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HarperCollins 200 años. Desde 1817.

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2017 Carol Marinelli

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

De la inocencia al anhelo, n.º 134 - noviembre 2017

Título original: Bound by the Sultan’s Baby

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-549-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

GABI Deramo no había sido nunca una dama de honor, y mucho menos una novia. Sin embargo, las bodas eran toda su vida y pensaba en ellas a todas horas. Había vivido las bodas desde hacía mucho tiempo.

Era una soñadora.

De niña, ponía a sus muñecas en fila como si fuese un desfile nupcial. Una vez, para furia de su madre, vació dos bolsas de azúcar y una de harina por encima de ellas para que pareciera una boda en invierno.

Essere nerre nuvole –le había reñido su madre, Carmel, diciéndole que vivía en las nubes.

Lo que ella no le dijo fue que todas las bodas que celebraba con sus muñecas eran la de su madre. Como si así pudiera invocar la presencia de su padre y fingir que no había abandonado a una embarazada Carmel para que se las apañara sola. Si bien no la habían besado mucho, como ayudante de una organizadora de bodas había participado en muchas escapadas románticas… y soñaba con lo mismo muchas noches… y soñaba con Alim.

En ese momento, estaba repasando la lista de asuntos pendientes en la tableta mientras se enrollaba en el dedo un mechón de su pelo largo y moreno e intentaba resolver cómo podía organizar una boda invernal muy precipitada y muy exclusiva en Roma.

Mona, la novia, salió del probador por tercera vez y el vestido seguía sin gustarle a Gabi. No le favorecía lo más mínimo. El encaje antiguo hacía que su piel morena pareciera amarillenta y la pesada tela no resaltaba su cuerpo delicado.

–¿Qué te parece? –le preguntó Mona mientras se daba la vuelta para mirarse en el espejo por detrás.

Gabi tenía experiencia y sabía lidiar con una novia que había elegido el vestido equivocado.

–¿Qué te parece a ti, Mona?

–No lo sé –Mona suspiró–. Me gusta bastante.

–Entonces, no es tu vestido –replicó Gabi–. Tiene que encantarte.

Mona había rechazado los consejos de la dueña de la boutique y había desechado completamente el vestido blanco, recto, radiante y ligeramente bordado que le había propuesto Gabi. En realidad, ni se lo había probado. Desechaban muy a menudo sus propuestas.

Era… una mujer con curvas y siempre llevaba el traje oscuro, serio y amorfo que Bernadetta, su jefa, se empeñaba en que llevara. Por eso, las novias solían pensar que no tenía ni idea de por dónde iba la moda. Sin embargo, claro que lo sabía. No para ella, naturalmente, pero podía elegir el vestido más indicado para una novia a veinte metros de distancia… y tenían que dejar eso zanjado ese día.

Bernadetta estaba de permiso y tenía que resolverlo ella. Como siempre. Cuanto mayor era el presupuesto, más complicadas eran las instrucciones y más probable era que acabara teniendo que hacerlo ella. Estaban en esa pausa que se producía entre Navidad y Año Nuevo y, en realidad, la tienda de vestidos de novias estaba cerrada, pero ella tenía muchos contactos y le había pedido a Rosa, la dueña, que le hiciera el favor de abrirla. Rosa no iba a echarlas, pero a las cuatro tenían que encontrarse en el hotel Grande Lucia con Marianna, la coordinadora de actividades.

–¿Por qué no te pruebas el que ha propuesto Gabi? –preguntó Fleur, la madre del novio.

Era un poco raro. Normalmente, todo eso lo habría hecho con la madre de la novia, una hermana o una amiga, pero parecía como si Fleur tuviese la primera y la última palabra. Además, Fleur era inglesa, por lo que Mona y Gabi no hablaban en italiano para ser educadas.

Sin embargo, estaba siendo un día largo y agotador, ¡y al día siguiente tenían que volver con las damas de honor!

Mona, de muy mala gana, accedió a probarse el vestido que había propuesto Gabi y desapareció con una ayudante. Rosa, mientras colgaba el vestido desechado, vio que Gabi estaba mirando otro vestido. Era gris plateado y de una talla mayor. Cuando lo levantó, Gabi pudo ver la elegante caída de la tela. Rosa era una costurera con mucho talento.

–Te quedaría muy bien –comentó Rosa.

–Lo dudo –Gabi suspiró con melancolía–, pero es precioso.

–Cancelaron el encargo –siguió Rosa. ¿Por qué no te lo pruebas? Estoy segura de que vas a estar impresionante.

–No mientras estoy trabajando –Gabi sacudió la cabeza–. Aunque me quede bien, ¿cuándo iba a poder ponérmelo?

La pregunta quedó sin respuesta cuando se separaron las cortinas y salió una Mona sonriente.

–¡Mona…! –exclamó Gabi en voz baja.

El vestido era perfecto. Resaltaba la esbelta figura de Mona y el blanco resplandeciente era perfecto para el tono moreno de su piel.

–Si te hubiese hecho caso desde el principio… –comentó Fleur–. Vamos a llegar tarde al hotel.

–Todo está en orden –la tranquilizó Gabi comprobándolo en la tableta–. Vamos bien de horario.

En realidad, iban muy bien porque Gabi sabía que, una vez elegido el vestido, lo demás sería mucho más fácil. Se habían tomado las medidas, pero no se pudieron concretar las fechas para hacer las pruebas del vestido. Gabi le comentó a Rosa que la llamaría en cuanto hubiesen decidido la fecha de la boda.

Volvieron a montarse en el coche y las llevaron por las calles mojadas de Roma hacia el hotel Grande Lucia, pero Mona volvía a estar descontenta.

–Hace unos años fui a una boda en el Grande Lucia y era un poco… –Mona titubeó mientras buscaba la palabra para describirlo– deprimente.

–Ya no lo es –Gabi sacudió la cabeza–. Han cambiado la dirección, Alim ha sido… –le tocó titubear a Gabi, pero se repuso enseguida–. Alim ha sido el dueño durante un par de años y se han hecho unas mejoras… considerables. Está… espléndido.

Balbuceaba y se sonrojaba solo de decir su nombre. Había visto muy pocas veces a Alim, pero pensaba mucho en él. Sus caminos se cruzaban muy de vez en cuando, pero, si estaba organizando una boda en el Grande Lucia y él estaba alojado allí en ese momento, su corazón recibía un obsequio muy especial, y esperaba recibir uno ese día.

–A ver qué te parece cuando lo hayas visto –siguió Gabi–. Además, te recuerdo que es increíblemente difícil conseguir una reserva, sobre todo, con tan poca antelación.

–Fleur no cree que eso vaya a ser un inconveniente –replicó Mona en un tono inconfundible.

Gabi se fijó en que, además, le dirigía una mirada a la madre del novio. Por lo que había deducido, Fleur había aceptado financiar la boda con la condición de que se celebrara allí.

–No lo será –confirmó Fleur.

Gabi no estaba tan segura. Marianna, la coordinadora, era bastante inflexible y ellas querían celebrar la boda ¡dentro de dos semanas!

Tardaron bastante poco porque las calles estaban relativamente vacías. Ya se había pasado el trajín de la Navidad y hasta el Coliseo estaba cerrado a los visitantes. Gabi contuvo un bostezo y deseó poder ponerse un cartel de «No molestar» durante una temporada. Había esperado pasar las vacaciones de Navidad planeando su propia empresa, pero, en vez de eso, la habían llamado para que fuera a trabajar y estaba cansada. Casi demasiado cansada como para mantener vivo el sueño de llegar a tener su propia empresa. Había empezado a trabajar en Matrimoni di Bernadetta cuando tenía dieciocho años y había esperado que le proporcionara la experiencia que necesitaba para volar sola algún día. Sin embargo, seis años después, cuando ya tenía veinticuatro, ese porvenir no estaba más claro. Bernadetta se había ocupado de eso, no le dejaba casi tiempo para pensar y mucho menos para seguir sus sueños.

Aun así, le encantaba su trabajo.

Levantó la mirada cuando apareció el impresionante edificio y aparcaron delante de la entrada. Ronaldo, el portero, les abrió la puerta del coche.

Ben tornato –dijo Ronaldo.

Sin embargo, Gabi se dio cuenta de que estaba saludando a Fleur por su regreso, no a ella. Fleur debía de ser una huésped habitual y una muy especial, a juzgar por el trato que le daba Ronaldo.

Cuando se bajó ella, sintió una punzada de emoción ante la idea de que pudiera ver a Alim.

Él siempre era cortés aunque fuese algo distante. Ella no se lo tomaba como algo personal. Alim era igual con todo el mundo y siempre mantenía cierta distancia. Tenía un aire de misterio que la tenía encandilada. Vivía en todo un piso del Grande Lucia cuando estaba en Roma y así, mediante los rumores del hotel, ella sabía bastante sobre su reputación. Le encantaban las mujeres guapas y quedaba con todas las que podía, aunque lo más que iban a conseguir era pasar una noche con él. En realidad, ni el desayuno estaba incluido. Según Sophie, una doncella del Grande Lucia y amiga de Gabi, sus amantes, una vez despedidas, siempre lo calificaban de frío e insensible.

Ella no estaba de acuerdo porque siempre sentía la calidez de su mirada y, en el terreno laboral, su profesionalidad estaba fuera de toda duda.

Aun así, Sophie le había contado que, según los rumores, el tiempo en brazos de Alim se recompensaba con un diamante. Parecía una falta de consideración… hasta que lo veías.

Naturalmente, estaba muy lejos de su alcance y eso no era humildad por su parte. A él le gustaban las rubias esbeltas como supermodelos y que sabían lo que había que hacer en el dormitorio. Al parecer, no tenía ningún interés en enseñar. A ella le daba igual que fuese completamente inalcanzable porque soñar con él le parecía lo más seguro.

No había ni rastro de él cuando entró al impresionante vestíbulo del Grande Lucia por la puerta giratoria. Era casi perfecto. La alfombra carmesí y las paredes de seda eran elegantes, incluso sensuales, y entonaban bien con los muebles de madera oscura. Era un espacio amplio con techos altos, pero transmitía sensación de intimidad desde que se entraba a pesar del delicioso bullicio del hotel. En el centro, había un enorme arreglo floral carmesí. Efectivamente, era casi perfecto. Ella tenía gusto para los detalles y ese arreglo le chirriaba. Además, no cambiaba nunca. Era un despliegue de rosas rojas y claveles que había llegado a ser un ligero motivo de controversia cuando había tenido que negociar en nombre de las novias.

Marianna salió a saludarlas y se las llevó a tomar café en uno de los pequeños salones anexos al vestíbulo. Una vez allí, repasaron algunos detalles y Marianna estuvo encantada de comunicarles que había un hueco al cabo de un par de semanas, pero no iba a ponérselo fácil a la novia.

–Tengo que confirmar las fechas con el propietario –comentó Marianna–. Estamos esperando a unos huéspedes VIP en enero y la seguridad será especialmente estricta. No sé si podremos recibiros entonces. Alim pidió que se le informara antes de que se cierre cualquier fecha… –hizo una pausa y levantó la mirada–. Ah, ahí…

Marianna no siguió y Gabi también levantó la mirada. Alim acababa de entrar en el vestíbulo con la rubia de rigor. Ella supuso que no quería que lo molestaran con detalles nimios cada vez que aparecía y Marianna no avisó a Mona y Fleur de su presencia. Sin embargo, su carisma era tal que las dos mujeres se giraron. Si bien Marianna estaba haciendo todo lo posible para no alterar el día de Alim, el de ella había dado un vuelco en el mejor de los sentidos.

Alim llevaba un abrigo oscuro y transmitía tanta magnificencia que las cabezas se daban la vuelta. Tenía el pelo moreno, lustroso y peinado hacia atrás. Era alto e iba tan recto que hacía que ella también echara los hombros hacia atrás. Notaba un cambio siempre que él estaba cerca, algo que le impedía centrarse en cualquier cosa que no fuese él, como si todo quedara relegado a un rincón para que él ocupara el centro de toda su atención.

Quanti ospiti?

La voz de Marianna llegó desde muy lejos y fue Mona quien contestó cuántos invitados eran, no ella. Alim había mirado alrededor y sus ojos se habían encontrado.

Era hermoso. Tenía una elegancia natural y era cortés al máximo, era el agua serena contra la efervescencia de ella. Era una soñadora y eso quería decir que, aunque él no estaba a su alcance, tampoco estaba más allá de los límites de su imaginación, sería inocente de cuerpo, pero no de mente… y esos ojos era de un gris oscuro con reflejos plateados que hablaban en silencio de la noche.

Ella sabía que era peligroso que su mirada la atrapara. El fuego crepitaba en la chimenea y sentía un calor que le subía del abdomen por el cuello. Quería disculparse, abandonar la conversación y seguir esa orden silenciosa. Quería que el trabajo desapareciese, que la amante de él desapareciese y que Alim la tumbase en un lecho de seda. Así de sencillo.

–Gabi… –Marianna la sacó del ensimismamiento.

–¡Alim! –le llamó la amante de él.

Sin embargo, él estaba acercándose.

Va tuto bene?

Él preguntó si todo iba bien. Aunque su italiano era excelente, estaba condimentado con su propio acento y Gabi no pudo reaccionar porque no había esperado que él se acercara. Marianna sí reaccionó y le dijo la fecha que preferían para la boda.

–Está bien.

Alim asintió con la cabeza a Marianna y a las otras dos mujeres y, entonces, miró directamente a Gabi, quien miró fijamente su boca porque le pareció un poco más segura que sus ojos.

–¿Qué tal estás, Gabi?

–Estoy bien.

–Me alegro.

Él se dio la vuelta y se alejó y ella contuvo la respiración. No había sido nada, había sido algo tan insignificante que los demás ni siquiera se habían fijado, pero ella sobreviviría durante semanas gracias a eso. Él sabía su nombre…

–Podrías enseñar el salón de baile a Mona mientras yo comento los detalles con Fleur –le propuso Marianna.

Los detalles eran el dinero.

–Claro.

Gabi se levantó y se alisó la falda. Le espantaba ese traje negro con un logotipo dorado y una blusa de cuello vuelto holgado. de color crema Era la vestimenta perfecta para la directora de una funeraria, no para una organizadora de bodas. Si fuese su empresa, llevaría cuadros verdes con un toque rosa. Ya había elegido la tela. Además, tampoco llevaría esos zapatos de tacón negros que Bernadetta se empeñaba en que llevara. Se sentía demasiado alta y corpulenta mientras acompañaba a la novia por el vestíbulo.

Entonces, vio que Alim y la rubia entraban en su ascensor privado y ella frunció el ceño porque le daba envidia esa experiencia tan íntima que estaban a punto de vivir. La rubia estaba apretándose contra él y le susurraba algo al oído.

Dio gracias a Dios por los ascensores cerrados porque eran fantásticos para recuperar el dominio de sí misma. La pareja desapareció dentro y Gabi se acordó de que había que organizar una boda. El salón de baile tenía unas enormes puertas dobles y Gabi las abrió para que Mona pudiera captar todo el efecto mientras entraba. Era impresionante de verdad. Las enormes arañas de cristal eran lo que primero llamaban la atención, pero era fastuoso en todas direcciones.

Molto bello… –comentó Mona en voz baja otra vez en italiano–. El salón de baile no se parece nada a lo que yo recordaba.

–Alim, el propietario, lo ha reformado entero. Ha acuchillado el suelo y ha reparado las lámparas. El Grande Lucia vuelve a ser el hotel para una boda.

–Lo sé –reconoció Mona–. En realidad, es donde James y yo nos conocimos. Yo estaba aquí por el aniversario de mis abuelos y James estaba visitando… –Mona no dijo lo que había estado a punto de decir–. Lo que no me gusta es que Fleur esté tomando todas las decisiones solo porque su…

Mona volvió a cerrar la boca y dejó claro que no quería hablar demasiado. Gabi, curiosa por naturaleza, se quedó con las ganas de saber más. Fleur estaba siendo muy escurridiza y la lista de invitados por parte del novio era increíblemente corta. Solo iba a acudir un padrino de boda desde Escocia y no se decía nada del padre de James. Gabi se preguntaba si Fleur sería viuda.

Sin embargo, no estaba allí para hacerse preguntas y volvió a concentrarse, como siempre, en que esa fuese la mejor de las bodas.

–Me imagino lo que será bailar bajo esas lámparas –comentó Mona.

–No hay nada tan maravilloso –afirmó Gabi.

Entonces, señaló hacia un palco alargado que recorría la pared del lado oeste y se imaginó el selecto público que se sentaba allí en el pasado.

–El fotógrafo puede sacar unas fotos impresionantes desde allí. Quiero decir, un fotógrafo que emplea habitualmente Matrimoni de Bernadetta hace unas fotos increíbles desde el palco.

Pudo comprobar que Mona empezaba a emocionarse.

–Cuando dijiste que estuviste aquí por el aniversario de tus abuelos… –siguió Gabi para intentar tirarle de la lengua.

–Mis abuelos se casaron aquí –le contó Mona–. Algunas veces sacan el disco que bailaron la noche de la boda.

–¿De verdad?

–Incluso reconozco la pista por las fotos de su boda. Es como retroceder en el tiempo.

Hasta la pista de baile era increíble. Era un parqué de caoba, roble y secuoya que formaba un delicado mosaico floral.

–¿Tus abuelos todavía bailan con la canción de su boda…?

Mona asintió con la cabeza y Gabi pudo ver que ya estaba decidida. Habría un cuarteto de cuerda, pero a Mona le encantó la propuesta de Gabi para que James y ella abrieran el baile con el mismo disco que sus abuelos. Una boda, una boda preciosa, estaba empezando a gestarse por fin. Una novia resplandeciente volvió a la sala y charló encantada de la vida con Fleur y Marianna sobre sus planes.

Entonces, ella, perpleja, vio que la rubia cruzaba el vestíbulo con unas grandes zancadas y un gesto de rabia. No sabía por qué, pero habría apostado los ahorros de toda su vida a que Alim la había desenroscado de sus brazos.

Luego, mucho después, cuando todo empezaba a encajar en su sitio, llamó a Rosa con las fechas oficiales.

–Ya estoy trabajando en el vestido –comentó Rosa–. No creo que necesite muchos arreglos.

Después de un día largo y agotador ocupándose de los demás, Gabi hizo algo para sí misma. Estaba feliz por la brevísima conversación con Alim. Naturalmente, la marcha de su amante no podía tener nada que ver con ella, pero era una soñadora y su cabeza ya estaba dándole la vuelta a las cosas.

–¿Puedo ir a probarme el vestido gris?

Soñar con Alim era maravilloso.

Capítulo 2

 

ERA una boda preciosa de verdad, aunque Gabi no tenía ni un segundo para disfrutarla.

El padrino, espléndido con su falda escocesa, intentaba escapar de la dama de honor, que lo perseguía descaradamente. Fleur estaba tensa y pedía que se dieran prisa. Las niñas que llevaban los ramos de flores tenían frío y estaban llorosas mientras les sacaban fotos en la nieve. Ella se sentía como una pastora empapada que hacía malabares con los paraguas para proteger de la nieve a los novios e intentaba dirigir a los invitados como a una manada. Llevaba botas, pero era la única concesión que había hecho al frío.

Por fin se montaron en los coches y se dirigieron hacia la recepción mientras ella se cercioraba de que habían pagado al coro. Bernadetta se montó en su coche, fumando, y ella empezó a bajar, tiritando, las escaleras de la iglesia. Entonces, se resbaló en el hielo y se cayó sentada de la forma más desairada que podía imaginarse, pero nadie fue a ayudarla.

Se quedó un momento sentada e intentó recuperar el aliento y evaluar los daños. A jugar por lo que sentía, tenía el trasero amoratado. Hizo un esfuerzo para levantarse y vio que tenía la falda sucia y empapada. Además, se quitó la chaqueta y comprobó que se había descosido por la espalda. Para empeorar las cosas, Bernadetta estaba furiosa, sobre todo, porque no tenía ropa para cambiarse.

–¿Por qué no te has traído un traje de repuesto? –le preguntó con rabia–. Al fin y al cabo, eres una organizadora.

Gabi quiso contestarle que solo le había dado dos trajes, pero supo que no serviría de nada.

–Está en la lavandería.

Naturalmente, Bernadetta no pudo dejar de comentar que nadie tendría uno que le quedara bien a Gabi.

–Vete a casa y cámbiate –le ordenó entre dientes–. Ponte algo…

Bernadetta juntó las manos con un gesto de desesperación y como si quisiera decirle que consiguiera algo que pudiera reducir su tamaño. Además, no añadió, como siempre les decía a las otras empleadas, que no eclipsara a la novia. Se daba por supuesto que Gabi no tenía la más mínima posibilidad.

Quería dejar el trabajo. Estaba a punto de llorar cuando llegó a su diminuto piso y, naturalmente, no tenía nada en el armario que pudiera ponerse. Bueno, sí tenía algo. Tenía el vestido gris plateado que Rosa había hecho con sus manos prodigiosas, aunque a Bernadetta le parecería que era excesivo. Tenía un corte muy sencillo, pero…

Se desvistió y comprobó que, efectivamente, tenía un moratón en el trasero y a la izquierda del muslo. Se duchó rápidamente, entró en calor y se sintió mucho más relajada. Los días de boda siempre eran tensos y se agradecía una pequeña pausa. Cuando tuviese su propia empresa, organizaría una rotación para que todos sus empleados pudieran descansar un poco entre la ceremonia y la recepción. Quizá también pudieran cambiarse de ropa…

Ya estaba soñando que algún día trabajaría por su cuenta, pero ¿cómo iba a conseguirlo cuando Bernadetta la tenía atada de pies y manos? Sin embargo, no tenía tiempo para darle más vueltas.

El vestido había sido un regalo de Rosa, pero ella, que sintió remordimientos por aceptarlo, se había permitido el lujo de comprarse el sujetador adecuado para el vestido y, naturalmente, unas bragas plateadas a juego. Se puso todo apresuradamente antes de enfundarse el vestido.

Verdaderamente, Rosa era prodigiosa con la tela. El vestido estaba cortado al bies y se adaptaba maravillosamente a sus curvas. Además, merecía más atención que la que solía dedicarse.

Se sentó en su pequeño tocador, se recogió el pelo y se hizo un moño alto en vez de dejárselo suelto. Se pintó ligeramente los labios, se maquilló un poco y le dio miedo haberse excedido porque, normalmente, no se molestaba con esas cosas. Sin embargo, no se lo quitó y se vistió para tener el mejor aspecto posible.