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Prefacio a la tercera edición

Capítulo 1

MAPAS PARA NO EXTRAVIARSE

Sentidos de la palabra ‘comunicación’.

Capítulo 2

HABLEMOS CARA A CARA

Capítulo 3

LOS PRIMEROS RECUENTOS

Capítulo 4

¿QUÉ DIJO LASSWELL Y CON QUÉ EFECTO?

Capítulo 5

LA CREDIBILIDAD INTELECTUAL DE CARL HOVLAND

Capítulo 6

LA INFLUENCIA PERSONAL DE PAUL K. LAZARSFELD

Capítulo 7

LA CRÍTICA TEÓRICA DE LOS TEÓRICOS CRÍTICOS Y LOS ESTUDIOS CULTURALES

Capítulo 8

LA HIPÓTESIS DE USOS Y GRATIFICACIONES

Capítulo 9

WILBUR SCHRAMM: UNA EVALUACIÓN NECESARIA

Capítulo 10

MARSHALL McLUHAN ES EL MENSAJE

Capítulo 11

LA TELEVISIÓN COMO PROBLEMA (I)

Capítulo 12

LA PANTALLA COMO PROBLEMA (II)

Capítulo 13

LA TELEVISIÓN COMO PROBLEMA (III)

Capítulo 14

LOS INTELECTUALES CONTRA LA TELEVISIÓN

Capítulo 15

NUEVOS ROPAJES PARA IDEAS NO TAN NUEVAS

Capítulo 16

PAUL K. LAZARSFELD: VARIAS DÉCADAS DESPUÉS

Capítulo 17

UNA VUELTA MÁS: VIDEO JUEGOS Y VIOLENCIA

Capítulo 18

LOS NUEVOS ESCENARIOS DE LA COMUNICACIÓN

NOTAS

Capítulo 14

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

BIBLIOGRAFÍA

Prefacio a la tercera edición

Las dos primeras ediciones de Teorías de la Comunicación fueron publicadas por la Editorial Universitaria en 1998 y 2004, respectivamente. Desde su primera aparición se convirtió en un texto de consulta para los estudiantes y docentes de nuestro en las carreras asociadas a su tema central: Periodismo, Publicidad, Relaciones Públicas, Comunicación, Comunicación Audiovisual, etc.

Esta tercera edición es una versión revisada y sensiblemente aumentada. De una parte, se han integrado los primeros capítulos de otro texto menor, Comunicación Social (1999, 2006), dedicados a la comunicación interpersonal y grupal. Esta decisión tiene el propósito de remediar una falencia evidente: las ediciones anteriores estaban centradas en los autores y modelos que tienen como objeto de estudio los medios de comunicación. Este sesgo retrata una tendencia evidente en los estudios, casi obsesionados por comprender el rol de los medios de comunicación en las sociedades recientes, descuidando sistemáticamente los niveles interpersonales y grupales. No se trata de una negligencia: es un modo de pensar. Este calculado olvido está retratado, incluso, en una inocultable divisoria institucional (facultades, revistas, congresos, etc.), tema que abordamos ahora en términos críticos. Al mismo tiempo, algunos capítulos nuevos están elaborados a partir de artículos publicados con antelación en revistas de la especialidad.

Por otra parte, las ediciones anteriores no recogieron la entonces incipiente aparición de Internet y la evolución que nos ha conducido hasta la telefonía móvil y las redes sociales. Esta ausencia está subsanada ahora, recogiendo la investigación pertinente y sus conclusiones por ahora provisionales. En fin, se ha puesto mucho mayor énfasis en construir y juzgar en términos epistemológicos el estado del arte de los estudios en comunicación, cuestión que los especialistas y las instituciones esquivan con mayor frecuencia de lo que debieran.

Una necesaria aclaración se impone, en esta edición, en lo referente al título del libro. Se trata de una advertencia que ha madurado con el paso de los años y se refiere al concepto de ‘teoría’. En el capítulo I de su libro Evolución. El mayor espectáculo sobre la Tierra, el etólogo británico Richard Dawkins se enfrenta a la equivocada opinión de que la teoría de la evolución es ‘sólo’ una teoría (Dawkins 2009). Con el propósito de refutar tal percepción, Dawkins distingue dos acepciones del término ‘teoría’, las que podríamos identificar como dura y blanda. La acepción dura refiere un conjunto de afirmaciones acerca de hechos, expresadas en el formato de hipótesis y que han sido confirmadas o establecidas sólidamente por medio de evidencias. En este sentido fuerte, la teoría de la evolución es una teoría. En cuanto al sentido blando, ‘teoría’ se refiere a hipótesis, especulaciones o conjeturas que no han sido confirmadas y que se mantienen en la condición de propuestas. Decididamente, en el estudio de los fenómenos de la comunicación no hay aún teorías en el sentido duro. En consecuencia, uso el término como sinónimo de ideas, conceptos, modelos, hipótesis.

Capítulo 1

MAPAS PARA NO EXTRAVIARSE

Los gobiernos designan entre sus funcionarios a un experto en comunicaciones. Las empresas contratan expertos para mejorar las comunicaciones entre los miembros de sus cada vez más complejas organizaciones. Los ministerios de salud emplean a agencias publicitarias para desarrollar sus campañas contra enfermedades como el sida, el cólera o el virus anta. Los candidatos a presidentes incluyen a profesionales de la comunicación en sus comandos y los políticos se preocupan de cuidar su imagen entrenándose en destrezas de gesticulación y presentación personal; los terapeutas de pareja o de familia diagnostican ‘falta’ de comunicación o comunicación insuficiente en el origen de los problemas de sus pacientes. Un ciudadano cualquiera, sin necesidad de erudición alguna, sabe por su propia experiencia que puede comunicarse con quienquiera, a la hora que lo desee, por alejado que esté físicamente. Lo que habría tomado días, semanas y hasta meses en el pasado, hoy se logra casi instantáneamente gracias al fax, el teléfono, el correo electrónico o la video-conferencia. El satélite permite a un televidente cualquiera asistir a una final de fútbol o a una conferencia internacional de mandatarios sin desplazarse de su domicilio. Como prefiera decirse, el planeta se ha achicado o las velocidades de transmisión y transporte han aumentado pasmosamente. Las percepciones cotidianas del espacio y del tiempo se han modificado drásticamente.

Es fácil constatarlo: la comunicación está por todas partes. Pero, antes que un hecho reciente, se trata de un descubrimiento reciente. Si bien en ciertas dimensiones del fenómeno –como, por ejemplo, el desarrollo y consolidación de la industria publicitaria– se trata de algo de corta data, históricamente hablando, la comunicación no verbal, la hablada y luego la escrita, hunden profundamente sus raíces en el pasado remoto del hombre. No será la primera vez que algo que está delante de los ojos resulte ser lo menos visible y evidente. Otro dato a consignar es que el fenómeno de la comunicación es algo complejo: ocurre en diversos niveles, conlleva diferentes tipos de factores en juego, se entrecruza con variadas estructuras relacionales e institucionales, etc.

Como lo ha sancionado la tradición intelectual, el procedimiento más razonable para abordar un tema, asunto u objeto complejo y abarcador, consiste en dividirlo en partes más simples y luego abordar cada una por separado. Técnicamente, eso es lo que se llama ‘análisis’. Siendo una manera útil de proceder, hay que aplicarla teniendo en cuenta una contraindicación que resulta sustantiva a la hora de pretender una comprensión satisfactoria del fenómeno estudiado: es necesario no creer que la fragmentación inducida o provocada por el método del análisis corresponda necesariamente a una fragmentación en el fenómeno mismo. Tal confusión es causa de muchos malentendidos.

Para usar otra analogía, si los fenómenos de la comunicación constituyen un territorio variado y multiforme, nos es preciso avanzar por él con algunos mapas, algunas referencias básicas, distinciones elementales que permiten introducir un primer orden en la diversidad.

Sin lugar a dudas, la expresión más común de aplicación del análisis a nuestro tema es la distinción entre niveles de la comunicación: interpersonal, grupal, organizacional y medial. El primero y más socorrido de los criterios utilizados para establecer esta distinción de niveles es el número de personas implicadas: desde dos, tres o cuatro, en el nivel interpersonal hasta millones de personas en el nivel medial. Los niveles intermedios –grupal y organizacional– funcionan con cantidades mayores que en el nivel interpersonal y claramente menores que en el nivel medial. Un ejemplo de nivel interpersonal serían, por ejemplo, una pareja o una familia de tamaño nuclear. Un ejemplo de nivel grupal serían, por ejemplo, un curso de estudiantes, un equipo de basquetbol o una pandilla de barrio. Ejemplos del nivel organizacional lo serían una empresa, un gobierno, una institución policial, o una iglesia. Millones de personas siguiendo las alternativas del funeral de la princesa Diana o cientos de miles viendo el noticiero de su canal favorito de televisión, son ejemplos de comunicación medial. En todos estos ejemplos, la diferencia entre un nivel y otro es estrictamente cuantitativa: cantidad de personas implicadas.

Un segundo criterio en juego para generar la distinción entre niveles es de la proximidad física. La relación de pareja o de familia, de un par de amigos o de un par de empleados en el mismo departamento de una organización, implica la mayor proximidad física. Esta proximidad física no ha de ser ocasional sino contínua en el tiempo, de modo de llegar a ser una verdadera condición necesaria de la relación de comunicación interpersonal. En las grandes organizaciones e instituciones, la proximidad física se vuelve una condición cada vez menos importante, particularmente cuando se trata de empresas complejas que operan en distintos lugares dentro de una misma ciudad, en distintas ciudades e incluso en diferentes países. En el caso de la comunicación medial, tratándose de grandes audiencias, de grandes cantidades de públicos, de millones de lectores, de grandes números de auditores, la proximidad física es prácticamente nula, amén de innecesaria. La comunicación es estrictamente medial, lograda por la tecnología, no importando el lugar físico ni la distancia desde la que se utiliza un medio de comunicación. Un mismo programa televisivo es visto por millones de personas distantes entre sí cientos o miles de kilómetros, en distintos países y continentes.

La intermediación tecnológica es otro criterio para construir la distinción entre niveles de la comunicación. Si bien una pareja de amantes o un par de amigos puede hablar por celular, enviarse emails o WhatsApp, la comunicación interpersonal que protagonizan no es fruto ni depende de la intermediación de tecnologías: un televisor, una radio o un diario. En ella han jugado roles sustantivos la proximidad física, la atracción física, la convivencia cotidiana en un mismo entorno, la frecuencia de los contactos, la existencia de amigos comunes, etc. La intermediación tecnológica juega un papel algo más determinante en las grandes organizaciones, en las que las diversas funciones suponen de coordinaciones constantes; es el caso del anexo telefónico y el fax. Pero es en la comunicación medial, también llamada ‘masiva’ o ‘social’, donde la tecnología adquiere una condición protagónica. Esta intermediación entre los componentes del público es obrada por los medios de comunicación: el libro, la radio, el cine, la prensa, la televisión. Una transmisión televisiva permite que millones de personas puedan asistir a un acontecimiento en el momento en que está ocurriendo, eliminando así las barreras que el tiempo y el espacio pusieron en el pasado. Simultaneidad e instantaneidad son experiencias comunicacionales que implican a muchísimas personas y que sólo los medios tecnológicos pueden posibilitar.

Hay todavía otro criterio posible de ser sumado a los de cantidad de participantes, proximidad física e intermediación tecnológica; se trata del criterio de implicación sentimental. Como es fácil de entender, la implicación sentimental tiene alta presencia en las relaciones interpersonales e, incluso, grupales. Resulta menos sustantiva en conjuntos humanos de mayor envergadura cuantitativa, lo cual, sin embargo, no descarta fenómenos como el de la identificación religiosa, ideológica o política. Sin embargo, en este caso, la implicación sentimental no aparece asociada a personas sino a símbolos, creencias compartidas o rituales. Y en el caso de las grandes audiencias mediales, tal implicación sentimental no es relevante para los miembros de tales audiencias; asunto distinto es que el contenido de un programa genere emociones de una u otra intensidad en las personas. El criterio de implicación sentimental alude a la relación entre personas y no a la relación entre personas y un medio de comunicación cualquiera. Es en este sentido que se acostumbra a concluir que este cuarto criterio tiene nula presencia en el nivel de la comunicación medial. El cuadro siguiente sintetiza el tema de los niveles de la comunicación.

NIVELES DE LA COMUNICACION

Interpersonal

Grupal

Organizacional

Medial

Número de participantes

dos, tres o cuatro

decenas

cientos y miles

cientos de miles y millones

Proximidad física

máxima

fuerte

menor

nula

Implicación sentimental

máxima

fuerte

Menor

nula

Intermediación tecnológica

episódica

episódica

fuerte

total

Es necesario reiterar lo afirmado en párrafos anteriores. La distinción de niveles de la comunicación es el resultado de un procedimiento analítico, destinado a simplificar un objeto de estudio complejo y consistente en dividirlo en partes para volverlo más abordable a la comprensión. La diferenciación resultante debe ser considerada como un recurso y no como una descripción estrictamente real. Hay una consideración bastante obvia y fácil de constatar por cualquiera, que pone a la vista que la distinción entre niveles de la comunicación es un procedimiento cuyos límites no pueden ser olvidados. Imaginemos por algunos instantes la vida cotidiana de uno cualquiera de nuestros semejantes, en una ciudad común y corriente.

En un día de semana cualquiera, nuestro personaje sale de casa alrededor de las 7.30 am. Para ahorrarse el gasto de locomoción de sus hijos, pasa a dejarlos en el auto al colegio. Lo propio hace con su mujer, a la que encamina hasta una estación del metro. Alrededor de las 9.00 está en su trabajo. Tiene diversas reuniones, redacta informes, atiende llamadas telefónicas, envía y recibe correos electrónicos, se hace un tiempo para revisar la prensa del día en Internet. Participa en una reunión-almuerzo, evalúa algunos cursos de acción, disputa con algún colega, experimenta cansancio conforme avanza la tarde. Poco antes de partir, avisa a su mujer por el celular que una reunión de su comunidad religiosa lo demorará algo más de una hora; ella a su vez, acude a una reunión del curso de uno de sus hijos. Ya en casa, luego de muchos minutos de viaje amenizados por la radio del auto, su mujer lo entera de una invitación al matrimonio de un amigo de años. Se entera de las notas parciales de los niños. Comen juntos, mientras ven el noticiero de televisión. Ya en cama, y puesto que el año amenaza con terminar rápidamente, él y su esposa consideran algunas alternativas para ir de vacaciones en el verano, no sin ser interrumpidos por algunas llamadas telefónicas.

Como podrá observarse, nuestro personaje protagoniza cotidianamente los diversos niveles de la comunicación, en tanto esposo, padre, empleado, creyente, auditor de radio y televidente: un mismo sujeto desempeñando una diversidad de roles simultáneos. Esto quiere decir que está en todos los niveles, todo el tiempo. Para él, como para todos y para cualquiera, la comunicación es un hecho presente e integral. Sin embargo, es para una comprensión de las diversas instancias de esa totalidad integral y simultánea que la distinción analítica entre niveles diferentes de la comunicación puede resultar sumamente útil.

Existe otro antecedente a considerar a propósito de la distinción entre niveles de la comunicación. Artificiosa o no, la distinción ha sido institucionalizada a través del interés particular que las diversas disciplinas científicas han puesto en cada uno de los niveles; así, la comunicación interpersonal es preferentemente abordada por la psicología de la comunicación; la grupal y la organizacional son estudiadas habitualmente por la psicología social y la sociología. En cuanto a la comunicación medial, masiva o tecnológicamente mediada, ha sido preocupación preponderante de la sociología aunque, más recientemente, la asume como tema propia la teoría de la comunicación.

Sentidos de la palabra ‘comunicación’.

Además de la distinción entre diferentes niveles de la comunicación, resulta provechoso proponer todavía otra distinción, relativa esta vez al uso de la palabra ‘comunicación’. En efecto, es fácil advertir que la expresión es usada para aludir a hechos diferentes; por ejemplo, hablamos de alguien que es ‘experto’ en comunicación. Los conductores y animadores de programas de radio o televisión se llaman a sí mismos ‘comunicadores’. Para ser leales al sentido de las palabras, ‘comunicadores’ somos todos, todo el tiempo, en nuestras relaciones habituales. Pero, difícilmente ello nos habilita como expertos. Por otra parte, oímos decir que el escritor italiano Umberto Eco es una conocida figura del área de la comunicación; sólo que Eco no conduce ningún programa de televisión ni es director creativo de una agencia de publicidad. Todavía más, hablamos a menudo de la velocidad que han adquirido las comunicaciones. Es claro, pues, que estamos usando la palabra ‘comunicación’ para referirnos a hechos de distinta naturaleza. Parece apropiado, entonces, precisar algunas distinciones que permitan diferenciar el sentido en que se usa en cada caso.

En primer lugar, podemos usar la palabra ‘comunicación’ para referirnos al hecho de que las personas se comunicación habitualmente: hablan entre sí, llaman por teléfono, envían un fax, dan un recado; es también un hecho que los canales transmiten programas, los diarios se publican, las radios emiten música, los cines exhiben películas, etc. En segundo lugar, podemos usar la palabra ‘comunicación’ para referirnos a un área de estudios que, particularmente en las universidades, es abordada por estudiosos con el propósito de elaborar explicaciones satisfactorias del fenómeno de la comunicación, o de la comunicación como un hecho. Por ejemplo, el llamado ‘modelo de comunicación en dos pasos’ es una propuesta intelectual para entender el fenómeno de la comunicación en el nivel medial o de intermediación tecnológica. En este caso, estamos refiriéndonos a la comunicación como ‘teoría’, como un área o campo de estudio, cuyo objeto es la comunicación en el primer sentido establecido (como un ‘hecho’).

Volvamos ahora a la expresión ‘experto en comunicación’. Ciertamente, tal expresión puede ser referida a aquellas personas cuyo oficio consiste en el empleo de técnicas o procedimientos destinados al intento a producir cambios en las actitudes, las opiniones o las conductas de las personas o de sectores de la opinión pública. Aquí cabría ubicar a personas como los publicistas, los propagandistas, los productores de campañas de bien público, y sus productos: comerciales de televisión, frases de radio, avisos de prensa, afiches, volantes, etc. Se trata de esfuerzos de carácter sistemático y deliberado destinados a provocar efectos en el público y, en consecuencia, no tienen el mismo tenor de una ‘teoría’ de la comunicación o de un hecho trivial como la conversación de una pareja en un restaurant. Atendiendo a estas diferencias es que, para el caso de la publicidad o la propaganda, la comunicación tiene el sentido de una ‘ingeniería’. Por ello, hablamos en este caso, precisamente, de la comunicación como ingeniería.

Otra expresión usada como sinónimo de ingeniería es la de ‘persuasión’. Ha habido no pocos esfuerzos por determinar un conjunto de reglas o axiomas de validez universal con el propósito de lograr una persuasión eficaz, partiendo al menos con los sofistas griegos del siglo V a.c. y las reflexiones posteriores de Aristóteles sobre la retórica. Por la época de Aristóteles, siglo III a.c., existía una conciencia bastante desarrollada sobre la importancia de una diversidad de aspectos formales del discurso, capaces de modificar la apreciación del receptor respecto del contenido formulado. En lo sustantivo, se sabía que la experiencia comunicativa entre personas no se limitaba a un juicio sobre los contenidos transmitidos y que la utilización de ciertos recursos podía neutralizar la capacidad crítica de los participantes.

En nuestro siglo, una variedad de autores se propusieron determinar experimentalmente algunas de las condiciones necesarias para una persuasión eficaz, para una ingeniería exitosa de la comunicación. Entre estos autores destaca, sin duda alguna, el estadounidense Carl Hovland (1912-1921). Su interés por precisar las condiciones a cumplir para una comunicación exitosa toma cuerpo con ocasión de su trabajo para el ejército estadounidense entre 1942 y 1945, durante la II Guerra Mundial. Sometiendo a evaluación algunas piezas cinematográficas que intentaban elevar la motivación de los soldados para su participación en la guerra, Hovland y sus colaboradores pudieron determinar que tales materiales de propaganda interna generaban un aumento del conocimiento que los soldados tenían sobre la guerra pero no redundaban en un cambio de opinión sobre ella ni aumentaban la motivación promedio.

En honor a la verdad, no es mucho más lo que la investigación después de Hovland ha podido determinar como hallazgos seguros en materia de persuasión. Por lo demás, es pertinente tener en mente que los experimentos realizados por Hovland y sus colaboradores se efectuaron siempre en condiciones cautivas, con auditorios que oían una conferencia o veían una película. Estas situaciones no son las mismas que aquellas que se producen cuando las personas consumen medios de comunicación en términos habituales. En consecuencia, no es prudente generalizar de unas circunstancias a otras, mecánicamente y sin cuidado de las especificaciones necesarias. Se trata de un terreno resbaladizo. Autores como Vance Packard, en su famoso libro de los años ‘50 “Las formas ocultas de la propaganda”, otorga un imprudente crédito a la presunción de que la industria publicitaria utiliza recursos deliberados que operan a nivel inconsciente: la denominada ‘persuasión subliminal”. Lo problemático aquí no radica en dudar que la industria publicitaria lo intente de hecho sino en que exista el conocimiento fundado acerca del funcionamiento de la mente humana tal que sea posible controlarla vía estimulos simples que escapen a la conciencia de los afectados. En torno a este tema, la mitología es mucha y el saber es mínimo. Como sea, es a cuestiones como esta que nos referimos con la expresión ‘comunicación como ingeniería’.

La distinción de diversos sentidos en el uso de la palabra ‘comunicación’ –como un hecho, como teoría y como ingeniería– tiene que ser sometida a las mismas contraindicaciones y advertencias que fueron formuladas para el caso de la distinción entre niveles de la comunicación. En efecto, se trata de distinciones útiles para abordar el objeto de análisis de un modo menos complicado. Una mirada más atenta permite visualizar que los sentidos de ‘hecho’, ‘teoría’ e ‘ingeniería’ se entrecruzan permanentemente. Es un ‘hecho’ que se publican libros en los que se proponen modelos para comprender la comunicación interpersonal o en los que se informan los hallazgos de una determinada investigación académica; por otra parte, no cabe duda que muchas expresiones comunicacionales cotidianas y hasta triviales puede ser consideradas como intentos ingenieriles: pintarse el rostro, perfumarse, emplear cierto tono de voz, mirar de cierto modo, constituyen conductas deliberadas, con claro objetivo de persuasión. La diferencia es que se trata de intentos acotados al nivel de lo interpersonal y, en tal medida, claramente diferenciables de un esfuerzo publicitario que emplea variados recursos presupuestarios y tecnológicos, o de una campaña destinada a advertir a millones de personas acerca de la necesidad de hervir ciertos alimentos. Al mismo tiempo, la propuesta de una teoría de la comunicación no escapa al propósito de persuadir a la comunidad intelectual sobre sus contenidos específicos. Pero, es evidente que tal no es su propósito central. Incluso más, una teoría puede ser perfectamente ignorada y pasada por alto sin perder por ello su carácter de producto estrictamente intelectual. Hay, como puede apreciarse, diferencias de grado que ameritan la distinción entre estos distintos usos de la palabra ‘comunicación’.

USOS DEL CONCEPTO DE COMUNICACIÓN

Comunicación como un hecho

Gestualidad, conversación, uso de recursos tecnológicos, programación de los medios

Comunicación como ingeniería

Publicidad, propaganda, campañas de bien público

Comunicación como teoría

Modelos, hipótesis, productos intelectuales

Con todo, el carácter integral de la experiencia de los diferentes niveles de la comunicación, no se aplica del todo a la distinción de los diversos usos de la palabra ‘comunicación’. Donde esto resulta más ostensible es en la distinción entre teoría e ingeniería. Quienquiera que haya tenido la experiencia de vivir ambos mundos –la industria comunicacional y el mundo académico– sabe que se trata de realidades que prácticamente no se cruzan, que funcionan en rieles paralelos que nunca convergen. El mundo académico mezcla un cierto desprecio por el medio comunicacional y cierta ignorancia acerca de sus dinámicas; a su vez, el mundo medial y publicitario exhibe generalmente una ostensible ignorancia de los hallazgos en la investigación académico-científica y un alegre activismo en materia de mitologías sobre el poder irrestricto de sus oficios. Una expresión característica del primero de estos fenómenos es, en nuestro país, el libro La Cultura Huachaca, de Pablo Hunneus. En suma, no hay vasos comunicantes estables ni mutua aportación de conocimientos y experiencias. Se trata de un apartamiento social real, no fingido ni simulado, alentado por la protección de las identidades profesionales. Este mutuo desconocimiento es, ciertamente, uno de los mayores obstáculos para rescatar el estudio de la comunicación de las limitaciones académicas y de las supersticiones profesionales. Una expresión concreta y específica de este distanciamiento dañino es el que los datos sobre los resultados reales y la efectividad de las campañas, así como de las ventas y lectorías reales de los medios de comunicación permanezcan con frecuencia en una verdadera nebulosa, entre otras cosas, además del ocultamiento de la información, por la inexistencia de procedimientos fiables de seguimiento y evaluación. El conocimiento de tal información podría ser una fuente inmejorable de contrastación de muchas afirmaciones ligeras que se hacen acerca del poder de la industria comunicacional tanto en el mundo académico como en el escenario medial mismo, así como un eficiente test de la certeza de diversas teorías sobre el funcionamiento del público. La industria hace gala ostentosa de sus éxitos y, al mismo tiempo, guarda rigurosos silencios sobre sus fracasos. La desaparición, alguna vez, de los referidos monólogos pudiera constituirse en la base de una nueva época en la comprensión de los fenómenos de la comunicación.

Capítulo 2

HABLEMOS CARA A CARA

La comunicación interpersonal ha sido objeto de muchos estudios. Las personas protagonizan interacciones cara a cara habitualmente y, de hecho, son aquellas en las que experimentan los mayores compromisos emocionales y sentimentales. Los psicólogos sociales han analizado sistemáticamente las variables que entran en juego cada vez que las personas se atraen y establecen relaciones más o menos duraderas. En una primera aproximación al tema, se sostiene que las personas buscan a otras por los siguientes motivos, amén de la condición gregaria de la especie humana:

Todo ello es posible, sin embargo, porque las personas se comunican entre sí. No cabe duda que para ello el principal instrumento es el lenguaje, atributo típico y único de la especie humana. Por medio del lenguaje, las personas se transmiten experiencias, expectativas, normas y valores, percepciones y creencias, modos de pensar y actuar, modelos de vida. Así considerado, el lenguaje puede ser entendido como comportamiento y, en la medida en que no lo vemos en términos abstractos sino muy concretos, ocurre en contextos sociales, en determinadas comunidades. Ello determina que la unidad de análisis más apropiada sea la conversación o diálogo. Algunos autores usan la expresión ‘actos lingüísticos’ o ‘actos de habla’, asociando lenguaje y acción. Diversos estudiosos se han centrado en el propósito de elaborar una taxonomía de los actos lingûísticos. Así, John Searle propone la suya: representativos (“Entonces estamos de acuerdo”); directivos (“creo que deberías pensarlo una vez más”); conminativos (“O cambias tu conducta o te retiro mi apoyo”); expresivo (“te pido perdón”); y declarativos (“Queda usted nombrado en el cargo”). Como se sabe, Searle se inspiró en las ideas de John L. Austin, y mantuvo su preocupación por la dimensión pragmática de la comunicación verbal: hablar (o escribir) también es hacer cosas (Searle 2001, Austin 1971).

Un paso trascendental, en términos históricos, fue el desarrollo de la palabra escrita. En lo sustantivo, se convirtió en un registro mucho más eficaz y duradero de las comunidades y sociedades humanas; de hecho, hizo posible la historia como disciplina. Las transformaciones generadas por la escritura, el paso de las tradiciones orales a los registros escritos, ha sido objeto de mucha investigación. Destaca, por sus propios méritos, el trabajo de Walter Ong (1912-2003).

Pero, ni la comunicación interpersonal ni ninguna otra se limitan a operar en el plano de lo verbal. En las últimas tres o cuatro décadas ha habido un creciente interés por la comunicación no verbal. No ha sido un tipo fácil de investigación porque en los hechos los aspectos no verbales del comportamiento comunicativo van siempre entreverados con los verbales en la interacción cotidiana. Igualmente, una clara sobrevaloración del habla como expresión de la racionalidad humana condenó por mucho tiempo las dimensiones no verbales de la comunicación a una condición de irrelevancia. Pero bastaría un sencillo experimento para que lo no verbal salte a la vista de manera sobresaliente: elimínese el volumen del audio del televisor y observe la pantalla sin sonido. Progresivamente, la acción, el movimiento, la gesticulación, la expresión facial, se complementan para ir dándole sentido a la narración. En el tiempo, pensando en términos evolucionistas, la expresión no verbal debió preceder a la palabra hablada,

La investigación sobre la comunicación no verbal se ha centrado en el denominado sistema kinésico: el comportamiento espacial, el comportamiento motorio-gestual, el comportamiento mímico del rostro y el comportamiento visivo. En el ámbito del comportamiento espacial se distinguen el contacto corporal, la distancia interpersonal, la orientación y la postura (Hall, 1982). En el comportamiento motorio-gestual, se identifican los ademanes o señales. Se ha propuesto, por ejemplo, una clasificación de los ademanes: (1) simbólicos o emblemáticos, como mover la mano en señal de saludo; (2) ilustrativos, como todos esos movimientos que acompañan la comunicación verbal y permiten enfatiza; por ejemplo, el dedo índice apuntando; (3) indicadores, como todos aquellos que manifiestan un estado de ánimo; por ejemplo, un golpe de puño sobre la mesa en señal de molestia o enojo; (4) reguladores, como la palma de la mano abierta y vertical para interrumpir a alguien que está haciendo uso de la palabra; (5) adaptativos, como las posturas del cuerpo al tomar asiento. En cuanto a la mímica del rostro, no hay duda de que el rostro es el canal más recurrente de expresión de las emociones. Las expresiones faciales operan también como señales en la interacción. Cada zona del rostro es capaz de su propia expresión: las cejas levantadas, los labios apretados, los ojos salientes, etc. La mirada, por supuesto, resulta ser una categoría de comunicación no verbal por sí misma; su intensidad, su duración, su brillo, también operan como señales de interacción.

El tema de la expresión facial de las emociones ha dado lugar a una encendida polémica entre los especialistas, acerca del caracter innato o adquirido de las expresiones mismas. Atendiendo a que parece haber un acuerdo básico en torno a las que serían las emociones fundamentales (miedo, cólera, sorpresa, tristeza, felicidad, disgusto), se debate sobre su origen genético o cultural. Contra la opinión de autores como Birdwhistell, e inspirándose en el darwinismo clásico, Eibl-Eibesfeldt examinó el comportamiento facial de niños ciegos y sordo-ciegos desde el nacimiento. Observando que sonreían, reían, expresaban cólera, concluyó que no podía tratarse de expresiones adquiridas por imitación. Paul Ekman ha intentado un punto de convergencia entre ambas posturas, sosteniendo que determinadas expresiones faciales están asociadas universalmente a determinadas emociones pero admitiendo que las emociones mismas eran provocadas por circunstancias activantes que varían de una cultura a otra. Una vez estimulada la emoción, se pone en marcha un programa neuronal de expresión facial.

Retornando al tema más general de la comunicación interpersonal y grupal, se ha desarrollo un alto interés por estudiar la experiencia cotidiana de la conversación, a la que se asigna el valor de estructura básica de interacción y comunicación. Uno de los modelos más aceptados para comprender la comunicación a nivel interpersonal ha sido desarrollado por la llamada ‘Escuela de Palo Alto’, que toma su nombre de la ciudad en mismo nombre en California, Estados Unidos. Se la denomina también ‘enfoque pragmático o interaccional de la comunicación’. Entre sus representantes se cuentan autores como Paul Watzlawick, Don Jackson, Janet Bavelas y otros, todos los cuales reconocen su deuda intelectual con el antropólogo inglés Gregory Bateson. Es relevante tener en cuenta que los planteamientos de este grupo de investigadores se han originado en el ámbito psiquiátrico, en la observación y diagnóstico de pacientes esquizofrénicos. En esta experiencia, los pragmáticos de la comunicación afirman haber identificado algunas dimensiones de la comunicación interpersonal, que han terminado por llamar ‘axiomas de la comunicación’ y que, según sostienen, se manifiestan por igual en la conducta normal. Tales axiomas tendrían, pues, validez universal para todas las interacciones humanas.

Antes de precisar el tenor de cada uno de los axiomas propuestos por los interaccionistas de Palo Alto, es necesario explicar algunas cuestiones generales que permiten entender mejor sus hipótesis. Según ellos, la comunicación es una condición indispensable de la vida humana y de todo orden social. Tempranamente, cada individuo se ve implicado en interacciones con otros individuos, las que permiten ir aprendiendo una serie de reglas comunicativas. Este aprendizaje es experiencial, y ocurre con independencia de la conciencia de los sujetos. De este modo, las personas se comunican de hecho todo el tiempo pero ignoran las reglas que, también de hecho, gobiernan sus interacciones comunicacionales. Esto permite entender que los interaccionistas asocien la terapia en materia de comunicación defectuosa o dañina -ellos la llaman tambien ‘paradojal’- con la toma de conciencia de esas reglas, haciendo pasar la interacción a un nivel metacomunicacional. Ahora bien, la comunicación tiene dimensiones que es necesario distinguir; asumiendo las tesis de autores anteriores, los interaccionistas distinguen entre los aspectos sintáctico, semántico y pragmático de la comunicación. El aspecto sintáctico tiene que ver con la transmisión de información: cómo es codificada, por qué canales es transmitida, qué ruidos y redundancias pueden producirse, etc. La dimensión semántica dice relación con los significados, los cuales son asumidos por los sujetos en comunicación sólo en tanto comparten códigos comunes de interpretación. El aspecto pragmático de la comunicación tiene que ver con los efectos que la comunicación misma tiene sobre la conducta. En este sentido, los interaccionistas han sostenido que toda comunicación afecta a la conducta y que toda conducta es comunicación. La autodenominación de su enfoque como ‘pragmático’ indica a las claras las preferencias de los interaccionistas sobre este tercer aspecto de la comunicación: sus consecuencias conductuales.

Con el objeto de ahondar en los planteamientos de los pragmáticos de la comunicación, se puede recurrir a una pequeña narración incluída en el capítulo 12 del libro “Formación de Equipos”, del especialista en organizaciones Hans Dyer. Aunque esta narración no tenía originalmente el propósito de ayudar a la comprensión de las tesis interaccionistas, se verá a continuación que resulta bastante pertinente:

“Las tardes de los domingos de Julio en Coleman, Texas (5.607 habitantes) no son precisamente días festivos de invierno. Este día particularmente caluroso: 40 grados, según el termómetro situado bajo la marquesina de hojalata que cubría con tela de alambre un porche trasero bastante grande. Además, el viento soplaba levantando el polvo fino del oeste por toda la casa. Las ventanas estaban cerradas, pero el polvo se filtraba a través de las aperturas invisibles de las paredes.

Se podría preguntar: ¿Cómo es posible que el polvo penetre a través de las ventanas cerradas y de las paredes? Cualquier persona que haya vivido en el oeste ni siquiera se molestaría en preguntar. Sólo se puede decir que el viento puede hacer muchas cosas cuando han pasado más de treinta días sin lluvia.

Pero la tarde era tolerable todavía, incluso potencialmente agradable. Un ventilador enfriado con agua proporcionaba alivio del calor, en tanto uno no se alejara demasiado. Además, había limonada fría. Tal vez había preferido algo más fuerte, pero Coleman era seco en muchos sentidos, lo mismo que mis suegros. A menos que alguien se enfermara. En ese caso, podía pensarse en una cucharadita o dos con fines medicinales. Pero este domingo en particular nadie estaba enfermo, de modo que la limonada nos refrescaba lo suficiente.

Y, por último, estaba el dominó, entretenimiento perfecto para la ocasión. El juego no exigía más esfuerzo físico que un comentario mascullado ‘revuelve las fichas’ y un lento movimiento del brazo para colocar las fichas en el lugar apropiado sobre la mesa. También se necesitaba que alguien anotara los puntos, pero esa responsabilidad cambiaba en cada mano de modo que la tarea de ninguna manera resultaba debilitante. En pocas palabras, el dominó era una diversión agradable.

Así, pues, era una agradable tarde de domingo. Y lo fue hasta que de pronto mi suegro levantó la vista del juego y dijo, con aparente entusiasmo: “subamos al auto y vamos a la cafetería en Abilene”.

A decir verdad, me tomó por sorpresa. Podría decir, incluso, que me despertó. Pense para mí mismo: ‘¿Ir a Abilene, recorrer cincuenta y tres millas y con esta tormenta de polvo? Hay que manejar con las luces encendidas, aunque está de día. Y el calor... Ya está bastante pesado aquí, pese al ventilador, pero en un Buick del 58 sin aire acondicionado va a ser terrible...Y qué decir de la cafetería. Algunas cafeterías están bien pero la de Abilene me recuerda el rancho de los soldados en campaña..’ Antes de que pudiera aclarar mis pensamientos y organizar mis ideas, mi esposa Beth exclamó: “¡Me parece una idea estupenda ! ¿Vamos Jerry?”. Aunque no estaba de acuerdo con los demás, decidí no ser aguafiestas y dije que me parecía bien, no sin antes añadir: “Sólo espero que tu mamá quiera ir”.

“Por supuesto que quiero ir” dijo mi suegra. “¿Qué te hace pensar que no quiero ir. Hace tiempo que no voy a Abilene”.

De modo que nos subimos al auto y partimos a Abilene. Mis sospechas se cumplieron. El calor era brutal. Llegamos cubiertos de una fina capa de polvo del oeste de Texas adherida al sudor y la comida en la cafetería resultó ser un asco. Cuatro horas y 108 millas después, volvimos a Coleman cansados y agotados. Nos sentamos en silencio frente al ventilador. Para romper el hielo se me ocurrió decir: “fue un paseo estupendo, ¿verdad ?”. Nadie dijo nada.

Por fin, y algo enojada, mi suegra dijo: “en verdad no me gustó mucho y habría preferido quedarme aquí. Sólo fuí porque ustedes tres estaban entusiasmados. No hubiera ido si no me hubiesen presionado”.

No podía creerlo. “¿qué quiere decir con todos ustedes?”, le pregunté. “A mí no me meta en el grupo de todos... yo estaba entretenido con el dominó. Sólo fuí por complacerlos, ustedes son los culpables”. Mi mujer puso el grito en el cielo: “No me digas que yo soy culpable... tú y los papás eran los que querían ir. Yo sólo fui para no arruinarles el panorama. Tendría que estar loca para ir con este calor. ¿O crees que estoy loca ?”.

Antes que pudiera contestarle, mi suegro interrumpió bruscamente. Sólo dijo una palabra pero la dijo con el estilo sencillo y directo que sólo un tejano de toda la vida es capaz de usar : “Mierda”. Como pocas veces recurría a una grosería nos sorprendió de inmediato. Y a continuación, representando perfectamente lo que cada uno de nosotros pensaba, le escuchamos decir: “Para ser franco, yo no quería ir a Abilene... pensé que estaban aburridos y sentí que debía proponer algo. Quería que tú y tu marido no se aburrieran. Nos visitan tan poco que quería estar seguro de que lo pasaran bien. Tu mamá se iba a molestar si ustedes no estaban contentos. Por mí, me hubiera quedado jugando dominó y comernos lo que quedaba en el refrigerador”.

Nos quedamos en silencio. Aquí estábamos cuatro personas normales y comunes que, por decisión propia, habían hecho un viaje de 106 millas a través de un desierto infernal, con un calor salvaje y una tormenta de polvo, para comer unos platos de porquería en una mugrosa cafetería de Abilene, cuando en verdad ninguno tenía ganas de ir. De hecho, hicimos exactamente lo contrario de lo que queríamos. No tenía sentido” (Dyer 1988, 153-156).

Ciertamente, de trata de una historia sumamente extraña aunque no por extraña poco común. La pregunta más inquietante que se puede hacer a propósito del sorprendente desenlace de la narración es la siguiente: ¿por qué querrían cuatro personas adultas y normales ponerse de acuerdo para ir a un lugar al que no desean y para hacer lo que no quieren? Es simplemente desconcertante. ¿Dónde buscar la explicación para un final tan ilógico? Probablemente, la hipótesis más recurrida a la que se puede acudir es aquella que atribuye la situación resultante a una incompatibilidad de caracteres; los protagonistas tienen personalidades tan diferentes que no pueden sino chocar. Sus gustos no coinciden, sus reacciones frente a las situaciones son distintas. Si concedemos esta explicación, todavía estaríamos frente al problema de cómo entender que, pese a sus tremendas diferencias, decidieran hacer lo mismo, con el agravante de que se trataba de exactamente lo contrario de lo que efectivamente querían.

Pues bien, un pragmático va a interpretar esta narración de otro modo. Por de pronto, no cree que esta historia pueda ser comprendida recurriendo a las características de personalidad de los protagonistas. Dicho de otro modo: la conducta desarrollada por las personas en esta historia no puede atribuirse a sus respectivas personalidades. Más bien, puede ser entendida en razón de las conductas mismas. O sea, unas conductas explican las otras y viceversa. De modo que lo sustantivo aquí es la interacción, el tipo de relación que estas personas mantienen entre sí y reproducen todo el tiempo. Una interacción es una red de conductas sometidas a ciertas reglas.

A su vez, las interacciones rituales sirven para confirmar los ‘rostros’ de los individuos, posicionados de manera diversa dentro del orden social. Puede decirse, entonces, que el orden social se mantiene por medio de rutinas y prácticas sociales. Entre ellas, Goffman señala la demarcación del propio territorio, los intercambios de respaldo, los intercambios reparadores, los signos indicadores de relación (como un apretón de manos, por ejemplo), y la mantención de las apariencias normales. Una conclusión sustantiva de las ideas de Goffman sobre las interacciones comunicacionales de las personas y los grupos es que los principios de organización de la experiencia social gobiernan el significado subjetivo que se le atribuyen a los acontecimientos sociales.

Los niveles interpersonales, grupales y organizacionales de la comunicación han sido objeto de una masiva literatura. No obstante, no se cuenta con la formulación de teorías suficientemente desarrolladas y los grados de consenso que pudiera esperarse. Por otra parte, resulta ostensible la ausencia de la necesaria migración de ideas entre unas disciplinas y otras, entre unos ámbitos y otros. Un ejemplo nítido de tal estado de cosas es el desconocimiento, el olvido o la subestimación de autores y desarrollos provenientes las neurociencias, las ciencias cognitivas y los abordajes evolucionistas. Sin asomo de duda, sería sumamente pretencioso intentar en estas líneas una síntesis de los desarrollos que han venido ocurriendo en esas áreas, como sería igualmente pretencioso para el caso de las teorías, hipótesis y conceptos que, eventualmente, tienen atingencia para los estudios en comunicación. No obstante, pueden señalarse algunas formulaciones que resultan ostensiblemente pertinentes; por ejemplo, la hipótesis del procesamiento dual de la cognición en el cerebro tiene fuertes implicaciones para una comprensión de las interacciones humanas, así como del modo en que los usuarios de medios de comunicación y de las redes sociales se hacen cargo de los mensajes (de Sousa 2007, Mercier y Sperber 2009, McCauley 2011, Kahneman 2012, Thagard 2013). De la misma manera, toda la investigación relacionada con el concepto de ‘teorías de la mente’ sugiere múltiples aplicaciones conceptuales y experimentales (Tooby y Cosmides 2005, Wolpert 2006, Dennett 2007, Bering 2011). Por otra parte, las indagaciones sobre el origen y la evolución de la comunicación, del lenguaje y la música conforman un monto de producción científica que resulta temerario ignorar en los estudios en comunicación (Boyer 1990, Pinker 2002, 1995, Sperber y Wilson 1995, Hauser 1996, Mithen 2006, Tomasello 2008). En fin, las convergencias posibles pueden construirse con la debida apertura intelectual, dejando atrás el etnocentrismo y la endogamia académica.