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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2005 Jill Limber

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Ciudad de amor, n.º 2126 - abril 2018

Título original: The Sheriff Wins a Wife

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-182-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

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Capítulo 1

 

JENNIFER Williams contuvo la respiración. Era la primera vez desde hacía ocho años que acudía a la feria de Blossom County, y había olvidado lo mal que olían las cuadras.

Ni ella ni su hermana habían participado en ningún programa escolar de cría de animales, 4H, porque su madre decía que sus hijas jamás se rebajarían a limpiar la porquería de un animal.

Lo que en el pasado le había resultado una decisión frustrante porque le había impedido tomar parte en las actividades que compartían sus amigos, en aquel momento, frente a la gigantesca cerda Petunia de su sobrina Kelly, le pareció una idea muy sensata.

Jennifer había planeado unas vacaciones de verano muy diferentes, pero tres días atrás, su hermana Miranda le había pedido que la auxiliara durante los últimos meses de su difícil embarazo y ella, tras pedir unos días libres en su trabajo de contable forense, había dejado Dallas con su hijo de siete años, Zack.

Se había marchado de Blossom al acabar el colegio y sólo había vuelto en contadas ocasiones, al enterrar a su madre y para visitar brevemente a su hermana. Aquel lugar guardaba demasiados malos recuerdos para ella, pero Miranda y su hija Kelly eran la única familia que le quedaba, aparte de Zack.

Petunia emitió un gruñido y, moviéndose con torpeza debido a su avanzada preñez, tiró el cuenco del agua. La idea de tener que dar de beber a una cerda malhumorada puso los pelos de punta a Jennifer, pero no tendría más remedio que hacerlo ya que se había quedado a su cargo mientras Kelly y Zack iban a por unas bebidas. Estaban esperando la llegada del supervisor de Kelly en el proyecto 4H.

Jennifer sonrió al recordar el gesto de contrariedad de Kelly cuando le había traducido las señas de Zack diciendo que quería ir con su prima. A ningún adolescente le gustaba cargar con un primo pequeño, pero Kelly tendría que acostumbrarse, aunque sólo fuera por unos meses. Jennifer necesitaría que cuidara de Zack cuando naciera el bebé.

Por otro lado, era muy importante que Zack aprendiera a ser autónomo a pesar de su sordera. Era una pena que Kelly no hubiera mostrado el menor interés en aprender el lenguaje de señas para poder comunicarse con su primo pequeño.

Petunia empujó el cuenco del agua con el hocico al tiempo que emitía gruñidos cada vez más agudos, y Jennifer tenía la suficiente experiencia con animales como para saber que una hembra embarazada y sedienta podía volverse agresiva.

El problema era que Petunia había convertido escaparse en una costumbre. Jennifer se metió en el bolsillo unas galletas que encontró en la bolsa de Kelly y tiró unas cuantas en la cochiquera para alejar a Petunia de la puerta. En cuanto la cerda se distrajo, entró y cerró a su espalda. Desafortunadamente, pisó unos excrementos y, mientras levantaba el pie con repugnancia, Petunia se acercó y le olisqueó el bolsillo, dejando un rastro de galleta triturada y baba en sus pantalones. Jennifer oyó a su espalda el sonido de una risa masculina contenida y se quedó paralizada.

Sin tan siquiera volverse, supo que pertenecía a Trace McCabe, justamente la persona por la que evitaba ir a Blossom. Sólo pensar en el dolor y la confusión en la que lo había dejado sumido, le empezaron a sudar las manos.

Trace McCabe.

La razón por la que había estado alejada del pueblo los últimos ocho años. De hecho, no lo veía desde la noche de su boda.

Era ridículo pensar que podía evitarlo durante todo un verano, pero había preferido engañarse y confiar en que no tendría que enfrentarse a los recuerdos y sentimientos que llevaba tanto tiempo ignorando.

Tomó aire y compuso una expresión lo más neutra posible, pero antes de que le diera tiempo a reaccionar, Petunia le dio un empujón que la lanzó contra la barrera para luego seguirla y arrinconarla.

Un par de poderosas manos la tomaron por los codos y la sacaron del corral a pulso, dejándola en el suelo al otro lado de la valla.

En cuanto Jennifer se volvió y observó el cambió de expresión en el rostro de Trace, supo que la había reconocido. Un sinfín de emociones la sacudieron al verlo. La vida lo había tratado bien, estaba más fuerte y más guapo, y el uniforme de sheriff le favorecía, resaltando su deportiva figura de anchos hombros.

El estómago se le encogió como cuando tenía diecisiete años y le inquietó descubrir que, al contrario de lo que creía, sus sentimientos no estaban enterrados.

Por el rostro de Trace se sucedieron el desconcierto y la ira. Finalmente, pareció dominarse y forzó una sonrisa.

El aire que los separaba hubiera podido cortarse.

–Hola, Trace –dijo ella, sorprendiéndose de poder hablar con aparente normalidad.

Habría deseado dar media vuelta, subirse en el coche y huir. Pero sabía que no debía ni planteárselo. Ya había huido de sus responsabilidades y de él en el pasado. No podía hacerlo de nuevo.

Resignada, optó por seguir el plan B y, en consecuencia, decidió actuar como si no fueran más que viejos amigos.

–¿Cómo te va? –preguntó sonriente.

Trace la soltó y dio un paso atrás como si le hubiera dado calambre. Le costaba respirar y conseguir que el aire atravesara el nudo de rabia que se le había formado en el pecho.

Al pasar junto a la cuadra de camino a su casa y ver a una mujer, no se le había pasado por la cabeza que pudiera tratarse de Jenn. Llevaba ropa de ciudad y sandalias en lugar de botas, algo que no haría nadie que hubiera nacido en Blossom y hubiera tratado con animales.

Había cambiado mucho en ocho años.

Después de tantos años pensando en ella y preguntándose qué estaría haciendo, lo saludaba como si sólo fueran viejos amigos.

Tuvo que hacer un grane esfuerzo para contener la ira.

Se quitó el sombrero y se pasó la mano por el cabello.

–Hola, Jenn, ¿qué te trae por aquí? –no iba a resultar fácil imitar su actitud, pero si ella quería que su primer encuentro transcurriera de aquella manera, no sería él quien lo impidiera. Sentía tal torbellino de emociones que prefería no actuar impulsivamente.

Jenn tenía un aspecto sofisticado y cosmopolita. Era evidente que Dallas la había transformado.

Se dio cuenta de que estaba golpeándose el muslo con el sombrero y paró.

Los ojos de Jenn aún eran de un color ámbar oscuro. El mismo color que los pendientes que él le había comprado al volver de Blossom, antes de que supiera que ella lo había abandonado y se había ido a Dallas. Seguían guardados en un cajón de la cómoda y le servían para recordar que no debía fiarse de su propio juicio en lo que a mujeres se refería.

–Miranda necesitaba ayuda y he decidido venir a pasar el verano a Blossom –dijo ella, encogiéndose de hombros.

Trace sabía que se había quedado en Dallas al acabar la universidad. En un pueblo tan pequeño como Blossom, no era necesario hacer preguntas para conseguir información. Todo el mundo acudía al Bee Hive, al Dairy Dream y al Alibi Saloon a compartir las novedades.

Señaló los pantalones cortos de Jennifer con el sombrero y comentó:

–Nunca te hubiera imaginado en una pocilga.

–Mamá debe de estar revolviéndose en su tumba. Pero ya conoces a Miranda, siempre hacía lo contrario de lo que mamá decía –dijo con un tinte de tristeza en la voz.

Trace pensó con amargura en la madre de Jennifer, una mujer autoritaria a la que Miranda, al contrario que Jennifer, siempre se había enfrentado.

Ocho años atrás, él había culpado a su madre de lo sucedido. Habían tenido que pasar los años y darle tiempo a madurar para darse cuenta de que Jennifer había tomado sus propias decisiones. Por más que la nulidad hubiera sido idea de su madre, lo cierto era que ella no se había resistido. Ni se había puesto al teléfono, ni había contestado sus cartas, ni había hecho el menor esfuerzo por ponerse en contacto con él.

Aun así, y aunque la señora Williams lo despreciaba y no lo había considerado lo bastante bueno para su hija, Trace era respetuoso y sabía lo duro que era perder a una madre.

–Lamenté su muerte.

Jennifer su puso seria.

–Gracias.

Guardaron un incómodo silencio durante unos segundos. Trace ansiaba conocer la respuesta a miles de preguntas. Respuestas que lo ayudarían a liberarse de unos sentimientos que creía arrinconados hacía años.

Un gruñido de Petunia le recordó que estaban en una cuadra y que aquél no era ni el lugar ni el momento de abrir su corazón a Jenn.

–Así que vas a estar un tiempo en el pueblo… –necesitaba hablar con ella, pero tendría que esperar.

Jennifer asintió.

–Hasta que se celebre la feria. Miranda ha de guardar reposo, así que yo llevaré a Kelly y a doña Gruñona –señaló hacia la cerda, que gruñía y protestaba mientras empujaba con el hocico el cuenco vacío.

Trace se preguntó si a Jennifer le resultaría doloroso ver a su hermana embarazada después de haber perdido a su bebé aquel verano, recién acabado el colegio. Quizá lo había superado y ni siquiera pensaba en ello, pero él seguía necesitando aclarar lo que había sucedido entre ellos.

Se inclinó sobre la valla, tomó el cuenco y se lo pasó a Jenn.

–Tengo que marcharme. ¿Estás en casa de Miranda?

Jenn asintió en silencio y se quedó mirando el cuenco de metal como si tuviera poderes hipnóticos.

–Te llamaré –añadió Trace.

Jennifer alzó la mirada con cara de resignación.

–De acuerdo –se limitó a decir.

Los dos sabían que tenían pendiente una conversación: la que debían haber mantenido ocho años atrás.

Capítulo 2

 

TRACE se alejó de Jenn con ganas de dar un puñetazo a la pared.

«Hola, Trace, ¿cómo te va?» ¿Qué saludo era ése después de casi ocho años sin verse?

Trace se puso las gafas de sol y salió de la penumbra de la cuadra al sol radiante del exterior.

Habían estado muy unidos. Él la había amado hasta la desesperación y no podía creer que ella no lo recordara. Por su parte, era evidente que los sentimientos que había creído bien enterrados acababan de sacudirlo y que no sabía cómo lidiar con ellos.

Entró en al recinto ferial donde se celebraba el concurso de animales y fue a las oficinas. Tenía que encontrar a Stan, el supervisor del programa 4H. Trace se había ofrecido a ayudarlo, pero quería evitar como fuera que le tocara evaluar el trabajo de Kelly con su cerda. Necesitaba reflexionar sobre lo que sentía.

Al llegar cerca de lo corrales vio a un niño trepar por el vallado y se dirigió hacia él. Le daba la espalda y había elegido un corral en el que se guardaba a un toro de rodeos, especialmente violento. Tenía un cuerno roto y se caracterizaba por su tendencia a embestir la barrera.

–¡Eh, niño, bájate de ahí! –Trace trotó hacia el corral al darse cuenta de que el toro acababa de fijarse en el niño. Cuando éste no reaccionó, gritó una vez más–: ¡Eh, el niño de la camisa roja, salta!

El niño no se movió. Trace vio que el toro agachaba la cabeza y podía oírlo bufar a distancia. Llegó al corral en un tiempo récord y, tomando al niño por la cintura, lo bajó al suelo.

Se oyó un ruido de tela rasgándose, seguido del choque del toro contra la valla y el sonido de la madera astillada por los cuernos.

Trace hizo girar al niño para mirarlo de frente.

–¿Se puede saber a qué estás jugando? –gritó.

El niño, cuyo pecoso rostro Trace no identificó, lo miró en silencio con cara de horror. Le temblaba todo el cuerpo.

–¿Con quién has venido? –preguntó Trace al tiempo que lo alejaba del vallado para evitar otra embestida del toro. Quienquiera que estuviera al cargo de aquel niño estaba haciendo muy mal su trabajo.

El niño hizo ademán de alejarse y se encogió asustado cuando Trace lo sujetó con fuerza por el hombro. Trace oyó una voz a su espalda.

–¡Trace, detente! –vio que Jenn se acercaba corriendo, con la misma cara de miedo que el niño–. No le hagas daño.

¿Hacerle daño? Jenn llegó junto a ellos sin aliento, tomó al niño y lo estrechó en sus brazos. Él se abrazó a ella y ocultó el rostro en su hombro.

–¿Qué creías que iba a hacer? ¿Pegarle? –preguntó Trace.

–No, no, lo siento. Me he asustado.

Trace aceptó las disculpas, pero que Jenn pensara que podía hacer daño a un niño le dolió.

–Gracias –dijo ella, todavía jadeante.

–¿Quién es este niño?

–Mi hijo, Zack –respondió ella, acariciando la espalda del niño.

Por segunda vez en un solo día, Trace sintió que lo golpeaban con un mazo. ¿Jenn tenía un hijo?

Ella le pasó la mano por el cabello al niño como si quisiera asegurarse de que estaba bien.

–Se supone que Kelly debía cuidar de él, pero ha vuelto sola.

Trace no podía salir de su desconcierto. ¿Cómo era posible que no supiera que Jenn tenía un hijo?

–Le he gritado para que se bajara, pero no me ha hecho caso.

Los preciosos ojos de Jenn se llenaron de lágrimas.

–No te ha oído. Es sordo –dejó a Zack en el suelo y le dijo algo por señas. Zack se señaló la camisa, en la que había un agujero. Jenn se volvió a Trace y explicó–: Dice que ha intentado bajarse, pero que la camisa se le ha quedado enganchada.

Efectivamente, un trozo de tela roja colgaba de un clavo de la valla.

–En cualquier caso, no debería haberse subido.

Jenn asintió y comenzó a decirle algo a Zack, pero éste le tomó la mano y tiró de ella para reclamar su atención. Luego, se señaló la camisa y dijo algo en lenguaje de signos que hizo reír a Jenn.

–Ya sé que es tu favorita –respondió ella en alto, mientras el niño le observaba detenidamente los labios–. Prometo comprarte otra.

Zack hizo varios movimientos con las manos y Jenn le tradujo a Trace:

–Dice que lo siente y que quiere darte las gracias.

Trace sonrió al niño y luego miró a Jenn. Todavía no había conseguido asimilar la idea de que tenía un hijo. Ella le dedicó una sonrisa nerviosa y dijo:

–Yo también quiero darte las gracias. A partir de ahora no dejaré que se separe de mí.

Y, tomando la mano de Zack, se alejó.

Trace los observó mientras se decía que el niño debía de tener unos siete años, la misma edad que habría tenido el hijo que Jenn teóricamente había perdido.

Fue a seguirlos para exigir respuestas, pero en ese momento sonó el teléfono. Al mirarlo y ver que se trataba de una llamada de emergencia maldijo entre dientes y contestó:

–¿Qué? –dijo, malhumorado, sin apartar la mirada de Jenn y Zack.

Tras un breve silencio le llegó la voz de su secretaria, Henrietta.

–¿Sheriff?

Trace se pasó la mano por la cara.

–Perdona, Henrie, ¿qué sucede?

–Un accidente en la autopista, a cuatro millas del recinto ferial. Butch cree que uno de los implicados conducía borracho.

–¿Hay heridos? –Trace miró el reloj y comprobó, sorprendido, que ya eran las diez.

–No parece que sea nada serio, pero uno de los pasajeros está atrapado en el coche. Ya he enviado una ambulancia, pero Butch necesita ayuda. También ha habido una llamada por un asunto de vandalismo, pero puede esperar a que vengas a la oficina.

Henrie llevaba al cargo de la oficina del sheriff desde antes que Trace naciera, así que éste confiaba a ciegas en sus decisiones.

–Dile a Butch que voy para allá.

Trace metió el teléfono en el bolsillo y se encaminó a su coche.

 

 

Jenn se alejó de Trace sujetando a Zack con firmeza. No quería dejarse invadir por los sentimientos que despertaba en ella. Llevaba años tratando de enterrarlos y de no pensar en él, pero ver cómo se había preocupado por el bienestar de su hijo la había afectado profundamente. Tenía que devolverlos al remoto lugar de su cerebro donde llevaban años aletargados, pero, por más que lo intentara, parecían decididos a huir.

Zack emitió un gruñido de protesta y se soltó.

–¿Estás enfadada conmigo? –preguntó por señas.

Jenn sacudió la cabeza.

–No, ¿por qué lo preguntas?

Zack se frotó la mano, que estaba enrojecida.

–Porque me estabas haciendo daño.