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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

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28001 Madrid

 

© 2017 Carol Marinelli

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

De la inocencia al amor, n.º 133 - octubre 2017

Título original: The Innocent’s Secret Baby

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-548-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

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Prólogo

 

NO era posible.

Una figura lejana captó la atención de Raul di Savo mientras daba las gracias a quienes habían asistido al entierro de su madre. No se atrevería a ir precisamente ese día. La campana de la pequeña iglesia siciliana había dejado de tocar hacía un buen rato, pero todavía le retumbaba en los oídos.

Condoglianze.

Raul hizo un esfuerzo para concentrarse en el anciano que tenía delante y no en el joven que estaba en los alrededores del cementerio.

Grazie.

La mayoría no se había acercado por las circunstancias de la muerte de Maria y porque les daba miedo la ira del padre de Raul. Gino no había asistido al funeral de su esposa. «Era una ramera cuando me casé con ella y seguía siéndolo antes de su muerte». Así le había comunicado su defunción a su hijo. Raul, a quien le habían dicho que su madre había tenido un accidente automovilístico, había viajado de Roma a Casta, un pueblo en la costa occidental de Sicilia, pero había llegado tarde, cuando ella ya había fallecido. Lenta y dolorosamente, había unido las piezas de los asombrosos acontecimientos que habían llevado a la muerte de Maria. En ese momento, cumplía con las obligaciones familiares y recibía las condolencias junto a la tumba. Efectivamente, le daban las condolencias, pero muy poco más. Lo sucedido durante los últimos días y las condenas que se extendían por el valle hacían que hasta la frase más inocente fuese una burla.

–Era una buena… –un amigo de toda la vida titubeó al no saber qué decir–. Era…. Echaremos de menos a Maria.

–Sí, la echaremos de menos –confirmó Raul.

El olor a tierra recién removida le bajó por la garganta y supo que no tendría consuelo. Había esperado demasiado para salvarla y ya no estaba. Había estudiado mucho y con tan buenos resultados que había recibido una beca y, como siempre había querido, había podido salir del valle de Casta o, como su amigo Bastiano y él lo llamaban, el Valle del Infierno. Había estado decidido a llevarse a su madre lejos de su padre.

Se llamaba Maria di Savo. Algunos pensaban que era una desequilibrada. Quizá fuese más apropiado decir que era frágil. Maria, profundamente religiosa hasta que conoció a su padre, había esperado entrar en el convento del pueblo, un edificio imponente con vistas al estrecho de Sicilia. Había llorado cuando tuvo que cerrar por las pocas monjas que tenía, como si su ausencia hubiese contribuido al declive.

El edificio llevaba mucho tiempo abandonado, pero Raul no recordaba ni un solo día en el que su madre no se hubiese arrepentido de no haberse hecho novicia, siguiendo los dictados de su corazón.

Si lo hubiese hecho… Se quedó reflexionando sobre su propia existencia porque el embarazo impuso a Maria el más desdichado de los matrimonios. Él siempre había odiado el valle, pero nunca como en ese momento. No volvería jamás. Sabía que el ocaso de su padre bebedor ya estaba garantizado porque la caída sería imparable sin los cuidados de Maria.

Sin embargo, había que ocuparse de otra persona, del hombre que había provocado ese trágico final. Había prometido, mientras echaba el último puñado de tierra en la tumba abierta de su madre, que haría lo que hiciese falta para hundirlo.

–La echaré de menos.

Raul levantó la mirada y vio a Loretta, una amiga de toda la vida de su madre que trabajaba en el bar familiar.

–Que hoy no haya jaleo, Raul.

Raul frunció el ceño por lo que había dicho, hasta que se dio cuenta de por qué parecía preocupada. Él estaba mirando al hombre que se veía a lo lejos, a Bastiano Conti. Tenía diecisiete años, un año menos que él, y sus familias estaban enfrentadas. El tío de Bastiano era el dueño las tierras y viñedos de la parte oeste del valle, y el padre de Raul era el rey del este. La rivalidad se remontaba generaciones, pero los jóvenes la habían pasado por alto y habían sido amigos. Habían ido juntos al colegio y habían estado juntos durante las largas vacaciones de verano. Antes de que se marchara del valle, Bastiano y él habían estado bebiendo vino de los viñedos rivales, y habían estado de acuerdo en que eran unos vinos espantosos.

Eran parecidos físicamente, altos y morenos, y solo eran distintos en la forma de ser. A Bastiano, un huérfano, lo había criado su amplia familia y había llevado una vida muy cómoda. Raul, en cambio, era serio y desconfiado y le habían enseñado a adaptarse a las circunstancias. No confiaba en nadie, pero decía lo que tuviera que decir para salir adelante.

Aunque tenían un estilo distinto, las mujeres adoraban a los dos. Bastiano seducía y Raul se limitaba a devolver el favor. No habían sido rivales, los dos podían elegir y había muchas mujeres en el valle. Sin embargo, Bastiano había empleado su encanto sombrío con las más débiles y se había hecho amante de Maria. Maria no solo había tenido una aventura, se había acostado con un integrante de la familia que Gino consideraba sus enemigos. Cuando se descubrió la aventura, cuando Gino se enteró de los rumores, Loretta la llamó para advertirle de que Gino iba a casa y estaba furioso. Maria había tomado un coche que no sabía conducir, y eso no era nada prudente en el valle. Él sabía que el accidente no habría sucedido de no haber sido por Bastiano.

–Raul…

Loretta lo dijo en voz baja porque notaba que la tensión se adueñaba de él y podía oír su respiración entrecortada. Le tomó la mano aunque sabía que nada podía detenerlo en ese momento.

–Eres siciliano y eso quiere decir que tienes toda la vida para vengarte, que no sea hoy.

–No.

¿Raul estuvo de acuerdo o discrepó? Todas las palabras le salían mal, tenía la voz ronca y podía ver las venas de la mano y sentir las palpitaciones en las sienes. Estaba dispuesto a pasar a la acción y solo sabía que odiaba a Bastiano con toda su alma. Soltó la mano de Loretta, se puso en marcha y apartó a alguien que quiso pararlo.

–¡Raul! –el sacerdote lo llamó en tono de advertencia–. No aquí, ni ahora.

–¡Entonces, que no hubiese venido! –replicó Raul mientras cruzaba el cementerio.

Entonces, aceleró y que Dios se apiadase de Bastiano porque el odio y la furia impulsaron los últimos pasos de Raul.

Pezzo di merda…

Cualquier hombre en su sano juicio se habría dado la vuelta y se habría marchado, pero Bastiano se dirigió hacia Raul insultándolo también.

–Tu madre quiso…

Raul no dejó que terminara. Ya la había deshonrado bastante y le dio un puñetazo. Notó que el diente de Bastiano se le clavaba en el nudillo, pero fue lo último que sintió. El dolor, la rabia y la vergüenza eran un cóctel explosivo. Lo mataría, pero Bastiano no estaba dispuesto a ponérselo fácil. Se oyeron gritos y el ruido de las sirenas a lo lejos. Raul no sintió nada cuando lo tiraron contra una tumba. El granito le rompió el traje oscuro y la camisa blanca por la espalda y le desgarró la carne, pero daba igual. Su espalda ya estaba llena de cicatrices por las palizas de su padre y la adrenalina era un anestésico muy potente.

Sin embargo, Bastiano no se daba por vencido. Raul lo agarró, le dio otro puñetazo en la cara y machacó con placer esos rasgos perfectos. Entonces, lo tumbó y le dijo que debería haberse mantenido alejado de su madre.

–¡Como has hecho tú!

Esas palabras le dolieron más que cualquier golpe porque sabía que eso era exactamente lo que había hecho, se había mantenido alejado de su madre.