Carrera mortal
 al espacio

Misión Rusia

Elizabeth Singer Hunt

Ilustraciones de Brian Williamson

Traducción de Victoria Cano

 

 

Para G. G., que ahora duerme

entre las estrellas.

Capítulo 1

El cielo nocturno

 

Era una bonita noche de verano y Jack Stalwart estaba tumbado en la hierba mirando las estrellas. Estaba de acampada con su grupo de scouts en la zona de New Forest, en Inglaterra. Como parte de su programa de actividades, el monitor había dicho a Jack y a los otros chicos que observaran el cielo, trataran de encontrar las distintas constelaciones y reflexionaran sobre la posibilidad de que hubiera vida fuera de la Tierra.

–¿Ves esa estrella de ahí? –le preguntó a Jack su amigo Richard, señalando una luz blanca que brillaba mucho–. Pues no es una estrella, sino la Estación Espacial Internacional, la que más brilla en el cielo.

Jack sabía que su amigo tenía razón. La Estación Espacial Internacional es un satélite artificial que gira alrededor de la Tierra, a 354 kilómetros de distancia del suelo. Se trata del mayor laboratorio del espacio y, en su interior, un equipo de científicos investiga sobre multitud de cosas: el cáncer, cómo crecen las plantas o los efectos de vivir en el espacio.

Los astronautas van y vienen con mucha frecuencia de la base a la EEI. Tardan unos dos días en llegar, pero, una vez allí, pueden quedarse varios meses. El astronauta que más tiempo ha pasado en la estación permaneció allí dos años. Jack sabía muchas cosas sobre la EEI porque la FPG recibía informes diarios acerca de ella.

La FPG, la Fuerza de Protección Global, era la organización para la que trabajaba Jack, que era agente secreto y viajaba por todo el mundo para proteger los mayores tesoros de la humanidad. Pero eso no lo sabía nadie, ni siquiera su familia o sus mejores amigos.

Richard y Jack siguieron mirando las estrellas. Otro amigo, Charlie, estaba tumbado a su lado y tomaba nota de las constelaciones que veían, como Orión.

–Es increíble pensar que por fin vamos a enviar a un ser humano a Marte –dijo Jack. Y se quedo allí tumbado, con la cabeza apoyada en los brazos, pensando en lo fantástico que era aquello.

En las noticias no dejaban de hablar de la misión que iba a salir hacia Marte al día siguiente. Tras planearlo durante décadas, un equipo de estadounidenses y rusos iba a enviar a seis astronautas, tres hombres y tres mujeres, al planeta rojo. El viaje duraría más de un año, pero eso no importaba: enviar a un ser humano a Marte era uno de los mayores hitos en la historia de la exploración espacial; tan importante como cuando el astronauta Neil Armstrong pisó por primera vez la Luna.

–Sí –contestó Charlie–, es increíble... ¿Qué estarán haciendo ahora mismo los astronautas?

–¿Sabes que mi padre estará ahí cuando despeguen? –dijo Jack–. Va a ver de cerca el lanzamiento de la nave.

Jack no podía evitar presumir de que su padre era ingeniero aeroespacial. Había participado en el diseño de algunos satélites espía, y también en el de parte de la Estación Espacial Internacional, aunque desde que se mudaron a Inglaterra solo trabajaba en proyectos especiales. Unos años atrás le habían encargado diseñar la nave que iría a Marte, y por eso ahora se encontraba en Rusia, supervisando los últimos detalles antes del lanzamiento.

–Eso es lo que yo quiero ser de mayor –dijo Charlie.

–¿Ingeniero aeroespacial? –le preguntó Jack, que seguía pensando en su padre.

–No, tonto –dijo Charlie–. ¡Astronauta!

–¿Tú, astronauta? –intervino Richard, burlándose de Charlie–. No tienes lo que hace falta...

–Sí que lo tengo. Ya lo verás –anunció Charlie–. ¡Voy a ser la primera persona que pise Júpiter!

Jack y Richard se miraron y se echaron a reír. No había ninguna posibilidad de que Charlie pusiese un pie en Júpiter. Aparte de un pequeñísimo núcleo, Júpiter no era más que una gran esfera de gas.

Capítulo 2

El mapa portátil

 

Mientras estaba allí tumbado, imaginándose a Charlie en el espacio, Jack oyó el pitido del Reloj-Teléfono de la FPG. Eran las 19:25 e iba a tener que encontrar algún lugar seguro. No importaba que estuviese en un campamento de los scouts: siempre tenía que estar listo para responder.

Les dijo a sus amigos que iba al baño, pero luego se desvió hacia el bosque y se escondió tras unos árboles. Metió la mano en el bolsillo exterior de su Mochila de Agente Secreto y sacó a Whizzy, su bola del mundo en miniatura.

–Hola, Whizzy –dijo Jack, poniendo la bola en la palma de su mano.

Justo cuando el reloj marcaba las 19:30 horas, Whizzy parpadeó y empezó a girar. Cuanto más rápido iba, más cosquillas le hacía, hasta que estornudó y echó por la boca una enorme pieza de puzle.

Si Jack hubiera estado en casa, habría puesto esa pieza en el Mapa Mágico que tenía en la pared del dormitorio. Así habría sabido cuál era el lugar exacto de su próxima aventura. Pero para casos como este, cuando un agente secreto estaba lejos de su domicilio, la FPG había creado otro método de transporte.

Jack volvió a guardar en la mochila a la agotada Whizzy y pulsó el botón C de su Reloj-Teléfono. En la pantalla apareció el código del día: CAVIAR. A continuación lo marcó en el candado de su mochila.

Jack desplegó el tablero, que abierto era el doble de grande que él y mostraba un gran mapa del mundo. Lo extendió en el suelo, cogió la pieza del puzle y buscó su lugar en el mapa. Era una pieza tan grande que no le costó mucho saber a qué país correspondía. Llevó la mano hasta el norte de Asia, encajó la pieza y la palabra RUSIA se iluminó ante sus ojos.

–¡A Rusia!