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Título original en inglés:

Reaching Across the Pacific:

Latin America and Asia in the New Century

ISBN de la publicación en inglés: 978-1-938027-40-6

©  Woodrow Wilson International Center for Scholars

Latin American Program

1300 Pennsylvania Avenue, NW

Washington, DC 20004

www.wilsoncenter.org/program/latin-american-program

©  Universidad del Pacífico

Av. Salaverry 2020

Lima 11, Perú

www.up.edu.pe

PUENTES SOBRE EL PACÍFICO: LATINOAMÉRICA Y ASIA EN EL NUEVO SIGLO

Editores: Cynthia J. Arnson y Jorge Heine, con Christine Zaino

1a edición: octubre 2015

1a edición versión e-book: noviembre 2015

Traducción: Aroma de la Cadena y Eloy Neira

Diseño de la carátula: Icono Comunicadores

Tiraje: 550 ejemplares

ISBN: 978-9972-57-335-4

ISBN e-book: 978-9972-57-340-8

Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú: 2015-14760

BUP

Puentes sobre el Pacífico: Latinoamérica y Asia en el nuevo siglo / editores Cynthia J. Arnson y Jorge Heine, con Christine Zaino. -- 1a edición. -- Lima: Wilson Center: Universidad del Pacífico, 2015.

332 p.

1. América Latina -- Relaciones económicas -- Asia

2. Asia -- Relaciones económicas -- América Latina

I. Arnson, Cynthia, editor.

II. Heine, Jorge, editor.

III. Zaino, Christine, editor.

IV. Woodrow Wilson International Center for Scholars.

V. Universidad del Pacífico (Lima)

337.805 (SCDD)

La Universidad del Pacífico y el Woodrow Wilson International Center for Scholars no se solidarizan necesariamente con el contenido de los trabajos que publican. Prohibida la reproducción total o parcial de este texto por cualquier medio sin permiso de la Universidad del Pacífico y el Woodrow Wilson International Center for Scholars.

Derechos reservados conforme a Ley.

AGRADECIMIENTOS

Estamos muy agradecidos a la Fundación Vidanta por su generoso respaldo para esta publicación y a la conferencia de junio de 2013 sobre la que se basa. Agradecemos también al Wilson Center y a nuestros colegas Kent Hughes, exdirector del Programa sobre América en la Economía Global; Robert Hathaway, del Programa Asiático; y Robert Daly, del Instituto Kissinger sobre China y los Estados Unidos, por sus valiosas sugerencias y compañerismo. Durante la conferencia de junio de 2013, los excelentes comentarios de Ariel Armony de la Universidad de Miami y de Louis Goodman de la American University enriquecieron en gran medida nuestras discusiones. Le debemos un profundo agradecimiento a Verónica Colón-Rosario del Programa de Latinoamérica, así como a nuestros dedicados asistentes de investigación: Kathryn Moffat, Angela Budzinski y Arjun Chaudhuri del Wilson Center, y a Joseph F. Turcotte de la Universidad de York. Una licencia sabática de la Escuela Balsillie de Asuntos Internacionales, Universidad Wilfrid Laurier, durante 2013-2014, le permitió a Jorge Heine trabajar en este proyecto, un esfuerzo que continuó, en parte, durante su estadía como investigador visitante de las Naciones Unidas en la División de Comercio Internacional de la Cepal, en Santiago, Chile. Así como estamos tan agradecidos por la ayuda y asistencia de tantos colegas, también somos los únicos responsables de cualquier error de hecho o interpretación que, de manera inadvertida, pueda haber escapado a nuestra atención.

Cynthia J. Arnson

Jorge Heine

Agosto de 2014

SIGLAS Y ACRÓNIMOS FRECUENTES

ACP Acuerdo de Comercio Preferencial
ACR Acuerdos Comerciales Regionales
ADB Asian Development Bank (véase BAD)
ALBA Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América
ANSA Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (véase Asean)
AP Alianza del Pacífico
APEC Asia-Pacific Economic Cooperation; Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico
Asean Association of Southeast Asian Nations (véase ANSA)
ATCI Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (véase TTIP)
BAD Banco Asiático de Desarrollo (véase ADB)
BID Banco Interamericano de Desarrollo
Brics Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica
Celac Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños
Cepal Comisión Económica para América Latina y el Caribe (véase Eclac)
Eclac Economic Commission for Latin America and the Caribbean (véase Cepal)
EPE Empresas de propiedad del Estado
IED Inversión extranjera directa
LAC Latinoamérica y el Caribe
Mercosur Mercado Común del Sur
PYME Pequeñas y medianas empresas
TLC Tratado de libre comercio
TPP Trans-Pacific Partnership; Acuerdo de Asociación Transpacífico
TTIP Transatlantic Trade and Investment Partnership (véase ATCI)
Unasur Unión de Naciones Suramericanas

PREFACIO1

LUIS ALBERTO MORENO

Este es un momento fascinante para considerar los destinos interconectados de Latinoamérica y Asia. En junio de 2013, los líderes de las dos naciones más poderosas del mundo, los Estados Unidos y China, visitaron por separado Latinoamérica y el Caribe con días de diferencia entre sí. La visita del presidente chino Xi Jinping a México, Costa Rica y Trinidad y Tobago mostró la importancia estratégica de la región para el gigante asiático ávido de recursos, el cual está ansioso por crear fuertes lazos comerciales, de inversión y diplomáticos. El vicepresidente de los Estados Unidos, Joe Biden, realizó una gira por Brasil, Colombia y Trinidad y Tobago, luego de un viaje de Barack Obama, tan solo un mes antes, a México y Costa Rica.

Esto es perfectamente lógico:

Las economías de Latinoamérica y el Caribe crecieron 2,75 por ciento en 2013 (International Monetary Fund 2014: vii)2, por debajo del 4,5 por ciento de 2011, pero todavía bastante por encima del ritmo de crecimiento del mundo desarrollado.

Poseemos los recursos naturales que necesita China y los ávidos consumidores a los que los exportadores de los Estados Unidos quieren llegar.

Las exportaciones de los Estados Unidos a Latinoamérica se han más que duplicado desde el año 2000, hasta alcanzar una cifra récord de US$ 400.000 millones en 2012, gracias en parte a los tratados de libre comercio suscritos con el Perú, Panamá y Colombia.

El año 2012, la región compró el 26 por ciento de las exportaciones de los Estados Unidos, un incremento frente al 22 por ciento en el año 2000. Los Estados Unidos exportan casi cuatro veces más a Latinoamérica que lo que exportan a China.

El comercio entre Asia y Latinoamérica y el Caribe ha estado creciendo incluso más rápido, a una tasa promedio anual del 20 por ciento desde el año 2000, y alcanzó una cifra estimada de US$ 493.000 millones en 2012.

En 2013, Asia dio cuenta de un 21 por ciento sin precedentes del comercio de Latinoamérica y, de proseguir las tendencias actuales, en cuatro años Asia será el socio comercial más importante de la región. China ya es el principal socio comercial de Brasil, Chile y el Perú, y el segundo socio más importante de Colombia.

Somos dos de las regiones de más rápido crecimiento del mundo, con economías dinámicas, de miras amplias. Mientras que el resto del mundo se ha desplomado, Asia y Latinoamérica han prosperado, y han buscado crecientemente hacer negocios entre sí.

Esta es la historia de Asia y Latinoamérica conocida por todos: esa de rápido crecimiento del comercio y la inversión. Hoy día estamos aquí para discutir cómo es que los países de toda Latinoamérica y el Caribe están tratando de sacar el mayor provecho de esta oportunidad con el propósito de entrar a nuevos mercados, y con el propósito de sostener el crecimiento económico de la región y promover el desarrollo con equidad.

Me gustaría explorar dos facetas adicionales del despliegue de esta historia: primero, me referiré a la convergencia en costos laborales y otros factores que podrían tener un impacto positivo en la capacidad de Latinoamérica para incrementar sus exportaciones de bienes manufacturados. Segundo, discutiré cómo es que la emergente clase media plantea desafíos significativos a los diseñadores de políticas en ambas regiones, y cómo es que estos desafíos les ofrecen a Asia y Latinoamérica una oportunidad sin precedentes para cooperar en la búsqueda de soluciones.

Una década atrás, existía una gran preocupación con respecto al futuro de la manufactura en Latinoamérica. Cientos de maquiladoras y filas de ensamblaje industrial se trasladaron a Asia, especialmente a China, donde los salarios eran mucho más bajos. Esto era particularmente cierto en el caso de México, donde los salarios por hora de ese entonces eran alrededor de tres veces los de China. Pero en 2012, según muchos analistas, los salarios industriales promedio de México empezaron a converger con los de China. Tan solo hace unos años, pocos de nosotros imaginábamos que los salarios chinos se elevarían tan rápido. Y esto crea una oportunidad seductora para las manufacturas en Latinoamérica. Porque cuando uno añade los elevados costos de transporte y los largos períodos de embarque, Latinoamérica se vuelve más atractiva como una base manufacturera.

Por supuesto, la decreciente brecha salarial no es suficiente para romper el equilibrio a nuestro favor. Para competir de manera efectiva con los manufactureros chinos, Latinoamérica también necesitará llegar a ser más competitiva en otras áreas. Por ejemplo, esto significa mayores inversiones en la modernización de la infraestructura de transporte, logística y energía. Y Asia está muy por delante en este aspecto. Para poner las cosas en perspectiva, el capital social promedio por trabajador en Latinoamérica es de alrededor de US$ 41.000. Esto se refiere a las inversiones acumuladas en caminos, plantas eléctricas y todo el resto de infraestructura. La cifra equivalente para los países industrializados es de alrededor de US$ 220.000 por trabajador, y en Singapur supera los US$ 240.000.

Asia ha pasado a ser el nuevo estándar de comparación de Latinoamérica cuando se trata de inversión en infraestructura. Y para poder competir, Latinoamérica también tendrá que realizar mejoras radicales en capital humano y educación, reducir la informalidad en la fuerza laboral y mejorar la productividad en general. La región tiene un largo trecho que caminar para avanzar en estos frentes. Pero el panorama está mejorando.

Los productores mexicanos de automóviles, por ejemplo, hoy en día están considerados entre los más eficientes y productivos del mundo. En efecto, México pasó de ser el octavo exportador más grande a nivel mundial en 2003 a la cuarta posición en 2013. Y como consecuencia, las firmas asiáticas crecientemente están abriendo fábricas en este hemisferio para aprovechar los tratados de comercio que ofrecen acceso libre de impuestos al mercado de consumo más grande del mundo, los Estados Unidos, y a la rápidamente creciente clase media a lo largo de toda Latinoamérica. Entre los ejemplos recientes, tenemos la fábrica de autos chinos Chery, la cual está abriendo plantas de ensamblaje en Uruguay y Brasil, y a la empresa Great Wall, que está construyendo una planta de autos en Venezuela. Las firmas japonesas y coreanas, tales como Honda y Samsung, desde hace mucho fabrican de todo, desde automóviles hasta televisores y refrigeradoras, en México y Brasil. A medida que se firman más tratados de comercio, tales como la Alianza del Pacífico, esa decisión parece aún más astuta.

A medida que Latinoamérica se vuelve más atractiva como mercado de consumo y como centro manufacturero para las firmas asiáticas, y a medida que nos damos cuenta de que tiene sentido aprovechar el dinamismo de Asia para estimular nuestras propias exportaciones, las dos regiones se están interconectando como nunca antes. A lo largo de la última década, hemos visto un número sin precedentes de tratados de libre comercio: 24 de ellos suscritos entre países de ambas regiones; otros 6 con negociaciones en curso, incluido el innovador Acuerdo de Asociación Transpacífico; y 11 más que están siendo contemplados. Los costos de comercio entre las dos regiones todavía son muy elevados, pero a medida que estos tratados entran en vigencia, las barreras arancelarias y no arancelarias están descendiendo.

Y si bien es cierto que el comercio entre Asia y Latinoamérica sigue reflejando el intercambio tradicional de materias primas por bienes manufacturados, también ahí empezamos a observar cambios, a medida que las empresas de la región llegan a integrarse en las cadenas globales de suministro de las multinacionales. Las propias “multilatinas” de Latinoamérica son también responsables de este giro hacia exportaciones de mayor valor agregado: un informe del Banco Interamericano de Desarrollo (2012), Pathways to China: The Story of Latinoamerican Firms in the Chinese Market, reseña que más de 80 firmas latinoamericanas, tales como la brasileña Embraer y la mexicana Softtek, están vendiendo en China bienes y servicios tan diversos como aeronaves y tecnología de la información.

Aun así, el mismo estudio mostró que las empresas de nuestra región han invertido menos de US$ 900 millones en China desde el año 2006, lo que significa menos del 1 por ciento del total de inversiones de LAC en el exterior. El comercio entre Asia y Latinoamérica permanece también muy concentrado en un pequeño número de países: China, Japón, Corea del Sur y la India dan cuenta de cerca del 90 por ciento del comercio de Asia con LAC. Brasil, México, Chile y Argentina dan cuenta de cerca del 80 por ciento del comercio de LAC con Asia. Sin embargo, con el tiempo eso también cambiará, especialmente a medida que los países más pequeños apuesten por Asia para impulsar sus exportaciones, tal como lo hizo Costa Rica cuando suscribió un tratado de libre comercio con China en 2011.

Un segundo punto importante es que, a pesar de sus diferencias políticas y culturales, Asia y Latinoamérica encararán desafíos similares en los años venideros. A lo largo de la década pasada, Asia y Latinoamérica han reducido drásticamente el número de personas que viven en estado de pobreza, propulsando a cientos de millones hacia la clase media. Con ingresos crecientes, crecen también las expectativas. Este es un desarrollo muy positivo y significativo.

En junio de 2013, en Brasil se produjeron protestas callejeras sin precedentes. Estas protestas no deber ser confundidas con aquellas que se dieron en años recientes por todo el Medio Oriente. Brasil es una democracia madura. En cambio, estas protestas se debieron a las expectativas cambiantes de la rápidamente creciente clase media de Brasil, que se ha elevado a más de 40 millones de personas durante la última década. Tal como muchos observadores ya han resaltado, estos ciudadanos –al igual que sus contrapartes de Asia y otras economías emergentes– hoy en día esperan más de su gobierno: quieren una educación de calidad y mejores servicios de salud; quieren mejores puestos de trabajo y mayor acceso al crédito; quieren ciudades más limpias y seguras, con menos congestión y mejor transporte público.

En Asia, los mismos tipos de expectativas están llevando a los ciudadanos a comprometerse con el activismo medioambiental o en protestas en contra de la migración forzada desde las áreas rurales a las ciudades. En junio de 2013, el New York Times describió los planes de China de trasladar a 250 millones de residentes rurales a nuevas comunidades urbanas a lo largo de los próximos 12 años –un cometido masivo, desafiante y riesgoso (Johnson 2013)–. Forma parte de los esfuerzos chinos dirigidos a impulsar el crecimiento mediante el consumo interno, para así reducir su dependencia del crecimiento relacionado con las exportaciones. Pero tal como Latinoamérica ha aprendido durante su propio acelerado proceso de urbanización a lo largo de los últimos 30 años, el resultado con frecuencia puede llevar a tugurios hacinados y a la creación de una clase marginada permanente. Esta es una nueva realidad que Asia y Latinoamérica tienen en común.

Como todos sabemos, actualmente el vínculo entre Asia y Latinoamérica va más allá del comercio y la inversión. Las dos regiones han pasado a ser estratégicamente importantes la una para la otra –y no solo porque se abastecen entre sí con las materias primas, los bienes manufacturados, los mercados y las inversiones que necesitan–. Ahora, más que nunca, necesitamos aprovechar la experticia del otro en el manejo de los complejos desafíos de desarrollo que encaran ambas regiones.

La estrecha colaboración del Banco Interamericano de Desarrollo con el Banco Asiático de Desarrollo (ADB, por sus siglas en inglés) es solo un ejemplo de cómo podemos tender una mano a través del Pacífico para compartir las lecciones que hemos aprendido. Hemos establecido un acuerdo de cooperación sur-sur para ayudar a nuestros países miembros en ambas regiones a enfrentar asuntos complejos, tales como la integración regional, la infraestructura, la energía renovable, el cambio climático, el desarrollo institucional y la política social. Nuestro libro de autoría conjunta, Shaping the Future, es un ambicioso esfuerzo para detallar las dimensiones de la asociación cada vez más profunda entre las dos regiones y para bosquejar las maneras en las que podemos aprender mutuamente de las experiencias del otro (Asian Development Bank, Inter-American Development Bank y Asian Development Bank Institute 2012).

Latinoamérica tiene mucho que aprender de los sistemas educativos de clase mundial de Asia, del alto nivel de sofisticación en ciencia y tecnología, y de la creación de cadenas regionales de suministros. Asia podría beneficiarse del estudio de las experiencias latinoamericanas en la reducción de pobreza, y de las políticas de redes de seguridad social, las prácticas de productividad agrícola y la promoción de ciudades sostenibles. Esta tarea de compartir conocimiento está en el ápice de la agenda del BID. Por ejemplo, en abril de 2013, varios especialistas del BID viajaron a Manila para compartir con sus pares de ADB aprendizajes relativos a las Transferencias Condicionadas de Efectivo, que fueron introducidas por primera vez en México y Brasil y que ahora se han diseminado a 18 países de nuestra región.

Otro programa que estamos seguros será de gran interés para los diseñadores asiáticos de políticas es la iniciativa del BID sobre Ciudades Emergentes y Sostenibles. Estamos trabajando con los alcaldes en más de una docena de ciudades de tamaño medio para establecer un nuevo estándar de crecimiento sostenible en las áreas urbanas. Ayudamos a evaluar el uso de la tierra, la calidad de la vivienda, el transporte público, la congestión del tráfico, la seguridad pública y la competitividad. Además, ayudamos a estas ciudades para que den soluciones relativas a la contaminación, el suministro de agua, el cambio climático y los desastres naturales, así como también a la sostenibilidad fiscal.

Los gobiernos de Latinoamérica y el Caribe cuentan con nosotros para ayudarles a dar soluciones como estas ante los desafíos que encaran a medida que nuestra región crece. Y de manera creciente, estaremos compartiendo estas soluciones con nuestros socios en Asia. Hace mucho tiempo aprendimos que no es suficiente buscar simplemente el crecimiento a cualquier costo. Es crucial hallar maneras de promover un crecimiento que sea inclusivo, esto es, uno que sea ambientalmente amigable y que sea sostenible. Las crecientes clases medias de Asia y Latinoamérica no aceptarán nada menos.

REFERENCIAS

ASIAN DEVELOPMENT BANK, INTER-AMERICAN DEVELOPMENT BANK y ASIAN DEVELOPMENT BANK INSTITUTE

2012Shaping the Future of the Asia and the Pacific-Latin America and the Caribbean Relationship. Washington D. C.: Asian Development Bank, Inter-American Development Bank y Asian Development Bank Institute. <http://idbdocs.iadb.org/wsdocs/getdocument.aspx?docnum=36836575>.

BANCO INTERAMERICANO DE DESARROLLO

2012Pathways to China: The Story of Latin American Firms in the Chinese Market. Washington D. C.: Inter-American Development Bank. <http://publications.iadb.org/bitstream/handle/11319/3168/Pathways%20to%20China%3a%20The%20Story%20of%20Latin%20American%20Firms%20in%20the%20Chinese%20Market.pdf>.

INTERNATIONAL MONETARY FUND

2014Regional Economic Outlook: Western Hemisphere Rising Challenges. Washington D. C.: International Monetary Fund. <http://www.imf.org/external/pubs/ft/reo/2014/whd/eng/pdf/wreo0414.pdf>.

JOHNSON, Ian

2013“China’s Great Uprooting: Moving 250 Million into Cities”. En: New York Times, 15 de junio. <http://www.nytimes.com/2013/06/16/world/asia/chinas-greatuprooting-moving-250-million-into-cities.html?pagewanted=all>.

POWELL, Andrew

2014Global Recovery and Monetary Normalization: Escaping a Chronicle Foretold? Washington D. C.: Inter-American Development Bank.

1 Moreno dio el discurso inaugural en la conferencia “Abarcando el Pacífico: Latinoamérica y Asia en el nuevo siglo”, 20 de junio de 2013, Centro Internacional para Académicos Woodrow Wilson, Washington D. C.

2 Se espera que las economías de Latinoamérica y el Caribe crezcan un 3 por ciento el año 2014. Véase Powell (2014: 7).

ÍNDICE

Agradecimientos

Siglas y acrónimos frecuentes

Prefacio

Luis Alberto Moreno

Capítulo 1

Puentes sobre el Pacífico: América Latina y Asia en el nuevo siglo

Cynthia J. Arnson y Jorge Heine

Capítulo 2

Flujos comerciales Latinoamérica-Asia: no hay vuelta atrás

Richard E. Feinberg

Capítulo 3

El auge económico del Perú y la conexión asiática

Cynthia A. Sanborn y Alexis Yong

Capítulo 4

Chile y la región Asia-Pacífico: hacia un nuevo ciclo de política exterior

Marcos Robledo

Capítulo 5

El comercio Brasil-Asia: configuraciones emergentes

Adriana Erthal Abdenur

Capítulo 6

Argentina y Asia: el resurgimiento de China, la recuperación de Argentina

Gonzalo S. Paz

Capítulo 7

México y el desafío asiático, 2000-2012

Enrique Dussel Peters

Capítulo 8

Colombia y Asia: tratando de recuperar el tiempo perdido

Mauricio Reina y Sandra Oviedo

Capítulo 9

¿El pívot de Latinoamérica? Lo que el siglo del Pacífico significa para las relaciones estadounidenses-hemisféricas

Daniel Kurtz-Phelan

Sobre los autores

CAPÍTULO 1

PUENTES SOBRE EL PACÍFICO: AMÉRICA LATINA Y ASIA EN EL NUEVO SIGLO

CYNTHIA J. ARNSON Y JORGE HEINE

Hace unos 300 años, antes de la Revolución Industrial, las economías asiáticas daban cuenta de un 60 por ciento del producto interno bruto (PIB) mundial. Durante la primera década de los años 2000 –bajo el estímulo del espectacular crecimiento de la economía china y, en menor medida, la de la India–, los economistas y los expertos por igual empezaron a hablar del nuevo “siglo asiático”. El Banco Asiático de Desarrollo predijo que Asia podría recuperar su posición predominante en la economía mundial hacia el año 2050 si sus países adoptaban la combinación correcta de políticas (Asian Development Bank 2011)1. Los centros de investigación y las instituciones financieras latinoamericanas comparten en gran medida este punto de vista. Un estudio realizado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) anotó que “la rápida expansión del Asia en vías de desarrollo es probablemente el cambio más significativo en la economía mundial” en nuestra época (Bárcena 2012: 9). La Cepal estimó que, hacia el año 2025, cuatro de las diez economías mundiales más grandes estarían en Asia: China, India, Indonesia y Japón2. Y Luis Alberto Moreno, presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), presentó el informe del BID 2010 sobre la India refiriéndose a “un cambio sísmico en la geografía económica mundial liderada por Asia” (Moreno 2010: ix).

Para Latinoamérica y el Caribe (LAC), la primera década del siglo XXI estuvo de hecho profundamente marcada por el auge de las economías asiáticas, en particular, si bien no exclusivamente, por la de China. Tal como se señaló en un informe seminal de 2012 del Banco Asiático de Desarrollo, el Banco Interamericano de Desarrollo y el Instituto del Banco Asiático de Desarrollo, los flujos comerciales entre la región Asia-Pacífico y LAC crecieron anualmente en 20,5 por ciento entre los años 2000 y 2010, con el comercio en ambos sentidos alcanzando los US$ 442.000 millones en 2011. En contraste con la década de 1990, cuando Japón daba cuenta de cerca del 80 por ciento del comercio internacional, hacia finales de la primera década de los años 2000, tan solo China daba cuenta de la mitad del total del volumen de comercio (Kawai et al. 2012: 1-6). Hacia el año 2011, el comercio con Asia daba cuenta del 21 por ciento del comercio internacional de Latinoamérica, solo después de los Estados Unidos, con el 34 por ciento. (Si se descuenta el comercio bilateral Estados Unidos – México, esta última cifra hubiese sido mucho menor). Tal como señala Luis Alberto Moreno en el prefacio de este volumen, cuatro países –China, Japón, Corea del Sur y la India– dan cuenta de cerca del 90 por ciento del comercio LAC-Asia, mientras que el 80 por ciento de ese comercio se da tan solo con cuatro países latinoamericanos –Argentina, Brasil, Chile y México.

Durante este período de crecientes lazos entre la región y Asia, la explosión del comercio con China fue especialmente notable. Creció de US$ 10.000 millones en el año 2000 a US$ 257.000 millones en 2013, un incremento de cerca del 2.500 por ciento (Keller 2014a). Hacia 2011, China había pasado a ser el mercado de exportación más grande para Brasil, Chile y el Perú, y el segundo más grande para Argentina, Venezuela, Cuba y Uruguay. Fue también “el principal origen de las importaciones de Panamá y Paraguay, y el segundo de otros nueve países latinoamericanos” (Bárcena 2012: 9-10). En efecto, en 2011 el Banco Mundial observó que “el robusto crecimiento de LAC durante la década pasada es una medida importante de sus conexiones con China”. El impacto sobre el crecimiento económico fue directo, a través de la enorme demanda china de materias primas tales como cobre, hierro, mineral de hierro y petróleo crudo, y de comestibles tales como soya, dirigida a abastecer su rápidamente creciente economía y alimentar a su cada vez más próspera población de cerca de 1.400 millones de personas. El impacto de China fue también indirecto, ya que la propia dimensión de la demanda china por materias primas ejerció una presión al alza sobre sus precios (The World Bank 2011: 22).

Durante la década de 2000 se produjo un crecimiento del comercio menos dramático pero también notable entre LAC y otros socios asiáticos. El comercio entre la tercera economía más grande del mundo –Japón– y la región LAC se duplicó en diez años, llegando a los US$ 59.600 millones en 2013. Un quinto de las exportaciones japonesas, mayoritariamente piezas de automóviles, fueron solo a México, aunque Brasil fue el socio comercial más grande de Japón. El comercio de Japón con la región representó tan solo una fracción del comercio LAC-China, pero Japón fue el mayor inversionista asiático en la región, superando incluso a China y Corea del Sur (Keller 2014b). En efecto, Japón fue el cuarto mayor inversionista en la región en general, siguiendo de cerca a los Estados Unidos, el mayor inversionista individual, y a los países europeos en conjunto (Cepal 2014a: 31).

Corea del Sur fue el tercero entre los socios asiáticos de la región, con más de US$ 50.200 millones en comercio bilateral en 2013, triplicando así su participación a lo largo de la década (Keller 2014c). Después de Japón, Corea del Sur fue el segundo inversionista asiático más grande en la región LAC, mayoritariamente en los sectores automotor y electrónico. Si bien Brasil y México, las dos economías más grandes de la región, fueron los socios comerciales más grandes de Corea del Sur, en 2013 Chile solo fue superado por Brasil en cuanto al valor de sus exportaciones. Y el Perú, el cuarto mayor exportador de la región a Corea del Sur, vio un incremento del 21 por ciento en sus exportaciones entre 2012 y 2013, el mayor salto entre todos los países de la región (Keller 2014c).

La expansión del comercio con la India fue igualmente impresionante, elevándose de US$ 2.100 millones en 2001 a US$ 42.000 millones en 2013 (Viswanathan 2014). Al igual que China, la India importa mayoritariamente materias primas de la región –petróleo crudo, predominantemente de Venezuela pero también de México, Colombia y Brasil; cobre, principalmente de Chile; y soya y aceite de girasol, mayoritariamente de Argentina–. Desde el año 2000, más de 100 empresas indias han invertido más de US$ 12.000 millones en tecnología de la información, farmacéutica, agroquímica, minería y energía, entre otros. Las inversiones de la India en las economías más pequeñas, como las de Uruguay y Trinidad y Tobago, han sido significativas (Heine y Viswanathan 2011); pero entre todas las relaciones de la India en la región, la más importante es la que tiene con Brasil Los dos países son miembros del así denominado grupo Brics, conformado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, países que están haciendo valer su nueva influencia en el sistema internacional y que desafían las estructuras tradicionales en materia de gobernanza global. Durante una reunión en julio de 2014 realizada en Brasil, los presidentes de los países Brics acordaron establecer un fondo de reserva de contingencia de US$ 100.000 millones, el cual, aunque el gobierno brasileño lo describió como “complementario a los existentes arreglos monetarios y financieros internacionales”3, podría constituir una alternativa al FMI. El grupo Brics creó también un Nuevo Banco de Desarrollo con US$ 50.000 millones, que eventualmente rivalizará con el Banco Mundial en términos de fondos destinados a financiar el desarrollo (Chin y Heine 2014).

EL IMPACTO Y EL DESAFÍO DE CHINA

Debido a que China ejerce tanto peso en la relación entre Asia y Latinoamérica, es necesario evaluar los diversos significados que esta tiene para los países de la región. Los países exportadores de materias primas en Sudamérica son los que más se benefician de la expansión del comercio. Aunque el grueso de las exportaciones de LAC a China se concentra en un pequeño número de materias primas –mineral de hierro (Brasil), cobre (Chile y Perú), petróleo crudo (Venezuela, Brasil y Colombia) y soya (Brasil y Argentina)4–, la expansión económica impulsada por las materias primas en Sudamérica entre los años 2003 y 2008 fue la más alta en tres décadas, con un promedio de cerca del 5 por ciento anual. Los ingresos por exportaciones a partir del auge de las materias primas les permitieron a muchos países sudamericanos reducir sus deudas y expandir sus reservas de divisas, las que ayudaron a amortiguar el impacto del colapso financiero global de 2008-2009. Mientras los Estados Unidos y los países europeos se sumían en la peor crisis desde la Gran Depresión, los líderes sudamericanos podían jactarse de que ellos fueron los “últimos en entrar y los primeros en salir” de la recesión. Décadas de reformas económicas y de disciplina fiscal contribuyeron a esta resiliencia, que siguió siendo puesta a prueba mientras se contraía la economía mundial en general. Brasil, la India y Sudáfrica, miembros de los Brics, llegaron a ser vistos como parte de los “Cinco Frágiles” mercados emergentes, con monedas sobrevaluadas y déficits en sus cuentas corrientes, entre otros problemas (Talvi et al. 2014: 3). La desaceleración del crecimiento de China –desde un impresionante 14,2 por ciento en 2007 a un disminuido, aunque todavía envidiable, 7,7 por ciento en 2013– fue un factor importante (si bien no el único) en la desaceleración de las tasas de crecimiento sudamericanas entre los años 2011 y 20135. En efecto, si bien el volumen de las exportaciones de materias primas desde LAC a China continuó creciendo en este período, la caída de los precios de las materias primas significó que se estancara o declinara el valor de estas exportaciones (Ray y Gallagher 2013: 3-4).

Los préstamos e inversiones de China en la región también aumentaron de manera significativa desde 2007. El presidente Xi Jinping viajó a Brasil, Argentina, Venezuela y Cuba en julio de 2014 –su segundo viaje a la región desde que asumió el gobierno en 2013–, ofreciendo decenas de miles de millones de dólares en nuevos préstamos e inversión extranjera directa (IED), principalmente en proyectos de infraestructura y energéticos6. Aun cuando no se dispone de cifras precisas sobre los préstamos chinos, es claro que la política y la ideología influyen en ellos, como también lo hacen las preocupaciones de largo plazo sobre la energía y la seguridad alimentaria. Los dos grandes receptores de préstamos chinos, Venezuela y Argentina, se han visto en gran medida excluidos de los mercados internacionales de capital, aun cuando se mantienen como fuentes importantes de las importaciones chinas de petróleo y productos de soya. Venezuela ha recibido la mayor cantidad, cerca de US$ 50.000 millones entre 2005 y 2013, US$ 10.000 millones de los cuales fueron recibidos tan solo en 20137. Los préstamos, pagados en petróleo a un valor por debajo del de mercado, han sido un salvavidas para una economía venezolana afectada por la inflación, el desabastecimiento, una infraestructura colapsada y falta de inversión. Poco después del viaje del presidente chino, el primer ministro japonés, Shinzo Abe, visitó Brasil, Chile, Colombia, México y Trinidad y Tobago, la primera visita de un jefe de Estado japonés en más de una década8.

A pesar de la actual desaceleración económica, la narrativa acerca del impacto positivo de China en el crecimiento económico regional está sujeta a varias advertencias importantes. Primero, la competencia de los productos manufacturados baratos afecta a los productores a lo largo de toda la región, pero sobre todo en México, Centroamérica y el Caribe, tanto frente a sus propios mercados internos como con respecto a sus exportaciones. En contraste con los enormes superávits comerciales con China mantenidos por sus vecinos sudamericanos, en general estos países han soportado enormes déficits comerciales. México, por ejemplo, fue el segundo socio comercial más grande de China en la región después de Brasil, pero tuvo un déficit comercial de más de US$ 18.000 millones tan solo en 2013. Segundo, y quizá lo más importante, dados los patrones del comercio LAC-China, con las exportaciones de la región dominadas por minerales, petróleo y alimentos, y las importaciones de la región desde China conformadas en su mayoría por bienes manufacturados –desde maquinaria industrial a barcos y a productos electrónicos de consumo–, los críticos han planteado nuevas preocupaciones acerca de un retorno a los patrones coloniales de comercio del siglo XIX y a la desindustrialización de facto de la región9. Si bien algunos países crearon fondos soberanos de inversión para tiempos difíciles, con el propósito de ahorrar los excedentes desencadenados por el superciclo de materias primas, esta de ningún modo ha sido la regla.

Sin embargo, tal como demuestran varios capítulos de este libro, existen razones para no ser demasiado pesimistas acerca de las implicancias estructurales del comercio China-LAC. En países como Brasil, Chile y Perú, las exportaciones de materias primas han incentivado la innovación tecnológica, los eslabonamientos con otros sectores de la economía, y los incrementos en el valor agregado a las materias primas y los productos agrícolas. Más aún, tal como señala el economista Richard Feinberg en el capítulo 2, las cadenas de suministros son tales que muchos de los bienes que importa México de China (así como de Japón y Corea del Sur) sirven como insumos para automóviles y otros productos que México exporta a los Estados Unidos y otros destinos. Dicho esto, los impactos de China en la mejora de la competitividad y el aumento de la productividad –enormes desafíos actuales y a futuro– son limitados (The World Bank 2011: 10-11).

La preocupación con respecto a la “re-primarización” de las economías latinoamericanas está relacionada con otros supuestos errados acerca del potencial de desarrollo de la región. La teoría de la dependencia, por ejemplo, fue un influyente conjunto de ideas desarrolladas a finales de la década de 1950 y durante la de 1960 sobre los impedimentos estructurales para el desarrollo económico; postuló que después de la industrialización de Norteamérica y Europa, la “ventana de desarrollo” se había cerrado, lo que imposibilitaba que los países de lo que antes se conoció como “Tercer Mundo” (el término actual es Sur Global) alcanzaran una suerte de industrialización autosostenida y niveles de ingresos per cápita vistos en los países que bordean el Atlántico Norte. En otras palabras, países de África, Asia y Latinoamérica habían sido excluidos de la posibilidad de unirse al mundo desarrollado. Hoy uno tan solo tiene que visitar Corea del Sur o Singapur para darse cuenta de cuán errada fue esa hipótesis. En efecto, establecer cómo emular el rápido crecimiento y prosperidad de lo que se ha denominado los “tigres asiáticos” –Hong Kong, Singapur, Corea del Sur y Taiwán– ha sido un tema prioritario en la región.

De manera similar, en décadas pasadas los estudios del desarrollo sostuvieron que era imposible para las economías en desarrollo sostener tasas altas de crecimiento durante períodos prolongados. Sin embargo, China creció a un promedio anual del 10 por ciento desde 1980 hasta 2011, un período de más de 30 años10. De manera más modesta, lo mismo puede decirse del crecimiento de la India, ligeramente por encima del 6 por ciento entre 1980 y 2013, y del 7,6 por ciento de 2003 a 2013. Tan solo considerando estos dos países, el más grande y el segundo más grande en términos de su población, con un PIB combinado de US$ 11,1 billones11 en 2013, cabe esperar que en el futuro estos dos países tendrán un impacto no menor sobre el crecimiento de la economía mundial. En efecto, los estimados del FMI para el año 2014 indican que, de los países con un PBI de US$ 100.000 millones o más, cinco de las diez economías mundiales de más rápido crecimiento se encuentran en Asia12.

Si ello es así, la pregunta para los diseñadores de políticas y los analistas de asuntos latinoamericanos es obvia: ¿cómo puede “engancharse” la región a la locomotora del crecimiento asiático y así participar del mismo? Y, si esto es posible, ¿qué se ha hecho hasta ahora y qué ventajas y desventajas están involucradas en cualquier estrategia de este tipo?

LA GLOBALIZACIÓN COMO ASIATIZACIÓN

Chile constituye un buen ejemplo de cómo los vínculos con Asia estimularon el crecimiento económico sostenido. Entre 1990 y 2008 (esto es, desde la transición a la democracia hasta el albor de la crisis financiera mundial), Chile tuvo el desempeño económico más sólido de la región, con una tasa de crecimiento anual promedio del 5 por ciento. Parte importante de este éxito provino de una cierta visión sobre cómo relacionarse con la economía política mundial en general, y con Asia en particular. Al salir de 17 años de dictadura militar y de la “década perdida” de 1980 (marcada por la crisis de la deuda, alta inflación y estancamiento), Chile tuvo que adoptar algunas opciones difíciles en lo internacional. Y terminó aplicando lo que ha sido descrito como una política de comercio internacional “lateral”. Esto representó un acomodo entre varias alternativas (apertura unilateral de la economía, unirse a uno o varios de los esquemas de integración regional, o simple liberalización del comercio multilateral), pero añadió algo más: ganar acceso a los principales mercados mundiales. Chile lo hizo embarcándose en una ambiciosa agenda de suscripción de tratados de libre comercio (TLC), con más de 60 países al escribir estas líneas.

Si los TLC fueron el instrumento elegido para abrir los mercados extranjeros, Asia fue el foco geográfico. Como había sido el caso en el resto de la región, tanto la diplomacia chilena como la comunidad empresarial nacional habían mirado a los Estados Unidos y a Europa Occidental como los principales socios internacionales del país. Ahí era donde se ubicaban los puestos diplomáticos más prestigiosos (Washington, París y Londres, en ese orden), el lugar al cual se asignaban la mayor parte de los recursos para el comercio y la promoción de la inversión, y donde los presidentes y cancilleres realizaban sus primeras visitas oficiales al extranjero.

A inicios de la década de 1990, esto comenzó a cambiar. La región Asia-Pacífico emergió como la nueva frontera económica de Chile13. Se estableció la Fundación Asia-Pacífico con el propósito de promover los vínculos a través del océano más grande del mundo. En 1994, Chile fue el segundo país latinoamericano en unirse al Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC, por sus siglas en inglés) (México lo había hecho en 1993), que hasta entonces tenía un perfil bajo. A eso le siguieron los esfuerzos sistemáticos dirigidos a fortalecer la presencia de Chile en Asia, especialmente en Asia del Este. China fue el objetivo principal de esta política, pero también Japón, Corea del Sur y Taiwán (con los cuales se siguieron expandiendo los flujos comerciales, a pesar de las buenas relaciones con la República Popular China, RPC). Las cifras cuentan por sí solas una historia sorprendente. Con apenas 17,8 millones de habitantes, Chile vio crecer sus exportaciones de US$ 9.000 millones en 1990 a US$ 80.000 millones en 2012. Su atractivo para la IED se reflejó en una alta relación entre el stock de IED y su PIB, y en 2012 atrajo US$ 26.000 millones de dólares en IED, cifra solo superada por Brasil en la región. Ello tiene su origen en la noción de la “globalización como asiatización”, que resume bien esta aproximación a la economía política mundial.

Lo que es más notable es la continuidad y persistencia de estas políticas a lo largo de cinco diferentes gobiernos, de centroizquierda a derecha, y nueve ministros de Relaciones Exteriores, cada cual con sus propias prioridades y objetivos. Una cosa es promover mayores flujos de comercio e inversión, y otra hacerlo mediante la formalización de estos vínculos a través del instrumento favorito de Chile, i. e., los TLC; esto es particularmente cierto en el caso de las grandes economías que no están familiarizadas con los TLC. Por ejemplo, Chile suscribió un TLC con Corea del Sur en 2003, el primero entre un país asiático y uno latinoamericano; en 2005, uno con China, el primero entre China y un país individual; en 2006, suscribió un Acuerdo de Alcance Parcial (AAP) con la India, y poco después uno con Japón. Actualmente, está negociando uno con Indonesia. Hacia el año 2007, cuatro de los diez principales mercados de Chile estaban en Asia: China (N.º 2), Japón (N.º 3), Corea del Sur (N.º 6) y la India (N.º 10). En 2013, China fue el mayor socio comercial de Chile, con un comercio total de US$ 33.000 millones, y una balanza comercial favorable para Chile, con un superávit de US$ 3.300 millones14.

En un contexto en que Asia (y particularmente los dos “gigantes asiáticos”, China y la India) ha pasado a ser un impulsor clave de la economía mundial, tal vez estas cifras no deberían sorprender. Chile es mayoritariamente productor y exportador de materias primas y recursos naturales, y es en Asia donde se origina la mayor parte de la demanda mundial de cobre, celulosa, carne de pescado y otros productos similares. No obstante, el punto es otro. Incluso con la reciente desaceleración, una de las razones por las que Chile tuvo tan robusto desempeño económico desde 199015, se debe a que se dio cuenta desde muy temprano de que “Asia es la nueva Europa” y actuó acorde a ello.

Luego de Asia del Este, Chile trasladó su atención a Asia del Sur. En 2005, el presidente Ricardo Lagos realizó la primera visita presidencial de Chile a la India16, y se suscribió un Acuerdo de Alcance Parcial (AAP) en marzo de 2006. Entre los años 2003 y 2007, las exportaciones chilenas a la India crecieron diez veces, llegando a los US$ 2.250 millones. Dos visitas presidenciales adicionales tuvieron lugar en abril de 2008 y en marzo de 2009, respectivamente, y las negociaciones para expandir el AAP fueron continuadas durante el mandato del presidente Sebastián Piñera (2010-2014).

LA ALIANZA DEL PACÍFICO Y EL TPP

Si Chile fue el líder regional en estos vínculos crecientes con Asia, no fue el único en priorizarlos. Tal como demuestra este libro, Brasil, México, Perú, Colombia y Argentina también lo hicieron.

Más allá de las estrategias individuales de cada país frente a Asia, también ha habido respuestas colectivas. La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) sostuvo su primer Diálogo Indo-Latinoamericano y el primer Diálogo Sino-Latinoamericano en agosto de 2012, en Nueva Delhi y Pekín, respectivamente. Durante su visita de julio de 2014, el presidente chino Xi Jinping se reunió con los líderes actuales y pasados de la Celac, un encuentro que se espera conduzca a una cumbre Celac-China en un futuro cercano. (Celac es una organización regional que no incluye a los Estados Unidos ni a Canadá).

Hasta el momento, entre las respuestas colectivas la más significativa es la Alianza del Pacífico (AP), que incluye a cuatro de las economías más dinámicas y abiertas de la región –Chile, Colombia, Perú y México–. En conjunto, los cuatro países representan el 36 por ciento del PIB regional en 2013, equivalente, a escala mundial, a la novena economía más grande y al octavo mayor exportador17. En tanto esquema de integración, la AP surge en marcado contraste con la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) –cuyos miembros han optado por promover la intervención estatal en la economía, siendo Venezuela el caso más extremo de hostilidad a los mecanismos de mercado–. Si bien los gobiernos chileno y colombiano en particular se han resistido a presentar la Alianza como antagónica a otros esquemas de integración, y mucho menos como uno que bifurca el continente entre sus costas pacífica y atlántica, la realidad es que las políticas de los miembros de la Alianza difieren notablemente del proteccionismo practicado por Brasil y Argentina, los dos países más grandes del Mercosur.

La AP fue oficialmente lanzada en junio de 2012. No solo representa una ambiciosa iniciativa de integración subregional, sino también un intento de emplear esa integración como plataforma para ahondar la relación con la región Asia-Pacífico18. Los países AP han eliminado los requisitos de visa para sus ciudadanos nacionales, han reducido los aranceles para más del 90 por ciento de los bienes y han avanzado en la integración de sus mercados bursátiles. En un momento en el que el Mercosur está estancado, la AP ha generado un considerable interés internacional, con unos 20 países (incluidos China y los Estados Unidos) en calidad de observadores, y con Costa Rica en proceso de convertirse en miembro oficial (Panamá no está muy lejos de lo mismo). La distancia física entre países como México y Chile es vasta, y el comercio intrarregional entre los miembros de la AP permanece a un nivel bajo, ocasionando que algunos observadores alerten en contra de un excesivo entusiasmo con respecto al potencial de la AP. Tal como comenta el Financial Times, hasta el año 2012 ni México, ni Chile, ni el Perú tenía a un miembro de la Alianza entre sus cinco principales socios comerciales (George 2014). Más aún, Chile tiene un comercio menos restrictivo con Brasil que con otros miembros de la AP19. Aun así, la AP ha dado un nuevo impulso a un movimiento de integración regional visto por muchos como anquilosado y anclado en el pasado.

A medida que ha avanzado la integración Sur-Sur, el grado en el cual incluso Estados Unidos ha quedado a veces reducido, por lo menos inicialmente, al rol de un “asumidor de agenda” (a diferencia de un “definidor de agenda”) se hizo evidente con el proyecto del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés)20