de unos a otros”, que es una página de debate entre críticos y lectores aficionados al cine. Su primer texto es una carta abierta al crítico Miguel Domingo sobre la película El Ferroviario. Y su primera frase es: “La crítica, la limpia crítica cinematográfica puede resultar a veces peligrosa”.[1] Consciente de ello, el aprendiz de crítico escribe unas veinte críticas de cine y otras tantas de teatro. Las de cine aparecen en una sección propia titulada “Séptima página”. Algunas de las cintas más conocidas que comenta son: Rififi, Distrito Quinto, Las noches de Cabiria, Un condenado a muerte se ha escapado, Un rey en Nueva York, Mi tío, El puente sobre el río Kway, Orfeo Negro, Quiero vivir, El largo y cálido verano, y La hora final, con la que se despide de la revista en mayo de 1960. Combinando cine francés, italiano, norteamericano y español, entre los cineastas que comenta destacan Federico Fellini, Vittorio de Sica, Stanley Kramer, Robert Bresson, Jacques Tati y Charles Chaplin.

Sus críticas teatrales siguen la misma línea de informar y opinar sobre teatro español y extranjero. Entre las obras que comenta hay: Tres etcéteras de don Simón, de José María Pemán; La rosa tatuada, de Tennessee Williams; Panorama desde el puente, de Arthur Miller; Las cartas boca abajo, de Antonio Buero Vallejo; La Herencia, de Joaquín Calvo Sotelo; Final de partida, de Samuel Beckett; Mirando hacia atrás con ira, de John Osborne; Ejercicio para cinco dedos, de Peter Schafer; Ana Christie, de Eugene O’Neill; Los fantasmas de mi cerebro, de José María Gironella; La gata sobre el tejado de zinc, de Tennessee Williams; o Réquiem por una mujer, de William Faulkner, con adaptación de Albert Camus.

Desde el primer momento sus textos periodísticos se alejan de las gacetillas al uso, sobre las cuales Marsé responde en una encuesta de Arcinema: “La gacetilla es perniciosa desde el momento que se interna, con una ignorancia insultante, en un campo que pertenece a la crítica por razones de valía personal. Y aunque la mayoría de la gente no preste ya crédito a tales notas, mientras exista un sólo espectador que sea engañado por ellas, serán un mal. Llevan, además, al igual que las frases publicitarias de los anuncios, una cantidad tal de estupideces que ofende el sentido común”.[2] En esas primerizas piezas periodísticas, ya se aprecia su estilo crítico, con afirmaciones y adjetivos tales como: “En cine sólo es bueno aquello que es lo mejor”; “Los españoles jamás nos hemos visto reflejados en el teatro de Pemán”; “Dejando aparte suspense y demás zarandajas de incapacitados, Distrito quinto sorprende”; “Buero Vallejo cala hondo y no mixtifica”; “Los personajes de Williams son primitivos, violentos y bellos en el mal”; “Vergonzosa apatía y terrible vacío que se desprende de todos los escenarios españoles”; “Reparten Oscars como si fuesen confites en una boda. No hay que hacerles el menor caso”; “La labor y el talento de Berlanga no acaban de cuajar”; “El peor mal de nuestro cine es haberle vuelto la espalda a la realidad española”. Su visión crítica del cine ha sido una constante en su periodismo, en su novela y en su vida, hasta el punto de que Marsé ha renegado de todas y de cada una de las versiones cinematográficas de sus novelas, excepto de una que no llegó a realizarse.

En Arcinema, Marsé comienza a fraguar algunos de sus mitos cinematográficos, que se repetirán en su periodismo y en su literatura. Son mitos de la época de cine de barrio con sesión continua. Además de artículos antológicos como “Literatura y cine” y “El teatro español mutilado”, escribe sus dos primeras entrevistas, un género periodístico en el que nunca se ha prodigado. La primera se titula “Lola Flores entre nosotros”; y la segunda, “Reflexiones, ideas, palabras con Mario Cabré”, que firma junto al editor Soler-Bru poco después del célebre romance del actor y torero catalán con Ava Gardner. En las fotografías, se ve a Marsé tomando notas en una libreta, pero él asegura que “lo hacía para disimular, porque en realidad las transcribía de memoria”. En cuanto a la crónica “El teatro español mutilado”, escribe en ella: “Esto es una crónica triste, la crónica de un espectador cansado, humillado, vencido. No es para menos. Uno ya está harto”. No obstante, es una crónica cargada de futuro y de confianza “en una juventud ignorada y paciente, fuerte y sana, que aguarda sin duda vigilando y atendiendo con cariño una realidad nacional que nada tiene que ver con ese teatro aburguesado y decadente que nos ofrecen nuestros vates. Así lo creo”. Y Marsé forma parte de esa juventud.

Poco después de esta crónica esperanzada, gana el premio Sésamo de cuentos con Nada para morir. La revista Arcinema publica la noticia, la comenta y le felicita. En una columna que lleva la fotografía de su documento nacional de identidad, se le llama amigo y colaborador y se afirma: “Los lectores de Arcinema conocen a Juan Marsé Carbó por sus escritos sobre cine y teatro. Marsé, que es más polemista que crítico, más escritor que artista, confecciona sus artículos con un ideario muy personal, valiente, ágil y a veces demasiado contundente. Nosotros, que sabemos lo que vale, lo preferimos en el terreno de lo teatral —aunque lo de cine siempre nos interese— por cuanto su criterio está afincado en una posición importante de lo que el teatro es y debería ser. Sus escritos, que a veces resultan implacables, siempre sinceros y con buen conocimiento de causa, nos resultan de lo más interesante por sus opiniones y por la forma en que están desarrolladas. A Marsé, desde estas páginas, le reiteramos nuestra felicitación por el premio conseguido y le auguramos y deseamos otros y mejores triunfos”.

Aunque no va firmada, en esa nota amigable, cortés y también crítica se adivina la pluma de su editor, Soler-Bru, quien en 1960 cierra Arcinema por falta de rentabilidad y porque tiene más devoluciones que ventas. Cuando Marsé deja la revista, se ha ganado ya una merecida fama de crítico y de “polemista, valiente, ágil, implacable, sincero y a veces demasiado contundente”. Es cuando el escritor se va a París, escribe algunos guiones para el cine y acaba sus dos primeras novelas. Cuando regresa a Barcelona y al periodismo, ya ha publicado Encerrados con un solo juguete y Esta cara de la luna. A partir de entonces, ya nunca más escribirá sobre teatro.

SAMUEL CRAMER ENTRE ESCRITORES Y PAÑEROS
Don. La revista para el hombre (1964-1967)

 

 

A su retorno de París, Juan Marsé publica en la revista Triunfo su cuento La mayor parte del día y comienza a colaborar con Don. La revista para el hombre. Fundada en 1964 por Luís Marquesán, amigo de Jaime Gil de Biedma, por el diseñador Yves Zimmerman y por el fotógrafo Eugeni Forcano, Don es más un gran y lujoso catálogo a todo color de moda masculina al estilo de los que se encuentran en las sastrerías más caras de Barcelona, que no una revista de literaria o de información en el sentido estricto. Cuesta 150 pesetas cada ejemplar y 250 pesetas para los abonados a dos números anuales. Editado por empresarios catalanes del textil, a quienes Marsé llama “los pañeros de Sabadell”, el semestral Don perdura hasta 1967 y la mayor parte de su contenido consiste en fotografías de modelos y en publicidad de ropas y tejidos.

Dirigida por José María Fabra, Marquesán es el proyectista y decide aportar a Don una imagen culta y de calidad literaria con firmas de prestigio como Gil de Biedma, Gabriel Ferrater, Carlos Barral, Néstor Luján, Joan Perucho, Josep Maria Espinàs, Manuel Vázquez Montalbán y otros autores del entorno de Gil de Biedma que Marsé ya conoce desde las tertulias del bar Apeadero y de la editorial Seix Barral. De hecho, es Gil de Biedma quien invita a Marsé a escribir en una revista que Forcano define como “una insólita y atrevida manera de hacer imágenes y escritos”. Además de las firmas de Forcano y de Zimmerman, entre los fotógrafos de Don aparecen las de Oriol Maspons y Colita.

Con reportajes como “La línea Gaudí”, “La gastronomía y sus afinidades”, “Vinos de España”, “Esplendor y miseria del cóctel”, “Belleza y erotismo” o “Barcelona de noche”, y con los cuentos y relatos de los escritores citados, Don puede considerarse el germen de la futura revista Bocaccio, en la cual Marsé ejercerá de redactor jefe. De momento, en Don se ocupa de la sección Sombra del paraíso. Es una entrevista con formato de encuesta a personajes como Juan Perucho, Álvaro Cunqueiro, Antonio Gala o Gil de Biedma y se basa en un cuestionario del poeta inglés W.H. Auden. A Marsé también le toca inventarse y contestar cartas al director, una de las cuales va firmada por Teresa Serrat, la protagonista de su novela Últimas tardes con Teresa, que publica mientras colabora en Don. Además, en la sección Los mejores años de, escribe unos largos artículos biográficos de estrellas como Marilyn Monroe, Montgomery Clift, Charles Boyer o Ava Gardner. Así, retoma algunos de sus mitos cinematográficos que ya había ensayado en Arcinema, perfecciona su estilo y comienza a desarrollar su técnica del retrato periodístico, que más adelante alcanzará su esplendor y notoriedad en Por Favor y en El País.

En Don, Marsé firma por primera vez con el pseudónimo Samuel Cramer, nombre del protagonista de la novela de Charles Baudelaire La Fanfarlo (1847) y que es un trasunto del propio poeta francés. Según Marsé, el pseudónimo se lo inspira y se lo evoca Baudelaire, pero también Stanley Kramer, su admirado realizador y productor estadounidense. Así pues, el escritor se forja como periodista en Arcinema y en Don entre 1957 y 1967, años en los que también se inicia como narrador y novelista. Al igual que durante los tres años que vive en París tras el cierre de Arcinema, entre la desaparición de Don y el nacimiento de Bocaccio, Marsé guarda otro trienio de silencio periodístico y escribe la novela La oscura historia de la prima Montse.

EL REDACTOR JEFE, LA GAUCHE DIVINE Y UN NUEVO PERIODISMO
Bocaccio (1970-1973)

 

 

La primera experiencia de Juan Marsé como responsable de una redacción discurre entre 1970 y 1973 en la revista Bocaccio, a cuya cabecera le falta una c, igual que a la discoteca de la que toma su nombre. Inaugurada en Barcelona en 1967, Bocaccio Boîte llena muchas páginas de la prensa española y llega a la literatura gracias a los poemas y relatos de Vázquez Montalbán, García Márquez y el propio Marsé, que ejerce de redactor jefe de la revista y escribe una muy notable producción de artículos, relatos, crónicas y críticas, algunas bajo los pseudónimos de Samuel Cramer, Juan Faneca y Popea Smith.

Bocaccio es una idea del editor José Ilario y del empresario Oriol Regàs, creador y propietario de la discoteca Bocaccio Boîte, sita en la calle Muntaner de Barcelona y en la calle Marqués de la Ensenada de Madrid, donde no logra la misma repercusión que en Barcelona. La ciudad vive entonces unos años extraordinarios de creatividad y lidera la industria cultural, editorial, discográfica, publicitaria y del ocio en España. En la discoteca se reúnen escritores reconocidos como Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma, los hermanos Goytisolo, Pere Gimferrer, Gabriel Ferrater, Juan García Hortelano y otros más noveles como Manuel Vázquez Montalbán, Juan Marsé, Terenci y Ana María Moix, Maruja Torres, Enrique Vila-Matas o Félix de Azúa. A ellos se suman protagonistas del boom de la literatura hispanoamericana como García Márquez, Vargas Llosa y Bryce Echenique. Allí se relacionan con editores como Barral, Josep Maria Castellet, Jorge Herralde, Esther Tusquets, Rosa Regàs o Beatriz de Moura. Toman copas con cineastas como Vicente Aranda, Pere Portabella, Gonzalo Suárez, Joaquim Jordà, Carlos Durán, Jacinto Esteva o Jaime Camino. Se mezclan con arquitectos como Oriol Bohigas, Ricardo Bofill, Federico Correa, Óscar Tusquets... Y con filósofos como José Luis Aranguren, Eugenio Trías o Xavier Rubert de Ventós.

Todos acaban sus noches de ronda en esa discoteca de lujo y de moda conocida también como “el local rojo”, tanto por el color de su decoración como por la ideología de parte de su clientela. Es un peculiar fenómeno cultural que permite hablar de una especie de Bloomsbury de la calle Muntaner. En este contexto, la revista Bocaccio nace como otra iniciativa empresarial del grupo mediático Decamerón S.A, que también tiene una productora cinematográfica, una discográfica, una agencia de viajes y una tienda de mercadotecnia, entre otros negocios. El objetivo de la publicación es promocionar todo lo que acontece en el entorno de la discoteca, pero inmediatamente se convierte en la revista de referencia de la gauche divine, formada por diversos grupos de editores, escritores, periodistas, artistas, arquitectos, cineastas, diseñadores y jóvenes profesionales urbanos con alto poder adquisitivo, hijos en su mayoría de la burguesía barcelonesa.

Cuando nace la revista en 1970, Marsé publica La oscura historia de la prima Montse y se relaciona con los círculos que frecuentan la discoteca. De hecho, La oscura historia de la prima Montse se considera una continuación de Últimas tardes con Teresa (1966), donde su personaje Pijoaparte se mueve entre gente del perfil social que frecuentará el local y la gauche divine, término que Joan de Sagarra escribe por primera vez en 1969. Es el mismo sector social que Marsé critica y satiriza más tarde en su relato “Noches de Bocaccio”, incluido en su libro de cuentos Teniente Bravo (1987). Según él, es una parodia de la gauche divine “que mereció escasa atención y nula credibilidad debido a la naturaleza fantasmal y delicuescente de los personajes. Sin embargo, eran seres reales...”.[3] Escrito como un diario juvenil y sardónico fechado en 1968, “Noches de Bocaccio” es un retrato de la parroquia de la discoteca y narra un timo a los intelectuales de la gauche divine protagonizado por un impostor sudamericano que se presenta como un genio literario y sólo es un vulgar plagiador. Este relato es un divertimento que desmitifica y ridiculiza a la presuntamente ilustrada gauche divine, y que tiempo después Marsé considera “más un chiste que un ataque” a un ambiente marcado por la vanidad y el esnobismo.

Chiste o ataque, los personajes de “Noches de Bocaccio” son reales y forman una nómina de casi ochenta nombres de la gauche divine. Algunos colaboran en la revista, como Terenci Moix, Colita, Eugenio Trías, Félix de Azúa, Salvador Clotas, Ana María Moix, Marcel Bergés, Joan de Sagarra, César Malet, Teresa Gimpera, Xavier Miserachs, Pere Oriol Costa, Francisco Umbral, Enric Sió, Jaume Perich, Giménez Frontín, Enric Satué, Vázquez Montalbán, José Ilario... Y muchos de los restantes aparecen en sus páginas por algún u otro motivo. En todo caso, “Noches de Bocaccio” pasa a la literatura de Marsé como una desmitificación de la gauche divine y de la atmósfera intelectual que se respira en la discoteca. También su amigo Joan de Sagarra desmitifica a la gauche divine y al local que frecuentan sus miembros y ellos mismos: “Cada tarde suelo tomar una copita con Juan Marsé. A eso de las tres y media en la esquina Buenos Aires-Urgel, en las doradas proximidades de la diamantina revista Bocaccio Juan y yo conversábamos ayer sobre unas declaraciones del novelista aparecidas en la revista de los antiguos miembros del Frente de Juventudes”.[4] De paso, Sagarra niega toda áurea literaria a la discoteca cuando afirma: “No hay ni una novela sobre Boccaccio, a diferencia de otros locales que mi padre en Vida privada y Josep Maria Planas en Nits de Barcelona elevaron a mito literario. Que algunos fuesen de la gauche divine, como podían ser del Club de Polo o de la Congregación Mariana, no es relevante”.[5]

Relevante o no relevante, Bocaccio es la lujosa tarjeta de presentación de la discoteca y el escaparate de la gauche divine. Impresa en papel de alta calidad, cuesta cien pesetas y es un híbrido de Playboy y de Lui hecha en Barcelona. Es “una revista mensual sofisticada, culta, fina, catalana, a veinte duros”, según la define Francisco Umbral en La Vanguardia del mismo día que muere Franco. Con un censor nombrado en exclusiva para ella, al frente de la revista está siempre Marsé. Su trabajo, según él mismo lo describe, consiste en:

 

Encargar las colaboraciones, cumplir los plazos de edición y llevar el material a imprenta. El editor José Ilario decidía los colaboradores y yo les dejaba hacer lo que querían. También Xavier Miserachs decidía bastante sobre los contenidos y yo no me lo tomaba con demasiada seriedad, porque aunque se podían hacer cosas interesantes, el periodismo de aquella época tenía muchas limitaciones. Bocaccio era una revista de difusión limitada porque se centraba y se dirigía a un núcleo social muy concreto, que hoy podríamos llamar gente guapa. Ni la revista ni este grupo social no tenían otra pretensión de actualidad ni de opinión y cada cual iba a su aire. No había ni una voluntad, ni una dirección, ni una línea editorial. De hecho, era un divertimento con finalidad de promoción de la discoteca, incluso en sus anuncios publicitarios. La hacían periodistas, grafistas y fotógrafos de primera línea y vanguardistas, pero no tenía ninguna pretensión profesional. Al igual que Playboy o Lui, teníamos firmas de prestigio muy competentes, pero la revista era muy cara y no podía ser popular. Los circuitos de distribución eran muy especiales, reducidos y casi íntimos, por eso la mayoría de la gente ni la conoce ni la recuerda. Vista en perspectiva, puede tener un interés especial por sus firmas, pero sus contenidos no tenían un interés mayoritario. Es cierto que en la revista coincidíamos una serie de escritores y periodistas que se podrían considerar una generación, pero también coincidíamos tomando copas en la discoteca.[6]

 

Pero detrás de la revista hay una empresa potente y el logotipo de la marca Bocaccio. En una primera etapa, la editan Bocaccio y Elf Editores. En una segunda, Elf Editores se asocia con la familia Godó, que deviene accionista mayoritaria y se imprime en los talleres de La Vanguardia. En la tercera y última, la publica Elf Editores en solitario. Aunque en esas tres etapas la revista tiene tres directores, el editor siempre es Ilario y Marsé se mantiene como redactor jefe pese a todos los cambios de empresa. En los sucesivos consejos de dirección, Marsé aparece junto a Vázquez Montalbán, Rosa Regàs, Eugenio Trías, Xavier Miserachs, César Malet, Antonio Salichs, José Luis Guarner, José María Carandell y Javier de Godó.

Transcurridos cuarenta años, Marsé mantiene el mismo desapego por su trabajo en la revista que ya expresaba en 1971 en una entrevista de Ana María Moix, también colaboradora de la revista. “Soy redactor jefe de Bocaccio. Es un trabajo de ejecutivo. Me dicen queremos tal cosa, que alguien escriba sobre tal tema, y yo busco quien lo haga. Es un trabajo que en otro país podría ser bonito y divertido, pero aquí hay muchas limitaciones”.[7] Pero a pesar de este cierto desapego, las “firmas de prestigio muy competentes” a las que se refiere el redactor jefe sitúan a Bocaccio como la mejor y más vanguardista revista de su época. Y muchos años después, aún resulta imposible encontrar en la prensa española tantas firmas tan importantes en una misma revista.[8]

Además de coordinar la producción y a su larga nómina de colaboradores, Marsé traduce textos de narradores extranjeros procedentes de agencias y de revistas internacionales. En otras ocasiones, redacta textos propios para acompañar las fotografías que el editor compra a agencias francesas y estadounidenses. En estos textos realizados para “vestir”, en el sentido periodístico, a chicas ligeras de ropa, Marsé despliega de nuevo sus dotes de retratista. Es el caso, entre otros, de los que titula “Patty Shepard o el cuerpo del delito” y “Romy de oscuro”, o el del reportaje “Los cien bikinis de Saint Tropez”, insólito texto donde escribe sobre moda y firma como Juan Faneca, su apellido de nacimiento antes de ser adoptado.

La afición de Marsé por el cine, ya demostrada en Arcinema y en Don, llega a su madurez periodística en Bocaccio, que da gran importancia al séptimo arte y le dedica amplios reportajes. Algunos los firma Samuel Cramer, el pseudónimo que Marsé ya ha usado en Don. Además, su visión y su posición literaria y periodística en Bocaccio coinciden con una frase de Cramer en La Fanfarlo, que dice: “Libertinaje del espíritu, impotencia del corazón; ambos hacen que se viva sólo por curiosidad y se muera diariamente de lasitud. Cada uno de nosotros se parece al viajero que ha recorrido un gran país y contemplado cada tarde el sol, que antes doraba espléndidamente la ruta y ahora se encuentra sumergido en un horizonte trivial”.[9]

Más allá de admiraciones literarias y de coincidencias éticas y estéticas, Marsé redacta reportajes sobre estrellas del cine internacional como “Cuatro jotas y una X en la vida de Ursula Andress” y “Jane Oscar Fonda o la conciencia yanqui tiene bonitas piernas”. En cuanto al cine español, destacan “La canción que nos debe Massiel o mientras arde un cigarrillo hay esperanza” y “Ana Belén y Bodegas. Españolas en París”. Otros de esos textos cinematográficos son retratos, como “Brigitte Bardot versus el Cordobés”, “Raquel Welch: el Oscar le viene estrecho” o “Mar y sol con Flores de pe a pa”. Muchas de las técnicas descriptivas que emplea son esbozos de los retratos que perfeccionará en los Señoras y Señores que luego reescribe en Por Favor y en El País. Y algunos personajes de su mitomanía cinematográfica que aparecen en Bocaccio renacen en Señoras y Señores. En todos los casos, Marsé combina las técnicas de la crítica de espectáculos con las del retrato periodístico para conformar una crónica de su tiempo.

Una de las tareas más novedosas, desconocidas y olvidadas de Marsé en Bocaccio es su actividad como crítico de televisión. Las siglas TV encabezan la sección donde debuta como crítico televisivo, faceta periodística que no consta en ningún estudio ni tratado sobre su obra ni en su biografía. Marsé firma como J. Faneca unos textos muy breves que le permiten comentar varios asuntos en cada entrega. Algunos titulares de esas críticas son: “Madre, devuélveme a Tara King”, “Gilda antes de ser Gilda”, “Un pitorreo para Europa”, “Boby Deglané o la verborrea que logra el KO”, “Crónica sexy: Jesús Hermida versus Sara Montiel”... Son titulares humorísticos, heterodoxos y muy distintos de los del periodismo que entonces se escribe en España. Con un estilo muy nuevo y muy personal, Marsé comenta programas y estrellas de la televisión española en blanco y negro y de los albores del color. Su mirada crítica repasa teleseries como Los vengadores, Mannix, El Gran Chaparral, Superagente 86 o Ironside. No perdona los concursos como Un pueblo para Europa, ni los shows que presenta Boby Deglané, ni los programas musicales realizados a golpes de zoom por Valerio Lazarov. Pero también aprovecha algunas de las películas que emite TVE para volver a algunos de sus mitos, como Clark Gable, Marilyn Monroe, Rita Hayworth, Lauren Bacall o Bogart. Para ello, utiliza su técnica de perfil periodístico a base de pincelada fugaz y brevísima.

En Bocaccio